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Síntesis histórica de la América española: ¿Encubrimiento y justificación de una invasión y saqueo? (página 2)

Enviado por geniber cabrera p.


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El encubrimiento jurídico que desde la Europa se acogería para sustentar las disposiciones a tomar con relación a los habitantes de la América, tenía como fin teleológico, justificar la invasión y el saqueo. De manera pues que, comenzaron a pensar en qué títulos justos tomarían como valores propios de Occidente: jurisdicción ecuménica de los emperadores, o autoridad temporal en manos del Papa; o simplemente se optaría por suprimir la categoría jurídica del aborigen americano por ser bárbaro, lujurioso, vicioso y cualquier otra forma de pecado concebido en la teología sacrosanta de la magna iglesia católica. Así, los indios que pacíficamente se dejaran someter quedarían en gracia, y los que no, es decir los que resistieran serían declarados como enemigos de Dios y de la Corona, por lo tanto se les declararía la guerra justa. Para otro grupo de ideólogos, la justicia no debía ser esa, pues consideraban que la jurisprudencia peninsular no tenía por qué traspasar allende a sus fronteras, afirmando además que los indios poseían calidad humana y por lo tanto, muy a pesar de la condición de gentiles, también se beneficiaban de derechos. El poder temporal Papal era de igual forma negado por estos pensadores, y lo mismo argüían en correspondencia al poder monárquico, distinguiendo además, varias formas de ser infieles, separando a los indios de la suerte de los sarracenos, considerados éstos, como enemigos e invasores de las tierras cristianas, mientras que aquellos no poseían ni dañaban propiedad alguna que pertenecieran a la católica monarquía castellana.

El fray Bartolomé de Las Casas exponía en su famoso Tratado Comprobatorio que el título es porque algunos españoles dicen que les compete aquel Orbe por cercanía, otros, porque son más prudente que las gentes que en ellos vivían, otros según porque dicen que todos los infieles fueron hechos indignos e incapaces por el propio Jesucristo. El mismo de Las Casas, irónicamente decía, que no faltará quien sostenga que porque son bárbaros que comen carne humana, o porque oprimen a los inocentes, o porque son idólatras, o simplemente, porque cometen vicios contra natura, de tal manera que es así como estos españoles justifican el hecho de ir a conquistarlos, dándose paso a su vez, a que los ibéricos pasaran hacer los verdaderos propietarios de las Indias.

Tal vez pueda calificarse la organización de Hispanoamérica como un buen modelo en su propio tiempo histórico, pero desde el punto de vista humano, emergerán sinnúmeras contradicciones al momento de juzgarle, pues, para algunos autores en comparación a cómo se gestó la dominación de la base aborigen en el norte de la América, en donde se barrió con la existencia de cualesquiera de las tribus que allí habitaban, para desaparecerlos casi en su totalidad, e imponerse los ingleses sin mezclarse con aquellos; ha de quedar salvaguardada la supuesta filantropía española al momento de mezclarse con el indio y con el negro traído posteriormente del África.

Siguiendo al ya citado autor Domingo Felipe Maza Zavala (1994), y de acuerdo a su visión sobre el Derecho Indiano y las Normativas Perfeccionistas; se tiene que las naciones Latinas, herederas de la cultura romana, se han de caracterizar por un harto empeño en la búsqueda de formalismos jurídicos, tanto por los textos escritos de normas y reglas, como por las edificaciones de monumentales obras del derecho, todo ello a diferencia de las naciones anglosajonas en las cuales los usos y costumbres se convirtieron en la fuente por excelencia de la norma.

La conquista de la América española, exigiría un sistema normativo para cuya elaboración, eran escasos los antecedentes. Bien pronto, en la fase inicial de la conquista, surgirá la necesidad de establecer normas sobre el régimen de repartimientos y encomiendas. Pero el abuso en la práctica de estas instrucciones, significó una verdadera esclavitud y explotación brutal de los naturales, lo que dará lugar a algunas protestas, como por ejemplo el del fray dominico Antón Montesinos, un elocuente orador que predicó en contra de los maltratos a los indios, por lo que fue acusado como rebelde ante las autoridades reales y ante esas propias leyes contra las cuales él se oponía. Pero su voz, más tarde que temprano, tendría eco en los oídos de algunos justos, pues se resolvería la promulgación de las Leyes de Burgo, en el mes de septiembre de 1512 que regularían el régimen de repartimientos y encomiendas, fijándose disposiciones protectoras de los naturales y obligaciones para con ellos por los encomenderos. Por supuesto, esas leyes no se cumplieron y se encontraron, como ocurría casi siempre, medios y formas para burlarlas en beneficio de los dominadores. Las Leyes de Valladolid, dictadas en julio de 1513, un año después de aquellas de Burgos, modificarán o, más bien, aclararán la especial atención al trabajo de los niños y las mujeres.

La contradicción entre las normas y los hechos es una constante histórica en el Nuevo Mundo, al menos en el hispano. La heroica y pertinaz resistencia a los invasores que opusieron numerosas tribus amerindias, particularmente en la región de los Caribes, fue interpretada cínicamente por aquéllos con el objeto de esclavizar, diezmar y explotar a los indígenas, combatientes o pacíficos. La fórmula que hubo de aplicarse como pretexto para justificar la degradación y el sometimiento, además con la benevolencia de la sacro-monarquía, fue la llamada Requerimiento que consistía en decirles en castellano a los naturales que no lo hablaban y que por lo tanto, no lo entendían, que había un Dios en el cielo y un representante de él en la tierra, que era el Papa, y que ese supremo ser celestial había concedido estas tierras a los reyes católicos, por lo cual ellos debían ser sus vasallos, que les debían respeto a ese Dios y fidelidad a sus delegados terrenales, pues de no atender al Requerimiento se les haría guerra y se les tomaría legítimamente como esclavos.

De tal manera que es así como con artero procedimiento, esclavizaron, violaron y mataron a cuantas mujeres, hombres y niños se les vino en ganas. Ante esta conjura de los exterminadores, se elevaron nuevamente voces de protesta, como particularmente la del fray de Las Casas –ya referido- quien emuló a su antecesor en estas lides, al fray Antón Montesinos, para fijar en igual tenor, oposición a dichos maltratos sobre la condición de ser indígenas y rebatir con el mismo propósito, los alcances de la fulana "guerra justa". El Papa se vio obligado a tomar cartas sobre el asunto, y decretó en 1537 la excomulgación para quienes practicaran tales atrocidades, reconociendo a los indios como seres definitivamente humanos, racionales y capaces de aceptar por otros medios la fe católica.

Francisco de Vitoria, en su Primera Relación de Las Indias, enero de 1539, al terminar la primera parte, concluía:<<Los indios (aunque infieles) antes de la llegada los españoles eran legítimos señores sus cosas, pública y privadamente>>. En las dos partes siguientes de la Relección (sic), llevó a cabo el más riguroso examen de los títulos ilegítimos y legítimos. Entre los que desechaba caían todos los que estimó el primer planteamiento: el Emperador no es señor de todo el orbe; el Papa no es señor civil o temporal del Universo, hablando de dominio y potestad en sentido propio; el Papa no tiene poder temporal alguno sobre los indios bárbaros ni sobre los otros infieles; a los bárbaros que no quieren reconocer dominio alguno del Papa no se les puede por eso hacer la guerra ni ocupar sus bienes; aunque cuando los bárbaros no quisiesen recibir enseguida la fe con sólo habérsela los españoles anunciado y propuesto, no podrían por esta razón (los españoles) hacerles la guerra ni proceder contra ellos por derecho de guerra, y si los bárbaros no la abrazan, no es lícito perseguirlos y despojarlos de sus bienes; los príncipes cristianos no pueden, ni por autoridad del Papa, reprimir a los bárbaros por pecados contra la ley natural, ni por causa de ellos castigarlos. (Zavala, de la Torre Villar, Velázquez, 1992, pp. 213-214).

Se aprecia en la anterior cita, que el jurispensante Francisco de Vitoria ponía en auto a las autoridades monárquicas y eclesiásticas en cuanto al trato que debían recibir los indios del otro lado del mundo, pues muy a pesar de reafirmar el carácter de bárbaro de aquellos naturales, sustentó con bases en la legalidad, las autonomías sobre los derechos de éstos en sus suelos, con sus vidas y con sus múltiples formas de creencias. Los mismos autores mexicanos antes referenciados, indican, que los filósofos, los teólogos y juristas españoles sí conocían y manejaban conceptualmente los Derechos Naturales, como el de gentes y la filosofía moral y política fundada en las consideraciones racionales del hombre según las doctrinas precedentes como las aristotélicas y tomistas. De ahí salieron las soluciones más importantes ante los problemas presentados.

La doctrina política entonces elaborada desempeñará una función de relevada importancia ante lo que se conocerá como: la historia colonial de la América, no sólo como parte de un legado netamente socio- cultural que hubo de llegar, innegablemente, con los saqueadores; sino también como reciprocidad de las culturas y sociedades aborígenes muy a pesar de las deshonras a que fueron sometidos.

Las ideas difundidas en torno a la libertad cristiana en las Universidades de Las Indias y las propias europeas, marcarán nuevos caminos de encuentros para la reflexión en temas relacionados con los Derechos de Gentes tan en boga a propósito del encuentro, el roce o el amalgamiento de dos mundos distintos entre sí mismos.

La tradición generosa esgrimida por los contrarios a la refriega de los naturales en manos de los supuestos amos del mundo, acarició para la América el lento, pero progresivo giro, ante los prejuicios de bárbaros y monstruos como se les creía a los autóctonos habitantes del inmenso y casi no explorado novomundo.

De la enjundiosa obra de Eduardo Galeano: Las Venas Abiertas de la América Latina (1982), se tiene que las colonias americanas bajo la premisa de descubiertas, conquistadas y colonizadas, quedarían estigmatizadas por el proceso de expansión del ya, aunque incipiente, capitalismo comercial. Europa tendía sus brazos para tratar de abarcar al mundo entero (el ya conocido). Pero ni España ni Portugal recibirían los beneficios del arrollador avance del mercantilismo capitalista, aunque hayan sido sus colonias las que en medida sustancial, proporcionaran el oro y la plata que nutrían dicha expansión.

Si bien los metales preciosos de América alumbraron la engañosa fortuna de una nobleza que vivía su Edad Media tardíamente y, a contra mano de la historia, simultáneamente sellaron la ruina de España en los siglos por venir; fueron otras las comarcas de la Europa que pudieron incubar el capitalismo moderno, valiéndose, entre otras, de la expropiación y explotación de los pueblos primitivos del nuevo continente, a la rapiña de los tesoros acumulados, le seguiría una explotación sistemática, en los socavones y en los yacimientos, del trabajo forzado de los indígenas y de los negros esclavos arrancados de África por los traficantes.

Pero, como especie de un castigo impuesto por la propia voracidad humana, los codiciosos y aventureros navegantes que estaban seguros del gran negocio que significaría aprehender los barcos que transportaban las fortunas extirpadas de las entrañas de los vírgenes suelos americanos, no tardaron en hacerse contra esas naves y sus nautas en plena mar abierta para asestarles los zarpazos que darían con los increíbles botines. Así, la mar se convirtió, una vez más, en el elemento básico para disputas y, en algunos casos, para los acuerdos, como el de Portugal y España, quienes tranzaron un espectacular repartimiento dúodiviso de los mares atlánticos aún en su mayoría por conocer.

… la locura ibérica llegó al extremo de que los portugueses garantizaran el libre paso por «su» océano de las naves españolas que iban al «suyo», como se consignó en el tratado. Luego, resultó que las islas halladas por Colón se transformaron en un continente nuevo, también repartido salomónicamente por el citado meridiano. Más tarde, en 1513, un capitán español llamado Vasco Núñez de Balboa encontró otro océano a las espaldas del mismo, al que bautizó como la Mar del Sur… (Lucena Salmoral, 1994, p. 18).

La ambición por apoderarse de los océanos tiene su génesis en las ideas que se divulgaron en Roma, en donde se pretendió hacer de las aguas del Mediterráneo un Mare Nostrum, es decir, un mar exclusivo para romanos. Esta posición no tardó en conseguir sus afectos en otros países, desde los cuales, también se azuzó la posibilidad de poseer sus propios mares. Portugal y España, son los máximos exponentes de dichas ambiciones, el pacto que suscribieron en el conocido Tratado de Tordesillas se sustentó, fundamentalmente, en los Derechos de las Bulas Papales, en su segundo apartado de la Inter Caetera de Alejandro VI en el año 1493 que limitaba como frontera oceánica, una línea trazada a unas 100 leguas al oeste de las Azores, y en el año 1494, en un nuevo acuerdo, se enmendó la plana papal para reubicar, la mencionada frontera, unas 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde.

En Roma, por su parte, la intención de apropiarse del Mediterráneo, en pretérita época, contradictoriamente a la vez, fue creadora de un derecho que declaraba como un bien común o general a la mar, algo similar sucedió con la Corona de Castilla, tras su pacto con los portugueses de dividirse los mares, echó las bases del derecho de libertad ideado por Francisco de Vitoria al comienzo del siglo XV, tesis que suponía el principio de comunicación entre la gente, para la cual la libertad de los mares era necesaria y lo propuesto por Vázquez de Menchaca, quién hizo lo propio al señalar en sus Controversias ilustres, que no podían ser prescriptibles los lugares públicos y comunes, y que el mar encaja entre las cosas que no pueden ser de propiedad única de algún pueblo, estado o gobierno.

Los otros europeos también desean un pedazo del gran pastel americano: la historia de los que querían apropiarse de los mares (castellanos y lusos), se vio empañada por las Coronas que no entraron a jugar ningún papel en las auto asignaciones ultramarinas en el Nuevo Mundo; dichas excluidas coronas, comenzarían a ejercer presión para también expandirse y proyectarse como imperios, de manera que pudieran participar como conquistadores y colonizadores, con la firme intención de saquear y con ello extraer grandes ganancias en las que pasarían a ser sus novocolonias -entendiendo que ya muchas de esas euronaciones poseían colonias en Asia y África-. Los vecinos europeos que se oponían a la españolización de las Indias por parte de Felipe II, no tardaron en enfrentarse a esa política excluyente, siendo así que los primeros que marcarían la pauta por las señaladas pugnas hubieron de ser los franceses, seguidos de los ingleses y los holandeses.

La Piratería como instrumento para subyugar las pretensiones ibéricas: las ejecutorias para quebrar el monopolio ultrapeninsular, estarían sustentada por un viejo oficio, el de la corsopiratería, porque los países europeos que fueron desheredados del festín de las nuevas tierras y, quienes en remotos tiempos habían sido víctimas de las piraterías vikingas, recurrieron a este mismo mal, para poder fracturar el hegemónico exclusivismo lusocastellano en América. Así, franceses e ingleses marcarán la vanguardia de las Coronas escudadas bajo la sombra de la ancestral práctica y, a través de ella, poder iniciar una lucha por un reacomodo en el sistema de repartimiento novomúndico.

El tráfico comercial tendría nuevas rutas, ya no sólo serían las aguas del Mediterráneo o las costas del norte y del sur de Europa, sino que el espectro marino se redimensionaría hacia las tierras, ahora conocidas, como América, de las cuales se sucedería una gran movilización de caudales de oro y plata, y los distintos rubros alimenticios y especias autóctonas de estos parajes que, evidentemente, harían de la empresa colonizadora y, por supuesto, de la piratería, grandes negocios.

Para tener una visión de los registros de la movilidad económica que entre los siglos XVI – XVII se generaron producto de la explotación y exportación, en principio hacia España, de los recursos naturales de las colonias americanas, principalmente de minerales preciosos, se referirá la cita que de Michel Morineau, hace John Lynch (1999):

El período comenzó con un auténtico torrente de metales preciosos. Los galeones de 1659 – hacia Santander – aportaron unos 25 millones de pesos, 3,5 millones para la corona, sin duda los beneficios más importantes en un solo año desde 1595. Era una premonición de lo que iba a suceder, pues las gacetas contemporáneas continuaron registrando unas cifras increíbles: 10 millones de pesos en 1666, 1671, 1672 y 1673; 18 millones en 1682; 25 millones en 1653 y 1693; 30 millones en 1659, 1661, 1670 y 1697; 36 millones en 1686 y 1692 y 42 millones en 1676. Los registros de esta magnitud fácilmente superaron los máximos anuales del siglo XVI; el récord de 1595 de 25 millones de pesos fue superado al menos en 6 ocasiones. Por supuesto, había una diferencia: las flotas no cruzaban ya el Atlántico con la regularidad anual de antaño. A unos años mediocres seguían otros años buenos y en algunos años no había envío alguno… (p. 21).

Las anteriores cifras reflejan la plétora de riquezas que hacia el Viejo Continente se movilizaban en las embarcaciones destinadas para esa actividad que, prontamente, se convertirían en la base económica; en principio de España y Portugal, quienes al igual que el resto de las otras eurocoronas, estaban sumidas en grandes vicisitudes producto de una vida pre-industrial limitada por la rígida estructura económica agraria y feudal que no generaba una alta productividad como para alcanzar una comercialización a plenitud entre los Estados que comercializaban a través de intercambios sus principales rubros. Y es precisamente, hacia el castellano reino que se dirigirán los torrentes de riquezas despojadas de los entresijos del novomundo, y no podía ser de otro modo por cuanto, como se sabe, fue esta monarquía la que aupó y respaldó los viajes de exploración colombinos que dio cabida al gran hallazgo y, con ello, a lo que significaría el mismo, económicamente para Europa y la historia del mundo. Es pues, España, quien se quedará así con el protagonismo disputado en sus inicios colonizadores contra Portugal, corona ésta última confinada en su hegemonía, al extenso territorio del actual Brasil.

A pesar de que la historia oficial española se adjudica el descubrimiento de América en la persona de Colón, los vascos por su parte consideran que no fue así, argumentando Ulibarrena (1998) lo siguiente:

La historiografía oficial españolista (sobre todo) persiste en su aseveración de que Juan Rodríguez Bermejo, mejor conocido como Rodrigo de Triana, fue el primer europeo que vio tierra americana en la madrugada del 12 de octubre de 1492.

Debido a su exacerbado anti-vasquismo siguen ignorando las noticias que nos refieren la caza de la ballena que los vascos ejercían en Terranova. Todo ello a pesar de que el Diccionario Histórico Geográfico de la Real Academia Española de la Historia del año 1802, habla con precisión de que Juan de Etchaide, oriundo de Laburdi, cazaba ballenas en aquella tierra 90 años antes de la primera expedición de Cristóbal Colón. (pp. 3-4).

El tráfico y movilización de las grandes riquezas que salen desde América hacia Europa, abrirían nuevas rutas oceánicas e inter-oceánicas en las postrimerías del siglo XV; y los pueblos de la península ibérica se colocaron a la cabeza del resto de las naciones europeas, en cuanto a la navegación, por ser herederos de las tradiciones marinas del Mediterráneo, y de las aventajadas posiciones geográficas que le permitirán por sus lances, toparse con las rutas occidentales y meridionales de mares hasta el momento desconocidos, inaugurándose de esta manera, un nuevo tiempo económico para Europa y que para España sería la pretensión de un exclusivismo por manejar y controlar el afluente de esas riquezas provenientes de las novotierras; pero no tendría su coto por las confrontaciones que Francia, Inglaterra y Holanda le harían al gobierno de Castilla, las cuales, no podían quedarse al margen y vieron que más allá de sus fronteras había todo un mundo de posibilidades.

… la economía y el comercio mundiales sufrirían un cambio profundo y Francia, Inglaterra y Holanda no tardaron en ser atraídas por las posibilidades de participar en el tráfico ultramarino que se iniciaba. En la época de Carlos V, la intervención en las rutas marítimas españolas fue principalmente Francesa, porque Inglaterra no era la potencia naval que sería en la época isabelina… (De Jármy Chapa, 1988, p. 397).

Las escaramuzas contra Castilla las encabezó –como se ha indicado con anterioridad -el reino francés, en principio, dado que el de Inglaterra había formado con ésta una relativa amistad, porque, entre otras, participaron los hispano-franceses del comercio que se venía desplegando en los mares del norte de Europa desde siglos anteriores, pero que tendrá su fatal desenlace con el descubrimiento de América y las ambiciones imperiales que por estas tierras y mares se suscitarían. Así pues, el gran piélago atlántico ya no sólo será un medio para el comercio y la navegación, sino que se convertiría en el escenario perfecto para el combate, la demostración del poderío naval, y como resultante de todo, el derramamiento de sangre, no por ideología, sino más bien por la codicia y los forcejeos de los nuevos imperios europeos, dándole paso al fanatismo aventurero de los más despiadados hombres barrenderos del mar.

Piratas y corsarios serán los representantes de las monarquías que se sintieron relegadas de participar de la tragantona en el Nuevo Mundo, siendo esos corsopiratas los que se encargarían por nóminas enemigas de dar al traste con la obstinada política castellana de abrogarse a su merced la hegemonía total allende a sus fronteras.

Conclusiones

Las visiones se han redimensionado en torno a la América, ya no puede desdibujarse una realidad que irrumpió en contra de todos los detractores que sostuvieron y aún sostienen la negación: social, cultural, económica y arquitectónica, experimentada por las masas aborígenes que poblaban para el momento de la arribada europea, estas dilatadas áreas geográficas. Empeñarse hoy de manera simplona a tratar de reducir aquel evento de marca mayor para la humanidad, como un mero descubrimiento, es trabajo baladí. Más vale para las ciencias que presidamos, un atrincheramiento por intentar desglosar sendas teorías que expliquen, o se acerquen en una aproximación exegética, a concebir de qué fueron capaces los de este lado del planeta, y proporcionalmente a ello, de qué fueron capaces los llegados allende a estas naturales fronteras.

Muchas son las contradicciones que prevalecen hasta nuestros días a propósito de la teoría del buen salvaje (indios) y la de los civilizados (europeos), los primeros fueron capaces de construir edificios piramidales de piedras pesadas, de tener observatorios celestes para estudios astronómicos, conociendo con exactitud deslumbrante calendarios como el sagrado de 260 días, y el civil de 365 días, con 5 horas 48 minutos y 46 segundos; conocedores además de las matemáticas, del arte, la pintura y la alfarería, de sus propios alfabetos, de la rueda, aunque ésta última no era utilizada para aligerar las cargas por cuanto se le consideraba como una deidad que representaba a la circunferencial bóveda cósmica; practicantes también de diversos juegos en los que empleaban especies de pelotas hechas de caucho; poseedores de una gran organización social jerárquica, conocedores de la metalurgia a través del poder del fuego como elemento fundidor de los materiales de oro, plata, cobre y bronce para la fabricación de joyerías y utensilios de labranza y adminículos para librar las guerras o contiendas entre las diversas tribus, en fin, de todo cuanto pueda imaginarse en su propio tiempo histórico, con pervivencia incluso, más allá de este; en cambio, los blancos, los civilizados, los conquistadores, los descubridores, morían a menguas en sus propios reinos por las pestes y las hambrunas características de su sistema económico y social feudorural, que impondrían por el uso de la pólvora y los mosquetes, ante los arcos y flechas para la caza y la pesca de los bárbaros.

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Autor:

Geniber Cabrera P (*)

Universidad de Carabobo.

(*) Datos personales: Doctor en Historia (UCAB), Magíster en Historia de Venezuela (UC), Licenciado en Educación, mención Cs Sociales, Miembro del PEI (MPPPCyT).

 

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