1922 «Los sueños». BN (17 vols.), 2, págs. 181-249.Traducción de Luis López-Ballesteros.
1943 Igual título. EA, 2, págs. 203-74. El mismo traductor.
1948 Igual título. BN (2 vols.), 1, págs. 233-59. El mismo traductor.
1952 Igual título. SR, 2, págs. 159-215.El mismo traductor.
1967 Igual título. BN (3 vols.), 1, págs. 231-57. El mismo traductor.
1972 Igual título. BN (9 vols.), 2, págs. 721-52. El mismo traductor.
Apenas tres o cuatro meses después de haber aparecido La interpretación de los sueños ( 1900a), Freud ya pensaba en publicar una versión resumida del libro. Sin duda, Fliess le había escrito sugiriéndoselo, porque en una carta del 4 de abril de 1900 (Freud, 1950a, Carta 1 32) Freud rechazó la propuesta argumentando, entre otras cosas, que ya había «prometido a Löwenfeld un ensayo del mismo tipo».
También comentaba su renuencia a embarcarse en semejante tarea cuando hacía tan poco que había terminado su extenso libro. Evidentemente esta renuencia persistió, porque el 20 de mayo menciona que ni siquiera ha comenzado el «folleto», y el 10 de julio anuncia que lo ha postergado hasta octubre. La última referencia que aparece en la correspondencia con Fliess es del 14 de octubre d e 1900, donde señala que está escribiendo el ensayo «sin extraer de ello ningún auténtico placer», porque el material para la Psicopatología dé la vida cotidiana (1901b), que sería su próxima obra, ocupa por entero su mente.
Digamos de paso que en este último libro se hace referencia a Sobre el sueño y a la duda acerca de si la publicación de un resumen no interferiría la venta del libro mayor (cf. AE, 6, págs. 157-8).
Como se verá, el único agregado de importancia hecho por Freud en las reimpresiones post eriores del ensayo fue la sección sobre el simbolismo, incorporada en la segunda edición.
James Strachey
I
En las épocas que nos es lícito llamar precientíficas, los hombres explicaban el sueño sin sentirse perplejos. Cuando tras el despertar lo recordaban, lo tenían por un anuncio propicio o
nefasto de unos poderes superiores, demoníacos y divinos. Con el florecimiento de la manera de pensar de las ciencias naturales, toda esta inspirada mitología se traspuso a psicología, y
hoy, entre las personas cultas, es sólo una ínfima minoría la que pone en duda que el sueño es la genuina operación psíquica del soñante.
Desde la desestimación de la hipótesis mitológica, empero, el sueño se ha vuelto menesteroso de explicación. Las condiciones de su génesis, su relación con la vida anímica de la vigilia, su dependencia de estímulos que pugnan por llegar a la percepción durante el estado del dormir, las muchas peculiaridades de su contenido chocantes para el pensamiento despierto, la
incongruencia entre sus imágenes-representación y los afectos anudados a ellas, y, por último, el carácter fugitivo del sueño, la manera en que el pensamiento de vigilia lo arroja a un lado
como a algo ajeno, lo mutila o lo borra en el recuerdo: todos estos problemas, y otros más todavía, piden desde hace muchos siglos soluciones que hasta hoy no pudieron darse
satisfactoriamente. Ahora bien, en el foco del interés está la pregunta por el significado del sueño, que encierra en sí un doble sentido. Se pregunta, en primer lugar, por el significado
psíquico del soñar, por el estatuto del sueño respecto de otros procesos anímicos y por su eventual función biológica, y, en segundo lugar, se querría saber si el sueño es interpretable, si
el contenido onírico singular tiene un «sentido» como solemos hallarlo en otras composiciones psíquicas.
Tres tendencias se hacen notar en la apreciación del sueño. Una de ellas, que por así decir ha conservado el eco de la vieja sobrestimación del sueño, encuentra su expresión en muchos
filósofos. Disciernen el fundamento de la vida onírica en un estado particular de la actividad del alma, y aun celebran este como una exaltación a un nivel más elevado. Tal el juicio, por
ejemplo, de Schubert [1814]: El sueño es la emancipación del espíritu del yugo de la naturaleza exterior, el alma se desprende en él de los grillos de la sensoriedad. Otros pensadores no llegan tan lejos, pero sostienen que en lo esencial los sueños brotan de incitaciones del alma y constituyen exteriorizaciones de fuerzas anímicas, impedidas durante el día de desplegarse
libremente (es la fantasía onírica; cf. Scherner [1861, págs. 97-8], Volkelt [1875, págs. 28-9]).
Una capacidad de hiperrendimiento, al menos en ciertos ámbitos (la memoria), es atribuida a la vida onírica por gran número de observadores.
En tajante oposición a eso, la mayoría de los autores médicos sustentan una concepción que apenas si concede al sueño el valor de un fenómeno psíquico. Según ellos, los excitadores del sueño son con exclusividad los estímulos sensoriales y corporales, que alcanzan al durmiente desde afuera o bien se activan por azar dentro de sus órganos internos. Lo soñado no puede reclamar para sí más sentido ni significado que «la serie de notas que harían sonar los diez dedos de un hombre del todo ignaro en música si recorriesen las teclas de un piano»
[Strümpell, 1877, pág. 84]. [La principal arteria comercial en el centro de Viena.]. El sueño ha de caracterizarse sin más como «un proceso físico, en todos los casos inútil y, en muchos,
enfermizo» (Binz [1878, pág. 35]). Todas las peculiaridades de la vida onírica se explican por el trabajo inconexo, forzado por estímulos fisiológicos, de órganos aislados o de grupos de células del cerebro sumido, por lo demás, en el dormir.
Poco influida por este juicio de la ciencia, y sin hacer caso de las fuentes del sueño, la opinión popular parece atenerse a la creencia de que el sueño, con todo, tiene un sentido, que atañe a la anunciación del futuro, y que de su contenido, muchas veces confuso y enigmático, puede obtenerse la interpretación mediante algún procedimiento. Los métodos de interpretación
aplicados consisten en sustituir el contenido onírico recordado por otro contenido, ya sea fragmento a fragmento siguiendo una clave fija o bien el todo del sueño por otro todo con el cual está en la relación de un símbolo. Los hombres serios se ríen de tales empeños: «Los sueños, sueños son».
II
Para mi gran sorpresa, un día descubrí que no era la concepción del sueño de los médicos, ino la de los legos, medio prisionera todavía de la superstición, la que se aproximaba a la
verdad. En efecto, alcancé nuevas elucidaciones sobre el sueño aplicándole un nuevo método de indagación psicológica que me había prestado destacadísimos servicios en la solución de
las fobias, ideas obsesivas, ideas delirantes, etc., y que desde entonces ha sido acogido bajo el nombre de «psicoanálisis» por toda una escuela de investigadores. Las múltiples analogías de la vida onírica con los más diversos estados de enfermedad psíquica en la vigilia ya han sido señaladas con acierto por numerosos investigadores médicos. Por eso, de antemano pareció promisorio recurrir también, para el esclarecimiento del sueño, a un procedimiento de indagación que se había acreditado en el caso de los productos psicopáticos(324). Las ideas angustiosas y obsesivas se contraponen a la conciencia normal de manera parecida a como lo hace el sueño respecto de la conciencia de vigilia; el origen de aquellas es para la conciencia tan desconocido como el de los sueños. En el casó de esas formaciones psicopáticas, un interés práctico presionó para que se sondease su origen y su génesis, pues la experiencia había mostrado que una tal revelación de las vías de pensamiento escondidas para la conciencia, las vías por las cuales las ideas patológicas se entraman con el restante contenido psíquico, equivale a la solución de esos síntomas y trae por consecuencia la sujeción de la idea hasta entonces no inhibible. De la psicoterapia provino entonces el procedimiento del que me valí para la resolución de los sueños.
Ese procedimiento es de fácil descripción, aunque ponerlo en práctica exigiría enseñanza y ejercicio.
Cuando uno tiene que aplicarlo a otro, por ejemplo a un enfermo que padece de una representación angustiosa, se lo exhorta a que dirija su atención a la idea respectiva, mas no,
como él tantas veces ya lo ha hecho, para reflexionar sobre ella, sino para poner en claro todo cuanto se le ocurre sobre ella, sin excepción, y comunicarlo al médico. La aseveración, que tal vez emerja entonces, de que. la atención nada puede asir, uno la descarta asegurando enérgicamente que es del todo imposible esa falta de un contenido de representación. De hecho, muy pronto se obtienen numerosas ocurrencias a las que se anudan otras respecto de las cuales, empero, quien se observa a sí mismo se apresura a decir, por lo general, que son disparatadas o carecen de importancia, no vienen al caso, se le ocurrieron al azar y no guardan conexión con el tema dado. Enseguida se nota que esta crítica es la que ha excluido todas esas ocurrencias de la comunicación y aun, antes de eso, de su devenir-concientes. Si uno puede mover a la persona en cuestión para que renuncie a esa crítica sobre sus ocurrencias y siga hilando las series de pensamientos que se presentan a raíz de esa atención sostenida, se gana entonces un material psíquico que pronto se anuda nítidamente a la idea patológica adoptada por tema, despeja sus enlaces con otras ideas y, si se lo persigue más adelante, permite sustituir la idea enfermiza por una nueva que se inserta de una manera comprensible dentro de la trama anímica.
No es este el lugar para tratar por extenso las premisas en que ese experimento se basa, ni las conclusiones que pueden inferirse de su habitual buen éxito. Baste entonces con este
enunciado: a raíz de cualquier idea enfermiza alcanzamos un material suficiente para su solución si dirigimos nuestra atención, precisamente, a las asociaciones «involuntarias» que
«perturban nuestra reflexión» y que por lo común la crítica eliminaría como desechos sin valor.
Cuando uno practica sobre sí mismo este procedimiento, el mejor modo de procurarse un apoyo para la indagación es poner enseguida por escrito las ocurrencias, incomprensibles al
principio, que a uno le vienen.
Ahora quiero mostrar adónde llego si aplico este método de indagación al sueño. Para ello serviría de igual manera cualquier ejemplo de sueño; no obstante, por ciertos motivos escojo un sueño propio que en el recuerdo se me aparece falto de nitidez y de sentido, y que es recomendable por su brevedad. Quizá precisamente el sueño de la noche pasada satisfaría
esos requisitos. Su contenido, fijado inmediatamente después del despertar, rezaba de la siguiente manera: Una reunión de personas, banquete o «table d'ôhte(325)» … Se come
espinaca … La señora E. L. está sentada a mi lado, se me consagra por entero y pone confianzudamente su mano en mi rodilla. Yo le aparto la mano poniéndome a la defensiva. Ella dice entonces: «Pero ha tenido usted siempre unos ojos tan lindos … ». Yo veo entonces de manera no nítida algo como dos ojos a guisa de dibujo o como el contorno de unas galas …
Este es el sueño íntegro, o al menos todo lo que yo recuerdo de él Me parece oscuro y sin sentido, pero sobre todo extraño. La señora E. L. es una persona con quien apenas alguna vez
cultivé relaciones de amistad, y que yo sepa nunca la he deseado más entrañablemente. Hace mucho tiempo que no la veo, y no creo que en los últimos días se hubiese hablado de ella.
Ninguna clase de afectos acompañaron al proceso onírico.
El reflexionar sobre este sueño no lo acerca a mi comprensión. Pero ahora anotaré sin propósito deliberado y sin crítica las ocurrencias que la observación de mí mismo me brinden.
De inmediato caigo en la cuenta de que para ello es conveniente descomponer al sueño en sus elementos y pesquisar para cada uno de estos fragmentos las ocurrencias que se les anuden.
Reunión de personas, banquete o «table d'hôte». A esto se anuda enseguida el recuerdo de una vivencia nimia que puso término a la velada de ayer. Yo partía de una pequeña reunión
acompañado por un amigo que se ofreció a tomar un coche y llevarme a casa. «Prefiero un coche con taxímetro -dijo-; eso lo ocupa a uno tan agradablemente, uno siempre tiene algo a lo cual mirar». Cuando hubimos tomado asiento en el coche y el cochero acomodó el disco de suerte que pudieron verse los primeros sesenta céntimos, yo continué la broma: «Apenas
hemos subido y ya le debemos sesenta céntimos. El coche con taxímetro me recuerda siempre a la table d'hôte. Me pone mezquino y egoísta, sin cesar me recuerda mi deuda. Se me antoja que esta crece demasiado rápido, y yo temo salir chasqueado, justo como en la table d'hôte no puedo defenderme de una cómica aprensión, la de que me dan demasiado poco, que tendría que afanarme por sacar provecho». En un contexto más alejado a lo dicho, yo cito:
«Ihr führt ins Leben uns hinein, Ihr lasst den Armen schuldig werden». (ver nota)(326)
Una segunda ocurrencia sobre la table d'hôte: Unas semanas antes, en la mesa de restaurante de un paraje de las montañas del Tirol, me fastidié muchísimo con mi querida esposa porque ella no fue bastante reservada respecto de unos vecinos con quienes yo no quería trabar relación en absoluto. (ver nota)(327) Le rogué que se ocupara más de mí que del extraño. Por cierto, es como si yo en la «table d'hôte» hubiera salido chasqueado. Ahora se me ocurre la oposición entre el comportamiento de mi esposa en aquella mesa y el de la señora E. L. en el sueño, que se me consagra por entero.
Y más: ahora reparo en que el proceso onírico es la reproducción de una pequeña escena, semejante punto por punto, que tuvo lugar entre mi esposa y yo en la época en que yo la
pretendía secretamente. La caricia bajo el mantel fue la respuesta a una carta mía de serio requerimiento. En el sueño, empero, mi esposa está sustituida por la extraña E. L.
¡La señora E. L. es la hija de un hombre a quien yo he debido dinero! No puedo menos qu e reparar en que ahí se descubre un insospechado nexo entre los fragmentos del contenido del sueño y mis ocurrencias. Si avanzo por la cadena de asociaciones que parte de un elemento del contenido del sueño, pronto me veo reconducido a otro elemento de él. Mis ocurrencias sobre el sueño establecen conexiones que en el sueño mismo no son visibles.
Cuando alguien espera que otro se afane por procurarle provecho sin extraer de ello un provecho propio, ¿acaso no suele preguntársele irónicamente a ese cándido: «Cree usted que
esto o aquello le será dado por sus lindos ojos»? Hete aquí, entonces, que el dicho de la señora E. L. en el sueño, «Es que ha tenido usted siempre unos ojos tan lindos», no significa sino esto:
«A usted la gente siempre le ha dado todo por amor; usted lo ha tenido todo gratis». Lo contrario es, desde luego, lo cierto: Todo lo más o menos bueno que otros me concedieron, yo lo he pagado caro. Por eso, buena impresión tiene que haberme causado el que ayer yo tuviera gratis el coche en que mi amigo me llevó a casa.
Además, el amigo en cuya casa fuimos ayer los huéspedes me ha hecho muchas veces su deudor. No hace mucho dejé pasar, sin aprovecharla, una oportunidad de retribuirle. De mí tiene un único obsequio, un plato antiguo sobre el que se han pintado por doquier unos ojos; es uno de los llamados occhiale para defenderse del malocchio. Además, él es médico oculista. En esa misma velada le pregunté por una paciente que le había enviado para que le recetase gafas.
Según observo, casi todos los fragmentos del contenido del sueño se han acomodado dentro de la nueva trama. No obstante, para ser consecuente podría preguntar todavía: ¿Por qué en el sueño se come justamente espinaca? Porque espinaca me recuerda una pequeña escena que ocurrió hace poco en nuestra mesa familiar cuando uno de mis hijos -precisamente aquel de quien con derecho pueden alabarse los lindos ojos- se negó a comer espinaca. Yo mismo, de niño, hacía lo propio; la espinaca fue para mí, durante largo tiempo, un horror, hasta que más tarde mi gusto cambió y esta legumbre se alzó a la condición de plato predilecto. La mención de este plato establece, pues, un acercamiento entre mi juventud y la de mí hijo. «Date por contento de tener espinaca», reconvino la madre al pequeño gourmet. «Hay niños que se darían por bien satisfechos con espinaca». Así me son recordados los deberes de los padres hacia sus hijos. Las palabras de Goethe:
«Ihr führt ins Leben uns hineín,
Ihr lasst den Armen schuldig werden»
cobran en este contexto un nuevo sentido.
(Ver nota)(328)
Haré un alto aquí para echar una ojeada panorámica sobre los resultados obtenidos en el análisis del sueño. Siguiendo las asociaciones que se anudaron a los elementos singulares del
sueño, desprendidos de su trama, he llegado a una serie de pensamientos y de recuerdos en que me vi forzado a reconocer importantes exteriorizaciones de mi vida anímica. Este material, hallado mediante el análisis del sueño, está en relación estrecha con su contenido; no obstante, esa relación es de tal índole que lo nuevo que hallé nunca habría podido discernirlo a partir del contenido del sueño. Este era falto de afectos, inconexo e incomprensible; en cambio, mientras yo iba desenvolviendo los pensamientos que había tras el sueño, sentí mociones afectivas intensas y bien fundadas; los pensamientos mismos se compaginan destacadamente en cadenas de conexión lógica en las que ciertas representaciones aparecen repetidas veces como centrales. Así, los opuestos interés-desinterés, los elementos ser deudor y tener gratis, son representaciones centrales de este tipo, no subrogadas como tales en el sueño. Dentro del tejido que el análisis descubrió, yo podría estirar más los hilos y mostrar entonces que ellos convergen a un único punto nodal; pero miramientos de naturaleza no científica, sino privada, me impiden exhibir en público este trabajo. Tendría que dejar traslucir demasiadas cosas que mejor me guardo en secreto, pues se me pusieron en claro, por el camino hacia esta solución, toda suerte de cuestiones que de mal grado me confieso a mí mismo. Ahora bien, ¿por qué no escogí de preferencia otro sueño cuyo análisis se prestase mejor a ser comunicado, y así despertara mayor convencimiento sobre el sentido y la trama del material descubierto por análisis? He aquí la respuesta: porque todo sueño del que quisiera ocuparme me llevaría a esas mismas cosas de difícil comunicación y me pondría en idéntico caso de forzarme a guardar discreción. Y tampoco evitaría esta dificultad trayendo para el análisis el sueño de otro, a menos que las circunstancias permitiesen, sin perjuicio para quien se ha confiado a mí, dejar caer todos los velos.
La concepción que ahora se me impone desemboca en esto: el sueño es una suerte de sustituto de aquellas ilaciones de pensamiento rebosantes de afecto y ricas de sentido que yo
he alcanzado tras un análisis completo. Todavía no conozco el proceso que de estos pensamientos ha hecho nacer al sueño, pero bien veo que es equivocado tildarlo como un
proceso puramente corporal, falto de significado psíquico, que nacería por la actividad aislada de grupos singulares de células del cerebro despertadas del dormir.
Dos cosas he de apuntar todavía: que el contenido del sueño es mucho más breve que los pensamientos de los cuales lo considero el sustituto, y que el análisis ha revelado que el
suscitador del sueño fue un acontecimiento nimio de la velada anterior al soñar.
Desde luego, no extraeré una conclusión de tan vasto alcance teniendo ante mí un único análisis de sueño. Pero si la experiencia me ha mostrado que, persiguiendo las asociaciones
con abandono de toda crítica, desde cualquier sueño puedo llegar a una cadena tal de pensamientos, entre cuyos elementos retornan los ingredientes del sueño, y que están
interconectados de manera correcta y plena de sentido, debería resignarse sin dilación la mínima sospecha de que las tramas observadas la primera vez pudieran ser fruto del azar. Me
juzgo autorizado, entonces, a fijar la nueva intelección mediante un nombre. Al sueño, tal como se me aparece en el recuerdo, lo contrapongo al material correspondiente hallado por análisis; llamo al primero contenido manifiesto del sueño, y al segundo -para empezar, sin más distingos-, contenido latente del sueño. Me encuentro entonces frente a dos nuevos problemas, no formulados hasta ahora: 1) ¿Cuál es el proceso psíquico que ha trasportado el contenido latente del sueño a su contenido manifiesto, que me es conocido por el recuerdo?, y 2) ¿Cuál es el motivo o los motivos que han requerido esa trasposición? Al proceso de mudanza del contenido latente del sueño en su contenido manifiesto lo llamaré trabajo del sueño. Al correspondiente de ese trabajo, que realiza la trasmudación opuesta, lo conozco ya como trabajo de análisis. En cuanto a los otros problemas relativos al sueño, los interrogantes por sus suscitadores, por el origen del material onírico, por el eventual sentido del sueño y la función del soñar, y por las razones que provocan el olvido del sueño, no los elucidaré en el contenido manifiesto del sueño sino en este nuevo que hemos adquirido, el latente. Puesto que yo atribuyo a la ignorancia del contenido latente del sueño, que sólo puede revelarse mediante análisis, todas las indicaciones contradictorias y todas las equivocaciones que sobre la vida onírica hallamos en la bibliografía, en lo que sigue pondré el máximo cuidado para no confundir el sueño manifiesto con los pensamientos oníricos latentes.
III
La mudanza de los pensamientos oníricos latentes en el contenido manifiesto del sueño merece nuestra atención plena como el primer ejemplo llegado a nuestro conocimiento de trasposición de un material psíquico de una manera de expresión a otra, de una que nos resulta comprensible sin más a otra en cuya comprensión sólo podemos penetrar con guía y esfuerzo, aunque tiene que admitírsela, también a ella, como operación de nuestra actividad anímica.
Atendiendo a las relaciones entre su contenido manifiesto y el latente, los sueños admiten ser clasificados en tres categorías. Podemos distinguir, en primer lugar, los sueños que poseen
pleno sentido y son al mismo tiempo comprensibles, vale decir, se dejan insertar sin mayor objeción dentro de nuestra vida anímica. De esos sueños hay muchos; las más de las veces
son breves y en general nos parecen poco dignos de nota, pues les falta todo lo que mueva a asombro o a extrañeza. Su ocurrencia es, además, un fuerte argumento en contra de la
doctrina que atribuye el origen del sueño a una actividad aislada de unos grupos singulares de células del cerebro; faltan en esos sueños todos los rasgos de una actividad psíquica
disminuida o fragmentada y, no obstante, no se da el caso de que les objetemos su carácter de sueños ni los confundamos con los productos de la vigilia. Forman un segundo grupo aquellos sueños que son, por cierto, coherentes en sí mismos y poseen un sentido claro, pero producen un efecto extraño, porque no sabemos colocar este sentido dentro de nuestra vida anímica. Tal es el caso si soñamos, por ejemplo, que un pariente amado ha muerto de peste, cuando en verdad no tenemos razón alguna para una expectativa, una preocupación o una conjetura así, y nos preguntamos maravillados: ¿Cómo he dado con esta idea? Al tercer grupo, por último, pertenecen aquellos sueños a los que ya les falta sentido y comprensibilidad, que parecen incoherentes, confusos y disparatados. La abrumadora mayoría de los productos de nuestro soñar exhiben estos caracteres, que han dado pie al menosprecio por los sueños y a la teoría médica que los considera el producto de la actividad anímica restringida. Sobre todo en las composiciones oníricas más largas y complicadas, rara vez están ausentes las notas más evidentes de la incoherencia.
La oposición entre contenido latente y contenido manifiesto sólo tiene importancia, desde luego, para los sueños de la segunda categoría y, con mayor propiedad todavía, para los de la tercera.
Aquí se presentan los enigmas que únicamente se desvanecen cuando se ha sustituido el sueño manifiesto por el contenido de pensamientos latentes, y en un ejemplo de esta clase, en
un sueño confuso e incomprensible, ejercitamos también el análisis que precedió. Ahora bien, muy a pesar nuestro, tropezamos con motivos que nos movieron a defendernos, a no tomar un conocimiento cabal de los pensamientos oníricos latentes, y por la repetición de idénticas experiencias estaríamos autorizados a formular la conjetura de que entre el carácter
incomprensible y confuso del sueño y las dificultades que ofrece la comunicación de los pensamientos oníricos media un nexo íntimo y ajustado a ley. Antes de que exploremos la naturaleza de ese nexo, convendrá dirigir nuestro interés a los sueños de la primera categoría, los que se comprenden con facilidad, en los cuales contenido manifiesto y latente coinciden, y por ende el trabajo del sueño parece no haber intervenido.
La indagación de estos sueños es recomendable también desde otro punto de vista. En efecto, los sueños de los niños son de tal índole -plenos de sentido y no extraños- que, digámoslo de pasada, aportan una nueva refutación al intento de reconducir el sueño a una actividad cerebral disociada mientras se está dormido, pues, ¿por qué ese rebajamiento de las funciones
psíquicas se contaría entre los caracteres del estado del dormir en el adulto, mas no en el niño?
Ahora bien, nos es lícito, con pleno derecho, confiar en que el esclarecimiento de procesos psíquicos en el niño, donde quizás estén simplificados a lo esencial, demostrará ser un
indispensable trabajo preparatorio para la indagación de la psicología del adulto.
Por tanto, comunicaré algunos ejemplos de sueños que he recopilado de niños. Una niña de diecinueve meses debió guardar ayuno todo un día porque había vomitado por la mañana y,
según lo dicho por la niñera, se había indigestado con fresas. La noche que siguió a ese día de hambre se la oyó decir en sueños su nombre y agregar: «Er(d)beer, Hochbeer, Eier(s)peis, Papp». (ver nota)(329) Sueña, entonces, que come, y de su menú destaca precisamente aquello que en los días inmediatos, según supone, le será mezquinado. De parecida manera sueña c on un goce frustrado un varoncito de veintidós meses que, el día antes, se había visto forzado a ofrendar a su tío una cesta rebosante de frescas cerezas, de las que, desde luego, le dejaron probar sólo algunas. Despierta con esta gozosa comunicación: «He(r)mann alle Kirschen aufgessen!(330)». Una niñita de tres años y tres meses había dado durante el día un paseo por el lago que seguramente le pareció corto, pues se echó a llorar cuando debió desembarcar. A la mañana siguiente contó que durante la noche había viajado por el lago; prosiguió, pues, el interrumpido paseo. – Un varón de cinco años y tres meses pareció quedar poco satisfecho de una excursión por la comarca del Dachstein(331); quería :saber, cada vez que se divisaba un nuevo monte, si ese era el Dachstein, y después se negó a sumarse a una caminata hasta una caída de agua. Su comportamiento se atribuyó a fatiga, pero se explicó mejor cuando, a la mañana siguiente, contó su sueño: Había escalado el Dachstein. Es evidente, había esperado que el escalamiento del Dachstein sería la meta de la excursión y se contrarió al no ver el anhelado monte. En el sueño recuperó lo que el día no quiso brindarle. –
Idénticamente procedió el sueño de una niña de seis años(332) cuyo padre, por lo avanzado de la hora, hubo de interrumpir un paseo antes de alcanzada la meta. De regreso le saltó a la vista un cartel indicador que nombraba otro lugar de excursión, y el padre le había prometido que otro día la llevaría también ahí. A la mañana siguiente recibió a su padre con la comunicación de que por la noche soñó que el padre había estado con ella en un lugar y también en el otro.
Lo común a estos sueños infantiles salta a la vista. Cumplen cabalmente deseos que se avivaron durante el día y quedaron incumplidos. Son simples, y no disfrazados, cumplimientos
de deseo.
No otra cosa que un cumplimiento de deseo es, asimismo, el siguiente sueño infantil, a primera vista no del todo comprensible. Una niña que todavía no tenía cuatro años fue llevada desde el campo a la ciudad a causa de una afección poliomielítica y pernoctó en casa de una tía sin hijos, en una cama grande -en extremo grande, desde luego, para ella-. A la mañana siguiente informó que había soñado que la cama le quedaba tan chica que no cabía en ella. La solución de este sueño como sueño de deseo se obtiene con facilidad si se recuerda que «ser grande» es un deseo, a menudo también expreso, de los niños. El grandor de la cama le hacía presente a la agrandada niña su pequeñez, remarcándosela en demasía; por eso corrigió en el sueño esa proporción que le disgustaba, y se hizo tan grande que aun esa gran cama le quedaba demasiado chica.
Por más que el contenido de los sueños infantiles se complique y sutilice, es en todos los casos evidente que ha de concebírselos como cumplimientos de deseo. Un muchacho de ocho años soñó que viajaba con Aquiles en el carro de guerra, y Diomedes era el auriga. Pudo demostrarse que días antes se había absorbido en la lectura de unas sagas de héroes griegos;
fácil es comprobar que tomó a esos héroes por modelo y lamentaba no vivir en aquella época.
(ver nota)(333)
De esta pequeña recopilación resalta, de inmediato, un segundo carácter de los sueños infantiles: su nexo con la vida diurna. Los deseos que en ellos se cumplen quedaron pendientes
del día, por regla general de la víspera, y en el pensamiento de vigilia estuvieron provistos de una intensa tonalidad de sentimiento. Lo inesencial e indiferente, o lo que al niño tiene que parecerle tal, no ha hallado acogida ninguna en el contenido del sueño.
También en adultos pueden recopilarse numerosos ejemplos de tales sueños de tipo infantil, que, empero, como dijimos, las más de las veces son de sucinto contenido. Una serie de
personas responden regularmente al estímulo nocturno de sed con el sueño de que beben, que así aspira a quitar del medio el estímulo y a proseguir el dormir. En muchos hombres hallamos tales sueños de comodidad a menudo antes del despertar, cuando se ven requeridos a levantarse. Sueñan entonces que ya están levantados, frente al lavabo, 0 ya se encuentran en la escuela, en la oficina, etc., dondequiera que deban estar a una hora fija. La noche anterior a un viaje proyectado no rara vez se sueña que se ha llegado al lugar de destino; antes de una representación teatral, de una reunión social, no pocas veces el sueño anticipa -impaciente, por así decirlo- el contento esperado. En otras oportunidades el sueño expresa el cumplimiento de deseo en un grado más indirecto; hace falta todavía establecer un vínculo, una relación de consecuencia, y por tanto el esbozo de un trabajo de interpretación, para reconocer ese cumplimiento de deseo. Así, un hombre me cuenta el sueño de su joven mujer: Le ha venido el período. No puedo menos que pensar que el período no llega, y por eso la joven señora espera inquieta un embarazo. Entonces, la comunicación del sueño es un anuncio de embarazo, y el sentido del sueño es que muestra cumplido el deseo de que el embarazo se retrase todavía un tiempo. En circunstancias desacostumbradas y extremas tales sueños de carácter infantil son particularmente frecuentes. El jefe de una expedición al polo, por ejemplo, informa que los hombres de su destacamento, durante el período de invernada en medio de los hielos, con su monótona dieta y sus magras raciones, soñaban regularmente, como los niños, con grandes banquetes, montañas de tabaco, y que estaban en casa. (ver nota)(334)
No es inusual que de un sueño largo, complicado y confuso en general, se destaque un fragmento particularmente claro que contiene un inequívoco cumplimiento de deseo, pero está
soldado con otro material incomprensible, Si uno hace repetidas veces el experimento de analizar también los sueños en apariencia trasparentes(335) de adultos, averigua, para su
sorpresa, que raramente son tan simples como los sueños infantiles, y que tal vez tras cierto [evidente] cumplimiento de deseo ocultan otro sentido.
Sería, es claro, una solución simple y satisfactoria del enigma de los :sueños que el trabajo de análisis llegara a posibilitarnos reconducir también los sueños sin sentido y confusos de adultos al tipo infantil del cumplimiento de un deseo que durante el día se sintió con intensidad.
Ciertamente, las apariencias no se pronuncian en favor de esta expectativa. Los sueños rebosan la mayoría de las veces del material más indiferente y ajeno, y en su contenido no hay
indicio alguno de cumplimiento de un deseo.
Pero antes de abandonar los sueños infantiles, que son cumplimientos no disfrazados de deseo, no queremos dejar de mencionar uno de los caracteres principales del sueño, hace
tiempo señalado, que justo en este grupo resalta con la mayor pureza. A todos estos sueños puedo sustituirlos por un enunciado desiderativo: «¡Ojalá el paseo por el lago hubiera durado
más! », « ¡Qué ganas tengo de estar ya aseado y vestido! », «¡Si pudiera guardarme las cerezas en vez de dárselas a mi tío! ». Pero el sueño da algo más que este enunciado
desiderativo. Muestra al deseo como cumplido, figura ese cumplimiento como real y presente, y el material de la figuración onírica se compone predominantemente -aunque no de manera exclusiva- de situaciones y de imágenes sensoriales, en su mayoría de índole visual. Tampoco en este grupo, por tanto, se echa de menos una suerte de trasmudación -que es lícito designar como trabajo del sueño- Un pensamiento en modo desiderativo es sustituido por tina intuición {sensible(336)} en tiempo presente.
IV
Nos inclinaremos a conjeturar que una trasposición así, a una situación, se ha producido también en el caso de los sueños confusos, aunque no podemos saber si también aquí recayó
sobre un enunciado desiderativo. El ejemplo de sueño que comunicamos al principio, y en cuyo análisis nos hemos internado un tramo, en dos puntos nos da ocasión sin duda de sospechar algo de esa índole. En el análisis acontece que mi mujer se ocupa de otros estando a la mesa, y yo me resiento de ello con desagrado; el sueño contiene exactamente lo contrario, a saber, que la persona que sustituye a mi mujer se me consagra por entero. Ahora bien, ¿a qué deseo puede dar mejor ocasión una vivencia desagradable, si no al de que acontezca lo contrario de eso, tal como se contiene, consumado, en el sueño? Y en una relación completamente análoga se encuentra el amargo pensamiento del análisis, que nunca he tenido nada gratis, con lo dicho por la señora en el sueño: «Es que ha tenido usted siempre unos ojos tan lindos». Una parte de las oposiciones entre contenido manifiesto y contenido latente del sueño, por tanto, admite reconducirse a cumplimiento de deseo.
Más llamativa es, empero, otra operación del trabajo del sueño, por la cual son producidos los sueños incoherentes. Si en un ejemplo cualquiera se compara el número de los elementos de representación, o la extensión que abarcan puestos por escrito, en el sueño y en los pensamientos oníricos a que conduce el análisis y de los que se reencuentra en aquel una
huella, entonces no cabe duda de que el trabajo del sueño ha producido aquí una enorme compresión o condensación. Sobre la medida de esta condensación no es posible formarse un
juicio desde el principio; pero se nos impone tanto más cuanto más hemos penetrado en el análisis del sueño. Es que no se encuentra ningún elemento del contenido del sueño desde el
cual los hilos de la asociación no se separen en dos o más direcciones, y ninguna situación que no esté formada por retazos de dos o más impresiones y vivencias. Vaya un ejemplo: cierta vez soñé con una suerte de piscina en que los bañistas se dispersaban en todas direcciones; en un lugar del borde estaba de pie una persona que se inclinaba hacia uno de ellos como para izarlo.
La situación estaba compuesta del recuerdo de una vivencia de la época de mi pubertad y de dos cuadros, uno de los cuales yo había visto poco antes del sueño. Los dos cuadros eran
estos: el de las ninfas sorprendidas en el baño, del ciclo Melusina de Schwind (véanse los bañistas que se dispersan [en el sueño] ), y una representación del diluvio universal de un
maestro italiano. Ahora bien, la pequeña vivencia de mi pubertad había consistido en que pude ver cómo en la escuela de natación el profesor ayudaba a salir del agua a una dama que se
había demorado hasta el ingreso del turno de caballeros. En el ejemplo escogido antes, el análisis de la situación me lleva a una pequeña serie de recuerdos de los que cada uno ha
contribuido con algo al contenido del sueño. Primero, está la breve escena del tiempo de mi requerimiento de amores, de la que ya hablé; un estrechamiento de manos bajo la mesa,
ocurrido entonces, brindó para el sueño el detalle «bajo la mesa», cuyo recuerdo tengo que introducir con posterioridad. Del «consagrárseme por entero», desde luego, ni hablar en ese
entonces; yo sé por el análisis que este elemento es el cumplimiento de deseo por oposición, que corresponde a la conducta de mi mujer en la table d'hôte. Tras este recuerdo reciente se oculta, sin embargo, una escena parecidísima y mucho más importante de la época de nuestros esponsales, que nos tuvo en discordia un día entero. La confianza de poner la mano
sobre la rodilla pertenece a un contexto completamente diferente y a otras personas que nada tienen que ver. Este elemento onírico deviene, a su vez, el punto de partida de dos particulares series mnémicas, etc.
El material de pensamientos oníricos reunido para formar la situación del sueño tiene que ser apto de antemano, desde luego, para ese uso. A tal fin se requiere que algo común -o varias
cosas comunes- esté presente en todos los componentes. El trabajo del sueño procede entonces como Francis Galton para producir sus fotografías de familia. Hace coincidir los
diversos componentes como superponiéndolos tinos a otros; entonces aparece nítidamente destacado lo común en la imagen conjunta, pues los detalles discordantes casi se eliminan
entre sí. Este proceso de producción explica también en parte los cambiantes grados de característica nebulosidad de tantos elementos del contenido del sueño. La interpretación del
sueño formula, apoyándose en esta intelección, la siguiente regla: Toda vez que en el análisis algo no determinado admite resolverse todavía en un «o bien … o bien», hay que sustituirlo, para la interpretación, mediante una «y» y tomar cada miembro de esa aparente alternativa como punto de arranque independiente de una serie de ocurrencias.
Allí donde no están presentes esos rasgos comunes entre los pensamientos oníricos, el trabajo del sueño se empeña en crearlos para posibilitar su figuración común dentro del sueño. El
camino más cómodo para aproximar entre sí dos pensamientos oníricos que todavía no tienen nada común consiste en alterar la expresión lingüística de uno de ellos; para concordar con este último, tal vez el otro se le acerque asimismo mediante un correspondiente trasvasamiento a otra expresión. Es este un proceso parecido al de la versificación rimada, en la cual la
consonancia hace las veces de lo común que se busca. Buena parte del trabajo del sueño consiste en la creación de tales pensamientos intermedios, que aparecen sobradamente
ingeniosos muchas veces, pero a menudo también forzados; ellos, desde la figuración común en el interior del contenido [manifiesto] del sueño, echan un puente hasta los pensamientos
oníricos motivados por las ocasiones del sueño y diversos en su forma y en su esencia. En el análisis de nuestro ejemplo de sueño encuentro un caso así de remodelamiento de un
pensamiento para hacerlo coincidir con otro, que por esencia le es ajeno. En efecto, en la prosecución del análisis tropiezo con este pensamiento: «Yo querría tener alguna vez algo
gratis»; pero esta forma no es utilizable para el contenido del sueño. Por ¿so es sustituida por una nueva: «De buena gana querría gozar de algo sin tener "gastos"». Ahora bien, la palabra
Kosten {gastos} se adecua, por su segunda acepción {probar}, al círculo de representaciones de la table d'hôte, y puede hallar su figuración mediante la espinaca que se come en el sueño.
Cuando en casa se trae a la mesa un manjar que es rechazado por los niños, la madre ensaya primero la vía de la persuasión y los exhorta: «Prueben {Kosten} aunque sea un pedacito». Que el trabajo del sueño explote tan sin reparos la ambigüedad de las palabras parece sin duda insólito, pero una experiencia más rica nos lo presenta como un proceso enteramente habitual.
Por el trabajo de condensación del sueño se explican también ciertos ingredientes de su contenido que son sólo propios de él y no se encuentran en el representar de vigilia. Son las
personas de acumulación y personas mixtas, y los extraños productos mixtos, creaciones comparables a esas mesturas de animales que compone la fantasía de los pueblos orientales, y que, empero, en nuestro pensamiento ya se han cristalizado en formas estereotipadas, mientras que las composiciones oníricas los recrean siempre de nuevo con una riqueza
inextinguible. Por sus propios sueños, cada uno de nosotros conoce tales productos; las maneras de su producción son en extremo variadas. Yo puedo componer una persona
prestándole rasgos de una y de otra, o dándole la figura de una y pensándole en el sueño al mismo tiempo el nombre de la otra, o puedo representarme a una persona visualmente, pero
ponerla en tina situación que aconteció con la otra. En todos estos casos la contracción de diversas personas dentro del contenido del sueño en una única, su subrogada, es plena de
sentido, está destinada a representar una «y», un «así como», una equiparación de las personas originales en algún aspecto, que también en el sueño mismo puede estar
mencionado. Por regla general, no obstante, sólo el análisis permite pesquisar esta comunidad de las personas fusionadas, y en el contenido del sueño no se la indica sino, justamente, por la formación de la persona de acumulación.
Esa misma diversidad de la manera de producción, e idéntica regla para resolverla, valen para los productos mixtos en que es incalculablemente fértil el contenido del sueño y de los que por cierto no me hace falta citar ejemplos. Su carácter insólito se disipa del todo si nos decidirnos a no clasificarlos en la misma serie que a los objetos de la percepción de vigilia, acordándonos de que constituyen un producto de la condensación onírica y ponen de relieve, en abreviación justa, un carácter común de los objetos así combinados. Esa comunidad ha de discernirse también las más de las veces por el análisis. El contenido del sueño sólo enuncia, por así decirlo: Todas estas cosas tienen en común algo X. La descomposición de tales productos mixtos mediante el análisis lleva a menudo por el camino más corto al significado del sueño. – Así, soñé cierta vez que estaba sentado con uno de mis primeros profesores universitarios en un banco que, en medio de otros bancos, experimentaba un rápido movimiento hacia adelante. Esta era una combinación de una sala de conferencias y de un trottoir roulant(337). Omito proseguir aquí con ese pensamiento. – Otra vez estaba yo sentado en un vagón de ferrocarril y tenía en el regazo un objeto en forma de sombrero cilíndrico, pero confeccionado con vidrio trasparente. La situación hace que al punto se me ocurra el refrán: «Con el sombrero en la mano caigo bien en todos lados(338)». El cilindro de vidrio me trae a la memoria, por un breve rodeo, la luz de Auer [lámpara de gas incandescente], y yo sé enseguida que me gustaría hacer un descubrimiento que me proporcionara tanta riqueza e independencia como dejó a mí compatriota, el doctor Auer von WeIsbach, el suyo, y que querría viajar en vez de permanecer en Viena. En el sueño viajo yo con mi descubrimiento, el sombrero cilíndrico de vidrio (todavía no consagrado por el uso, es cierto). – El trabajo del sueño gusta en extremo de figurar dos representaciones, situadas en un vínculo de oposición, mediante idéntico producto mixto; así, una mujer se ve en el ;sueño portadora de un alto ramo florido, según es figurado el ángel en los cuadros de la Anunciación de María (inocencia; María es el nombre de ella), pero el ramo está poblado de grandes flores blancas(339), que semejan camelias (opuesto a la inocencia: La dama de las camelias).
Buena parte de lo que hemos averiguado acerca de la condensación onírica se deja resumir en esta fórmula: Cada uno de los elementos del contenido del sueño está sobredeterminado por el material de los pensamientos oníricos; su genealogía no reconduce a un elemento único de los pensamientos oníricos, sino a una serie entera de ellos que en modo alguno tienen por fuerza que ser contiguos, sino que pueden pertenecer a las más diferentes regiones del tejido de pensamientos. El elemento onírico es, en el sentido cabal de la palabra, el subrogado dentro del contenido del sueño de todo ese material dispar. Pero el análisis descubre todavía otro costado del complejo vínculo entre contenido del sueño y pensamientos oníricos. Así como desde cada elemento del sueño hay conexiones que llevan a varios pensamientos oníricos, así también por regla general un pensamiento onírico está subrogado por más de un elemento del sueño; los hilos de la asociación no convergen simplemente desde los pensamientos oníricos hasta el contenido del sueño, sino que en el camino se entrecruzan y entretejen de múltiples modos.
Junto a la mudanza de un pensamiento en una situación (la «dramatización»), la condensación es el carácter más importante y peculiar del trabajo del sueño. Nada se nos ha develado por
ahora acerca de algún motivo que habría forzado a semejante compresión del contenido.
V
En el caso de los sueños complicados y confusos, de los que ahora pasamos a ocuparnos, la impresión de desemejanza entre contenido del sueño y pensamientos oníricos no se deja
reconducir por completo a condensación y dramatización. Se nos ofrecen testimonios de la operación de un tercer factor, merecedores de que se los recopile con cuidado.
En primer lugar, noto, cuando por el análisis he llegado al conocimiento de los pensamientos oníricos, que el contenido manifiesto del sueño maneja un material totalmente diverso del
manejado por los pensamientos latentes. Por cierto, esta es sólo una apariencia que se disipa con una indagación más precisa, pues al final reencuentro a todo el contenido del sueño
declarado en los pensamientos oníricos, y a casi todos estos, subrogados por aquel. No obstante, algo de esa diferencia persiste. Lo que en el sueño debía tildarse decidida y
claramente de contenido esencial tiene que contentarse, tras el análisis, con un papel en extremo subordinado entre los pensamientos oníricos; y en cuanto a aquello que, después de
que lo declararon mis sentimientos, tiene entre los pensamientos oníricos el derecho a la máxima atención, o bien nada de su material de representaciones se encuentra en el contenido
del sueño, o bien está subrogado por una alusión remota en una región no nítida del sueño.
Puedo describir así este hecho: Durante el trabajo del sueño la intensidad psíquica se traspasa, de unos pensamientos y representaciones a los que justificadamente les corresponde, a otros que, a mi juicio, no tienen derecho alguno a ser destacados así. Ningún otro proceso contribuye tanto a esconder el sentido del sueño y a volverme irreconocible la trabazón entre contenido del sueño y pensamientos oníricos. En este proceso, que llamo desplazamiento onírico, veo también trasponerse la intensidad, importancia o afectividad psíquicas de los pensamientos en cuanto a su vivacidad sensorial. Lo más nítido en el contenido del sueño me parece sin duda lo más importante; pero [por el desplazamiento ocurrido] en un elemento no nítido del sueño a menudo puedo reconocer el retoño más directo del pensamiento onírico esencial.
Lo que he llamado «desplazamiento onírico» pude designarlo también subversión de las valencias psíquicas. (ver nota)(340) Pero no habré apreciado el fenómeno de manera
exhaustiva si no agrego que este trabajo de desplazamiento o de subversión participa muy variablemente en los diversos sueños. Los hay que se han producido casi sin desplazamiento.
Estos son al mismo tiempo los plenos de sentido y comprensibles, según tomamos conocimiento de ello, por ejemplo, en los sueños de deseo no disfrazados. En otros sueños, ni
un fragmento siquiera de los pensamientos oníricos ha conservado el valor psíquico que le es propio, o bien todo lo esencial de los pensamientos oníricos aparece sustituido por algo
accesorio; entre esos dos extremos puede reconocerse la serie más completa de transiciones.
Cuanto más oscuro y confuso es un sueño, tanto mayor es la parte que lícitamente puede adscribirse, en su formación, al factor del desplazamiento.
El ejemplo que escogimos para analizar exhibe por lo menos un grado de desplazamiento tal que su contenido aparece centrado diversamente que los pensamientos oníricos. Esfuerza
hasta el primer plano del contenido del sueño una situación en la que una mujer parecería hacerme unos avances(341); en los pensamientos oníricos, el centro de gravedad descansa en
el deseo de gozar alguna vez de un amor desinteresado, que «nada cuesta», y esta idea se esconde tras el giro idiomático de los lindos ojos y tras la remota alusión a «espinaca».
Si por el análisis deshacemos el desplazamiento onírico, alcanzamos plena certeza sobre dos problemas del sueño, muy discutidos: el de los excitadores del sueño y el del vínculo de este
con la vida de vigilia. Hay sueños que dejan traslucir directamente su anudamiento a las vivencias del día; en otros no se descubre huella alguna de un vínculo tal. Sí después se
demanda el auxilio del análisis, puede mostrarse que todo sueño, sin excepción posible, se anuda a una impresión de los últimos días -probablemente sea más correcto decir: del día
anterior al sueño (el día del sueño)-. La impresión sobre la que recae el papel de excitador del sueño puede ser tan importante que el ocuparnos de ella en la vigilia no nos mueva a asombro, y en este caso decimos del sueño, con derecho, que prosigue los intereses importantes de la vida de vigilia. Pero toda vez que en el contenido del sueño aparece un vínculo con una impresión diurna, lo común es que esta sea tan ínfima, tan irrelevante y merecedora de olvido, que nosotros mismos no podemos sin algún trabajo recobrar el recuerdo de ella. El contenido del sueño parece entonces, aun donde es coherente y comprensible, ocuparse de las fruslerías más indiferentes, que si estuviéramos despiertos serían indignas de nuestro interés. Buena parte del menosprecio en que se tiene al sueño deriva de esta preferencia suya por lo indiferente y por introducir unas naderías en su contenido.
El análisis destruye la apariencia en que se funda ese juicio menospreciador. Donde el contenido del sueño pone en primer plano, como excitadora, una impresión indiferente, ahí el
análisis pesquisa por lo general la vivencia importante, la que emociona con derecho, que se sustituye por la indiferente, con la cual ha entrado en vastas conexiones asociativas. Donde el
contenido del sueño trata un material de representaciones falto de importancia y de interés, ahí el análisis descubre las numerosas vías de conexión por cuyo intermedio eso sin valor se
entrama con lo más valioso en la estimación psíquica del individuo. Que en lugar de la impresión justificadamente excitadora se recoja en el contenido del sueño la indiferente, y en vez del material que con derecho interesa llegue a él uno desdeñable, no son sino obras del trabajo de desplazamiento. Si atendiendo a las intelecciones ganadas a raíz de la sustitución del contenido manifiesto del sueño por su contenido latente se busca dar respuesta a las preguntas acerca de los excitadores del sueño y de lo que entrama al soñar con los afanes cotidiano!, es preciso decir: El sueño jamás se ocupa de cosas que tampoco durante el día serían dignas de ocuparnos, y pequeñeces que de día no nos acosan tampoco tienen poder para perseguirnos cuando dormimos.
¿Cuál es el excitador del sueño en el ejemplo que hemos escogido? La vivencia, en verdad trivial, de que un amigo me procuró un viaje en coche gratis. La situación de la table d'hôte en el sueño contiene una alusión a esta ocasión indiferente, pues durante el diálogo yo había parangonado al coche de taxímetro con la table d'hóte. Pero también puedo indicar la vivencia importante que se deja subrogar por esta, mezquina. Pocos días antes había hecho yo un fuerte desembolso en beneficio de una persona de mi familia que me es querida. «Vaya maravilla», se dice en los pensamientos oníricos, «que esta persona haya de estarme agradecida por eso; ese amor no sería "gratis"». Ahora bien, un amor gratis se sitúa en el primer plano entre los pensamientos oníricos. Que no hace mucho tiempo yo hice varios viajes en coche con el pariente en cuestión habilita a este otro viaje en coche con mi amigo para hacerme acordar de los vínculos con aquella otra persona. La impresión indiferente que por esos enlaces se convierte en el excitador del sueño está sometida todavía a una condición que no rige para la fuente real del sueño: en todos los casos tiene que ser una impresión reciente, que provenga del día del sueño.
No puedo abandonar el tema del desplazamiento onírico sin traer a colación un extraordinario proceso que ocurre en la formación del sueño, y a cuyo efecto cooperan condensación y
desplazamiento. Ya a raíz de la condensación hemos tomado conocimiento de este caso: dos representaciones incluidas en los pensamientos oníricos, que poseen algo común, un punto de contacto, son sustituidas en el contenido del sueño por una representación mixta en la que un núcleo más nítido corresponde a lo común, y unas determinaciones colaterales no nítidas, a las particularidades de ambas. Si a esta condensación se suma un desplazamiento, no se arriba a la formación de una representación mixta, sino de algo común intermedio, que se relaciona con los elementos singulares parecidamente a como lo hace, en el paralelogramo de fuerzas, la resultante respecto de sus componentes. Dentro del contenido de uno de mis sueños, por ejemplo, se habla de una inyección con propilo. En el análisis alcanzo al principio sólo una vivencia indiferente, eficaz como excitador del sueño, en la que «amilo» desempeña un papel.
Pero todavía no puedo justificar la permutación de amilo por propilo. Ahora bien, al círculo de pensamientos de este mismo sueño pertenece también el recuerdo de una visita a Munich,
donde los propileos(342) me llamaron la atención. Las circunstancias inmediatas del análisis inducen a conjeturar que fue la influencia de este segundo círculo de representaciones sobre el primero la responsable del desplazamiento desde amilo hasta propilo. Propilo es, por así decir, una representación intermedia entre amilo y propileos, y por eso ha alcanzado el contenido del sueño a la manera de un compromiso, mediante una condensación y un desplazamiento simultáneos. (ver nota)(343)
Más acuciantemente aún que en el caso de la condensación sale a relucir aquí, en el trabajo de desplazamiento, la necesidad de descubrirles un motivo a estos enigmáticos empeños del
trabajo del sueño.
VI
Si ha de cargarse principalmente a la cuenta del trabajo de desplazamiento el que a veces no se reencuentren o no se reconozcan en el contenido del sueño los pensamientos oníricos -sin
que lleguemos a colegir el motivo de semejante desfiguración-, hay otro modo de trasmudación, mitigado, que se emprende con los pensamientos oníricos y lleva a descubrir una operación nueva, pero fácilmente comprensible, del trabajo del sueño, a saber: los pensamientos oníricos más inmediatos que uno llega a desplegar por medio del análisis resultan con frecuencia llamativos por su insólita vestidura; no parecen vertidos en las sobrias formas idiomáticas de que nuestro pensamiento se sirve preferentemente, sino que están figurados más bien de una manera simbólica, mediante símiles y metáforas, cual sucede en el lenguaje de la poesía, pletórico de imágenes. No es difícil descubrir la motivación de ese grado de constreñimiento en la expresión de los pensamientos oníricos. El contenido [manifiesto] del sueño consiste las más de las veces en situaciones visuales; los pensamientos oníricos, por eso, tienen que soportar primero todo un acomodamiento que los haga aptos para ese modo de figuración. Imagínese, por ejemplo, la tarea que significaría sustituir las frases de un artículo editorial sobre un tema político, o de un alegato presentado a tribunales, mediante una serie de trazos figurales; con facilidad se comprenderán las alteraciones a que fuerza al trabajo del sueño el miramiento por la figurabilidad en el contenido del sueño.
Entre el material psíquico de los pensamientos oníricos se encuentran, en general, recuerdos de vivencias impresionantes -no es raro que de la primera infancia-, que, por tanto, en sí
mismas han sido aprehendidas como situaciones de contenido casi siempre visual. Toda vez que ello es posible, este ingrediente de los pensamientos oníricos ejerce un influjo determinante sobre la conformación del contenido del sueño, operando, por así decir, como un punto de cristalización, con efectos de atracción y distribución sobre el material de los pensamientos oníricos. La situación del sueño no es a menudo más que una repetición modificada, y complicada por intercalaciones, de una de esas vivencias impresionantes; en cambio, sólo muy rara vez brinda el sueño una reproducción fiel e incontaminada de escenas reales.
Ahora bien, el contenido del sueño no consiste con exclusividad en situaciones sino que incluye también jirones desunidos de imágenes visuales, dichos y aun fragmentos de pensamientos
inmodificados. Quizá sea interesante, por eso, que pasemos revista de la manera más sucinta a los medios de figuración de que dispone el trabajo del sueño para reproducir los
pensamientos oníricos en el peculiar modo de expresión del sueño.
Los pensamientos oníricos que llegamos a averiguar por medio del análisis se nos muestran como un complejo psíquico de una construcción enredada al máximo. Sus fragmentos
mantienen entre sí las más diversas relaciones lógicas; forman primeros planos y trasfondo, condiciones, digresiones, elucidaciones, argumentaciones y objeciones. Por lo regular, junto a
una ilación de pensamiento se sitúa su réplica contradictoria. A este material no le falta ninguno de los caracteres que nos son familiares por nuestro pensamiento despierto. Pero sí a toda
costa ha de convertirse en un sueño, ese material psíquico es sometido a una compresión que lo condensa enormemente, a un desgarramiento interno y a un desplazamiento que, por así
decir, crean superficies nuevas, y a una influencia selectiva ejercida por los ingredientes más idóneos para formar una situación. Si se atiende a la génesis de este material, un proceso así
merece el nombre de «regresión». Los lazos lógicos que hasta ese momento unían al material psíquico se pierden ahora a raíz de su trasmudación en el contenido del sueño. El trabajo del
sueño sólo recoge para elaborarlo el contenido concreto, digámoslo así, de los pensamientos oníricos. Queda para el trabajo del análisis establecer los nexos que el trabajo del sueño
aniquiló.
Los medios de expresión del sueño han de tildarse, pues, de mezquinos por comparación con los de nuestro lenguaje conceptual, a pesar de lo cual el sueño no necesita renunciar del todo a reproducir las relaciones lógicas entre los pensamientos oníricos; más bien logra con bastante frecuencia sustituirlos por caracteres formales de su propia ensambladura.
El sueño, en primer término, da razón del vínculo innegable entre todos los fragmentos de los pensamientos oníricos por el hecho de que unifica este material en una situación. Refleja un
nexo lógico como aproximación en el tiempo y en el espacio, a semejanza del pintor qué reúne en el cuadro del Parnaso a unos poetas que jamás estuvieron juntos en la cima de un monte, pero que conceptualmente forman una comunidad. (ver nota)(344) Prosigue este modo de figuración hasta el detalle, y a menudo, si en su contenido muestra a dos elementos próximos el uno al otro, es garantía de que hay un nexo particularmente estrecho entre sus correspondientes de los pensamientos oníricos. Cabe apuntar aquí, por lo demás, que todos los sueños producidos en una misma noche dejan conocer, en el análisis, que proceden de idéntico círculo de pensamientos.
El vínculo causal entre dos pensamientos es o bien abandonado sin figuración o bien sustituido por la sucesión de dos fragmentos de sueño de diferente longitud. Con frecuencia esta
figuración es invertida, brindando el comienzo del sueño la conclusión, y su final, la premisa. La mudanza directa de una cosa en otra parece figurar en el sueño la relación de causa y efecto.
El sueño nunca expresa la alternativa «o bien … o bien», sino que recoge dentro de idéntica trama a sus dos miembros como igualmente justificados. He mencionado ya que un «o bien. . .o bien» usado en la reproducción del sueño ha de traducirse por «y».
Representaciones que están en oposición unas con otras son expresadas de preferencia en el sueño mediante idéntico elemento. (ver nota)(345) El «no» parece no existir para el sueño. La oposición entre dos pensamientos, la relación de inversión, halla en él una figuración en extremo notable. Es expresada por el hecho de que otro fragmento del contenido del sueño
-como si fuera con posterioridad- es trastornado hacia su contrario. De otra manera de expresar contradicción tomaremos conocimiento más adelante. También la sensación del movimiento inhibido, tan común en el sueño, sirve para figurar una contradicción entre impulsos: un conflicto de la voluntad.
Entre las relaciones lógicas hay una sola, la de la semejanza, la comunidad, la concordancia, que favorece en altísimo grado al mecanismo de la formación del sueño. El trabajo del sueño se sirve de estos casos como puntos de apoyo para la condensación onírica, en la medida en que a todo cuanto exhibe una tal concordancia lo comprime en una nueva unidad.
Esta breve serie de apuntamientos groseros no basta, desde luego, para estimar en su integridad la multitud de medios formales de figuración de que el sueño dispone para las
relaciones lógicas entre los pensamientos oníricos. Los diversos sueños están trabajados en este aspecto con mayor fineza o descuido, se han atenido con exactitud mayor o menor al texto que les fue presentado, han recurrido con mayor o menor amplitud a los medios auxiliares del trabajo del sueño. En la segunda de estas alternativas, se muestran oscuros, confusos,
incoherentes. Ahora bien, toda vez que el sueño aparece palmariamente absurdo, que incluye en su contenido un contrasentido evidente, es así con un propósito y expresa, por su aparente descuido de todos los requerimientos lógicos, una porción del contenido intelectual de los pensamientos oníricos. Lo absurdo en el sueño significa contradicción, escarnio o burla en los pensamientos oníricos. Puesto que este esclarecimiento que acabamos de dar ofrece la más fuerte objeción contra la concepción según la cual el sueño nace en virtud de una actividad mental disociada y falta de crítica, pondré énfasis en esto mediante un ejemplo.
Uno de mis conocidos, el señor M., ha sido atacado en un ensayo nada menos que por Goethe y, según todos opinamos, con una saña injustificada. Desde luego, el señor M. quedó aniquilado por este ataque. Con amargura se lamenta de ello en un convite; empero, su veneración por Goethe no ha sufrido menoscabo por esta experiencia personal. Ahora yo procuro aclarar un poco las relaciones de tiempo, que me parecen inverosímiles. Goethe murió en 1832; y puesto que su ataque a M. tuvo que ser naturalmente anterior, el señor M. sería por entonces un hombre joven en extremo. Se me antoja verosímil que tuviera dieciocho años. Pero no sé con
certeza el año en que escribimos(346), y así toda la cuenta se hunde en la oscuridad. Por lo demás, ese ataque está contenido en el bien conocido ensayo de Goethe «Naturaleza».
Lo disparatado de este sueño se hace más fulgurante si comunico que el señor M. es un joven hombre de negocios a quien le son ajenos cualesquiera intereses poéticos y literarios. Pero si me interno en el análisis de este sueño me será bien posible mostrar cuánto «método» hay tras este disparate.
El sueño extrae su material de tres fuentes:
1. El señor M., con quien yo trabé conocimiento a raíz de un convite, me rogó un día que examinase a su hermano mayor, que presentaba síntomas de una actividad mental perturbada.
(ver nota)(347) En la conversación con el enfermo aconteció algo penoso: sin que viniera al caso, puso a su hermano en situación desairada aludiendo a las travesuras juveniles de este.
Yo había preguntado al enfermo por su año de nacimiento (año de la muerte en el sueño) y lo moví a hacer diversos cálculos destinados a comprobar el debilitamiento de su memoria.
2. Una revista médica, que ostentaba también mi nombre en la portada, había recogido en sus páginas una crítica «aniquiladora» de un recencionista joven sobre un libro de mi amigo FI. {Fliess} de Berlín. Pedí explicaciones por ello al editor, quien me expresó, sí, su pesar, pero no quiso prometer una enmienda. Rompí entonces mis relaciones con la revista y, en mi carta de renuncia, puse de resalto mi esperanza de que nuestras relaciones personales no sufrirían menoscabo por lo ocurrido. Esta es la genuina fuente del sueño. La recepción negativa del libro de mi amigo me había hecho una profunda impresión. El libro contenía, a mi entender, un descubrimiento biológico fundamental que sólo ahora -después de muchos años- ha empezado a tener buena acogida entre los especialistas.
3. Una paciente me había contado, poco antes, la historia clínica de su hermano, que al grito de «¡Naturaleza, naturaleza!» cayó en delirio frenético. Los médicos supusieron que el grito procedía de la lectura de aquel hermoso ensayo de Goethe y era indicador del exceso de trabajo con que se había sobrecargado el enfermo en sus estudios. Yo había manifestado que se me antojaba más verosímil que ese grito «¡Naturaleza!» tuviera el sentido sexual que entre nosotros conocen aun las personas de escasa cultura. El hecho de que el desventurado mutilara después sus genitales, pensé, por lo menos no me quitaba razón. La edad de este enfermo cuando le sobrevino el ataque era de 18 años.
En el contenido del sueño, tras mí propio yo se oculta ante todo mi amigo, tan maltratado por la crítica. «Yo procuro aclararme un poco las relaciones de tiempo». Y en efecto, el libro de mi amigo se ocupa de las relaciones de tiempo de la vida y reconduce, entre otras, también la duración de la vida de Goethe a un múltiplo de un número de días significativo para la biología.
Ahora bien, este yo es equiparado a un paralítico («Yo no sé con certeza el año en que escribimos»). El sueño figura, por tanto, que mi amigo se comporta como un paralítico, y con
eso se pierde en la absurdidad. Pero los pensamientos oníricos rezan, a modo de ironía: «Naturalmente, él es un trastornado, un loco, y ustedes son los genios que todo lo saben mejor.
Pero, ¿no será a la inversa?». Ahora bien, esta inversión está ampliamente subrogada en el contenido del sueño. Por ejemplo, Goethe ha atacado al joven, lo cual es absurdo, pues más fácil es, todavía hoy, que un joven ataque al gran Goethe.
Me atrevería a sostener que ningún sueño se inspira en mociones que no sean egoístas. (ver nota)(348) El yo del sueño no hace en realidad meramente las veces de mi amigo, sino también de mí mismo. Yo me identifico con él, porque el destino de su descubrimiento me parece paradigmático para la recepción de mí propio hallazgo. Cuando yo salga a la palestra con mi teoría, que destaca el papel de la sexualidad en la etiología de las perturbaciones psiconeuróticas (véase la alusión a «¡Naturaleza, naturaleza!» del enfermo de 18 años),
tropezaré con idéntica crítica y desde ahora le salgo al paso con el mismo escarnio.
Si sigo examinando los pensamientos oníricos, no hallo sino burla y escarniocomo el correlato de las absurdidades del sueño [manifiesto]. Es bíen sabido que el descubrimiento de un cráneo hendido de oveja en el Lido de Venecia sugirió a Goethe la idea de la llamada teoría «vertebral» del cráneo. Mí amigo se jacta de haber desatado, siendo estudiante, una tormenta para destituir a un viejo profesor que, si bien en su tiempo se había hecho meritorio (entre otros ámbitos, también en esta parte de la anatomía comparada), por demencia senil se volvió inepto para la enseñanza. El tumulto ocasionado por él ayudó a combatir la dañina situación de que en las universidades alemanas no se hubiera trazado un límite de edad para el ejercicio de la cátedra.
En efecto, ser anciano no es una excusa para ser tonto. En el manicomio de aquí tuve el honor de servir durante años bajo un médico jefe desde hacía tiempo fósil,notoriamente imbécil desde hacía decenios, a quien se le permitía seguir al frente de ese cargo de responsabilidad. (ver nota)(349) Es con relación a esto que se me impone aquí un término descriptivo del descubrimiento en el Lido. (ver nota)(350) Aludiendo a este hombre, unos colegas jóvenes del hospital inventaron cierta vez una canción basándose en un aire popular entonces en boga:
«Ningún Goethe lo escribió, ningún Schiller lo poetizó, etc.. . . ». (ver nota)(351)
VII
Todavía no hemos llegado al final en nuestra apreciación del trabajo del sueño. Nos vemos precisados a adscribirle, además de la condensación, -el desplazamiento y el acomodamiento
del material psíquico en forma sensorialmente intuible, otra actividad cuya contribución, es verdad, no se advierte en todos los sueños. De esta parte del trabajo del sueño no trataré en
detalle; bastará mencionar esto: el mejor modo de representarse su naturaleza es decidirse a adoptar el supuesto -probablemente desacertado- de que ejerce su influencia sólo con
posterioridad sobre el contenido del sueño ya previamente formado. Su acción consiste, entonces, en ordenar los elementos del sueño de tal modo que ellos conformen una trama, una composición onírica. El sueño recibe así una :suerte de fachada que sin duda no recubre su contenido en todos sus puntos; así experimenta una primera interpretación provisional, que es apoyada con intercalaciones y leves retoques. Cierto es que esta elaboración del contenido del sueño sólo se vuelve posible en la medida en que a todo hace la vista gorda; y además, no ofrece otra cosa que un extraordinario malentendido de los pensamientos oníricos, y si abordamos el análisis del sueño, tenemos que desembarazamos primero de este intento de
interpretación.
La motivación de esta pieza del trabajo del sueño es particularmente trasparente. Es el miramiento por la comprensibilidad el que ocasiona esta última revisión del sueño; pero esto
deja traslucir también el origen de esa actividad. Respecto del contenido del sueño que le es presentado, se comporta tal como lo hace nuestra actividad psíquica normal respecto de un
contenido perceptivo cualquiera que se le ofrezca. Lo aprehende por aplicación de ciertas representaciones-expectativa, lo ordena ya en el momento de percibirlo bajo la premisa de su
comprensibilidad, corre en ello el peligro de falsearlo y, de hecho, cuando no puede enhebrarlo con algo ya familiar, cae al comienzo en los más extraños malentendidos. Cosa notoria es que no podemos mirar una serie de signos extraños ni escuchar una sucesión de palabras desconocidas sin falsear primero su percepción por miramiento a la comprensibilidad,
apuntalándonos en algo ya sabido.
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