Vemos con toda claridad el punto de partida y la meta final del curso de desarrollo que acabamos de describir. Las transiciones mediadoras nos resultan todavía oscuras en muchos
aspectos; tendremos que dejar subsistir en ellas más de un enigma.
Se ha escogido como lo esencial de los procesos de la pubertad lo más llamativo que ellos presentan: el crecimiento manifiesto de los genitales externos, que durante el período de
latencia de la niñez había mostrado una relativa inhibición. Al mismo tiempo, el desarrollo de los genitales internos ha avanzado hasta el punto de poder ofrecer productos genésicos, o bien recibirlos, para la gestación de un nuevo ser. Así ha quedado listo un aparato en extremo complicado, que aguarda el momento en que habrá de utilizárselo.
Este aparato debe ser puesto en marcha mediante estímulos; en relación con ello, la observación nos enseña que los estímulos pueden alcanzarlo por tres caminos: desde el
mundo exterior, por excitación de las zonas erógenas que ya sabemos; desde el interior del organismo, siguiendo vías que aún hay que investigar, y desde la vida anímica, que a su vez
constituye un repositorio de impresiones externas y un receptor de excitaciones internas. Por los tres caminos se provoca lo mismo: un estado que se define como de «excitación sexual» y se da a conocer por dos clases de signos, anímicos y :somáticos. El signo anímico consiste en un peculiar sentimiento de tensión, de carácter en extremo esforzante; entre los múltiples
signos corporales se sitúa en primer término una serie de alteraciones en los genitales, que tienen un sentido indubitable: la preparación, el apronte para el acto sexual. (La erección del
miembro masculino, la humectación de la vagina.)
La tensión sexual.
El estado de excitación sexual presenta, pues, el carácter de una tensión; con esto se enhebra un problema cuya solución es tan difícil cuanto sería importante para comprender los problemas sexuales. A pesar de la diferencia de opiniones que reina sobre este punto en la psicología, debo sostener que un sentimiento de tensión tiene que conllevar el carácter del displacer. Para mí lo decisivo es qué un sentimiento de esa clase entraña el esfuerzo a alterar la situación psíquica: opera pulsionalmente, lo cual es por completo extraño a la naturaleza del placer sentido. Pero si la tensión del estado de excitación sexual se computa entre los sentimientos de displacer, se tropieza con el hecho de que es experimentada inequívocamente como placentera. Siempre la tensión producida por los procesos sexuales va acompañada de placer; aun en las alteraciones preparatorias de los genitales puede reconocerse una suerte de sentimiento de satisfacción. Ahora bien, ¿cómo condicen entre sí esta tensión displacentera y este sentimiento de placer?
Todo lo concerniente al problema del placer y el displacer toca uno de los puntos más espinosos de la psicología actual. Procuraremos aprender lo posible a partir de las condiciones
del caso que nos ocupa, y evitar el abordaje más ceñido del problema en su totalidad. (ver nota)(246)
Echemos primero un vistazo al modo en que las zonas erógenas se insertan en el nuevo orden.
Sobre ellas recae un importante papel en la introducción de la excitación sexual. El ojo, que es quizá lo más alejado del objeto sexual, puede ser estimulado {reizen} casi siempre, en la
situación de cortejo del objeto, por aquella particular cualidad de la excitación cuyo suscitador en el objeto sexual llamamos «belleza». De ahí que se llame «encantos» {Reize} a las excelencias del objeto sexual. Con esta excitación se conecta ya, por una parte, un placer; por la otra, tiene como consecuencia aumentar el estado de excitación sexual, o provocarlo cuando todavía falta.
Si viene a sumarse la excitación de otra zona erógena, por ejemplo la de la mano que toca, el efecto es el mismo: una sensación de placer que pronto se refuerza con el que proviene de las alteraciones preparatorias [de los genitales], por un lado y, por el otro, un aumento de la tensión sexual que pronto se convierte en el más nítido displacer si no se le permite procurarse un placer ulterior. Quizá más trasparente aún es este otro caso: el de una persona no excitada sexualmente a quien se le estimula una zona erógena por contacto, como la piel del pecho en una mujer. Este contacto provoca ya un sentimiento de placer, pero al mismo tiempo es apto, como ninguna otra cosa, para despertar la excitación sexual que reclama más placer. ¿De qué modo el placer sentido despierta la necesidad de un placer mayor? He ahí, justamente, el problema.
Mecanismo del placer previo.
Ahora bien, el papel que en ese proceso cumplen las zonas erógenas es claro. Lo que vale para una vale para todas. En su conjunto se aplican para brindar, mediante su adecuada
estimulación, un cierto monto de placer; de este arranca el incremento de la tensión, la cual, a su vez, tiene que ofrecer la energía motriz necesaria para llevar a su término el acto sexual. La penúltima pieza de este acto es, de nuevo, la estimulación apropiada de una zona erógena (la zona genital misma en el glans penis) por el objeto más apto para ello, la mucosa de la vagina; y bajo el placer que esta excitación procura, se gana, esta vez por vía de reflejo, la energía motriz requerida para la expulsión de las sustancias genésicas. Este placer último es el máximo por su intensidad, y diferente de los anteriores por su mecanismo. Es provocado enteramente por la descarga, es en su totalidad un placer de satisfacción, y con él se elimina temporariamente la tensión de la libido.
No me parece injustificado fijar mediante un nombre esta diferencia de naturaleza entre el placer provocado por la e citación de zonas erógenas y el producido por el vaciamiento de las
sustancias sexuales. El primero puede designarse convenientemente como placer previo, por oposición al placer final o placer de satisfacción de la actividad sexual. El placer previo es,
entonces, lo mismo que ya podía ofrecer, aunque en escala reducida, la pulsión sexual infantil; el placer final es nuevo, y por tanto probablemente depende de condiciones que sólo se instalan con la pubertad. La fórmula para la nueva función de las zonas erógenas sería: Son empleadas para posibilitar, por medio del placer previo que ellas ganan como en la vida infantil, la producción del placer de satisfacción mayor.
Hace poco pude elucidar otro ejemplo, tomado de un ámbito del acaecer anímico enteramente distinto, en que de igual modo se alcanza un efecto de placer mayor en virtud de una sensación placentera menor, que opera así como una prima de incentivación, También se presentó ahí la oportunidad de abordar más de cerca la naturaleza del placer. (ver nota)(247)
Peligros del placer previo.
Ahora bien, el nexo del placer previo con la vida sexual infantil se acredita por el papel patógeno que puede corresponderle. Del mecanismo en que es incluido el placer previo deriva,
evidentemente, un peligro para el logro de la meta sexual normal: ese peligro se presenta cuando, en cualquier punto de los procesos sexuales preparatorios, el placer previo demuestra
ser demasiado grande, y demasiado escasa su contribución a la tensión. Falta entonces la fuerza pulsional para que el proceso sexual siga adelante; todo el camino se abrevia, y la acción
preparatoria correspondiente remplaza a la meta sexual normal. La experiencia nos dice que este perjuicio tiene por condición que la zona erógena respectiva, o la pulsión parcial
correspondiente, haya contribuido a la ganancia de placer en medida inhabitual ya en la vida infantil. Y si todavía se suman factores que coadyuvan a la fijación, fácilmente se engendra una compulsión refractaria a que este determinado placer previo se integre en una nueva trama en la vida posterior. De esta clase es, en efecto, el mecanismo de muchas perversiones, que consisten en una demora en actos preparatorios del proceso sexual.
El malogro de la función del mecanismo sexual por culpa del placer previo se evita, sobre todo, cuando ya en la vida infantil se prefigura de algún modo el primado de las zonas genitales. Los dispositivos para ello parecen estar realmente presentes en la segunda mitad de la niñez (desde los ocho años hasta la pubertad). En esos años, las zonas genitales se comportan ya
de manera similar a la época de la madurez; pasan a ser la sede de sensaciones de excitación y alteraciones preparatorias cuando se siente alguna clase de placer por la satisfacción de otras zonas erógenas; este efecto, no obstante, sigue careciendo de fin, vale decir, en nada contribuye a la prosecución del proceso sexual. Por eso ya en la niñez se engendra, junto al
placer de satisfacción, cierto monto de tensión sexual, si bien menos constante y no tan vasto.
Y ahora comprendemos la razón por la cual, cuando elucidábamos las fuentes de la sexualidad, pudimos decir con igual derecho que el proceso respectivo provocaba una satisfacción sexual o bien una excitación sexual. Ahora notamos que, en nuestro camino cognoscitivo, al comienzo concebimos exageradamente grandes las diferencias entre la vida sexual infantil y la madura; enmendemos, pues, lo anterior. Las exteriorizaciones infantiles de la sexualidad no marcan solamente el destino de las desviaciones respecto de la vida sexual normal, sino el de su conformación normal.
El problema de la excitación sexual.
Nos han quedado enteramente sin esclarecer tanto el origen como la naturaleza de la tensión sexual que, a raíz de la satisfacción de zonas erógenas, se engendra al mismo tiempo que el
placer. (ver nota)(248) La conjetura más obvia, a saber, que esta tensión resulta de algún modo del placer mismo, no sólo es en sí muy improbable; queda invalidada por el hecho de que el placer máximo, el unido a la expulsión de los productos genésicos, no produce tensión alguna; al contrario, suprime toda tensión. Por tanto, placer y tensión sexual sólo pueden estar
relacionados de manera indirecta.
Papel de las sustancias sexuales.
Además del hecho de que normalmente sólo la descarga de las sustancias sexuales pone fin a la excitación sexual, tenemos todavía otros asideros para vincular la tensión sexual con los
productos sexuales. Cuando se lleva una vida continente, el aparato genésico suele descargarse de sus materiales por las noches en períodos variables, pero no carentes de toda
regla. Ello ocurre con una sensación de placer y en el curso de la alucinación onírica de un acto sexual. En vista de este proceso -la polución nocturna- parece difícil dejar de entender la tensión sexual, que sabe hallar el atajo alucinatorio en sustitución del acto, como una función de la acumulación de semen en el reservorio para los productos genésicos. En el mismo sentido hablan las experiencias que se hacen sobre el agotamiento del mecanismo sexual. Cuando la reserva de semen está vacía, no sólo es imposible la ejecución del acto sexual; fracasa también la estimulabilidad de las zonas erógenas, cuya excitación, por más que sea la apropiada, ya no es capaz de provocar placer alguno. Al pasar, nos enteramos de que cierta medida de tensión sexual es indispensable basta para la excitabilidad de tales zonas.
Así nos vemos llevados a una hipótesis que, si no ando equivocado, está bastante difundida: la acumulación de los materiales sexuales crea y sostiene a la tensión sexual; ello se debe tal vez a que la presión de estos productos sobre la pared de sus receptáculos tiene por efecto estimular un centro espinal; el estado de este es percibido por un centro superior,
engendrándose así para la conciencia la conocida sensación de tensión. Si la excitación de zonas erógenas aumenta la tensión sexual ello sólo puede deberse a que tienen una prefigurada
conexión anatómica con esos centros, elevan el tono mismo de la excitación y, cuando la tensión es suficiente, ponen en marcha el acto sexual, pero cuando no lo es incitan la
producción de las sustancias genésicas. (ver nota)(249)
Los puntos débiles de esta doctrina, que encontramos, por ejemplo, en la exposición que hace Krafft-Ebing de los procesos sexuales, residen en lo siguiente: creada para explicar la actividad genésica del hombre maduro, toma poco en cuenta tres situaciones cuyo esclarecimiento debería brindar al mismo tiempo. Son las situaciones de los niños, de las mujeres y de los varones castrados. En ninguno de esos tres casos puede hablarse de una acumulación de productos genésicos en el mismo sentido que en el hombre, lo cual estorba la aplicación sin
tropiezos del esquema; empero, debe admitirse sin más que sería posible hallar ciertos expedientes a fin de subordinarle también estos casos. De cualquier modo, queda en pie la
advertencia de que no debernos atribuir a la acumulación de productos genésicos operaciones de las que no parece capaz.
Apreciación de las partes sexuales internas.
Las observaciones de varones castrados parecen corroborar que la excitación sexual es, en grado notable, independiente de la producción de sustancias genésicas. Si bien la regla es que
la operación menoscabe su libido, y ese es el motivo por el cual se la practicó, en ocasiones ello no sucede. Por otro lado, hace mucho se sabe que enfermedades que aniquilaron la
producción de las células genésicas masculinas dejaron intactas la libido y la potencia del individuo ahora estéril. (ver nota)(250) Por eso en modo alguno es tan asombroso como lo
supone C. Rieger [1900] que la pérdida de las glándulas genésicas masculinas en la madurez pueda no tener mayor influencia sobre la conducta anímica del individuo. (ver nota)(251) Es
cierto que la castración practicada a una tierna edad, antes de la pubertad, se aproxima por su efecto a la meta de suprimir los caracteres sexuales; pero en tal caso, además de la pérdida de las glándulas genésicas mismas, también podría ser que entrara en cuenta la inhibición del desarrollo de otros factores, vinculada con esa pérdida.
Teoría Química.
Experiencias hechas con la extirpación de las glándulas genésicas (testículos y ovarios) en animales, y la implantación alternativa de tales órganos en vertebrados(252), han arrojado por
fin una luz parcial sobre el origen de la excitación sexual y empujado a un plano todavía más secundario la supuesta importancia de una acumulación de los productos celulares genésicos.
Se ha hecho posible el experimento (E. Steinach) de mudar un macho en una hembra y, a la inversa, una hembra en un macho, en cuyo proceso la conducta psicosexual del animal varía de acuerdo con los caracteres genésicos somáticos y juntamente con ellos. Ahora bien, esta influencia determinante en lo sexual no debe atribuirse a la contribución de las glándulas
genésicas que producen las células específicas (espermatozoides y óvulo), sino a sus tejidos intersticiales, que los autores han destacado por eso con el nombre de «glándulas de la
pubertad». Es muy posible que ulteriores indagaciones revelen que las glándulas de la pubertad tienen normalmente una disposición andrógina, lo cual daría un fundamento anatómico a la
doctrina de la bisexualidad de los animales superiores. Y desde luego es probable que no sean el único órgano que participa en la excitación y en los caracteres sexuales. Comoquiera que fuese, este nuevo descubrimiento biológico viene a sumarse a lo que ya hemos averiguado acerca del papel de la tiroides en la sexualidad. Estamos autorizados a pensar que en el sector intersticial de las glándulas genésicas se producen ciertas sustancias químicas que, recogidas por el flujo sanguíneo, cargan de tensión sexual a determinados sectores del sistema nervioso central. En el caso de sustancias venenosas introducidas en el cuerpo desde fuera, ya conocemos una trasposición de esa clase, de un estímulo tóxico en un particular estímulo de órgano. En cuanto al modo en que la excitación sexual se genera por estimulación de zonas erógenas, previa carga del aparato central, y a las combinaciones entre efectos de estímulos puramente tóxicos y fisiológicos, que se producen a raíz de estos procesos sexuales, tales problemas sólo pueden tratarse por vía de hipótesis y no es este el lugar para ocuparnos de ellos. Bástenos establecer, como lo esencial de esta concepción de los procesos sexuales, la hipótesis de que existen sustancias particulares que provienen del metabolismo sexual. (ver nota)(253) En efecto, esta tesis, en apariencia arbitraria, viene sustentada por una intelección poco tenida en cuenta, pero digna de la mayor atención. Las neurosis que admiten ser reconducidas a perturbaciones de la vida sexual muestran la máxima semejanza clínica con los fenómenos de la intoxicación y la abstinencia a raíz del consumo habitual de sustancias tóxicas productoras de placer (alcaloides) .
La teoría de la libido.
(ver nota)(254)
Las representaciones auxiliares que nos hemos formado con miras a dominar las exteriorizaciones psíquicas de la vida sexual se corresponden muy bien con las anteriores
conjeturas acerca de la base química de la excitación sexual. Hemos establecido el concepto de la libido como una fuerza susceptible de variaciones cuantitativas, que podría medir
procesos y trasposiciones en el ámbito de la excitación sexual. Con relación a su particular origen, la diferenciamos de la energía que ha de suponerse en la base de los procesos
anímicos en general, y le conferimos así un carácter también cualitativo. Al separar la energía libidinosa de otras clases de energía psíquica, damos expresión a la premisa de que los
procesos sexuales del organismo se diferencian de los procesos de la nutrición por un quimismo particular. El análisis de las perversiones y psiconeurosis nos ha permitido inteligir
que esta excitación sexual no es brindada sólo por las partes llamadas genésicas, sino por todos los órganos del cuerpo. Así llegamos a la representación de un quantum de libido a cuya
subrogación psíquica llamamos libido yoica; la producción de esta, su aumento O su disminución, su distribución y su desplazamiento, están destinados a ofrecernos la posibilidad
de explicar los fenómenos psicosexuales observados.
Ahora bien, esta libido yoica sólo se vuelve cómodamente accesible al estudio analítico cuando ha encontrado empleo psíquico en la investidura de objetos sexuales, vale decir, cuando se ha convertido en libido de objeto. La vemos concentrarse en objetos(255), fijarse a ellos o bien abandonarlos, pasar de unos a otros y, a partir de estas posiciones, guiar el quehacer sexual del individuo, el cual lleva a la satisfacción, o sea, a la extinción parcial y temporaria de la libido.
El psicoanálisis de las denominadas neurosis de trasferencia (histeria y neurosis obsesiva) nos proporciona una visión cierta de esto.
Además, podemos conocer, en cuanto a los destinos de la libido de objeto, que es quitada de los objetos, se mantiene fluctuante en particulares estados de tensión y, por último, es recogida en el interior del yo, con lo cual se convierte de nuevo en libido yoica. A esta última, por oposición a la libido de objeto, la llamamos también libido narcisista. Desde el psicoanálisis atisbamos, como por encima de una barrera que no nos está permitido franquear, en el interior de la fábrica de la libido narcisista; así nos formamos una representación acerca de la relación entre ambas. (ver nota)(256) La libido narcisista o libido yoica se nos aparece como el gran reservorio desde el cual son emitidas las investiduras de objeto y al cual vuelven a replegarse; y la investidura libidinal narcisista del yo, como el estado originario realizado en la primera infancia, que es sólo ocultado por los envíos posteriores de la libido, pero se conserva en el fondo tras ellos.
Una teoría de la libido en el campo de las perturbaciones neuróticas y psicóticas tendría como tarea expresar todos los fenómenos observados y los procesos descubiertos en los términos de la economía libidinal. Es fácil colegir que los destinos de la libido yoica poseen con relación a ello la mayor importancia, en particular cuando se trata de explicar las perturbaciones psicóticas más profundas. La dificultad reside, entonces, en el hecho de que el medio de nuestra indagación, el psicoanálisis, por ahora sólo nos ha proporcionado noticia cierta sobre las mudanzas de la libido de objeto(257), pero no pudo separar claramente la libido yoica de las otras energías que operan en el interior del yo. (ver nota)(258) Por eso, una prosecución(259) de la teoría de la libido sólo es posible, provisionalmente, por vía especulativa. No obstante, se renuncia a todo lo ganado hasta ahora gracias a la observación psicoanalítica cuando, siguiendo a C. G. Jung, se disuelve el concepto de la libido haciéndolo coincidir con el de una fuerza pulsional psíquica en general.
La separación entre las mociones pulsionales sexuales y las otras, y por consiguiente la restricción del concepto de libido a las primeras, encuentra un fuerte apoyo en la hipótesis, ya
considerada aquí, de un quimismo particular de la función sexual.
Diferenciación entre el hombre y la mujer.
Como se sabe, sólo con la pubertad se establece la separación tajante entre el carácter masculino y el femenino, una oposición que después influye de manera más decisiva que
cualquier otra sobre la trama vital de los seres humanos. Es cierto que ya en la niñez son reconocibles disposiciones masculinas y femeninas; el desarrollo de las inhibiciones de la
sexualidad (vergüenza, asco, compasión) se cumple en la niña pequeña antes y con menores resistencias que en el varón; en general, parece mayor en ella la inclinación a la represión
sexual; toda vez que se insinúan claramente pulsiones parciales de la sexualidad, adoptan de preferencia la forma pasiva. Pero la activación autoerótica de las zonas erógenas es la misma
en ambos sexos, y esta similitud suprime en la niñez la posibilidad de una diferencia entre los sexos como la que se establece después de la pubertad. Con respecto a las manifestaciones
sexuales autoeróticas y masturbatorias, podría formularse esta tesis: La sexualidad de la niña pequeña tiene un carácter enteramente masculino. Más aún: sí supiéramos dar un contenido
más preciso a los conceptos de «masculino» y «femenino», podría defenderse también el aserto de que la libido es regularmente, y con arreglo a ley, de naturaleza masculina, ya se
presente en el hombre o en la mujer, y prescindiendo de que su objeto sea el hombre o la mujer.
(ver nota)(260)
Desde que me he familiarizado con el punto de vista de la bisexualidad(261), considero que ella es el factor decisivo en este aspecto, y que sin tenerla en cuenta difícilmente se llegará a
comprender las manifestaciones sexuales del hombre y la mujer como nos l as ofrece la observación de los hechos.
Zonas rectoras en el hombre y en la mujer.
Aparte de lo anterior, sólo puedo agregar esto: en la niña la zona erógena rectora se sitúa sin duda en el clítoris, y es por tanto homóloga a la zona genital masculina, el glande. Todo lo que he podido averiguar mediante la experiencia acerca de la masturbación en las niñas pequeñas se refería al clítoris y no a las partes de los genitales externos que después adquieren relevancia para las funciones genésicas. Y aun pongo en duda que la influencia de la seducción pueda provocar en la niña otra cosa que una masturbación en el clítoris; lo contrario sería totalmente excepcional. Las descargas espontáneas del estado de excitación sexual, tan comunes justamente en la niña pequeña, se exteriorizan en contracciones del clítoris; y las frecuentes erecciones de este posibilitan a la niña juzgar con acierto acerca de las manifestaciones sexuales del varón, aun sin ser instruida en ellas: sencillamente le trasfiere las sensaciones de sus propios procesos sexuales.
Si se quiere comprender el proceso por el cual la niña se hace mujer, es menester perseguir los ulteriores destinos de esta excitabilidad del clítoris. La pubertad, que en el varón trae aparejado aquel gran empuje de la libido, se caracteriza para la muchacha por una nueva oleada de represión, que afecta justamente a la sexualidad del clítoris. Es un sector de vida sexual masculina el que así cae bajo la represión. El refuerzo de las inhibiciones sexuales, creado por esta represión que sobreviene a la mujer en la pubertad, proporciona después un estímulo a la libido del hombre, que se ve forzada a intensificar sus operaciones; y junto con la altitud de su libido aumenta su sobrestimación sexual, que en su cabal medida sólo tiene valimiento para la mujer que se rehúsa, que desmiente su sexualidad. Y más tarde, cuando por fin el acto sexual es permitido, el clítoris mismo es excitado, y sobre él recae el papel de retrasmitir esa excitación a las partes femeninas vecinas, tal como un haz de ramas resinosas puede emplearse para encender una leña de combustión más difícil. A menudo se requiere cierto tiempo para que se realice esa trasferencia. Durante ese lapso la joven es anestésica. Esta anestesia puede ser duradera cuando la zona del clítoris se rehusa a ceder su excitabilidad; una activación intensa en la niñez predispone a ello. Como es sabido, la anestesia de las mujeres no es a menudo sino aparente, local. Son anestésicas en la vagina, pero en modo alguno son inexcitables desde el clítoris o aun desde otras zonas. Y después, a estas ocasiones erógenas de la anestesia vienen a sumarse todavía las psíquicas, igualmente condicionadas por represión.
Toda vez que logra trasferir la estimulabilidad erógena del clítoris a la vagina, la mujer ha mudado la zona rectora para su práctica sexual posterior. En cambio, el hombre la conserva
desde la infancia. En este cambio de la zona erógena rectora, así como en la oleada represiva de la pubertad que, por así decir, elimina la virilidad infantil, residen las principales condiciones de la proclividad de la mujer a la neurosis, en particular a la histeria. Estas condiciones se entraman entonces, y de la manera más íntima, con la naturaleza de la ferninidad. (ver nota)(262)
El hallazgo de objeto.
Durante los procesos de la pubertad se afirma el primado de las zonas genitales, y en el varón, el ímpetu del miembro erecto remite imperiosamente a la nueva meta sexual: penetrar en una cavidad del cuerpo que excite la zona genital. Al mismo tiempo, desde el lado psíquico, se consuma el hallazgo de objeto, preparado desde la más temprana infancia. Cuando la
primerísima satisfacción sexual estaba todavía conectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más tarde, quizá justo en la época en que el niño pudo formarse la representación global de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción. Después la pulsión sexual pasa a ser,
regularmente, autoerótica, y sólo luego de superado el período de latencia se restablece la relación originaria. No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño del pecho de su madre
se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor. El hallazgo {encuentro} de objeto es propiamente un reencuentro. (ver nota)(263)
Objeto sexual del período de lactancia.
Pero de estos vínculos sexuales, los primeros y los más importantes de todos, resta, aun luego de que la actividad sexual se divorció de la nutrición, una parte considerable, que ayuda a
preparar la elección de objeto y, así, a restaurar la dicha perdida. A lo largo de todo el período de latencia, el niño aprende a amar a otras personas que remedian su desvalimiento y satisfacen sus necesidades, Lo hace siguiendo en todo el modelo de sus vínculos de lactante con la nodriza, y prosiguiéndolos. Tal vez no se quiera identificar con el amor sexual los sentimientos de ternura y el aprecio que el niño alienta hacia las personas que lo cuidan; pero yo opino que una indagación psicológica más precisa establecerá esa identidad por encima de cualquier duda. El trato del niño con la persona que lo cuida es para él una fuente continua de excitación y de satisfacción sexuales a partir de las zonas erógenas, y tanto más por el hecho de que esa persona -por regla general, la madre- dirige sobre el niño sentimientos que brotan de su vida sexual, lo, acaricia, lo besa y lo mece, y claramente lo toma como sustituto de un objeto sexual de pleno derecho. (ver nota)(264) La madre se horrorizaría, probablemente, si se le esclareciese que con todas sus muestras de ternura despierta la pulsión sexual de su hijo y prepara su posterior intensidad. juzga su proceder como un amor «puro», asexual, y aun evita con cuidado aportar a los genitales del niño más excitaciones que las indispensables para el cuidado del cuerpo. Pero ya sabemos que la pulsión sexual no es despertada sólo por excitación de la zona genital; lo que llamamos ternura infaliblemente ejercerá su efecto un día también sobre las zonas genitales. Ahora bien: si la madre conociera mejor la gran importancia que tienen las pulsiones para toda la vida anímica, para todos los logros éticos y psíquicos, se ahorraría los autorreproches incluso después de ese esclarecimiento. Cuando enseña al niño a amar, no hace sino cumplir su cometido; es que debe convertirse en un hombre íntegro, dotado de una enérgica necesidad sexual, y consumar en su vida todo aquello hacia lo cual la pulsión empuja a los seres humanos. Sin duda, un exceso de ternura de parte de los padres resultará dañino, pues apresurará su maduración sexual; y también «malcriará» al niño, lo hará incapaz de renunciar temporariamente al amor en su vida posterior, o contentarse con un grado menor de este. Uno de los mejores preanuncios de la posterior neurosis es que el niño se muestre insaciable en su demanda de ternura a los padres; y, por otra parte, son casi siempre padres neuropáticos los que se inclinan a brindar una ternura desmedida, y contribuyen en grado notable con sus mimos a despertar la disposición del niño para contraer una neurosis. Por lo demás, este ejemplo nos hace ver que los padres neuróticos tienen caminos más directos que el de la herencia para trasferir su perturbación a sus hijos.
Angustia infantil.
Los propios niños se comportan desde temprano como si su apego por las personas que los cuidan tuviera la naturaleza del amor sexual. La angustia de los niños no es originariamente
nada más que la expresión de su añoranza de la persona amada; por eso responden a todo extraño con angustia; tienen miedo de la oscuridad porque en esta no se ve a la persona
amada, y se dejan calmar si pueden tomarle la mano. Se sobrestima el efecto de todos los espantaniños y todos los horripilantes relatos de las niñeras cuando se los hace culpables de
producir ese estado de angustia. Sólo los niños que tienden al estado de angustia recogen tales relatos, que en otros no harán mella; y al estado de angustia tienden únicamente niños de
pulsión sexual hipertrófica, o prematuramente desarrollada, O suscitada por los mimos excesivos. En esto el niño se porta como el adulto: tan pronto como no puede satisfacer su
libido, la muda en angustia; y a la inversa, el adulto, cuando se ha vuelto neurótico por una libido insatisfecha, se porta en su angustia como un niño: empezará a tener miedo apenas quede solo (vale decir, sin una persona de cuyo amor crea estar seguro) y a querer apaciguar su angustia con las medidas más pueriles. (ver nota)(265)
La barrera del incesto.
(ver nota)(266)
Cuando la ternura que los padres vuelcan sobre el niño ha evitado despertarle la pulsión sexual prematuramente -vale decir, antes que estén dadas las condiciones corporales propias de la pubertad-, y despertársela con fuerza tal que la excitación anímica se abra paso de manera inequívoca hasta el sistema genital, aquella pulsión puede cumplir su cometido: conducir a este niño, llegado a la madurez, hasta la elección del objeto sexual. Por cierto, lo más inmediato para el niño sería escoger como objetos sexuales justamente a las personas a quienes desde su infancia ama, por así decir, con una libido amortiguada. (ver nota)(267) Pero, en virtud del diferimiento de la maduración sexual, se ha ganado tiempo para erigir, junto a otras inhibiciones sexuales, la barrera del incesto, y para implantar en él los preceptos morales que excluyen expresamente de la elección de objeto, por su calidad de parientes consanguíneos, a las personas amadas de la niñez. El respeto de esta barrera es sobre todo una exigencia cultural de la sociedad: tiene que impedir que la familia absorba unos intereses que le hacen falta para establecer unidades sociales superiores, y por eso en todos los individuos, pero especialmente en los muchachos adolescentes, echa mano a todos los recursos para aflojar los lazos que mantienen »con su familia, los únicos decisivos en la infancia. (ver nota)(268)
Pero la elección de objeto se consuma primero en la [esfera de la] representación; y es difícil que la vida sexual del joven que madura pueda desplegarse en otro espacio de juego que el de las fantasías, O sea, representaciones no destinadas a ejecutarse. (ver nota)(269) A raíz de estas fantasías vuelven a emerger en todos los hombres las inclinaciones infantiles, sólo que
ahora con un refuerzo somático. Y entre estas, en primer lugar, y con la frecuencia de una ley, la moción sexual del niño hacia sus progenitores, casi siempre ya diferenciada por la atracción del sexo opuesto: la del varón hacia su madre y la de la niña hacia su padre. (ver nota)(270)
Contemporáneo al doblegamiento y la desestimación de estas fantasías claramente incestuosas, se consuma uno de los logros psíquicos más importantes, pero también más
dolorosos, del período de la pubertad: el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores, el único que crea la oposición, tan importante para el progreso de la cultura, entre
la nueva generación y la antigua. Un número de individuos se queda retrasado en cada una de las estaciones de esta vía de desarrollo que todos deben recorrer. Así, hay personas que nunca superaron la autoridad de los padres y no les retiraron su ternura o lo hicieron sólo de modo muy parcial. Son casi siempre muchachas: de tal suerte, para contento de sus progenitores, conservan plenamente su amor infantil mucho más allá de la pubertad. Y resulta muy instructivo encontrarse con que a estas muchachas, en su posterior matrimonio, se les ha quebrantado la capacidad de ofrendar a sus esposos lo que es debido. Pasan a ser esposas frías y permanecen sexualmente anestésicas. Esto enseña que el amor a los padres, no sexual en apariencia, y el amor sexual se alimentan de las mismas fuentes; vale decir: el primero corresponde solamente a una fijación infantil de la libido.
A medida que nos aproximamos a las perturbaciones más profundas del desarrollo psicosexual, más inequívocamente resalta la importancia de la elección incestuosa de objeto. En los
psiconeuróticos, una gran parte de la actividad psicosexual para el hallazgo de objeto, o toda ella, permanece en el inconciente. Para las muchachas que tienen una exagerada necesidad de ternura, y un horror igualmente exagerado a los requerimientos reales de la vida sexual, pasa a ser una tentación irresistible, por un lado, realizar en su vida el ideal del amor asexual y, por el otro, ocultar su libido tras una ternura que pueden exteriorizar sin autorreproches, conservando a lo largo de toda su vida la inclinación infantil, renovada en la pubertad, hacia los padres o hermanos. El psicoanálisis puede demostrarles sin trabajo a estas personas que están enamoradas, en el sentido corriente del término, de esos parientes consanguíneos suyos; lo hace pesquisando, con ayuda de los síntomas y otras manifestaciones patológicas, sus pensamientos inconcientes, y traduciéndolos a pensamientos concientes. También en aquellos
casos en que una persona, antes sana, enferma después de sufrir una experiencia de amor desdichada, se puede descubrir con certeza, como mecanismo de su enfermedad, la reversión
de su libido a las personas predilectas de la niñez.
Efectos posteriores de la elección infantil de objeto.
Ni siquiera quien ha evitado felizmente la fijación incestuosa de su libido se sustrae por completo de su influencia. El hecho de que el primer enamoramiento serio del joven, como es
tan frecuente se dirija a una mujer madura, y el de la muchacha a un hombre mayor, dotado de autoridad, es un claro eco de esta fase del desarrollo: pueden revivirles, en efecto, la imagen de la madre y del padre. (ver nota)(271) Quizá la elección de objeto, en general, se produce mediante un apuntalamiento, más libre, en estos modelos. El varón persigue, ante todo, la imagen mnémica de la madre, tal como gobierna en él desde el principio de su infancia; y armoniza plenamente con ello que la madre, aún viva, se revuelva contra esta renovación suya y le demuestre hostilidad. Dada esta importancia de los vínculos infantiles con los padres para la posterior elección del objeto sexual, es fácil comprender que cualquier perturbación de ellos haga madurar las más serias consecuencias para la vida sexual adulta; ni siquiera los celos del amante carecen de esa raíz infantil o, al menos, de un refuerzo proveniente de lo infantil.
Desavenencias entre los padres, su vida conyugal desdichada, condicionan la más grave predisposición a un desarrollo sexual perturbado o a la contracción de una neurosis por parte de
los hijos.
La inclinación infantil hacia los padres es sin duda la más importante, pero no la única, de las sendas que, renovadas en la pubertad, marcan después el camino a la elección de objeto.
Otras semillas del mismo origen permiten al hombre, apuntalándose siempre en su infancia, desarrollar más de una serie sexual y plasmar condiciones totalmente variadas para la elección de objeto. (ver nota)(272)
Prevención de la inversión.
Una de las tareas que plantea la elección de objeto consiste en no equivocar el sexo opuesto.
Como es sabido, no se soluciona sin algún tanteo. Con harta frecuencia, las primeras mociones que sobrevienen tras la pubertad andan descaminadas (aunque ello no provoca un daño
permanente). Dessoir [1894] hizo notar con acierto la ley que se trasparenta en las apasionadas amistades de los adolescentes, varones y niñas, por los de su mismo sexo. El gran poder que previene una inversión permanente del objeto sexual es, sin duda, la atracción recíproca de los caracteres sexuales opuestos; en el presente contexto no podemos dar explicación alguna acerca de estos últimos.(ver nota)(273) Pero ese factor no basta por sí solo para excluir la inversión; vienen a agregarse toda una serie de factores coadyuvantes. Sobre todo, la inhibición autoritativa de la sociedad: donde la inversión no es considerada un crimen, puede verse que responde cabalmente a las inclinaciones sexuales de no pocos individuos. Además, en el caso del varón, cabe suponer que su recuerdo infantil de la ternura de la madre y de otras personas del sexo femenino de quienes dependía cuando niño contribuye enérgicamente a dirigir su elección hacía la mujer(274); y que, al mismo tiempo, el temprano amedrentamiento sexual que experimentó de parte de su padre, y su actitud de competencia hacia él, lo desvían de su propio sexo. Pero ambos factores valen también para la muchacha, cuya práctica sexual está bajo la particular tutela de la madre. El resultado es un vínculo hostil con su mismo sexo, que influye decisivamente para que la elección de objeto se haga en el sentido considerado normal. La educación de los varones por personas del sexo masculino (esclavos, en el mundo antiguo) parece favorecer la homosexualidad; la frecuencia de la inversión en la nobleza de nuestros días se vuelve tal vez algo más comprensible si se repara en el empleo de servidumbre masculina, así como en la escasa atención personal que la madre prodiga a sus hijos. En muchos histéricos, la ausencia temprana de uno de los miembros de la pareja parental (por muerte, divorcio o enajenación recíproca), a raíz de la cual el miembro restante atrajo sobre sí todo el amor del niño, resulta ser la condición que fija después el sexo de la persona escogida como objeto sexual y, de esta manera, posibilita una inversión permanente.
Resumen.
Ha llegado el momento de ensayar una síntesis. Partimos de las aberraciones de la pulsión sexual con referencia a su objeto y a su meta; nos preguntamos si ellas surgían a consecuencia
de una disposición innata o se adquirían por las influencias de la vida. Obtuvimos la respuesta a partir de la intelección de las circunstancias que rodean a la pulsión sexual en el caso de los psiconeuróticos -un grupo numeroso de seres humanos, no distante del de los sanos-. Fue la indagación psicoanalítica la que nos procuró esa intelección. Hallamos, pues, que en esas
personas las inclinaciones a todas las perversiones eran pesquisables como unos poderes inconcientes que se traslucían como formadores de síntoma. Pudimos afirmar que la neurosis
es, en cierto modo, un negativo de la perversión. Reconocimos entonces que las inclinaciones perversas están muy difundidas; y dado ese hecho, se nos impuso este punto de vista: la
disposición a las perversiones es la disposición originaria y universal de la pulsión sexual de los seres humanos, y a partir de ella, a consecuencia de alteraciones orgánicas e inhibiciones
psíquicas, se desarrolla en el curso de la maduración la conducta sexual normal. Alentamos entonces la esperanza de descubrir en la niñez esa disposición originaria; entre los poderes que circunscriben la orientación de la pulsión sexual, destacamos la vergüenza, el asco, la compasión y las construcciones sociales de la moral y la autoridad. Así, en todo cuanto
constituye una aberración fijada respecto de la vida sexual normal, no pudimos menos que discernir una cuota de inhibición del desarrollo y de infantilismo. Debimos situar en primer plano la significatividad de las variaciones de la disposición originaria, pero suponer entre ellas y las influencias de la vida una relación de cooperación y no de rivalidad. Por otra parte, puesto que la disposición originaria no puede menos que ser compleja, nos pareció que la pulsión sexual misma era algo compuesto por muchos factores; y que en las perversiones, estos se disgregaban, por así decir, en sus componentes. De tal modo, las, perversiones se evidenciaron por una parte como inhibiciones, y por la otra como disociaciones, del desarrollo
normal. Ambas concepciones se reunieron en una hipótesis: la pulsión sexual del adulto engendra una aspiración con una única meta sexual mediante la composición de múltiples
mociones de la vida infantil en una unidad.
Y a esto sumamos todavía el esclarecimiento de la preponderancia de las inclinaciones perversas en el caso de los psiconeuróticos: la discernimos como el llenado colateral de unos
canales secundarios a raíz de un corrimiento del cauce principal, provocado por la «represión»; hecho esto, pasamos a considerar la vida sexual en la infancia. (ver nota)(275) Nos pareció lamentable que se negara la existencia de la pulsión sexual en la infancia, y que no pocas veces exteriorizaciones de esa índole observadas en el niño se describieran como excepciones a la regla. Más bien consideramos que este trae consigo al mundo gérmenes de actividad sexual, y ya en el acto de ingerir alimento goza también una satisfacción sexual que después busca crearse, una y otra vez, en la bien conocida actividad del «chupeteo». Pero la práctica sexual del niño no se desarrolla al mismo paso que sus otras funciones, sino que, tras un breve período de florecimiento entre los dos y los cinco años(276), ingresa en el período llamado de latencia. En este, la producción de excitación sexual en modo alguno :se suspende, sino que perdura y ofrece un acopio de energía que en su mayor parte se emplea para otros fines, distintos de los sexuales, a saber: por un lado, para aportar los componentes sexuales de ciertos sentimientos sociales, y por el otro (mediante la represión y la formación reactiva), para edificar las ulteriores barreras sexuales. Así, a expensas de la mayoría de las mociones sexuales perversas, y con ayuda de la educación, se edificarían en la infancia los poderes destinados a mantener la pulsión sexual dentro de ciertas vías. Otra parte de las mociones sexuales infantiles escapa a estos empleos y puede exteriorizarse como práctica sexual. Según sostuvimos, puede averiguarse entonces que la excitación sexual del niño fluye de variadas fuentes. Sobre todo, produciría satisfacción la apropiada excitación sensible de las llamadas zonas erógenas; al parecer, pueden actuar en calidad de tales todo lugar de la piel y cualquier órgano de los sentidos (y probablemente cualquier órgano(277)); no obstante, existen ciertas zonas erógenas privilegiadas cuya excitación estaría asegurada desde el comienzo por ciertos dispositivos orgánicos. Además, se genera una excitación sexual, por así decir como producto secundario, a raíz de una gran serie de procesos que tienen lugar en el organismo, tan pronto alcanzan cierta intensidad; y en particular, lo propio ocurre a raíz de todo movimiento intenso del ánimo, así sea de naturaleza penosa. Las excitaciones provenientes de todas estas fuentes no se conjugan todavía, sino que persiguen por separado su meta, que no es otra que la ganancia de un cierto placer. De ello inferimos, por consiguiente, que en la niñez la pulsión sexual no está centrada y al principio(278)' carece de objeto, vale decir, es autoerótica.
Ya en la infancia empieza a hacerse notable la zona erógena de los genitales, sea porque, como cualquier otra zona erógena, engendra satisfacción ante una adecuada estimulación
sensible, o porque, de una manera que no comprendemos del todo, la satisfacción obtenida desde otras fuentes produce al mismo tiempo una excitación sexual que repercute
particularmente en la zona genital. Tenemos que lamentar que todavía no pueda alcanzarse un esclarecimiento suficiente de los nexos entre satisfacción y excitación sexuales, así como entre la actividad de la zona genital y la de las restantes fuentes de la sexualidad.
El estudio de las perturbaciones neuróticas(279) nos ha hecho notar que en la vida sexual infantil pueden discernirse, desde el comienzo mismo, esbozos de una organización de los
componentes pulsionales sexuales. En una primera fase, muy temprana, el erotismo oral se sitúa en el primer plano; una segunda de estas organizaciones «pregenitales» se caracteriza
por el predominio del sadismo y del erotismo anal; sólo en una tercera fase (que en el niño se desarrolla únicamente hasta el primado del falo) (ver nota)(280) la vida sexual pasa a ser
comandada por la participación de las zonas genitales propiamente dichas.
Una de las más sorprendentes averiguaciones fue la que nos llevó a comprobar que este temprano florecimiento de la vida sexual infantil (de los dos hasta los cinco años) hace madurar
también una elección de objeto, con todas las ricas operaciones anímicas que ello conlleva; y de tal modo que la fase que se le asocia y le corresponde, a pesar de la falta de una síntesis de los componentes pulsionales singulares y de la imprecisión de la meta sexual, ha de apreciarse como importante precursora de la organización sexual definitiva.
El hecho de la acometida en dos tiempos del desarrollo sexual en el ser humano, vale decir, su interrupción por el período de latencia, nos pareció digno de particular atención. En ese hecho parece estar contenida una de las condiciones de la aptitud del hombre para el desarrollo de una cultura superior, pero también de su proclividad a la neurosis. En el linaje animal del hombre no podemos rastrear nada análogo. La génesis de esta propiedad humana habría que buscarla en la historia primordial de la especie.
No pudimos precisar la medida a partir de la cual las prácticas sexuales de la infancia dejan de ser normales y se vuelven perjudiciales para el desarrollo ulterior. El carácter de las
exteriorizaciones sexuales se reveló como predominantemente masturbatorio. Además, la experiencia nos permitió comprobar que influencias externas como la seducción pueden
provocar intrusiones prematuras en el período de latencia hasta llegar a cancelarlo, y que en tales casos la pulsión sexual del niño se acredita de hecho como perversa polimorfa;
averiguamos también que cualquier actividad :sexual prematura de esa índole perjudica la posibilidad de educar al niño.
Pese a las lagunas que presentan nuestras intelecciones de la vida sexual infantil, nos vimos llevado; después a ensayar el estudio de las trasformaciones que le sobrevienen con la
emergencia de la pubertad. Destacamos dos como las decisivas: la subordinación de todas las otras fuentes originarías de la excitación sexual bajo el primado de las zonas genitales, y el
proceso del hallazgo de objeto. Ambas ya están prefiguradas en la vida infantil. La primera se consuma por el mecanismo de aprovechamiento del placer previo: los otros actos sexuales
autónomos, que van unidos a un placer y a una excitación, pasan a ser actos preparatorios para la nueva meta sexual, el vaciamiento de los productos genésicos; y el logro de esta meta, bajo un placer enorme, pone fin a la excitación sexual. A raíz de esto habíamos considerado la diferenciación de la sexualidad masculina y femenina, y hallamos que esta última requiere de una nueva represión que suprime un sector de virilidad infantil y prepara a la mujer para el cambio de la zona genital rectora. Finalmente, hallamos que la elección de objeto es guiada por los indicios infantiles, renovados en la pubertad, de inclinación sexual del niño hacia sus padres y los encargados de cuidarlo, y, desviada de estas personas por la barrera del incesto erigida entretanto, se orienta hacía otras semejantes a ellas. Agreguemos, por último, que en el curso del período de transición constituido por la pubertad los procesos de desarrollo somáticos y los psíquicos marchan durante un tiempo sin entrar en contacto entre sí, hasta que irrumpe una intensa moción anímica de amor que, inervando los genitales, produce la unidad de la función de amor que la normalidad requiere.
Factores que perturban el desarrollo.
Como ya lo elucidamos en diversos ejemplos, todo paso en esta larga vía de desarrollo puede convertirse en un lugar de fijación, y todo punto de articulación de esta complicada síntesis, en la ocasión de un proceso disociador de la pulsión sexual. (ver nota)(281) Nos resta todavía brindar un panorama de los diversos factores, internos y externos, que perturban el desarrollo, e indicar los lugares del mecanismo afectados por la perturbación que aquellos provocan.
Tengamos en cuenta que los factores que se incluyen en una misma serie pueden ser de valor dispar, y estemos preparados para tropezar con algunas dificultades en la apreciación de cada uno de ellos por separado.
Constitución y herencia.
En primer lugar, cabe mencionar aquí la diferencia innata de la constitución sexual. Es probable que sobre ella recaiga el peso principal, pero, según se comprende, es discernible sólo a partir de sus exteriorizaciones posteriores, y ni siquiera entonces lo es con gran certeza. La imaginamos como el predominio de esta o estotra de las múltiples fuentes de la excitación
sexual, y suponemos que esa diferencia entre las disposiciones tiene que expresarse de alguna manera en el resultado final, aunque este se mantenga dentro de las fronteras de lo normal. Por cierto, son concebibles también variantes de la disposición originaria que necesariamente, y sin ayuda ulterior, lleven a conformar una vida sexual anormal. Puede llamárselas «degenerativas», y considerárselas expresión de una tara heredada. En relación con esto puedo informar sobre un hecho notable. En más de la mitad de los casos de histeria, de neurosis obsesiva, etc., que tuve bajo tratamiento psicoterapéutico, me fue posible demostrar que el padre había padecido una sífilis antes de casarse, ya consistiese en una tabes o una parálisis progresiva, o pudiese establecerse de algún otro modo por vía de la anamnesis. Consigno expresamente que los niños después neuróticos no presentaban ningún signo corporal de lúes hereditario, de suerte que justamente su constitución sexual anormal debía considerarse la secuela última de su herencia luética. Lejos estoy de suponer que la descendencia de padres sifilíticos sea la condición etiológica regular o infaltable de la constitución neuropática; empero, no creo que la coincidencia por mí observada sea fruto del azar o irrelevante.
Las condiciones hereditarias de los perversos positivos son menos conocidas, porque ellos suelen eludir la averiguación. No obstante, hay fundamento para suponer válido en las
perversiones algo similar a lo que ocurre en las neurosis. En efecto, no es raro hallar en una misma familia perversión y psiconeurosis distribuidas así entre los sexos: los miembros
masculinos, O uno de ellos, son perversos positivos, pero los miembros femeninos, de acuerdo con la proclividad de su sexo a la represión, son perversos negativos, histéricos.(ver nota)(282)
Es una buena prueba de la copertenencia que hemos descubierto entre ambas perturbaciones.
Procesamiento ulterior.
Por otro lado, no puede sustentarse el punto de vista de que la conformación de la vida sexual quedaría determinada unívocamente por el planteo inicial de los diversos componentes en la constitución sexual. Más bien el proceso de condicionamiento sigue, y las posibilidades ulteriores dependen del destino que experimenten los tributarios de la sexualidad que dimanan
de cada una de las fuentes. Es evidente que este procesamiento ulterior decide en definitiva; en efecto, una constitución idéntica en términos descriptivos puede ser llevada por aquella a tres diversos desenlaces finales:
[1.] Cuando todas las disposiciones se mantienen en su proporción relativa, considerada anormal, y se refuerzan con la maduración, el resultado final no puede ser otro que una vida
sexual perversa. Todavía no se ha abordado un análisís en regla de estas disposiciones constitucionales anormales; no obstante, ya conocemos casos fácilmente explicables mediante
hipótesis de esa clase. Por ejemplo, acerca de toda una serie de perversiones por fijación, los autores opinan que tendrían como premisa necesaria una debilidad innata de la pulsión sexual.
Expresada en esa forma, tal concepción me parece insostenible; pero cobra pleno sentido si se alude a una debilidad constitucional de un factor de la pulsión sexual, la zona genital, zona que más tarde cobra la función de sintetizar las diversas prácticas sexuales para la meta de la reproducción. Entonces esa síntesis, requerida en la pubertad, no puede menos que fracasar, y los más fuertes entre los otros componentes de la sexualidad impondrán su práctica como perversión. (ver nota)(283)
Represión.
[2.] Otro es el desenlace cuando en el curso del desarrollo algunos componentes, que en la disposición eran hiperintensos, sufren el proceso de la represión. En cuanto a esta, tenemos
que establecer que no equivale a una supresión {Aufhebung}. Las excitaciones correspondientes se siguen produciendo como antes, pero un estorbo psíquico les impide alcanzar su meta y las empuja por otros caminos, hasta que consiguen expresarse como síntomas. El resultado puede aproximarse a la vida sexual normal -casi siempre restringida en tales casos-, pero complementada con una patología psiconeurótica. Son justamente los casos que conocemos bien por la exploración psicoanalítica. de neuróticos. La vida sexual de estas
personas se ha iniciado como la de los perversos; todo un sector de su infancia está colmado de una actividad sexual perversa, que en ocasiones continúa hasta más allá de la madurez.
Más tarde, por causas internas, se produce -casi siempre antes de la pubertad, pero en algunos casos después- un vuelco represivo, y en adelante, sin que las viejas mociones se extingan, la neurosis remplaza a la perversión. Recuérdese el proverbio: «Ramera de joven, de vieja mojigata», sólo que aquí la juventud ha resultado muy breve. Este relevo de la perversión por la neurosis en la vida de una misma persona debe coordinarse, lo mismo que la ya mencionada distribución de perversión y neurosis entre diversos miembros de una misma familia, con la intelección según la cual la neurosis es el negativo de la perversión.
Sublimación.
[3.] El tercer desenlace de una disposición constitucional anormal es posibilitado por el proceso de la «Sublimación». En ella, a las excitaciones hiperintensas que vienen de las diversas
fuentes de la sexualidad se les procura drenaje y empleo en otros campos, de suerte que el resultado de la disposición en sí peligrosa es un incremento no desdeñable de la capacidad de
rendimiento psíquico. Aquí ha de discernirse una de las fuentes de la actividad artística; y según que esa sublimación haya sido completa o incompleta, el análisis del carácter de personas
altamente dotadas, en particular las de disposición artística, revelará la mezcla en distintas proporciones de capacidad de rendimiento, perversión y neurosis. Una subvariedad de la
sublimación es tal vez la sofocación por formación reactiva, que, según hemos descubierto, empieza ya en el período de latencia del niño, y en los casos favorables continúa toda la vida. Lo que llamamos el «carácter» de un hombre está construido en buena parte con el material de las excitaciones sexuales, y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia, de otras adquiridas por sublimación y de construcciones destinadas a sofrenar unas mociones perversas, reconocidas como inaplicables. (ver nota)(284) Así, en la disposición sexual universalmente perversa de la infancia puede verse la fuente de una serie de nuestras virtudes, en la medida en que, por vía de la formación reactiva, da el impulso para crearlas. (ver nota)(285)
Lo vivenciado accidentalmente.
Comparadas con los desenfrenos sexuales, las oleadas represivas y las sublimaciones (procesos estos dos últimos cuyas condiciones internas ignoramos por completo), todas las
otras influencias parecen mucho menos importantes. Quien incluya a las represiones y sublimaciones en la disposición constitucional y las considere manifestaciones vitales de esta,
tendrá sin duda derecho de afirmar que la conformación definitiva de la vida sexual es sobre todo resultado de la constitución innata. Pero nadie con alguna penetración pondrá en duda que en esa cooperación de factores hay lugar también para las influencias modificadoras de lo vivenciado accidentalmente en la infancia y después. No es fácil(286) apreciar en su recíproca proporción la eficacia de los factores constitucionales y accidentales. En la teoría se tiende siempre a sobrestimar los primeros; la práctica terapéutica destaca la importancia de los segundos. En ningún caso debería olvidarse que existe entre ambos una relación de cooperación y no de exclusión. El factor constitucional tiene que aguardar a que ciertas
vivencias lo pongan en vigor; el accidental necesita apuntalarse en la constitución para volverse eficaz. En la mayoría de los casos es posible imaginar una «serie complementaria(287)», según se la llama en la cual las intensidades decrecientes de un factor son compensadas por las crecientes del otro; pero no hay fundamento alguno para negar la existencia de casos extremos en los cabos de la serie.
Lo que más concuerda con la investigación psicoanalítica es atribuir una posición preferente entre los factores accidentales a las vivencias de la primera infancia. La serie etiológica única
se descompone, pues, en dos, que cabe llamar la predisposicional y la definitiva. En la primera, constitución y vivencias infantiles accidentales cooperan como lo hacen, en la segunda, la predisposición y las vivencias traumáticas posteriores. Todos los factores deteriorantes del desarrollo sexual exteriorizan su efecto del siguiente modo: provocan una regresión, un regreso a una fase anterior del desarrollo.
Ahora proseguiremos nuestra tarea, que es la de pasar revista a los factores cuya influencia sobre el desarrollo sexual hemos llegado a conocer, ya constituyan poderes eficaces o meras
exteriorizaciones de estos.
Precocidad.
Un factor de esta clase es la espontánea precocidad sexual, comprobable con certeza al menos en la etiología de las neurosis, aunque, como los otros factores, no es por sí solo causa
suficiente. Se exterioriza en la interrupción, el acortamiento o la eliminación del período infantil de latencia, y se convierte en causa de perturbaciones en la medida en que ocasiona
exteriorizaciones sexuales que, a raíz del carácter incompleto de las inhibiciones sexuales, por una parte, y de la falta de desarrollo del sistema genital, por la otra, sólo pueden presentarse como perversiones. Ahora bien, estas inclinaciones a la perversión pueden conservarse como tales, o convertirse en fuerzas pulsionales de síntomas neuróticos después de una represión; en todos los casos, la precocidad sexual dificulta el deseable gobierno posterior de la pulsión sexual por parte de las instancias anímicas superiores, y acrecienta el carácter compulsivo que de suyo reclaman las subrogaciones psíquicas de la pulsión. La precocidad sexual suele marchar paralela a un desarrollo intelectual precoz; así, la encontramos en la historia infantil de los individuos más prominentes y productivos; en tales casos no parece tener iguales efectos patógenos que cuando se presenta aislada. (ver nota)(288)
Factores temporales.
Deben tenerse en cuenta, asimismo, otros factores que, junto con la precocidad, pueden reunirse bajo el rótulo de «temporales». La secuencia en que son activadas las diversas
mociones pulsionales, y el lapso durante el cual pueden exteriorizarse hasta sufrir la influencia de otra moción pulsional que acaba de emerger o de una represión típica, parecen
filogenéticamente establecidos. Pero tanto en esa secuencia temporal cuanto en los lapsos respectivos parece haber variaciones que, de manera ineluctable, ejercen una influencia
determinante sobre el resultado final. No es indistinto que una corriente determinada emerja antes o después que su corriente contraria, pues el efecto de una represión no puede
deshacerse: un desfaje temporal en la composición de los elementos produce, por regla general, una alteración del resultado. Por otra parte, mociones pulsionales que emergen con
particular intensidad tienen a menudo un trascurso asombrosamente breve (p. ej., el vínculo heterosexual de los que después serán homosexuales manifiestos). El hecho de que en la
infancia ciertas aspiraciones se instalen con la mayor violencia no justifica el temor de que habrán de gobernar duraderamente el carácter del adulto; es igualmente lícito esperar que
desaparecerán para dejar sitio a sus contrarias. («Los tiranos reinan poco tiempo».)
Ni siquiera podemos indicar la proveniencia de esas complicaciones temporales de los procesos de desarrollo. Aquí el panorama se nos abre sobre una falange de problemas
biológicos (y quizá también históricos) más profundos, con los que no podemos librar batalla, pues ni siquiera nos hemos aproximado lo suficiente a ellos.
Adhesividad.
La significatividad de todas las exteriorizaciones sexuales prematuras es acrecentada por un factor psíquico de origen desconocido, al que por ahora tenemos que admitir como una mera
provisionalidad psicológica. Me refiero a la elevada adhesividad {Haftbarkeit} o fijabilidad {Fixierbarkeit} que tiene que suponerse por fuerza en los que después se vuelven neuróticos, así como en los perversos, para completar la constelación de los hechos, pues, en otras personas, idénticas exteriorizaciones sexuales prematuras no se imprimen tan duraderamente que provoquen su repetición compulsiva y prescriban para toda la vida los caminos de la pulsión sexual. Quizás esa adhesividad se aclare en parte si atendemos a otro factor psíquico que no podemos dejar de computar en la causación de las neurosis, a saber: el mayor peso que tienen en la vida anímica las huellas mnémicas en comparación con las impresiones recientes. Es evidente que este factor depende de la formación intelectual y crece a medida que aumenta la cultura personal. Por oposición a esto, el salvaje ha sido caracterizado como el «hijo desdichado del instante». (ver nota)(289) En virtud del vínculo de oposición existente entre la cultura y el libre desarrollo de la sexualidad, cuyas consecuencias pueden rastrearse muy en lo hondo de la conformación de nuestra vida, la importancia que posee para la vida posterior el modo en que se ha desarrollado la sexualidad del niño es muy escasa en los estadios inferiores de cultura y de sociedad, y muy elevada en los superiores.
Fijación.
Ahora bien, el terreno propicio creado por los factores psíquicos que acabamos de mencionar es aprovechado por las incitaciones accidentalmente vivenciadas de la sexualidad infantil. Estas (seducción por otros niños o por adultos, sobre todo) aportan el material que, con ayuda de aquellos factores, puede ser fijado como una perturbación permanente. Buena parte de las desviaciones respecto de la vida sexual normal que después se observan han sido establecidas desde un comienzo, así en neuróticos como en perversos, por las impresiones del período infantil, supuestamente exento de sexualidad. En la causación cooperan la solicitación {Entgegenkommen} de la constitución, la precocidad, la propiedad de la adhesividad elevada, y la incitación contingente de la pulsión sexual por una influencia extraña.
No obstante, estas indagaciones acerca de las perturbaciones de la vida sexual han dado un fruto insatisfactorio; ello se debe a que no sabemos lo suficiente acerca de los procesos
biológicos en que consiste la esencia de la sexualidad como para formar, a partir de nuestras intelecciones aisladas, una teoría que baste para comprender tanto lo normal cuanto lo
patológico.
132 (Ventana-emergente – Popup)
[Este prólogo fue suprimido desde la edición de 1920 en adelante.]
133 (Ventana-emergente – Popup)
[Esta distinción se eliminó en todas las ediciones posteriores.]
134 (Ventana-emergente – Popup)
[En la edición de 1915 aparecía la siguiente nota al pie:] En 1910, luego de publicarse la segunda edición, apareció en Nueva York una traducción al inglés efectuada por A. A. Brill, y en 19,11, en Moscú, una traducción al ruso por N. Ossipow. [En vida de Freud se publicaron además las siguientes traducciones: al húngaro ( 1915), al italiano (1921), al español (1922), al francés (1923), al polaco (1924), al checo (1926) y al japonés (1931).]
135 (Ventana-emergente – Popup)
{«Vorwort zur vierten Auflage», publicado por separado, las referencias bibliográficas correspondientes.}
136 (Ventana-emergente – Popup)
Las referencias contenidas en el primer ensayo se tornaron de las conocidas publicaciones de Krafft-Ebing, Moll, Moebius, Havelock Ellis, Schrenck-Notzing, Löwenfeld, Eulenburg, Bloch, M. Hirsch feld, y de los trabajos del Jahhrbucb für sexuelle Zwischenstufen, publicado bajo la dirección del autor nombrado en último término. Puesto que en esas obras se consigna la restante bibliografía sobre el tema, pude ahorrarme una referencia detallada.
[Agregado en 1910:] Las intelecciones obtenidas por medio de la indagación psicoanalítica de invertidos se basan en comunicaciones de T. Sadger y en mi propia observación.
137 (Ventana-emergente – Popup)
Nota agregada en 1910. La única palabra adecuada en lengua alemana, «Lust» {«placer», «gana»}, es por desgracia multívoca, ya que designa tanto la sensación de la necesidad comola de la satisfacción.
138 (Ventana-emergente – Popup)
Esta es sin duda una alusión a la teoría expuesta por Aristófanes en El banquete de Platón. Freud volvió sobre este punto mucho tiempo después, en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, pág. 57n.
139 (Ventana-emergente – Popup)
Acerca de estas dificultades y de los intentos de calcular la proporción de invertidos, véase el trabajo de M. Hirschfeld (1904).
140 (Ventana-emergente – Popup)
El hecho de que una persona se revuelva así contra la compulsión a la inversión podría ser la condición para que pueda ser influida por un tratamiento por sugestión, agregado en 1910. o por un psicoanálisis.
141 (Ventana-emergente – Popup)
Muchos autores han destacado con acierto que las indicaciones autobiográficas de los invertidos acerca de la aparición temporal de la tendencia a la inversión no son confiables; en efecto, pueden haber reprimido {desalojado} de su memoria la prueba de su sensibilidad heterosexual. Agregado en 1910. El psicoanálisis ha corroborado esta sospecha en los casos que ha podido estudiar, alterando decisivamente su anamnesis al cubrir el vacío dejado por la amnesia infantil. [En la primera edición (1905), en lugar de esta oración aparecíaotra: «Una decisión sobre este punto sólo podría obtenerse por medio de una indagación psicoanalítica de los invertidos».]
142 (Ventana-emergente – Popup)
Las puntualizaciones de Moebius (1900) nos alertan sobre las reservas a que está sujeto el diagnóstico de degeneración y sobre su escasa importancia práctica: «Si se considera en conjunto el vasto campo de la degeneración, sobre el cual hemos arrojado alguna luz en estas páginas, se echa de ver sin más el escaso valor que tiene diagnosticar una degeneración en general».
143 (Ventana-emergente – Popup)
Debe concederse a los portavoces del «uranismo» que algunos de los hombres más destacados de que tenemos noticia fueron invertidos, y acaso invertidos absolutos.
144 (Ventana-emergente – Popup)
En la concepción sobre la inversión, los puntos de vista patológicos han sido sustituidos por los antropológicos.
Este cambio es mérito de Iwan Bloch (1902-03), autor que ha destacado expresamente el hecho de la inversión en los pueblos civilizados de la Antigüedad.
145 (Ventana-emergente – Popup)
Para recientes y, detalladas descripciones de[ hermafroditismo somático, véase Taruffi (1903), y los trabajos de Neugebauer en varios volúmenes del Jahrbuch für sexuelle Zwischenstufen.
146 (Ventana-emergente – Popup)
Véase en ese trabajo la bibliografía sobre la materia.
147 (Ventana-emergente – Popup)
Al parecer (según un informe bibliográfico contenido en el sexto volumen del Jahrbucb für sexuelle Zwischenstufen), el primero que adujo la bisexualidad para explicar la inversión fue E. Gley, quien ya en enero de 1884 publicó un ensayo («Les aberrations de Finstinct sexuel») en la Revue philosophique. Además, es digno de nota que la mayoría de los autores que reconducen la inversión a la bisexualidad no consideran vigente este factor sólo en los invertidos, sino en todos los que han pasado a ser normales, y en consecuencia conciben la inversión como una perturbación del desarrollo. Chevalier (1893) ya se pronuncia en ese sentido. Krafft-Ebing (1895a) sostiene que existe una multitud de observaciones «de las que resulta al menos la persistencia virtual de este segundo centro (el del sexo subordinado)». Un doctor Arduin (1900) formula la tesis de que «en todo ser humano están presentes elementos masculinos y femeninos (Cf. Hirschfeld, 1899, págs. 8-10), sólo que, en tanto se trate de personas heterosexuales, y de acuerdo con el sexo a que pertenezcan, unos sehan desarrollado incomparablemente más que los otros … ».
Herman (1903) comprueba que «en toda mujer se contienen gérmenes ypropiedades masculinos, y en todo hombre, femeninos», etc. [Agregado en 1910:] W. Fliess (1906) reclamó para sí la paternidad de la idea de la bisexualidad (en el sentido de dualidad de sexo). [Agregado en 1924:] En círculos legos, la tesis de la bisexualidad de los seres humanos
pasa por ser obra del filósofo O. Weininger, muerto joven, quien la tomó como base para un libre bastante poco juicioso (1903). Las referencias que consignamos antes muestran el poco fundamento de esa pretensión.
Freud debió en gran parte a Fliess la valoración de la importancia de la bisexualidad, y su olvido en cierta oportunidad de este hecho le suministró uno de los ejemplos de olvido que incluyó en Psicopatología de la vida cotidiana ( 1901b), AE, 6, pág. 143. Sin embargo, no aceptó el punto de vista de Fliess en cuanto a que la represión era explicada por la bisexualidad. Véase su examen de este punto en «'Pegan a un niño"» ( 1919e), AE, 17, págs. 196-7. Kris analiza detenidamente este problema en la sección IV de su «Introducción» a la correspondencia con Fliess (Freud, 1950a).
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