Iruya – La Princesa Chibcha de Guatavita (página 4)
Enviado por Francisco MOLINA INFANTE Molina Infante
A mí desde luego me lo pareció y hasta pude acercarme más, con la caída de la tarde, para poder analizarlo mejor y más fríamente.
Su comportamiento oscilaba por momentos y a grandes rasgos estaba muy contrariado. Él no estaba contento del camino que se había trazado y ahora manifestaba su enfado. Cuando Humazga emprendió la marcha en dirección al territorio de los chibchas asentados en lo que hoy es Guasca, que precisamente era el territorio del padre de Teuso y aunque Humazga no lo sabía, lo hizo silenciosa y velozmente, como si temiese de aquellos terrenos -donde sus recuerdos le traían malos augurios, seguramente habría tenido, tiempos atrás y lejanos- algún percance, riñas o encuentros con nativos del territorio que no le traían la felicidad ahora.
Al terminar de cruzar el territorio del poblado de Menquetá y, -tan pronto como los perdió de vista-: se fue pegando hacia el suroeste, tratando siempre de bordear los terrenos de la actual Guasca, con el pensamiento de dirigirse hacia las minas. Cuando considero que ya había caminado lo suficiente para estar lejos de las aldeas que él conocía o tenía algunas referencias, debido a los relatos contados por algún miembro de su familia -andanzas que al respecto, siempre tenían alguna referencia bélica- fue cuando empezó a tranquilizarse, dirigiendo hacia el norte sus pasos por las vaguadas que formaban los sinuosos montes de -lo que hoy se conoce como Sopó-, de los que tenía algunas referencias pues en alguna ocasión los había visitado siendo más joven en compañía de su abuelo y, reconocía la silueta que dibujaban -el perfil de sus montañas sobre el horizonte-; así se fue adentrando hacia el noroeste para trasponer aquellas colinas, buscando los yacimientos de sal de las minas de Zipaquirá, como se les conoce. En su juventud oyó un relato de su tío abuelo -el cual también fue cacique de su aldea-, donde refería el hermoso yacimiento de sal que existía en ese poblado.
Cuando su padre le propuso la aventura a realizar, para conseguir la mano de Iruya: tanto él como su padre, coincidieron en ir a ese lugar, donde debería encontrar o haber algo especial que llamase la atención del padre de la princesita y del otro cacique -pues de antemano por ser su padre, siempre tendría preferencia por el suyo -trajese lo que fuese- además tenía la gran ventaja de: no estar lejos del lugar donde ellos estaban ubicados -tan sólo tenían que atravesar los territorios de Nemocón; sin duda alguna, -ante cualquier dificultad, los oriundos de aquellas tierras, le ayudarían con agrado, por ser sus vecinos del oeste y podrían ampliarle los conocimientos o explicaciones que necesitase sobre aquel lugar; pero nadie le advirtió, ni le insinuó las desgracias que se le venían encima, recorriendo aquellos caminos y mucho menos de las dificultades de suelo que transitaba.
Inicialmente se vio contrariado al tener que dirigirse al sur, por destino del sorteo, pero halló la solución al pensar que podría bordear las tierras de los guasquenses por su límite norte y seguir en la dirección oeste de entre Sopó y Tocancipa, buscando las minas de sal; eran pocas leguas aunque tendría fácilmente que emplear un día más en el recorrido -que no tendría que haber hecho, si desde el principio: hubiese tenido que salir al norte, por donde se situaba el territorio de su padre, su cabaña y Sesquilé. Después de darle innumerables vueltas a su cabeza, analizando su funesto viaje y embriagado por el terrible cansancio que se había proporcionado jadeando en el río: no consiguió pescar nada. Bastante mal trecho y desorganizado se dirigió a su chinchorro y se coló dentro con el cuerno de chicha en la mano.
Termino bebiéndose el resto que le quedaba de aquella chicha, y, se durmió.
No se acordó, ni había preparado un fuego para pasar la noche, durante la cual -después de pasar los efectos de la chicha- sintió sobre sus carnes la crueldad de aquellas altitudes. Al despertar volvió a sentirse hambriento pero en esta ocasión, emprendió la marcha rápidamente, pues le vino al pensamiento los guerreros que había visto la tarde anterior -río arriba- y pensaba que aún podría toparse con ellos.
A medida que se acercaba a los territorios de Cajicá, fue apreciando algunos campos de cultivo de cañas de azúcar, otros de maizales, algunos árboles de frutales a los que se les notaba el cuidado esmerado de la mano del hombre y estabulaciones de animales, como explotaciones domésticas. Pasó bajo un guanábano y vio en una de sus ramas un magnifico fruto, que desde el suelo no podía alcanzarse, pero él notaba que estaba maduro; subió por sus grandes ramas, como a unas cinco o seis varas y con cierta destreza alcanzó el fruto -que efectivamente estaba en su punto-; lo desgarró casi por su mitad -tirando de su piel más fina con ambas manos y, -no sin algo de trabajo– se fue abriendo un cuerpo carnoso y blanco como la leche, moteado de pepitas duras y grisáceas, que no podrían se masticadas fácilmente; pero que él las desechaba a escupitajos que daba -las que no se tragaba-; su barba poblada y negra le destilaba parte del jugo que soltaba la guanábana. No aprovechó bien el fruto, ni supo degustar totalmente de su dulzura y exquisitez; se sació pronto y fue tirando por el camino gran parte del fruto aprovechable, más bien satisfizo gratamente las aves pequeñas que le seguían a cierta distancia. Estaría a media legua de la aldea de Cajicá, cuando divisó a tres nativos manipulando un recipiente de barro que tenían encima de dos piedras paralelas, con una lumbre encendida en su parte central.
Desde la distancia, pareciera que estaban cocinando alguna vianda, pero a medida que se iba acercando a ellos, pudo darse perfecta cuenta, que estaban hirviendo algunas prendas de tejido; por más que pensaba -en qué podrían ser o para qué lo hacían, no conseguía dilucidar la incógnita; finalmente se acercó a ellos para preguntarle sobre las minas de sal de Zipaquirá, al tiempo que se daba a conocer como príncipe heredero del cacique Soacha del poblado de Sesquilé, allí cercano más al este de Nemocón y al norte de la laguna de Guatavita.
Silenciosa pero continuamente empezó a dar vueltas alrededor de la lumbre y a mirar sobre la vasija que estaba puesta al fuego, pues los indígenas no dejaban de vigilarla, para que no dejase de hervir; hasta que no pudo reprimirse más y un tanto malhumorado les preguntó imperativamente, sobre el sentido de aquellas ropas puestas en remojo medio metidas en aquél recipiente de agua caliente. Entonces uno de los tres hombres -el más viejo- le contestó: ese tejido está impregnado de veneno de las ranas punta de flecha, pues al cogerlas, las metemos en esas ropas y las mantenemos dentro de ese recipiente de barro cierto tiempo. Ellas cuando se ven atrapadas y encerradas en los trapos empiezan a soltar todo el veneno que llevan dentro de la piel; luego las ponemos, aún en el recipiente, al fuego lento hasta que se escapan todas; más tarde sacamos los tejidos y el líquido que se queda es el que contiene el veneno y lo seguimos hirviendo para que pierda parte del agua, para que se evapore y se quede mucho más concentrado; posteriormente lo vertemos en un recipiente más ancho y lo ponemos al sol, hasta que el calor del sol se lleve y evapore casi todo el agua; quedándose muy concentrado el veneno. En ocasiones lo usamos para medicina en pequeñas cantidades, para cazar -impregnando las puntas de las flechas en ese líquido concentrado y después las volvemos a poner al sol, hasta que desaparece totalmente el agua– y se queda el veneno en las puntas bien impregnado. Ya era la segunda vez que se había encontrado a indígenas vecinos, atareados en preparar flechas envenenadas y se sintió muy torpe de no haber adivinado de inmediato las tareas que estaban llevando a cabo, pues era muy consciente de que lo había visto en bastantes ocasiones hacerlo a sus aldeanos. Tanta repeticiones y coincidencias en la preparación de flechas por aquella zona, en tan sólo dos jornadas: le empezó a preocupar en serio, pues hasta era muy posible, que estos vecinos se estuviesen preparando para alguna escaramuza guerrillera contra algún vecino y, él que lo era, ni siguiera se había percatado de ello.
Inmediatamente pensó en dar aviso a su padre de tales acontecimientos, ya que aún se encontraba a poco más de una jornada de Sesquilé y tendría oportunidad de llegar con tiempo a las minas, sin problemas, aún cortando allí mismo su viaje, cosa que hizo, tan pronto como dejó atrás a los tres indígenas, atareados en sacar el veneno a las ranitas. "La rana del dardo dorado, es uno de los anfibios más venenosos de los conocidos; tiene unas manchas amarillas sobre su piel, por donde hace salir un poderoso veneno que utiliza para evitar ser atacado por otros depredadores".
También se le denomina rana punta de flecha por los nativos del oeste colombiano, los que empleaban su veneno para cazar y guerrear unos con otros. Aunque parte de las cualidades y características del veneno las conocía perfectamente el príncipe; éste nunca se había fijado bien en la forma fácil de obtener el veneno -corriendo los mínimos riesgos– pues nunca se había interesado en prestar atención y lo había visto alguna vez en aldea, pero él nunca le dio importancia a aquella actividad al ser una tarea de subalternos allegados a su padre.
En todas las aldeas de la zona que él conocía se usaba con bastante frecuencia; más lo que llamó mucho su atención y se marchó de allí -llevándose la idea no aclarada por su interlocutor- de que en pequeñas dosis: servía de remedio para curar enfermedades y, bien que le hubiese gustado obtener toda la información posible al respecto, para después poder aplicarla en beneficio de los suyos. Estos indígenas le indicaron el camino más fácil que debía seguir para llegar a los yacimientos de sal. Según sus indicaciones el príncipe, debía seguir por la vaguada que estaba frente a ellos, siempre dejando los montes a su derecha y -sin pérdida- directamente le conduciría a la aldea de la actual Tocancipa; desde allí no estaba lejos la otra localidad -a unas 20 leguas más hacia el noroeste-. Mientras esto le explicaba el indígena viejo, él estaba mentalmente postergando ese recorrido, para llevarlo a cabo: una vez que hubiese advertido a su padre de las intenciones o preparación de aquellos vecinos del oeste de su aldea.
No perdería mucho tiempo en avisarle -quizás una jornada o dos- y de todas formas, se internaría en los territorios de la aldea denominada Zipaquirá, donde algo más al norte -según el viejo- se encontraban los yacimientos de sal que él buscaba. Con una alzada del brazo derecho -a modo de saludo- se despidió de aquellos aldeanos vecinos, con los que no volvió a cruzar más saludos, ni palabras.
Antes de partir de nuevo, se fue acercando muy despacio al recipiente que humeaba encima del fuego; ya no había ranitas dentro y habían introducido un palo, -con él removían el contenido-, teniendo mucho cuidado de que no les salpicase ni una gota de su contenido. Se marchó a regañadientes por no haber sabido sonsacarles a aquellos indígenas más detalles de la obtención, utilización práctica de aquel veneno tan poderoso y donde o cómo la iban a utilizar en el futuro inmediato.
Más información acerca de aquel brebaje que estaban preparando, o la posible utilización que habrían de darle a su contenido le habría sido de mucha utilidad al gran consejo que encabezaba su padre en su aldea natal y sin duda le hubiera reportado personalmente mucho prestigio. Le faltó un poco de valor y decisión para hacerles más preguntas -en el fondo era bastante tímido para ciertas cosas que necesitaban de algo de picardía e inteligencia-. Si se trataba de ser bruto o bravo no tenía nunca rival o parangón, pero cuando la situación se presentaba demandando diplomacia o delicadeza, empleando una participación personal y directa en cualquier tipo de hecho, su timidez se hacía patente, hasta el punto de parecer un hombre huidizo y cobarde. Por tales motivos: muchas veces parecía osco, taciturno y distante de los demás seres, hasta parecer muy poco comunicativo con las mujeres, considerándolas seres inferiores desde muy tierna edad, más bien por esta falta de acercamiento: debido a su falta de sensibilidad y especial timidez que por estar convencido de ello.
Ya hacía bastante tiempo que se había adentrado por las estepas de Cundinamarca y seguía obsesionado -repasando su actitud y comportamiento personal ante los demás- que él mismo se reprochaba e iba haciendo fuertes propósitos de enmendar su falta de participación y cortedad ante los demás, pues sabía que con ello ganaría muchos valores personales ante los más allegados, conocidos y queridos.
Cuando creyó que ya no estaba al alcance de la visión de los tres individuos que extraían el veneno de las ranitas y que a él volvieron a parecerle oriundos del mismo poblado a los cuatro que vio en el entronque de la Quebrada Honda, dio un giro a la derecha de noventa grados, enfilando un valle que le conduciría de nuevo a su aldea.
Tendría que atravesar los terrenos de sus enemigos de Tocancipá; pero no le importó mucho en esta ocasión, pues conocía el camino de años anteriores, cuando iba de caza por aquella zona y su propósito era o pensaba: que podía llegar, -si no, aquella misma tarde, al menos al día siguiente- por lo que empezó a aligerar el paso que llevaba. Habían pasado ya, como cuatro horas de marcha, cuando se detuvo un breve momento para coger algunas piezas de un mango, que mostraban el color amarillento de su estado de madurez; al poco se recostó junto a un remanso del arroyo de Tocancipá, donde lavó la fruta y descansó mientras se las comía. Inmediatamente prosiguió la marcha en sentido noreste buscando los caminos que tan bien conocía de aquella zona, realizadas en sus largas jornadas de caza; pronto tuvo a la vista sus tierras conocidas y ya no dudaba de que esa noche no, pues la luna salió muy tarde y se vio obligado a colgar su chinchorro de un enorme mango, como lo hiciera la noche anterior sobre el pino a la orilla del río Bogotá, pero al día siguiente: podría ver a los suyos y dormiría dentro de su cabaña y hasta muy posiblemente acompañado de su incondicional amante Hispe.
Al día siguiente apenas llegaban los últimos rayos de sol, cuando ya empezó a divisar las cabañas de su aldea, compuesta por algo más del centenar y que giraban en torno a una plazoleta casi semicircular, donde podía distinguir, en la parte diametral del centro la de su familia. Algunos perros salieron a recibirle con ladridos amistosos y moviendo sus colas en señal de nula hostilidad, mucho antes de que ojos humanos pudieran percatarse de su presencia. Algunos vecinos, ya le empezaron a reconocer en la lejanía, más bien por la afabilidad de los perros con el personaje que se acercaba a grande zancadas y que se iba manifestando más claramente con su presencia, cuando fueron advertidos por los ladridos de aquellos canes y fácilmente también le reconocieron en la lejanía.
Cuando estaba a unas cien varas de su cabaña, su padre apareció en la puerta de la misma y empezó a caminar en la misma dirección que el príncipe traía, para recibirle. Cuando llegaron a la misma altura, su padre lo abrazó y le mostró su desconcierto al considerar que había desertado o menospreciado el emprendimiento de la competición que habían formalizado los tres caciques vecinos.
Nada de eso padre -le dijo Humazga- sólo me he desviado una jornada para advertirte de la situación sospechosa que he observado al pasar por las inmediaciones de la aldea de Sopó y Cajicá; ya que, en dos ocasiones… -y le relató los dos encuentros que había tenido en su camino con los nativos de esa zona- y, he considerado muy adecuado informarte lo antes posible de ello, para que esté prevenido y si fuese necesario tomes las medidas oportunas que consideres de interés para nuestra aldea, también: porque si yo te fuese necesario en este posible trance, me tengas muy a mano para darte toda mi ayuda. Cierto es -dijo el padre y agregó-: no creo que sea motivo de alarma la situación que has visto, pues si se estuviesen preparando para cualquier tipo de asalto a otra aldea, muy seguramente, habría preparado sus pertrechos en terrenos más ocultos y con alguna vigilancia montada; en esta ocasión creo que estaban llevando una actividad de abastecimiento de flechas muy normal en esta época del año, para participar en alguna cacería que les pueda abastecer de carnes frescas y meter en salazón algunas piezas, o para posibles celebraciones, competiciones locales e incluso entrenamientos en sus propias aldeas. No pases cuidado, le reiteró Soacha, pues aunque así fuese y ellos se aventurasen a venir contra nosotros, como tú sabes bien: nosotros siempre estamos preparados para cualquier ataque por sorpresa. De todas formas, mañana daremos un repaso a fondo de las armas (lanzas, arcos, flechas, hachas, etc., de las que disponemos y mantendremos advertidos a todos los miembros que componen nuestras fuerzas guerrilleras, para que estén avispadas en los próximos días, también redoblaremos la guardia que tenemos establecida por todo el contorno de nuestros territorios.
Haz hecho muy bien en cortar tu camino para venir a informarme de esos hechos y creo que en poco te va a retrasar el haber venido, pues mañana podrás salir temprano para en un par de jornadas llegar a las minas de sal, si no tienes ningún contratiempo y con mismo propósito, he pensado que ahora que has vuelto y no está presente ningún cacique de los comprometidos (Menquetá o Tequendama): puedes llevarte contigo a tu amigo Tursu para que te ayude y acompañe hasta que finalices tu emprendimiento. Humazga se alegró de que su padre le aconsejase e incluso le propusiese la compañía de uno de sus mejores amigos de su niñez y, se dijo para sus adentros: nadie me lo va a censurar, ni tampoco está prohibido que pueda hacerlo; así que lo aceptó con agrado, diciéndole a su padre: me parece muy bien que me acompañe Tursu, tu sabes que yo lo aprecio mucho y me será de una magnifica compañía, además podremos, entre ambos, encontrar mejor el presente que he de buscar, para contentar al padre de Iruya. Ahora se le presentaba la oportunidad más clara, de demostrar su intrepidez y valía ante Menquetá y Tequendama; pues ante los ojos de su propio padre, ya estaba derrotado Teuso, en aquella absurda prueba -tan sólo: por el hecho de ser su padre-. Debido a los últimos acuerdos a los que habían llegado los tres caciques, –impuestos para conseguir a Iruya- Humazga se precipitaba, al dar prematuramente por sentado que ganaría y, no llegó a pensar en ningún momento: que sería el mejor presente, el que ganaba la competición y no el aspecto, las virtudes o historial del competidor.
Yo no era el árbitro en aquella contienda, pero con el gesto de haber vuelto a su aldea: el príncipe Humazga había perdido gran parte de las posibilidades de alzarse en vencedor y obtener como trofeo a la bella Iruya.
Seguramente los dioses que lo ven y observan todos los acontecimientos de los humanos, evitarían la deslealtad a la que estaba llegando este príncipe, que contravenía todas las normas éticas, y, aunque no estaban escritas, si existían por el dictado de los propios corazones de los implicados y de los propios participantes, siendo dictadas por sus respectivas conciencias.
Efectivamente aquella noche Humazga la pasó con su pareja Hispe.
Era una buena moza: chiquilla aún y no habría llegado a la pubertad completa, pero que desde hacía más de un año Humazga la tenía sometida a su capricho, siempre a escondidas de sus padres y procurando que nadie pudiese sospechar nada y mucho menos que se atreviese a divulgar cualquier razón de ello, en el caso de que llegasen a sospecharlo o se percatasen de sus andanzas. La chiquilla llegaba al habitáculo del príncipe y se introducía dentro del chinchorro, bien avanzada la noche, cuando todo el mundo, supuestamente se encontraba en pleno sueño. Cumplía rápidamente con los deseos inconfesables del príncipe de su cacique y rápidamente se volvía al lecho de su cabaña y si alguno de sus progenitores la hubiese echado en falta, durante su ausencia, se justificaba o ellos mismos la justificaban, con ser una necesidad perentoria e imprevista, surgida a esas horas intempestivas -esos eran los cálculos de la pareja, pero la realidad, era otra: porque, tanto los padres del uno y de la otra, sabían de sus encuentros nocturnos, casi desde que los comenzaron a poner en práctica dentro de la choza familiar de Humazga y lógicamente lo mantuvieron en secreto; los unos porque a potro suelto, no se le puede poner braguero y los otros, pensando que el príncipe de la aldea era muy buen mozo y excelente partido, como pareja de su chiquita.
El sol estaba en lo alto y caía a pedazos sobre todo lo que no estaba a buen recaudo de sus rayos cuando salieron el príncipe y su amigo Tursu camino de las minas de sal de Zipaquirá, desandando el mismo camino que Humazga había traído la tarde anterior, cuando determinó acercarse a su aldea y comunicar a su padre, lo que a él le parecía una preparación lúdica de sus vecinos de las tierras bajas al oeste de la Cuchilla de Peñas Blancas o de las llanuras de las vegas de los ríos Teusacá y del río Bogotá. Ambos continuaron a buen ritmo todo el resto de la mañana y consiguieron alcanzar los aledaños de la aldea de Tocancipá e hicieron un alto en el camino, para descansar un rato y refrescarse en las aguas de una de las vertientes de la Quebrada del Manzano, que seguramente iban a la cuenca del río Bogotá y que posteriormente ellos seguirían por ese cauce para tener menos obstáculos que sortear en su recorrido, pues querían llegar a la orilla de su confluente y pasar la noche lo más cerca de alguno de los ríos citados, como él el príncipe ya lo había hecho en dos noches anteriores. Se veía en la relación que mantenían los dos jóvenes una buena compenetración en sus hábitos y costumbres, pero se denotaba a simple vista una arraigada desigualdad y diferenciación en el carácter, pues Tursu siempre se manifestaba muy sumiso y transigente a las indicaciones de su príncipe -mitad por amistad y la otra mitad por temor al comportamiento irascible de Humazga, al que debía conocer perfectamente.
Casi todas las actividades de acoplamiento y acondicionamiento de ambos, especialmente cuando paraban: como amarrar los chinchorros, limpiar el sitio escogido para acampar, tratar de cazar alguna pieza o pescar para comer, etc., siempre tenía que ser el joven, servicial y sumiso Tursu, quien tenía que hacerlo; rozando muchas veces el servilismo hacia la persona de su príncipe, el cual, nunca llegó a darle el margen de confianza suficiente, para que éste se sintiese de diferente forma o más querido. Humazga nunca le había tenido en consideración y le aceptaba como amigo, siempre a regañadientes, al no tener otro compañero de su propia edad, tan sumiso y obediente como resultaba ser Tursu, quien siempre estaba medio cubierto -sobre todo en la cabeza- mediante un sombrero, que hacía un par de años había conseguido de un nativo guajiro; andariego por la zona norte de la laguna, el cual había conocido una tarde mientras pescaba desde la orilla y donde estuvieron hablando de algunas andanzas que estaba llevando a cabo el intruso norteño por las inmediaciones de la laguna de Guatavita.
El sombrero se plegaba fácilmente y aunque luego aparecía un poco arrugado, al cabo de corto espacio de tiempo sobre la cabeza: parecía coger energías y tensaba sus alas, llegando a cubrir los hombros del individuo que lo llevaba puesto.
Cuando venían bajando la pequeña cuesta que finalmente les condujo al arroyo que serpenteaba con sus aguas cristalinas barriéndolas orillas de juncos y adelfas, tentándoles continuamente a meterse en una de sus charcas -formadas a la caída de pequeñas cascadas-: el príncipe se fijó detenidamente en su acompañante y pudo percatarse de la docilidad que siempre tenía con él, lo leal que siempre le había sido y siempre se manifestaba con verdadero cariño, a pesar de los malos modos que reiteradamente él le manifestaba, sin corresponderle nunca a su amistad verdadera. Finalmente cayó en la tentación de invitar a su acompañante Tursu ha hacer un alto en el camino, descansar un poco y mientras se bañaban, podrían ejercitar sus artes de pesca para tratar de obtener algún buen pez que llevarse a la boca.
Mientras se bañaban y pescaban: pudieron observar algunos peces de mediano tamaño, que bien podían servirle de merienda cena aquella tarde calurosa.
El también cogió una de sus flechas y puso toda su atención en atravesar con ella a alguno de los que -por su tamaño- podía apreciar con más nitidez.
Con gran lentitud fue siguiendo la zigzagueante trayectoria que llevaba una hermosa carpa y cuando apreció que se había parado en una de las oquedades que hacía la pared vertical de piedras, como a una vara bajo la superficie del agua: asestó un certero flechazo al pez -atravesándolo de parte a parte-. Sacó rápidamente al pez del agua y entregó a su amigo la flecha con el pez ensartado aún, indicándole que debía ocuparse de prepararlo, mientras el continuaba con la pesca, tratando de ensartar otro de los que aún merodeaban.
Salió Tursu seguidamente de la charca -dejando su flecha a Humazga quien prosiguió la pesca-y él se dedicó a preparar un fuego con algunos leños secos y hojarascas que buscó por los alrededores y puso directamente al pez ensartado en la propia flecha ante el fuego, clavando en el suelo su punta y acercando oblicuamente la otra punta al centro de la vertical de la fogata y en lado favorable de la pequeña brisa que se llevaba el humo, -es decir: evitando que el pez se ahumara y para que el asado se hiciese por parejo y paralelo al fuego, sin que éste y la flecha llegaran a quemarse. Al cabo de algún rato, cuando todo estaba listo, llamó a su príncipe y entre ambos dieron buena cuenta del pez asado, bebieron de uno de los cuernos de la chicha -pues cada cual llevaba el suyo- y, tanto Humazga, como Tursu aún no habían tocado. Al acabar de comer, Tursu se encargó de lavar el cuerno que había quedado vacío, las dos flechas y recoger todas las pertenecías; y como era un individuo precavido, previamente: llenó el cuerno de agua cristalina, lavándose las manos, los dientes -restregándoselos con el dedo índice de la mano derecha- y aprovechó ese momento en que estaba algo alejado de donde se encontraba Humazga, para dar dos resoplidos, como si fuese un muleto, se tiró un par de pedos sonoros -mientras se acomodaba a la sombra de un naranjo viejo, donde hacía rato se había situado el príncipe, dispuesto a descansar un rato mientras hacía una digestión placentera, pero su príncipe se lo impidió al manifestarle: que andaban retrasados y debían proseguir la marcha: debemos andar todavía un largo camino; no te tumbes y recoge las cosas que nos vamos, si queremos llegar con luz. Se les fue el resto de la tarde en su larga caminata, hasta llegar a las inmediaciones de la orilla izquierda del río Bogotá; ya se había puesto el sol por las cumbres de la Cuchilla de San Jorge cuando llegaron a la ribera del río y las penumbras ocasionadas por las montañas vecinas se hacían patentes en las umbrías. Los últimos meandros que traían, siguiendo aquel riachuelo, los llevó directamente a confluir con el más grande u caudaloso Bogotá.
Ambos se dispusieron a ojear el terreno, mientras buscaban algunos leños secos y escoger un buen lugar donde colgar los chinchorros para pasar aquella noche que se avecinaba a pasos agigantados y para quedar a cubierto de cualquier peligro venidero. Repusieron fuerzas sentados alrededor de una gran fogata que había preparado Tursu y decidieron tomar algunas de las viandas que guardaban en sus respectivos zurrones. Al cabo de una media hora y ya que estaban cayendo las tinieblas de la noche, se incorporaron a la vez y tomaron cada cual su tronco, hasta encaramarse dentro de sus respectivos chinchorros. A la mañana siguiente ambos despertaron a las claras del día y tan pronto como la claridad aumentaban ellos iniciaron su viaje para proseguir, sin pérdida de mucho tiempo, camino de las minas de sal gema cercana a Zipaquirá actual.
Cómo se dice en algunos lugares, parecía ser, como si Humazga hubiese perdido el norte de su proyectado viaje, lo que no había perdido era la noción del tiempo que llevaba empleado en su emprendimiento, por lo que recapacitó brevemente sobre todo ello y apreció con bastante exactitud que estaba en su sexto día, desde que se organizó la partida. Le tranquilizaba bastante el saber que estaba cerca de lugar preferido para conseguir el presente que debía llevar ante Menquetá y ganar el reto con ello. Aquella jornada había sido bastante larga, pues habrían andado no menos de 15 leguas; afortunadamente Tursu conocía bien los caminos de toda aquella zona, de las veces que había tenido que salir de correrías o de cacería y sabía muchos de los atajos favorables. En el fondo de sus sentimientos, Humazga: tan sólo sentía la necesidad de cumplir con los deseos y acuerdos que había establecido su padre con el padre de Iruya, cuando él era aún un muchacho que ni siguiera él sabía del acuerdo, ni sentía los más mínimos sentimientos o apetencias sexuales por ninguna chica.
Hacía poco tiempo atrás y a raíz de la reunión que mantuvieron los tres caciques en la aldea de Guatavita, cuando idearon la competencia que debían llevar a cabo ambos príncipes para ganar a Iruya, su padre le comentó todo el compromiso detalladamente.
CAPÍTULO VI.
Entre sueños de Teuso
Teuso ligeramente se incorporó y estuvo tentado de despertar a su compañero, pero, lo pensó mejor, y se tumbó en la trenzada red nuevamente, quedando al instante relajado pero sin entrar de lleno en el sueño, por lo que se puso a imaginar, y a divagar por aquellos alrededores que ya había empezaba a conocer por primera vez en su vida aquella misma tarde -pensaba egoístamente en cómo sería su vida por aquellos alrededores y, a cada momento, traía a su pensamiento la imagen de su amada Iruya -manteniendo los ojos cerrados- y afortunadamente se contentaba pensando así, llegando a considerar los momentos más felices de todos los que había vivido, hasta ahora; se armó de paciencia, era prudente, evitaba los acercamientos e incluso las palabras; se aseguraba mentalmente, a sí mismo, que debía impedir el triunfo del otro y ser capaz de ganarle en lo establecido. Sacó a estudio todos los posibles momentos que se podían dar allí, junto a su amada. Rápidamente le construiría la choza más linda de todas cuantas hubiese por los alrededores -para ello había fijado en su mente, desde ahora- ir copiando todos los detalles importantes que viese en las chozas de las aldeas que visitase a partir de estos momentos; también haría un buen huerto cercano a la ribera del riachuelo cercano en donde pensaba construir la choza y haría una gran charca por encima del terreno, que fuese alimentada con las aguas del propio riachuelo, traídas por una vertiente -casi horizontal- que serían recogidas, como a una media legua hacia arriba del cauce. Necesitaba averiguar, si en algún momento del año el arrollo llegaba a secarse; aunque al construir la vivienda cerca de la laguna, no sería mucho problema, además tenía que averiguar de algún manantial cercano que no estuviese contaminado en su recorrido, porque la mayoría de las veces, de la pureza del manantial, dependía la salud de las personas que bebían sus aguas. Sin darse cuenta de ello, entró rápidamente en un sueño profundo y reparador, que le permitió descansar físicamente de tanto esfuerzo como había realizado durante el día anterior, hasta llegar al lugar donde se encontraba.
En el mismo instante que entró en sueño: pareciera que enlazó sus últimas ideas despierto, con un soñar dormido; un sueño en el que él idealizaba a su amada, haciendo vida común y teniendo como fondo de los acontecimientos: el mismo lugar donde él estaba ahora durmiendo, pero al cobijo de una cabaña que había construido a su llegada. Su imaginación le había llevado en volandas por todos los alrededores -aún rendido como estaba no sentía ese cansancio y estaba tan relajado que incluso era reparador para su mente y lo notaba. En la profundidad del sueño que tenía, se veía, a sí mismo; estaba pescando en el centro de la laguna y tan abstraído se encontraba con la pesca que no pudo percatarse del reflejo aparecido en la superficie de las aguas, mostrando la figura y rostro claro de una deidad, -por su aspecto a mí me pareció la diosa Bague -la que se le representaba en ocasiones propicias, desde que se había enamorado de Iruya- pareciera como si la diosa se hubiese constituido en protectora de la princesa y a él lo tuviese como ángel custodio de todos sus actos, como si fuese él sustituto de aquél niño infante o alguno de sus descendientes más directos para prevenirla de los males terrenales y sin duda alguna, para hacerla muy feliz mientras durase esa pretendida unión y, él absorto en su pesca no llegaba a captar las indicaciones de la diosa-. Bague lo arrancó con sumo cuidado mental de su abstracción en la pesca y lo fue trasladando por todo el territorio -pues la deidad sabía de la empresa que le guiaba, hasta llegar allí- de sus prematuros sueños de establecerse en las inmediaciones a la desembocadura del arroyo y de la necesidad que tenía la zona de que seres humanos, que pudiesen formar un nuevo cacicazgo, como nuevos pobladores de aquellas tierras; seguramente, con ello, se llenaría de júbilo el entorno: -risas de niños, nuevas fiestas y cultos religiosos- adornarían el lugar, donde Teuso se prolongaría formando una nueva estirpe y sería feliz hasta la saciedad al lado de su amada.
Con ese propósito lo fue llevando en su sueño, como en volandas y fuertemente cogido de la mano, de sur a noreste: bordeando toda la orilla de la laguna denominada de Suesca, lo enderezó siguiendo la gran Quebrada de Soaquirá, para adentrarse en los terrenos aledaños a la aldea de Cucunubá y saltar por encima de los altos de la Cuchilla de la Ramada Alta , haciendo un giro hacia el norte para cruzar el río Lenguazaque, cruzando las llanuras de Guachetá, recorriendo el curso del río Ubaté hasta su entrada en la Laguna de Fúquene por su parte más meridional. Es considerada también, como laguna sagrada por el pueblo Muisca.
¿Creo: es la laguna de Fúquene, y, no tengo ánimos de equivocarme…?
Situada casi en el límite de Boyacá y en dirección norte la va desaguando el río Suarez, para irrigar tierras de varias provincias de buenas siembras: cañas de azúcar, guayabas, mangos, etc., en dirección a su desembocadura con el gran río Magdalena y hacia noreste en la vertiente atlántico-caribeña. Cuando llegaron al aliviadero que le proporciona el ría Suarez, lo mantuvo expectante admirando la flora y parte de la fauna de toda aquella cuenca, por toda la parte alta de la cuenca del río Suarez, hasta llegar a las inmediaciones de la población denominada Chiquinquirá, que actualmente es el centro de adoración de la Virgen de Chiquinquirá; allí lo despertó y le permitió darse la vuelta en el chinchorro; desde donde le hizo volver a tener un nuevo sueño: -quedando recostado en su hamaca toda la noche, sin mover ni un solo músculo.
En esta segunda parte del sueño la diosa no le había permitido, ni tan siguiera, abrir los ojos o incorporarse para cambiar el agua de sus aceitunas, de lo que estaba necesitando y muy posiblemente, por ello, se le cortó el primer sueño.
No pudo, ni apreciar que su compañero Furain, quien roncaba estrepitosamente y dormía, a pierna suelta, muy profundamente.
La diosa lo bajo en su recorrido, hasta llegar a rozar casi con la copa de los árboles más altos; lo giró en un ángulo de casi 90º para subir por el cauce del Río Susa, haciendo un pequeño alto en la cumbre del Cerro denominado de la Cascalera; desde allí lo bajó en picado hasta la profundidad del río, donde lo soltó a su suerte sobre una gran charca.
Viéndose Teuso a sí mismo completamente desnudo en medio de aquellas aguas frías y en gran parte cubierta por la vegetación de la orilla.
El príncipe no llegó a alterarse, ni se incomodó, pues de alguna forma volvió del sueño, con unas ganas terribles por evacuar sus líquidos corporales y al mismo tiempo se pudo percatar de que realmente, estaba tumbado en su chinchorro, sin que fuese posible todo aquello que le estaba sucediendo. Este abandono de la diosa en aquel lugar, totalmente desconocido para él, muy posiblemente tendría algún significado; y, llegó a pensar: si no sería el indicativo de las tierras por las que debería buscar el presente que tanto necesitaba, para ganarse a Iruya. Aquella mañana Furain se despertó antes que Teuso y al cabo de una media hora, se vio el ubatense en la necesidad de despertar al príncipe, pues de lo contrario, seguramente habría perdido casi media mañana. Cuando Teuso se hubo levantado y recogieron todas sus pertenencias; se pusieron en marcha, saliendo por la izquierda de La laguna de Suesca y siempre en dirección norte, enfilando la parte oriental de las montañas Cuchillas del Buey Echado, entrando hacia su mitad y desviándose por poniente para tomar la Quebrada Grande, camino de Ubaté.
Poco antes de llegar a los terrenos de los que hoy son de la localidades de Sutatausa y de Cucunubá, intermedios de los que llevaban los dos caminantes, por entre las quebradas denominadas La Grande y La Espartinal, muy cerca de los comienzos de las Cuchillas del Peñón que tan bien conocía Furain de haber recorridos sus riscos en los días de caza de su juventud, cuando aún no había ni soñado y mucho menos emprendido sus tareas de comerciante de sal por los terrenos boyacarense. Tuvieron que pasar cerca de los terrenos de la aldea de Cucunubá, por su izquierda y enfocar el arroyo actual de San Isidro hasta confluir en la Laguna de Cucunubá, por su parte media. Allí hicieron un alto para preparar algo de sustento, darse un buen baño y poder descansar de la larga caminata.
Al otro lado, en la lejanía del noroeste ya se podían divisar algunas de las cabañas y las columnas de humo, que verticalmente formaban algunas hogueras encendidas de la aldea de Ubaté. Tan pronto como llegaron a la orilla, Furain se puso muy contento al poder divisar sus tierras. Estarían a no más de cinco leguas, aunque la laguna estaba por en medio, con su forma arriñonada y aunque ellos habían acampado por su parte más estrecha; sería una temeridad tratar de pasarla a nado, sin perder parte de los enseres que llevaban.
Teuso le comentó a su amigo, que: sería mucho mejor volver en dirección sur, como una legua y bordearla, para luego bordearla hacia el norte, hasta llegar a los terrenos llanos y cercanos a la aldea de su amigo Furain.
Estuvieron rezagados por espacio de más de una hora; ya habían montado sus cepos en un extremo de la orilla de la laguna, desde donde no se divisaba el lugar donde ellos faenaban, bañándose y a la vez tratando de ensartar algún pez distraído. Algo taciturno fueron ambos, pues no llegaron a pescar, ni a atrapar en los cepos ningún animalito que pudiese satisfacer sus necesidades alimenticias de aquél mediodía. Estuvieron largo tiempo tumbados sobre un pasto verde que abarcaba como unas cincuenta varas del terreno circundante de las aguas. Echaron mano de sus reservas guardadas en los zurrones, que aunque eran pocas, les sirvieron para pasar aquellos últimos momentos, antes de llegar a la aldea de Furain y éste le manifestó a su amigo: que en llegando a su choza, su familia nos proveería de todo lo necesario y especialmente a él -refiriéndose a Teuso- que deseaba continuar su viaje al día siguiente.
Una vez que se habían repuesto bien, recogieron todo y empezaron a bordear la laguna en la dirección del sur, donde algo más lejos -como a unas cinco leguas quedaban los terrenos de la aldea de Sutatausa. En realidad, ahora que estaban en el pico sur de la laguna, se podría decir que estaban a mitad de camino entre las dos aldeas: Ubaté al noroeste y Sutatausa al suroeste. La tarde estaba soleada y el terreno llano, era muy favorable, para quien, como Furain: conocía todas las veredas peatonales de la comarca.
No tardaron ni dos horas en estar a las entradas sur de la aldea de Furain.
Aquel segundo día, desde su partida, ya estaba en camino al alba: buscando la abertura de sus sueños pasados, del que se acordaba con exactitud y todo lujo de detalles.
Quizás, lo había programado el semidiós, guía o genio de esta forma, con objeto de que no perdiese mucho tiempo en encontrar la entrada del agujero-.
Teuso despertó a su compañero de viaje que aún dormía en su chinchorro y recogieron sus pertenencias para ponerse nuevamente en marcha, cuando estaba clareando el día. Se les hizo bastante larga la jornada y apenas hicieron un descanso para comer, cuando entraban en los terrenos de lo que hoy es Cacicazgo, donde estuvieron recostados sobre unos cañaverales, el tiempo suficiente para consumir algunos alimentos de los que llevaban en sus respectivos zurrones que acompañaron con algo de chicha. Tan pronto recuperaron las energías se volvieron a poner en marcha, pues aquella noche la querían pasar en los alrededores de la aldea de Suesca, donde Furain, tenía algunos conocidos de su confianza a los que deseaba saludar.
Ya era bastante tarde cuando decidieron dar por finalizada la jornada, al tiempo que trataba de buscar un sitio adecuado para pasar la noche, que se avecinaba a pasos agigantados; estaban muy cansados y sudorosos.
Finalmente, se dispusieron a acampar cerca de la aldea de la actual Suesca.
Furain había preguntado en la propia aldea por su amigo, pero le informaron que éste se encontraba en el trayecto, camino a las minas de sal, donde tenía que recoger algunas piezas, para trasportarlas a la zona norte de Quipama en territorio de los muzos, por lo que decidieron montar sus chinchorros junto al arroyo que abastecía a la población, donde existía un buen sitio donde hacerlo y al abrigo de aquella aldea, carente de hostilidades para Furain y Teuso.
Una vez que hubieron atado las hamacas o chinchorros a los troncos de dos hermosos árboles, cuyo enraizamiento seguramente se surtía del propio cauce del río, por la salud y frondosidad que mostraban.
Aún tuvieron tiempo de meterse en el río -actualmente denominado río Bogotá- donde se lavaron bien para quitarse todo el polvo del camino, lavaron algunas de sus ropas y trataron de atrapar algunas de las truchas, percas o lucios, que en la quietud de las aguas, se desplazaban huyendo de los dos intrusos que habían entrado en su territorio.
Tomaron el baño, más prolongado que de costumbre y no llegaron a ensartar ninguno de los peces: parecían mucho más diestros a los encontrados en otros riachuelos. Éstos no eran grandes pero muy ágiles y escurridizos, quedando seriamente contrariados. No pudieron conseguir la comida deseada para aquella noche y los zurrones estaban diezmados desde que se unieron para emprender juntos aquellos caminos. De forma inesperada uno de los oriundos de la aldea: al que Furain había preguntado por su amigo, se presentó ante ellos, cuando acababan de salir del agua y después de saludarles nuevamente, les entregó un recipiente de barro, parecido a una fuente de graná, que contenía en su interior todo un cabrito bien asado que aún humeaba, como una docena de tortas arepas y un cuenco lleno de chicha.
Ambos agradecieron efusivamente la atención al nativo, seguramente sería familiar o amigo personal del conocido ausente, al que venía buscando Furain.
Él les comunicó que podían dejar los recipientes junto al tronco de uno de los árboles, al día siguiente cuando emprendiesen la marcha y se despidió de ambos, quedando en manifestar los saludos al amigo ausente, cuando volviese del viaje a las minas de sal. Aquella noche la enderezó el chivo asado, la chicha que llevó el agasajante y una charla o conversación que inició Furain, estando presente el sesquilense.
Ninguno de los tres encontraba momento adecuado para interrumpirla y se desarrollaba de esta forma: muchas veces nos sorprende el estado contemplativo de las personas mayores que encontramos con cierta frecuencia por nuestros caminos -decía Teuso- en una conversación que había iniciado su acompañante Furain, refiriéndose a la sabiduría del viejo Guzgo cuando les había aconsejado seguir el camino juntos. Son pozos de sabiduría y experiencia, -lógicamente, se pronunció el tercero, que allí mismo se dio a conocer como Hapac- quien se sintió incorporado a la conversación desde ese momento y quiso expresarse así: -los viejos son sabios por naturaleza, pues han acumulado una serie de vivencias que les da una gran fortaleza espiritual, experiencia y sobre todo templanza para calcular los tiempos futuros, por algo se dice, con mucha razón: la experiencia es la madre de la ciencia… Terrenos de la actual Suesca.
Laguna del Valle: nace el río Bogotá. Sobre todo cuando media, durante una vida, largos periodos de penuria, escaseces, grandes esfuerzos físicos mal recompensados u otros reveces que nos puede dar la vida, etc.
-Cierto, aseguraron Teuso y Furain-
La vida curte mucho si se ha llevado y vivido con grandes esfuerzos y sacrificios. Prosiguió Hapac diciendo: la abundancia, siempre es el manantial de la pereza, aunque no en todos los individuos; pero si éstos no han sufrido ningún tipo de esfuerzo o sacrificio en la vida, seguro que tarde o temprano caerán en ella. Por ello debemos aconsejar nuestros hijos y en general a todo el mundo, para que se tenga en cuenta, que: no hay pan sin trabajo, pues aquellos bienes que recibimos, siempre deben provenir de nuestro propio esfuerzo; las comunidades no se forman para repartir el pan entre los vagos, que no quieren doblar el espinazo, sino para ayudar a los menesterosos y en los momentos en que la fortuna les ha dado de lado, quedándose sin recursos para subsistir.
Pareció que Hapac no había tenido últimamente muchos interlocutores, porque cogió el hilo de la madeja (la conversación) y parecía como si no quisiera dejar participar a los otros dos. Hay que dar mucho ejemplo a los demás y especialmente a la gente joven, pues el trabajo siempre lleva aparejado un gran esfuerzo: cuando no lo es físico, lo es mental y muchos de nosotros no sabemos calibrar su importancia pues muchas veces damos más valor a los trabajos manuales, quizás porque nos hacen sudar, que a los que solamente nos hacen pensar.
Indudablemente es fácil sentirse inclinado hacia una u otra tendencia, dependiendo de la actividad que uno mismo desarrolla en su vida diaria.
A duras penas, pudo entrar Teuso en la conversación, que parecía un monólogo – en esos momentos se acordó del día anterior, cuando Furain cogió el diálogo y no paraba- para expresarse de esta forma: -efectivamente hemos de predicar con el ejemplo y sobre todo delante de los más jóvenes que lo copian todo de los más mayores y también llevar a cabo las tareas que nos toque cumplir, sean físicas o mentales, con el mayor cariño, perseverancia y atención posibles; sin tener en cuenta los beneficios que nos pueda reportar; sólo tenemos que pensar y actuar para hacerlo bien o al menos lo mejor posible y siempre seremos perfectamente recompensados. No debe haber pan sin trabajo, si contamos con todos los factores necesarios para llevarlo a cabo, sin perjuicio de nuestra salud o la de los demás.
El hecho de estar agrupados en cacicazgos o comunidades, formando un conjunto bien avenido y luchando por los mismos intereses o ideales, hace que el individuo se sienta fuerte y protegido; más esa protección la adquiere de su propia conciencia, al saberse con el deber cumplido y dentro de las normas que entre todos han ideado para luchar por una causa común y estable.
Los ignorantes, acomodaticios -vagos o maleantes- son los que pretenden alcanzar los beneficios que puedan rendir los esfuerzos de los demás miembros de la comunidad. Fue entonces cuando tuvo oportunidad Furain de entrar en la conversación para manifestar su parecer, de esta forma: son atributos de los mandatarios de la aldea, distribuir equitativamente entre los más necesitados y menesterosos, las viandas o las ayudas necesarias para la subsistencia de los más débiles o enfermos, hasta que éstos se hayan recuperado de su inestabilidad vital; los ignorantes siempre son los que protestan, creyéndose con más derechos que esos necesitados, porque les falta la honradez y el corazón puro para poder entender las medidas de protección al débil, que siempre debe existir en cualquier comunidad, se llame como se llame.
Llegando a este punto, viendo Hapac, que los otros dos interlocutores -Teuso y Furain- estaban dando síntomas de sueño y cansancio; sin más dilación y apoyándose en la obligación que tenía, al día siguiente, de atender temprano a sus obligaciones: se excusó, reiteró su saludo efusivamente a los dos llegados y se marchó camino de su cabaña.
Los dos caminantes también se dispusieron para ir a descansar a sus respectivos chinchorros, quedando en seguir su camino al día siguiente, para tratar de alcanzar los alrededores de la aldea de Ubaté entrada la tarde, donde daría Furain por finalizado su viaje, al ser su punto de destino, tener allí su familia y ser su residencia.
Ambos entraron rápidamente a alcanzar un profundo y reparador sueño.
Aquella noche no pasaron sobresaltos, ni les afectaron los sueños y prácticamente no se movieron en sus respectivos aposentos.
La madrugada se les presentó casi al unísono y ambos se incorporaron, recogieron sus pertenencias -dejando y plato y la vasija de barro junto al tronco del árbol más robusto- con objeto de que pudiese retirarlos Hapac, se asearon un poco en la orilla del río y emprendieron la marcha, un poco al noroeste, dejando la vaguada donde se encontraba la laguna de Suesca a una legua de su mano derecha. Pasaron muy cerca del nacimiento del río Bogotá, que remansa sus aguas para formar la pequeña laguna denominada del Valle, después su curso se hace bastante más escarpado, sinuoso, llegando a encajonarse.
A media mañana hicieron un alto en el camino, para tomar un rengue, coger algunos mangos, del mismo árbol donde estuvieron sentados un rato mientras daban buena cuenta de un par de frutos ya maduros, el resto lo guardaron en el zurrón, casi hasta completarlos; para comerlos más adelante, si no encontraban otro medio de procurarse la comida de mediodía.
Poco después de haber dado buena cuenta de aquellos deliciosos frutos, volvieron a emprender la marcha y Furain se sorprendió gratamente, cuando Teuso entonó una alegre y romántica canción que hacia clara alusión a las dificultades que encontraban para encontrarse, dos enamorados de aldeas vecinas que habían caído bajo las flechas de Cupido, durante la celebración de las últimas ofrendas a la diosa Chié. Algo semejante a lo que podría haberle pasado con su amada Iruya, de no haberse atravesado, para su suerte, el león andino y donde pudo manifestar su acierto. Apretaba el sol de lo lindo, como casi siempre lo hacía, cuando llegaban a las inmediaciones del arroyo Tunjuelo, afluente del río Bogotá, donde acordaron hacer otro descanso para refrescarse, tratar de pescar algo en sus aguas y poner a remojar cuatro de los mangos, por si tenían mala pesca, les serviría de almuerzo con un poco de chivito que les había quedado de la noche anterior.
Iniciaron la pesca y pronto tuvo suerte Furain, quien ensartó un hermoso pez, que no supieron o no quisieron comentar de la especie que era, pero que a mí, desde la larga distancia que me separaba de ellos me pareció un dorado de unas seis o siete libras. Cuando acabaron de asar el pescado frente a la fogata que Teuso había preparado; ya habían dado buena cuenta del pez asado y de un par de mangos que recuperaron del río mucho más frescos. Estaban casi acabando de comer, cuando, de improviso: se desató un chubasco intenso, que los remojó como una zopa de pan que hubiesen tirado al cauce del arroyo, pero afortunadamente duró poco rato y casi inmediatamente salió el sol con toda su intensidad, que los secó antes de que hubiesen decidido volver a emprender la marcha. No estaba el cielo cubierto de nubes cuando llegaron al lugar para pescar; fue durante el pequeño período de tiempo, en que estuvieron ambos distraídos con la pesca, cuando se concentró sobre su vertical una buena acumulación de negros nubarrones que rápidamente ensombreció todo el contorno y se destempló el ambiente para descargar un aguacero intenso; seguramente estaban los chubascos acechando su oportunidad. Nuevamente emprendieron la marcha; la tarde se hacía más templada y llevadera que lo había sido el comienzo del día hasta llegar la lluvia.
Avanzaban con bastante más agilidad por terrenos que conocía perfectamente Furain y aunque de vez en cuando se veían encajonados por algunos desfiladeros rocosos, con subidas y bajadas, que les hacían algo más penoso el recorrido de ciertos tramos del camino hacia Ubaté. Habían recorrido un buen tramo del río Susa, cuando se cruzaron con dos oriundos de la aldea de Cuennaba, con los charló breves momentos el amigo Furain, con respecto al camino que deberían tomar éstos para llegar, sin muchos contratiempos a la minas de sal gema. Ellos se dirigían al oeste para sacar unas dos cargas de sal y las debería traer de vuelta a su aldea en una semana.
Furain les indicó los caminos más apropiados, los cruces que habrían de encontrarse en su recorrido y aquellas desviaciones que deberían tomar, para llegar más rápidamente. Cuando hubieron proseguido el camino ambas parejas: Furain le comentó a Teuso que esos cuennabarenses eran conocidos suyos, de haberlos visto en otra ocasión cerca de la aldea, haciendo las guardias propias de vigilancia y se comportaron con él con bastante amabilidad, cosa no frecuente entre individuos de aldeas vecinas, donde, por regla general siempre existían rivalidades limítrofes. No habían parado desde los breves momentos del saludo con los dos nativos que se cruzaron, conocidos de Furain; avanzaban a buen ritmo durante toda la tarde, cuando el ubatense, que no había abierto la boca en toda la tarde, excepción hecha en lo del saludo con los que se cruzaron; cuando al hacer un giro hacia la izquierda del camino: advirtió Furain a Teuso un par de columnas de humo que se divisaba en el horizonte al pié de la montaña que tenían enfrente y señalando con la mano, indicó a Teuso el lugar exacto donde se encontraba la aldea de Ubaté, su propia casa y donde le estarían esperando sus padres y tres hermanas, que aún convivían en el hogar paterno. Teuso fijo la mirada en Furain y notó como el rostro de éste se le iluminaba al expresar aquellas frases indicativas e informativas.
Se divisaba con bastante nitidez y el terreno que iba descendente hacia un valle surcado por un río, luego de cruzar éste, empezaba una ligera pendiente de unas dos leguas, por lo que seguramente: aún tardarían por lo menos una hora en llegar a las cercanías de la población. Ahora volvió a dirigirse el ubatense al príncipe, para anunciarle que era su deseo que la próxima noche el se alojase en su cabaña, por lo que se sentiría muy honrado. Puso algunas objeciones Teuso a la invitación que le hacía su acompañante, porque consideraba que sus familiares no estaban advertido de ellos y les iba a coger por sorpresa; a lo alegó y aseguró Furain que no pasara cuidado, puesto que desde estos mismos momentos sus padres se sentirán muy halagados con llevarles un acompañante amigo y no digamos de las tres hermanas, que se sentirán enormemente felices, al saber que eran tan afortunadas de encontrar a un mozo tan apuesto y soltero, con el podrían dialogar y cumplimentar, por ser amigo de su hermano preferido, al que complacían en todo. Ya se estaban acercando a los aledaños del poblado de Ubaté; el tramo del camino se les había hecho bastante más corto -desde que divisaron las columnas de humo en el horizonte- de lo que ellos pensaban; seguramente esto, se debió a que Furain aligeró el paso tan pronto como divisó su aldea, porque serían muchas las ganas que tenía de llegar y abrazar a los suyos. Insistió nuevamente Teuso: no consideraba prudente interferir en sus familiares y que le agradecía enormemente la atención que le bridaba. Insistió Furain sobre el tema y mostró su enojo al príncipe si no aceptaba su invitación de pasar la noche en su cabaña, junto a los suyos.
Teuso, ante este manifiesto enojo, no creyó prudente volver a rechazar la propuesta, que por otra parte consideraba muy apropiada y afortunada para él; así que, consintió y no volvió a mostrar más reparos. Habían penetrado a la aldea por la parte sur, que prolongaba el camino que traían hasta llegar al centro de una gran plaza, muy parecida o como las que habitualmente existían en todas las aldeas chibchas, con algunos árboles frondosos, centenarios, majestuosos y donde se reunían por horas los más viejos del lugar, para compartir sus ideas y enfocar sus propias vivencias. Al llegar al centro de la plaza rectangular, observaron cómo alrededor de dos fogatas en plena combustión que habían dejado unos buenos rescoldos, estaban asando un venado ensartado por una guadua verde, apoyada en horizontal sobre sus extremos en dos horquillas verticales -clavadas a ambos lados de las fogatas; en uno de sus extremos habían colocado un manubrio y lo manipulaba una chiquilla con suma lentitud, haciendo girar la pieza sobre aquellos rescoldos. La chiquillada jugaba a una especie de corre que te pillo entre las carreras que daban tres o cuatro perros, como queriendo imitarles, estando muy solícitos en imitarles. Algún ganado doméstico andaba suelto por la plaza, entre buscando alimento u olisqueando por los recovecos; al caer de la noche muchos de estos animales domesticados se quedarían protegidos dentro del rectángulo que formaban las cabañas y las salidas al exterior, serían protegidas de cualquier animal salvaje con sendos cierres de palos trenzados a forma de portón. -De esta forma se fortificaba todo el recinto-. Furain saludó a las personas que estaban al cuidado del asado y ambos prosiguieron la marcha, girando a la izquierda, para adentrarse por entre dos chozas, hasta una fila existente detrás de la plaza, yendo a desembocar, justo a la entrada de la estancia de los familiares de Furain. El encuentro con la familia de Furain, estuvo lleno de momentos efusivos, donde todos se daban muestras de un sincero cariño y alegría entusiasta, por la vuelta del ser querido. Las tres hermanas, quizás, fueron las más expresivas al manifestar su contento, aunque sus padres -todo sonrientes- mantenían una complacencia real, pero más recatada. También les daban la bienvenida, los más ancianos de la familia, que eran los progenitores de la madre de Furain.
La tarde ya se vencía y pasados los primeros momentos de regocijo familiar, donde Teuso fue presentado a todos, como invitado, amigo de su hijo o hermano; dos de las hermanas les trajeron algo del asado que antes vieron cocinar en la plaza, la otra hermana les sirvió una vasija de barro, conteniendo chicha, de la que el padre de Furain llenó dos recipientes – a semejanza a los tazones, también de barro, y estuvo dialogando de todo lo acontecido, durante el viaje con su hijo hasta, que dieron buena cuenta de aquella comida y acabaron con la chicha.
Mientras tanto yo estaba de observador, como invitado de piedra y me pareció que todo el clan formaban una piña alrededor del padre y éste mantenía un gran respeto hacia el más viejo, que también estaba, como yo: pendiente del diálogo que mantenían padre e hijo. La abuela, las hermanas y la madre, formaban un grupito cercano al nuestro, pero posicionadas algo más alejadas, hacia el fondo de la cabaña.
Teuso pudo intervenir en la conversación, tan sólo, poco antes de llegada la hora acostumbrada para ir a dormir, y aprovechó la ocasión: para manifestar su profundo agradecimiento por el recibimiento y la estancia que le proporcionaban, ofreciéndoles su aldea para cuando deseasen o tuviesen que pasar por ella. En breve se levantaron del lugar de la cena y colgaron los chinchorros en una esquina de la cabaña, el de Teuso, paralelo al de su amigo y al cerramiento externo del ese lateral de la cabaña, -como dando la sensación: de que el invitado estaba bien vigilado, ante posibles tentaciones nocturnas y las mujeres podían descansar tranquilamente, ante el extraño invitado, poco habitual para las mujeres-; y acomodándose en la red, no tardaron en quedarse completamente dormidos.
CAPITULO VII:
Las cuatro hermanas
Debió pasar la medianoche, cuando Teuso se despertó creyendo que ya estaba amaneciendo, pero estaba en un error al apreciar desde la puerta de la cabaña, la situación de las estrellas; aprovechó para cambiarle el agua a sus aceitunas y volvió a meterse en el chinchorro. Rápidamente volvió a darle un sueño prematuro, quizás debido a la caminata que ambos amigos se habían dado en la última jornada, hasta llegar a la puerta de la cabaña familiar de Furain, donde descansaban ahora.
Teuso se volvió a dormir rápidamente y lo hizo pensando en su amada princesa, que como todos los enamorados primerizos, la echaba continuamente de menos. Sentía una imperiosa ansiedad de verla cuanto antes y empezaba a desearla físicamente con gran vehemencia. Su subconsciente nuevamente comenzó a maquinar, a hilvanar y a enredar imágenes vividas con otras imaginadas, de forma tal: que, -al poco rato- se encontraba inmerso en un dulce sueño en compañía de Iruya: "entraban ambos en un inmenso jardín por un portón, como si fuese una puerta automática de las actuales, se abría ante ellos; avanzaron hasta traspasar su quicio y quedaron petrificados por instantes: al verse sorprendidos por la magnificencia de lo que veían sus ojos… El recinto que se abría ante ellos, presentaba una gran estancia de forma esférica, como jamás la habían visto en sus respectivos poblados.
Teuso, se había situado en el centro o circulo del recinto; sus paredes convexas reunían las imágenes nítidas del exterior, que se podían contemplar por unas claraboyas situadas en el centro de sus concavidades interiores; resultaban parecidas a un caleidoscopio u objetivo que abarcara todas las imágenes del exterior; y estaban recubiertas -revestidas o alicatadas- de una variedad de baldosas de mármoles multicolores, de entre los que no se podían apreciar uniones, al estar tan bien trabajados que no se les notaba ninguna junta.
Sus combinaciones eran perfectas e inducían al relajamiento mental y corporal, que en ocasiones se iban mezclando de tal forma que en sus perspectivas representaban al arco iris: entremezclándose entre sí, -como estaban- y formando un entresijo multicolor- parecido a las telas de las arañas -¡sublimes constructores, de los más eficientes que dio la naturaleza!-, con posibilidad de existencia. El suelo estaba cubierto de un material desconocido hasta entonces por Teuso: ostentaba un intenso y brillante color verde oliva, o quizás un poco más claro que emborrachaba los sentidos -eran esmeraldas, nunca vistas por el príncipe-.
Los paramentos verticales no presentaban -aparentemente – uniones entre sí y al tacto tampoco daban la sensación de resaltes, que denotasen el paso de una pieza a otra, dando un reflejo perla y uniforme a todo el contorno.
En el centro geométrico del círculo, se encontraba una fuente -de la que salían seis hermosos chorros de aguas cristalinas y arrulladoras- y, al alcanzar su punto más álgido: descendían suavemente por los cabellos bien torneados de cuatro lindas cabelleras de hermosas doncellas, que estaban situadas sobre sus pedestales, indicando los cuatro puntos cardinales; en el descenso las aguas reflejaban los colores del suelo, debido a que por su parte superior penetraba la luz a través de una claraboya oscilante: al chocar los rayos de luz en el suelo multicolor -de la base de la fuente y sus alrededores-, producía la descomposición de la luz en los ocho colores del Arco Iris. Surgía el agua sin formar el más mínimo ruido y en diminutas y pequeñísimas gotas, que más bien parecían partes de nubes con cambiantes e indefinibles coloridos. Al acercase a la fuente, le apareció sobre su piel, como un sudor frío, cuya brillantez resaltaba por todo su rostro -resaltando sus facciones- y sus ropas parecían húmedas, como si hubiesen entrado en una niebla densa, común de las altas cumbres; dándoles un frescor indescriptible al aire y haciendo una delicia la permanencia en todo el recinto.
Repentinamente y ante la presencia de Teuso tomaron vida las vestales, quienes con docta suavidad se fueron dirigiendo al visitante paulatinamente y de forma interrogativa; guardando un ritual de notable orden, como queriendo respetarse mutuamente unas a otras, con cariñosa exquisitez: primero fue la femenina figura -que antes ocupara la dirección Norte- quien dirigiéndose de forma cariñosa a la pareja les preguntó…: ¿de dónde venís y qué es lo que perseguid?; a lo que Teuso contestó, contándole todo lo acontecido y necesario para que él e Iruya pudiesen llegar a formar una familia, sin desencadenar una guerra tribal con los miembros de la aldea -denominada ahora Sesquilé-, de donde era oriundo su contrincante Humazga.
Ante tal relato -la vestal Norte- le aseveró en estos términos: es totalmente lógico que hayas perdido todos tus sentidos por conquistar a la bella Iruya y, no sería sorprendente que perdieras hasta la vida en tu empeño: al tener que llevar un presente digno que complazca a Menquetá. Debes saber Teuso, que tu pretendido suegro no es hombre fácil de conformar, por lo que has de llevarle un presente tan valioso como sorprendente, que sea fácil de conservar, además no debe necesitar cuidados esmerados para su conservación y que le cautive desde el primer momento y cada vez más, cuando lo tenga en su presencia. Será muy difícil de complacer para que vosotros podáis llevar a cabo vuestro sueño de amor.
De ese jeque podéis esperar todo lo bueno o todo lo malo, dependiendo de sus preferencias, que seguro tiene de antemano preestablecidas y, no es fácil la empresa que queréis alcanzar: cuando por demás, tiene empeñada su palabra a otro cacique vecino y desde hace bastante tiempo; si como decid: los tres caciques están de acuerdo, difícil será que cambien de opinión los dos comprometidos jefes, si no media algo de mucho valor por en medio…; (estas últimas palabras no las llegó a escuchar Iruya). Vuestra pretensión se hace altamente dificultosa y cuando menos pretensiosa; sin embargo habéis venido a dar, justo, al sitio apropiado, porque entre todas nosotras os vamos a aconsejar los medios y caminos que habréis de recorrer para salir triunfantes de la prueba a la que voluntariamente se han sometido Teuso u Humazga por conseguir tu amor; entonces la vestal le gesticuló a Iruya: guiñándole un ojo a la vez que la regocijaba con una sonrisa y mirada penetrantes.
En ese momento fue cuando tomó la palabra la figura que estaba a espaldas de la anterior, la cual se pronunció de esta forma y modo: yo soy la sureña, en mí confluyen todas las aguas de bienvenidas y voy pasado por la vida: saturada de perfumes, buenos augurios y dando vida al gran Amazonas -las más extensas y magnificas selvas, que jamás podréis imaginar-; parte de ellas recorren mis carnes: serpenteando los obstáculos para dar vida y apaciguar las ardientes cuencas y razones de la cordillera andina; soy por naturaleza tranquila, locuaz, amante de las fiestas y las comparsas; observadora del mundo real e inundando las almas de los que me visitan con los dones naturales de la belleza, la bondad y la templanza; vosotros -amigos míos-, habréis de de ser pacientes y emprendedores para poder conseguir el presente más preciado que el ojo humano haya visto -seguro que le encantará a vuestro padre y le servirá de pago; complaciendo a su vecino del norte -el cacique de las tierras donde hoy se sitúa Tequendama y padre de Humazga que tendrá que resignarse y seguir con su vida insatisfecha, llena de egoísmos e insulsa.
En cuanto a tu padre Menquetá, la vestal Sur dijo: -dirigiéndose a Iruya- admitirá con sumo agrado y satisfacción la valiosa recompensa, como presente que le lleve Teuso, porque será del agrado de los tres cacique y no albergará ningún remordimiento o temor, de no haber podido cumplir con la palabra dada a su vecino desde hacía tanto tiempo atrás, sobre la mano de su primogénita; para ello y, después de que hayáis despertado de este sueño tan instructivo para la consecución del presente y que ambos estáis viendo y entendiendo ahora: todas estas imágenes desaparecerán y tan sólo quedará en vosotros un breve y leve recuerdo de cuanto ha acontecido -que darán las pautas a seguir por Teuso para conseguirlo- quien incluso: pondrá en duda que haya existido este acontecimiento; más habéis de tener en cuenta: que todo es posible en este mundo…, pues los sueños se pueden hacer realidad, si se persiguen con tesón y sin desfallecimientos. Los sueños forman parte de la vida y en gran medida llevan un cúmulo de realidades que el individuo ha vivido con seguridad en su anterior existencia.
La vestal Sur; cedió entonces la palabra diciendo: mi hermana y vecina, aquí a mi derecha: va a daros la clave real, para que con sus referencias podáis emprender pronto la marcha y conseguir el bien o presente inaudito, que encandilará la vista y los sentimientos de los tres caciques; con ello conseguirás sus favores y el respeto de todos los miembros de sus aldeas, cuya hazaña será largamente apreciada y sin lugar a ningunas dudas, serás el digno consorte de su bella hija; -esto lo dijo mirando a Teuso fijamente- pero siempre habrás de actuar sin recelos, ni manifestar en ningún momento gestos de cobardía que menoscaben la consecución de tu objetivo. Más cuando consigas el beneplácito de los tres y formes una familia con esta mujer, no te olvides del favor que te hacemos ahora y danos siempre muestras de respeto y agradecimiento. Como te hemos advertido antes -prosiguió la vestal Este-: al despertar ya no te encontrarás en este mismo lugar y al proseguir tu camino habrás de sortear innumerables peligros, que pondrán a prueba todo tu valor, destreza y lo enamorado que estás de Iruya, por conseguir tus propósitos.
Todo dependerá de ti únicamente.
No podrás flaquear en ningún momento, pues de ello va a depender tu triunfo y felicidad, junto a tu bella Iruya y, es más, hasta tu propia existencia dependerá de cuantas virtudes cultives en tus actos. Los caminos sinuosos y llenos de dificultades que te aparecerán, no te llevaran a ninguna parte positiva, ni a encontrar en ellos tus deseos, sin una fuerte voluntad de conseguir tu fin primordial y, aunque habrás de transitarlos con éxito y afán, no debes permanecer mucho tiempo en ellos, por el peligro que encerrarán. Luego no recordarás nada de lo que aquí vistes u oíste y al despertar: te seguirás encontrando en este mismo lugar, pero bajo diferentes perspectivas, siendo el paisaje que se presentará ante tus ojos: el real -que será muy diferente al que ahora contemplas- más te seguirás encontrando en la misma longitud y latitud, sin que haya variado el tiempo transcurrido. Todo va a depender de que tú des prioridad al recuerdo sutil que ahora estás viviendo en sueños para que tu proyecto de complacer y sorprender a tu futuro suegro Menquetá, se cumpla con buen éxito -ya que tu amada Iruya-: así lo está demandando a todas horas y se le puede notar perfectamente mirándola al rostro, pues se le ilumina, cada vez que nos referimos a ti o pronunciamos tu nombre… Insisto mucho en que este aspecto es el fundamental para que tú puedas llegar triunfante y colmes -de sorpresa- a los tuyos… ¡Permitan los dioses!: que consigas alcanzar la felicidad junto a Iruya, lo antes posible. El camino que debes seguir cuando despiertes de este sueño, te lo va a describir seguidamente mi hermana: aquí a mi izquierda y, diciendo esto le cedió la palabra. Oeste se pronunció de esta forma: soy la que recibe la máxima información física y psíquica de todos los acontecimientos que ocurren en la comarca o están situados en un entorno amplio que me son transmitidos por otras vestales amigas, situadas entre los océanos Atlántico al Pacífico…
También soy el espejo donde se refleja el sol a su paso por estas tierras, donde él va contándome todas las peripecias de los humanos y en general de todos los seres vivos que puedan llamar su atención; en este caso: vuestro amor: viene llamando su atención desde hace bastantes días. Las brisas que se transmiten ambos océanos son el mejor medio de comunicación existente entre la vestales de todo el continente americano; lo mismo ocurre entre las vestales de otros continentes, que captan la información a través de los océanos limítrofes; -por cierto la denominada Oeste, era la más joven de las cuatro vestales que formaban la espléndida fuente, también la más agraciada y simpática- y, – dijo-: Yo, quiero expresarte -Teuso- que no me sorprende el emprendimiento que han escogido los caciques, para dirimir a cuál de los dos príncipes entregan la mano de la princesa Iruya. Debes entender que Menquetá, por ser un buen padre, cabal y justo a la vez, sólo pretende lo mejor para su hija, sin menoscabo de cualquier cumplimiento o compromiso dado anteriormente para desposarla y de lo más conveniente para su cacicazgo; por ello -más que pretendiente rico y opulento- lo que quiere para su hija, es: un hombre integro, valiente, con gran determinación, pero sobre todo, virtuoso… Capaz de enfrentar todas las situaciones venideras -con determinación de triunfo positivo en beneficio de su pueblo-; adornado de un gran poder resolutivo -en los momentos más difíciles en beneficio de los demás-, con capacidad de guiar a su pueblo en todo momento por el camino del bien y ser paciente para conseguir sus fines. También debes saber que el hombre capacitado, normalmente es aquél que es más instruido, siempre y cuando sus conocimientos estén abonados por la bondad de sus actos. La sed de saber debería estar gravada en todos los corazones, pero no todos tienen la capacidad de sacrificio que se necesita para cultivarse como persona y la mayoría de los humanos incurren en la ociosidad, el relajamiento o lo que es peor en el abandono personal, porque son incapaces de doblegar su vanidad o su vagancia. Siempre debes procurar ser emprendedor y armarte de una voluntad de hierro, donde todas las tempestades de la vida caigan ante su resistencia.
La realidad más vital de una persona debe estar centrada: en su voluntad de conseguir los emprendimientos que se proponga, su sed de aprendizaje de las realidades que conforman las vivencias del hombre en su paso por la vida y sobre en apropiarse de los valores positivos que ésta lleva aparejados. La instrucción personal, muchas veces, está amparada por la observación concienzuda de las actividades que desarrollan otros; reteniendo los mejores actos, para hacerlos propios y favorecer a los demás, en un estado de hermandad; a la vez que indagar, experimentar y ejercer de buen observador sobre todo lo que se desarrolla alrededor de nuestras vidas, para sacarles el mejor provecho. Tú debes sorprender a Menquetá -más que nada- por tus virtudes, aunque para comenzar captando su interés: habrás de sorprenderle profundamente con rasgos inauditos, como los de llevar el presente -nunca visto- que te haga merecedor de su hija. Si él aprecia en ti ese rasgo de sabiduría, de buen hacer y de entrega a disposición de los demás, te habrás ganado su aprecio de por vida, porque has de saber: que tu futuro suegro es un hombre que concentra muy altos valores y su persona y no sólo por ser el cacique de Guatavita, sino, porque siempre ha estado cultivando su sabiduría, armado de una gran voluntad y espíritu de sacrificio. Prueba de ello es el gran prestigio que tiene ante todos los demás jefes y aldeas de nuestra etnia, de la prosperidad con la que gobierna su pueblo y especialmente el trato personal que tiene con todos los seres.
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