Iruya – La Princesa Chibcha de Guatavita (página 3)
Enviado por Francisco MOLINA INFANTE Molina Infante
Teuso se pone en marcha
Teuso inició su aventura desandando el camino que poco antes había traído el príncipe Humazga hasta llegar a la parte sur de la Cuchilla de Covadonga, por la que siguió bordeando en dirección norte, cruzando las nacientes de las vertientes -denominadas hoy- Quebrada La Villa, Quebrada de la Providencia -evitando el acercamiento a la aldea de Sesquilé y girando un poco hacia su izquierda para adentrarse por los terrenos de Nescuata, bajar por la Quebrada de Cacicazgo y tomar el camino más frecuentado para seguir en dirección a la aldea de Suesca o su laguna del mismo nombre. En las afueras de la aldea, Teuso vio algunos aldeanos y aldeanas camino de sus trabajos agrícolas y otros que preparaban surcos atajados para la siembra de papas, un par de ellos estaban regando el maíz, cuyas mazorcas aún no habían dejado alumbrar sus panochas, uno más cosechaba mangos en la misma parcela de terreno y la mayoría de los que vio se encontraban esparcidos guardando el ganado doméstico que acababan de sacar de los cercados que les había protegido de los depredadores durante la noche. A medida que los dos príncipes se alejaban de la aldea vislumbraban en sus mentes el camino más idóneo a seguir e ideaban el bien o presente a conquistar que fuese merecedor de la aprobación de Menquetá y de sus respectivos padres.
Los sabios más ancianos de la aldea de Guatavitá, seguramente también estarían presentes para dar sus opiniones y asesoramiento -si eran requeridos para ello- llegada la hora de seleccionar el premio o trofeo, que debería ser el mejor y tendrían que hacer presente los príncipes, en tan breve espacio de tiempo, como eran los catorce días (media fase lunar próxima).
Tenía forzosamente que ganar la prueba; él no podía permitir que se le escapase esta oportunidad y aunque en ello estaba empeñado, no cejaría, ni un momento en sacar adelante la ocasión presentada, poniendo en ella todo su esfuerzo para ganarla. De cuando en cuando, aparecían en sus respectivos caminos algunos guerreros jóvenes pertenecientes a las aldeas más cercanas del territorio por el que pasaban -normalmente iban en pareja y recorriendo los caminos aledaños a sus respectivas aldea, como vigilantes, pero nunca entorpecían el transito de los caminantes, también se les podía observar sentados en algún peñasco a la sombra de algún frutal que aún no había perdido las hojas-, armados con lanzas, encargándose de vigilar, proteger y guardar sus respectivas aldeas o de informar a sus caciques de los movimientos habidos por la zona. Río Bogotá a su paso por el Embalse del Tominé. Nemocón y embalse del Tominé. La ruta que llevaba Teuso, viniendo del sur, iría casi bordeando los terrenos del actual Embalse del Tominé, cruzando por los territorios de Sesquilé, Suesca, Sutatausa y Ubaté por su parte oriental, esa sería -más o menos- la que empleaba el príncipe en su desplazamiento, en búsqueda del bien preciado. Algún que otro viejo se cruzaba en sus respectivos caminos; eran los maestros viandantes que surcaban las diferentes aldeas para prodigar enseñanzas de sus experiencias y las más notables vivencias acontecidas; siempre eran muy bien aceptados por los aldeanos: donde llegaban a exponer sus conocimientos y eran muy convenientes y considerados de mucho provecho para los jóvenes.
A sus charlas, siempre muy concurridas, podían asistir cualquier miembro de la aldea. Estos viejos sabios, podían recorrer toda la comarca, sin que nadie se atreviese a molestarles, hacer daño o prohibiesen su circulación por lugares de sus preferencias. A cuantos de estos personajes se fue encontrando Teuso por su camino, con singular simpatía y respeto: les solicitó sus consejos sobre el emprendimiento que tenía que llevar a cabo para ganar a su pretendida dama, ante los ojos de su progenitor, como había quedado establecido; a cuantos vio o se cruzó por los caminos: contó su relato y consultó sus pareceres; obtuvo respuestas concretas, aunque tan sólo uno de ellos fue el que le impactó más y, bajo su parecer, era el que se acercaba más a sus maquinadas intenciones desde que tuvo en mente salir triunfante de la competencia establecida: a este viejo lo encontró sentado sobre una piedra en la misma base de un platanero y apoyaba su espalda directamente sobre el tronco y de cuando en cuando se masajeaba en todas direcciones pero más frecuentemente de forma vertical, como si le fuese necesario reactivar el flujo sanguíneo de esa zona. Cuando Teuso llegó a su altura, este anciano le dijo: siéntate un rato conmigo joven caminante y descansa un poco; pareces muy sudoroso y aunque tu juventud tiene aún buen aguante, la mía necesita del saber de las aldeas de los alrededores, del cómo transcurre la vida en sitios donde no estoy presente y sobre todo: de los pensamientos, ideas y ambiciones de los demás seres humanos. Teuso, no lo dudó un instante y ante esta situación e invitación que se le presentaba: optó por atender con suma complacencia y agrado a los requerimientos que le hizo el honorable señor, pues a él le parecía también un momento especial para ampliar sus conocimientos y saber también de todo aquello que el propio viejo le estaba solicitando.
El paisaje era magnifico, destacándose la sierra de las Rocas de Suesca que saliendo en paralelo al camino, formaba tan magnifico paisaje; como una columna vertebral erosionada por las inclemencias de miles de años que arrancando desde la singular aldea de Suesca, iba buscando uniformemente las Quebradas de la Tenería con su enfrentada la Quebrada denominada de la Chocancia.
Desde la base del camino se extendía longitudinalmente de este a oeste y embelleciendo un entorno de ensueño.
Largo rato llevaban platicando los dos, cuando el honorable, viejo y sabio señor, le interpeló, argumentando algunas de las cualidades que debería buscar en el objeto que debía llevar como presente, si quería tener éxito y aunque no ganase el favor de los tres caciques, seguro que no quedaría en ridículo al presentarlo; por lo que, cuantas más de estas cualidades tuviese el objeto, mejor agradaría a sus árbitros. -En primer lugar debería ser un objeto agradable a los sentidos, especialmente a la vista. – Que llegue a concentrar las mentes de los evaluadores en el propio objeto, tan sólo con verlo; que su presencia les cauce sorpresa, placer y admiración. -Cualquier individuo lo debe considerar algo especial, no visto y de gran valor. -Que produzca un deseo innato de poseerlo, debido a su atracción intrínseca. -A la vez, que sus propiedades: favorezcan el bienestar físico y espiritual de su dueño. Algunas de estas cualidades o características, serán necesarias para que salgas triunfante del reto -lógicamente cuantas más contenga, mucho mejor será para ti y les beneficiará a ellos. Debes llevar un presente similar a cada uno de los caciques, para que no se sientan discriminados, puedan sentirse orgullosos de poseer el presente y tú puedas aprovechar el momento del agasajo para obtener sus consentimientos sobre Iruya.
En este diálogo estaban, cuando aconteció a pasar por allí un joven que parecía llevar el mismo camino que Teuso, pues según dijo: se encaminaba a la aldea de Ubaté. Sólo quiso detenerse unos momentos, mientras intercambiaban sendos saludos y observando que los dos jóvenes llevaban la misma dirección, el viejo sabio, aconsejó a ambos que viajasen juntos, pues la compañía en buena armonía engrandece el alma de las personas que transitan por la vida a la vez que les da mucha más seguridad en sí mismos y es muy bueno cara a los demás humanos, por lo que era su consejo que se marchasen juntos y se ayudasen mutuamente en todo aquello que les fuese preciso. Allí mismo se despidieron del viejo y sabio -con una pequeña flexión de la cabeza a la vez que extendían el brazo derecho y se lo llevaban a la altura del corazón-, que a la sazón se llamaba Guzgo y también en esos momentos fue cuando el recién llegado se dio a conocer como Furain de la aldea Ubaté, situada más al norte.
Después ambos prosiguieron la marcha, girando la cabeza cuando iban a unas veinte varas de distancia, para saludar por última vez al viejo Guzgo, al tiempo que le hacían gestos con la mano derecha de un adiós prolongado.
Fue Teuso el primero en iniciar el diálogo: relató a su acompañante los motivos que le llevaban a realizar aquella marcha y la situación por la que atravesaba; todo se lo expuso con lujo de detalles y siempre buscando la información, ayuda o indicaciones más acertadas, esperando de Furain: le pudiese proporcionar los datos oportunos para tener éxito en su emprendimiento.
Ya estaban sobrepasando los terrenos de Nemocón y aún Furain no había pronunciado una palabra, ni siquiera había abierto la boca, parecía perplejo y a la vez asombrado de todo lo que estaba relatando Teuso; tanto era así: que éste empezó a sentirse incómodo y hasta ridículo ante su acompañante, que no hablaba, ni expresaba cualquier tipo de parecer sobre toda la información que él le estaba exponiendo. Pensaba para sus adentros, sin manifestarse, que como eran sus problemas los que le estaba exponiendo, a su acompañante, poco le podían importar, por lo que se consideró, aún más: en un estado de ridículo total.
Finalmente Furain se pronunció de esta forma: debemos hacer un alto en el camino y comer un poco pues el camino se vuelve bastante áspero e incómodo; llevamos un largo trecho sin descansar y también porque deberíamos recuperar fuerzas; a mi, por lo menos, me están dando muchas ganas de comer; ¿qué te parece Teuso…, quien asintió de forma afirmativa con la cabeza, al tiempo que se quedaba boquiabierto por el sentido de las primeras palabras que pronunciaba su acompañante. Al salir de un recodo -casi en ángulo recto- que hacía el curso del arroyo que formaban las Quebradas de La Chocancia y la de la Peña del Fiscal, nombres por las que les conoce actualmente, y por el que iban ellos también encauzados, se toparon con una frondosa sombra que formaba la figura de un enorme ficus, cuyo ramaje, casi llegaban a alcanzarse con las manos extendidas hacia el cielo por los propios viandantes, situado en la falda sur del cerro Del Guarnique, en la margen derecha un pequeño afluente que bajada de una de las vertientes más pronunciadas del citado cerro, cuyo caudal no era muy importante pero si hacía mucho ruido al bajar por entre las rocas fijas en su cuenca; no faltando los grandes bolos que en las frecuentes crecidas, seguramente daban un par de tumbos arroyo abajo, dejando sus huellas de algunos años, transitoriamente visibles y como cobijo de sedimentos posteriores al amainar el caudal. En esos momentos el cauce parecía, una madeja de hebras de hilos enmarañados, tratando de salpicar el ambiente con blancas espumas. Grandes follajes de arbustos anclados en las orillas, se dispersaban por doquier, daban bastante esplendor al entorno y estaban salpicados por los trinos de algunos pajarillos, como queriendo calmar el ambiente.
Al pié del tronco -donde llegaron ambos caminantes- giraban una serie de piedras -casi en forma de bolos- que servían como asientos para los transeúntes que deseasen descansar un rato; y allí, fue donde se dispusieron, de la forma más cómoda posible, a dar cuenta de sus respectivas viandas y no perder mucho tiempo en tratar de cazar algún animalito cercano o entablar la persecución escurridiza de algún pez que pudiera proporcionarle el sustento de aquella jornada.
Soltaron sobre el suelo sus pertenencias y se acercaron a las aguas de la orilla del riachuelo, donde se estuvieron refrescando y adecentando un buen rato.
Ocuparon cada cual, uno de los pedruscos, asentándose sobre los mismos y empezaron un pausado ataque sobre sus alimentos, al tiempo que el callado Furain, comenzaba un diálogo abierto, pronunciándose de esta forma: amigo Teuso, no he querido interrumpir tu relato anteriormente y aunque te haya parecido grosero por el poco interés que hayas podido apreciar en mi a tu conversación: no ha sido así; me ha parecido sumamente interesante y una forma muy diplomática en el comportamiento del cacique Menquetá. De esa forma: encumbra a su hija Iruya, no falta a su palabra dada -tiempo atrás- a su vecino del norte Soacha, padre de Humazga y cacique de la aldea de Sesquilé (evitando posibles confrontaciones tribales por tal motivo) y da la oportunidad a su hija para unirse al hombre que ella ha elegido, dependiendo de sus cualidades, virtudes y valentía.
Verdaderamente este cacique de Guatavita, hace honor al gran prestigio que tiene adquirido por todas las aldeas de la comarca y va a ser un individuo muy difícil de contentar; pues debes tener en cuenta, algo muy importante: que los hombres adultos, con poder sobre los demás y si son inteligentes: nunca se precipitan en sus decisiones, mucho menos arriesgan sus intereses o los de sus subalternos, aunque no lo tengan…
Siendo el bienestar de éstos lo que, les garantizan en gran medida o de alguna forma y porcentaje su estabilidad en los cargos o puestos que ocupan; constituyendo basas muy importantes de sus triunfos que en rarísimas ocasiones manifiestan y a la vez conservan el cariño de los suyos y la estabilidad en el seno de sus propias familias.
Por otra parte estos hombres poderosos, cuentan con una serie de medios de protección especiales, muchas veces concedidas por dictamen divino; posiblemente Xué sea su protector incondicional, para que: sin dilaciones, equívocos o malas interpretaciones de sus actos, puedan llevar a cabo la tarea de gobernar sus propios territorios; buscando o proporcionando los privilegios, las libertades y las recompensas que le guíen en sus tareas, debiendo ser conciliables con todos los de los demás miembros, que como él: son los que dirigen y gobiernan a los demás.
El gobernante no puede estar ocioso por derecho o por el privilegio que ostenta en su cargo, ni debe hacer uso de los bienes comunes que tiene a su disposición para su uso y beneficio personal, de particulares o de otros fines que no sean los encomendados para la consecución del bienestar social de los súbditos que representa, por ello: es mucho más difícil mandar que obedecer, tampoco pueden estar ociosos los súbditos, porque en ese caso: estarían holgazaneando y por lo tanto consumiendo sin producir a costa de los demás que trabajan.
Todo el mundo -desde el cargo más ínfimo al más alto que ostente cualquier miembro- debe desarrollar una actividad y cumplir con los fines para los que fue elegido o fue encomendado, para que la armonía reine en este mundo.
Los holgazanes, que se aprovechan del cargo: por derecho, atributos o golpes de suerte, conseguidos a través de la situación que ostentan, siempre caerán en maldad, les llevará a la tentación y al mal uso de sus funciones; redundando en perjuicio de los demás subalterno. Por otra parte, suele ocurrir, lo que al cesto de las manzanas: siempre estarán comestibles y en su punto, si todas están sanas, cuando una de ellas se pudre, contamina a las demás y en un tiempo corto: todas se pudrirán; ¡imagínate, si se pudre la más importante, la que conforma la cabeza visible de ese conjunto!; la podredumbre será fatal, muy rápida y ponzoñosa: yendo rápidamente al desastre en un perjuicio total. El amigo Furain, tomó el hilo de la conversación y no paraba -ahora era Teuso el que se convirtió en un oyente atento, pues todo lo que salía de su boca; a él, le parecían verdades como templos, aprendiendo muchos conceptos que antes desconocía. Yo aquí, en este punto me agrego como una lapa, al parecer del príncipe y de Furain; me adhiero al reafirmar con todas mis fuerzas esas ideas y, al propio tiempo quiero puntualizar algunos conceptos que me bullen en la mente, sin encontrar nunca el medio apropiado para exponerlos y, éstos son: En el mundo social -que a mi generación le ha tocado vivir- por doquier nos encontramos con Organismos Oficiales y medios (públicos y privados) que albergan mandatarios negligentes, ociosos y holgazanes por derecho propio, que engañaron a los ciudadanos no cumpliendo sus programas electorales o no atendiendo a sus funciones empresariales y, al ser elegidos en las urnas, en los comités o consejos de administración, van amparados por la democracia existente en las leyes escritas y no supieron o no quisieron luego ponerlas en práctica; en la mayoría de los casos, porque la tentación del poder los volvió corruptos, -como el caso del cesto de las manzanas podridas-, dando al traste con la ilusión de todos aquellos que confiaron en sus proyectos, presentando con ilusión sus trabajos o intentaron anteriormente ser elegidos como gobernantes de sus comunidades con toda lealtad y fueron suplantados por éstos. Independientemente del cargo para el que fueron elegidos en su día, son los corruptos modernos, esos que yo conozco, los que me preocupan, entre otros males, porque siembran su mala semilla de dirigentes corruptos en las mentes y el corazón de los dirigentes venideros; aunque me consta que la corrupción es tan antigua como el mundo, que las debilidades y ambiciones que acarrea el poder será como el quinto jinete de la Apocalipsis, pues también nos conducirá al fin del mundo que conocemos.
Por todo ello hay que poner los medios -urgentemente- para curar esa enfermedad que se está convirtiendo en endémica e incurable en la mayor parte de las naciones actuales o al menos, en todas las que yo conozco, desde hace tiempo y, que son muchas. Por ello, una forma justa de corregir ese gran mal que produce el poder, sería: la elección de dirigentes por votación, pero que sean estrictamente vocacionales (de entrega total a los demás) y totalmente desinteresados: (sin sueldos, gratificaciones, gastos de representación, dicotomías, dietas, etc., etc. Tal y como se viene haciendo democráticamente -por elecciones en las urnas para periodos de cuatro años o de cinco años-; pero introduciendo la variable, consistente en hacerlo sobre aquellos candidatos que sólo propongan programas realizables, aquellos que se presenten sólo por vocación de servir a los demás en la comunidad -a lo largo de todo su mandato- y si, como consecuencia de su mala gestión: sus debilidades, perezas, ineptitudes, ambiciones políticas, comisiones, favoritismos a terceros -familiares, allegados o provecho personal de cualquier índole, etc. Aquellos que no cumpliesen lo prometido o programado: deberían ser repudiados públicamente, sin ningún tipo de honores y tener depositado previamente a favor, de la comunidad, entidad o razón que representen, un aval real (en metálico contante y sonante) proporcional financieramente a todo el riesgo de su gestión; suficiente y garantizado que cubra cualquier tipo de perjuicio a la comunidad por su mala gestión, debiendo responder de ello todo su patrimonio personal y el toda su familia, inclusive. Habiendo hecho este inciso, nuestro amigo Furain, continuó de esta forma su diálogo: amigo Teuso, no te quepa la menor duda, que siempre estarás en desventaja en tu competición con Humazga, pues parece ser: que las desavenencias existentes entre las aldeas de Sesquilé y Guatavita son mayores que las existentes entre ésta última y la que gobierna tu padre; por lo tanto primará mucho más la reconciliación mediante la unión de sus hijos (el príncipe del cacique Tequendama con la princesa del cacique Menquetá) y prueba de ello es el compromiso antiguo existente entre ambos; seguro que fue establecido en su día con ese mismo fin, aunque ahora no le den la importancia debida. Ahora te has cruzado tú en su camino -por un motivo muy encomiable que ha captado la sensibilidad juvenil y amorosa de Iruya-, cual es haberla librado del peligro del felino y el hecho de que ella pasó de un momento de terror a la gratitud debida a su valiente, apuesto e imprevisto salvador (tú); ella pasó del pánico a la dicha y admiración en décimas de segundos, sin advertirlo; son lógicamente estados de la mente que no tienen gobierno posible y que marcan para toda la vida a las personas que lo experimentan. Por todo ello y algún otro dato que es muy posible desconozcas tú mismo, te aseguro que estás en desventaja con tu contrincante -al que desconozco personalmente, pero si he oído hablar de él, por algunos amigos que le han conocido y aseguran que no es un hombre de fácil trato, muy buen cazador -sí que lo es-, poco respetuoso con sus vecinos -según cuentan- y bastante belicoso -creo que es su peor atributo o emblema-.
No es tarea fácil el emprendimiento que te has propuesto y lo tienes que llevar a cabo con total éxito, si quieres conseguir la felicidad futura, al lado de la mujer elegida por tu corazón y para la tranquilidad en toda la zona.
Teuso, volvía a insistir una y otra vez -cada vez que su compañero de viaje le daba tregua- para preguntarle sobre si él le podía aconsejar de algún objeto que pudiese encontrar por las inmediaciones y que pudiese llevar como presente, pues estaba totalmente resuelto a ganar la prueba, ya que no podría, ni sabría vivir sin su amada. A todo ello, siempre le contestaba Furain con un: no se lo que pueda ser adecuado y hasta se me nubla la mente tratando de pensar en algo que yo haya visto anteriormente y que te pudiera recomendar. La tarea que llevas por hacer es muy difícil de resolver, le decía constantemente. Ya se habían incorporado y se disponían a proseguir con su camino, cuando se cruzaron con una pareja de mediana edad, que llevaban un hato de tejidos a forma de bandolera cruzado sobre los lomos y se dispusieron a ocupar el lugar que ellos dejaban. Después del consabido saludo cordial -pues resultaban ser conocidos de Furain , al ser oriundos de su misma aldea, la actual Ubaté, éste le preguntó a los recién llegados sobre varios aspectos de la aldea y del estado de salud de sus familiares más allegados, pues hacía varias lunas que él se encontraba ausente; también le preguntó (a instancias de Teuso) acerca de si ellos conocían algún lugar, donde conseguir un objeto nunca conocido, que tuviese propiedades especiales, como para ser aceptado por los tres caciques, con prioridad a cualquier otro presente, ya que estaba en juego la felicidad de dos enamorados y, entonces relató -por encima- los motivos del viaje que llevaba su compañero de viaje Teuso, príncipe de Guasca, aldea situada al sur de la laguna de Guatavita…
Cuando Furain terminó de relatar a los recién llegados la breve historia de la búsqueda que se proponía realizar el príncipe para conquistar la dicha al lado de Iruya, el varón que conformaba la pareja, se dispuso a aconsejar a Teuso lo siguiente: he oído hablar de lugares, más allá de la cuenca del río Turtur, muy lejos de nuestra aldea, donde perece ser que están asentadas las tribus más belicosas de todo el territorio y que son como diablos vivientes, muy aguerridos, belicosos y amigos de lo ajeno. Por aquellas tierras -prosiguió diciendo el paisano de Furain, al que le llamó Túpac- he oído hablar, en algunos relatos contados por los más viejos de nuestra aldea Ubaté: que -muy raramente- se encuentran algunas piedras verdes conteniendo propiedades muy especiales, llegando incluso a embelesar a los humanos; entrando en trances por largos y angustiosos periodos de tiempo que parecen ser sueños, inducidos por los hacedores de Bague, como penitencia a sus conductas anteriores. Algunos son olvidados por tiempos indefinidos y otros son rescatados por turnos establecidos que previamente les han marcado los hacedores, en unas tablillas que están muy bien guardadas por elementos del inframundo a las puertas de las grutas donde son controlados por Bachué, quien responde de ellos ante Xué.
En ocasiones estas cuevas -de muy difícil acceso- son comunicadas con el exterior, como consecuencia de algún cataclismo natural o fenómeno meteorológico, dando con ello oportunidad a ser liberados por los mortales más intrépidos.
Casi todas estas oquedades, cuevas o cataclismos, se encuentran en los alrededores del río Turtur, que el tal Túpac -el ubatense, conocido y vecino de Furain- había referido e indicado, como lugar al que debería dirigirse Teuso y seguir su búsqueda, si quería averiguar o localizar, por aquellas serranías, las piedras verdes de grandes propiedades que él había oído de otros. Río Turtur, aún siendo un arroyo, cerca de Ubaté. Esmeraldas colombianas.
Dicen en sus relatos los más viejos del lugar que estas rarísimas piedras encierran todas las maldades de los mundos que vivieron los que están encerrados en ellas, pero también todas las virtudes y gracias de aquellos cuando vivían; con esas piedras la mayoría de sus poseedores adornaban sus vidas, pero también se olvidan de practicar las virtudes.
Son como talismanes de incalculable valor material y cuando son limpias aparecen con un color verde intenso y transparente -son las que encierran mayores virtudes-, en cambio, las más opacas están formadas por malas conductas o llevan maldades intrínsecas incorporadas. Cuentan de ellas, que las más claras y puras: tienen poderes curativos extraordinarios. Teuso y Furain, después de las explicaciones tan abiertas y sinceras que dio su paisano ubatense, se lo agradecieron y prosiguieron la marcha para adentrarse por la vaguada que formaban el Cerro de las Comunidades y el de Piedras Largas.
Subieron directamente en dirección norte hacia los terrenos del Hatillo para proseguir por una vertiente pequeña que entra por el sur en la laguna de Suesca, en cuyo lugar, ya tenía en mente Furain, para pasar la próxima noche.
Sin ningún contratiempo que reseñar, aunque Teuso entonces iba recordando, algo que Túpac había dicho y que entonces no se le pasó por alto y era, referente a: las propiedades que las referidas piedras encerraban.
Muy cansados, habían progresado toda la tarde por los bajos de las vertientes del Cerro Quiluva, llegando a las inmediaciones de la laguna de la actual Suesca, en parte más sureña, cerca de la cuchilla montañosa denominada del Buey Echado, cuando ya desaparecían y se ocultaban los últimos rayos de sol de las altas cumbres; la vegetación era exuberante en todo el entorno que alcanzaba a abarcar la vista y seguramente debería ser un lugar paradisiaco a la luz de pleno día; ahora en la quietud de la tarde, la mayoría de su fauna estaba acomodándose para pasar la vecina noche que estaba llegando con enorme sigilo, pero sin pausa.
La laguna de Suesca se extendía alargada en dirección suroeste noreste de la zona norteña de Cundinamarca, formando como una habichuela enorme o blanquillo a punto de germinar y formaba una extensa depresión en la mitad de las estribaciones cordilleranas de los Andes entre los terrenos suesquenses y los cucunubenses, intercalando innumerable quebradas que empezaban a dividir las vertientes que transitarían al día siguiente en su caminar hacia el norte, separándose de las que lo harían hacia el sureste.
La laguna o Embalse que lleva también el nombre de Suesca, se encuentra a más de 2.500 metros de altitud sobre el nivel del mar y al este de los Andes Orientales.
Al llegar a las inmediaciones de la laguna, además de sentirse ambos muy cansados, ese día habían andado por lo menos veinte leguas y estaban bastante hambrientos, por lo que se vieron obligados a armar sus cepos.
Al pié de un gran mango -puso Teuso el suyo y Furain lo armó bajo un frondoso guayabo- pues cada uno llevaba los útiles necesarios en el zurrón; los lugares donde habían colocado los cepos; estaban ocultos del sitio donde habían elegido pasar la noche y donde pensaban hacer una buena fogata que espantase las alimañas nocturnas y les diese calor al descanso necesario.
Posteriormente, sacaron una flecha cada cual de su capazo y se dirigieron a la orilla de la desembocadura del riachuelo que entraba en la laguna con aguas cristalinas, con la intención de pescar rápidamente algún pez para que les sirviese de sustento hasta el día siguiente, en que posiblemente tendrían algún animalito de pequeño tamaño atrapado en los cepos que acababan de montar. El territorio que se mostraba ante ellos no estaba habitado por ninguna aldea, a simple vista, lo cual les pareció un lugar muy favorable, para poder descansar, sin sobresaltos; lo necesitaban y les era totalmente necesario para recuperar las fuerzas perdidas. No existían indicios de tierras labradas o pastizales andados o preparados para animales domésticos, por lo que esa zona sería ideal para formar un establecimiento en un futuro, próximo. Panorama de los aledaños a los territorios de Suesca y Sutatausa. Así lo pensó Teuso, e incluso ideó allí: su vida en común con Iruya; aunque también pensó, que: en el último momento aparecería alguna tribu con ansias de dominio territorial para entorpecer su idea momentánea,- que no era otra: que la de formar con Iruya su propia aldea junto a la orilla del río-. Cuando volvía de armar su cepo, ya se había fijado en el lugar exacto que sería ideal para ello: encima de un promontorio existente entre la desembocadura del río y la laguna, lo que evitaría cualquier tipo de crecida de las aguas, en tiempos de lluvias torrenciales y sin peligros de corrimientos de tierras o hundideros de humedales.
No consiguieron pescar ningún pescado para la cena, aunque al volver de la laguna, se les cruzó una gran serpiente cascabel y con la misma flecha que traía Teuso de vuelta de la ineficaz pesca, le asestó un varazo sobre su cabeza, que la dejó atontada; momento que aprovechó Furain para cortarle la cabeza -en un santiamén-…, e inmediatamente se ocupó de enterrar la cabeza y la cola bajo tierra, lejos de los lugares que ellos podían frecuentar, en evitación de posible envenenamiento, si por error llegaban a pisar encima. Ya se habían procurado la cena: ahora no tendrían otra cosa que hacer, que asarla frente a un buen fuego, que al mismo tiempo les serviría de defensor de sus propias personas e integridades -frente a fieras, reptiles o cualquier otra alimaña- mientras dormían en sus respectivos chinchorros. Recogieron algunos leños secos (de entre ellos): iban palos medianos y troncos gordos para que durante la noche venidera, pudieran estar largo rato ardiendo y de esa manera no tendrían que levantarse a media noche para atizar el fuego que iría decayendo a medida que avanzaba la noche y bajase la temperatura…
Los llevaron al espacio triangular que formaban los tres troncos de sendos árboles donde había escogido el lugar para pernoctar -que a su vez formaban, como una pequeña depresión o cahorro, ideal para reservar las ascuas más tiempo vivas, al evitar pequeñas corrientes de aire o brisas surgentes- esos árboles escogidos eran los más idóneos para colgar sus hamacas o chinchorros de todos los que habían visto por los alrededores de la laguna y además de tener unos troncos bastantes robustos, conservaban: en escalera, fuertes ramajes que les permitirían subí fácilmente por ellos en caso de algún peligro inesperado. Inició el fuego Teuso, con cierta facilidad, con chispas del pedernal, dirigiéndolas sobre unas hierbas secas y finas que había formado en puñados y apretujándolas a forma de bolos; cuando una de éstas prendió le fue agregando las demás, leña fina y seca hasta que pudo colocar en la hoguera palos más gruesos. Mientras tanto su amigo Furain se encargó de limpiar, junto a la orilla del riachuelo, el resto de la serpiente que pensaban sería el manjar de aquella noche. Cuando el humo del fuego se aplacó un poco, -ensartaron una fina rama verde por el tubo digestivo del cuerpo limpio y desollado de la serpiente -que había limpiado y enjuagado varias veces Furain en las aguas del río y, clavaron en el suelo una de las puntas de la rama, de tal forma: que quedase perpendicular a las llamas y en sentido favorable a la ínfima brisa que corría, con objeto de que no fuese quemada, ni ahumada la carne por las llamas y el humo, sino que, se hiciese como a fuego lento. Ya el fuego había tomado bastante consistencia; lo avivaron un poco más, hasta que creyeron que aguantaría, con el rescoldo que tenía, hasta llegada la madrugada. Habían satisfecho plenamente el hambre que contenían desde que comieron al medio día, cuando pararon al pié del Cerro del Guarnique y estuvieron hablando con Túpac. No les sobró nada del animal asado y pronto les entró a ambos una ligera somnolencia que inducía sus voluntades a subir a sus respectivos chinchorros; seguidamente arrimaron toda la leña seca y troncos que tenían esparcidos por los alrededores de la fogata, los distribuyeron escalonadamente, de forma que no prendiesen todos al mismo tiempo, sino que y ocuparon sus chinchorros -situados a no menos de tres varas del suelo y a unas seis del fuego- por lo que hubieron de ocuparlos trepando por el tronco de uno de los árboles, donde previamente los habían atado; pronto el sueño los embargó y empezó a solicitarles un relajamiento total; sus cuerpos les solicitaban el consabido descanso.
Tan sólo los órganos vitales de Teuso -eran manejados automáticamente por su cerebro y daban señales de vida; aunque aparentemente y a los ojos de cualquier profano: estarían en un estado letal; así, eran organizados bajo la influencia del semidiós o genio que lo protegía, de un mundo más cercano a los muertos que al de los vivos-. Se me hace muy difícil -como observador de los acontecimientos que aquí relato, establecer las imágenes que -el genio o semidiós influyente- le hacía pasar por sus neuronas pues estaban embriagadas o saturadas con los sabores sensuales -no reales, pero imaginariamente consumidos- de un erotismo amoroso y de las nuevas sensaciones de atracción que sentía hacía la figura carnal de Iruya; por lo que: el amor apasionado, empezaba a tener sus primeros síntomas secrecionales.
Las ilusiones espirituales -el amor platónico- y las sensaciones físicas involuntarias: se entremezclaban y volvían cada vez más borrosas; mezcla incesante e involuntaria, sin que él pudiese remediarlo u ordenarlas.
Aquellas, como tantas otras veces, habían conducido sus últimos pasos, idealizando su futuro juntos: una mezcla de sueño erótico y de obligaciones forzadas, se aparecían en su mente constantes y simultáneamente; en aquella situación, parecida a una pesadilla que estuviese sufriendo. Daba continuas trechas -incomodísimas de llevar a cabo dentro de su chinchorro o hamaca- en un duermevela inducido y prolongado, al que estaba siendo sometido. Se le iba la noche bien avanzada, hasta cerca de la madrugada.
Además, parecía tener gran ventaja, en contraposición a su rival Humazga, por contar con la ayuda y el apoyo de algún semidiós o genio, que le iba mostrando el camino a seguir. Con la influencia que estaba ejerciendo sobre su subconsciente, empezaba a despertar sus sentidos del aletargamiento -al que habían estado acostumbrados- y, comenzó a divagar por un mundo de imágenes que hasta ahora desconocía: mezcla de ilusión y realidad, prolongándose en un sueño constante. Las ilusiones inalcanzables que antes lo situaban en una realidad física imposible, al mezclarlos con los recuerdos de su pasado no lejano, ahora se le habían tornado fáciles emprendimientos de llevar a cabo. El genio o semidiós le estaba llevando -con su guía- a imágenes reales dentro de su subconsciente que a él le parecían fáciles de realizar.
Le presentó las imágenes de una oquedad formada por tres grandes bloques de piedras azuladas, apareciendo con toda nitidez ante sus ojos; -en mi pueblo a este tipo de piedras las llamamos vulgarmente piedras de reaní y casi siempre se encuentran en los fondos de los pozos artesanales, donde se reúnen las aguas que se filtran desde sus capas freáticas de los alrededores, al no poder traspasar esa capa impermeable.
Esta bocamina o cueva, más bien parecía el refugio de algún oso de anteojos o de alguna fiera, que fuese usada como guarida transitoria.
La abertura estaba bien situada a la margen derecha de un pequeño riachuelo y se entiende que alguna vez, su curso fue el causante de aquel gran boquete de entrada entre las tres piedras; horadando la bocana y arrastrando las tierras para penetrar con sus aguas por aquellas madrigueras tenebrosas hasta llegar a profundizar, indagar e inspeccionar las entrañas de aquellas tierras.
¡Algo especial debió atraer al riachuelo para desflorar la virginal ladera…!. Antes de despertar -el semidiós, guía o genio- lo introdujo en el interior de la cueva, cuyo techo formaba una continua concavidad, al menos en el espacio que podía apreciarse a simple vista, pues a poco más de seis o siete varas, se bifurcaba en dos tramos, por los que habría que entrar recostado, si quería proseguir avanzando, ya que los dos agujeros, al iniciar su separación: manifestaban fácilmente, su inaccesibilidad a las claras, no alcanzando -el diámetro que presentaban cada uno de los boquetes más allá de tres cuartos de varas- haciéndolos impenetrables, si no se ampliaban sus diámetros. Seguramente él se tendría que arriesgar a entrar por aquellas estrecheces, al no contar con herramientas para poder ampliarlos más, costase el esfuerzo que le costase para conseguir su objetivo; claro que tenía previamente que resolver otro gran problema, cual era el de: agenciarse la luz que necesitaría para transitar en las entrañas de la tierra; para ello tendría que proveerse de un par de antorchas que confeccionaría con partes de sus propias ropas -las menos necesarias- liando algunas hojarascas secas que buscaría por los alrededores de la entrada a la cueva y envueltas al efecto con la piel del conejo que aún conservaba en el zurrón; con cuya grasa, facilitaría, prendería y conservaría la llama con más duración sirviéndole de alumbrado en su camino.
Arriesgaría bastante al meterse de cabeza por cualquiera de los dos agujeros que se desviaban pues no sabía de los peligros que podían encerrar, según fuese entrando por cualquiera de las aberturas; a rastras gateando con los codos, era la única forma de penetrar para conseguir entrar en su interior e intentar proseguir hasta el fondo, para averiguar todo lo desconocido y sorprendente que encontrase en su interior. En varios pasajes el semidiós, guía o genio, le había gravado en el subconsciente el camino a seguir y, con poca voluntad que pusiese Teuso al despertar a la mañana siguiente, fácilmente daría con el sitio indicado. Semiinconscientemente se despertó algo alterado -muy posiblemente por la congoja que le producía aquella tremenda estrechez o porque algún pensamiento le cruzo la mente advirtiéndole de algún peligro grave; pero pudo observar que no se había movido de su lecho sobre el chinchorro y permaneció allí mismo, impasible e inquieto, al observar que Furain estaba traspuesto durmiendo -a la pata, la llana-.
CAPÍTULO V.
El viaje de Humazga
Humazga, emprendió la marcha más rápidamente que Teuso; tomó dirección sur por el mismo camino que había traído Teuso aquella misma mañana, pero antes de llegar al recodo desde donde se divisaba la aldea de Guasca, torció hacia el noroeste para encaminarse directamente a los territorios de las minas de sal gema.
No tuvo que acercarse a la aldea, cuyos territorios llegaban hasta la orilla oeste del río Chonal. –Al príncipe Humazga, le acontecía algo parecido, con respecto al camino: iba desandando en dirección sur, los mismos tramos que había recorrido Teuso aquella mañana hasta llegar a las inmediaciones del río Chonal, siguiendo su curso hacia el oeste y hasta su confluencia en el Tominé casi en su desembocadura sur con el Embalse del Tominé -actual-. Cruzaba casi sigilosamente por aquellos terrenos pertenecientes a los nativos de Guasca -aldea de Teuso- y por tal motivo no deseaba tener ningún encuentro con los aborígenes, llevaba bastante tiempo alerta y camuflado entre los matorrales, cada vez que oía algún ruido inapropiado a la naturaleza por donde transitaba. Se quedaba paralizado unos segundos, hasta que podía apreciar que no había ningún peligro o situación que pudiera producirlo. Anduvo todo el día y en dos ocasiones tuvo que sortear el arroyo Santuario.
Ya avanzada esa tarde: llegó bastante cansado por la dureza del camino y pernoctó en un bonito paraje que hacía el entronque de la Quebrada del Cerro Hueco, con la denominada de La Lechuza; desde donde se podía divisar perfectamente la aldea de Sopó por extenderse una gran llanura hacía el occidente; llegaba incluso a distinguir algunos movimientos de los oriundos de esta aldea, lo que le congratuló mucho, al saber y pensar que podía dominar con la mirada todos los movimientos de aquellas gentes; claro que no podría alertar de su presencia si hacía algún fuego o se manifestaba de alguna forma para que lo localizasen, a pesar de estar bastante distante y la luz jugaba a su favor, pues el sol se ponía por aquel horizonte que hacía destacar a sus habitantes, por el humo de las fogatas, las carreras de algunos perros que jugueteaban por sus calles terrizas, etc. Armó su hamaca o chinchorro y sacó del zurrón, -que siempre llevaba atravesado a las espaldas a modo de bandolera- algo de carne de venado seco, el cuerno de chicha y una torta de maíz -denominada por toda la zona arepa- que su madre la tarde anterior a su partida, le había hecho con sumo cuidado y cariño. Comió abundantemente y tomó un largo trago de chicha del cuerno de buey -éste siempre iba consigo, como fiel viajero y acompañante-, lo que le ayudó sensiblemente a entrar en un profundo sueño. "La chicha es una bebida que se obtiene de la fermentación de los granos de maíz, como ya se comentó anteriormente y que por su importancia dentro del entorno cultural de esta etnia, no dudo que podrá ser de interés repetir algunos otros conceptos". En sus comienzos los indígenas masticaban los granos y escupían éstos mezclados con su saliva, transformando así -por la combinación enzimática- el almidón del maíz en azucares, que al fermentar, debido a las bacterias ambientales, se convertía en esa bebida alcohólica, tan usada por los primitivos asentamientos en América del Sur. Son muchos los países que la fabrican de forma industrial, como Argentina, donde llegó a tener un gran consumo; en Bolivia, está muy divulgada por toda la provincia de Cochabamba, aunque las demás provincias también son grandes consumidoras; en Chile, aún se hace como lo hacía los primitivos indígenas y también hay otras variedades de chichas provenientes de las frutas o cereales que la mezclan con aguardientes duros; en Colombia, la llegó a prohibir el Libertador Bolívar en la zona de Sogamoso por su gran consumo, al haberse dado un envenenamiento masivo de tropas de la División Valdés. Ese decreto de prohibición, parece ser que cayó muy mal a la población, donde aparecieron críticas y glosas que enfadó mucho a las gentes de entonces , como ejemplo basten estos versos, -cuya autoría desconozco-:
En una tienda
de triste aspecto,
una cajera
que es una dicha,
a todos brinda
con gran anhelo,
doradas copas…
de fuerte chicha…
La fabricación y expendeduría de la famosa chicha, se llevaba a cabo de forma normal en casi todos los puestos de intercambio y era una de las tareas encomendadas a las mujeres que formaban la unidad familiar, especialmente las de mayor edad. Se considera que la chicha, era la bebida que usaban los Muiscas en sus celebraciones. En Ecuador, le agregan: mora, tomate de árbol, mandarinas, taxo, aguacates, guayabas, etc., para darles sabor más agradable.
Nicaragua, Panamá, Perú, etc., son otros de los muchos países centro y sudamericanos donde la chicha es una de sus bebidas de gran consumo hoy en día. No se podía decir -de sus consumidores en exceso-, que: dormían como los angelitos, ya que sus ronquidos eran desesperantes -si hubiese habido algún acompañante- porque sus ronquidos y resoplidos ahuyentaban hasta a las posibles fieras vecinas… Desde luego Humazga no reparaba en formar fogatas hasta el amanecer que le resguardasen de las alimañas, pues simplemente le bastaba tomar de su cuerno un buen trinque de chicha. En este su primer día de viaje y no había tenido contratiempos, ni se había tropezado con alguna dificultad insalvable y ahora no quería organizar ningún fuego para pasar la noche, por la cercanía de aquella aldea y con ello podría ser detectado por sus lugareños; de todas formas, él iba evitando tropiezos que pudiese entorpecer su camino; se decía a sí mismo que cuanto antes terminase con aquél asunto engorroso, antes podría disfrutar de la chiquilla y lo que verdaderamente le agradaba a él eran sus correrías de choza en choza manoseando, violando a sus aldeanas o las de los territorios que conocía y las largas jornadas de caza, en persecución de algún ciervo o felino, que en definitiva era lo que realmente constituía su gran pasión.
Al día siguiente se levantó bastante temprano: cuando aún no había salido el sol y ante sí se extendía una inmensa cortina de niebla que lo abarcaba todo.
Se puso en marcha a pesar de ello y poco a poco fue desapareciendo la niebla a medida que el sol levantaba aquella atmósfera, llegando a disiparla del todo, cuando ya se acercaba a los aledaños de Sopó. Sus pasos se encaminaron con rapidez hacia las veredas que conducían a las riberas del actual río Bogotá entre las aldeas de actuales de Sopó y Tocancipá, dejando a su izquierda la Quebrada de Cerro Hueco y a su derecha la Quebrada de la Lechuza, el viento le daba en pleno rostro con cierta intensidad y levantaba algunas nubes del polvoriento camino. El príncipe de Sesquilé no reparaba tan meticulosamente en los personajes que se iba encontrando por el camino; tan sólo le llamó la atención la actividad que estaban llevando a cabo cuatro jóvenes indígenas , posiblemente miembros de algunas de las aldeas vecinas. Estaban atareados las cuatro personas en la confección de flechas que luego serían utilizadas en las correrías de los guerreros de su aldea, para la caza y hasta posiblemente para escaramuzas entre los propios vecinos.
Se encontraban muy cerca en la confluencia de varias de las estribaciones de la Quebrada Honda, ya pasadas las Cuchillas de Peña Blanca.
De entre los cuatro había dos mujeres; los hombres estaban muy atareados y con gran habilidad, confeccionaban las flechas, como si se tratase de una cadena de montaje; ellos se las iban pasando unos a otros: empezando por los dos varones que las cortaban, las aderezaban y sacaban las puntas y las dos mujeres.
Labraban las flechas de varetas de chupones de cítricos, pues resultaban ser las más apropiadas, duras y rectas de todas las que habían probado con anterioridad.
Las piezas eran cortadas con una longitud aproximada de una vara, el grosor debería ser aproximado al dedo meñique y les sacaban o tallaban las puntas muy finas y agudas; también les introducían dos plumas alrededor de la parte trasera, haciéndoles unos cortes en forma de cruz, donde introducían las plumas, que ellos consideraban: especial y lo fundamental para mantenerlas en una misma dirección, cuando fuesen lanzadas.
Las jóvenes estaban untando con muchísimo cuidado las puntas de las flechas terminadas, con algo viscoso que extraían de una pequeña vasija de barro. Seguramente algún veneno letal que sirviese para agilizar la muerte o aletargamiento de la presa, cuando fuese herida certeramente por alguna de aquellas flechas y con ello se evitaría la pérdida de la pieza a cobrar; por lo que el éxito de la caza, muchas veces dependía de la rapidez con que debía actuar el veneno en el animal. Una vez bien impregnadas las puntas de las flechas en aquél veneno, las ponían al sol para que se secasen y una vez secas: las mojaban levemente, introduciéndolas en un cacharro de barro con agua y las volvían a impregnar con aquel veneno y vuelta a secarlas al sol… Pareciera que algunas de las flechas llevaban más cantidad de veneno que otras, seguramente tendrían distinta utilidad.
Allí si se paró el príncipe de Sesquilé y dialogó con los cuatro hasta quedarse bien informado de la tarea que desarrollaban; también llegó a apreciar: cuando uno de los hombres lo reconoció; respetándole, como quien era y le habló de que el príncipe Teuso, había salido día atrás de su aldea, muy de mañana, para competir con él, pero Humazga se hizo del distraído y prestó muy poca atención al diálogo que pretendía entablar uno de sus interlocutores, pero no se le escapó el hecho de que todos los indígenas de las zonas limítrofes estaban al tanto de los acontecimientos que se estaban llevando a cabo entre él y Teuso para conseguir el favor de Menquetá con respecto a su hija Iruya. Sabía perfectamente sobre las formas de confeccionar y producir todo tipo de flechas, tanto para las dedicadas a la caza de animales, como las utilizadas en las guerras tribales o las empleadas en las competiciones de las fiestas religiosas y, en las que ya había participado con bastante éxito, pero quiso hacerse un tanto el neófito en la materia y preguntaba al otro nativo, sobre la efectividad del veneno que estaban empleando y si era el mismo que utilizaban en los confrontamientos tribales. El interlocutor contestaba a todo con un sí, como si se tratase de querer evadirle, pues era el que mejor se había percatado de la doble intencionalidad del príncipe Humazga, que era bien respetado, pero no muy bien visto entre los vecinos.
Una vez que hubo satisfecho su curiosidad, volvió a reemprender la marcha, casi sin despedirse de aquellos vecinos, que tan bien le habían atendido, por su calidad de príncipe vecino del norte, muy posiblemente por respeto y seguro que por temeridad. Finalmente se le abría un inmenso horizonte de palmerales centenarios, cuando iba dejando la aldea de Sopó en una distancia de más de una legua por su parte izquierda. Algunas vertientes muy empinadas bajaban por su derecha y en la lejanía podría apreciar algunas hogueras, quizás que acababan de iniciar su combustión -por las columnas de humo que se apreciaban, por lo menos a cuatro o cinco leguas por el este, más allá de las Cuchillas de Peña Blanca, cuyas vertientes nortes formaban amplias quebradas que se reunían hacia donde se había formado las hogueras; muy posiblemente por aquellos lugares se encontrarían sus vecinos de occidente, pertenecientes a la aldea de Tocancipá, contra los que frecuentemente había tenido escaramuzas y en una de ellas, viéndose muy amenazado llegó a matar a un nativo, mientras él sufrió una gran cuchillada en el muslo derecho, por lo que se vio enclaustrado dentro de su cabaña más de siete lunas.
Desde entonces, siempre que salía a cazar por todo el territorio que colindaba con los de esas tribus tocancipacenses, le acompañaban de cinco a diez mozos guerreros de su aldea; su padre no consentía que tuviese ni una escaramuza más con gentes de esa aldea: bastantes problemas tuvieron entonces, hasta llegar a conformar al cacique de Tocancipá, por la muerte de uno de sus guerreros, al que tuvieron que indemnizar largamente; todavía existe una profunda enemistad entre los miembros de ambas aldeas. A pesar de la distancia que existía hasta donde se apreciaba el fuego, por la humareda que salía de ellos, nuestro príncipe de Sesquilé, no alteró el paso, pero claro está: no quiso, ni pensó en hacer ningún alto en el camino y si que procuró pasar rápidamente por aquellas tierras. Siempre que terminaba de subir alguna recuesta del camino: llegaba a alcanzar con la vista los territorios de la aldea de Cajicá y las enormes extensiones de frondosa vegetación existente hasta llegar a sus dominios. Los ríos Teusacá y Bogotá serpenteaban mansamente ante su vista, aún lejanos en su horizonte del noroeste, formando una inmensa olla de muchas leguas de extensión. Renombrados por toda la comarca son los venados que se crían en esos llanos y la abundancia de caza de otros muchos animales que existen por aquellas zonas. ¡Lástima que le quedase tan separado, a casi una jornada -bien andada- desde su aldea. También era un territorio muy rico -a decir de los más antiguos, pues él no lo había llegado a conocer personalmente todavía-: por la cantidad de palmeras de cera que allí existen, parece ser, por lo que cuentan muchos, era ese lugar y otros muchos más hacia el oeste, por muy renombrados que estaban poblados de ese gran árbol y alguno como el que más -llamado Quindío- donde se encontraban esa espléndida palmera con mayor abundancia y los más altos de todos los conocidos; en su interior estaba deseando visitar aquellas tierras de las que tanto le había hablado su abuelo, pero antes quería visitar los yacimientos de sal que estaban ,según le habían informado, a la altura de La Caldera del pantano Redondo, actual, en las cercanías de la aldea de Zipaquirá.
Según le contó en una ocasión su abuelo -hacía ya, bastantes años-: muy antiguamente, las minas de sal: era la chimenea que tenía el palacio sumergido de la hacedora Bachué aunque antiguamente estaba situada mucho más cerca de las minas, de lo que lo está actualmente. Estos yacimientos de sal gema: tan conocidos por todos los territorios y base fundamental del comercio entre los pueblos de la zona y especialmente de los muiscas, era el lugar donde él quería averiguar: si allí, se podía encontrar algo de valor que llevar a su futuro suegro Menquetá y así, hacerle cumplir con su palabra -años atrás dada a su padre- y ahora tendría que ganar, en competición absurda con otro pretendiente.
La tarde transcurría con un calor sofocante y el sol empezaba a reflejarse sobre las llanuras inmensas del río Teusacá, la cuenca del río Bogotá le quedaba ahora muy opaca como consecuencia de la niebla que en poco tiempo se había levantado por aquél frondoso y verde horizonte. Avanzaba con gran dificultad y lentitud, se iba dando cuenta de que se le hacía mucho más duro el camino que pisaba, a su paso por los pantanales que se formaban a su izquierda, éstos le interrumpían mucho su caminar, para no caer en zonas de barros en incluso de ciénagas, donde incluso podía hundirse, con peligro de no obtener ayuda necesaria para salir de ellos, por lo que tenía que ir sorteando algunas zonas y con ello su caminar se hizo mucho más penitente.
A medida que avanzaba la tarde, sentía un cansancio descomunal, por el esfuerzo que tenía que hacer a cada paso que daba.
Ante tales inconvenientes, pensó y decidió en corto espacio de tiempo dar por terminada la jornada, tan pronto como pudiese encontrar un sitio adecuado para pasar la noche. De todas formas, el pensaba: que no había perdido el tiempo, a pesar de haberle tenido que dar la vuelta hasta salir por el sur del territorio de Guatavita. Seguramente que los cuatro guasquenses comentarían en su aldea, el paso del príncipe de Sesquilé por los límites de Guasca, camino de resolver el problema en el que se habían embarcado él y el propio príncipe Teuso por alcanzar el beneplácito de los Caciques. Humazga llevaba un controlable sinsabor aquella tarde, que se le había atravesado entre ceja y ceja: se había desviado involuntariamente de camino correcto que llevaba, hasta que recordó sus escaramuzas o más bien contiendas con sus vecinos y vio las columnas de humo a la altura de la aldea de Tocancipá; seguro que su sistema nervioso del Gran Simpático, le había jugado algún tipo de estrategia especial, para irlo alejando del peligro.
Lo cierto era que ahora no se estaban dando las circunstancias más propicias para que él pudiese salir pronto de aquellas tierras.
Cada vez que se le abría algo de horizonte, se paraba para poder calcular la distancia que podía separarle de las orillas del río Teusacá.
Allá lo divisaba en algunos recodos del camino, como a cinco leguas de donde él caminaba, cuando le entró unos deseos imperiosos de comer.
Humazga, no quería recurrir al zurrón; así que se agazapó como un gato garduño en una oquedad que formaba el terreno en el saliente del terraplén, donde había enraizado un gran árbol de higuera y esperó pacientemente a que llegase algún ave y se posase en sus ramas. Estuvo esperando un buen rato la llegada de su presa, pero finalmente apareció una gallinácea, corpulenta, negra y de cuello pelado; que a cualquiera le habría parecido incomestible, pero él opinaba lo contrario, diciéndose para sus adentros mentalmente: -pájaro que vuela…, a la cazuela…- ; y, en eso le alabo el gusto, ya que todo es proteína.
Como desde hacía rato, fue previsor y tenía el arco armado con su flecha, no tuvo más que tensarlo al máximo, apuntar firmemente hacia el ave y sin dudarlo un instante; lanzó la flecha que fue rápidamente a dar en el blanco; atravesó al gran pájaro de parte a parte, cayendo muerto a sus pies. Lo desplumó en breve tiempo, dando muestras de su habilidad en este menester; formó una lumbre con algunos leños secos que encontró muy a mano y colocó la carne frente al fuego; ensartándolo previamente en una rama verde, resistente al peso del animal. Mantuvo la rama verde clavada cerca del fuego hasta que el ave estuvo bien asado, al que previamente había hecho girar en varias ocasiones sobre su eje.
Al cabo de algún tiempo, pudo arrancar una de las patas, que ya se estaba soltando de su articulación (coyuntura) y comenzó a tragar -más que a comer- aquella carne dura y fibrosa -parte quemada y la mayoría de ella ahumada-, sacó el cuerno de sus privilegios y de cuando en cuando daba un buen tiento del contenido, al que seguramente y pronto tendría que rellenar.
Cuando acabó de terminar con su asado que mayoritariamente había desperdiciado: miro con bastante intencionalidad todo el interior de aquél gran árbol, por si encontraba algún buen sitio donde poder amarrar su chinchorro, donde sentirse medio seguro y con ello poner fin a la caminata, por ese día.
Eran tantas las ganas que tenía de tumbarse que fácilmente encontró el lugar adecuado y seguramente estaría bastante apartado de los peligros de las alimañas nocturnas. Subió por el tronco, sorteando con gran dificultad el ramaje interno de los primeros tramos y cuando estuvo como a tres varas del suelo ató un extremo del chinchorro al tronco del árbol; se deslizó por una de las ramas laterales, hasta que llegó -extendiendo- el otro extremo de su red; ahora la dificultad la encontraba: en la forma que habría de adoptar para colocarse dentro de su chinchorro y que no llegase a partir la terminación de la rama última que había atado -de todos, bien sabido es: la facilidad que tienen las higueras para romper sus ramas al más mínimo peso o simplemente saltan y se desgarran, si les trata de que sean flexibles- Humazga lo sabía y en todo momento fue con mucho cuidado, para no sufrir ningún percance de ese tipo. Se ideó bajarse al chinchorro una vez; tumbado en paralelo sobre la rama, se liaría la red alrededor de su cuerpo y se volcaría sobre ella, con lo que quedaría dentro de la misma con facilidad. Ya había colocado todos sus pertrechos en una de las ramas cercanas y a similar altura con respecto al suelo y puso en práctica lo que había ideado para meterse dentro del chinchorro, haciendo el mínimo esfuerzo posible y procurando no llevarse una sorpresa con la higuera. Todo le fue bien y consiguió su propósito sin grandes dificultades, pero cuando estuvo dentro acomodándose para tener una siesta y sueño placentero: se percató de que no había montado el cepo, para tratar de conseguir comida que no le entretuviese en siguiente jornada y otras de las cosas fundamentales que recordó era: el no haber previsto y prendido una hoguera cerca del árbol, que sirviese para ahuyentar a cualquier animalejo de tuviese ganas de amargarle la vida mientras él dormía. No se inmutó de su sitio y debido al cansancio que traía encima o a la pesadez que notaba con la buena porción de aquella gallinácea que se había tragado, lo cierto es que el sueño le embargó rápidamente y se durmió de inmediato.
Habrían pasado unas dos o tres horas, más allá de la media noche, cuando se despertó sobresaltado: notaba el roce sigiloso y suave de algo que se le movía alrededor del chinchorro, por momentos parecía calmarse y a largos intervalos emitía una sonido característico de estos ofidios al roce con las ramas al arrastrar sus cuerpos; silbaba con destreza en contadas ocasiones, porque seguramente estaba llamando a una pareja para parearse.
Rápidamente el príncipe sospechó, con todo acierto, que se trataba de una serpiente arborícola. Estuvo muy atento, guardando un silencio sepulcral y sin mover un músculo de su cuerpo. Indudablemente la serpiente sabía, desde hacía bastante tiempo, que Humazga estaba ocupando su chinchorro y si no se veía acosada, seguramente ella proseguiría su camino, con más paz que gloria; sin embargo, quien seguramente no iba a pasar por alto el sobresalto que se llevó, tan pronto, como notó el movimiento sigiloso del animal fue Humazga: que no perdonó al animalito que le interrumpiese en lo más profundo de su sueño y, estuvo quieto y agazapado como un gato montés, hasta que apreció que la serpiente estaba a su alcance y entonces de un brusco manotazo la consiguió coger de la cabeza, con la intención de no soltarla, hasta que hubiese muerto completamente. Tremendo fue el impulso que dio a su mano derecha para atrapar la serpiente por la cabeza, que tembló toda la higuera y tuvo que semi incorporarse dentro del chinchorro tanto que llegó a darse un buen golpe con la rama que sostenía uno de los extremos de la red, teniendo que soltar al animal por su propio impulso instintivo de tratar de protegerse del golpe que ya se había dado.
La rama crujió a un tiempo y cedió, volviéndose arqueada en su parte más delgada y llegando a rozar contra el suelo, donde el príncipe llegó a sentir la dureza con sus talones. El creía que se había caído al partirse la rama, pero ésta solamente llegó a desgajarse lo suficiente para rechazar el peso que le representaba el propio Humazga. Con un sin fin de movimientos, pudo zafarse el príncipe del lio que se había formado con el chinchorro al ceder de su postura inicial.
Cuando lo hubo conseguido, la rama falta del peso anterior, casi volvió a ocupar su primitiva situación; no tan erguida como lo estaba al principio, pero lo suficiente, como para causarle nuevos inconvenientes al pobre Humazga, quien no acertaba a desliar el enredo que se había formado entre la rama y el chinchorro. Finalmente desistió de su empeño en volver a una situación cómoda y normal dentro de su chinchorro, por la falta de luz, necesaria para resolver aquel enredo y aunque ya se encontraba mucho más recuperado que cuando le aconteció el sobresalto descrito. Como pudo, se encaramó a la rama donde tenía sus pertenencias, para no correr riesgos innecesarios a nivel del suelo y, como pudo, sacó una cinta de cuero del zurrón, con el que se ató al árbol y trató de car algunas cabezadas, hasta que llegase la madrugada e hiciese luz suficiente, como para desatar el chinchorro, recoger sus pertenencias y tratar de continuar la marcha.
Por más que quiso y lo procuró, no llegó a dar ni una sola cabezada, aunque permanecía todo el tiempo con los ojos cerrados; claro está que la posición que tenía no era la más adecuada y hay que tener en cuenta que ya había dormido lo suficiente, para que con el sobresalto, tuviese capacidad de proseguir durmiendo. Cuando hubo amanecido, con mil artes y ayuda de su cuchillo, pudo sacar su chinchorro no muy mal parado, de las garras de la higuera.
De todas formas tuvo suerte esa noche y con poca pérdida de tiempo y menos ganas de caminar que el primer día: emprendió nuevamente el camino, sorteando arroyos por los que pasaba, bebiendo de sus aguas cristalinas y observando el paisaje por donde transitaba. Aminoró el paso en gran medida, como consecuencia de que empezó a darle hambre; la digestión de aquella gallinácea de la tarde anterior, se le había hecho muy pesada, al acostarse tan pronto y sin haber hecho completamente la digestión; también habría influido el calor persistente y el percance sufrido por culpa de haber querido atrapar la serpiente.
De todas formas se sintió afortunado, pues pudo ser mucho peor de lo que realmente le pasó. Tubo suerte hasta en conseguir coger al animal de las fauces, sin darle tiempo, ni a clavarle uno de sus colmillos y al ceder la rama, la soltó como un clavo candente. No volvió a ver al animal por ninguna parte, seguramente ella también se llevó un mal recuerdo. El camino que llevaba, era casi a campo través, sin que notase huellas humanas, por ninguna parte de su recorrido.
Finalmente optó por seguir la dirección del cauce que llevaba el río Teusacá a favor de la corriente y tratando de serpentear los obstáculos que pudieran entorpecerle o retrasarle, para lo cual en muchas ocasiones se separaba mucho de la orilla natural, tratando de enderezar en su camino los meandros que iban serpenteando y haciendo larguísimas vegas de una tierra vegetal que debería ser muy rica y favorable para el empleo en la agricultura; haciendo estas trochas en su caminar, también se le acortaba la distancia, pues eran muchas los que hacía en aquél recorrido. Avanzaba otra vez a ritmo lento, no con tanta dificultad, como lo hizo la tarde anterior, pero se notaba sensiblemente un camino muy pesado, por algunas zonas de areniscas sueltas y en ocasiones limazos en los que iba dejando sus huellas a medida que avanzaba por los territorios de una pequeña aldea, denominada actualmente como Briseño y aunque no llegó a ver ningún indígena por los alrededores, pudo apreciar en la lejanía por su derecha: algunas chozas sobre un promontorio existente al lado oriental de una pantaneta, sobre cuya superficie refractaban algunos rayos de sol delatadores. Paró un corto espacio de tiempo debajo de una gran platanera para hacer un alto en el camino pues ya empezaba nuevamente a sentirse cansado por los esfuerzos que tenía que hacer para avanzar por aquellas tierras, mientras estuvo sin hacer ruido alguno, escudriñando, con los ojos y los oídos en máxima alerta, cada palmo del terreno limítrofe, tratando de averiguar si podía haber algún humano por la zona: para su tranquilidad no pudo observar u oír señales algunas que denotasen la presencia de nativos u otro tipo de amenaza que pudiera provenir de ellos.
Durante su observación, apreció por la margen izquierda del río Teusacá, como se adentraba hacia la parte central de la corriente una línea de roquedos que con alguna astucia, arrojo y valentía, fácilmente podrían facilitarle cruzar, sin grandes riesgos aquella corriente tan amplia que inicialmente imponía ante sus ojos.
Como ya llevaba bastante tiempo y esfuerzo gastados en cruzar aquellas tierras semi pegajosas, poco firmes y menos fiables; se decidió finalmente por cambiar de orilla, buscar mejor camino del que traía a la vez que se alejaba más aún de las cabañas que acababa de descubrir; por lo que se armó de valor para cruzar el río por aquel lugar que parecía más angosto, aunque fuese más profundo, ya que, contaba con el impulso que cogiera al entrar en las aguas, le llevasen muy cerca de la orilla opuesta. Así lo hizo y cogiendo una ligera carrera, antes de tirarse a las aguas, el impulso de entrada y algo de nado progresivo que hizo, le acercaron a unos tres metros de la orilla donde pretendía llegar; poco esfuerzo tuvo que hacer a partir de ese momento, pues rápidamente hizo pié en el lecho del río y avanzó andando hasta que salió del agua.
Allí se tumbó breves momentos y como el sol estaba en pleno zenit, rápidamente se le secaron las pocas ropas que llevaba y sus pertenencias.
Ahora no tenía deseos de continuar la marcha y lo que hizo fue montar su lazo al lado de una gran palmera real que estaba frente a un chontaduro de mediano porte, pero con gran cantidad de frutos maduros en el suelo y cuando hubo terminado: se alejó más de 80 varas y ató un extremo del chinchorro lo más alto que pudo en un enorme bananero y con el otro se subió un par de varas por el tronco de otro chontaduro de enorme proporciones y también lo ató allí el otro extremo; colgó sus enseres de un lateral de su red y se introdujo dentro de forma lo más cómoda posible, con la intención de descansar por breves momentos, pero procurando no dormir; aún le apetecía darse un buen baño y comer algo antes de encaramarse de nuevo, pues sabía que una vez que hubiese comido algo y se metiese de nuevo en el chinchorro, se dormiría profundamente hasta el día siguiente; necesitaba de hacer una buena siesta reparadora y posteriormente, si se despertaba, ya no sería hora de ponerse de nuevo en camino. Estaba tan cansado que tardó sólo un suspiro en quedarse traspuesto.
Ya estaba bien avanzada la tarde cuando se despertó, pero no lo hizo de mal humor por haber dormido sin comer o por lo largo del sueño.
Y, sabiendo que ya no le convenía ponerse en marcha nuevamente; lo que sí hizo, fue: repasar su lazo, recoger el enorme conejo que había atrapado y volver a poner otra vez el lazo adecuadamente, para tratar de coger otra pieza.
Abrió al animalito en canal- que estaba aún caliente- lo destripó y despellejó; enterrando posteriormente todo lo desechable para él, con objeto de que no fuese foco de atracción para algún animal carroñero o carnívoro, pues pensaba pasar la noche en aquel lugar y no deseaba tener ningún contratiempo, como le había ocurrido la noche anterior.
Lavó cuidadosamente al animal y lo colocó horquilladlo por el cuello en dos ramas del chontaduro para que escurriese y se orease; mientras tanto se dedicó a buscar leña seca por los alrededores inmediatos, hasta juntó un buen montón junto al frutal; limpió una pequeña superficie de unas 10 ó 15 varas cuadradas en el espacio que quedaba junto al lugar elegido para pasar la noche, algo escorada de donde estaba extendido el chinchorro y sin mucha demora, porque le acuciaba el hambre, prendió fuego rápidamente y colocó al conejo frente a las brazas, como ya había hecho tantas otras veces en sus correría de caza. No tardó mucho tiempo en darse el banquete con el conejo, al que consumió, casi por entero pausadamente y acompañándolo con pequeños sorbos de chicha que bebía de su cuerno. Ya tenía más de media tarde consumida y aún pensó en darse otro buen baño en el río Teusacá, pues lo tenía todo resuelto por aquella jornada y hasta el lugar donde pensaba pernoctar aquella noche que le pareció ideal.
Le tenía un poco despreocupado volver al chinchorro, pues era temprano y tenía la orilla del río cerca, lo cual le llevó a pensar que podría pasar un buen rato pescando o tratando de pescar al tiempo que se refrescaba en las aguas por toda la orilla; procurar pescar un buen rato tratando de tener algún pescado, que podría poner a secar para la jornada siguiente; después tendría que buscar algunas ramas secas más para que el fuego no se agotara; el tener una buena fogata para pasar la noche era fundamental en campo abierto.
Esta próxima noche, seguro que no se olvidaría de tener un fuego encendido.
Aún estuvo deambulando por toda la orilla del río tratando de pescar algún pez con su flecha, pero el agua estaba un poco turbia, de los arrastres de las últimas lluvias acaecidas por algunas de las quebradas, que no llegaban a enturbiar totalmente las aguas, pero sí que le habían quitado la transparencia, necesaria para poder atinar a cualquier pez que merodease por sus alrededores.
Volvió a mirar y repasar la zona donde tenía colocado el lazo e incluso lo cambió de lugar, pues no había sido efectivo nuevamente y seguramente se debía al resabio que habría cogido algunos de los animalitos que hubieran visto caer al conejo atrapado anteriormente; se lo llevó a la otra parte opuesta, cerca de la orilla del río, entre un cañaveral y unos mimbres y donde existía bastante pasto verde gramíneo. Finalmente volvió a buscar más leña seca y algún tronco suelto, pues había muchos cerca de la orilla, pero estaban aún enclavados en la arena o por sus aledaños; cuando hubo considerado que ya tenía suficiente amontonada, la colocó a favor de la brisa que circulaba desde el río y superpuesta escalonadamente, para que se fuese consumiendo lentamente durante la noche.
Cuando creyó que estaba todo bien ordenado y convenientemente a su idea, se subió y se enroscó nuevamente en el interior del chinchorro.
Ya estaba anochecido cuando la luna salió empezó a alumbrar todo el entorno, las estrellas dejaron de parpadear tan claramente y una serie de sombras se difuminaban hasta alcanzar mucho más allá de la otra orilla del rio; algunos aletazos empezaron a surgir a lo largo de toda la corriente cristalina, de su superficie brotaban, como un rosario de burbujas que formaban círculos concéntricos ampliándose hasta la orilla donde morían.
Antes de dormirse escuchó los chillidos que daba alguna pequeña pieza que había caído en su lazo, hasta llegar ha hacerse imperceptible.
Llegó a pensar -antes de dormirse- que ya tenía garantizada la comida del día siguiente y aún le dio tiempo a dar su aprobación al fuego que ardía, tal y cómo él lo deseaba. Toda la noche había transcurrido con normalidad, aunque notó algo de frío entrando la madrugada, pues la lumbre estaba llegando a su fin.
Saltó del chinchorro tan pronto como hubo luz matutina para proseguir la marcha; recogió todas sus pertenencias, apagó el fuego con bastante experiencia en ello y recogió su lazo con otro conejo atrapado, seguramente en los momentos que él sintió los chillidos de la noche pasada. Llegó casi al mediodía a las cercanías de la orilla izquierda del río Bogotá; se detuvo en una colina, agazapándose al oír algunos ruidos humanos, que venían de las orillas por donde él deseaba pasar la noche y al poco rato: pudo contemplar a cuatro o cinco jóvenes guerreros que estaban chapoteando en el río; por lo que tomó la determinación de bajar más al sur para no tener que tropezar con estos nativos -pues muy posiblemente, al considerarse en número superior: se embravecerían con él, como siempre suele ocurrir -al observándole solitario, desconocido y cansado-; seguro que tratarían de divertirse con él un buen rato.
Su intención había sido seguir por toda la orilla y cruzar al otro lado, aprovechando la desembocadura del río Teusacá en río Bogotá, pero la presencia de aquellos indígenas que él no había previsto, se lo impidió, por lo que optó: por tomar las de Villa diegos y muy sigilosamente -medio agazapado- se fue escaqueando por entre los arbustos, hasta que consideró prudente que el peligro de enfrentamiento había pasado; anduvo todavía, como dos leguas más y casi se adentró en los terrenos dominados por nativos de la actual Cajicá y no muy lejos de donde había pasado su segunda noche, por los aledaños de las tierras de Sopó. Cerca quedaba un recodo del río, que se remansaba a la salida de un abierto meandro. Soltó todas sus pertenencias en el suelo, junto a un gran pino que había observado, mientras se acercaba desde la lejanía y trepó por él llevando la punta de su chichorro atada a su cintura; cuando estuvo a una altura de unas cinco varas: ató la otra punta del chinchorro -la que arrastraba tras de sí- al tronco del árbol y una vez que la hubo asegurado bien, siguió trepando por una de las gruesas ramas laterales casi en vertical y que a la vez se iba separando de su entronque prudencialmente; cuando alcanzó la longitud que daba su chinchorro, ató la punta que llevaba anudada a su cintura en aquella rama; quedando el chinchorro resguardado de las vistas de cualquier intruso.
Bajó del pino y enganchó todas sus pertenecías a una de las ramas más bajas y seguidamente se fue preparando -asando- el conejo que llevaba en el zurrón, como lo hiciera la tarde anterior. Cuando hubo terminado con su asado, no se sintió satisfecho personalmente y emprendió su acometida con los peces y con el río; -flecha en mano y dispuesto a dejarse parte de sí en las aguas- a cambio de ganarse el pan de del día siguiente, sacando de las fauces del río algún hermoso pez, ya que, no había tenido suerte con la pesca desde que emprendió el viaje.
Estando en plena faena de pesca, Humazga se distraía analizando su viaje, encorajinándose por su mala suerte y haciendo algunos gestos alusivos a las dificultades por las que había tenido que pasar para llegar hasta allí y, a no ser por los movimientos que los confundían con los de la pesca, hubiera parecido que daba zarpazos anormales, como cualquier bestia salvaje que atrapada en una red, hiciese esfuerzos inauditos para liberarse de ella.
A cualquier observador que lo hubiera analizado un poco por encima; le hubiese parecido, como muy enfadado consigo mismo.
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