La autovaloración en hombres jóvenes homosexuales con VIH (página 2)
Enviado por Leonel Céspedes Tamayo
En cuanto al sistema de comunicación, la relación con los adultos en la juventud se basa en la valoración crítica de sus cualidades psicológicas y morales, con mayor nivel de argumentación que en la adolescencia y mucho más flexible. Con respecto a los maestros, el joven toma en consideración para la valoración de este no solo las cualidades personales y el estilo de comunicación, sino también su competencia profesional. En relación con los padres, se logra mayor independencia de estos que en etapas anteriores, posibilitándose un intercambio comunicativo basado en el respeto mutuo y una actitud crítica pero reflexiva.
La comunicación con los coetáneos es fundamentalmente a través de las relaciones grupales, con mayor selectividad de las amistades que en el período precedente, permitiéndole al joven en estos espacios la expresión y conformación de sus puntos de vista, donde asume criterios personales independientes de los del grupo, siendo capaz de defenderlos ante criterios contrarios. Como tendencia en esta etapa aparece la búsqueda de mayor estabilidad en las relaciones de pareja. Se elabora el proyecto de creación de la familia propia, la preparación para el matrimonio y la llegada del primer hijo.
Entre las neoformaciones propias de la juventud está la aparición de las intenciones profesionales a partir de la consolidación de los intereses profesionales, los que surgen como expresión de una tendencia orientadora de la personalidad hacia esta esfera. A partir de la consolidación del pensamiento conceptual teórico en la juventud, el joven manifiesta especial interés por la solución de problemas cognoscitivos generales y por todo lo relacionado con los valores morales e ideológicos, respondiendo a la necesidad de autodeterminación y a la elaboración de una concepción del mundo propia. Esta última es considerada la neoformación típica de la edad juvenil y representa el nivel superior de la integración de lo cognitivo y lo afectivo en la personalidad.
La concepción del mundo en tanto resultado de las necesidades de independencia y autoafirmación iniciadas en el período precedente, permite al joven la elaboración del sentido de la vida y, con ello, las aspiraciones, objetivos y metas conformados por el sujeto. En investigaciones realizadas en nuestro país (L. Domínguez y L. Ibarra 2003, cit. en L. Domínguez 2007) se obtuvieron como resultados que las aspiraciones, objetivos y metas que integran los principales proyectos futuros del joven cubano se asocian a esferas tales como: la profesión, el estudio, el trabajo, la familia, la realización personal, el empleo
empleo del tiempo libre y la búsqueda de caminos que les permitan satisfacer sus necesidades materiales. El carácter activo del sujeto en la proyección de su futuro se evidencia en las diversas estrategias que asume para enfrentar las dificultades o potenciar las posibilidades del entorno en el logro de sus objetivos, metas y deseos.Las regularidades en el desarrollo de la esfera afectivo motivacional están dadas por la existencia de una mayor estructuración y flexibilidad de la autovaloración que en periodos
anteriores. Esta formación manifiesta niveles superiores de objetividad y estabilidad propiciando al joven mantener relativa coherencia entre sus contenidos autovalorativos y su conducta externa. En este periodo se produce la búsqueda consciente del ideal, apareciendo los ideales generalizados, los cuales se forman a partir de características diversas (sin la existencia de un modelo concreto o de una persona en particular), que el individuo asume teniendo como base una valoración moral y crítica de las mismas, convirtiéndose en patrón de evaluación del comportamiento propio y ajeno.
El desarrollo moral presenta una estructuración más consciente para el joven, actuando desde lo interno, expresado en una mayor flexibilidad, argumentación de sus valoraciones personales y responsabilidad personal ante sus acciones basado en principios morales. La regulación moral es más estable, en lo cual es determinante el surgimiento de la concepción del mundo como neoformación típica de la juventud.
Si se tiene en cuenta la influencia de los condicionantes externos del joven, el entorno donde interactúa, donde desarrolla sus actividades y relaciones interpersonales, se pone de manifiesto la presencia de exigencias nuevas relacionadas con las diferentes áreas vitales (familiar, laboral, personal, de relaciones interpersonales, sexual) y que demandan una responsabilidad y ajuste a las normas sociales mayor que en etapas anteriores. Este hecho va a propiciar la potenciación de las formaciones psicológicas que integran la personalidad del sujeto y a su vez mediatiza la activación de otras neoformaciones que caracterizan la edad juvenil (concepción del mundo, sentido de la vida, intenciones profesionales). Debido a esto ocurren importantes variaciones en la esfera motivacional como núcleo de la personalidad.La necesidad de autodeterminación que posibilita la plena participación del joven en su entorno social, no sólo va a movilizar su conducta en función de una tarea determinada, sino que moldea su concepción del mundo situándolo en la perspectiva que definirá su sentido de la vida, concretado en las tendencias orientadoras de su personalidad.
Los niveles cualitativos que alcanzan los procesos psíquicos son los más altos en toda la periodización del desarrollo. Esto se debe a que es aquí donde se consolidan las formaciones motivacionales complejas, tales como la autovaloración y los ideales. Existe una elaboración consciente de la estructura jerárquica de motivos suficientemente estable, gracias al desarrollo intelectual alcanzado y, por tanto, tiene lugar una regulación efectiva del comportamiento en las diferentes esferas de significación de la personalidad cuya formación culmina en esta etapa.
Por lo anteriormente expuesto la situación social del desarrollo en la juventud se considera como un período de plenitud de las potencialidades psicológicas, cuyo desarrollo y crecimiento individual requiere de la conquista de la autodeterminación, como capacidad del sujeto de actuar con relativa independencia de las influencias externas y de conducirse de forma consciente, intencional y estable, en consonancia con su entorno social.
Homosexualismo versus masculinidad
Se le llama homosexual a la persona que siente atracción erótica hacia las personas de su mismo sexo, pero que se sabe miembro de su sexo; a diferencia del transexual que se siente atraído hacia las personas de su sexo, pero que se cree miembro del sexo complementario y que, por lo tanto, también cree que está erróneamente en ese cuerpo. La práctica de la homosexualidad ha ocurrido en varias épocas de la historia del mundo y ha sido condenada como un tabú social y moral en todos los casos, excepto en unos pocos. Los antropólogos declaran que solamente durante un período del Japón antiguo y en unos pocos casos de grupos especiales de tribus primitivas, es que la práctica de la homosexualidad ha sido aprobada.
En el siglo XIX, el neuropsicólogo alemán Richard Von Krafft-Ebing consideró la homosexualidad como una "degeneración neuropática hereditaria", la cual se agravaba con la excesiva masturbación. Luego Sigmund Freud destacó la influencia de las experiencias vividas en la infancia (ausencia del padre o la madre) y la frecuencia de prácticas homosexuales durante la adolescencia. Investigaciones posteriores realizadas por el biólogo estadounidense A. Charles Kinsey refutaron los postulados anteriores, probando que dichas prácticas no eran perjudiciales a la salud. La Asociación Americana de Psiquiatría proclamó en 1973 que la homosexualidad no ocasionaba ningún impedimento en la estabilidad, confiabilidad, capacidades sociales y vocacionales de las personas. Sin embargo, no fue hasta el 17 de Mayo de 1990 que la Organización Mundial de la Salud (OMS) dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad (4).
Durante años se ha estimado que el 10% o más de la población es homosexual, porcentaje basado en los estudios del Dr. Alfred C. Kinsey., Esta tasa se ha mencionado rutinariamente en trabajos académicos, materiales sobre educación sexual, informes gubernamentales y medios noticiosos. Pero desde hace tiempo han existido muchas evidencias de que el índice del 10% es un porcentaje demasiado alto. . El consenso al respecto indica que el porciento de hombres y mujeres homosexuales constituyen una minoría que no rebasa el 4% de la población mundial, las cuales poseen cualidades personales, sentimientos, valores, formas de pensar y de actuar que son los que los hacen mejores o peores personas, más allá de su orientación sexual.
Los conocidos terapeutas, Masters y Johnson, afirmaron en su libro Human Sexuality (pp. 319-320), que "la teoría genética de la homosexualidad ha sido en general descartada hoy en día" y que "a pesar del interés en posibles mecanismos hormonales en el origen de la homosexualidad, ningún científico serio hoy sugiere que pueda existir una simple relación de causa y efecto". La evidencia científica no ha demostrado que la homosexualidad sea el resultado directo de causas biológicas, genéticas o neurohormonales. Lo más que se puede decir es que pudiera existir alguna base genética, hormonal, neurológica o cerebral que predispone a la homosexualidad. Esta pudiera inclinar a unas personas más que a otras al homosexualismo, pero no obligarlas a practicarlo.
Existen tendencias que han ponderado la educación y el entorno social como posibles condicionantes para la aparición y desarrollo del comportamiento homosexual. Sin embargo, en relación a la elección del homosexualismo como preferencia, existen causas mucho más complejas que inciden en ello, hay factores internos (tales como homofobia interiorizada, baja autoestima, dificultades para establecer intimidad) y factores externos (impuesta por ambientes de prostitución, prisiones o donde no existen mujeres).
Finalmente, en la búsqueda de la identidad personal, es el sujeto activo y consciente el que conforma su identidad sexual de manera única e irrepetible. El ser humano integra a su subjetividad a través de la identidad de género, los atributos y funciones diseñados para su sexo, entendidas social y culturalmente como coherentes para la sexualidad femenina y masculina.
El concepto de masculinidad prescribe el conjunto de actitudes y comportamientos que la sociedad ha asignado a los hombres. La masculinidad, integrada al interno del sujeto a partir de la representación social de este concepto, es fundada desde la niñez, y continúa durante el proceso de socialización del varón. Su contenido cobra forma en la constitución de la subjetividad masculina a través del "impacto cultural" de los agentes socializadores.
No existe una única forma de asumir la masculinidad, cada individuo construye su masculinidad de forma activa y diferente, en consonancia con la autenticidad e irrepetibilidad de la personalidad. Aunque los términos masculinidad y machismo son asociados, sus definiciones son diferentes. Este último constituye la hiperbolización de la masculinidad que ubica al hombre como centro del universo.
La construcción de la identidad sexual para el varón está particularmente influenciada por el machismo y los estereotipos asociados a este concepto. La cultura del machismo se aplica al concepto típico de la masculinidad en América Latina y el Caribe que representa al hombre como: proveedor, sexualmente activo, independiente, fuerte, dispuesto a encarar el peligro y dominante (5). Según este concepto se considera socialmente aceptable la sexualidad del hombre heterosexual, viril hasta el punto de la promiscuidad, sabio, agresivo y en control de su ambiente, el cual abarca las mujeres que rodean al varón.
Una de las consecuencias más negativas que sufren los hombres con respecto a este fenómeno sociocultural es su contribución al entorpecimiento de una personalidad integral, madura y armónica. Ellos no son educados para expresar sus sentimientos, lo que afecta el desarrollo de su capacidad emocional, temen los modelos masculinos desfavorables sobre todo si están relacionados con la diversidad sexual y el feminismo, se cuidan de manifestar puntos débiles, no confiesan sus frustraciones, en lo económico se ven presionados a mantener a la familia, y se les mide por su capacidad de obtener bienes materiales.
Esta presión social es aplicable también desde lo sexual, donde ellos perciben una expectativa de rendimiento en cuanto al número de parejas sexuales, calidad de la relación sexual, por solo mencionar algunas, que implica en determinados momentos condicionantes que rivalizan con la voluntad del sujeto. En el orden social la norma relacionada con el comportamiento sexual deseado es la heterosexualidad y lo diferente se considera una desviación, marcando la práctica homosexual con el estigma de enfermedad, inmoral e incorrecto.
En los hombres que tienen sexo con hombres el proceso de construcción de la identidad sexual está cargado, en mayor o menor medida, de conflictos que abarcan los niveles social, grupal e individual. Socialmente la representación de la orientación homosexual ha provocado el aislamiento, la censura y otras actitudes prejuiciadas. La homofobia es una actitud asumida por una parte considerable de la población en todo el mundo, lo que ha tenido como contrapartida el surgimiento de grupos defensores de los derechos legales y sociales de la comunidad homosexual, denominados gay.
En el orden grupal el rechazo de los diferentes grupos sociales hacia la persona con esta preferencia sexual es vivenciado frecuentemente desde todas las esferas de la sociedad. El rechazo familiar, por ser este grupo el más cercano al individuo, es considerado una de las experiencias más desestructurantes para la personalidad y la salud mental, hecho que trae vivencias de soledad, inseguridad, pérdida del sentido de pertenencia al grupo y la consiguiente afectación de la esfera afectivo motivacional.
Desde lo individual el conflicto psicológico del sujeto con orientación homosexual es percibido en todos sus matices y sopesado una y otra vez, aún cuando la persona es consciente de su elección y la ha "aceptado". Muchas son las situaciones desafiantes por las que debe transitar, aparte de los ya mencionados están: la carencia de espacios públicos y la necesidad de ocultar los comportamientos homosexuales para evitar la censura social, lo que genera cambios frecuentes de pareja; relaciones sexuales con desconocidos, el mantenimiento de dichas relaciones en lugares inadecuados, oscuros y con posibilidades de agresión. La esfera sexual, si bien es motivo de preocupaciones, constituye en estas personas la fuente de satisfacción emocional hiperbolizada, quizás, por los costos de asumir una vida sexual diferente a la de la mayoría.
Según los autores Ryan y Futterman (1997), Isay (1996), Cáceres, Pecheny y Terto(2002) (cit. por Chacón A., L. 2004), en la medida que una persona que posee orientación sexual no hetrerosexual se siente satisfecho consigo mismo, se respete y crea que los demás deban respetarlo sin importar su identidad sexual y además, no crea que sea necesario ocultar o disimular la misma, será una persona más plena y con posibilidades de enfrentar los retos que la vida pueda presentarle que aquella con una identidad sexual no asumida. Esta perspectiva parte del criterio de que una persona que no acepta su orientación sexual o cree que es necesario aparentar ser heterosexual para ser aceptada socialmente, es un individuo vulnerable psicológicamente, con dificultades para alcanzar estabilidad emocional y manejar retos y dificultades en la vida.
El papel de la aceptación de la orientación sexual en el individuo es decisivo para el desenvolvimiento positivo de la personalidad y constituye un elemento que repercute en su autovaloración, por lo que en la profundización en los contenidos de esa formación motivacional es necesario tomar en cuenta este aspecto.
El VIH y su repercusión psicológica: desafíos para el hombre homosexual con VIH
En la persona con VIH influye de modo particular la representación social que existe sobre la infección, en la cual se concibe al sida como enfermedad mortal e incurable y la idea estereotipada de la depauperación física de las personas infectadas. Se produce una repercusión psicológica importante ante esta situación de salud para la persona, que tiene diversas manifestaciones psíquicas en dependencia de la estructuración de la personalidad del sujeto, el grado de autoestima, la concepción del mundo y la existencia o no de proyectos de vida.
El impacto psicológico inicial ocurre cuando la persona recibe el diagnóstico positivo al VIH. El mismo abarca no solo las emociones generadas por la pérdida del estado óptimo de salud, sino además, por las pérdidas colaterales asociadas a la representación del VIH en la subjetividad del individuo, tales como: pérdida del cariño de las personas significativas, del respeto de los familiares y amigos, de la autonomía, del puesto de trabajo, por solo citar algunas.
Este momento es descrito muy detalladamente por Elizabeth Kluber-Ross mediante una serie de etapas. No es exclusivo del VIH sino que se presenta en las personas con diagnóstico por enfermedades crónicas, sobre todo oncológicas. Las etapas que conforman este proceso son: negación, agresividad, negociación, depresión y aceptación. No tienen un orden inmutable ni son unidireccionales, pues la persona puede haber superado una etapa y regresar a la misma. El paso por estas etapas es una necesidad de adaptación psicológica al estrés que genera este tipo de situaciones, por lo que su duración es limitada pero no necesariamente corta. (6)
La evolución de este proceso estará influenciada en mayor o menor medida por varios factores:
1- La evolución de la infección: teniendo en cuenta que el desarrollo cronológico de una enfermedad puede ser descrito en forma de ciclos (inicial, intermedio y final), en la infección por VIH la estabilización durante mucho tiempo en la fase asintomática (inicial) suele filtrarse en un aparente olvido de la condición de portador de VIH, donde pueden llegar a eliminarse las etapas descritas con anterioridad, pero dicha actitud puede suponer un riesgo, porque suprimirá el comportamiento de prevención ante sí mismo y ante los demás, así como el autocuidado general que implica una nutrición saludable, chequeo médico, entre otras medidas.
2- El apoyo social percibido: se ha demostrado que este factor posee una influencia importante en la adaptación a la nueva situación y al equilibrio emocional del sujeto. La respuesta del contexto familiar, los amigos y el círculo de relaciones sociales en función del nivel de seguridad emocional que ofrezca la persona con VIH influirá en que sea más o menos traumática dicha adaptación. Este apoyo se traduce en la comprensión y ayuda de las personas significativas afectivamente al individuo.
3- El grupo de riesgo a que pertenece la persona: se estima que en los casos de infección por vía sexual es relativamente posible el mantenimiento de una conducta de precaución, mientras que en otros grupos (como los infectados por vía parenteral) cabe esperar que la reacción ante el diagnóstico no suponga la modificación de los hábitos de vida, o que estos duren poco tiempo.
4- Las características personales previas: referente al tipo de personalidad, rasgos del carácter y temperamento estrechamente relacionados con el contexto educativo y el desarrollo personal del individuo.
La repercusión del VIH en la esfera afectiva de la persona se expresa en diversas áreas. Se hizo referencia a la trascendencia del apoyo de los grupos significativos del sujeto (área familiar y de las relaciones interpersonales). Otra área donde ocurre un importante impacto es la sexual, lo que trae en primer lugar, la vivencia de ansiedad ante la comunicación del diagnóstico a la pareja, que puede ocasionar infidelidad, sentimientos de culpa y en el peor de los casos ruptura de la relación. Luego, la necesidad de modificar comportamientos sexuales, lo que implica el uso sistemático de preservativos para no infectar a la(s) pareja(s) seronegativa o para protegerse de la reinfección en caso de tener pareja seropositiva Esta situación requiere de la ejecución de prácticas sexuales con menos riesgo y de responsabilidad ante la sexualidad, lo cual es más difícil de alcanzar en la relación homosexual en comparación con la relación heterosexual.
La subjetividad del individuo con VIH se encuentra asediada por la activación de conflictos tales como: la comunicación de su diagnóstico a familiares, los amigos, la pareja, los profesionales de salud; el enfrentamiento y la adaptación a otros entornos sociales como: sanatorios, consultas especializadas y equipos de ayuda mutua (EAM).
El ingreso sanatorial y la participación en los equipos de ayuda mutua son espacios donde la persona diagnosticada debe interactuar y convivir con otras personas con VIH, que pueden ser muy diferentes y con quienes puede sentirse extremadamente incómodo, puesto que se añade a esta situación la separación de los familiares o un distanciamiento del entorno laboral (7).
La atención de salud donde la persona con VIH debe interactuar con frecuencia para la recogida o aplicación de medicamentos u otros servicios, es otro de los entornos en los que la persona con VIH se va a encontrar con frecuencia, y para ella puede llegar a ser muy estresante informar de su diagnóstico al personal de salud cuando le solicita ayuda, especialmente en situaciones que requieren mayor bioseguridad, tales como: extracciones de sangre, manipulación de muestras, atención estomatológica, entre otras. El personal de salud tiene el deber de atender estas situaciones con un elevado profesionalismo y una alta sensibilidad humana, para lo cual deberá estar previamente capacitado en estos casos (8)
En el sistema de actividad de la persona con VIH ocurren cambios significativos para el sujeto como parte del proceso adaptativo. Unos tienen relación con el trabajo (cambio de perfil laboral, cambio de puesto de trabajo); otras con el autocuidado y atención médica (chequeo de los linfocitos T, uso de medicamentos para evitar el avance del VIH) y otras relacionadas con el estilo de vida de la persona con VIH (sexualidad: uso sistemático de preservativos para evitar la reinfección, evitación de la maternidad-paternidad, nutrición: modificación de hábitos alimenticios, restricción para la ingestión de bebidas alcohólicas) (9).
Estas limitaciones, unido a la representación social del VIH, pueden producir vivencias negativas como sentimientos de culpa, aislamiento, autocompasión, incertidumbre, inseguridad, ideación suicida, pérdida de motivación hacia las expectativas de futuro previas al diagnóstico, con el consecuente estancamiento en diversas áreas del desarrollo personal, de la esfera motivacional y particularmente, de la autovaloración.
La mayor preocupación de la persona con VIH es vivir pensando acerca de cuándo va a empezar a sufrir enfermedades y cuánto tiempo le queda de vida. Esta situación provoca la activación de los mecanismos de defensa en la persona y una disminución de la actividad del sistema inmunitario sobre el virus. La Psiconeuroinmunología (ciencia que estudia la relación directa del aparato inmune y la actividad psíquica) asevera que el control de la ansiedad y la depresión es piedra angular en la modificación de la susceptibilidad al sida.
En el hombre homosexual con VIH, el componente autovalorativo esta particularmente influenciado por la repercusión psicológica de la infección por VIH ya expuesto. A esto se añade la aceptación del sujeto de su identidad sexual. Igualmente la relación problemática que se establece con el entorno debido al doble estigma, conduce a las personas a una situación de aislamiento y soledad producto al miedo al rechazo, la censura y la discriminación. De modo que el desafío al que se enfrenta esta persona es más estresante y conflictivo que aquellos con orientación heterosexual y VIH.
Desde el impacto propio del diagnóstico inicial de seropositividad no pueden obviarse cuestiones como: las etapas del proceso de adaptación a la situación de salud, el sentimiento de preocupación ante la amenaza de aparición del sida clínico y el temor al rechazo social por la doble marginación que representa ser homosexual portador de VIH. Por tanto, la repercusión psicológica, vista de manera general, suele rozar la superficie del problema, pero más adentro, la vivencia personal esconde la profundidad del impacto subjetivo del VIH en los sujetos con estas características.
Cuando se logra desentrañar e identificar los contenidos autovalorativos que se encuentran en la base de las diferentes formaciones psicológicas, es posible intervenir con mayor eficacia para dotar de empoderamiento al individuo que atraviesa por esta situación. Esto significa la toma del control de su propia vida, sentirse satisfecho tal cual es, hacer frente con responsabilidad a todos los aspectos de esta, reorganizar sus metas y lograr un equilibrio emocional, madurez psicológica y pleno desarrollo de la personalidad.
La autovaloración: evolución del concepto
La ciencia psicológica ha abordado el problema del estudio de la autovaloración a partir de diversos enfoques, en correspondencia con las diferentes escuelas psicológicas desde las clásicas hasta las actuales.
En la concepción defendida por S. Freud y sus seguidores ( K. Horney, E. From, H. Sullivan y otros), comprenden la autovaloración como un mecanismo que garantiza la concordancia entre las exigencias del individuo hacia sí mismo y las condiciones exteriores, entendido el mundo exterior como algo adverso al individuo y la autovaloración como una simple función adaptativa. Esta concepción fue criticada por su carácter reduccionista, al considerar la función de la autovaloración como algo unilateral e incompleto, que solo equilibra al sujeto con el medio circundante, además de desestimar el carácter activo de la personalidad en su interacción con el medio.
Desde la concepción dialéctico materialista, asumida por el autor, el análisis de la categoría autovaloración no se limita a la simple función adaptativa, ni a regular las tendencias innatas del individuo como afirman los neofreudianos, sin embargo, los seguidores de esta tendencia aportaron una interpretación de la valoración personal del individuo como una función de la personalidad relacionada con la esfera de los afectos y necesidades del individuo.
En los experimentos de K. Lewin se pusieron de manifiesto toda una serie de hechos experimentales e interdependientes que permitieron ciertas tendencias dinámicas de la esfera afectiva, muy importantes para entender la función de la autovaloración. Dichos aportes sirvieron de base a investigaciones sobre el estudio de la personalidad. Dentro de este contexto resulta de interés la teoría de C. Rogers, que ofrece importantes aportes sobre el desarrollo de la personalidad y la influencia de la autovaloración en su formación (10)
Este autor plantea que la flexibilidad en la valoración personal es decir, el saber regular el comportamiento bajo la influencia de las vivencias es una condición indispensable para la adaptación sin dolor a las condiciones de vida; establece que la autovaloración es producto de la interacción del niño y el medio circundante, y surge como resultado de la interacción valorativa con los demás individuos. También señala que para lograr un equilibrio psíquico en el individuo es sumamente importante saber autovalorarse adecuadamente y tener una idea correcta de las propias posibilidades, dicho aspecto es esencial para la formación de la personalidad.
A este autor se le critica que básicamente se enmarca en su estudio sobre la autovaloración en el aspecto subjetivo valorativo de esta, siendo su aporte práctico más importante la elaboración de un tratamiento psicoterapéutico con el fin de librar al individuo de su tensión interior y eliminar el conflicto que se produce entre la autovaloración y la experiencia real.
La autovaloración en la psicología soviética ha sido estudiada desde varias aristas: en estrecha relación con el problema del desarrollo y formación de la autoconciencia( B.G. Ananiev, S.L. Rubinstein y otros); desde el punto de vista del papel y las funciones que desempeña en la estructura íntegral de la personalidad (L.S. Vigotski, L.I. Bozhovich, V.S. Merlin y V.N. Miasitshev) y las investigaciones experimentales que se han centrado en el nivel de aspiraciones y las características de la autovaloración de los niños(M.S.Neymark, E.A.Serebriakova y L.S. Slavina).
Entre los autores cubanos que han abordado el tema de la autovaloración desde la ciencia psicológica están González Rey, González Serra, Roloff Gómez, entre otros. Desde la concepción materialista dialéctica estos autores reconocen que a partir de la capacidad del hombre de autorregular su conducta se origina la motivación superior como sistema, y coinciden con L.I. Bozhovich, en que esto indica que el individuo ha devenido personalidad.
También plantean la relación cognitivo afectiva en la autovaloración, la cual se sustenta en la jerarquización de los motivos, ordenados en concordancia con lo más significativo para el individuo, el que analiza cuáles son sus posibilidades para alcanzar estos objetivos conscientes y cuáles son los aspectos de su personalidad que debe desarrollar para lograrlos. Estos constituyen los contenidos de su autovaloración, por su relación directa con el éxito o fracaso del individuo en actividades significativas de su personalidad, determinadas por sus motivos esenciales.
Debido a ello, la autovaloración complementa la elaboración de los planes y objetivos futuros de la personalidad, los cuales se establecen basados en sus motivos y necesidades centrales, orientando el comportamiento consciente del sujeto acorde con estas motivaciones, lo que garantiza su interrelación y efectividad.
En el análisis de la formación de la autovaloración estos autores resaltan importantes aspectos que se integran durante el desarrollo ontogenético con sus respectivas particularidades en cada período y que se exponen a continuación para enriquecer la comprensión de esta formación psicológica.
Enfoque culturalista de la formación y desarrollo de la autovaloración
La escuela de orientación marxista concibe la autovaloración como formación psicológica compleja, explicando su formación y desarrollo en el entramado proceso del desarrollo histórico de la personalidad. Los autores contemporáneos que responden a ese enfoque concuerdan en que el proceso de formación de esta categoría mediatiza el desenvolvimiento del individuo y su relación con el entorno social, con características y particularidades en cada etapa del desarrollo.
Según Roloff Gómez, la génesis de la autovaloración debe buscarse en los orígenes de la autoconciencia y las primeras experiencias que pasan a formar parte de esta última ya poseen un matiz valorativo, incorporándose como experiencia interna valorada. Durante los dos primeros años, niños y niñas construyen la conciencia de la existencia individual como sujetos independientes de los otros, para en la etapa preescolar enriquecer esa imagen inicial con características y atributos que sirvan para definirse como persona con identidad y rasgos propios diferenciados de los demás.
En los años preescolares existe la tendencia a describirse en base de atributos personales externos, tales como: en términos de la apariencia física, de las habilidades y los logros. Todo ello en caracteres globales, sin especificaciones, unido a una estructuración del autoconcepto fundamentado en evidencias externas y arbitrarias, construidas sobre la base de lo expresado por los adultos significativos al niño, de manera especial por los padres( Rosengberg 1986 cit. en Tomás, L.C. 2003: 346). Las actitudes y prácticas de educación y crianza que son aportadas por los padres u otros significativos en la vida de los niños tienen gran importancia en la autovaloración de estos.
Con el advenimiento de la edad escolar se acentúa la delimitación del yo del escolar con respecto a los demás. Las descripciones de los niños en esta etapa se realizan más en términos internos y psicológicos que en base a atributos externos y físicos. Con mayor frecuencia se utilizan términos más abstractos que concretos, y la fundamentación y elaboración del autoconcepto se basará cada vez más en los propios juicios y en la evaluación de la evidencia. Estos avances en el desarrollo del conocimiento de sí mismo están relacionados con las crecientes capacidades cognitivas del escolar, y la apertura a un mundo diferente, y con ello a la ampliación de sus relaciones sociales.
Si bien las relaciones de los padres van a seguir teniendo gran significación a lo largo de toda la infancia, las relaciones que el niño establece con sus iguales es esencial en el desarrollo de su autovaloración, teniendo la oportunidad de enriquecer esa primera imagen, confirmarla o modificarla.La mayoría de los estudios coinciden en señalar que existe cierta estabilidad en la autovaloración durante estos períodos y la ocurrencia de un descenso de esta hacia el inicio de la pubertad.
Ya en la adolescencia, el desarrollo de la autovaloración va a estar condicionada por las transformaciones puberales y su repercusión psicológica, especialmente la imagen de sí mismo, en particular la imagen corporal, que unido a las cualidades vinculadas a las relaciones interpersonales poseen un marcado peso en la autovaloración. Otros factores influyentes en la modificación de esta formación psicológica compleja son las nuevas exigencias propias de los sistemas de actividad y comunicación y el desarrollo intelectual, asociado a las necesidades de independencia, autoafirmación y comunicación, pese a la tendencia del adolescente a la soledad y la autorreflexión en espacios propicios al aislamiento.
Este período es considerado, por consenso entre los psicólogos de orientación marxista, como trascendente en el alcance de un nivel cualitativamente superior de desarrollo de la autoconciencia, como sostén y desarrollo de la autovaloración. Esta etapa se distingue por la aparición del pensamiento conceptual teórico, la intensa formación de la identidad personal y el surgimiento de normas morales, ideales abstractos e intereses profesionales, estos tres últimos aspectos aún inestables e inexactos, mediatizados por la autovaloración, que depende en determinada medida de las valoraciones externas.
Por ello los adolescentes tienden a una valoración estereotipada, tanto personal como de los otros, marcada por la cambiante inmediatez -en elevación o disminución exagerada de la autovaloración- ante el éxito o el fracaso en determinado contexto. Igualmente sus juicios y opiniones de carácter moral, aunque presentan relativa estabilidad e independencia de las influencias externas, aún no se han convertido en convicciones, y los ideales se convierten en criterio de valoración de las conductas propia y de los otros.
Los avances en el desarrollo de la personalidad en la juventud se producen en consonancia con la principal tarea de esa etapa: la de autodeterminarse en las diversas esferas de la vida, que se apoya en la estructuración del sentido de la vida y de la concepción del mundo, que constituyen neoformaciones psicológicas complejas de la personalidad en la juventud.
En esta etapa la autovaloración resulta más flexible y estructurada que en la adolescencia, ganando en estabilidad y objetividad, lo cual sirve de apoyo a la elaboración del proyecto de vida. El ideal de la juventud presenta un carácter generalizado y con alto nivel de elaboración, se asume críticamente y coincide con la proyección futura.
Estudios referentes al desarrollo de los proyectos futuros en jóvenes cubanos (L. Domínguez y L. Ibarra. 2003) revelaron que los objetivos, aspiraciones y metas que integran las principales proyecciones futuras de estos se asocian a esferas tales como: la profesión, el estudio, el trabajo, la familia, la realización personal, el empleo del tiempo libre, y la búsqueda de alternativas que permitan la satisfacción de necesidades materiales.
La existencia de coherencia entre los contenidos autovalorativos y su expresión comportamental, así como la relativa estabilidad de esta formación psicológica, va a permitir que en la realización de evaluaciones acerca de la autovaloración del individuo, haya mayor certeza y claridad en los resultados, a la vez, que sea posible modificarla, producto de la flexibilidad que manifiesta esta categoría, cuya evolución está matizada además por la elaboración de la concepción del mundo, los ideales y el sentido de la vida.
La concepción del mundo es definida como la representación generalizada y sistematizada de la realidad en su conjunto, de las leyes que rigen su devenir y de las exigencias que plantea el medio social a la actuación del joven (Domínguez, L. 2007: 128). En el joven homosexual con VIH, la concepción del mundo está permeada particularmente por la representación social del homosexualismo y del sida, lo que este interioriza e integra a su propia concepción del mundo, convirtiéndose en elemento regulador y orientador de los motivos significativos para el sujeto. De igual manera, la construcción del ideal en este joven está sustentada por su concepción del mundo.
Según González Rey (González Rey y cols, 1982: 44) la autovaloración y los ideales se expresan en aquellos motivos que tienen mayor peso en la orientación de la personalidad, de modo que definen la orientación consciente del sujeto hacia la realidad. Las direcciones principales hacia las cuales se orienta la personalidad de los jóvenes homosexuales con VIH quedan expresadas en las tendencias orientadoras, las cuales van a conformar su sentido de la vida.
La elaboración del sentido de la vida en ellos posee toda una serie de desafíos que pueden frustrar el desempeño de determinadas aspiraciones y que sin embargo, pueden alentarlo a encontrar nuevas vías que garanticen la satisfacción de sus necesidades de manera creativa, tal es el caso de la incorporación a actividades relacionadas con la prevención del VIH y contra la homofobia. Otros motivos ponderados son el fortalecimiento de las relaciones familiares, del círculo de amistades y la superación profesional.
Todo ello girando en torno a la búsqueda del sentido de la propia existencia y la elección del futuro lugar a ocupar en el entramado social. Por tal razón se precisa determinar los aspectos fundamentales para el estudio y comprensión de la autovaloración.
Aspectos esenciales para el estudio y comprensión de la autovaloración
El desarrollo de la personalidad es dinámico, en creciente complejidad, como compleja es la realidad interactiva en la cual el sujeto se inserta. Con el surgimiento de la concepción científica y moral del mundo, a partir de la edad juvenil la personalidad del individuo suele tomar el protagonismo de la autorregulación comportamental, dependiendo cada vez menos del criterio exterior en la determinación de la conducta.
Esta regulación consciente, como criterio de madurez de la personalidad, representa un nivel funcional superior de su desarrollo, teniendo como base la autovaloración, debido a lo cual, en dependencia de la valoración que se tenga sobre las posibilidades y características personológicas, el sujeto se establecerá objetivos y aspiraciones en correspondencia con sus ideales y necesidades principales para dirigir de manera consciente su conducta y actividad.
La categoría autovaloración ha sido catalogada como la dimensión valorativa dinámica de la autoconciencia, entendida esta última como la función general exclusiva del ser humano de reflejar conscientemente no solo el mundo exterior, sino también sus estados y vivencias internas, propiedades psíquicas y cualidades personales.
González Rey conceptualiza la autovaloración como "subsistema de la personalidad que incluye un conjunto de necesidades y motivos, junto con sus diversas formas de manifestación consciente, expresándose en un concepto preciso y generalizado del sujeto sobre sí mismo que integra un conjunto de cualidades, capacidades, intereses"(11)
Este concepto considera la autovaloración como una formación de la personalidad, en la que se expresan otras formaciones de menor nivel integrativo implicados en los procesos de regulación y autorregulación del comportamiento a partir de la forma en que el individuo se autovalora.
Este autor considera que la autovaloración del sujeto, además de ser un componente esencial de la regulación motivacional del hombre que le permite ajustar sus aspiraciones a sus posibilidades reales, va a matizar siempre la expresión de uno y otro estado psíquico en el transcurso de una actividad. Aquí se realiza una valoración del individuo, de sus cualidades, intereses, capacidades, valores físicos, etc; no es una simple valoración intelectual de la auto-observación sino una compleja elaboración en que se expresan de forma activa los principales intereses y motivos de la personalidad. La autovaloración posee un carácter actual y su análisis no debe realizarse de forma lineal, por tanto se trata de una configuración compleja.
El carácter dinámico de la autovaloración se manifiesta de manera concreta cuando el sujeto se plantea determinados objetivos conscientes, a lo que compromete sus motivos más significativos, analiza cuáles son sus posibilidades para alcanzar estos objetivos y cuáles son los aspectos de su personalidad que debe formar o desarrollar para este fin. Estos son precisamente los contenidos de su autovaloración, los que están comprometidos con las motivaciones de autoafirmación y autoestimación, por su relación directa con el éxito o fracaso del sujeto en actividades muy significativas para su personalidad, determinadas por los motivos esenciales de este.
Con relación a los indicadores para su estudio, el autor propone valorar: la riqueza de contenidos (esferas de significación para el sujeto), flexibilidad (asimilación de elementos disonantes y análisis de resultados no acordes al esquema autovalorativo) e integridad (tendencia a mantener la estabilidad de la autovaloración) (12).
La autovaloración puede ser adecuada e inadecuada (por exceso o por defecto) y tener distintos niveles de estabilidad y madurez (con diferentes tipos de relación entre sí). Estos aspectos pueden facilitar o entorpecer, en el sujeto, la atención a su mundo interno, y lograr un mejor conocimiento y valoración de sí mismo. González Rey señala que la autovaloración adecuada refleja riqueza de contenidos, flexibilidad e integridad.
Cuando este autor se refiere a la riqueza de contenidos, declara que está relacionado con la variedad de motivos jerarquizados por el sujeto y que orientan su personalidad. La autovaloración flexible denota la posibilidad del individuo de aceptar fracasos y de ser receptivo ante juicios que se contrapongan con sus criterios valorativos. La integridad se refiere al carácter estable de la autovaloración del sujeto, a pesar de no obtener los resultados que esperaba en su vida y no cumplir con sus expectativas. Para definir la adecuación o no de la autovaloración es necesario tener en cuenta el ajuste de los elementos cognoscitivos con la realidad, así como los elementos afectivos y valorativos que explican el contenido de la autovaloración.
La autovaloración inadecuada por defecto caracteriza a individuos con poca tolerancia al error, anticipan el fracaso y muestran rasgos de inseguridad en su conducta, pudiendo presentar fuerte tendencia al aislamiento y dificultades en las relaciones sociales. Mientras que la autovaloración inadecuada por exceso se centra en una constante elevación de las capacidades del individuo, valoración poco crítica, lo que conduce generalmente a la autosuficiencia y la agresividad. Ambos tipos de autovaloración se consideran distorsiones del autoconocimiento y autoestima del sujeto. Como sistema regulador constante de la actividad del hombre y eje central de todo proceso de autorregulación, a la autovaloración se le atribuyen tres funciones: subjetivo-valorativa, autorreguladora y autoeducativa.
La función subjetivo-valorativa de la autovaloración radica en que las características de la vida psíquica que forman parte de la autoconciencia, se convierten en experiencia interna valorada, adquiriendo sentido positivo o negativo, sirviendo de base a la otra función, la de regulación interna de la conducta y la actividad. Esta función se orienta en la intervención de la autovaloración como regulador, en tanto actúa como motivo de la conducta ante las diferentes situaciones que se presentan en la vida. Han sido tomados como criterios autovalorativos de esta función la relación entre: el éxito y el fracaso, en la toma de decisiones en situaciones de conflicto, el enjuiciamiento de la conducta ajena, la atribución causal de los errores cometidos, entre otros (13).
La función autoeducativa constituye el momento superior de la función reguladora, implicando la posibilidad del sujeto de orientarse hacia objetivos conscientemente establecidos, por lo que se comprueba si existe una autovaloración adecuada y estructurada, para entonces valorar las propias acciones y a sí mismo.
En la medida en que el individuo se desarrolla como personalidad, se manifiestan estas acciones de forma conjunta. En la etapa juvenil, el sujeto es capaz de lograr coherencia entre sus cualidades y la regulación de su comportamiento, y en la medida en que este sea capaz de plantearse objetivos conscientes, acordes a sus posibilidades reales, manifestará mayor autovaloración y se expresarán las tres funciones de esta.
Referencias bibliográficas
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5- Colectivo de autores: Aspectos metodológicos para la prevención de las ITS y el VIH, p 10.
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7- Colectivo de autores. Consejería en ITS y VIH/sida. Información básica p. 62
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10- Bozhovich, L.I. Estudio de las motivaciones de la conducta de los niños y adolescentes, p 12
11- González Rey, F. cit. en Fernández Rius, L. Pensando en la personalidad, p 389
12- Idem
13- Colectivo de autores: Algunas cuestiones teóricas y metodológicas sobre el estudio de la personalidad, p 87
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Autor:
Liannes Martínez Hau
Licenciado en Psicología (2009, Universidad de Granma)
Profesor (Universidad de Granma)
Leonel Céspedes Tamayo
Licenciado en Psicología (2005, Universidad de Oriente)
Lugar de nacimiento: Bayamo, Granma. Cuba. (1981)
Profesor (Universidad de Granma). 5 años de experiencia.
Categoría docente: Profesor asistente.
Cuba, ciudad Bayamo. 31 de mayo de 2010.
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