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Contradicciones de la "iglesia católica" (segunda parte) (página 5)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

Este pasaje tiene especial interés, aunque sólo sea como anécdota, para reflexionar un poco en el hecho de que en él se dice, en primer lugar, que la persona poseída no lo estaba por un solo demonio sino por ¡alrededor de dos mil! ya que fueron unos dos mil los cerdos que luego se habrían precipitado al lago y se habrían ahogado en él como consecuencia del sufrimiento que los demonios les produjeron. Alguien podría replicar que el hecho de que fueran dos mil demonios en lugar de uno sólo era irrelevante, ya que, al no ser materiales, no ocupaban espacio, por lo que igual hubieran podido instalarse cien millones. Pero a esta réplica se le podría responder que, si ya es absurdo que un solo demonio se instale en el cuerpo de un ser humano, causán- dole toda esa serie de daños de que se habla, mucho más incom- prensible y absurdo sería que el supuesto dios perfecto fuera tan sádico que permitiera que dos mil demonios se instalasen en el cuerpo de cualquierra, al margen del absurdo que supone que permita el acceso de uno solo. En segundo lugar, porque Jesús accede a la petición de los demonios de introducirse en aquellos dos mil cerdos después de haber sido expulsados del cuerpo de aquel hombre, pues, si el hombre no merecía semejante tormen- to, tampoco lo merecían aquellos cerdos, que para librarse del sufrimiento que les producían los demonios se vieron obligados a lanzarse por el precipicio, muriendo ahogados. En tercer lugar, porque además tampoco parece que Jesús tuviera consideración alguna por las enormes pérdidas económicas que debió de sufrir el dueño de los cerdos, pues dos mil cerdos son muchos cerdos, y en el citado pasaje no se dice para nada que Jesús resarciese a su dueño de esas pérdidas. Y, por último, que resulta ciertamen- te incomprensible que el dios de Israel, siendo los demonios sus mayores enemigos, tuviera con ellos la especial consideración de hacer caso de su petición en perjuicio de los cerdos y de su dueño, accediendo a que ocupasen los cuerpos de éstos, que acabaron perdiendo la vida, en lugar de enviarlos a cualquier otro sitio en el que no causaran daño a nadie. En relación con estos últimos pasajes resulta evidentemente caprichoso y absurdo que el dios de Israel, habiendo condenado a los demo- nios, les permitiese vagar libremente e introducirse en los cuerpos de los hombres y actúasen sobre seres vivos causando- les graves sufrimientos. Además, es realmente chocante que en aquel tiempo y en aquella pequeña región de Israel hubiese tan gran número de endemoniados, mientras que ahora, con muchí- sima más población en el mundo, apenas se mencione la exis- tencia de endemoniados o se hable de ellos en países o regiones sospechosamente dominados por la incultura y la superstición, donde los dirigentes de la secta católica se atreven a "investigar" la posible presencia del maligno en alguna persona incauta, aquejada de alguna enfermedad mental, para practicar en ella un exorcismo, poniendo en peligro su vida por no haberla llevado a su debido tiempo a recibir el tratamiento médico necesario.

  • g) En bastantes otros casos se habla de expulsión del demo- nio y se identifica dicha expulsión con una "curación", lo cual parece indicar que en la mentalidad de la época, a pesar de la referencia al demonio, se considera al mismo tiempo que se enfrentan a una enfermedad –que podría haber sido provocada por el demonio- y que Jesús tiene la facultad de curarla. Veamos un ejemplo:

"Cuando el niño se acercaba, el demonio lo tiró por tierra y lo sacudió violentamente. Pero Jesús increpó al espíritu in- mundo, curó al niño y se lo entregó a su padre"215.

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215 Lucas, 9:42. La cursiva es mía.

En este pasaje tiene interés remarcar que, a pesar de que en él se hable claramente de un niño endemoniado, al final se diga que Jesús "curó" al niño, tratando tal situación de manera correcta como una enfermedad –una "crisis epiléptica", se diría en la actualidad-, a pesar de que todavía la jerarquía católica siga afirmando la existencia de endemoniados, siga manteniendo la "orden menor" de "exorcista" y siga realizando exorcismos teatrales aparentando no haberse enterado de que la epilepsia y otras enfermedades mentales nada tienen que ver con los supuestos demonios.

Además y al margen de los absurdos señalados, ¿qué senti- do tendría que Jesús fuera por ahí expulsando demonios cuando su presencia en diversos seres humanos habría sido predeter- minada por él en cuanto se considerase que Jesús era tan dios como su supuesto "Padre"? Parece evidente que, tanto por esta cuestión como por las indicadas en otro apartado, quienes escri- bieron los evangelios no fueron precisamente coherentes a la hora de explicar la personalidad de Jesús ni, desde luego, por qué los demonios gozaban del extraño privilegio de introducirse en los cuerpos de ciertas personas, de atormentarlas e incluso de llegar a matarlas mientras que Jesús aparecía para remediar tales daños como si, suponiendo que fuera dios, no hubiera tenido suficiente poder como para evitar el sufrimiento provocado por el demonio sino sólo para impedir que siguiera produciéndose.

Es evidente que, al menos en parte, la creencia en la exis- tencia de endemoniados procede de la existencia de enfermeda- des que tienen manifestaciones especialmente aparatosas, como sucede con las de carácter mental en general y con la epilepsia en particular, cuyas crisis se producen de manera muy dramá- tica, con pérdida de la conciencia, convulsiones incontrolables, abundante salivación y otros síntomas, todos ellos muy impre- sionantes.

Por otra parte, tiene interés comprobar –como ya se ha podido ver- que en los Evangelios hay casos en los que al tiem- po que se habla de una posesión diabólica, a continuación se habla de una curación, lo cual implica el reconocimiento más o menos confuso de que hablar de posesión diabólica es lo mismo que hablar de ese tipo especial de enfermedad. Así sucede, por ejemplo, en el siguiente pasaje:

"Y un hombre de entre la gente gritó:

-Maestro, por favor, mira a este hijo mío, que es el único que tengo; un espíritu se apodera de él y, de repente, le hace gritar y lo zarandea con violencia entre espumarajos, y a duras penas se marcha de él después de haberlo maltrata- do; he suplicado a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

Jesús respondió:

-¡Generación incrédula y perversa! […] Trae aquí a tu hijo.

Cuando el niño se acercaba, el demonio lo tiró por tierra y lo sacudió violentamente. Pero Jesús increpó al espíritu inmundo, curó al niño y se lo entregó a su padre"216.

También aquí se hace equivaler, aunque sólo hasta cierto punto, el estar poseído por el demonio con tener una enfermedad o con ese mismo hecho más la consideración implícita de que el demonio sea el causante de dicha enfermedad; por ello, cuando se dice que Jesús "curó" al niño, se está diciendo de manera implícita que expulsó al demonio que le provocaba los sufri- mientos correspondientes, y viceversa: cuando la enfermedad se

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216 Lucas, 9:38-42. La cursiva es mía.

le manifiesta mediante diversos sufrimientos, eso significa que el demonio, del que está poseído, es quien le causa esos sufri- mientos.

Que en la antigüedad la gente se asombrase ante lo impac- tante de tales crisis epilépticas o de otro tipo y que las atribu- yese a algo "sobrenatural" es comprensible precisamente por la falta de cultura y por el escaso desarrollo de la medicina en aquel tiempo. Pero que en la actualidad la jerarquía católica siga impulsando a sus fieles a que continúen creyendo en semejante explicación insensata de tales enfermedades es el colmo del abu- so de la ingenuidad y buena fe de esas personas sencillas, al margen de que los diversos ritos mágicos practicados por el "exorcista" correspondiente sean útiles como una herramienta más para embaucar y dominar a los incautos que pueden llegar a convencerse del poder de los exorcistas, los cuales, actuando en nombre de Jesús, pero también, a pesar de esta ayuda al parecer insuficiente, mediante una especie de encarnizada lucha tanto espiritual como física [?] contra el demonio, pueden enfrentarse con éxito –o sin éxito- a Satanás o a cualquier otro supuesto demonio.

  • h) Donde las barbaridades se convierten en inefables en grado extremo es en Apocalipsis, donde el autor parece haber sido testigo directo de la batalla entre el ángel Miguel y Satanás, al frente de sus respectivos ejércitos, batalla en la que, como es lógico, triunfa el ejército de Miguel, y Satanás es expulsado del Cielo.

El autor de este libro se dejó llevar por el atractivo de una exposición tenebrosa y llena de aparentes símbolos enigmáticos o simplemente absurdos, pues no supo o no quiso presentar un relato mínimamente racional, ya que para expulsar a Satanás del Cielo el dios judeo-cristiano no hubiera tenido ninguna necesi- dad de aquella singular batalla, pues una simple decisión suya habría sido suficiente para derrotar y aniquilar al ángel que supuestamente se había rebelado contra él y a todo su ejército. Pero, al parecer, el autor de esta obra quiso presentar esta histo- rieta con mayor fantasía y misterio y, por ello, está plagada de antropomorfismo al imaginar aquellos dos ejércitos en una lucha encarnizada, como si la derrota de Satanás hubiera podido supo- ner un esfuerzo especialmente agotador para "Dios" o para sus ángeles fieles.

Dice así el correspondiente pasaje:

"Se trabó entonces en el cielo una batalla: Miguel y sus ángeles entablaron combate contra el dragón. Lucharon encarnizadamente el dragón y sus ángeles, pero fueron derrotados y los arrojaron del cielo para siempre. Y el gran dragón, que es la antigua serpiente, que tiene por nombre Diablo y Satanás y anda seduciendo a todo el mundo, fue precipitado a la tierra junto con sus ángeles"217.

Este pasaje es, además de infantil, ciertamente contradicto- rio en cuanto, por lo que se refiere al demonio o a los demonios, es un mito ingenuamente terrorífico pretender, por una parte,

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217 Apocalipsis, 12:7. El autor de Apocalipsis afirma que el dragón al que nombra es la "antigua serpiente", a pesar de que, en primer lugar, un dragón no es una serpiente, y, en segundo lugar, afirma también que esa serpiente se identificaría con Satanás, a pesar de que en Génesis, no se dice nada que pue- da llevar a suponer que la serpiente tentadora se identificase con Satanás sino que, por el contrario, el mismo castigo de Yahvé a la especie de las serpientes es una clara muestra de que el autor de Génesis no estaba pensando en Sata- nás cuando escribió su famosa fábula sino en una serpiente, como sucede en El libro de la selva, de R. Kipling, y en todos los libros de fábulas.

que Dios expulsara a los demonios del cielo a la tierra -o al fue- go eterno, según se dice en los Evangelios-, y, por otra, defender al mismo tiempo que les permitiera pasearse por el mundo tra- tando de embaucar, seducir y reclutar a seres humanos que le acompañaran para engrosar las huestes infernales, o que les per- mitiese introducirse en el cuerpo de diversos hombres –o de otros animales– para causarles toda clase de sufrimientos físicos y psíquicos junto con la serie poderes que sigue concediendo a Satanás para seguir causando daños a los hombres e incluso para conseguir que la mayor parte de la humanidad acate sus órdenes. En este sentido en el Apocalipsis se dicen muchas más barbari- dades, como, por ejemplo, la siguiente:

"La tierra entera corría fascinada tras la bestia. Entonces adoraron al dragón, porque había dado poder a la bestia y adoraron también a la bestia, diciendo:

-¿Quién hay como la bestia? ¿Quién es capaz de luchar contra ella? Se le dio autorización para proferir palabras orgullosas y blasfemas, y poder actuar durante cuarenta y dos meses. Y así lo hizo: profirió blasfemias contra Dios, contra su nom- bre, contra su santuario y contra los que habitan en el cielo. También se le concedió hacer la guerra a los creyentes y vencerlos; y se le otorgó poder sobre las gentes de toda raza, pueblo, lengua y nación. Y todos los habitantes de la tierra, a excepción de aquéllos que desde la creación del mundo están inscritos en el libro de la vida del Cordero degollado, le rendirán pleitesía"218.

¡¿Qué sentido habría podido tener que el dios de los cristia- nos hubiese concedido a Satanás, su mayor enemigo, el poder de hacer la guerra a los creyentes y de vencerlos?!

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218 Apocalipsis, 13:3. La cursiva es mía.

¡¿Qué sentido habría podido tener que ese dios concediese a Satanás, su enemigo acérrimo, poder sobre las gentes de toda raza, pueblo, lengua y nación?! Y finalmente, ¡¿qué sentido hubiera podido tener que ese dios concediera a Satanás que "todos los habitantes de la tierra, a excepción de aquellos que desde la creación del mundo están inscritos en el libro de la vida del Cordero degollado [?], le rin- dieran pleitesía"?! Ante esta serie de barbaridades, los dirigentes de la secta católica probablemente dirían que nos encontramos ante un pasaje especialmente difícil de interpretar y de entender, pero que son nuestras propias limitaciones las que nos impiden captar su significado auténtico, ¡inspirado, como la totalidad de la Biblia, por el "Espíritu Santo"! Pero esa respuesta sólo sería una forma de intentar esquivar la serie de contradicciones que en este "libro sagrado" se presentan, pues su contenido es perfecta- mente claro –en el sentido de claramente absurdo-, hasta el pun- to de que los dirigentes católicos han optado por suponerle un significado misterioso y oculto para las mentes humanas. Pero, suponiendo que así fuera, ¿qué finalidad tendría que el "Espíritu Santo" inspirase esos pasajes tan incomprensibles, si nadie iba a ser capaz de descifrarlos? En cualquier caso y a pesar de su carácter tan irracional, a la jerarquía católica le ha venido bien mantener esa superstición por motivos evidentes, como en especial el de tener dominados a sus fieles haciéndoles creer en el poder y en la presencia de "el maligno" y en el correspondiente poder de los "exorcistas" para vencer y expulsar a los demonios de un modo algo similar al que utilizan algunos padres cuando tratan de hacerse obedecer por sus hijos amenazándoles con "el hombre del saco" y con otros cuentos similares; en segundo lugar, porque la existencia de "exorcistas", que en determinadas ocasiones asisten a algún supuesto "endemoniado" con llamativos rituales mediante los que pretenden convencer a su pasmado público de que se están enfrentando con el demonio en una encarnizada lucha contri- buye a diversificar las ceremonias teatrales introducidas por la jerarquía católica, abarcando así una mayor variedad de aspectos de la vida, además de los representados por los diversos rituales realizados en el interior de las iglesias, como misas, rosarios, viacrucis, funerales, comuniones, novenarios, o como las proce- siones de "Semana Santa" o las de las fiestas locales, a fin de conseguir intensificar en sus fieles la creencia en el carácter tras- cendental de sus ceremonias para encaminar a los fieles hacia su "salvación"; en tercer lugar, porque la jerarquía católica tiene cierta dificultad para cambiar sus doctrinas desde el momento en que en los propios evangelios aparecen los demonios y los ende- moniados y, por ello, en cuanto tales "libros sagrados" represen- ten "la palabra de Dios", sería realmente algo complicado negar el valor de estos pasajes utilizando el recurso tradicional de con- siderar que tal aparente doctrina era en realidad una "metáfora" que había que saber interpretar. Además, desde el momento en que los dirigentes católicos han instituido la orden menor de "exorcista" y toda una serie de sacerdotes "especialistas" en extraer demonios del cuerpo –como el de la conocida película El exorcista-, podría causar cierto escándalo en los "fieles" que, de pronto y en contra de una doctrina tradicional de tantos siglos, ahora la negasen y proclamasen que no había endemoniados sino sólo personas enfermas que debían ser tratadas de modo adecuado y no por ningún tipo de exorcismo, por lo que la pro- pia orden menor de "exorcista" dejaría de tener sentido, y tal rectificación, después de tantos siglos de haber defendido la doctrina contraria, podría dañar algo más el creciente despresti- gio de la jerarquía católica.

Pues, en efecto, la jerarquía católica, siguiendo las supues- tas actuaciones de Jesús, según se narra en los evangelios, com- plementa esta ridícula doctrina sobre la "posesión diabólica" con la de la práctica de exorcismos, forma cristiana de hechicería que se corresponde con otras de religiones más antiguas e igual- mente atrasadas.

Y así, por lo que se refiere a la llamada "posesión diabóli- ca", la jerarquía católica ha sido fiel a la tradición de los evan- gelios, en los que, como se ha podido ver, se cuenta en diversos pasajes que Jesús habría ordenado al "maligno" abandonar el cuerpo de personas poseídas por él, y en donde se dice también que Jesús dio a sus apóstoles este mismo poder de expulsar demonios.

Por otra parte, resulta extraño –pero en sentido positivo- que en el evangelio de Juan no se hable en ningún momento de posesiones diabólicas ni, en consecuencia, de exorcismos por parte de Jesús. Quizá la explicación de esta ausencia se deba a que este último evangelio se escribió a finales del siglo I, y a que quien lo escribió –"Juan el Anciano", un cristiano de origen o formación griega- debió de tener una cultura bastante suerior a la de quienes escribieron los evangelios llamados "sinópticos".

  • i) Otro aspecto asombrosamente ridículo y absurdo, relacio- nado con el tema del demonio, es el que se refiere a las tentacio- nes de Jesús, narradas en los evangelios atribuidos a Mateo y a Lucas219, en las que el demonio ofrece a Jesús toda clase de bie- nes con tal que éste le adore. Pero ¡¿qué sentido podría tener que el diablo, expulsado del Cielo, pudiera tentar a quien le había

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219 Mateo, 4:1-11, y Lucas, 4:1-13.

expulsado y era dueño y señor de todo lo que él tenía la estúpida osadía de ofrecerle?! ¡¿qué sentido podía tener que quien había sido vencido y condenado pretendiera tentar a su vencedor con bienes que éste ya poseía, siendo el demonio consciente de ello?! ¡¿qué sentido podía tener que Jesús se hubiese prestado a ese absurdo juego como si las propuestas de "el Tentador" pudieran tener para él algún valor?! ¿Acaso Jesús no era Dios y, por ello mismo, dueño absoluto de todo aquello que "el Malig- no" hubiera podido ofrecerle? ¿Acaso lo había olvidado? ¿Aca- so Jesús-Dios, que todo lo había predeterminado, había progra- mado la ridícula comedia de que el diablo fuera al desierto a ten- tarle? ¿qué sentido podía tener que hubiera programado al demonio para que éste le tentase de un modo tan ridículo? Esta anécdota es tan asombrosamente extravagante que su inclusión en los evangelios sólo admite como explicación la incultura y la estulticia de quienes la escribieron y las de quienes han llegado a darle algún crédito. La única explicación de la existencia de un pasaje como éste podría consistir en que quien confeccionó este relato tuviera una imaginación desbocada unida a una mendaci- dad sin límites, que sus lectores tuvieran una mentalidad tan similar a la suya que pudieran creer semejantes estupideces, o que hubiese escrito este pasaje desde el supuesto asumido, pre- sente en otros pasajes ya mencionados, de que Jesús no era un dios ni hijo de ningún dios, pues de ese modo, considerando a Jesús como un simple ser humano, con las limitaciones y nece- sidades de cualquier otro, las tentaciones del demonio hubieran podido ser menos absurdas.

En todos estos casos en los que se habla de endemoniados lo más asombroso es que el dios cristiano, siendo omnipotente, y siendo el demonio –"un pobre diablo"- su mayor enemigo, no sólo consintiera sino que incluso hubiera programado que él y sus compinches se paseasen libremente por el mundo introdu- ciéndose en diversos cuerpos humanos para causarles sufri- miento, teniendo que intervenir Jesús –o los "exorcistas" en los casos posteriores a Jesús- para lograr en nombre del dios cris- tiano que los demonios abandonasen los cuerpos poseídos por ellos.

Resulta ciertamente difícil asumir la doctrina de la prede- terminación divina aplicada especialmente a casos como éste, en cuanto implica que el supuesto dios habría establecido desde la eternidad la existencia de los demonios, que éstos serían expul- sados del Cielo, que podrían vagar libremente por el mundo, que podrían introducirse en diversos cuerpos humanos para causarles sufrimientos y la misma muerte, y, finalmente, que en algunos casos los exorcistas podrían intervenir increpando a los demo- nios "en el nombre de Dios" para conseguir liberar a los ende- moniados de esos malignos inquilinos.

Por otra parte y como ya se ha comentado, es realmente im- posible imaginar cómo esos "espíritus inmundos" podrían intro- ducirse en cuerpos materiales y causarles daños en el estómago, en el hígado, en la cabeza, en los intestinos o dondequiera que se introdujeran [?], pues, en cuanto el concepto de "espíritu" hace referencia a una realidad supuestamente inmaterial, no podría "tocar" ni "dañar" para nada una realidad de carácter material, por lo que la idea de "posesión diabólica", junto con las apara- tosas reacciones y sufrimientos físicos de las "personas poseí- das", pertenece al tipo de supersticiones más ridículas que pue- dan haber ideado los inventores de religiones.

  • j) En relación con esta misma cuestión resulta igualmente contradictoria la absoluta enemistad entre el dios judeo-cristiano y Satanás con la amistosa conversación que supuestamente man-

tuvieron ambos como dos viejos amigos respecto al carácter de la fidelidad de Job, y el permiso que Yahvé concedió a Satanás para poner a prueba dicha fidelidad, infligiendo a Job toda una serie de daños realmente insufribles, según se dice se cuenta en el siguiente pasaje:

"Un día en que los hijos de Dios asistían a la audiencia del Señor, se presentó también entre ellos Satán.

Y el Señor preguntó a Satán:

-¿De dónde vienes? Él respondió:

-De recorrer la tierra y darme una vuelta por ella. El Señor le dijo:

-¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay en la tierra nadie como él; es un hombre íntegro y recto que teme a Dios y se guarda del mal.

Dijo Satán:

-¿Crees que Job teme a Dios desinteresadamente? ¿Acaso no lo rodeas con tu protección, a él, a su familia y a sus pro- piedades? Bendices todo cuanto hace y sus rebaños llenan el país. Pero extiende tu mano y quítale todo lo que tiene. Verás cómo te maldice en tu propia cara.

El Señor le respondió:

-Puedes disponer de todos sus bienes, pero a él no lo toques."220

¿Cómo pudo darse tal conversación entre Dios y Satanás, hablando entre ellos con semejante familiaridad? ¿Acaso Sata- nás no era el "enemigo" de Dios? ¿Acaso no estaba castigado por él? Parece que, por el contrario, vivía la mar de feliz, gozan- do de libertad, "recorriendo la tierra y dándose una vuelta por ella", gozando del privilegio de una conversación amistosa con

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220 Job, 1:6-11.

ese Dios terrible a quien ni siquiera el propio Moisés pudo mirar de frente, reuniéndose con él, llegar a hacer una apuesta sobre el grado de fidelidad de Job y contemplar a continuación el resul- tado de la serie de pruebas a las que Job fue sometido por el demonio con el permiso de Yahvé. Todo esto sólo tiene sentido viendo a Satanás como un amigo de Yahvé, lo cual está en con- tradicción con aquellos otros pasajes en los que se habla del demonio como de "el maligno", como el enemigo de Dios.

Además, aunque este pasaje es especialmente llamativo, no es el único en el que un demonio aparece dotado de un poder especial que alcanza no sólo a provocar sufrimientos físicos y psíquicos en aquéllos en quienes se introduce, tal como ya se ha visto, sino que incluso puede llegar a matar a determinadas per- sonas o a seducir y lograr de este modo la condena de otras, como si el dios judeo-cristiano hubiera querido concederle esos absurdos "privilegios", o como si quienes escribieron pasajes como éstos lo hubieran hecho pensando acertadamente que ese juego de "buenos y malos" era especialmente útil para lograr que la narración resultase más atractiva, pues un relato en el que el malo carece de poder no provoca ningún suspense ni atención en el lector y pierde tanto interés como cualquier competición cuyo resultado y sus detalles se conocen de antemano.

  • k) El poder que Yahvé concede al demonio para dañar o in- cluso para matar a determinados hombres, queda ampliado no sólo en Apocalipsis sino también en los escritos de Pablo de Tar- so, quien dice además que su dios concede al demonio un poder embaucador, de modo que muchos crean en la mentira y en consecuencia sean condenados por ese dios por no haber creído en la verdad, a pesar de que su creencia en la mentira sería una consecuencia del poder embaucador que ese dios habría conce-

dido al demonio. Sin embargo, en su carta 2 Tesalonicenses escribe Pablo de Tarso:

"La aparición del impío, gracias al poder de Satanás vendrá acompañada de toda clase de milagros, señales y prodigios engañosos. Y con toda su carga de maldad seducirá a los que están en vías de perdición, por no haber amado la ver- dad que los habría salvado. Por eso Dios les envía un poder embaucador, de modo que crean en la mentira y se conde- nen todos los que en lugar de creer en la verdad, se compla- cen en la iniquidad"221.

Y en un sentido similar, pero de un modo asombrosamente absurdo, según antes se ha podido ver, en Apocalipsis se habla de este mismo poder que el dios judeo-cristiano habría conce- dido a Satanás –la bestia- para seducir a la humanidad, para blasfemar contra ese mismo dios y para luchar contra los cre- yentes y vencerles, consiguiendo así su sometimiento222: De nuevo nos encontramos aquí con el absurdo inefable de que el propio dios cristiano conceda a Satanás el poder de "luchar con- tra los creyentes y vencerles, consiguiendo así su sometimien- to"223.

  • l) La doctrina relacionada con el demonio tiene otras ver- tientes, como la brujería o la que se relaciona con los pactos diabólicos, como el de tipo literario que dio lugar al mito de "Fausto", que inspiró a J. W. Goethe y a autores anteriores, escribiendo una genial obra con ese mismo título.

Ambas formas de relación con los supuestos demonios fue- ron aprovechadas por la jerarquía católica para sembrar el terror

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221 Pablo de Tarso: 2 Tesalonicenses, 2:9. La cursiva es mía.

222 Apocalipsis, 13:3.

223 Apocalipsis, 13:7-8.

en la gente a manifestar cualquier punto de vista contrario a las interpretaciones doctrinales de dicha jerarquía o para obtener el pago de "limosnas" sustanciales ante la amenaza de ser quema- do vivo en la hoguera, acusado y condenado de brujería.

Al procesado por asuntos relacionados con la brujería se le sometía a diversas "pruebas" (?) para saber si había realizado algún pacto con el diablo. Así, por ejemplo, la "prueba del agua", por la que se introducía al acusado en un pozo, de manera que, si se hundía, se le consideraba inocente, mientras que si flo- taba, se le consideraba culpable, Como consecuencia de esta prueba, quienes flotaban eran condenados a muerte, mientras que quienes se hundían… podían morir simplemente ahogados.

  • El mundo.

Por lo que se refiere al mundo, considerado como enemigo del alma, los dirigentes de la secta católica –al igual que los sacerdotes del Antiguo Testamento- fomentaron desde muy pronto la idea de que "el cuidado del Templo" y de todo lo rela- cionado con el culto al dios del judeo-cristianismo debía tener un carácter prioritario en la vida de todo cristiano y, por ello, presionaron desde el principio para conseguir que se tuviera bien asegurado el mantenimiento y el enriquecimiento del Templo, el de los "servidores del templo" o el de la actual jerarquía católica (especialmente la formada por obispos, arzobispos, cardenales y papa, aunque también por otros cargos menos importantes) mediante la asignación de un tributo, un diezmo o un sueldo, junto con las diversas ofrendas religiosas procedentes de los cristianos de base, y con los privilegios y donaciones obtenidos del Imperio Romano a partir del siglo IV y los de los dirigentes de las diversas naciones que se formaron a partir de la desinte- gración del Imperio Romano de Occidente.

La prioridad de los asuntos económicos ligados al manteni- miento del clero debió de ser decisiva para que los sacerdotes antiguos y modernos promoviesen en el pueblo la idea de que había que anteponer la práctica de penitencias, holocaustos, ayu- nos, sacrificios y ofrendas al "Señor" al propio disfrute personal de las comodidades y placeres de la vida, exhortando desde muy pronto a los cristianos de base a llevar una vida austera, pues cuanto más gastasen en su propio bienestar menos bienes les quedarían para colaborar al sostenimiento del Templo y al man- tenimiento de los dirigentes eclesiásticos.

Sin embargo, desde el momento en que los dirigentes de la secta católica comenzaron a enriquecerse por sus buenas relacio- nes con los emperadores romanos, con las posteriores monar- quías feudales o con las monarquías del capitalismo de los últi- mos siglos, ha ido dejando en un segundo o tercer plano sus referencias al mundo como enemigo del alma, pues, de hecho, ella misma, con sus cuantiosos lujos y riquezas, pone cada día en evidencia ante sus fieles su falta de sensibilidad respecto a las exhortaciones de Jesús en favor de los pobres y de quienes cada día mueren de hambre. Por ello, aunque de vez en cuando se dignan hablar en favor del tercer mundo y de la lucha contra el hambre, lo hacen de manera que parezca que ellos se esfuerzan criticando a la sociedad capitalista, y tratan de desviar la aten- ción de sus fieles respecto al hecho de que los capitalistas, con "sus" [?] escandalosas riquezas en constante crecimiento y jus- tificados por la doctrina de Pablo de Tarso, que defendió el derecho de los ricos a disfrutar de sus riquezas –sin referirse para nada a los pobres-, podrían remediar con creces el hambre y la miseria del mundo.

¡Qué lejos se encuentran los dirigentes de la secta católica de aquel mensaje de Jesús que decía que no es posible servir al mismo tiempo a Dios y al dinero, o de aquella conversación que tuvo con un joven que buscaba la perfección y a quien dijo:

"Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígue- me.

Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.

Entones Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos.

Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios"224.

El cambio de perspectiva de los dirigentes cristianos se pro- dujo muy pronto, pues fue Pablo de Tarso, a mediados del siglo primero, quien traicionó al Jesús evangélico y tranquilizó a los ricos diciéndoles que era Dios quien les había concedido su riqueza, de manera que podían disfrutarla con toda tranquilidad, pero sin orgullo. En definitiva Pablo de Tarso comprendió que, si quería conseguir que esta secta tuviera posibilidades de abrir- se camino en medio del imperio, uno de los aspectos fundamen- tales que había que cambiar en el mensaje de Jesús, era el rela- cionado con el respeto a los ricos, pues en caso contrario la sociedad del imperio romano, formada en medio de un clasismo económico y social extremo, les habría devorado en poco tiem- po, mientras que, asumiendo como propia su sociedad clasista (patricios, plebeyos, esclavos), el imperio se ganaba un cómplice que les bendecía con tal que le dieran una parte de aquel sucu- lento pastel económico.

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224 Mateo, 19:21-24.

En resumidas cuentas, a lo largo de su historia la secta cató- lica ha estado siempre unida a los poderes políticos y económi- cos, y, como fruto de esa unión, consiguió muy pronto ser la multinacional más importante del planeta, aunque todavía en estos momentos intenta no vanagloriarse abiertamente delante de sus fieles, muchos de los cuales se quitan el pan de la boca para aportar una limosna a "la pobrecita iglesia católica" con- fiando en que ésta la distribuirá entre los pobres del mundo, aun- que sus dirigentes prefieren aplicar el refrán que dice "la caridad bien entendida empieza por uno mismo", y siguen apropiándose de bienes como la Mezquita de Córdoba y muchos otros monu- mentos, edificios y tierras de nuestro país y de muchos otros.

  • La carne.

Por lo que se refiere a "la carne", es igualmente absurdo su- poner que Dios hubiera creado el placer sexual sólo para prohi- birlo, cuando éste -como cualquier otro- es una sensación abso- lutamente natural y agradable, y un mecanismo biológico que dirige el comportamiento humano y el de muchas otras especies para impulsar su reproducción. Además, como ya se ha señalado antes, desde el Psicoanálisis de Freud y desde la Psicología en general, en el comportamiento humano la motivación sexual es una de las más importantes, junto con las de la satisfacción de la sed y del hambre. De hecho, son llamativamente numerosos los casos de curas y obispos que, a pesar de la prohibición de sus dirigentes superiores, tienen relaciones sexuales con mujeres o con otros curas, o llegan a caer en la pederastia como conse- cuencia de algún trastorno mental provocado por su moral sexual represiva y antinatural.

Por otra parte, la doctrina del Antiguo Testamento acerca de la sexualidad, supuestamente inspirada por el dios judeo-cristia- no", está muy lejos de la aparente obsesión de la jerarquía cató- lica contra esta motivación tan importante. ¿Qué diría el papa si algún cristiano mantuviese abiertamente una relación de biga- mia? Es de suponer que lo excomulgaría si no hiciera caso de sus reconvenciones en contra de tal actitud. Y, sin embargo, a pesar de lo bien que se nos habla del rey Salomón y de su sabi- duría, muy pocos saben que, según la Biblia, ¡"palabra de Dios"!, tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas225, y nadie de quienes dicen haber leído la Biblia parece haberse escandalizado ni asombrado por esa anécdota. Lo que por otra parte parece evidente es la dificultad que Salomón debió de tener para "cumplir" con todas sus esposas, por lo que parece difícil de creer que además tuviera necesidad de aquellas otras trescientas concubinas para estar seguro de dejar descendencia y no simplemente por disfrutar del sexo cuando y con quien le viniese en gana. Y, al igual que él, aunque sin llegar a números tan elevados, son muchos los personajes bíblicos que contaban con un buen número de esposas, de concubinas y de esclavas, como el mismo rey David, quien, además, también tuvo un "amigo", Jonatán, hijo del rey Saúl, con quien parece que tuvo una relación especialmente íntima y de quien, cuando murió, dijo lo siguiente:

"¡Qué angustia me ahoga, hermano mío, Jonatán! ¡Cómo te quería! tu amor era para mí más dulce

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225 1 Reyes, 11:3.

que el amor de las mujeres"226.

Sin embargo, a pesar de esta probable, aunque nada censu- rable, relación homosexual de David, al menos desde el punto de vista doctrinal la jerarquía católica ha defendido a lo largo de mucho tiempo la absurda doctrina que condena la homosexuali- dad227, doctrina de la que por suerte la sociedad occidental se va alejando en los últimos años, abriéndose a una actitud mucho más respetuosa con los derechos individuales y con la libertad de cada uno para vivir su sexualidad como mejor la sienta. La "Iglesia Católica", sin embargo, sigue calificando como pecado cualquier forma de comportamiento sexual extramatrimonial en general e incluso matrimonial en cuanto no vaya unido a la intención de la procreación. En relación con este punto, por cier- to, resulta especialmente llamativo, por penoso y ridículo, el punto de vista de la monja Teresa de Calcuta (1910-1997) cuan- do en referencia a la enfermedad del sida, tuvo la absurda idea de afirmar que era "simplemente una retribución justa por una conducta sexual impropia", criticando así el goce sexual no unido al fin de la procreación y defendiendo la absurda idea de que su dios habría castigado con esa enfermedad a quienes hubiesen gozado de la sexualidad de un modo distinto al ordena- do por la jerarquía católica –y, de paso, habría castigado igual-

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226 2 Samuel, 1:26.

227 "Si un hombre se acuesta con otro hombre, como se hace con una mujer, cometen una abominación; se los castigará con la muerte. Ellos serán res- ponsables de su propia muerte" (Levítico, 20, 13). Al parecer, por eso el papa no puede aceptar la no discriminación de los homosexuales, pues estaría cometiendo un sacrilegio contra las órdenes de su dios. No obstante, con el paso de los años, tal como ha sucedido en otras ocasiones, la iglesia católica encontrará la forma de compatibilizar ambas doctrinas, a pesar de su carácter contradictorio. mente a los millones de niños que hubiesen nacido con dicha enfermedad como consecuencia de que sus madres la padecían o eran portadoras de ella-.

Esta doctrina acerca de la sexualidad no se corresponde con las doctrinas pertinentes del Antiguo Testamento, donde existe la prohibición del adulterio en las leyes de Moisés y la de las rela- ciones sexuales de los hijos con las mujeres que sean propiedad del padre o con sus propias hermanas o hermanastras por parte de padre o madre y se rechazan las relaciones homosexuales, pero donde se habla del incesto con bastante naturalidad, hacien- do referencia a las hijas de Lot, que emborracharon a su padre a fin de tener relaciones sexuales con él para tener descenden- cia228, o donde se habla con naturalidad de las relaciones sexua- les con prostitutas229.

Sin embargo, Pablo de Tarso comenzó a considerar la sexualidad sin más como algo moralmente rechazable, tal como puede verse en el siguiente pasaje:

"A los solteros y a las viudas les digo que es bueno que permanezcan como yo. Pero si no pueden guardar conti- nencia, que se casen. Es mejor casarse que abrasarse"230.

Como puede observarse, en este pasaje Pablo de Tarso considera el casarse no como un bien, sino sólo como un mal menor en comparación con el castigo del Infierno al que estarían condena- dos quienes disfrutasen de la sexualidad fuera del matrimonio.

Sin embargo, la moral sexual de la secta católica no tuvo un carácter invariable a lo largo de los siglos sino que, por lo que se

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228 Génesis, 19:31-35.

229 Génesis, 38:16-17.

230 Pablo, 1 Corintios, 7: 8-9.

refiere a la de los sacerdotes, tuvo sus oscilaciones, hasta el pun- to de que en el siglo XII, según cuenta Pepe Rodríguez, "En el Concilio I de Letrán (1123), el Papa Calixto II condenó […] la vida en pareja de los sacerdotes y avaló el primer decreto explícito obligando al celibato. Poco des- pués, el Papa Inocencio II, […] incidía en la misma línea […].

Tan habitual era que los clérigos tuviesen concubinas, que los obispos acabaron por instaurar la llamada renta de putas, que era una cantidad de dinero que los sacerdotes le tenían que pagar a su obispo cada vez que trasgredían la ley del celibato. Y tan normal era tener amantes, que muchos obispos exigieron la renta de putas a todos los sacerdotes de su diócesis sin excepción; y a quienes defendían su pure- za, se les obligaba a pagar también ya que el obispo afirma- ba que era imposible el no mantener relaciones sexuales de algún tipo"231.

Lo más llamativo en estas palabras es que se obligase a pagar la renta de putas a todos los sacerdotes a partir de la afir- mación según la cual "era imposible el no mantener relaciones sexuales de algún tipo", reconociendo de este modo el carácter natural de la sexualidad.

A pesar de todo, en estos momentos la jerarquía católica ante el tema de la sexualidad se encuentra en una situación de desconcierto y prefiere callar ante el rumbo que siguen los nue- vos tiempos en los que la gente se aleja de estas doctrinas por considerarlas absurdas, de manera que, aunque muchos se decla- ren católicos, eso no implica que vivan de acuerdo con la moji- gata moral sexual que –al menos de cara a la galería- defienden

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231 Pepe Rodríguez: La vida sexual del clero. Ediciones B. Barcelona. 1995.

sus dirigentes, sino que la vida de acuerdo con una sexualidad no asociada a la idea de pecado es lo que por suerte predomina cada día más en nuestra sociedad. Es bastante sintomático de la "astuta prudencia" (?) de la jerarquía católica que, ante la emi- sión de programas eróticos y pornográficos en los medios actua- les de comunicación, nunca o casi nunca diga nada, como si no se hubiese enterado de su existencia. Parece, sin embargo, que lo que sucede es que sabe que cualquier llamada a sus fieles para que se abstengan del pecado de entretenerse con tales programas no será muy eficaz y que una actitud especialmente dura contra la conducta de sus fieles podría ser contraproducente para su propio negocio. Así que lo mejor para sus intereses es callar o hablar sólo cuando su silencio resulte especialmente escandalo- so, pues por mucho que digan que las leyes morales tienen un carácter eterno e inmutable, en la práctica procuran adaptarse a los nuevos tiempo, a pesar de que lo suelan hacer con cierto retraso, hasta comprobar que las nuevas costumbres han queda- do consolidadas. Así que lo más probable es que los dirigentes de la secta continúen manteniendo un prudencial silencio y ter- minen por aceptar como natural lo que es natural y, por ello, sólo evitable desde una absurda represión.

En cualquier caso y frente a la moral sexual de la jerarquía católica hay que indicar que la hipocresía de los dirigentes cató- licos en lo referente a este punto de vista, y en este caso concre- to la de Pablo VI en su encíclica Humanae Vitae, se muestra en el hecho de que acepten el placer sexual dentro del matrimonio, aunque no persiga la procreación, siempre que el acto sexual se realice sin "métodos artificiales" para evitar el embarazo y per- mitiendo sólo, como único medio para evitarlo, "métodos natu- rales" como el Ogino, basado en la estimación de los días fér- tiles de la mujer para no realizar el acto sexual en aquéllos en los que se calcule que la posibilidad de un embarazo es más ele- vada.

Esta doctrina, como se acaba de decir, implica una actitud hipócrita en cuanto la finalidad perseguida en el caso de la utili- zación del método Ogino –u otro similar- es la misma que se persigue en aquellos otros que implican la utilización de meca- nismos que impiden directamente el embarazo, como el uso del preservativo o el de las píldoras anticonceptivas, teniendo en cuenta que los dirigentes católicos consideran que el pecado se relaciona con la intención del agente y no con los actos materia– les realizados, considerados en sí mismos y desvinculados de dicha intención.

Además, si, aceptando los supuestos filosóficos del tomis- mo y del propio Aristóteles, la jerarquía católica considerase que cada acto debe ir encaminado hacia su fin natural propio [?] y que por ese motivo considerase que el acto sexual debería enca- minarse a la procreación, entonces igualmente debería condenar el uso de la inteligencia cuando se la utilizase para fines que simplemente proporcionasen placer, como sucede con juegos como el ajedrez, y lo mismo habría que decir de otras muchas actividades que tienen como finalidad la obtención del placer asociado al ejercicio de nuestras diversas facultades232.

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232 En este sentido igualmente debería condenar el uso de la fantasía cuando nos recreamos con la lectura de una buena novela o con ver una película; debería condenar el uso de la vista cuando se emplease para disfrutar contem- plando cualquier obra de arte; igualmente debería condenar el uso del oído cuando lo empleamos para disfrutar de la música, que sólo provoca placeres auditivos, el uso del olfato cuando se lo utiliza para gozar de aromas o de per- fumes agradables, el uso del tacto cuando se lo utiliza para gozar del placer de las caricias; y aquellas acciones en las que el sentido del gusto se utiliza para obtener el placer gustativo de saborear una copa de vino, un caramelo o cualquier comida especialmente apetitosa en lugar de utilizarse exclusiva- Esta absurda condena del placer va ligada a la valoración negativa de la vida terrena, tan propia del cristianismo, que re- prueba en multitud de ocasiones todo lo que implique una afir- mación de la alegría de vivir, predicando la penitencia, el ayuno y toda clase de sacrificios y poniendo la mirada en una supuesta vida ultraterrena, como si la afirmación de los valores terrenales fuera pecaminosa, cuando el supuesto creador de tales posibili- dades de disfrutarlos habría sido el propio Dios. Por ello escribía Nietzsche con total acierto:

"la concepción cristiana de Dios […] es una de las más corruptas alcanzadas sobre la tierra; […] ¡Dios, degenerado en repudio de la vida, en vez de ser su transfigurador y eter- no ! ¡En Dios, declaración de guerra a la vida, a la Natura- leza, a la voluntad de vida! […] ¡En Dios, divinización de la Nada, santificación de la voluntad de alcanzar la Nada!"233.

A este absurdo se añade otro nuevo si se tiene en cuenta que, propiciada por esta actitud de la jerarquía católica en contra del uso de métodos anticonceptivos como el del preservativo o el de la píldora anticonceptiva, el sida sigue extendiéndose por todo el mundo y ha causado ya millones de muertos. Pero eso no parece importar en absoluto a los dirigentes de la secta. A ella le importa especialmente lo que se relaciona con la obtención de "ayudas" millonarias robadas con "guante blanco" al conjunto de la sociedad. Tales robos no siempre los realiza de manera directa sino especialmente a través de chantajes más o menos sutiles a los gobiernos a quienes exige una parte de los impues- tos de los ciudadanos o bienes inmobiliarios estatales o munici-

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mente para discriminar los posibles alimentos a fin de elegir los adecuados para conservar la vida.

233 F. Nietzsche: El Anticristo, parág. 18. pales, que no utiliza para remediar el hambre y la miseria del mundo sino para incrementar su escandaloso patrimonio y los lujos del alto clero.

Puede decirse en líneas generales que la jerarquía católica no tiene otros principios en los que de verdad crea234 y por los cuales se rija que los relacionados con el dinero y el poder, aun- que aparente defender determinados "principios" para servirse de ellos como instrumentos a fin de adoctrinar a sus fieles, no porque crea en su valor sino porque, una vez adoctrinados sus fieles, puede servirse de ellos para atacar a los gobiernos que no les otorguen suficientes privilegios, utilizando el argumento de que actúan en contra de dichos "principios", presentados como sagrados e inspirados por su dios, de manera que, con su aparen- te defensa, chantajean a los gobiernos poco generosos hasta que obtienen una buena tajada económica que les lleva a bendecir al gobierno correspondiente o al menos a mantenerse callados durante cierto tiempo235.

Frente a los planteamientos actuales de los dirigentes católi- cos tiene interés señalar cómo en el Antiguo Testamento, ¡inspi- rado por el "Espíritu Santo"!, en diversas ocasiones se defien- den los placeres terrenales de "comer, beber y disfrutar", lo cual no parece que tenga mucho que ver con la idea de que el mundo

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234 Una declaración explícita en este sentido fue la del papa León X, pero de manera consciente o inconsciente han sido mucho los "papas" y "obispos" de la secta católica que han actuado buscando esos mismos objetivos "humanos, demasiado humanos".

235 Un ejemplo reciente de esta forma de actuar podemos verla en la manifes- tación en Madrid de diversos obispos, cardenales y fieles en contra de una ley socialista en favor del matrimonio homosexual, cuando el Partido Popular, en especial sintonía con la "Iglesia Católica", estaba en la oposición. Por suerte, en el año 2012 el Tribunal Constitucional declaró que dicha ley se ajustaba a la Constitución Española.

y la carne sean "enemigos del alma". La doctrina favorable a los placeres terrenales estuvo asociada en aquellos momentos a la consideración de quienes escribieron aquellos libros bíblicos según la cual, considerando que la muerte representaba el fin absoluto del ser humano, defendieron la doctrina del "carpe diem", como puede verse a través de los siguientes ejemplos:

  • a) "yo alabo la alegría, porque la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar, pues eso lo acompañará en los días de vida que Dios le conceda bajo el sol"236.

  • b) "Da, recibe y disfruta de la vida, porque no hay que esperar deleite en el abismo. Todo viviente se gasta como un vestido, porque es ley eterna que hay que morir […] Toda obra corruptible perece, y su autor se va tras ella"237.

  • c) "El vino es bueno para el hombre, si se bebe con mode- ración. ¿Qué es la vida si falta el vino? Fue creado para alegrar a los hombres. Contento del corazón y alegría del alma"238.

  • d) "-Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos"239.

De estos pasajes, aunque son muy claros, conviene destacar su clara apología del carpe diem, especialmente en b, donde se dice "da, recibe y disfruta de la vida, porque no hay que esperar deleite en el abismo", y en c, donde se dice: "¿qué es la vida si falta el vino?", así como la convicción –especialmente en b- de que la muerte del hombre es definitiva.

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236 Eclesiastés, 8:15.

237 Eclesiástico, 14:16

238 Eclesiástico, 31:27-28.

239 Romanos, 15:32.

Por su parte, el pasaje d, de Pablo de Tarso, es un claro ejemplo de moral relativista del estilo de los imperativos hipoté- ticos kantianos, pues el posible desprecio de los placeres queda subordinado en cualquier caso a que haya una resurrección y una vida eterna como premio por una conducta alejada de tales placeres, de manera que el "apóstol de los gentiles" coincidiría con los autores bíblicos citados en que los placeres terrenales no son intrínsecamente malos sino que, por el contrario, serían bue- nos en el caso de que el ser humano sólo dispusiera de esta vida terrenal, y, por ello, lo único que Pablo de Tarso hace es subor- dinar el goce de los placeres a que el hombre no disponga de otra vida donde se premien sus buenas acciones –entre las que se encontraría la abstención del placer sexual buscado por sí mismo [?]-, al margen de que defienda la prioridad de la fe en Jesucristo sobre las obras para alcanzar dicha salvación.

Pero, volviendo al Antiguo Testamento, lo más importante de su defensa de los placeres es su carácter contradictorio con las doctrinas de la jerarquía católica, pues tales contradicciones serían impropias de un dios perfecto, y, por ello, son una prueba más de la falsedad de la inspiración divina de las doctrinas de la secta católica, pues, desde el momento en que dice que el dios judeo-cristiano las inspiró, niega su supuesta sabiduría e inmuta- bilidad.

El absurdo de considerar la vida como un "valle de lágrimas"

La jerarquía católica considera la vida terrenal como un valle de lágrimas, un destierro, un lugar para la penitencia, el sufrimiento y el ayuno, al que el hombre fue desterrado como castigo por "el pecado original" [?] para "purificarse" de dicho pecado a fin de alcanzar la "bienaventuranza eterna", la cual, por otra parte, dependería de la predestinación divina y de la "redención" de Cristo, pero no de los méritos del hombre.

En este sentido y para comprobar la vigencia de esta doc- trina en el catolicismo actual pueden servir unas palabras de José María Escrivá, fundador del Opus Dei, quien escribe:

"Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio. -Niégate. -¡Es tan hermoso ser víctima!"240.

En estas palabras, a pesar de que la consideración de la belleza que habría en ser víctima la subordina al hecho de que la bús- queda de un ideal exige sacrificios, sin embargo en sus últimas palabras, donde dice "¡Es tan hermoso ser víctima!", el señor Escrivá no introduce ningún nexo de subordinación entre esta frase y la primera, en la que señala la necesidad del sacrificio para la consecución de un ideal, como el alpinista que se sacri- fica durante varias jornadas penosas para disfrutar de la sensa- ción de triunfo cuando alcanza la cumbre de la montaña. Sin embargo, la separación establecida por el señor Escrivá sugiere más bien la idea de que el ser víctima es por sí mismo algo her-

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240 Camino, 175.

moso, y, en este mismo sentido, igual habría podido hablar a los esclavos acerca de las delicias de su esclavitud.

De hecho, más adelante presenta una exaltación de las bon- dades del dolor, sin mencionar para nada en qué podrían con- sistir. Escribe en ese sentido:

– "Bendito sea el dolor. -Amado sea el dolor. -Santificado sea el dolor…

¡Glorificado sea el dolor!"241.

Pero, claro está, si el dolor fuera tan bueno y formidable, parece que dejaría de ser dolor, pues la gente normal entiende por dolor algo que no es precisamente "hermoso", ni "amado", ni "santifi- cado", ni "glorificado". Seguramente este señor o era un maso- quista o estaba mal de la cabeza o ambas cosas.

Quizá su grandiosa valoración del dolor debió de estar rela- cionada con la idea, tantas veces repetida en las iglesias, de que por la mediación del dolor el hombre se une al sufrimiento y a la pasión y muerte de Jesús para redimir al hombre de sus pecados. Sin embargo, como ya se ha dicho en el capítulo correspondien- te, la redención del hombre por medio del dolor o por la pasión y muerte de Jesús no era otra cosa que la traslación de la Ley del Talión -ojo por ojo, diente por diente- al núcleo doctrinal del cristianismo, considerando que el "pecado original" y cualquier otro representaban ofensas a "Dios" que no podían ser directa- mente perdonadas por él, a pesar de su infinita misericordia, sino que su perdón sólo podía producirse mediante un sacrificio que sirviera para compensar tales ofensas. Y este sacrificio es el que, según los dirigentes cristianos, se produjo mediante el sufri- miento y la muerte del hijo del dios judeo-cristiano, el único

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241 Camino, 208.

hombre-dios cuyo sacrificio podía compensar las ofensas come- tidas por la humanidad, del mismo modo que, de acuerdo con la ley del Talión, el daño que implicase la pérdida de un ojo se compensaba castigando al causante de dicho daño con la pérdida correspondiente de uno de los suyos –aunque este castigo no sir- viera para devolver su ojo al primero que lo perdió-.

Pero una comprensión adecuada de lo que implica el amor y la misericordia infinita de un dios que tuviera la perfección que atribuyen los dirigentes católicos al suyo conduce a com- prender que esta nueva forma de aplicación de la ley del Talión, según la cual para que se perdone una ofensa a "Dios" se necesi- ta del sacrificio de su propio hijo, es un antropomorfismo absurdo. Por ello, la actitud del señor Escrivá, al defender el valor del sufrimiento como si fuera un placer exquisito, resulta una completa barbaridad, al margen de que en la vida humana el sufrimiento exista de modo inevitable. Pero, además, si el dolor resulta tan fabuloso como al señor Escrivá le pareció, ¿qué clase de mérito pudo haber en aquel supuesto sacrificio del hijo del dios cristiano, que debió de disfrutar divinamente clavado en la cruz hasta su muerte? Pero, continúa el señor Escrivá, "El ayuno riguroso es penitencia gratísima a Dios"242.

Aunque el señor Escrivá no nos dijo en qué entrevista le había comentado su dios esta afición a los ayunos de los hombres, seguramente la penitencia rigurosa ha sido muy del gusto de los sádicos psicópatas de todos los tiempos y quizá por eso la secta católica apoya que los pueblos del tercer mundo ayunen indefi- nidamente procurando ayudarles a seguir disfrutando de un

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242 Camino, 231.

ayuno permanente. Pero eso no parece un argumento en favor de las excelencias del ayuno, sino sólo un síntoma clarísimo de enfermedad mental de quienes defienden tal idea, o un síntoma de avaricia patológica mezclada de hipocresía por la que esta secta, que en teoría debía dedicarse a ayudar a los pobres, de hecho se despreocupa habitualmente de ellos, menos cuando piensa que un poco de ayuda puede ser una buena inversión para que su imagen ante la sociedad no siga empeorando.

¿Qué valor positivo podría tener la "penitencia"? ¿qué utili- dad? Sirve para la satisfacción de los tiranos que, como Calígula o como cualquier otro psicópata, disfrutaban con el sufrimiento ajeno. Por ello, las palabras del fundador del "Opus Dei" casi no merecen comentario. Expresan simplemente el sadismo de un loco, complementario del sadismo de su supuesto dios.

¿Acaso es compatible esa "glorificación del dolor" con la idea de un "dios-amor"? Sólo desde la hipocresía o desde la locura de un sádico podría proclamarse "amado sea el dolor". Pues, en caso contrario, ¿qué sentido tendría luchar contra él, en sus múltiples manifestaciones, como las enfermedades, la miseria y el hambre, si se tratase de realidades tan "gratísimas" al dios de los cristianos? ¿Qué sentido tendría compadecer al que sufre y tratar de eliminar su dolor? Este punto de vista representa tal vez uno de los motivos de que la jerarquía católica defienda toda clase de penitencias y considere igualmente que los días de la "Cuaresma" son días de penitencia, de ayuno, de azotes, de abstinencia de carne –aunque no de otros manjares-, presentando a su dios como un ser sádico que se complace con el sufrimiento humano. Y, ciertamente, desde una visión antropomórfica de la divinidad, podría vérsela de este modo equiparándola al modo de ser de los reyezuelos y tiranos de cualquier época. Pero en cualquier caso la hipótesis de un dios entendido como perfección absoluta no podría corres- ponderse con esta otra, tan ridícula y absurda.

La doctrina católica que enaltece y glorifica el sufrimiento tiene como fundamentos el mito del pecado original y la Ley del Talión243, basada en la venganza, en cuanto considera que un daño debe ser compensado con otro daño. Pero, aunque esta antigua ley fue criticada por Jesús y de hecho es incompatible con la idea del Dios-amor defendida por la secta católica, fue defendida de modo explícito en el Antiguo Testamento y va liga- da a la doctrina de que el sufrimiento purifica, y que, por ello, cualquier penalidad que el hombre padezca debe ser recibida incluso con alegría, tomando conciencia de que de ese modo el hombre colabora con Jesús en su obra redentora, como si, supo- niendo que un sacrificio compensara una culpa, el sacrificio de un ser con un valor infinito fuera insuficiente para compensar y perdonar la supuesta culpa del "pecado original".

Este fue, por cierto, el punto de vista de la monja "Teresa de Calcuta", quien respecto a la pobreza y el sufrimiento, tuvo el atrevimiento de decir:

"Hay algo muy hermoso en ver a los pobres aceptar su suer- te, sufrirla como la Pasión de Cristo. El mundo gana mucho con el sufrimiento", […] "Pienso que es muy hermoso que los pobres acepten su des- tino, que lo compartan con la pasión de Cristo. Pienso que el sufrimiento de los pobres es de gran ayuda para el mundo"244.

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243 Éxodo, 21:24; Levítico, 24:20.

244 Conferencia de Prensa en Anacostia, Washington DC, 1981. La cursiva es mía.

Habría sido interesante desde el punto de vista psiquiátrico llegar a conocer cómo esta monja, que consideró el sida como un castigo divino, pudo haber defendido semejante barbaridad.

¿Cómo se puede tener una mente tan retorcida como para llegar a considerar que el sufrimiento de los pobres sea de gran ayuda para el mundo? Por cierto, fijémonos en que la señora Teresa de Calcuta habla del sufrimiento de los pobres, pero no del de los ricos. Es lo que les faltaba a los grandes capitalistas y explotado- res de la humanidad para que se sintieran satisfechos porque, gracias a su ambición compulsiva, consiguen día a día que el número de pobres y la cantidad de sufrimiento que soportan vaya aumentando de manera tan "beneficiosa" [?] para el mun- do.

Sin embargo, parece que es una absoluta estupidez la idea de que el sufrimiento de la humanidad sea de utilidad para la redención de la humanidad. Tan absurda como la de que el sufri- miento de Jesús en la cruz sirviera para ese mismo fin, y tan absurda como la de que realmente hiciera falta una redención de un pecado que, aunque hubiera existido, no tenía sentido que se borrase como consecuencia de un delito mucho mayor; y mucho menos teniendo en cuenta que para la jerarquía católica y cris- tiana en general la misericordia del dios de los cristianos es infi- nita, por lo que no hacía falta nada más para la obtención de su perdón. En el tiempo en que no se tenía en cuenta que la miseri- cordia divina había que verla como infinita pudo tener cierto sentido que se hablase del sufrimiento humano –o del divino- como una forma de colaborar en los méritos para la obtención del perdón y de la salvación del hombre, pero, a partir de la doc- trina acerca del carácter infinito de dicha misericordia el sufri- miento como forma de compensación del pecado no tiene nin- gún sentido como tampoco lo tiene la idea de que un mal se remedie con otro mal. Y mucho menos si se tiene en cuenta ade- más que la supuesta predeterminación del dios cristiano implica que el ser humano no tiene ninguna responsabilidad y ninguna culpa de lo que sucede ni de lo que él mismo hace, pues todo estaría programado por la divinidad.

Pero, además, según los textos evangélicos, parece evidente que la redención del hombre ni siquiera se ha producido por el sufrimiento y por la muerte en una cruz del supuesto hijo del dios cristiano, ni por el sufrimiento de los pobres, quienes efec- tivamente no han logrado que "el Padre" perdone a la humani- dad, pues condena al "fuego eterno" a la mayor parte de la humanidad y, además, según Isaías, Pablo de Tarso o Tomás de Aquino entre otros, ha predestinado a cada hombre a ser salvado o a ser condenado. Siendo consecuentes con el punto de vista de Escrivá de Balaguer o de Teresa de Calcuta acerca del dolor, habría que esforzarse por alcanzar el Infierno y no el Cielo, pues parece que en el Infierno hay un dolor infinito, de manera que si éste debe ser glorificado, ¿qué otra realidad sería más glorifi- cable? Pero en realidad ni el sufrimiento del Infierno ni el sufri- miento terrenal sirven para purificar nada, al margen de que el dolor sea en algunos casos un mecanismo biológico que nos avise de alguna enfermedad o deterioro de nuestro organismo. Por ello, la exaltación del dolor o de la penitencia como "gratí- simos a Dios" sólo es una muestra del absurdo antropomorfismo sádico que invade las doctrinas de la jerarquía católica, pues el perdón de un ser infinitamente misericordioso no requiere para nada de la venganza consistente en deleitarse con el sufrimiento de quien hubiera podido causarle una ofensa -ni de cualquier otro en su lugar-, al margen de que la idea de que un dios omni- potente pudiera ser ofendido por el hombre es simplemente ridí- cula, y mucho más teniendo en cuenta que todas y cada una de las acciones, deseos y decisiones del hombre habrían sido pro- gramados por ese mismo dios tan omnipotente e inmutable. En verdad sería estúpidamente pretencioso considerar que el ser humano tuviera la capacidad de ofender o de causar el más lige- ro disgusto a un ser perfecto como lo sería su dios, pues en el propio concepto de perfección va incluida necesariamente la absoluta inmutabilidad y, por ello, su impasibilidad, que le man- tendría totalmente alejado de las posibilidades humanas de pro- vocar en él cualquier alteración, como sería el doloroso senti- miento de haber sido ofendido o el sádico sentimiento placentero de hacer sufrir al supuesto ofensor.

Como dice un refrán español, "no ofende quien quiere, sino quien puede". Así que, suponiendo que el dios cristiano omnipo- tente existiera ¿quién podría ofenderle? Ya en el libro de Job, uno de los más interesantes de la Biblia, su autor había tomado conciencia lúcida y exacta de esta cuestión cuando escribió:

"Si pecas, ¿en qué perjudicas a Dios? Si multiplicas tus delitos, ¿qué daño le causas? Y si eres justo, ¿qué gana con ello? ¿Qué recibe él de tu mano? Es a ti mismo a quien afecta tu maldad; a ti, que eres hombre, tu rectitud245.

Un punto de vista similar a éste, aunque no idéntico, es el que en su momento y lugar defendió Epicuro, quien entendió que la divinidad se encontraba totalmente al margen de los asun- tos humanos. Y, en este sentido, escribió:

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245 Job, 35:6-8.

"El ser vivo incorruptible y feliz (la divinidad), saciado de todos los bienes y exento de todo mal, dado por entero al goce continuo de su propia felicidad e incorruptibilidad, es indiferente a los asuntos humanos"246.

Pero, además, el ser humano no sólo no podría ofender a su dios sino que ni siquiera podría querer hacerlo, pues en cuanto éste sería el ser que colmaría cualquier deseo humano sería obje- to de amor, y, por ello, en cuanto, como dice Aristóteles, el bien es aquello a lo que todo tiende247, la afirmación de que se pueda odiar aquello que al mismo tiempo se ama y desea es efectiva- mente una contradicción. Pero entonces, ¿qué sentido podría tener la apología del dolor? Parece que las doctrinas y creencias aparentemente más absurdas tienen siempre una explicación oculta que puede aflo- rar cuando se analizan las circunstancias en que han surgido. Y, en este sentido, es evidente que esta doctrina ha servido y mu- cho a los intereses económicos de la jerarquía católica, pues su insistencia en la consideración del ser humano como pecador y de que la penitencia es el modo de obtener el perdón divino calaron en la mayoría de los creyentes, y la jerarquía cristiana supo encauzar las penitencias debidas hacia el terreno económi- co, planteando a sus fieles en casi todas las ocasiones la posibili- dad de sustituir la penitencia física por diversos "donativos", "ofrendas", "herencias", "limosnas" a su organización –o, más

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246 Epicuro: Fragmentos y testimonios escogidos, *13*, p. 180. Publicado en Epicuro: Obras. Editorial Gredos, Madrid, 2007. En el fragmento siguiente aparece un complemento del anterior, aunque más relacionado con otros temas, como es el de la falta de sentido que tiene la oración: "Si dios prestara oídos a las súplicas de los hombres, pronto todos los hombres perecerían por- que de continuo piden muchos males los unos contra los otros".

247 Aristóteles: Ética Nicomáquea, I, 1094a, 2-3.

exactamente, a su jerarquía- que supo presionarles hasta el momento de su muerte para que donasen sus bienes a la "Igle- sia", para realizar así esta última obra de caridad penitente, que repercutiría en el bien de su eterna salvación, aunque sin duda mucho más claramente en el incremento de las riquezas de los dirigentes de la secta, sin que nunca llegase el momento de que éstos decidieran compartir esa "penitencia económica", tan glo- rificada, repartiéndola entre los pobres para cumplir con el men- saje de aquél en cuyo nombre dicen predicar.

  • 2. EL ABSURDO CELIBATO DE LOS CURAS

A pesar de que en los primeros siglos del cristianismo incluso los obispos podían estar casados y a pesar de que el matrimonio es un estado tan natural o más que el celibato, los dirigentes de la secta católica prohiben que los sacerdotes pue- dan casarse. Aunque en la época del Antiguo Testamento y en los prime- ros tiempos del cristianismo no hubo legislación alguna contra- ria al matrimonio de quienes se dedicaban a las tareas propias de los curas, en el concilio de Nicea, en el año 325, hubo una pri- mera legislación que comenzó a prohibir que los curas se casa- ran. Desde entonces la jerarquía católica ha seguido defendiendo hasta la actualidad el celibato obligatorio para los sacerdotes.

Esta doctrina, sin embargo, no impidió que en tiempos pos- teriores los dirigentes de la secta aceptasen que los curas vivie- sen amancebados con sus respectivas "barraganas" o concubi- nas, a condición de que pagasen el impuesto correspondiente al papa, que de modo insaciable siempre encontraba los medios de seguir llenando sus arcas sin fondo.

Efectivamente, esto fue lo que sucedió en la organización católica a comienzos del siglo XVI, cuando el papa León X, en su Taxa Camarae presentó una "solución pecuniaria" al proble- ma de la convivencia marital de los curas, solución consistente en ordenar que "los sacerdotes que quisieran vivir en concubinato con sus parientes, pagarán 76 libras, 1 sueldo"248… …¡a las arcas del Vaticano! La doctrina del celibato de los curas fue establecida por la jerarquía católica por intereses muy particulares que no se corresponden con ninguna enseñanza ni consejo evangélico. De hecho, el mismo Pablo de Tarso, a pesar de su rigidez respecto a la sexualidad, acepta que los obispos puedan estar casados, escribiendo en este sentido:

"es preciso que el obispo sea un hombre sin tacha, casado solamente una vez"249.

La tendencia de la jerarquía católica hacia un control cada vez mayor sobre el clero condujo progresivamente a una legis- lación más estricta en favor del celibato de los curas. Sin embar- go, a pesar de ella, la actitud de los curas siguió siendo por mucho tiempo muy laxa respecto al cumplimiento de esta legis- lación. Según explica Pepe Rodríguez, durante mucho tiempo… "…tan habitual era que los clérigos tuviesen concubinas, que los obispos acabaron por instaurar la llamada renta de putas, que era una cantidad de dinero que los sacerdotes le tenían que pagar a su obispo cada vez que trasgredían la ley del celibato. Y tan normal era tener amantes, que muchos obispos exigieron la renta de putas a todos los sacerdotes de su diócesis sin excepción; y a quienes defendían su pure- za, se les obligaba a pagar también ya que el obispo afirma- ba que era imposible el no mantener relaciones sexuales de algún tipo.

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248 Citado por Pepe Rodríguez en Los pecados fundamentales de la Iglesia Católica, p. 398. Barcelona, 1997, Ediciones Grupo Zeta.

249 Pablo, Timoteo, 3:2.

A este estado de cosas intentó poner coto el tumultuoso Concilio de Basilea (1431-1435), que decretó la pérdida de los ingresos eclesiásticos a quienes no abandonasen a sus concubinas después de haber recibido una advertencia pre- via y de haber sufrido una retirada momentánea de los beneficios.

Con la celebración del Concilio de Trento (1545-1563), el Papa Pablo III […] prohibió explícitamente que la Iglesia pudiese ordenar a varones casados"250.

Por otra parte, la jerarquía católica, por puro interés y estra- tegia para evitar un nuevo cisma dentro de su organización, mantiene dos leyes contradictorias acerca de esta cuestión, pues mientras los curas católicos del rito oriental pueden casarse, los del occidental no, como si tuviera sentido considerar como bue- no en un sitio lo que en el otro se considera malo, en lugar de aplicar la misma norma para todos los sacerdotes.

La doctrina en favor del celibato resulta contradictoria con los principios de la jerarquía católica, pues si, como dicen los cardenales y el jefe de esta organización, hay que considerar "lo natural" como criterio de moralidad, en tal caso por lo mismo que prohíben el uso del preservativo por no ser natural, siendo coherentes, deberían permitir que los sacerdotes actuasen de acuerdo con su propia naturaleza y, en consecuencia, no debe- rían negarles el derecho a vivir su propia sexualidad y su vida afectiva natural, por lo que deberían permitirles elegir libre- mente entre las diversas opciones afectivas y sexuales: vida de celibato, de matrimonio homosexual o heterosexual, como expresión de sus tendencias naturales, pudiendo formar una familia como el resto de los mortales.

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250 Pepe Rodríguez: La vida sexual de clero, capítulo 3. Ediciones B, Barce- lona, 1995.

Además y precisamente porque la naturaleza humana tiene un componente afectivo y sexual de radical importancia, es muy probable que la conducta pervertida de tantos curas, que abusan sexualmente de niños o mantienen una "doble vida" o tienen que recurrir a relaciones homosexuales o heterosexuales de modo se- creto -y en algunos casos con "conciencia de haber pecado"- sea una consecuencia de esta moral sexual represiva de la secta católica. Por ello, los dirigentes católicos no sólo deberían tener muy en cuenta -en lugar de encubrir y ordenar encubrir- los casos de sacerdotes pederastas, obrando de modo hipócrita al incumplir las leyes de aquellos países que ordenan colaborar con la justicia denunciando tales delitos sino que deberían revisar su moral sexual tan al margen de "lo natural". El motivo económi- co y práctico que, por lo menos en parte, parece que explica esta normativa de la jerarquía vaticana contraria a las denuncias con- tra los sacerdotes pederastas consiste en que de ese modo los creyentes no llegan a conocer los delitos de sus curas y así no se produce el escándalo correspondiente. Luego y en la mejor de las situaciones, los dirigentes católicos, para asegurarse de que tales casos permanecen ocultos y como si no se hubieran produ- cido, cambian de destino al cura o al obispo correspondiente en lugar de denunciarlo a las autoridades civiles, por el simple motivo de que en estos momentos no disponen de personal sufi- ciente para reemplazar a quienes no son un ejemplo de la moral que predican o no saben actuar con suficiente discreción. Ade- más, los dirigentes de la organización procuran mantener en secreto, si pueden, los casos de pederastia, bastante frecuentes en los últimos años, a fin de no perder una parte importante de su "mano de obra" espiritual, de la que en los últimos tiempos parece estar necesitada a causa de que, al parecer, su dios no parece preocuparse demasiado por suscitar "vocaciones" sacerdotales suficientes.

Otro motivo que puede haber influido en el mantenimiento de la norma sobre el celibato consiste tal vez en el problema que supondría el traspaso de la vivienda parroquial a quien tuviera que sustituir a un párroco fallecido: En los distintos pueblos y distritos de las ciudades existe la "casa del cura" o la "casa del abad", cuya propiedad corresponde normalmente a la organiza- ción católica. El problema que plantearía la muerte de un párro- co casado consistiría en que su mujer y sus hijos tendrían que abandonar la vivienda parroquial para cederla al nuevo párroco y ello implicaría un grave trastorno familiar para la viuda y los hijos del párroco difunto, pero también para la jerarquía católica en cuanto dicha familia no dispusiera de recursos suficientes para poder subsistir y poder instalarse en una nueva vivienda, y, a pesar de todo, tuviera que abandonar su anterior vivienda para dejarla al nuevo párroco. Ese problema se multiplicaría por el número de iglesias parroquiales que fueran propiedad de la orga- nización católica y eso representaría un problema constante en cuanto su despreocupación por dichas familias provocaría nume- rosos escándalos y repercutiría en un aumento del desprestigio social de la secta.

Sin embargo, en cuanto el celibato obligatorio represente una de las causas que influyen en el alarmante descenso de "vo- caciones" para el sacerdocio, y la consiguiente dificultad para la economía de la iglesia, es probable que sus dirigentes se replan- teen qué les interesa más para su negocio, y así, de acuerdo con sus cálculos, tratarán de adaptar su doctrina a aquellas solucio- nes que les reporten más beneficios y menos problemas.

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