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Bibliografía Esencial de Psicoanálisis I (página 5)

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Si reunimos lo que la indagación de las perversiones positivas y negativas nos ha permitido averiguar, resulta sugerente reconducirlas a una serie de «pulsiones parciales» que, empero, no

son algo primario, pues admiten una ulterior descomposición. (ver nota)(185) Por «pulsión» podemos entender al comienzo nada más que la agencia representante {Repräsentanz}

psíquica de una fuente de estímulos intrasomática en continuo fluir; ello a diferencia del «estímulo», que es producido por excitaciones singulares provenientes de fuera. Así, «pulsión»

es uno de los conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal. La hipótesis más simple y obvia acerca de la naturaleza de las pulsiones sería esta: en sí no poseen cualidad

alguna, sino que han de considerarse sólo como una medida de exigencia de trabajo para la vida anímica. Lo que distingue a las pulsiones unas de otras y las dota de propiedades

específicas es su relación con sus fuentes somáticas y con sus metas. La fuente de la pulsión es un proceso excitador en el interior de un órgano, y su meta inmediata consiste en cancelar

ese estímulo de órgano.) (ver nota)(186)

Otra hipótesis provisional en la doctrina de las pulsiones, que no podemos omitir aquí, reza lo siguiente: los órganos del cuerpo brindan excitaciones de dos clases, basadas en diferencias

de naturaleza química. A una de estas clases de excitación la designamos como la específicamente sexual, y al órgano afectado, como la «zona erógena» de la pulsión parcial

sexual que arranca de él. (ver nota)(187)

En el caso de las inclinaciones perversas que reclaman valor {Bedeutung} sexual para la cavidad bucal y la abertura anal, el papel de la zona erógena es visible sin más. En todo

respecto se comporta como una parte del aparato genital. En el caso de la histeria, estos lugares del cuerpo y los tractos de mucosa que arrancan de ellos se convierten en la sede de

nuevas sensaciones y alteraciones de inervación -y aun de procesos comparables a la erección(188)-, en un todo similares a las de los genitales verdaderos bajo las excitaciones de

los procesos sexuales normales.

Entre las psiconeurosis, es en la histeria donde resalta más nítidamente la significación de las zonas erógenas como aparatos colaterales y subrogados de los genitales; pero ello no implica

afirmar que deban subestimarse en las otras formas de enfermedad. En estas (neurosis obsesiva, paranoia) es solamente menos notoria, pues la formación de síntoma se cumple en

regiones del aparato anímico más alejadas de los diversos centros que gobiernan al cuerpo. En la neurosis obsesiva, lo más llamativo es la importancia de los impulsos, que crean nuevas

metas sexuales y parecen independientes de las zonas erógenas. No obstante, en el placer de ver y de exhibirse, el ojo corresponde a una zona erógena; en el caso del dolor y la crueldad en cuanto componentes de la pulsión sexual, es la piel la que adopta idéntico papel: la piel, que en determinados lugares del cuerpo se ha diferenciado en los órganos de los sentidos y se ha modificado hasta constituir una mucosa, y que es, por tanto, la zona erógena cat exochu {por excelencia}. (ver nota)(189)

Explicación de la aparente preponderancia de la sexualidad perversa en el caso de las psiconeurosis.

Las elucidaciones precedentes pueden haber puesto bajo una luz falsa la sexualidad de los psiconeuróticos. Quizá sugirieron que, en virtud de su disposición, ellos se aproximan mucho a

los perversos por su conducta sexual, distanciándose de los normales en la misma medida.

Ahora bien, es muy posible que la disposición constitucional de estos enfermos contenga, junto a un grado hipertrófico de represión sexual y a una hiperpotencia de la pulsión sexual, una

desacostumbrada inclinación a la perversión en el sentido más lato. No obstante, la indagación de casos más leves muestra que este último supuesto no es indispensable, o que al menos en el juicio sobre sus efectos patológicos tiene que restarse la acción de otro factor. En la mayoría de los psiconeuróticos, la enfermedad se contrae sólo después de la pubertad y bajo los reclamos de la vida sexual normal; en contra de esta apunta, sobre todo, la represión. O bien se la contrae más tardíamente, cuando se frustran las vías normales de satisfacción de la libido.

En uno u otro caso, la libido se comporta como una corriente cuyo cauce principal queda cortado; llena entonces las vías colaterales que hasta entonces quizás habían permanecido

vacías. Así, la inclinación, en apariencia tan grande, de los psiconeuróticos a la perversión (la inclinación negativa, es cierto) puede estar condicionada colateralmente; y en todo caso, su

acrecentamiento tiene que ser colateral. El hecho es, justamente, que es preciso alinear la represión sexual, en calidad de factor interno, junto con los factores externos que, como la

restricción de la libertad, la inaccesibilidad del objeto sexual normal, los peligros que trae aparejado el acto sexual normal, etc., generan perversiones en individuos que de lo contrario

acaso habrían seguido siendo normales.

En distintos casos de neurosis las proporciones pueden variar en esto; una vez, lo decisivo será la fuerza innata de la inclinación perversa, otra, su acrecentamiento colateral por retracción de la libido de la meta y objeto sexuales normales. Sería erróneo suponer una oposición donde existe un nexo de cooperación. La neurosis obtendrá siempre sus máximos logros cuando la constitución y el vivenciar cooperen en el mismo sentido. Una constitución pronunciada podrá quizá prescindir del apoyo de impresiones vitales, y tal vez una vasta conmoción vital provocará la neurosis aun en una constitución ordinaria. Por lo demás, estos puntos de vista valen de igual manera en otros campos respecto de la significatividad etiológica de lo innato y de lo accidentalmente vivenciado.

Pero si se prefiere la hipótesis de que una inclinación particularmente marcada a las perversiones es una de las peculiaridades de la constitución psiconeurótica, se abre la

perspectiva de poder distinguir una gama de tales constituciones según la preponderancia innata de esta o estotra zona erógena, de esta o estotra pulsión parcial. Como ocurre con

tantas cosas en este campo, no se ha investigado todavía si la disposición perversa guarda particular correspondencia con la elección de la forma de enfermedad.

Referencia al infantilismo de la sexualidad.

Con la pesquisa de las mociones perversas en cuanto formadoras de síntoma en las psiconeurosis hemos elevado extraordinariamente el número de hombres a quienes podría

calificarse de perversos. No sólo los neuróticos mismos constituyen una clase muy numerosa; también ha de tenerse en cuenta que desde todas las formas de neurosis pueden establecerse series descendentes, sin solución de continuidad, hasta la salud. Por eso pudo decir Moebius, con buenos fundamentos, que todos somos un poco histéricos. Así, la extraordinaria difusión de las perversiones nos fuerza a suponer que tampoco la disposición para ellas es una rara particularidad, sino que tiene que formar parte de la constitución juzgada normal.

Es discutible, según dijimos, que las perversiones se remonten a condiciones innatas o nazcan, tal como lo supuso Binet respecto del fetichismo, en virtud de vivencias contingentes. Ahora se nos ofrece esta resolución del dilema: en la base de las perversiones hay en todos los casos algo innato, pero algo que es innato en todos los hombres, por más que su intensidad fluctúe y pueda con el tiempo ser realzada por influencias vitales. Se trata de unas raíces innatas de la pulsión sexual, dadas en la constitución misma, que en una serie de casos (perversiones) sé desarrollan hasta convertirse en los portadores reales de la actividad sexual, otras veces experimentan una sofocación (represión) insuficiente, a raíz de lo cual pueden atraer a sí mediante un rodeo, en calidad de síntomas patológicos, una parte considerable de la energía sexual, mientras que en los casos más favorecidos, situados entre ambos extremos, permiten, gracias a una restricción eficaz y a algún otro procesamiento, la génesis de la vida sexual llamada normal.

Pero hemos de decirnos, también, que esa presunta constitución que exhibe los gérmenes de todas las perversiones sólo podrá rastrearse en el niño, aunque en él todas las pulsiones

puedan emerger únicamente con intensidad moderada. Vislumbramos así una fórmula: los neuróticos han conservado el estado infantil de su sexualidad o han sido remitidos a él. De ese

modo, nuestro interés se dirige a la vida sexual del niño; estudiaremos el juego de influencias en virtud del cual el proceso de desarrollo de la sexualidad infantil desemboca en la perversión, en la neurosis o en la vida sexual normal.

La sexualidad infantil.

El descuido de lo infantil.

Forma parte de la opinión popular acerca de la pulsión sexual la afirmación de que ella falta en la infancia y sólo despierta en el período de la vida llamado pubertad. No es este un error

cualquiera: tiene graves consecuencias, pues es el principal culpable de nuestra presente ignorancia acerca de las bases de la vida sexual. Un estudio a fondo de las manifestaciones

sexuales de la infancia nos revelaría probablemente los rasgos esenciales de la pulsión sexual, dejaría traslucir su desarrollo y mostraría que está compuesta por diversas fuentes.

Cosa notable: los autores que se han ocupado de explicar las propiedades y reacciones del individuo adulto prestaron atención mucho mayor a la prehistoria constituida por la vida de los

antepasados (vale decir, atribuyeron una influencia mucho más grande a la herencia) que a la otra prehistoria, la que se presenta ya en la existencia individual: la infancia. Y eso que, según

debería suponerse, la influencia de este período de la vida es más fácil de comprender, y tendría títulos para ser considerada antes que la de la herencia. (ver nota)(190) Es cierto que en la bibliografía hallamos ocasionales noticias acerca de una práctica sexual temprana en niños pequeños, acerca de erecciones, de la masturbación y aun de acciones parecidas al coito. Pero se las menciona siempre como procesos excepcionales, como curiosidades o como horrorosos ejemplos de temprana corrupción. Que yo sepa, ningún autor ha reconocido con

claridad que la existencia de una pulsión sexual en la infancia posee el carácter de una ley. Y en los escritos, ya numerosos, acerca del desarrollo del niño, casi siempre se omite tratar el

desarrollo sexual. (ver nota)(191)

Amnesia infantil.

La razón de este asombroso descuido la busco, en parte, en los reparos convencionales de los autores a consecuencia de su propia educación, y en parte en un fenómeno psíquico que hasta ahora se ha sustraído de toda explicación. Aludo a la peculiar amnesia que en la mayoría de los seres humanos ( ¡no en todos!) cubre los primeros años de su infancia, hasta el sexto o el octavo año de vida. Hasta ahora no se nos ha ocurrido asombrarnos frente al hecho de esa amnesia; pero tendríamos buenas razones para ello. En efecto, se nos informa que en esos años, de los que después no conservamos en la memoria sino unos jirones incomprensibles, reaccionábamos con vivacidad frente a las impresiones, sabíamos exteriorizar dolor y alegría de una manera humana, mostrábamos amor, celos y otras pasiones que nos agitaban entonces con violencia, y aun pronunciábamos frases que los adultos registraron como buenas pruebas de penetración y de una incipiente capacidad de juicio. Y una vez adultos, nada de eso sabemos por nosotros mismos. ¿Por qué nuestra memoria quedó tan retrasada respecto de nuestras otras actividades anímicas? Máxime cuando tenemos fundamento para creer que en ningún otro período de la vida la capacidad de reproducción y de recepción es mayor, justamente, que en los años de la infancia. (ver nota)(192)

Por otro lado, tenernos que suponer -o podemos convencernos de ello merced a la indagación psicológica de otras personas- que esas mismas impresiones que hemos olvidado dejaron, no obstante, las más profundas huellas en nuestra vida anímica y pasaron a ser determinantes para todo nuestro desarrollo posterior. No puede tratarse, pues, de una desaparición real de las impresiones infantiles, sino de una amnesia semejante a la que observamos en los neuróticos respecto de vivencias posteriores y cuya esencia consiste en un mero apartamiento de la

conciencia (represión). Ahora bien, ¿cuáles son las fuerzas que provocan esta represión de las impresiones infantiles? Quien solucione este enigma habrá esclarecido al mismo tiempo la

amnesia histérica.

Comoquiera que sea, no dejaremos de destacar que la existencia de la amnesia infantil proporciona otro punto de comparación entre el estado anímico del niño y el del psiconeurótico.

Ya encontramos un punto semejante cuando se nos impuso la fórmula de que la sexualidad de los psiconeuróticos conserva el estado infantil o ha sido remitida a él. ¿Y si la amnesia infantil misma debiera ponerse en relación con las mociones sexuales de la infancia?

En verdad, es algo más que un mero juego de ingenio enlazar la amnesia infantil con la histérica. Esta última, que se halla al servicio de la represión, sólo se vuelve explicable por la

circunstancia de que el individuo ya posee un acervo de huellas mnémicas que se han sustraído a su asequibilidad conciente y que ahora, mediante una ligazón asociativa, arrastran hacia sí aquello sobre lo cual actúan, desde la conciencia, las fuerzas repulsoras de la represión. (ver nota)(193) Sin amnesia infantil, podríamos decir, no habría amnesia histérica. (ver nota)(194) En mi opinión, pues, la amnesia infantil, que convierte la infancia de cada individuo en un tiempo anterior, por así decir prehistórico, y le oculta los comienzos de su propia vida sexual, es la culpable de que no se haya otorgado valor al período infantil en el desarrollo de la vida sexual.

Un solo observador no puede llenar las lagunas que ello ha engendrado en nuestro conocimiento. Ya en 1896(195) destaqué la relevancia de los años infantiles para la génesis de

ciertos importantes fenómenos, dependientes de la vida sexual, y después no he cesado de traer al primer plano el factor infantil de la sexualidad.

El período de latencia sexual de la infancia y sus rupturas.

Los hallazgos extraordinariamente frecuentes de mociones sexuales que se creían excepciones y casos atípicos en la infancia, así como la revelación de los recuerdos infantiles de los

neuróticos, hasta entonces inconcientes(196) permiten quizá trazar el siguiente cuadro de la conducta sexual en ese período: Parece seguro que el neonato trae consigo gérmenes de

mociones sexuales que siguen desarrollándose durante cierto lapso, pero después sufren una progresiva sofocación; esta, a su vez, puede ser quebrada por oleadas regulares de avance del desarrollo sexual o suspendida por peculiaridades individuales. Nada seguro se conoce acerca del carácter legal y la periodicidad de esta vía oscilante de desarrollo. Parece, empero, que casi siempre hacia el tercero o cuarto año de vida del niño su sexualidad se expresa en una forma asequible a la observación. (ver nota)(197)

Las inhibiciones sexuales.

Durante este período de latencia total o meramente parcial se edifican los poderes anímicos que más tarde se presentarán como inhibiciones en el camino de la pulsión sexual y angostarán su curso a la manera de unos diques (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral). En el niño civilizado se tiene la impresión de que el establecimiento de esos diques es obra de la educación, y sin duda alguna ella contribuye en mucho. Pero en realidad este desarrollo es de condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente, y llegado el caso puede producirse sin ninguna ayuda de la educación. Esta última se atiene por entero a la esfera de competencia que se le ha asignado cuando se limita a marchar tras lo prefijado orgánicamente, imprimiéndole un cuño algo más ordenado y profundo.

Formación reactiva y sublimación.

¿Con qué medios se ejecutan estas construcciones tan importantes para la cultura personal y la normalidad posteriores del individuo? Probablemente a expensas de las mociones sexuales infantiles mismas, cuyo aflujo no ha cesado, pues, ni siquiera en este periodo de latencia, pero cuya energía -en su totalidad o en su mayor parte- es desviada del uso sexual y aplicada a otros fines. Los historiadores de la cultura parecen contestes en suponer que mediante esa desviación de las fuerzas pulsionales sexuales de sus metas, y su orientación hacia metas nuevas (un proceso que merece el nombre de sublimación), se adquieren poderosos componentes para todos los logros culturales. Agregaríamos, entonces, que un proceso igual

tiene lugar en el desarrollo del individuo, y situaríamos su comienzo en el período de latencia sexual de la infancia. (ver nota)(198)

Puede, asimismo, arriesgarse una conjetura acerca del mecanismo de tal sublimación. Las mociones sexuales de estos años infantiles serían, por una parte, inaplicables, pues las

funciones de la reproducción están diferidas, lo cual constituye el carácter principal del período de latencia; por otra parte, serían en sí perversas, esto es, partirían de zonas erógenas y se

sustentarían en pulsiones que dada la dirección del desarrollo del individuo sólo provocarían sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias (mociones reactivas)

que construyen, para la eficaz sofocación de ese displacer, los mencionados diques psíquicos:

asco, vergüenza y moral. (ver nota)(199)

Rupturas del período de latencia.

Sin hacernos ilusiones en cuanto a la naturaleza hipotética y a la insuficiente claridad de nuestras intelecciones sobre los procesos del período infantil de latencia o de diferimiento,

volvamos a hacer pie en la realidad para indicar que ese empleo de la sexualidad infantil constituye un ideal pedagógico del cual el desarrollo del individuo se aparta casi siempre en

algunos puntos, y a menudo en medida considerable. De tiempo en tiempo irrumpe un bloque de exteriorización sexual que se ha sustraído a la sublimación, o cierta práctica sexual se

conserva durante todo el período de latencia hasta el estallido reforzado de la pulsión sexual en la pubertad. Los educadores, en la medida en que prestan alguna atención a la sexualidad

infantil, se conducen como si compartieran nuestras opiniones acerca de la formación de los poderes de defensa morales a expensas de la sexualidad, y como si supieran que la práctica

sexual hace ineducable al niño; en efecto, persiguen como «vicios» todas las exteriorizaciones sexuales del niño, aunque sin lograr mucho contra ellas. Ahora bien, nosotros tenemos

fundamento para interesarnos en estos fenómenos temidos por la educación, pues esperamos que ellos nos esclarezcan la conformación originaria de la pulsión sexual.

Las exteriorizaciones de la sexualidad infantil.

El chupeteo

Por motivos que después se verán, tomaremos como modelo de las exteriorizaciones sexuales infantiles el chupeteo (el mamar con fruición), al que el pediatra húngaro Lindner ha consagrado un notable estudio (1879). (ver nota)(200)

El chupeteo {Ludeln o Lutschen}, que aparece ya en el lactante y puede conservarse hasta la madurez o persistir toda la vida, consiste en un contacto de succión con la boca (los labios), repetido rítmicamente, que no tiene por fin la nutrición. Una parte de los propios labios, la lengua, un lugar de la piel que esté al alcance -aun el dedo gordo del pie-, son tomados como objeto sobre el cual se ejecuta la acción de mamar. Una pulsión de prensión que emerge al mismo tiempo suele manifestarse mediante un simultáneo tironeo rítmico del lóbulo de la oreja y el apoderamiento de una parte de otra persona (casi siempre de su oreja) con el mismo fin. La acción de mamar con fruición cautiva por entero la atención y lleva al adormecimiento o incluso a una reacción motriz en una suerte de orgasmo. (ver nota)(201) No es raro que el mamar con fruición se combine con el frotamiento de ciertos lugares sensibles del cuerpo, el pecho, los genitales externos. Por esta vía, muchos niños pasan del chupeteo a la masturbación.

El propio Lindner(202) ha reconocido la naturaleza sexual de esta acción y la ha destacado sin reparos. En la crianza, el chupeteo es equiparado a menudo a las otras «malas costumbres» sexuales del niño. Muchos pediatras y neurólogos han objetado con energía esta concepción; pero en parte su objeción descansa, sin duda alguna, en la confusión de «sexual» con «genital».

Ese disenso plantea una cuestión difícil e inevitable: ¿Cuál es el carácter universal de las exteriorizaciones sexuales del niño, que nos permitiría reconocerlas? Opino que la

concatenación de fenómenos que gracias a la indagación psicoanalítica hemos podido inteligir nos autoriza a considerar el chupeteo como una exteriorización sexual, y a estudiar justamente en él los rasgos esenciales de la práctica sexual infantil. (ver nota)(203)

Autoerotismo.

Tenemos la obligación de considerar más a fondo este ejemplo. Destaquemos, como el carácter más llamativo de esta práctica sexual, el hecho de que la pulsión no está dirigida a otra

persona; se satisface en el cuerpo propio, es autoerótica, para decirlo con una feliz designación introducida por Havelock Ellis [1898]. (ver nota)(204)

Es claro, además, que la acción del niño chupeteador se rige por la búsqueda de un placer -ya vivenciado, y ahora recordado- Así, en el caso más simple, la satisfacción se obtiene mamando rítmicamente un sector de la pie¡ o de mucosa. Es fácil colegir también las ocasiones que brindaron al niño las primeras experiencias de ese placer que ahora aspira a renovar. Su primera actividad, la más importante para su vida, el mamar del pecho materno (o de sus subrogados), no pudo menos que familiarizarlo con ese placer. Diríamos que los labios del niño se comportaron como«una zona erógena, y la estimulación por el cálido aflujo de leche fue la causa de la sensación placentera. Al comienzo, claro está, la satisfacción de la zona erógena se asoció con la satisfacción de la necesidad de alimentarse. El quehacer sexual se apuntala {anlehnen} primero en una de las funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se independiza de ella. (ver nota)(205) Quien vea a un niño saciado adormecerse en el pecho materno, con sus mejillas sonrosadas y una sonrisa beatífica, no podrá menos que decirse que este cuadro sigue siendo decisivo también para la expresión de la satisfacción sexual en la vida posterior. La necesidad de repetir la satisfacción sexual se divorcia entonces de la necesidad de buscar alimento, un divorcio que se vuelve inevitable cuando aparecen los dientes y la alimentación ya no se cumple más exclusivamente mamando, sino también masticando. El niño no se sirve de un objeto ajeno para mamar; prefiere una parte de su propia piel porque le resulta más cómodo, porque así se independiza del mundo exterior al que no puede aún dominar, y porque de esa manera se procura, por así decir, una segunda zona erógena, si bien de menor valor. El menor valor de este segundo lugar lo llevará más tarde a buscar en otra persona la parte correspondiente, los labios. (Podríamos imaginarlo diciendo:

«Lástima que no pueda besarme a mí mismo».)

No todos los niños chupetean. Cabe suponer que llegan a hacerlo aquellos en quienes está constitucionalmente reforzado el valor erógeno de la zona de los labios. Si este persiste, tales

niños, llegados a adultos, serán grandes gustadores del beso, se inclinarán a besos perversos o, si son hombres, tendrán una potente motivación intrínseca para beber y fumar. Pero si

sobreviene la represión, sentirán asco frente a la comida y producirán vómitos histéricos.

Siendo la zona labial un campo de acción recíproca {Gemeinsamkeit}, la represión invadirá la pulsión de nutrición. Muchas de mis pacientes(206) con trastornos alimentarios, globus

hystericus, estrangulamiento de la garganta y vómitos, fueron en sus años infantiles enérgicas chupeteadoras.

En el chupeteo o el mamar con fruición hemos observado ya los tres caracteres esenciales de una exteriorización sexual infantil. Esta nace apuntalándose en una de las funciones corporales importantes para la vida(207); todavía no conoce un objeto sexual, pues es autoerótica, y su meta sexual se encuentra bajo el imperio de una zona erógena. Anticipemos que estos caracteres son válidos también para la mayoría de las otras prácticas de la pulsión sexual infantil.

La meta sexual de la sexualidad infantil.

Caracteres de las zonas erógenas.

Todavía podemos extraer muchas cosas del ejemplo del Chupeteo con miras a caracterizar lo que es una zona erógena. Es un sector de piel o de mucosa en el que estimulaciones de cierta clase provocan una sensación placentera de determinada cualidad. No hay ninguna duda de que los estímulos productores de placer están ligados a particulares condiciones; pero no las conocemos. Entre ellas, el carácter rítmico no puede menos que desempeñar un papel: se impone la analogía con las cosquillas. Parece menos seguro que se pueda designar

«particular» al carácter de la sensación placentera provocada por el estímulo -particularidad en la que estaría contenido, justamente, el factor sexual- En asuntos de placer y displacer, la

psicología tantea todavía demasiado en las tinieblas, por lo cual es recomendable adoptar la hipótesis más precavida. Quizá más adelante hallemos fundamentos que parezcan apoyar la

particularidad como cualidad de esa sensación placentera.

La propiedad erógena puede adherir prominentemente a ciertas partes del cuerpo. Existen zonas erógenas predestinadas, como lo muestra el chupeteo; pero este mismo ejemplo nos

enseña también que cualquier otro sector de piel o de mucosa puede prestar los servicios de una zona erógena, para lo cual es forzoso que conlleve una cierta aptitud. Por tanto, para la

producción de una sensación placentera, la cualidad del estímulo es más importante que la complexión de las partes del cuerpo. El niño chupeteador busca por su cuerpo y escoge algún

sector para mamárselo con fruición; después, por acostumbramiento, este pasa a ser el preferido. Cuando por casualidad tropieza con uno de los sectores predestinados (pezones,

genitales), desde luego será este el predilecto. Tal capacidad de desplazamiento reaparece en la sintomatología de la histeria de manera enteramente análoga. En esta neurosis, la represión afecta sobre todo a las zonas genitales en sentido estricto, las que prestan su estimulabilidad a las restantes zonas erógenas, que de otro modo permanecerían relegadas en la vida adulta; entonces, estas se comportan en un todo como los genitales. Pero, además, tal como ocurre en el caso del chupeteo, cualquier otro sector del cuerpo puede ser dotado de la excitabilidad de los genitales y elevarse a la condición de zona erógena. Las zonas erógenas e histerógenas exhiben los mismos caracteres. (ver nota)(208)

Meta sexual infantil.

La meta sexual de la pulsión infantil consiste en producir la satisfacción mediante la estimulación apropiada de la zona erógena que, de un modo u otro, se ha escogido. Para que

se cree una necesidad de repetirla, esta satisfacción tiene que haberse vivenciado antes; y es lícito pensar que la naturaleza habrá tomado seguras medidas para que esa vivencia no quede librada al azar. (ver nota)(209) Ya tomamos conocimiento de la organización previa que cumple este fin respecto de la zona de los labios: el enlace simultáneo de este sector del cuerpo con la nutrición. Todavía habremos de hallar otros dispositivos similares como fuentes de la sexualidad. En cuanto estado, la necesidad de repetir la satisfacción se trasluce por dos cosas: un peculiar sentimiento de tensión, que posee más bien el carácter del displacer, y una sensación de estímulo o de picazón condicionada centralmente y proyectada a la zona erógena periférica. Por eso la meta sexual puede formularse también así: procuraría sustituir la sensación de estímulo proyectada sobre la zona erógena, por aquel estímulo externo que la cancela al provocar la sensación de la satisfacción. Este estímulo externo consistirá la mayoría de las veces en una manipulación análoga al mamar. (ver nota)(210)

1 Pero si es cierto que la necesidad puede suscitarse también periféricamente, por una alteración real en la zona erógena, ese hecho armoniza a la perfección con nuestro saber

fisiológico. Sólo parece un poco sorprendente que, para cancelarse, un estímulo requiera de un segundo estímulo aplicado al mismo lugar.

Las exteriorizaciones sexuales masturbatorias.

(ver nota)(211)

No podrá sino alegrarnos sumamente el descubrir que, una vez estudiada la pulsión partiendo de una única zona erógena, no tenemos muchas más cosas importantes que aprender acerca de la práctica sexual del niño. Las diferencias más notables se refieren a los pasos que se necesita dar para obtener la satisfacción, que en el caso de la zona labial consistían en el

mamar y que tendrán que sustituirse por otra acción muscular acorde con la posición y la complexión de las otras zonas.

Activación de la zona anal.

La zona anal, a semejanza de la zona de los labios, es apta por su posición para proporcionar un apuntalamiento de la sexualidad en otras funciones corporales. Debe admitirse que el valor erógeno de este sector del cuerpo es originariamente muy grande. Por el psicoanálisis nos enteramos, no sin asombro, de las trasmudaciones que experimentan normalmente las

excitaciones sexuales que parten de él, v cuán a menudo conserva durante toda la vida una considerable participación en la excitabilidad genital. (ver nota)(212) Los trastornos intestinales tan frecuentes en la infancia se ocupan de que no falten excitaciones intensas en esta zona.

Los catarros intestinales en la más tierna edad tornan «nervioso» al niño, como suele decirse; si más tarde este contrae una neurosis, cobran una influencia determinante sobre su expresión sintomática y ponen a su disposición toda la suma de los trastornos intestinales. Y con referencia al valor erógeno del tracto anal (valor que se conserva, si no como tal, al menos en su trasmudación), no puede tomarse a risa la influencia de las hemorroides, a las que la vieja medicina concedía tanto peso para la explicación de los estados neuróticos.

Los niños que sacan partido de la estimulabilidad erógena de la zona anal se delatan por el hecho de que retienen las heces hasta que la acumulación de estas provoca fuertes

contracciones musculares y, al pasar por el ano, pueden ejercer un poderoso estímulo sobre la mucosa. De esa manera tienen que producirse sensaciones voluptuosas junto a las dolorosas.

Uno de los mejores signos anticipatorios de rareza o nerviosidad posteriores es que un lactante se rehuse obstinadamente a vaciar el intestino cuando lo ponen en la bacinilla, vale decir,

cuando la persona encargada de su crianza lo desea, reservándose esta función para cuando lo desea él mismo. Lo que le interesa, desde luego, no es ensuciar su cuna; sólo procura que no se le escape la ganancia colateral de placer que puede conseguir con la defecación.

Nuevamente, los educadores aciertan cuando llaman «díscolos» a los niños que «difieren» estas funciones.

El contenido de los intestinos(213) que, en calidad de cuerpo estimulador, se comporta respecto de una mucosa sexualmente sensible como el precursor de otro órgano destinado a

entrar en acción sólo después de la fase de la infancia, tiene para el lactante todavía otros importantes significados. Evidentemente, lo trata como a una parte de su propio cuerpo;

representa el primer «regalo» por medio del cual el pequeño ser puede expresar su obediencia hacia el medio circundante exteriorizándolo, Ni su desafío, rehusándolo. A partir de este

significado de «regalo», más tarde cobra el de «hijo», el cual, según una de las teorías sexuales infantiles, se adquiere por la comida y es dado a luz por el intestino.

La retención de las heces, que al comienzo se practica deliberadamente para aprovechar su estimulación masturbadora, por así decir, de la zona anal o para emplearla en la relación con

las personas que cuidan al niño, es por otra parte una de las raíces del estreñimiento tan frecuente en los neurópatas. La significación íntegra de la zona anal se refleja, además, en el

hecho de que se encuentran muy pocos neuróticos que no tengan sus usos escatológicos particulares, sus ceremonias y acciones similares, que mantienen en escrupuloso secreto. (ver

nota)(214)

En niños mayores no es nada rara una genuina estimulación masturbatoria de la zona anal con ayuda del dedo y provocada por una picazón de condicionamiento central o sostenida

periféricamente.

Activación de las zonas genitales.

Entre las zonas erógenas del cuerpo infantil se encuentra tina que no desempeña, por cierto, el papel principal ni puede ser la portadora de las mociones sexuales más antiguas, pero que está destinada a grandes cosas en el futuro. Tanto en los varones como en las niñas se relaciona con la micción (glande, clítoris), y en los primeros está dentro de un saco de mucosa, de

manera que no puede faltarle estimulación por secreciones, que desde temprano son capaces de encender la excitación sexual. Las activaciones sexuales de esta zona erógena, que

corresponde a las partes sexuales reales, son sin duda el comienzo, de la posterior vida sexual «normal».

Por su situación anatómica, por el sobreaflujo de secreciones, por los lavados y frotaciones del cuidado corporal y por ciertas excitaciones accidentales (como las migraciones de lombrices intestinales en las niñas), es inevitable que la sensación placentera que estas partes del cuerpo son capaces de proporcionar se haga notar al niño ya en su período de lactancia, despertándole una necesidad de repetirla. Si se considera la suma de estas circunstancias y se repara en que las medidas adoptadas para mantener la limpieza difícilmente tendrán efectos diversos de los producidos por su ensuciamiento, se vuelve poco menos que forzoso concluir que mediante el onanismo del lactante, al que casi ningún individuo escapa, se establece el futuro primado de esta zona erógena para la actividad sexual. (ver nota)(215) La acción que elimina el estímulo y desencadena la satisfacción consiste en un contacto de frotación con la mano o en una presión, sin duda prefigurada como un reflejo, ejercida por la mano o apretando los muslos. Esta última operación es con mucho la más frecuente en la niña. En el caso del varón, la preferencia por la mano señala ya la importante contribución que la pulsión de apoderamiento está destinada a prestar a la actividad sexual masculina. (ver nota)(216)

Redundará en beneficio de la claridad(217) indicar que es preciso distinguir tres fases en la masturbación infantil. La primera corresponde al período de lactancia, la segunda al breve

florecimiento de la práctica sexual hacia el cuarto año de vida, y sólo la tercera responde al onanismo de la pubertad, el único que suele tenerse en cuenta.

La segunda fase de la masturbación infantil.

El onanismo del lactante parece desaparecer tras breve lapso; no obstante, su prosecución ininterrumpida hasta la pubertad puede constituir ya la primera gran desviación respecto del

desarrollo a que se aspira para el ser humano en la cultura. Después del período de lactancia, en algún momento de la niñez, por lo común antes del cuarto año, la pulsión sexual suele

despertar de nuevo en esta zona genital y durar un lapso, basta que una nueva sofocación la detiene, o proseguir sin interrupción. Las relaciones posibles son muy diversas y sólo pueden

elucidarse mediante el examen más pormenorizado de casos individuales. Pero todos los detalles de esta segunda activación sexual infantil dejan tras sí las más profundas

(inconcientes) huellas en la memoria de la persona, determinan el desarrollo de su carácter si permanece sana, y la sintomatología de su neurosis si enferma después de la pubertad. (ver

nota)(218) En este último caso, hallamos que este período sexual se ha olvidado, y se han desplazado los recuerdos concientes que lo atestiguan; ya dije que yo vincularía también la

amnesia infantil normal con esta activación sexual infantil. Por medio de la exploración psicoanalítica se logra hacer conciente lo olvidado y, de esta manera, eliminar una compulsión

que parte del material psíquico inconciente.

Retorno de la masturbación de la lactancia.

La excitación sexual del período de lactancia retorna en los años de la niñez indicados; puede hacerlo como un estímulo de picazón, condicionado centralmente, que reclama una

satisfacción onanista, o como un proceso del tipo de una polución, que, de manera análoga a la polución de la época de madurez, alcanza la satisfacción sin ayuda de ninguna acción. Este último caso es el más frecuente en las niñas y en la segunda mitad de la niñez; no se lo conoce bien en su condicionamiento, y a menudo -aunque no regularmente -parece tener por premisa un período de onanismo anterior. La sintomatología de estas exteriorizaciones sexuales es pobre; del aparato sexual todavía no desarrollado da testimonio casi siempre el aparato urinario, que se presenta, por así decir, como su portavoz. La mayoría de las llamadas afecciones vesicales de esta época son perturbaciones sexuales; la enuresis nocturna, cuando no responde a un ataque epiléptico, corresponde a una polución.

Causas internas y ocasiones externas son decisivas para la reaparición de la actividad sexual; en casos de neurosis, ambas pueden colegirse a partir de la conformación de los síntomas y

descubrirse con certeza mediante la exploración psicoanalítica. De las causas internas hablaremos más adelante; las ocasiones externas contingentes cobran en esa época una

importancia grande y duradera. En primer término se sitúa la influencia de la seducción, que trata prematuramente al niño como objeto sexual y, en circunstancias que no pueden menos

que provocarle fuerte impresión, le enseña a conocer la satisfacción de las zonas genitales; secuela de ello es casi siempre la compulsión a renovarla por vía onanista. Semejante influencia

puede provenir de adultos o de otros niños; no puedo conceder que en mi ensayo sobre «La etiología de la histeria» (1896c) yo haya sobrestimado su frecuencia o su importancia, si bien es cierto que a la sazón todavía no sabía que individuos que siguieron siendo normales podían haber tenido en su niñez esas mismas vivencias, por lo cual otorgué mayor valor a la seducción que a los factores dados en la constitución y el desarrollo sexuales. (ver nota)(219) Resulta evidente que no se requiere de la seducción para despertar la vida sexual de] niño, y que ese despertar puede producirse también en forma espontánea a partir de causas internas.

Disposición perversa polimorfa. Es instructivo que bajo la influencia de la seducción el niño pueda convertirse en un perverso polimorfo, siendo descaminado a practicar todas las

trasgresiones posibles. Esto demuestra que en su disposición trae consigo la aptitud para ello; tales trasgresiones tropiezan con escasas resistencias porque, según sea la edad del niño, no

se han erigido todavía o están en formación los diques anímicos contra los excesos sexuales: la vergüenza, el asco y la moral. En esto el niño no se comporta diversamente de la mujer

ordinaria, no cultivada, en quien se conserva idéntica disposición perversa polimorfa. En condiciones corrientes, ella puede permanecer normal en el aspecto sexual; guiada por un hábil

seductor, encontrará gusto en todas las perversiones y las retendrá en su práctica sexual. Esa misma disposición polimorfa, y por tanto infantil, es la que explota la prostituta en su oficio; y en el inmenso número de las mujeres prostitutas y de aquellas a quienes es preciso atribuir la aptitud para la prostitución, aunque escaparon de ejercerla, es imposible no reconocer algo

común a todos los seres humanos, algo que tiene sus orígenes en la uniforme disposición a todas las perversiones.

Pulsiones parciales.

En lo demás, la influencia de la seducción no ayuda a descubrir la condición inicial de la pulsión sexual, sino que confunde nuestra intelección de ella, en la medida en que aporta

prematuramente al niño el objeto sexual, del cual la pulsión sexual infantil no muestra al comienzo necesidad alguna. De cualquier manera, tenemos que admitir que también la vida

sexual infantil, a pesar del imperio que ejercen las zonas erógenas, muestra componentes que desde el comienzo envuelven a otras personas en calidad de objetos sexuales. De esa índole

son las pulsiones del placer de. ver y de exhibir, y de la crueldad. Aparecen con cierta independencia respecto de las zonas erógenas, y sólo más tarde entran en estrechas

relaciones con la vida genital(220); pero ya se hacen notables en la niñez como unas aspiraciones autónomas, separadas al principio de la actividad sexual erógena. Sobre todo, el

niño pequeño carece de vergüenza, y en ciertos años tempranos muestra una inequívoca complacencia en desnudar su cuerpo poniendo particular énfasis en sus genitales. El

correspondiente de esta inclinación considerada perversa, la curiosidad por ver los genitales de otras personas, probablemente se hace manifiesto sólo algo más avanzada la niñez, cuando el escollo del sentimiento de vergüenza ya se ha desarrollado en alguna medida. (ver nota)(221)

Bajo la influencia de la seducción, la perversión de ver puede alcanzar gran importancia para la vida sexual del niño. No obstante, mis exploraciones de la niñez de personas sanas y de

neuróticos me han llevado a concluir que la pulsión de ver puede emerger en el niño como una exteriorización sexual espontánea. Niños pequeños cuya atención se dirigió alguna vez a sus propios genitales -casi siempre por vía masturbatoria- suelen dar sin contribución ajena el paso ulterior, y desarrollar un vivo interés por los genitales de sus compañeritos de juegos. Puesto que la ocasión para satisfacer esa curiosidad se presenta casi siempre solamente al satisfacer las dos necesidades excrementicias, esos niños se convierten en voyeurs, fervientes mirones de la micción y la defecación de otros. Sobrevenida la represión de estas inclinaciones, la curiosidad de ver genitales de otras personas (de su propio sexo o del otro) permanece como una presión martirizante, que en muchos casos de neurosis presta después la más potente fuerza impulsora a la formación de síntoma.

Con independencia aún mayor respecto de las otras prácticas sexuales ligadas a las zonas erógenas, se desarrollan en el niño los componentes crueles de la pulsión sexual. La crueldad

es cosa enteramente natural en el carácter infantil; en efecto, la inhibición en virtud de la cual la pulsión de apoderamiento se detiene ante el dolor del otro, la capacidad de compadecerse, se desarrollan relativamente tarde. Es notorio que no se ha logrado todavía el análisis psicológico exhaustivo de esta pulsión. Nos es lícito suponer que la moción cruel proviene de la pulsión de apoderamiento y emerge en la vida sexual en una época en que los genitales no han asumido aún el papel que desempeñarán después. Por tanto, gobierna una fase de la vida sexual que más adelante describiremos como organización pregenital. (ver nota)(222) Niños que se distinguen por una particular crueldad hacia los animales y los compañeros de juego despiertan la sospecha, por lo común confirmada, de una práctica sexual prematura e intensa proveniente de las zonas erógenas; y en casos de madurez anticipada y simutánea de todas las pulsiones sexuales, la práctica sexual erógena parece ser la primaria. La ausencia de la barrera de la compasión trae consigo el peligro de que este enlace establecido en la niñez entre las pulsiones crueles y las erógenas resulte inescindible más tarde en la vida.

Desde las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau, la estimulación dolorosa de la piel de las nalgas ha sido reconocida por todos los pedagogos como una raíz erógena de la pulsión pasiva a la crueldad (del masoquismo). Con acierto han deducido de ahí la exigencia de que el castigo corporal, que casi siempre afecta a esta parte del cuerpo, debe evitarse en el caso de todos aquellos niños cuya libido, por los posteriores reclamos de la educación cultural, pueda ser empujada hacia las vías colaterales. (ver nota)(223)

La investigación sexual infantil.

(ver nota)(224)

La pulsión de saber.

A la par que la vida sexual del niño alcanza su primer florecimiento, entre los tres y los cinco años, se inicia en él también aquella actividad que se adscribe a la pulsión de saber o de

investigar. La pulsión de saber no puede computarse entre los componentes pulsionales elementales ni subordinarse de manera exclusiva a la sexualidad. Su acción corresponde, por

una parte, a una manera sublimada del apoderamiento, y, por la otra, trabaja con la energía de la pulsión de ver. Empero, sus vínculos con la vida sexual tienen particular importancia, pues por los psicoanálisis hemos averiguado que la pulsión de saber de los niños recae, en forma insospechadamente precoz y con inesperada intensidad, sobre los problemas sexuales, y aun quizás es despertada por estos.

El enigma de la esfinge.

No son intereses teóricos sino prácticos los que ponen en marcha la actividad investigadora en el niño. La amenaza que para sus condiciones de existencia significa la llegada, conocida o

barruntada, de un nuevo niño, y el miedo de que ese acontecimiento lo prive de cuidados y amor, lo vuelven reflexivo y penetrante. El primer problema que lo ocupa es, en consonancia

con esta génesis del despertar de la pulsión de saber, no la cuestión de la diferencia entre los sexos, sino el enigma:, «¿De dónde vienen los niños?». (ver nota)(225) En una desfiguración

que es fácil deshacer, es este el mismo enigma que proponía la Esfinge de Tebas. En cuanto al hecho de los dos sexos, al comienzo el niño no se revuelve contra él ni le opone reparo alguno.

Para el varoncito es cosa natural suponer que todas las personas poseen un genital como el suyo, y le resulta imposible unir su falta a la representación que tiene de ellas.

Complejo de castraci;on y envidia del pene.

El varoncito se aferra con energía a esta convicción, la defiende obstinadamente frente a la contradicción que muy pronto la realidad le opone, y la abandona sólo tras serias luchas

interiores (complejo de castración). Las formaciones sustitutivas de este pene perdido de la mujer cumplen un importante papel en la conformación de múltiples perversiones. (ver

nota)(226)

El supuesto dé que todos los seres humanos poseen idéntico genital (masculino) es la primera de las asombrosas teorías sexuales infantiles, grávidas de consecuencias. De poco le sirve al

niño que la ciencia biológica dé razón a su prejuicio y deba reconocer al clítoris femenino como un auténtico sustituto del pene. En cuanto a la niñita, no incurre en tales rechazos cuando ve los genitales del varón con su conformación diversa. Al punto está dispuesta a reconocerla, y es presa de la envidia del pene, que culmina en el deseo de ser un varón, deseo tan importante luego.

Teorías del nacimiento.

Muchas personas recuerdan con claridad cuán intensamente se interesaron en el período prepuberal por esta cuestión: ¿De dónde vienen los niños? Las soluciones anatómicas fueron

en esa época de los más diversos tipos: vienen del pecho, son extraídos del vientre, o el ombligo se abre para dejarlos pasar. (ver nota)(227) En cuanto a la investigación

correspondiente a los primeros años de la infancia, es muy raro que se la recuerde fuera del análisis; ha caído bajo la represión mucho tiempo atrás, pero sus resultados fueron uniformes:

los hijos se conciben por haber comido algo determinado (como en los cuentos tradicionales) y se los da a luz por el intestino, como a la materia fecal. Estas teorías infantiles traen a la

memoria modalidades del reino animal, en especial la cloaca de los tipos zoológicos inferiores a los mamíferos.

Concepción sádica del comercio sexual.

Si a esa tierna edad los niños son espectadores del comercio sexual entre adultos, lo cual es favorecido por el convencimiento de los mayores de que el pequeño no comprende nada de lo sexual, no puede menos que concebir el acto sexual como una especie de maltrato o sojuzgamiento, vale decir, en sentido sádico. Por el psicoanálisis nos enteramos de que una

impresión de esa clase recibida en la primera infancia contribuye en mucho a la disposición para un ulterior desplazamiento {descentramiento} sádico de la meta sexual. En lo sucesivo los

niños se ocupan mucho de este problema: ¿En qué puede consistir el comercio sexual o -como dicen ellos -el estar casado? Casi siempre buscan la solución del secreto en alguna relación de comunidad {Gemeinsamkeit} proporcionada por las funciones de la micción o la defecación.

El típico fracaso de la investigación sexual infantil.

Acerca de las teorías sexuales infantiles puede hacerse esta formulación general: son reflejos de la propia constitución sexual del niño y, pese a sus grotescos errores, dan pruebas de una

gran comprensión sobre los procesos sexuales, mayor de la que se sospecharía en sus creadores. Los niños perciben también las alteraciones que el embarazo provoca en la madre y

saben interpretarlas rectamente; a menudo escuchan con una desconfianza profunda, aunque casi siempre silenciosa, cuando les es contada la fábula de la cigüeña. Pero como la

investigación sexual infantil ignora dos elementos, el papel del semen fecundante y la existencia de la abertura -sexual femenina -los mismos puntos, por lo demás, en que la organización

infantil se encuentra todavía retrasada-, los esfuerzos del pequeño investigador resultan por lo general infructuosos y terminan en una renuncia que no rara vez deja como -,secuela un

deterioro permanente de la pulsión de saber. La investigación sexual de la primera infancia es siempre solitaria; implica un primer paso hacia la orientación autónoma en el mundo y establece un fuerte extrañamiento del niño respecto de las personas de su contorno, que antes habían gozado de su plena confianza,

Fases de desarrollo de la organización sexual.

(ver nota)(228)

Hasta ahora hemos destacado los siguientes caracteres de la vida sexual infantil: es esencialmente autoerótica (su objeto se encuentra en el cuerpo propio) y sus pulsiones

parciales singulares aspiran a conseguir placer cada una por su cuenta, enteramente desconectadas entre sí. El punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del adulto

llamada normal; en ella, la consecución de placer se ha puesto al servicio de la función de reproducción, y las pulsiones parciales, bajo el primado de una única zona erógena, han

formado una organización sólida para el logro de la meta sexual en un objeto ajeno.

Organizaciones pregenitales.

Ahora bien, con el auxilio del psicoanálisis podemos estudiar las inhibiciones y perturbaciones de este curso de desarrollo. Ello nos permite individualizar esbozos y etapas previas de una

organización de las pulsiones parciales como la aludida, que al mismo tiempo dan por resultado una suerte de régimen sexual. Normalmente, estas fases de la organización sexual se recorren sin tropiezos, delatadas apenas por algunos indicios. Sólo en casos patológicos son activadas y se vuelven notables para la observación gruesa.

Llamaremos pregenitales a las organizaciones de la vida sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su papel hegemónico. Hasta aquí hemos tomado conocimiento de

dos de ellas, que hacen la impresión de unas recaídas en estadios anteriores de la evolución zoológica.

Una primera organización sexual pregenital es la oral o, si se prefiere, canibálica. La actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella.

El objeto de una actividad es también el de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación del objeto, el paradigma de lo que más tarde, en calidad de identificación, desempeñará un papel psíquico tan importante. El chupeteo puede verse como un resto de esta fase hipotética {fiktiv} que la patología nos forzó a suponer; en ella la actividad sexual, desasida de la actividad de la alimentación, ha resignado el objeto ajeno a cambio de tino situado en el cuerpo propio.

(ver nota)(229)

Una segunda fase pregenital es la de la organización sádico-anal. Aquí ya se ha desplegado la división en opuestos, que atraviesa la vida sexual; empero, no se los puede llamar todavía

masculino y femenino, sino que es preciso decir activo y pasivo. La actividad es producida por la pulsión de apoderamiento a través de la musculatura del cuerpo, y como órgano de meta sexual pasiva se constituye ante todo la mucosa erógena del intestino; empero, los objetos de estas dos aspiraciones no coinciden. Junto a ello, se practican otras pulsiones parciales de manera autoerótica. En esta fase, por tanto, ya son pesquisables la polaridad sexual y el objeto ajeno. Faltan todavía la organización y la subordinación a la función de la reproducción. (ver nota)(230)

Ambivalencia.

Esta forma de la organización sexual puede conservarse a lo largo de toda la vida y atraer permanentemente hacia sí una buena parte de la práctica sexual. El predominio del sadismo, y

de la zona anal en el papel de cloaca, le imprimen un sesgo notablemente arcaico. Además, posee este otro carácter: los pares de opuestos pulsionales están plasmados en un grado

aproximadamente igual, estado de cosas que se designa con el feliz término introducido por Bleuler: ambivalencia.

La hipótesis de las organizaciones pregenitales de la vida sexual descansa en el análisis de las neurosis; difícilmente se la pueda apreciar si no es con relación al conocimiento de estas.

Tenemos derecho a esperar que el continuado empeño analítico nos depare datos mucho más amplios sobre el edificio y el desarrollo de la función sexual normal.

Para completar el cuadro de la vida sexual infantil, es preciso agregar que a menudo, o regularmente, ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la que hemos supuesto

característica de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de los afanes sexuales se dirigen a una persona única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí, pues, el máximo

acercamiento posible en la infancia a la conformación definitiva que la vida sexual presentará después de la pubertad. La diferencia respecto de esta última reside sólo en el hecho de que la unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales no son establecidas en la infancia, o lo son de manera muy incompleta. Por tanto, la instauración de

ese primado al servicio de la reproducción es la última fase por la que atraviesa la organización sexual. (ver nota)(231)

Los dos tiempos de la elección de objeto.

El siguiente proceso puede reclamar el nombre de típico: la elección de objeto se realiza en dos tiempos, en dos oleadas. La primera se inicia entre los dos(232) y los cinco años, y el período de latencia la detiene o la hace retroceder; se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la vida sexual.

Ahora bien, los hechos relativos al doble tiempo de la elección de objeto, que en lo esencial se reducen al efecto del período de latencia, cobran suma importancia en cuanto a la perturbación de ese estado final. Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una época tardía; o bien se los conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la época de la pubertad. Pero demuestran ser inaplicables, y ello a consecuencia del desarrollo de la represión, que se sitúa entre ambas fases. Sus metas sexuales han experimentado un atemperamiento, y figuran únicamente lo que podemos llamar la corriente tierna de la vida sexual. Sólo la indagación psicoanalítica es capaz de pesquisar, ocultas tras esa ternura, esa

veneración y ese respeto, las viejas aspiraciones sexuales, ahora inutilizables, de las pulsiones parciales infantiles. La elección de objeto de la época de la pubertad tiene que renunciar a los objetos infantiles y empezar de nuevo como corriente sensual. La no confluencia de las dos corrientes tiene como efecto hartas veces que no pueda alcanzarse uno de los ideales de la vida sexual, la unificación de todos los anhelos en un objeto. (ver nota)(233)

Fuentes de la sexualidad infantil.

En el empeño de rastrear los orígenes de la pulsión sexual hemos hallado hasta aquí que la excitación sexual nace: a) como calco de una satisfacción vivenciada a raíz de otros procesos

orgánicos; b) por una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c) como expresión de algunas «pulsiones» cuyo origen todavía no comprendemos bien (p. ej., la pulsión

de ver y la pulsión a la crueldad). Ahora bien, la investigación psicoanalítica que desde un período posterior se remonta hasta la infancia, y la observación contemporánea del niño mismo,

se conjugan para mostrarnos otras fuentes de fluencia regular para la excitación sexual. La observación de niños tiene la desventaja de elaborar objetos que fácilmente originan

malentendidos, y el psicoanálisis es dificultado por el hecho de que sólo mediante grandes rodeos puede alcanzar sus objetos y sus conclusiones; no obstante, los dos métodos

conjugados alcanzan un grado suficiente de certeza cognoscitiva.

A raíz de la indagación de las zonas erógenas hemos descubierto que estos sectores de la piel muestran meramente una particular intensificación de un tipo de excitabilidad que, en cierto

grado, es propio de toda la superficie de aquella. Por eso no nos asombrará enterarnos de que a ciertos tipos de estimulación general de la piel pueden adscribirse efectos erógenos muy

nítidos, Entre estos, destacamos sobre todo los estímulos térmicos; quizás ello nos facilite la comprensión del efecto terapéutico de los baños calientes.

Excitaciones mecánicas.

Además, tenemos que incluir en esta serie la producción de una excitación sexual mediante sacudimientos mecánicos del cuerpo, de carácter rítmico. Debemos distinguir en ellos tres

clases de influencias de estímulo: las que actúan sobre el aparato sensorial de los nervios vestibulares, las que actúan sobre la piel y las que lo hacen sobre las partes profundas

(músculos, aparato articular). La existencia de las sensaciones placenteras así generadas -merece destacarse que estamos autorizados a usar indistintamente, para todo un tramo,

«excitación sexual» y « satisfacción », si bien nos obligamos así a brindar más adelante una explicación [véase pág. 1941-, la existencia de esas sensaciones placenteras, entonces,

producidas por ciertos sacudimientos mecánicos del cuerpo, es documentada por el gran gusto que sienten los niños en los juegos de movimiento pasivo, como ser hamacados y arrojados por el aire, cuya repetición piden incesantemente. (ver nota)(234)

Como es sabido, regularmente se mece a los niños inquietos para hacerlos dormir. Los sacudimientos de los carruajes y, más tarde, del ferrocarril ejercen un efecto tan fascinante

sobre los niños mayores que al menos todos los varoncitos han querido alguna vez ser cocheros o conductores de tren cuando grandes. Suelen dotar de un enigmático interés de

extraordinaria intensidad, a todo lo relacionado con el ferrocarril; y en la edad en que se activa la fantasía (poco antes de la pubertad) suelen convertirlo en el núcleo de un simbolismo

refinadamente sexual. Es evidente que la compulsión a establecer ese enlace entre el viaje por ferrocarril y la sexualidad proviene del carácter placentero de las sensaciones de movimiento. Y si después se suma la represión, que hace que tantas de las predilecciones infantiles den un vuelco hacia su contrario, esas mismas personas reaccionarán en su adolescencia o madurez con náuseas sí son mecidas o hamacadas, o bien un viaje por ferrocarril las agotará terriblemente, o tenderán a sufrir ataques de angustia en caso de viajar y se protegerán de la repetición de esa experiencia penosa mediante la angustia al ferrocarril.

A esta serie pertenece el hecho -todavía incomprendido- de que la neurosis traumática histeriforme grave se produce por sumación de terror y sacudimiento mecánico. Al menos

puede suponerse que estas influencias, que en intensidades mínimas pasan a ser fuente de excitación sexual, en medida excesiva provocan una profunda conmoción del mecanismo o

quimismo sexuales. (ver nota)(235)

Actividad muscular.

Es sabido que una intensa actividad muscular constituye para el niño una necesidad de cuya satisfacción extrae un placer extraordinario. Está sujeto a elucidaciones críticas el determinar si este placer tiene algo que ver con la sexualidad, si él mismo incluye una satisfacción sexual o puede convertirse en ocasión de una excitación sexual. Esas elucidaciones pueden apuntar

también a la tesis ya expuesta, a saber, que el placer provocado por las sensaciones de movimiento pasivo es de naturaleza sexual o genera excitación sexual. Es un hecho, no

obstante, que muchas personas informan haber vivenciado los primeros signos de la excitación en sus genitales en el curso de juegos violentos o de riñas con sus compañeros de juego,

situación en la cual, además de todo el esfuerzo muscular, operaba un estrecho contacto con la piel del oponente. La inclinación a trabarse en lucha con determinada persona mediante la

musculatura, como en años posteriores la de trabarse en disputas mediante la palabra («Odios son amores»), se cuenta entre los buenos signos anunciadores de que se ha elegido como

objeto a esa persona. En la promoción de la excitación sexual por medio de la actividad muscular habría que reconocer una de las raíces de la pulsión sádica. Para muchos individuos,

el enlace infantil entre juegos violentos y excitación sexual es codeterminante de la orientación preferencial que imprimirán más tarde a su pulsión sexual. (ver nota)(236)

Procesos afectivos.

Las otras fuentes de excitación sexual en el niño suscitan menos dudas. Es fácil comprobar mediante observación simultánea o exploración retrospectiva que los procesos afectivos más

intensos, aun las excitaciones terroríficas, desbordan sobre la sexualidad; esto, por lo demás, puede contribuir a la comprensión del efecto patógeno de esos movimientos del ánimo. En el escolar, la angustia frente a un examen, la tensión provocada por una tarea de difícil solución, pueden cobrar importancia, no sólo en lo tocante a su relación con la escuela sino para el

estallido de manifestaciones sexuales. En tales circunstancias, en efecto, es harto frecuente que sobrevenga un sentimiento estimulador que urge el contacto con los genitales, o un

proceso del tipo de una polución, con todas sus embarazosas consecuencias. La conducta de los niños en la escuela, que plantea a los maestros bastantes enigmas, merece en general ser

vinculada con la incipiente sexualidad de aquellos. El efecto de excitación sexual de muchos afectos en sí displacenteros, como el angustiarse, el estremecerse de miedo o el espantarse,

se conserva en gran número de seres humanos durante su vida adulta, y explica sin duda que muchas personas acechen la oportunidad de recibir tales sensaciones, sujetas sólo a ciertas

circunstancias concomitantes (su pertenencia a un mundo de ficción, la lectura, el teatro) que amengüen la seriedad de la sensación de displacer.

Si es lícito suponer que también sensaciones de dolor intenso provocan idéntico efecto erógeno, sobre todo cuando el dolor es aminorado o alejado por una condición concomitante, esta relación constituiría una de las raíces principales de la pulsión sadomasoquista, en cuya múltiple composición vamos penetrando así poco a poco. (ver nota)(237)

Trabajo intelectual.

Por último, es innegable que la concentración de la atención en una tarea intelectual, y, en general, el esfuerzo mental, tiene por consecuencia en muchas personas, tanto jóvenes como

más maduras, una excitación sexual concomitante. Hemos de considerarla l a única base legítima de la tesis, por otra parte tan dudosa, que hace derivar las perturbaciones nerviosas de

un «exceso de trabajo» mental. (ver nota)(238)

Si ahora, tras estos ejemplos e indicaciones que no hemos comunicado de manera completa ni exhaustiva en cuanto a su número, abarcamos panorámicamente las fuentes de la excitación sexual infantil, vislumbramos o reconocemos los siguientes rasgos generales: múltiples reaseguros parecen velar por la puesta en marcha de] proceso de la excitación sexual -cuya naturaleza, es cierto, acaba de volvérsenos enigmática- Sobre todo cuidan por ella, más o menos directamente, las excitaciones de las superficies sensibles -la piel y los órganos de los sentidos-, y del modo más inmediato. las estimulaciones de ciertos sectores que han de definirse como zonas erógenas. Respecto de estas fuentes de la excitación sexual, la cualidad

del estímulo es sin duda lo decisivo, aunque el factor de la intensidad (en el caso del dolor) no es del todo indiferente. Pero, además, preexisten en el organismo dispositivos a consecuencia de los cuales la excitación sexual se genera como efecto colateral, a raíz de una gran serie de procesos internos, para lo cual basta que la intensidad de estos rebase ciertos límites cuantitativos. Lo que hemos llamado pulsiones parciales de la sexualidad, o bien deriva directamente de estas fuentes internas de la excitación sexual, o se compone de aportes de

esas fuentes y de las zonas erógenas. Es posible que en el organismo no ocurra, nada de cierta importancia que no ceda sus componentes a la excitación de la pulsión sexual. (ver

nota)(239)

No me parece posible por ahora aportar más claridad y certeza a estas tesis generales; hago responsables de ello a dos factores: en primer lugar, la novedad de todo el abordaje y, en

segundo lugar, la circunstancia de que la naturaleza de la excitación sex ual nos es enteramente desconocida. No querría, empero, renunciar a dos observaciones que prometen abrirnos vastas perspectivas:

Diversas constituciones sexuales.

a) Así como antes vimos la posibilidad de basar las diversas constituciones sexuales innatas en la diferente plasmación de las zonas erógenas, ahora podemos ensayar eso mismo englobando las fuentes indirectas de la excitación sexual. Nos es lícito suponer que estas fuentes brindan su aporte en todos los individuos, pero que no tienen la misma intensidad en todos ellos; cabe admitir, entonces, que la plasmación privilegiada de cada una de las fuentes de la excitación sexual contribuye también a diferenciar las diversas constituciones sexuales.(ver nota)(240)

Las vías de la influencia recíproca.

b) Si abandonamos las expresiones figuradas que usamos durante tanto tiempo, y dejamos de hablar de «fuentes» de la excitación sexual, podemos arribar a esta conjetura: todas las vías de conexión que llegan hasta la sexualidad desde otras funciones tienen que poderse transitar también en la dirección inversa. Vaya un ejemplo: si el hecho de ser la zona de los labios

patrimonio común de las dos funciones es el fundamento por el cual la nutrición genera una satisfacción sexual, ese mismo factor nos permite comprender que la nutrición sufra

perturbaciones cuando son perturbadas las funciones erógenas de la zona común. Y una vez que sabemos que la concentración de la atención es capaz de producir excitación sexual, ello

nos induce a suponer que actuando por la misma vía, sólo que en dirección inversa, el estado de excitación sexual influye sobre la disponibilidad de atención orientable. Una buena parte de la sintomatología de las neurosis, que yo derivo de perturbaciones de los procesos sexuales, se exterioriza en perturbaciones de las otras funciones, no sexuales, del cuerpo. Y esta influencia, hasta ahora incomprensible, se hará menos enigmática admitiendo que representa la contraparte de las influencias que presiden la producción de la excitación sexual. (ver nota)(241)

Ahora bien, esos mismos caminos por los cuales las perturbaciones sexuales desbordan sobre las restantes funciones del cuerpo servirían en el estado de salud a otro importante logro. Por ellos se consumaría la atracción de las fuerzas pulsionales sexuales hacia otras metas, no sexuales; vale decir, la sublimación de la sexualidad. No podemos menos que concluir

confesando que es muy poco todavía lo que sabemos con certeza acerca de estas vías, sin duda existentes y probablemente transitables en las dos direc ciones. (ver nota)(242) le

respondió el 18 de mayo lo siguiente: «El pasaje de Teoría sexual forzosamente debía resultar ambiguo porque tras él no había ninguna idea clara, sólo una construcción. Hay caminos, de naturaleza desconocida, a través de los cuales los procesos sexuales ejercen un efecto sobre la digestión, la hematopoyesis, etc. Las influencias perturbadoras provenientes de la sexualidad recorren estos caminos, y entonces, normalmente, es probable que también lo hagan los aflujos benéficos o útiles de algún otro tipo» (Freud, 1965a).]

Las metamorfosis de la pubertad.

Con el advenimiento de la pubertad se introducen los cambios que llevan la vida sexual infantil a su conformación normal definitiva. La pulsión sexual era hasta entonces predominantemente autoerótica; ahora halla al objeto sexual. Hasta ese momento actuaba partiendo de pulsiones y zonas erógenas singulares que, independientemente unas de otras, buscaban un cierto placer en calidad de única meta sexual. Ahora es dada una nueva meta sexual; para alcanzarla, todas las pulsiones parciales cooperan, al par que las zonas erógenas se subordinan al primado de la zona genital. (ver nota)(243) Puesto que la nueva meta sexual asigna a los dos sexos funciones muy diferentes, su desarrollo sexual se separa mucho en lo sucesivo. El del hombre es el más consecuente, y también el más accesible a nuestra comprensión, mientras que en la mujer se presenta hasta una suerte de involución. La normalidad de la vida sexual es garantizada únicamente por la exacta coincidencia de las dos corrientes dirigidas al objeto y a la meta sexuales: la tierna y la sensual(244). La primera de ellas reúne en sí lo que resta del temprano florecimiento infantil de la sexualidad. (ver nota)(245) Es como la perforación de un túnel desde sus dos extremos.

La nueva meta sexual consiste para el varón en la descarga de los productos genésicos. En modo alguno es ajena a la anterior, al logro de placer; más bien, a este acto final del proceso

sexual va unido el monto máximo de placer. La pulsión sexual se pone ahora al servicio de la función de reproducción; se vuelve, por así decir, altruista. Para que esta trasmudación se logre con éxito, es preciso contar con las disposiciones originarias y todas las peculiaridades de las pulsiones.

Como en todos los otros casos en que deben producirse en el organismo nuevos enlaces y nuevas composiciones en mecanismos complejos, también aquí pueden sobrevenir

perturbaciones patológicas por interrupción de esos reordenamientos. Todas las perturbaciones patológicas de la vida sexual han de considerarse, con buen derecho, como inhibiciones de] desarrollo.

El primado de las zonas genitales y el placer previo.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10
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