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Capítulo del libro "La psiquiatría española en la transición" (página 2)


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El psicoanálisis en Argentina, ¿un fenómeno de masas?

Ángel Garma (1904 – 1993), psiquiatra bilbaíno, fue el primer psicoanalista español y el primer presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (A.P.A.). Formado en Berlín y miembro de la DPG, la sociedad psicoanalítica alemana; en 1931 regresa a Madrid con la ambición de fundar un grupo psicoanalítico y difundir el psicoanálisis en España; con escaso éxito.

El estallido de la guerra civil acaba con su proyecto. Su llegada a la Argentina, en 1938, no pudo ser más oportuna. En torno a dos médicos argentinos, Enrique Pichón Rivière y Arnaldo Rascovsky, había comenzado a reunirse un grupo de médicos e intelectuales interesados en el psicoanálisis.

Ellos necesitaban didactas autorizados para ser reconocidos por la Asociación Psicoanalítica Internacional (I.P.A.) y Garma, recién llegado al país en que residiría el resto de su vida, pronto no tendría horas suficientes para atender a sus pacientes.

Además participaría allí del sueño que no había podido realizar en España: la fundación de una asociación psicoanalítica.

El boom del psicoanálisis en Argentina: El psicoanálisis conoció su mayor popularidad en dos países: Estados Unidos y Argentina.

A este hecho no parece ajeno el que fueran dos países cuya población mayoritaria era producto del aluvión migratorio.

El inmigrante, fugitivo de la miseria económica y la persecución étnica, tenía dos objetivos primordiales en esta nueva tierra prometida: el progreso económico y el reconocimiento social que les habían sido negados en sus países de origen.

El primero de estos objetivos vitales se reflejó en una sobrevaloración del trabajo que motivó que, en muchos casos, esta aspiración se viera cumplida; el segundo se proyectó sobre la siguiente generación.

El deseo de estos inmigrantes era que sus hijos accedieran a un título universitario y a una profesión liberal que, por razones económicas o raciales, les había estado vedada.

En Argentina la profesión más prestigiosa era la medicina y el sueño de todo inmigrante que su hijo fuera Doctor.

La técnica freudiana implicaba la creación de una nueva profesión liberal: "El pago directo, el aislamiento de la relación entre analista y analizado, la neutralidad del analista y su abstención ante las demandas puntuales del analizado o su familia…", hacían del psicoanálisis "una técnica psicoterapéutica particularmente apropiada al contexto del consultorio privado" , generando una nueva especialidad médica, liberal y de prestigio.

Mientras tanto, los psiquiatras continuaban encerrados en el Hospicio con sus locos, constituyendo así una especialidad, de escaso prestigio social. Si ésta es una explicación posible para el rápido crecimiento de la oferta de psicoanalistas, no basta para explicar la demanda, aún teniendo en cuenta que por su formación, más próxima al modelo maestro – discípulo que a la enseñanza universitaria, todo aspirante a analista es, ante todo, un analizado.

Una de las causas de esta gran demanda de análisis, sin pretender agotar en ella la repuesta, reside en que la Argentina es un país en el que, aún hoy, es difícil encontrar sujetos adultos cuyos padres o abuelos no sean inmigrantes.

Para el inmigrante y su descendencia, la extranjeridad radical del sujeto respecto del medio y de sí mismo, la división subjetiva, todos estos cuestionamentos que postula el psicoanálisis y que tan extraños resultan al lego, son datos de la realidad inmediata, una evidencia que es difícil desconocer.

El psicoanálisis argentino y la Salud Mental Pública

La preocupación por la salud mental pública no es ajena a Freud, quien, en 1918, en la Budapest socialista de su amigo Ferenczi, manifestó la necesidad de hacer llegar los beneficios del psicoanálisis al conjunto de la población, aunque fuera al precio de crear una aleación entre el oro puro del psicoanálisis y el cobre de otras prácticas.

O, más explícitamente aún, en una carta que le dirige a Max Eingtinton: "Si, además de su importancia científica, el psicoanálisis tiene valor como método terapéutico, si es capaz de prestar auxilio a la humanidad sufriente…, entonces este auxilio también debe ser dispensado a la gran masa de aquellos que son demasiado pobres para retribuir con sus propios medios la ardua labor del analista".

Y, volviendo al discurso de Budapest: "El tratamiento sería, naturalmente, gratuito. Pasará mucho tiempo hasta que el Estado se dé cuenta de la urgencia de esta obligación suya".

Desde sus inicios el psicoanálisis argentino, a diferencia del de otros países, estuvo relacionado con la salud pública. Los dos grandes arquitectos de su institucionalización trabajaban en la salud pública y no abandonaron esa práctica después de su conversión.

Al contrario, intentaron introducir la práctica del psicoanálisis en los hospitales. Arnaldo Rascovsky, pediatra del Hospital de Niños, fundó y dirigió un departamento de psiquiatría infantil.

Enrique Pichon Rivière introdujo la psicoterapia de orientación psicoanalítica, en el Hospicio de las Mercedes. Durante varios años fue obligatorio para los adherentes de la APA concurrir a estas clases en el Hospital Psiquiátrico como parte de su formación.

Desde los años 50 un grupo de psiquiatras impulsaba una reforma profunda del sistema de salud mental: apertura de servicios de psicopatología en los hospitales generales (hasta entonces la atención psiquiátrica estaba confinada en los Hospitales Psiquiátricos), creación de hospitales de día, consultorios externos, etc.

No se trataba de una auténtica Reforma Psiquiátrica como la que más adelante tendría lugar en Europa, ya que estos nuevos servicios estaban destinados a coexistir con los manicomios, no a cerrarlos.

El Policlínico Gregorio Áraoz Alfaro, de Lanús (una barrio obrero del Gran Buenos Aires), abrió en 1958 un pequeño Servicio de Psicopatología, el primero en un hospital general, bajo la dirección de Mauricio Goldenberg, psiquiatra ecléctico, nada reacio al psicoanálisis, que incluso recomendaba a sus discípulos.

Bajo su impulso, este servicio se convirtió pronto en un modelo que atraía a jóvenes profesionales, no sólo médicos, sino también psicólogos, que por primera vez participaban en un hospital público; la mayoría de formación psicoanalítica y ávidos de participar de una experiencia absolutamente extraordinaria.

La actividad de todos estos profesionales, poco o nada remunerada, constituía una verdadera militancia, un trabajo voluntario que se hacía como servicio para los pacientes y la sociedad en que vivían.

Esta experiencia, con la dirección de Valentín Barenblit, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, se prolongó hasta 1976, "cuando la dictadura militar acabó (…) con el proyecto y dispersó a tantos argentinos preocupados por la salud mental por el mundo".

Al calor de esta experiencia se introdujeron técnicas de psiquiatría comunitaria y la teoría y la clínica psicoanalíticas en gran cantidad de servicios de psicopatología públicos y privados, actividad que no se interrumpió ni siquiera con el golpe militar del 76.

El psicoanálisis argentino en los 70

El psicoanálisis, en sus múltiples variantes, estaba profundamente arraigado en la sociedad argentina, fundamentalmente en sus capas medias.

Las vías de formación eran muchas. Había una asociación reconocidas por la IPA: la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), pero ésta no podía atender a una demanda creciente.

Tanto es así que la propia APA se vio en la necesidad de impulsar la creación de la Escuela de Psicoterapia Para Graduados, que acogía la demanda de formación de psicólogos, excluidos de la APA por no ser médicos, y de médicos que no podían costearse la cara formación oficial, con sus años de análisis didáctico de cuatro sesiones semanales.

Por otro lado, en un país siempre abierto a las nuevas ideas, habían hecho su espectacular aparición los psicoanalistas lacanianos. Éstos no aceptaban las reglas ni la autoridad que se había autoconferido la Internacional, de la que Lacan había sido expulsado, y con su slogan "el psicoanalista se autoriza en su propio análisis", expresaban su rechazo a toda norma corporativa, recuperando así para el psicoanálisis su carácter original de praxis abierta a todos los que tuvieran cualificación para ejercerlo, sin restricciones de titulación y libre de toda tutela médica.

Pero la actividad psicoanalítica no se restringía a estos ámbitos y se extendía al conjunto de la sociedad. Los psicoanalistas daban clases en la carrera de Psicología, que llegó a ser la de mayor número de alumnos, desplazando así a carreras tradicionales como Medicina, Derecho y Ciencias Económicas.

Muchos de estos alumnos aspiraban a ejercer la práctica psicoanalítica y casi todos consideraban al psicoanálisis fundamental para su formación. También el psicoanálisis estaba presente en los servicios de psicopatología de los hospitales públicos (Lanús, Piñero, Pirovano, etc.) y privados (Italiano, Israelita, Británico) e, incluso, en ciertas áreas de los hospitales psiquiátricos.

En otros servicios predominaban otras corrientes psicoterapéuticas, como la sistémica en el Hospital de Niños de La Matanza, contribuyendo así a acabar con el monopolio de la psiquiatría tradicional en la salud pública.

Además proliferaban las psicoterapias breves de orientación psicoanalítica ,los grupos terapéuticos de orientación psicoanalítica, los psicodramas de orientación psicoanalítica, y las escuelas y grupos de estudio en que se formaban sus practicantes.

En 1960 Pichon Rivière había fundado la Escuela de Psicología Social, donde no se formaban psicoterapeutas sino que se entrenaba a gente de muy diversa formación en aplicaciones del psicoanálisis en otras áreas.

Y , efectivamente, el psicoanálisis estaba presente en muchos colegios, grupos operativos, actividades barriales, etc.

También en los medios de comunicación estaban presentes los psicoanalistas, expresando su opinión autorizada sobre diversos temas de interés público.

En los primeros años setenta no había casi ningún acontecimiento de repercusión social en el que no se consultara la opinión de algún psicoanalista y Arnaldo Rascovsky había llegado a ser una figura conocida en Televisión.

El psicoanálisis como ficción

En un país con una psiquiatría débil, enclaustrada en las cátedras de la facultad de Medicina y en los hospitales psiquiátricos, sin capacidad de renovación y, en contraposición, un psicoanálisis masivo e hiper activo, era natural ver en éste una alternativa a la psiquiatría asilar.

Pero "cualquier innovación institucional tiene las limitaciones de las exigencias políticas del estado en que se erigen las instituciones".

Eso nos lleva indefectiblemente a recluirse en la práctica privada, o aplicar terapias de orientación psicoanalítica con pacientes recluidos en hospicios y carentes de los más elementales derechos humanos.

Por otro lado, la tarea de modificar las instituciones es más una tarea política que psicoanalítica, y requiere otro tipo de militancia.

Militancia política a la que, en general, las instituciones psicoanalíticas han sido reacias por redoblar la persecución a la que el psicoanálisis se hacía acreedor per se.

Dos posiciones coexisten desde la misma fundación de la APA. Una de ellas, la podríamos encarnar, un tanto arbitrariamente, en la figura de A. Rascovsky, quien, a pesar de ser originalmente pediatra y haber impulsado la práctica psicoanalítica en el Hospital de Niños, terminaría por calificar la práctica pública como una manifestación sintomática de masoquismo por parte del psicoanalista que participa de ella.

Esta posición propugna la práctica privada del psicoanálisis y considera a la salud mental pública extraterritorial respecto del campo analítico.

Otra corriente, más preocupada por la inserción social del psicoanálisis, podríamos encarnarla en la figura, igualmente significativa, de Enrique Pichon Rivière, desde la incorporación del psicoanálisis en el Hospicio de las Mercedes hasta la fundación de la Escuela de Psicología Social.

Algunos de los seguidores de esta última tendencia entran en conflicto con la realidad social a partir de su propia práctica, sobre todo en los campos de las psicosis en los hospicios, del psicoanálisis infantil en servicios pediátricos, de enfermedades psicosomáticas en hospitales generales.

Para desarrollar su praxis psicoanalítica se ven forzados a aceptar algún tipo de compromiso con la institución en la que trabajan.

Es más, en un estado policial, no es posible criticar en voz alta las injusticias sociales a las que su trabajo los enfrenta cotidianamente. ¿Cómo tolerar un discurso que se pretende científico al precio de renunciar a lo real?, sobre todo cuando la realidad incluye la persecución, prisión o desaparición de colegas, amigos y familiares.

En palabras de Maud Mannoni: "¿Qué sentido tiene ejercer el psicoanálisis en un contexto en el que hay que hacerse sordos a los gritos de los prisioneros para poder seguir ejerciéndolo?".

En este contexto, ¿no se manifiesta el discurso analítico mismo como un discurso delirante, en tanto discurso que rechaza lo real?.

En 1971, mientras los militares se aprestan a abandonar el gobierno en medio de una aguda polarización entre las fuerzas de la derecha y de la izquierda, dos grupos minoritarios renuncian colectivamente a la APA, por razones más políticas que científicas, cuestionando tanto la falta de democracia interna de la Asociación como su papel en la sociedad: "Plataforma", movimiento internacional psicoanalítico fundado en Roma en 1969 por jóvenes candidatos de diversas latitudes al calor del mayo francés, pero que sólo tuvo continuidad en Argentina, con el impulso de Armando Bauleo y Hernán Kesselman, jóvenes adherentes que habían estado en Roma, y la incorporación de los didactas Marie Langer, Emilio Rodrigué, Diego y Gilou García Reinoso y "Documento", del que participan, entre otros, Fernando Ulloa (especialista en análisis institucional), Fanny Shutt y Alba Kaplán (hoy también en España).

Sus primeras acciones fueron un seminario sobre psicoanálisis y marxismo, y la edición de dos libros colectivos: Cuestionamos I y II, con un significativo epígrafe de Marie Langer: "Freud y Marx han descubierto, por igual, detrás de una realidad aparente, las fuerzas verdaderas que nos gobiernan: Freud, el inconsciente; Marx, la lucha de clases".

La sola enumeración de algunos de los títulos que componen estos libros nos da una idea de su contenido: Psicoanálisis y marxismo, Violencia y represión, Marxismo y psicoanálisis, Realidad y violencia en el proceso psicoanalítico, Psicoanálisis, ideología y política, Psicoanálisis y antiimperialismo, Psicoanálisis y/o revolución social, en Cuestionamos I. Psicoanálisis: institucionalización y/o cambio, Sobre la tortura, Algo más sobre la tortura, Premisas ideológicas de la investigación psiquiátrica, La mujer: sus limitaciones y potencialidades, en Cuestionamos II.

No nos sorprenderemos si a muchos de estos autores los reencontraremos en las listas de psicoanalistas exiliados cuatro años después. Pero no serán únicamente ellos los perseguidos. Sería una reducción excesivamente simplista de la realidad decir que la izquierda rompió con la institución y la derecha permaneció en ella.

Algunos de los referentes más significativos de la izquierda, como Pichon Rivière y José Bleger, optaron por permanecer en la APA. Bleger, que fallecería al año siguiente, llegó incluso a estigmatizar a los renunciantes: "Me temo que parte de los que renunciaron a la Asociación Psicoanalítica Argentina (y, en rigor, al psicoanálisis) en pro de la política, van a ser malos políticos, malos profesionales y malos intelectuales… La revolución social no se hace dentro de la APA".

La posición ideológica común a éstos y otros analistas la resume Maud Mannoni en la obra citada: "La ruptura gira alrededor del rechazo de la teoría considerada como un monumento de seguridad, hasta el punto de auto limitarse.

La teoría debe ser un instrumento, un modo de elucidación; y todo trabajo teórico sólo tiene sentido si hay algo que lo supere (es decir, una práctica en la que el paciente, a través del proceso psicoanalítico, pueda crearse a sí mismo, en vez de normalizarse)" ¿Abría esta ruptura nuevas perspectivas para el psicoanálisis? Nunca lo sabremos.

El golpe de marzo de 1976 obligaría a estos analistas a desperdigarse por el mundo o a refugiarse en el exilio interior.

El psicoanálisis sólo puede continuar practicándose en Argentina al precio de hacer un "psicoanálisis de cámara", de espaldas a la realidad. Los analistas deben elegir cuidadosamente a sus pacientes y los pacientes a sus analistas, si no quieren correr el riesgo de la desaparición forzada (como ocurrió en el caso del psiquiatra psico dinámico Juan Carlos Rissau, desaparecido en 1976 en el curso de una investigación sobre uno de sus pacientes y por su pertenencia a la combativa Federación Argentina de Psiquiatras).

En estas condiciones puede entenderse, se justifique o no, la posición de la APA, que en el Congreso de la IPA realizado en Jerusalén en 1977 se opuso a una condena pública de la represión en Argentina para no comprometer a sus miembros, sospechosos por su misma profesión de ser potenciales subversivos a los ojos de los represores.

Maud Mannoni recuerda una advertencia que le hiciera Arminda Abarastury en 1972, respecto a un congreso lacaniano en Brasil: "¡No vayáis! ¿Qué significa el psicoanálisis en un país en que todo el mundo tiene a un ser querido en la cárcel?" ¿ Qué significa el psicoanálisis si sólo es posible su práctica al precio de no plantear la cuestión de la verdad, piedra angular de la teoría que funda esa práxis? Sólo resta una teoría que gira sobre sí misma sin consecuencias en la realidad. ¿Puede el psicoanálisis coexistir, sin traicionar a su esencia, con un régimen psiquiátrico – policial? ¿Puede, se pregunta Elizabeth Roudinesco , alimentar un discurso psiquiátrico – jurídico que castiga la diferencia con la exclusión en la cárcel o en el hospital psiquiátrico, sin renunciar a su razón de ser?.

Pero si estos interrogantes son válidos en todo tiempo y lugar, el precio pagado para ejercer el psicoanálisis en la Argentina del Proceso era aún mayor: la renegación de la realidad.

Recuerdo, como experiencia personal cuasi delirante, escuchar las quejas de un paciente sobre su infancia desgraciada, con el sonido de fondo de un tiroteo ¿Tiene sentido ejercer el psicoanálisis bajo una negación tan brutal de la percepción?.

Y, sin embargo, en esos difíciles años el psicoanálisis continua practicándose, no sólo en consultas privadas sino también en hospitales públicos.

El encuentro con el psicoanálisis español

A los psicoanalistas que eligieron el exilio, o se vieron forzados a él, les aguardaba un encuentro con una realidad muy diferente.

El psicoanálisis en España, carente de la tradición y el arraigo que tenía en Argentina y Latinoamérica, expulsado de las instituciones públicas, circulaba en ámbitos reducidos y en la semi clandestinidad.

El psicoanálisis, ya sea por su origen judío, por su afrenta a la moral o por su relativización de toda autoridad y toda ilusión social (baste leer El malestar en la cultura, El porvenir de una ilusión, o Psicología de las masas y análisis del Yo, de S. Freud), nunca tuvo buenas relaciones con los regímenes totalitarios.

Quemados sus libros y perseguidos sus practicantes en la Alemania y la Austria nazis, la Sociedad Psicoanalítica Alemana sólo sobrevivió una vez depurada racialmente, como psicoanálisis ario, y eso gracias al prestigio del apellido de M. Heinrich Göring, director del Instituto Alemán de Investigación Psicológica y Psicoterapia, y familiar del célebre ministro nazi.

Incipiente en la Rusia bolchevique, fue prohibido bajo el stalinismo por su carácter burgués. No podía correr mucha mejor suerte bajo el franquismo.

Pero reducir el fracaso del psicoanálisis en España a la antipatía del régimen sería una excesiva simplificación.

¿Por qué fracasa el psicoanálisis en España?

En Argentina el psicoanálisis adquiere prestigio intelectual gracias a los escritos de Ortega y Gasset y las conferencias de Rodríguez Lafora, se lee a Freud en la edición española con traducción de López Ballestero, el primer analista didácta y el primer presidente de la APA es Ángel Garma, también español.

Y sin embargo el psicoanálisis arraiga en la sociedad porteña y no en la española. ¿Por qué?.

Muchas eran las razones para que las ideas freudianas no arraigaran en la península: el catolicismo y su moral, opuestos a la nueva ética fundada por Freud; una cultura que rechaza tradicionalmente la mención de los propios problemas y dificultades, sobre todo si éstos son de índole sexual; el estoicismo castellano y el carácter épico del español (López Ibor).

Pero, después de citar algunas de estas dificultades, ya enunciadas en 1932 por Juarros, María Luisa Muñoz, con extraordinaria perspicacia, cita otra causa para este fracaso: "la ausencia en España de una intelectualidad judía, abierta científicamente, que hubiera acogido sin prejuicios las nuevas aportaciones freudianas, facilitando su implantación y desarrollo."

¿Es el psicoanálisis un chiste judío?

El estigma de ser una ciencia judía persiguió al psicoanálisis desde sus comienzos.

Podemos interpretar este estigma como una defensa que erigió occidente ante una nueva teoría que parecía socavar sus bases ideológicas; cuestionando la razón de un sujeto que no es ya dueño de su discurso, con el descubrimiento del inconsciente; y sus bases morales, con la teoría de la sexualidad infantil.

De esta manera se podía desautorizar al psicoanálisis atribuyendo sus desviaciones al carácter degenerado de una raza, o simplemente descalificarlo, como hizo Pío Baroja al definirlo escuetamente como palabrería judía.

Las principales teorías destinadas a conmover los cimientos del pensamiento occidental (marxismo, freudismo, teoría de la relatividad) surgieron en las mentes de judíos germanos asimilacionistas (judíos que hablaban alemán y no ydish, como los judíos del ghetto).

Distanciados de sus orígenes judíos por su deseo de integrarse a la sociedad en que residían, y rechazados por ésta por su origen judío, esta extranjería radical hizo de la intelectualidad judia un sector menos prejuicioso y más abierto a las nuevas ideas, así como a una mayor reflexión sobre su propia interioridad y su subjetividad.

España no tenía relación alguna con esta cultura en la que germinó y floreció el psicoanálisis. Cuando Freud empezó a hacer sus descubrimientos ya hacía cuatrocientos años que los judíos habían sido expulsados de la península.

La psicología en la cultura española

Así como España ha sido tradicionalmente hospitalaria para la pintura y el genio de la lengua, ha sido refractaria al pensamiento europeo.

Si tuviéramos que elegir un género literario como el más representativo del español, designaríamos sin duda al esperpento, con su deformación sistemática de la realidad, sus rasgos grotescos y absurdos, su lenguaje coloquial y desgarrado, sus expresiones cínicas y jergales.

En palabras de Valle Inclán: "Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada".

Si bien es Valle su creador, esta modalidad literaria, hunde sus raíces en El Quijote y la literatura del siglo de oro, y se prolonga en el cine: Buñuel, Berlanga, Almodóvar, Álex de la Iglesia.

Diríamos entonces que la literatura española, en su tipicidad, es una literatura del exceso. Del exceso y de su rectificación, vía los grandes moralistas, tanto en su vertiente religiosa como en la laica (Unamuno, Ortega, Sabater).

Pero difícilmente encontremos en la literatura española un equivalente de la novela psicológica de un Flaubert, un Thomas Mann o un Dostoievsky.

Incluso el gran realista español, Pérez Galdós, trabaja más con arquetipos, como Doña Perfecta, que con verdaderos caracteres psicológicos individuales.

Esta ausencia de realismo psicológico no responde sólo al carácter de una raza, sino a la ausencia del pensamiento moderno en Castilla.

La subjetividad en la literatura es un reflejo del pensamiento burgués, y España no es cartesiana.

Por esa razón el psicoanálisis no despertó el mismo interés en sus escritores que en los americanos o europeos; o, mejor dicho, si hubo artistas que se interesaron en el psicoanálisis (Dalí, Buñuel), lo que les interesó fueron sus procedimientos (asociación libre, atención flotante) y no su psicología.

El psicoanálisis es ajeno a la tradición cultural española.

El psicoanálisis antes de la guerra civil

Que la obra de Freud interesa en la España anterior a la guerra civil no admite dudas: los más eminentes psiquiatras e intelectuales de la época leen y publican comentarios sobre esta obra, pero la mayor parte de lo que se escribe es crítico; de tal modo que lo que llega al lector, psiquiatra, médico, filósofo o intelectual, no es tanto un pensamiento innovador como la crítica del mismo.

Más aun, los pioneros del psicoanálisis en España, los que se sienten favorablemente inclinados hacia él, pretenden incorporar el saber analítico a la ortodoxia psiquiátrica, en lugar de constituir una alternativa a la misma. Valentín Corcés cita entre estos pensadores interesados en incorporar el psicoanálisis a Lafora en la psiquitría, Marañón en la medicina, Ortega y Gasset en la filosofía, Barnes en la pedagogía.

Pero añade: "Sin embargo, la obra psicoanalítica de estos autores es pobre y coexiste en condiciones de inferioridad epistemológica con otras teorías y disciplinas; es, por tanto, simplemente parte integrante de un bagaje cultural, en ciertas ocasiones enciclopédicos, en muchos de nuestros pensadores.".

Es recién en 1931, cuando Garma regresa a España, que un español comienza a escribir y a publicar no sólo sobre psicoanálisis, sino desde del psicoanálisis.

Más importante aún, es el primer español que escribe sobre psicoanálisis desde una experiencia como analizado y como analista. Sus colegas están dispuestos a leer a Freud, a incorporar algunas de sus ideas a su práctica médica o psiquiátrica; pero no a psicoanalizarse. Su ex analista, T. Reik, le escribe: "Yo ya sé que los conocimientos teóricos del psicoanálisis son bastante conocidos por los psiquiatras y psicólogos de su hermoso país; pero sé también que pocos han comprendido que solamente aquel que se somete a un psicoanálisis puede adquirir un conocimiento verdadero de este método psicológico".

Podemos concluir, como lo hace Valentín Corcés, "que la guerra civil, más que cortar el proceso histórico e institucional de institucionalización psicoanalítica, lo que hizo fue cerrar el proceso personal emprendido por A. GARMA.".

Aventurar que de haberse prolongado la existencia de la II República la institucionalización del psicoanálisis hubiera tenido lugar menos tardíamente, sería hacer historia – ficción; pero es indudable que el triunfo del franquismo y el exilio de significativos psiquiatras de manifiesta simpatía por la obra de Freud, como Lafora y Mira, condenó al psicoanálisis español a desarrollarse en las catacumbas.

El psicoanálisis en la pos guerra

" La historiografía rigurosa rechaza la idea de que el psicoanálisis no era conocido en España en los años de posguerra; por el contrario, en estas fechas, se iniciaba –lenta y trabajosamente- un proceso de institucionalización del pensamiento freudiano.

Este intento estuvo fuertemente mediatizado y dificultado por la situación política y por el empuje de la pastoral católica denominada "pastoral psiquiátrica"…" Dice la pastoral: "… si el psicoanálisis descubre la causa de tal perturbación, él querrá, según su principio, evocar totalmente ese inconsciente para hacerlo consciente y suprimir el obstáculo.

Pero hay secretos que es absolutamente necesario callar, incluso al médico, aun a pesar de graves inconvenientes personales."

La oposición de la psiquiatría oficial al psicoanálisis es aun más férrea que la de la Iglesia. Esta oposición se encarna magistralmente en el Dr. López Ibor, figura dominante de la teoría y práctica psiquiátricas bajo el franquismo.

El fundamento ideológico de esta crítica reside en "la opinión de que el psicoanálisis valía para los países anglosajones, pero para Europa, especialmente para España,(…) no tenía ningún valor".

Opinión que López Ibor expone con claridad en una conferencia de 1956: "El proyecto vital del español y la crísis del saber ".

Proyecto vital que consiste en cumplir una misión, la de fundar un nuevo humanismo, una forma de vida distinta, más próxima a la eternidad y a lo absoluto. Esta misión le corresponde al español por la superioridad del hombre hispánico.

Para cumplir con ella, el español debe olvidarse de sí mismo, de sus problemas y sus conflictos, tanto internos como externos, para volcarse en valores universales.

No es de extrañar que en España tuvieran más aceptación las ideas de Jung, con su teoría del Inconsciente Colectivo, propio de cada pueblo, que el Inconsciente freudiano, individual, propio de cada sujeto, y, a la vez, universal en las leyes que lo rigen.

En ese clima social, el incipiente movimiento psicoanalítico español se desarrolla en los márgenes de la sociedad.

Así lo explicita Margaret Steinbach, única didacta en la península, en su informe a la Sociedad Psicoanalítica Alemana que la ha designado en esa función: "Como en España la Iglesia Católica tiene más poder que en otros países, tenemos que contar con eso a propósito del psicoanálisis.

Pero, aparte de esto, hasta ahora no hemos tenido ninguna oposición, aunque esto, a lo mejor, tiene que ver con el hecho de que nosotros trabajamos de forma discreta y no hemos tenido ninguna manifestación pública…"

"Yo creo que en este país lo mejor es no entrar en polémicas, sino todo lo contrario" Subsumido al "interés" del Dr. López Ibor y al beneplácito de los confesores; a trabajar "de forma discreta", sin "ninguna manifestación pública" y sin "entrar en polémicas", el psicoanálisis español estaba condenado al ostracismo, sin la carga subversiva ni la repercusión social que tuvo en otras latitudes. La "coexistencia pacífica" del psicoanalisis con el régimen franquista nos devuelve al problema ya apuntado respecto al psicoanálisis como ficción.

La buena predisposición hacia el psicoanálisis de ciertos sectores de la Iglesia y la voluntad manifiesta de no "entrar en polémicas", ¿no corre el riesgo de condicionar el psicoanálisis a ciertos límites dentro de los cuales más que psicoanálisis se produzca una ficción psicoanalítica? ¿Los católicos que se acercan al psicoanálisis pueden acaso obviar la indicación de Pío XII: "…hay secretos que es absolutamente necesario callar, incluso al médico…" ? ¿Es posible servir a la vez al Dios de la iglesia y al demonio del psicoanálisis?

Las relaciones del psicoanálisis español y el argentino

El incipiente grupo de psicoanalistas españoles, que surge con retraso respecto a otros países, requiere el apoyo de asociaciones psicoanalíticas ya consolidadas.

Ya sea por razones lingüísticas o por el interés personal de Ángel Garma, la APA cumple un papel destacado en estos intercambios, sobre todo con Madrid.

Mientras tanto, en Barcelona predomina la colaboración con las sociedades británica y francesa.

En 1952, Garma viaja a Madrid para dictar dos conferencias en la clínica de Gregorio Marañón.

En 1954, Alberto Tallaferro da un curso de psicoanálisis al grupo madrileño y conferencias en Madrid y Barcelona.

Ese mismo año fallece Margarita Steinbach, única psicoanalista didacta reconocida por la IPA residente en España.

Los que quieran continuar con su formación analítica deberán hacerlo en el exterior: en París, Ginebra o Buenos Aires.

Ramón del Portillo se analiza con Garma, María Teresa Ruíz con León Grinberg y Eduardo Blaise con Pichon Rivière.

En 1955 se realiza en Barcelona el I Congreso Iberoaméricano de Intercambio Médico – Psicológico con la colaboración de la APA y la presencia de gran número de psicoanalistas argentinos, congreso que es la presentación en sociedad del psicoanálisis español.

Ese mismo año, dos grupos de estudios, uno de Madrid y otro de Barcelona, se presentan al XIX Congreso de la IPA celebrado en Ginebra.

Como no hay ningún miembro de la IPA residente en el país, según exigen sus estatutos, estos grupos no pueden ser reconocidos.

En el mismo congreso, Arnaldo Raskowsky se ofrece a pasar tres meses al año en España y recibir durante otros tres meses a los candidatos españoles en Buenos Aires, completando así seis meses de formación anuales.

En 1957, Jaime Tomás, psicoanalista español formado en Argentina, se traslada a Madrid, donde, durante dos años, analizará a diez candidatos.

La trayectoria de Jaime Tomás es representativa de esta historia de viajes de ida y vuelta entre España y Argentina. Nacido en 1921 en Irún, hijo del presidente del partido Social Radical de Guipuzcoa y sobrino de Victoria Kent y de Thomás Meabe, uno de los fundadores de las Juventudes Socialistas; al iniciarse la guerra civil se traslada a París con su padre, Cónsul General de la República Española.

Ante el avance de los nazis, como tantos otros españoles, se exilian en Méjico, donde Jaime estudia Medicina.

Al terminar la carrera funda el primer Grupo de Psicoanálisis de Méjico, junto con el también exiliado Avelino González y colegas mejicanos.

Se traslada a Buenos Aires para completar su formación. Llega a ser miembro titular de la APA y participa de la restringida Comisión de Enseñanza. Y precisamente entonces, cuando ha alcanzado el éxito profesional y el reconocimiento social, la nostalgia lo lleva a regresar a España.

Pero, después de dos años, ante el ambiente represivo y la falta de libertad con que se desarrolla el psicoanálisis en España, decide retornar a la Argentina.

En 1973 lo reencontraremos en Madrid. Uno de sus analizantes, Juan Francisco Rodríguez, se traslada a Buenos Aires para continuar allí su formación: "En los finales de la década de los 50, cuando el psicoanálisis en España empezaba apenas a salir de las catacumbas de la posguerra, decidí irme al extranjero en busca de una formación psicoanalítica en un Instituto que fuera reconocido por la International Psychoanalitical Association.

Con esa finalidad me puse en contacto con Ángel Garma, que era en ese momento presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina, y llegué a Buenos Aires en marzo de 1960.

Una de las cosas que más me sorprendieron a mi llegada a la ciudad fueron precisamente los cursos de psicoanálisis que todos los miércoles a las 8 de la tarde daba Ángel Garma en la Facultad de Medicina de Buenos Aires.

Viniendo del páramo psicoanalítico que era la España de aquellos años, quedé completamente sorprendido de ver un aula de 500 personas escuchando a Garma que, con su clara y potente voz y acento castellano (que, por cierto, nunca perdió en sus muchos años de vida en Argentina), explicaba con toda naturalidad los más complicados y poco convencionales aspectos de la teoría y la práctica psicoanalíticas"

El psicoanálisis como contracultura

La principal diferencia con que tuvieron que encontrarse los psicoanalistas inmigrantes fue que, mientras que el psicoanálisis era parte destacada de la cultura argentina, en España era contra cultural.

Mientras que el argentino de clase media es consciente, no de su inconsciente, pero sí de tener uno; ésta es una idea extraña al común de la población española.

No se trata de establecer una diferencia de valor entre ambas características, pero sí de reconocer una diferencia en la maneras de estar en el mundo, en la percepción que se tiene de uno mismo y de los otros, en los modos del goce.

Una diferencia entre una españolidad (o una catalunyedad) arraigada a la tierra y a las generaciones, y una argentinidad nacida de un cocido de culturas en un puchero en constante ebullición. Una diferencia entre el tango y la copla.

El triunfo del franquismo redobló un modo feudal, religioso y campesino, en el mismo momento en que éste empezaba a derrumbarse.

Bajo el prolongado gobierno que siguió, una España (último bastión de occidente) devastada por la guerra civil y aislada internacionalmente, se volvió sobre sí misma, con la pretensión de permanecer inmune a las influencias extranjeras.

La transición fue, en mi opinión, un salto sobre el vacío de la pre-modernidad a la post-modernidad, sin haber atravesado los aportes y sinsabores de la modernidad.

En Argentina, en cambio, se fusionó una inmigración mayoritariamente europea que siguió teniendo su referencia en Europa, en una negación de su nuevo lugar en el mundo.

Durante muchos años los Pirineos fueron más altos que ancho el Atlántico, con una doble consecuencia: una España geográficamente europea, pero viviendo de espaldas a lo que allí se cocía; y una Argentina hipertróficamente intelectual, pero al precio de renegar el destino al que su pertenencia al tercer mundo inexorablemente la empujaba.

Es tarea del que llega hallar los puntos de encuentro con la cultura de un país al que no ha sido convocado. Pero ¿cómo entrecruzar la historia psicoanalítica argentina con las articulaciones culturales españolas?.

Rechazado por la derecha por su inmoralidad y menospreciado por la izquierda por su adaptabilidad al sistema y su idealismo, el psicoanálisis madrileño circulaba en medios reducidos de adeptos sin alcanzar popularidad.

La psiquiatría oficial era definidamente biologicista; con escasas excepciones psicodinámicas, fundamentalmente la del Servicio de Psiquiatría de la Clínica de la Concepción de la Fundación Jiménez Díaz que, con la jefatura desde 1956 de José Rallo, psiquiatra formado psicoanalíticamente en Suiza , funcionaba como un servicio de psiquiatría psico – dinámica y permitía a muchos analistas realizar una experiencia clínica.

La psicología era hegemonizada por el conductismo, sin distinciones ideológicas. El papel de acompañante como ideología de salud mental de una izquierda en alza en un momento de cambios, que en otros tiempos y otros ámbitos fue jugado por el psicoanálisis, estaba ocupado por la anti-psiquiatría y, en menor medida, las corrientes interaccionales, más adecuadas a la tradición materialista y humanista de la izquierda.

 

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