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Lógica, tópica y retórica al servicio del derecho


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    edu.red I. L 2002] COFRÉ: LÓGICA, TÓPICA Y RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 27 LÓGICA, TÓPICA Y RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO Juan Omar Cofré* RESUMEN Los pensadores griegos distinguieron entre conocimiento teorético –filosófico y científico propiamente tal– y conocimiento práctico. Este último está referido a las acciones, especialmente a las morales, jurídicas y políticas. Aristóteles percibió perfectamente bien que la naturaleza del raciocinio teorético era muy diferente a la esencia del raciocinio práctico. Las ciencias teoréticas trabajan con el método lógico y, especialmente, con el silogismo que es la figura más perfecta y precisa del pensamiento racional. Pero, en cambio, Aristóteles propuso que en el terreno de las ciencias prácticas hay que operar con el argumento y no con el silogismo. El argumento no establece de manera categórica e inapelable la verdad o la falsedad de una conclusión, como ocurre con el silogismo, sino, más bien, de una manera aproximada, probable y razonable. A mediados del siglo XX resurge la polémica sobre la posibilidad de una fundamentación y demostración rigurosa del conocimiento jurídico y moral. En nuestra opinión, esta polémica reedita la distinción aristotélica y discurre por los mismos cauces que ya en su tiempo diseñó el gran pensador griego. De ahí que en el siglo XX se haya intentado, por una parte, tratar de someter el discurso jurídico y moral a una lógica rigurosa y, por otra, otros pensadores hayan preferido revivir la tópica y la retórica aristotélica, para enfrentar este problema, técnicas argumentativas que el Estagirita diseñó para razonar en estos campos del saber. la cuestión en sus Diálogos y, posteriormen te, Aristóteles abordó sistemáticamente este a ciencia y el conocimiento son intentos destinados a hacer racionalmente com prensible los fenómenos naturales y humanos. En la medida en que una materia admite un tratamiento racional, es posible alcanzar explicaciones objetivas de alcance general o universal. Sin embargo, parece haber una diferencia bastante notoria entre los saberes que se refieren al mundo formal y natural y los que tienen que ver con el hombre. Ya Platón, en su intento por separar tajantemente la filosofía de la sofística, planteó * Doctor en Filosofía, U. de Salamanca. Profesor Titular de Filosofía Jurídica, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, U. Austral de Chile. tema en sus escritos lógicos y filosóficos. El problema central consiste en averiguar si es posible explicar racionalmente las decisiones que tienen que ver con el mundo práctico, esto es, político, moral y jurídico. ¿Hasta dónde se puede determinar con los instrumentos de la lógica y, en general, del pensamiento racional, si una determinada decisión en este campo participa del rigor de fundamentación que es característico de las ciencias teóricas? Aristóteles de modo sistemático distinguió entre las posibilidades objetivas de fundamentación racional de uno y otro conocimiento. Sostuvo que la lógica, como instrumento y método del conocimiento, se aplica preferentemente a lo que él llamó ciencias

    edu.red 28 II. REVISTA DE DERECHO teoréticas. Por contra, creyó que cuando se trata de las denominadas ciencias prácticas lo [VOLUMEN XIII adecuado no es, precisamente, recurrir al método deductivo, sino más bien a otra metodología de análisis y de investigación que él llamó dialéctica. Desde entonces y hasta comienzos del siglo XX la distinción aristotélica permaneció en un segundo plano, hasta que resurgió la polémica acerca de la posibilidad de introducir racionalidad rigurosa en el campo moral y jurídico. En un trabajo famoso Joergensen escribe lo siguiente a este respecto: “Al inicio de 1936, un grupo de editoriales nórdicas ha anunciado un concurso para premiar la mejor respuesta a la siguiente pregunta: “¿Es hoy en día posible establecer una moral objetiva? De ser así, ¿sobre qué cosa puede fundarse una moral objetiva?”1 Esta preocupación filosófica a la que alude Joergensen va a desencadenar una serie de trabajos en los cuales es posible distinguir nítidamente dos tendencias. Por un lado algunos lógicos, filósofos y juristas pretenderán que es posible contestar afirmativamente a esta pregunta y sostendrán, consistentemente, que no hay dificultad alguna en aplicar los métodos de la lógica formal o deductiva también al campo de los saberes prácticos. Otros, en cambio, contestarán negativamente y sostendrán que el mundo jurídico y moral se resiste, esencialmente, a los métodos de la lógica ya que la naturaleza de este mundo es contraria al orden lógico y deductivo. Propondrán, a cambio, una suerte de nueva dialéctica e incorporarán a ésta elementos sustanciales de la tópica y de la retórica aristotélica. En este trabajo analizaremos estos problemas y sugeriremos que en realidad lo que ha hecho la lógica y la teoría de la argumentación contemporánea no es más que revivir y reinstalar en el horizonte jurídico y moral contemporáneo las tesis aristotélicas. Aristóteles fue claro al proponer como instrumento de análisis en el ámbito teorético la lógica, y en el práctico, la dialéctica, la tópica y la retórica. 1 “Imperatives and Logic”. Erkenntnis, 7, 1937-38. No todas las ciencias son iguales en lo que se refiere a su naturaleza y función, según se distinga entre métodos, lenguaje, objeto, posibilidades y límites del conocimiento. Como se acaba de sugerir, los griegos –que inventaron el conocimiento racional– fueron los primeros en elaborar criterios de distinción. Platón diferenció en la República entre lo que es absolutamente y lo que no es de ninguna manera. Lo primero puede ser también conocido absolutamente y a este conocimiento lo llamó episteme. En el otro extremo está la ignorancia, que en absoluto se puede conocer. Sin embargo, hay cosas que relativamente son y relativamente no son, es decir, entes que están situados entre el ser puro y el puro no ser; al conocimiento de estas cosas corresponde la opinión o doxa. El paso siguiente lo dio Aristóteles, quien distinguió tres clases de saberes: los teoréticos, los prácticos y los poyéticos. El saber teorético se dirige exclusivamente hacia la verdad, tiene por objeto los conceptos puros; el práctico, a la acción encaminada hacia algún fin humano, y el poyético, se dirige hacia un objeto exterior producido por un agente. Desde entonces y hasta hoy, se habla de filosofía y, en general, de ciencias teoréticas y de filosofía o saberes prácticos. La filosofía y las ciencias, especialmente las físico-matemáticas, son consideradas teoréticas; la política, la ética y el derecho, en cambio, son llamados saberes prácticos. La filosofía y la ciencia tienen que ver con las ideas, o con las cosas que son. El conocimiento práctico tiene que ver con las acciones, con el deber ser o con lo que debe ser en el mundo de los actos humanos. Ambos saberes proceden mediante discursos racionales, pero los primeros se basan y giran en torno a proposiciones descriptivas, mientras los segundos se construyen sobre la base de proposiciones normativas o juicios de valor. En esta clasificación de las ciencias no cabe la lógica porque Aristóteles no la consideró una ciencia propiamente tal, sino más bien un organon, un instrumento del conocimiento. Es el instrumento característico e indispensable del logos, o discurso racional. La

    edu.red III. 2002] COFRÉ: LÓGICA, TÓPICA Y RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 29 lógica es, entonces, de esencial importancia para la correcta constitución de las ciencias. Existe conocimiento racional hasta donde hay una base lógica y ahí donde decae la lógica cesa también el conocimiento racional. Dada su enorme importancia, Aristóteles le dedicó una parte considerable de su obra y se puede decir que sus hallazgos y consideraciones pasaron a ser asumidos y sostenidos por la tradición occidental y desde entonces quedó diseñado el proyecto cultural y científico de occidente. ¿En qué consiste la lógica o método deductivo propiamente tal? La lógica tiene por objeto la demostración y la demostración es la prueba absoluta de la verdad. Donde hay demostración no cabe la duda ni la penumbra. El lógico, el matemático y el geómetra, proceden por demostración y, precisamente por eso, su conocimiento alcanza un elevado grado de certeza. Pero hay otro tipo de conocimiento, el de las ciencias prácticas, que por su naturaleza gnoseológica no puede y no debe proceder mediante la demostración y, por lo mismo, tiene que contentarse con aproximaciones a la verdad. Estas ciencias son esencialmente dialógicas, o dialécticas, porque implican una relación de diálogo entre el orador y el oyente y están dirigidas a mover la voluntad del que escucha. Estas no son ciencias de la demostración como las anteriores, sino de la persuasión. Aristóteles se dio cuenta de la enorme importancia epistemológica y social de la persuasión y por eso le dedicó atención preferente en su obra. Pero al mismo tiempo la tradición, llevada por la idea aristotélica de la superioridad del conocimiento teorético, minusvaloró la ciencia de la persuasión relegando la dialéctica, la tópica y la retórica a un segundo nivel de conocimiento. Precisamente los dos principales libros aristotélicos sobre estas materias llevan por título Tópicos y Retórica. Históricamente, y a partir de esta visión epistemológica de la Antigüedad, las ciencias jurídicas y morales intentaron hacer dos cosas, en cierto sentido contrapuestas: o asimilarse al paradigma gnoseológico de las ciencias teoréticas, asumiendo su metodología, o desarrollando la tópica y la retórica como razonamientos propios del discurso dialéctico, entre los cuales cabe, como se ha dicho, el político, el moral y el jurídico. Tal bifurcación se perfila claramente en la tradición latina, aparece y desaparece en la Edad Media, tiene un despertar en el Renacimiento y queda totalmente eclipsada en los Tiempos Modernos, especialmente por obra del proyecto cartesiano, para reaparecer con renovadas fuerzas a mediados del siglo XX. Conviene ahora caracterizar y distinguir con mayor claridad y precisión, la lógica propiamente tal, de la tópica y de la retórica. Sin embargo, hay que advertir que el mismo Aristóteles parece aceptar que tanto la lógica como la tópica y la retórica son procedimientos racionales que conducen a diversos estatus de la verdad. “Lo racional” parece ser más amplio que “lo lógico”, toda vez que la deducción o demostración, lo mismo que la argumentación o persuasión, se regulan, o deben regularse, por los tres principios básicos del pensar, esto es, por el principio de identidad, el de no contradicción y el del tercero excluido. Desde luego, no le es permitido al lógico apartarse de estos principios, pero tampoco lo puede hacer el retórico. Infraccionar tan siquiera uno de estos principios implica, sin más, abandonar la razón. Sin duda es más evidente la infracción de estos principios en el discurso teorético que en el retórico y, por eso, precisamente, es más fácil advertir la incorrección de una demostración matemática que la de un argumento jurídico. Con todo, estos principios son siempre, y en todo lugar donde intervenga el pensamiento racional, origen, fuente y regulación. En lo que toca a la lógica propiamente tal –o teoría de la deducción– hay al menos dos principios internos esenciales y constitutivos que de alguna manera parecieran no estar plenamente presentes siempre en la retórica o teoría de la persuasión. Estos son el principio de inferencia y el principio de apofansis. Las

    edu.red 30 IV. to.”2 2 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XIII proposiciones del lenguaje humano pueden clasificarse de diversa manera, pero lo más usual desde los griegos en adelante es la que tiene base en la apofansis. “Logos apofanticós” es la proposición en general, el discurso de carácter atributivo. Esta proposición es una afirmación o una negación; afirma categóricamente que “A” es verdadera o falsa. Toda proposición que no sea susceptible de verdad o falsedad queda categóricamente fuera de la lógica. Así, por ejemplo, la proposición “Juan hace su trabajo” en virtud del principio del tercero excluido, o es verdadera o es falsa, y no hay otra posibilidad. Por tanto, es una proposición que cae dentro de la lógica. Pero la proposición “Juan debe hacer su trabajo”, visto que no es susceptible ni de verdad ni de falsedad, cae, tajantemente, fuera de la lógica. Por otro lado, la lógica implica el principio de inferencia o deducción. Inferimos o deducimos cuando pasamos de la verdad del antecedente a la verdad del consecuente con certeza y fundamento. Hay inferencia inmediata cuando sin medio alguno pasamos por una simple intuición lógica de una premisa a una conclusión verdadera: por ejemplo, de la verdad de “Algunos abogados son mujeres”, concluimos la verdad de “Algunas mujeres son abogados”. O, de la verdad de “Ningún can es felino”, a la verdad de “Ningún felino es can”. Hay inferencia mediata cuando el paso de la premisa a la conclusión requiere de un término medio. Por ejemplo, pasamos de la verdad de la siguiente proposición, “Todos los escolares descansan en verano”, a la verdad de “Todos los escolares descansan en enero” por intermedio de la proposición “Enero es un mes de verano”. Esta última figura es conocida como silogismo y constituye el paradigma del pensamiento racional. No hay nada más racional que un silogismo. El paso a la conclusión, verdadera en este caso, está rigurosamente regulado por una serie de reglas o cánones de la razón. Claro que la lógica no nos dice nada, ni le compete, sobre el contenido de las proposiciones. Lo correcto propiamente tal no es el pensamiento, sino la forma del pensamiento. El contenido no interesa a la lógica aunque, en cambio, interese a la ciencia. Lo que la lógica está diciendo es que cualquiera sea el contenido, éste ha de estar expresado mediante los cánones de la razón, que son, insistimos, pura forma. Alguien puede razonar: “Si los árboles son mamíferos, entonces el Papa vive en Roma” y luego afirmar “Efectivamente los árboles son mamíferos” por tanto, “el Papa vive en Roma”. Este razonamiento, por muy disparatado que parezca en su contenido, es formalmente, es decir desde el punto de vista lógico, totalmente correcto. (Corresponde nada menos que al Modus Ponens, una de las principales reglas de inferencia racional). Veamos ahora con brevedad cómo el mismo Aristóteles, según sus palabras, concebía la metodología característica del análisis práctico. En los Tópicos escribe: “El fin de este tratado es encontrar un método con cuyo auxilio podamos formar toda clase de silogismos, sobre todo género de cuestiones, partiendo de proposiciones simplemente probables, y que nos enseñen, cuando sostenemos una discusión, a no adelantar nada que sea contradictorio a nuestras propias aserciones.” (…) “El silogismo dialéctico –continúa– es el que saca su conclusión de proposiciones simplemente probables. Entendemos por proposiciones verdaderas y primitivas las que tienen en sí mismas la certidumbre. Pero se llama probable lo que parece tal, ya a todos los hombres, ya a la mayoría, ya a los sabios; y entre los sabios, ya a todos, ya a la mayor parte, ya a los más ilustres y más dignos de crédi Luego Aristóteles nos habla del objeto y función de la tópica y sostiene que este método puede servir de tres maneras: como ejercicio, para sustentar la conversación y para la adquisición de la ciencia. Según él, todos aquellos que participan de discusiones en las “Tópicos (de la Dialéctica)”. Tratados de Lógica (El Organon), traducción y notas de Francisco Larroyo. Editorial Porrúa, S.A., Buenos Aires, México D.F., 1987 (L. I., Cap. 1, 7, 8).

    edu.red 1. jero. 2. 3. 4. 5. 3 2002] COFRÉ: LÓGICA, TÓPICA Y RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 31 que el objeto recae sobre cuestiones prácticas, deben ejercitarse en el uso y dominio de la dialéctica ya que aquel que domina este método fácilmente puede abordar un asunto, cuestionarlo o convencer acerca de su conveniencia. Ahora bien, ¿cuál es el origen de las proposiciones, cuestiones o problemas de los cuales surgen las premisas dialécticas? Aristóteles cree que si logramos averiguar a cuántas cosas y a cuáles se aplican los razonamientos dialécticos, de qué elementos se sacan y cómo se los puede tener siempre a disposición, se habrá conseguido un poderoso instrumento de análisis del discurso práctico. Contesta él mismo a la pregunta señalando que los elementos de donde se sacan los razonamientos dialécticos son tantos como los elementos con que se formulan los silogismos. Los razonamientos dialécticos proceden de las proposiciones, los elementos con que se forman silogismos son, precisamente, cuestiones abiertas que admiten discusión. Y como toda proposición expresa el género de la cosa, lo que le es propio, o el accidente, es menester que el dialéctico maneje bien estos conceptos y sepa utilizarlos en el momento oportuno para situar correctamente el problema en el marco del debate. Después, Aristóteles explica qué es una proposición dialéctica y en qué se diferencia de una cuestión dialéctica. La proposición dialéctica es una interrogación que ha de ser probable, ya para todos los hombres, ya para la mayor parte, ya para los sabios; y entre estos últimos, ya para todos, ya para la mayoría de ellos, ya para los más ilustrados. “Pueden tomarse también como proposiciones dialécticas, sostiene, las opiniones parecidas a las opiniones probables, y las opiniones contrarias a las opiniones probables con tal que se presenten bajo una forma opuesta a la que parecen probable y todas las opiniones que conforman los principios de las ciencias reconocidas.” (…) En cambio, “una cuestión dialéctica es una consideración que tiene por fin ya el buscar o evitar una cosa, ya el hacérnosla saber en toda su verdad o hacérnosla simplemente conocer”.3 Ibid., op. cit., L. I, Cap. 10, 1, 2, 3. Veamos algunos ejemplos que el mismo Aristóteles trae en abundancia. Para conocer cuál de dos cosas es preferible o mejor, el Estagirita recomienda que hagamos recaer primeramente nuestro examen sobre cosas próximas respecto de las que se dude a cuál de ellas deba darse la preferencia, por no verse distintamente la superioridad de una sobre la otra. En ese caso conviene proceder de la siguiente manera. Primeramente, lo que es más durable y más permanente merece la preferencia sobre lo que es menor o mudadizo. Así, será mejor el bien que el bienestar por que el uno es permanente y el otro pasa El género es preferible a la especie. Por ejemplo, la justicia es preferible al hom bre justo, porque la justicia está en el género que es el bien y el otro no lo está. Lo que se quiere en sí mismo es preferi ble a lo que se quiere en razón de otra cosa, por ejemplo, la salud es preferible a la avaricia porque la salud es preferi ble en sí y la avaricia es preferible a cau sa de otra cosa. Lo que causa el bien por sí mismo vale más que lo que lo causa sólo accidental mente. Así, la virtud es preferible a la fortuna, porque la una es en sí causa del bien, y la otra sólo lo es por accidente. Lo que es absolutamente bueno es pre ferible a lo que sólo lo es en ciertos ca sos. La salud, entonces, es preferible a la amputación, porque la una es absolu tamente buena y la otra sólo lo es para aquel que tiene necesidad de sufrirla para salvar la vida. Estas son las consideraciones características de la tópica y Aristóteles considera que, hecho un catálogo de tópicos, éstos pueden prestar un gran servicio en el caso de las disputas o debates que tienen lugar en la vida pública. De modo que el debate público, digamos no científico, no queda enteramente librado a la irracionalidad, sino que, según el propio Aristóteles, responde a un tipo de racionalidad más amplia que la que podemos

    edu.red 32 4 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XIII encontrar en las ciencias que se valen exclusivamente del método deductivo. El otro instrumento de fundamental importancia en el debate público es la retórica. Constituye la contraparte de la tópica. Ambas disciplinas tratan de aquellas cuestiones que permiten tener conocimiento común a todos y no pertenecen a ninguna ciencia determinada. “Todos –escribe el Estagirita– participan en alguna forma de ambas disciplinas, puesto que hasta un cierto límite, todos se esfuerzan en descubrir y sostener un argumento, e igualmente, en defenderse y acusar. Ahora bien, la mayoría de los hombres hace esto, sea al azar, sea por una costumbre nacida de su modo de ser. Y como de ambas maneras es posible, resulta evidente que también en estas materias cabe señalar un camino. Por tal razón la causa por la que logran su objetivo tanto los que obran por costumbre como los que lo hacen espontáneamente, puede teorizarse.”4 Sobre esta base Aristóteles entiende la retórica como una facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso y en cada ocasión para convencer. Y para convencer es necesario persuadir. De entre las pruebas por persuasión se pueden distinguir tres tipos: unas que residen en el talante del que habla; otras, que consisten en predisponer al oyente de alguna manera; y, las últimas, son relativas al propio discurso, merced a lo que éste demuestre o parezca demostrar. Así como el geómetra y el lógico recurren al silogismo para asentar sus premisas y establecer sus conclusiones, así también el retórico recurre al entimema y al ejemplo. Hay diversos géneros de entimema y distintos tipos de ejemplos, pero la estructura de uno y otro son simples e irreductibles. El entimema es un tipo de razonamiento que el orador va construyendo conjuntamente con el auditorio ya que nada es más grato para el que escucha que comprobar que sus propias ideas y opiniones van formando parte del discurso del que razona y, lo que es mejor, que él logró modo el orador consigue la adhesión emocional del auditorio y al conseguir esto habrá alcanzado su objetivo fundamental. Por otra parte, el orador también puede recurrir al ejemplo. Este es posible desglosarlo en una serie de múltiples casos, desde la simple ejemplificación hasta la metáfora más compleja. Entonces, una vez que se ha planteado un problema Aristóteles recomienda recurrir a un lugar común, esto es, a un punto de vista generalmente aceptado, y tratar ese lugar común mediante un entimema o mediante un ejemplo. En resumen, el orador no es un dialéctico –como dice Covarrubias– pero utiliza instrumentos lógicos semejantes a los usados por el dialéctico. Además, dialéctica y retórica se asemejan por el hecho de no ser ciencias, por no tener un objeto determinado, por ser ambas simples facultades de proporcionar razones y, en fin, por estar capacitadas para argumentar sobre los contrarios. Ciertamente están capacitadas para tratar los asuntos que se articulan a partir de las opiniones admitidas. También la retórica es una ramificación de la dialéctica, además de ser una parte semejante a ella. La dialéctica es el modelo que aporta una estrategia argumentativa que, entre otras cosas, permite consolidar la estructura discursiva de la oratoria, desentrañando todo el potencial de racionalidad creadora presente en la retórica.5 Entonces, el retórico habla de cosas probables que no es posible probar tajantemente mediante argumentos categóricos. De ahí la importancia de la persuasión, la que debe mantener una estrecha relación con el ethos y con el pathos de todos los que participan en el debate o discusión. Por tanto, siguiendo a Aristóteles, pasando por Cicerón y otros oradores romanos, se podrían sistemáticamente distinguir con claridad dos métodos característicos del pensamiento racional. Por una parte la argumentación y, por otro, la demostración. Aquélla es un arte de la invención, anticipar las conclusiones del orador. De ese 5 Cfr. Andrés Covarrubias Correa. Introduc Retórica.Traducción y prólogo de Quintín Racionero. Gredos. Biblioteca Clásica, Madrid, 1990. (L.I, 1354 a). ción a la Retórica. Una teoría de la argumentación práctica. Editorial de la P. Universidad Católica de Chile, Santiago, 2002 (en prensa).

    edu.red V. 2002] COFRÉ: LÓGICA, TÓPICA Y RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 33 ésta, una especie de deducción. Un argumento es la fundamentación que nos motiva a reconocer la pretensión de validez de una afirmación, de una orden o de una valoración. En las argumentaciones no se trata de realizar inferencias precisas como en la matemática, sino más bien de utilizar diversos instrumentos lingüísticos para convencer al interlocutor. Con todo, esto no significa que una teoría de la argumentación deba prescindir de utilizar los métodos de la lógica cuando ello sea necesario y adecuado. Según Alexy,6 todo análisis de un argumento tiene que entrar en primer lugar en una estructura lógica. Y esta idea es también compartida por muchos autores contemporáneos que han desarrollado en las últimas décadas teorías generales de la argumentación práctica y específicas de la argumentación jurídica. O sea, que si las ciencias prácticas, especialmente el derecho y la moral, hubiesen seguido históricamente el modelo aristotélico, tendrían que haber conducido su desarrollo apoyándose más bien en la dialéctica que en la lógica, es decir, específicamente en el arte de discutir, persuadir o razonar según la tópica y la retórica. Si bien es cierto que durante la Edad Media se mantuvo algún grado de preocupación por la retórica, y ésta alcanzó a ocupar algunos niveles de dignidad en la enseñanza, se puede decir también que la retórica perdió toda influencia a partir de los Tiempos Modernos y que cayó, incluso, en un cierto descrédito. Quedó, por decirlo así, al margen del proyecto intelectual de Occidente levantado por la Modernidad. A partir del siglo XVI Europa comienza a privilegiar de manera muy significativa el conocimiento intelectual frente al conocimiento práctico. Cuando ya el hombre ha re 6 Cfr. Robert Alexy. Teoría de la argumentación jurídica. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989. Derecho y razón práctica. Fontamara S.A., México D.F., 1993. cuperado la confianza en sí mismo y ha alcanzado un nuevo estatus como señor del universo, la filosofía elige un método definitivamente racionalista. La influyente obra de Descartes puede darnos una idea clara de todo ello. Descartes aporta dos grandes ideas a la cultura racional de Occidente: la confianza en la razón omnipotente, y el método científico. Mediante la primera Descartes descubre las potencias de la razón humana como el único medio idóneo para alcanzar la verdad y construir la ciencia. Mediante el nuevo método de carácter estrictamente deductivo, establece de una manera reglada cuáles han de ser los pasos que necesariamente ha de seguir el espíritu humano si pretende construir un conocimiento auténticamente científico. Como es sabido, Descartes descree de la tradición aristotélico-tomista, excepto en un punto: acepta la lógica y el conocimiento formal característicos de la matemática y de la geometría y con ellos construye, precisamente, su nuevo método. Queda consolidado, en consecuencia, el paradigma cartesiano que será el proyecto científico y filosófico de Europa. Todos los quehaceres científicos comienzan a adoptar la metodología cartesiana –que a su vez recibe de los pensadores británicos el aporte de la experimentación– en la seguridad de que es la única opción cierta para construir conocimientos certeros. A partir de Descartes comienza el desarrollo ordenado y progresivo del conocimiento matemático, físico y experimental. No es de extrañar, entonces, que la filosofía práctica, la ciencia política y la ciencia jurídica, deslumbradas por el éxito del proyecto cartesiano, comiencen a hacer ingentes esfuerzos por aplicar a sus propias indagaciones la metodología característica de los saberes deductivos. Hubo un momento en que los juristas creyeron firmemente que apoyados en los métodos de la razón lógica sería posible, por fin, construir la verdadera ciencia jurídica, no inferior en competencia y en grado de explicación a las ciencias físicas y matemáticas. 7 “Los progresos efectuados a 7 Es interesante hacer notar que el propio Hans Kelsen comparte en cierto modo el ideal de

    edu.red 34 VI. REVISTA DE DERECHO partir del siglo XVI –sostiene Perelman– por las matemáticas y sus aplicaciones y la idea, [VOLUMEN XIII reflejada por Platón y por el neoplatonismo de raíz cristiana, de que el mundo fue creado por Dios inspirándose en las matemáticas, sostuvieron la esperanza de los que, preocupados tanto por el derecho como por las matemáticas y por la filosofía, se propusieron elaborar sistemas de jurisprudencia universal. Fueron pensadores que, permaneciendo cristianos, intentaron desde principios del siglo XVII hacer laico el derecho natural conservándolo como un sistema de derecho puramente racional. Este fue el ideal de Grocio, Pufendorf, Leibniz y Wolff”.8 Sin embargo, los resultados esperados de la aplicación de los métodos de la ciencia a los saberes prácticos fracasaron. Varios siglos de historia demostraron que las ciencias prácticas no pueden esperar un socorro sustancial de las metodologías lógicas y axiomáticas que tan buen resultado dieron en otros campos del conocimiento. A finales del siglo XIX y principios del XX ya se habla claramente en el mundo de las ciencias del espíritu de una gran crisis de la razón matemática. Se había esperado de ella un auténtico desarrollo científico y un verdadero aporte a la organización y al progreso social de la humanidad. Pero, bien vistas las cosas, las ciencias del espíritu, como se las llamó a partir de entonces, y en especial las jurídicas, se encontraban poco más o menos en la misma situación en las que las dejó el pensamiento griego. En consecuencia, debían hacer esfuerzos por construir sus propios métodos de estudio, visto que el proyecto racionalista no era, al parecer, adecuado a la naturaleza de estos saberes.9 una ciencia jurídica puramente formal, ajena absolutamente a todo saber empírico. En efecto, la idea de ciencia jurídica que nos propone Kelsen, al menos en su primera versión de la “teoría pura del Derecho”, responde al carácter lógico-geométrico del saber estrictamente racional. Cfr. Jorge Millas “Los determinantes epistemológicos de la teoría pura del Derecho” en Apreciación Crítica de la Teoría Pura del Derecho, EDEVAL, 1982. 8 Ch. Perelman. La lógica jurídica y la nueva retórica. Editorial Civitas, S.A., Madrid, 1979. (p. 22). 9 Cfr. Ch. Perelman, op. cit. “Introducción”. Cfr., igualmente, Alberto Montero Ballesteros, Hacia mediados del siglo XX ya se ha conformado una clara conciencia de la necesidad de dotar a las ciencias jurídicas de un método de análisis propio. Pero no hay unanimidad de pareceres. Por un lado surge una poderosa corriente de juristas lógicos y filósofos que están convencidos de la posibilidad de poder dotar al conocimiento jurídico de un instrumento de análisis de carácter deductivo. Surgen los primeros tratados de lógica jurídica y en ellos se insiste, como lo hace Klug,10 por ejemplo, en la necesidad de introducir en la estructura del análisis de la ciencia jurídica la lógica estándar. Este intento es parcialmente rechazado por algunos pensadores que ven una dificultad gnoseológica y epistemológica que incapacita el tratamiento deductivo de los sistemas normativos. Con ese motivo ellos inventan la lógica deóntica, que quiere ser una lógica aristotélica, por decirlo así, que, practicadas las modificaciones del caso, permitiera el análisis del derecho con los métodos de la razón deductiva. Pero algunos pensadores del derecho se rebelan contra el excesivo dominio11 que pretende instaurar nuevamente la lógica en el terreno de los saberes prácticos y, como consecuencia de ello, se inspiran en la tradición retórica aristotélica para proponer una metodología de análisis y de progreso jurídico fundada en los saberes dialécticos, tal como lo diseñó originariamente el Estagirita. Aproximación al estudio de la lógica jurídica (“Consideraciones preliminares y actitudes metodológicas”, pp. 73-96). 10 Según Klug, “la importancia fundamental de la lógica reside en que la observancia de sus reglas es condición necesaria para toda ciencia. Con lo cual se indica que no cabe hablar de ciencia donde no se comience por observar las leyes de la lógica” (p. 17). Y continúa afirmando que en este sentido las ciencia del derecho no puede pasar por alto, si quiere ser ciencia, la lógica. Lógica Jurídica. Facultad de Derecho, Universidad Central de Caracas, 1961. 11 Cfr. Luis Recasens Siches. Nueva Filosofía de la interpretación del Derecho. 2ª. Edic., Ed. Porrúa, México D.F., 1973 (pp. 281 y ss.).

    edu.red VII. 1. 2. 3. 2002] COFRÉ: LÓGICA, TÓPICA Y RETÓRICA AL SERVICIO DEL DERECHO 35 Dos proyectos quedan constituidos en consecuencia hacia mediados de siglo. Uno pretende construir una lógica deductiva y rigurosa en el campo del derecho y la moral, tal es la lógica deóntica, y el otro aspira a formular las bases de una nueva retórica o de una nueva tópica que sean capaces de interpretar con sus propios principios y figuras los procedimientos que tienen lugar en la construcción de las ciencias del derecho y de la práctica jurídica. Un observador imparcial –pero no informado de estos debates– de la actividad judicial podría pensar que al aplicar las normas jurídicas los jueces construyen implícitamente deducciones normativas, silogismos prácticos análogos a los silogismos teóricos y tan válidos como éstos. Obsérvense las diferencias entre los siguientes razonamientos: Todos los estudiantes están de vacacio nes los meses de verano. Febrero es un mes de verano. Por tanto, todos los estudiantes están de vacaciones en febrero. Todos los estudiantes deben descansar en los meses de verano. Febrero es un mes de verano. Por tanto, todos los estudiantes deben descansar en febrero. Todos los estudiantes deben descansar en febrero. Juan es estudiante. Por tanto, Juan debe descansar en fe brero. Todo el mundo tiene claro que el silogismo (1) es un razonamiento perfecto de acuerdo a las leyes de la deducción lógica y que, por lo tanto, constituye una prueba categórica que no admite duda alguna. El problema está en si la misma situación ocurre en los casos (2) y (3). Aristóteles fue el primero en darse cuenta que aquí no hay una simetría perfecta entre (1) y (2) ya que (2) introduce proposiciones normativas, y las proposiciones normativas hacen imposible la deducción puesto que carecen de valores de verdad. La advertencia aristotélica pasó prácticamente inadvertida durante dos mil trescientos años para ser replanteada por los nuevos lógicos deónticos que comienzan a escribir sus obras a mediados del siglo XX.12 Antes habíamos dicho que Klug y muchos otros lógicos cuando construyeron sus sistemas de lógica jurídica ni siquiera se percataron de la dificultad epistemológica que representan los silogismos deónticos. Estrictamente hablando, el trabajo de Klug y otros lógicos quedó en una difícil situación por las objeciones que partieron del mundo lógico y jurídico. Kelsen, sin ser lógico, sin embargo, llamó la atención de Klug cuando conoció su obra al objetarle precisamente la inferencia normativa que Klug creía correcta.13 Muchos otros juristas y filósofos intervinieron en el debate. De ahí en adelante se ha intentado desarrollar una lógica deóntica exenta de las paradojas y problemas propios que trae consigo la dificultad de interpretar de una manera no deductiva y no apofántica la deducción y la naturaleza de la norma jurídica. Valiéndose de la lógica moderna von Wright construyó en 1951 el primer sistema de lógica deóntica y a partir de ese momento se multiplicaron los intentos por construir y superar las dificultades que tal proyecto representa.14 “Puede en principio parecer que una “lógica” –sostiene von Wright en Norms, Truth and Logic15– ha de ocuparse de las relaciones de implicación (consecuencia lógica) o de compatibilidad e incompatibilidad entre las entidades que estudia. Es a través del uso de la noción de verdad y de otras nociones vero 12 Cfr. Georges Kalinowski, “En marge de la théorie du syllogisme pratique d’Aristote”, en Etudes de Logique Déontique I (1953-1969). Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence, Paris, 1972. 13 Cfr. Hans Kelsen. “Law and Logic”, en Essays in Legal and Moral Philosophy. Reidel, 1973. 14 Cfr. “Deontic Logic”, Mind, 60, 1951. 15 Cfr. Practical Reason. Blackwell, Oxford, 1983.

    edu.red 36 16 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XIII funcionales como se explica del modo más natural lo que significan estas relaciones. Por ejemplo: que una cosa se sigue lógicamente de otra parece “significar” (algo como) que si la segunda es verdadera, también debe ser verdadera la primera. Sin embargo, aunque no es unánimemente compartida, está generalizada entre los filósofos la opinión de que las normas no poseen valor de verdad, no son ni verdaderas ni falsas. Por lo que es al menos dudoso que las normas puedan tener una “lógica” y se pueda entonces, por ejemplo, decir que una norma se sigue lógicamente de otra norma. (…) “Lo mismo que Mally, a mí tampoco me inquietaba el problema de la verdad cuando en 1951 ideé mi primer sistema de lógica deóntica. Esto es quizás sorprendente, ya que yo era entonces, y sigo siendo, de la opinión de que las “genuinas” normas carecen de valor de verdad”.16 Estas declaraciones de von Wright demuestran hasta dónde llegan las dificultades epistemológicas con las que choca un proyecto de construcción de una lógica deóntica o jurídica. Después de más de cuarenta años de trabajar en esta materia von Wright ha declarado en sus últimas obras que considera dudoso que alguna vez pueda construirse un cálculo deóntico que logre superar el problema esencial de la no apofanticidad de las proposiciones normativas. Kalinowski, en cambio, otro de los grandes lógicos deónticos, cree posible la construcción de un sistema de lógica jurídica riguroso, superando las dificultades que señala von Wright. El, al contrario del lógico finés, se ha inspirado en la tradición aristotélicotomista para sostener que la verdad no es una condición necesaria de la significación y que según el propio Estagirita bastaría la significación de una proposición para poder construir con ella un sistema de lógica normativa. Como quiera que sea, estas discusiones ponen a la vista que de alguna manera el viejo sueño moderno del iusnaturalismo racionalista de construir sistemas jurídicos exentos de paradojas, es decir, consistentes, complejos y Ibid. Op. cit., p. 190. decidibles, no parece realizable a menos de someter a una reforma radical la lógica estándar, precio sumamente alto que ningún lógico sensato estaría dispuesto a pagar. El destino de la lógica deóntica es, pues, continuar buscando fórmulas que permitan construir un sistema axiomático riguroso que posibilite introducir mayor racionalidad en los sistemas jurídicos y en las decisiones judiciales. En todo caso no se divisa ninguna razón de principio que haga inviable desde el punto de vista lógico la construcción de un cálculo deóntico. De hecho, los progresos de la lógica deóntica son enormes, como lo reconocen, sin excepción, todos los lógicos deónticos desde von Wright a Kalinowski. Como no parece claro pa

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