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Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 7)

Enviado por roberto macció


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Le sonreí con mis ojos atornillados, ella se acerco para besarme en forma tierna, me acarició con sus manos tibias y sin mediar palabra alguna me fue desvistiendo despacio, después me beso todo el cuerpo y desnuda también se tendió sobre mi cuerpo. Nos amamos como siempre… apasionados.

Cuando me desperté Celia ya había preparado el tentempié cotidiano. Me hizo señas para que me levantara y me dijo que había preparado bajo la galería la mesita ratona para merendar.

Otra vez sentados frente a los viveros nos encontramos en silencio, la tarde calurosa estaba calada por una ventisca que de a ratos menguaba la temperatura y nos refrescaba los cuerpos aún transpirados.

Yo no decía nada. Escuchaba y respondía sus cortos argumentos. No sabía si ahondar sobre el tema que me preocupaba o esperar a que ella sugiriese algo…

Llegue a pensar que tal vez lo del día anterior había sido una solo una chanza y nada más que eso. El tiempo huía y Celia mutis, me trataba como siempre, bondadosa y afectiva.

Más, cuando mi razón y mi lógica se habían casi olvidado del tema, su boca se abrió para dispararme justo al centro de mi corazón:

-Por que la mataste…- pregunto sin ni siquiera levantar una ceja de asombro, tendiéndome al hacerlo un mate en su mano derecha.

-¿A quien…?- solo pretendía ganar algo tiempo para especular sobre el mejor destino de mi mentira. Intuía sin embargo, que en aquella febril jornada, mi conciencia agotada tendría que confesarle a esa amante conquistadora, toda o casi toda la verdad.

-Quiero la verdad… no te hagas el tonto… Creo que merezco, como mínimo, saber con quien estoy…-

-Pero yo no…-

-Decime la verdad, tienes que confiar en mi… sino en quién…-

Escuchar por primera vez a alguien que está sentado frente a vos y que te pide una explicación de los horribles sucesos de aquella noche fue totalmente demoledor para toda mi estructura como persona. En lo psíquico y en lo físico. Me puse a llorar por primera vez desde que quite una vida.

Celia me contuvo, me abrazo como se le abraza a un niño que confiesa su pecado y pasando su mano por mi cabeza gacha me tranquilizaba diciéndome:

– Llora amor… alivia tus penas…-

Enjuague mis lágrimas sobre su remera y mis condenas sobre su corazón. Y fui conciente que mi savia vigente se estaba atando a fuego con la respiración de esa mujer.

Creí en ella y en su amor… pero otra vez una mujer me desilusiono.

Le exterioricé como pude mi ligazón con Mabel e intenté descifrar lo que había pasado esa trágica noche. Jugué mi futuro a todo o nada. Ya me tropezaba batido de tanto yerro.

Ahora era ella quien debía disipar esa energúmena alternativa, o colegía mis alegaciones y las juzgaba atenuando las secuelas, o me sentenciaba y listo.

Pero Celia era antes de todo una mujer… y como tal no acató ninguno de los dos florilegios…

Nunca supe a ciencia cierta si su razón discurrió los tornadizos escenarios y eventualidades que mi palabra quiso sugerir o si la generosidad tibia germinada desde su torpe corazón había arrojado un manto de piedad sobre mis errores…

Eso si, su arremuesco marcaba una honda preocupación, latente espeluzno en su semblante.

-Te amo, te entiendo y quiero ayudarte… los dos podemos salir juntos de esto…- Me susurró sofocando sus voces en mi cabellera.

Conteste con el crudo silencio de mi fatigada inocencia… perdido entre sus faldas buscando su mano tibia para que me ampare de mi limosneado existir.

Y exactamente eso hizo, todo el largo rato que se quedo conmigo esa jornada me ciño entre sus brazos y me mimo cuantas veces pudo.

Y al ángelus se alejó de mi, no sin antes ambicionarme compasivos descansos y comprometiéndose a volver temprano al otro día.

– No te preocupes amor…- Me balbuceó al oído – Todo se va a arreglar… los dos solos podemos hacerlo….- Me beso en la frente y se marchó.

Y por primera vez en mucho tiempo me sentí por fin acompañado.

CAPITULO XXVI

(Un proyecto debe ser un sueño sin límites obtusos) Haykus

La Plata, 15 de octubre de 1983.

-Señor Martín Aguirre- La voz de Vicente, que se encontraba apoyado sobre el capot de su auto estacionado en la vereda de los números pares de la calle diez, sobresaltó al dueño de casa que recién llegaba y estaba tratando de abrir la cerradura de la puerta de entrada.

– Si soy yo…- Contestó sorprendido por esos dos individuos que lo estaban esperando.

– Soy el inspector Vicente Soriano de la Policía, podría hablar unos minutos con usted…- Le expresó el detective mientras extendía su diestra para saludarlo.

-Si, como no…- Continúo contestando el empleado del banco.

-Le presento a mi ayudante el cabo Acosta-

-Mucho gusto señor- apuntó Martín y estrecho la mano del joven que se encontraba a la izquierda del veterano.

-Esto nos llevará poco tiempo, le queremos hacer unas preguntas sobre un amigo suyo…-

– Usted dirá inspector…-

– Tengo entendido que usted es amigo del señor Luciano Giovanini… puede ser…- Soriano con un dejo de frase desgarbada intentó amedrentar al interlocutor que tenía enfrente.

Efusivo, adrede y por sobre todo, articulando viejas y oscuras enseñanzas de una escuela de interrogatorio perimida, que consideraba involucrados en primera face a todos aquellos testigos o sujetos sondeados.

– Si, en efecto, es así, le sucedió algo malo a Luciano…- respondió inquieto el muchacho.

-A él no…- marcó en demasía un breve silencio y agregó:

-Perdone Aguirre, podemos pasar un momento a su casa para conversar –

-Sí, como no, pasen por favor…-

La charla se extendió no más de cuarenta minutos.

El equilibrio psíquico de Martín, conmovido de modo profundo ante los relatos pavorosos de ese vigilante pueblerino, se manifestó con el semblante de un anacoreta y buscó en la honra de su razón desorientada, una explicación factible de toda esa ensortijada y chiflada historieta policial.

" El no puede ser, Luciano es incapaz de una cosa así… lo conozco… Debe ser otro tipo, uno con nombre parecido, o igual, pero no el que nosotros conocemos…"

Fueron estas algunas de las respuestas que en forma ingenua y de una manera espontánea, volcaba el joven bancario mientras el inspector le machacaba el cerebro, vertiendo anatemas irracionales sobre la conducta de su amigo.

Al final, desdibujado su rostro ante tanta evidencia, se animó a contar con lujos de detalles, todos los hechos ocurridos esos días que Luciano paso en su casa.

"Nos dijo a todos los que estábamos esa noche reunidos que estaba viviendo y trabajando en la ciudad de Ramallo, en una fábrica de galletitas "

Párrafo que Vicente registró con mucha atención en su libreta.

Intentó sacarle alguna otra información, un teléfono que el sospechoso le haya dejado u alguna dirección, pero nada, no había más.

Ramallo pensó… donde lo dejaron cuando hizo dedo…

Sentía que por fin empezaba a cerrar el círculo.

Se despidió de Martín agradeciéndole su valiosa colaboración y como había hecho el día anterior con Giampieri, le comunico que seguro, serían citados por el juez de la causa para atestiguar en la misma.

CAPITULO XXVII

(Puedo ser sin ti, sin ellos, sin nosotros, pero no sin mí) Haykus

Pergamino, 25 octubre de 1983.

-¡Vos estas loca, reloca…! ¿Meditaste sobre lo que estas pidiéndome que haga…? Quiero pesar que no, no podes razonar así-

– ¡Si que lo deliberé, claro que analicé, no soy como vos que se mueve por impulsos…!-

– ¡Pero me pedís locuras…!-

– ¡Me pedís locuras…! La palabra locura en tus labios se desdibuja como una gota en el mar, no seas perverso… Mi locura creo que es pedirte que lo ejecutes, porque en definitiva lo especulé por ti… –

– ¿Por mi…? No me digas, no me creo ese argumento… ¿Por mi decís…?-

– Y por quien más… Parece que no percibes aún cual es tu estricta situación. ¿Que proyectas?, ¿Quedarte enclaustrado el resto de tu vida acá? Por que si es así como reflexionas, entonces te detallo que es una lúgubre quimera. La realidad es otra…tú realidad es otra-

– Hoy es esa, esa utopía de la cual te reís es mi única verdad, no hay otra posible, no tengo otra posible-

– Yo ya sé quien sos, que te llamas Luciano, vivías en La Plata y un día de locura mataste a una piba. A mi toda esa historia que leí en el pasquín local, me importa un bledo porque te quiero antes de saberla. ¿Pero razona? Rogelio no es un hombre tonto, al contrario, es un tipo muy desconfiado y apenas tu descripción despunte de nuevo en las páginas de otros periódicos, él también va a sospechar de vos y no te quepa ninguna duda, que lo primero que va hacer es denunciarte, por las dudas nomás…-

– Me puedo ir a otro lado-

-A si, no me digas… a ver, contame… que pensaste hacer, vas a cambiar tu apariencia, alguna operación de rostro…-

– No seas burlona… puedo irme a otro lado, como llegue acá puedo…-

-No peques de ingenuo que te queda mal… si emigras de este inmundo campo muy bien sabes que corres el riesgo de que te reconozcan y fuiste… se terminó todo… Y rasurarte o teñirte el pelo no es una escapatoria conveniente… No te queda otra posibilidad que la que yo te brindo… recapacítalo con tu almohada esta noche… yo ya me voy –

– No lo voy a matar…-

– Entonces empieza a olvidarte de mí… No quiero estar presente cuando te aprehendan, ni mucho menos aparecer como tu cómplice…-

Y se marcho sin besarme después de aquella anamnesia.

Mi noria sustancial se había desbaratado, fragmentada en mil pedazos que huían por todas partes abandonándome. Anacoluto irresuelto, otra vez me encontraba solo frente al mundo.

A Celia le había demando una semana escasa, para carearme de nuevo, con mi albur sombrío.

Abroquelado en mi quebradiza anabiosis, hambrientos despojos de mi espíritu apimplaban sus penas en una botella de ron.

Aquella que yo consideraba que apuntalaba mi alma, en forma repentina se volteaba hacia mí, arrinconándome en un callejón sin salida.

Otra vez una ilusión muerta, y van…

Otra vez una mujer intentando manipular mi destino, y van…

Celia mentía, otra mentira de la persona a quien pretendes amar…y van…

Mi madre primero, Estela desde un principio, Mabel apenas pudo…ahora Celia…

¿Para que me declaro su amor, si nunca fue necesario…?

Anagogía simbólica la interpretación de sus recientes dichos:

"Tienes que matar a Rogelio, un accidente, no tiene parientes cercanos, después de un tiempo, cuando todo se olvide, apareces vos y listo, empezamos nuestra vida, como lo soñamos"

Mentía la funesta, no perseguía con su siniestro plan solucionar mi suerte, ¡No! ¡Mentía…! Y asimismo resultaba tramposo el silogismo planteado que su marido descubriría quien yo era…

Su único objetivo era el de quedarse con el dinero y las posesiones de estúpido esposo. Y de nuevo yo me tendría que convertir en el brazo ejecutor…

CAPITULO XXVIII

(Deja a los caballos galopar hasta el hartazgo) Haykus

Ruta 8, 16 de octubre de 1983.

La ruta ocho encerraba en esos últimos kilómetros que faltaban para llegar a Pergamino todo el cansancio de los dos agentes policiales. El cabo Acosta cabeceaba en el asiento de la derecha hacía por lo menos una hora larga y su boca semiabierta dejaba cada tanto escapar algún chillar de ronquido.

Vicente embutido literalmente en su butaca, cerraba uno de sus ojos para poder encontrar la ruta. Le restaban apenas unos cinco mil interminables metros y se consolaba pensando que pronto estaría durmiendo en su confortable cama.

Durante todo el trayecto de vuelta repasó uno a uno los avances que había logrado en su investigación. A pesar del agotamiento, se percibía ansioso por describirle a su amigo Lagos cada uno de los testimonios ganados, datos todos por demás importantes, como el suministrado por el gordito Giampieri, el empleado del banco, que le confirmo de manera muy clara, que este tal Luciano le había relatado un lunes, en una hilarante crónica, no solo los detalles de la pelea con su mujer Estela y los pormenores del viaje de regreso a dedo hasta La Plata, sino lo más substancial, la referencia que hizo de la chica que conoció en esa vuelta…

Todas estas reseñas coincidían en un ciento por ciento con las declaraciones vertidas por Jorge Rodriguez Paz. Informe que seguro pondría muy contento al milico de su padre, pensó entonces que lo llamaría a éste temprano la mañana siguiente, para ponerlo al tanto de sus investigaciones

Recordó también las otras informaciones que dio el otro amigo bancario, como se llamaba se pregunto en silencio: "Martín", se contestó en silencio mientras buscaba un cartel que le indicase cuantos kilómetros faltaban para llegar.

– Estaba bastante asustado – le contestó a su conciencia.

Y siguió hablándose en voz alta para despabilarse un poco más:

-Lo que dijo el chico también es importante, confirma que el turro estaba separado de su mujer, como ella sostuvo siempre…Esta chiflado el chabón este, dejar a una familia por una piba que conoce en un viaje… cada loco con su tema, por donde andará trotando el tipo este… porque eso que esta viviendo en Ramallo, como le especificó a sus amigos no me cierra mucho… En principio él estuvo en ese lugar de paso, ni siquiera eso, porque Jorge lo dejo, según recuerdo, a la entrada de la ciudad… pero nada se puede descartar… o es mucha casualidad o vaya uno a saber por que miércoles lo mencionó-

Ya estaba entrando al pueblo, miró de reojo a su compañero de viaje que a esta altura roncaba de una manera descarada.

Se sonrió de verlo desparramado y reanudó la conversación con su sombra:

– El lunes lo mando a éste y a Romerito bien temprano a Ramallo, que visiten todas las fábricas de galletitas y distribuidores, a ver si conocen a este loco… Me tengo que acordar antes de avisar al comisario de allá, sino después se ponen celosos estos putos, creo que el flaco Godoy todavía anda por esos pagos, mañana le hago una llamadita por teléfono…-

Miró su reloj, habían pasado diez minutos de las once:

– Buen promedio- exclamo.- Menos de cuatro horas-

– Acosta, despertate que ya llegamos…-

– ¿Estamos en Pergamino…? Que rápido jefe…- Murmuro el cabo refregándose con el puño sus ojos.

– Dale dormido, ya estamos en la puerta de tu casa…-

– En verdad estaba muerto jefe…-

– Bueno, entonces descansa bien el fin de semana porque el lunes viajas de nuevo…-

– ¿A dónde…?- preguntó el subordinado que ya había descendido del auto y se encontraba parado al lado de la ventanilla de su jefe.

– Te vas a ir a Ramallo, con Romero, mañana te llamo por teléfono y arreglamos… chau pibe…-

– Hasta mañana jefe-

Cruzó otra media ciudad para llegar a su residencia, las luces apagadas de ésta le advertían que su señora Nora todavía estaba en Salto visitando a su mamá…

Por suerte era sábado y todavía podía pedir una pizza por teléfono…

Se pegó una refrescante ducha mientras esperaba el delívery.

Cuando salió del baño gozaba la emoción de sentirse en otro cuerpo, si bien denotaba el cansancio residual del viaje, la tranquilidad del ambiente apaciguaba en buen grado el tenor de aquellos ajetreos.

"Todo hombre necesita descansar de su mujer unos días…" meditó como si fuese un real bhikku.

Salto de cama mediante, pantuflas bien cómodas, una cerveza fresca, la pizza con servilleta, sentado frente a la tele mirando como las minas movían sus culos en la repetición tardía de "venga a bailar", los pies sobre la butaca marrón de la cocina, la voz chillona de Norita a cien kilómetros de distancia… despejado, sosegado, buscó el apuntador que había llevado en su viaje, leyó de nuevo todos sus extractos, después marcó algunos párrafos y los traspasó al libro de tapas duras que guardaba en su escritorio.

CARTA A MI COLERA… (5)

Luján, 25 de octubre de 1983.

Fue tal vez el mayor error fue poner mi mano sobre su cuerpo cuando la ira se apoderó de mi razón. Lo sé.

Cuando el pulso nos empieza a latir mas atropellado de lo conveniente y advertimos esa convulsión que emana desde los instintos mas sombríos es provechoso quedarnos quietos, serenos… el presente será otro cuando de nuevo nos gane la calma… pero como se hace…

Cuando la pasión es quien nos gobierna y habla en sordina a nuestro oído interno y su impulso desorbitado nos invade… es entonces cuando los defectos se nos dibujan voluminosos, exagerados, como las siluetas a través de la bruma.

El decir es distinto del hacer…

Un mortal de tradiciones sanas puede admitir espurios criterios, un infame sermonear la verdad, hasta aquel que no cree en ella puede hacerlo.

Una cosa es decir y otra muy distinta es hacer…

Pasión es esa ira desenfrenada que consigo misma se complace y regodea.

¿Como impedir su voracidad cuando le soltamos la cuerda dentro nuestro…?

Pues aún cuando sea originada por un juicio infundado, al revelársenos una coartada razonable o una compasiva defensa, nos enfadamos contra la verdad misma y contra la inocencia.

La cólera se crispa escondiéndola, mejor optaría por exteriorizar mis ímpetus que incubarlas a mis propias expensas, pues enflaquecen y se evaporan al expresarlas, preferible es que sus punzadas obren exteriormente a que contra nosotros las pleguemos.

"Los vicios son más leves al ser conocidos y son muy perniciosos cuando están ocultos bajo apariencia de salud", declaró alguna vez Séneca.

Y dijo Aristóteles:

"alguna vez la cólera procura armas a la virtud y al valor"

Y a mi entender es verdad este principio.

A pesar de aquellos imberbes que pretenden contradecirlo pero, en su descrédito, solo logran afirmarlo sosteniendo con cierta sagacidad que son armas novedosas, porque así como nosotros manejamos a las armas conocidas, éstas diferentes nos manejan a nosotros; y nuestra mano no las gobierna, son en cambio ellas las que conducen nuestra mano y nos empuñan sin que nosotros empuñemos.

Y así fue.

CAPITULO XXIX

(Por mi ventana la noche oscura me pide auxilio) Haykus

Luján, 27 de octubre de 1983.

-Si…quien habla…-

-Oscar…Pásame con Estela por favor…-

-Vos, en que lío te metiste pibe… para que la buscas… déjala tranquila, piensa un poco en Sebastián…-

No vislumbre odio en esa queja.

-Solo quiero que me des con Estela… después no molesto más…-

Escuche como el negro la llamaba y le anticipaba "es Luciano, ojo con lo que decís…"

Ella me habló con voz trémula, quebrada… yo intenté impostar la mía para que resulte a sus oídos más convincente.

Dijo solo hola y se quedó muda del otro lado de la línea. No sabía bien por donde empezar mi sermón confesado, se confundían en mi lógica, frases y emociones, "Hola, como estás", contesté tonto, escuchando del otro lado un vacío.

Al rato "Para que llamaste Luciano, sabemos todo… me mentiste".

"Me mentiste", era lo único que parecía afectarle… Abrió su bezo solo para excomulgarme.

De nuevo se produjo un sepulcro silencio, esperando seguro que de mí naciera alguna razón para haberla llamado.

Emociones primarias empezaron a germinar dentro de mi cabeza acribillada, enfrascada aún en las alegorías de expectativas falsas.

Nunca entendí que razonamiento valedero me animó esa madrugada a caminar tantos kilómetros para encontrar una cabina pública y realizar esa llamada. Tal vez haya sido ese estado de soledad que iba de a poco cubriendo mi fase letal, mezclado con el sabor rancio emanado desde la impotencia por demostrar mi inocencia interior… quien lo sabe… Por ahí solo buscaba un perdón o pedir perdón… ya no importa cual fue…

-¡Sí! Te mentí parcialmente, no en todo… igual ese detalle hoy es de menor cuantía, ya no tiene ninguna importancia. Tampoco sé cual es la causa de porque te hablo, supongo que es porque a vos y a mi hijo los sigo considerando como mi única familia… pero ya ni de eso estoy seguro…- Cavilé al escucharme e intenté reflexionar sobre ese recogimiento evaluativo, ella sin perder tiempo y sacando bravura como aquel viernes, muy posible que rodeada por su padre otra vez, me escupió en la cara:

– Yo sí estoy segura, ya no eres nada nuestro…así que será mejor que te olvides de nosotros-

Pensaba antes, mencionarle que no volvería a llamarla por mucho tiempo, pero la frase había quedado obsoleta con su comentario.

-¡Soy inocente!- grité en la calma Lujarense esperando que mi clamor estallara en su alma.

Pero Estela esa noche era solo carne y especulación:

– ¿Vas a negar que la mataste…? Seguís mintiéndome… si eso te ayuda hazlo, pero cuando te encuentre la policía tendrás que encontrar otros argumentos… o vas a falsearles a ellos como lo hiciste siempre conmigo…-

El clic de las monedas bajando en el aparato de teléfono, aceleraban también mis pulsos mientras mi raciocinio intentaba buscar una fórmula sensata que lograse explicarle en diez minutos mis últimos tres meses de vida.

Pretendí interrumpir su monólogo induciéndola a que me escuche, una, dos, tres veces, y nada, ella hostigaba con su ensimismamiento.

No intentaba parecer apodíctico ni ambiguo, solo me consumía la desazón del culpable.

Cuando pudo, cuando se le antojó, suspendió su declamación y por primera vez me preguntó:

– ¿Qué piensas hacer…?- Su tono se acentuaba moderado y divulgaba una cierta descarga emotiva que me inspiró a seguir la charla.

– No sé… en verdad no sé… – franco como un ángel respondí.

– ¿Dónde estás…?- curioseó sin segundas intenciones.

– No quiero decirte…no puedo, lejos…-

– Entrégate… están detrás de ti, vinieron acá, estuvieron en La Plata, con tus amigos, saben de vos… te van a agarrar y va a ser peor…-

Escuche por primera vez su llanto y me compungió el alma.

La voz de su padre se entendía en un segundo plano, pidiéndole a ella que cortase por que seguro su aparato telefónico se encontraba pinchado…

Quise decirle tantas cosas en aquel instante pero no pude, mi lengua atornillada entre los dientes apretados solo dejó escapar algún que otro espasmo seco. Lagrimas afónicas cubrían mi rostro.

En mi mudez pero, maduré mil frases, mil perdones, mil cuídate, mil cuídalo, mil te quise… mil te quiero.

Y colgué.

CAPITULO XXX

(Alma, a través de la ventana, confío que regreses) Haykus

Luján, 1 de noviembre de 1983.

Gano Alfonsín, yo creo que lo hubiese votado.

Como será votar, hubiera sido mi primera vez.

Ese fin de semana en que hubo elección presidencial, con Celia urdimos un plan para que Rogelio creyese que yo había marchado a mi pueblo a sufragar, pero en realidad nunca salí de esa prisión agrícola.

Aquel célebre domingo, sabedor que mi patrón iría al cuarto oscuro bien temprano y que luego pasaría a dar un vistazo al calmil, me enclaustré, casi al amanecer, en un establo abandonado de la esquina sudoeste de la chacra. Me llevé el termo, el equipo de mate y una radio a pilas que Celia me había regalado.

Él llegó a eso de las nueve y media y se quedó hasta las once.

Bigardeando báculo, junto al sector de la broza, permaneció esa hora y pico. Se retiró en silencio, como llegó.

Yo permanecí hasta las doce en aquel desmantelado cubil por temor a que regresara. Después ya me instalé en la casa. Sabía que en ese horario los dos estarían viajando rumbo a la ciudad de Cañuelas para que Celia votase y de paso, visitarían a la parentela.

Prendí la tele para distraerme un rato pero solo existían esa tarde programas de noticias departiendo de la histórica jornada. Yo exclusivamente repensaba en que hacer con mi subsistencia.

Enigma cósmico el destino, tantas veces pensé en él durante este tiempo… tantas, que ya perdí el número.

No era el mío ese típico temor a lo desconocido, no… el sentimiento que se gestaba dentro de mí era un miedo sobrenatural que intentaba birlar una fantasía a su incierto futuro.

Medité en tantas cosas… proyecte tantas otras…

No quería vivir con temor el resto de mi existencia, ni por siempre en esa tierra santa…

Que buscaba realmente Celia con su plan, sino más que colgar una pesada ancla a mi existencia, cargar una pesa monstruosa en mi mochila.

Ella me estaba usando… Era un suceso que estaba a la vista, lo intuía el más imbéciles de los mortales. Si yo tomaba la determinación de acabar con la vida de Rogelio tal como ella lo sugería, ya sea envenenándolo o de cualquier otra manera, podía pasar dos cosas: la primera, que apenas sucedido el hecho la cretina me denunciara… así de una… ya en varias ocasiones me había relatado varias andanzas con un par de policías del pueblo que según sus dichos, eran solo amigos de juventud, pero conociéndola, sospecho que eran antiguos amantes más que compañeros, y si esto no ocurría y en verdad su plan era sacarse del medio a Rogelio, quedarse con sus posesiones y después de un tiempo formar pareja conmigo, entonces de forma invariable utilizaría, toda vez que lo creyese necesario, esos miserables secretos que conocía de mi pasado en mí contra. Estaba cantado, nunca sería libre…

O sí…

Para amparo de mi dicha o desdicha, lo que me deparaba el destino dependería de manera estricta, solo de mis actos.

Solo necesitaba creer en mis decisiones.

Ellas me hacen único.

Todos somos únicos pero algunos nos creemos diferentes…

Y en todas las sociedades, sean antiguas o contemporáneas, existieron y convivieron personas con características propias y objetivos distintos.

Yo soy único.

Esta invariable composición del tejido social a sabido sobrevivir al tiempo, mas allá de modos, aditamentos y formas. Yo formo parte de ella y a pesar de mi falta de voluntad e interés soy un partícipe activo en su orientación y rumbo.

Nadie se escapa a esta condición.

Ni siquiera aquella alma que pretende escaparse de esa red poniendo distancia entre sus códigos y modales… se sigue perteneciendo.

El rebelde, o debo decir el que vive en estado de rebeldía, como pretendo hacerlo yo tal vez, no hace más que elegir una de las tantas posibilidades que tiene para moverse dentro de este mundo de relaciones.

Pero yo me creo único…

Hombres deambulando ordenados, cada cual con sus historias, sus inciertos futuros… se hace irremediable una tormenta de acomodamientos unilaterales y a su vez equitativos.

Constantes vaivenes de avances y retrocesos. Yo estoy en ese tobogán ahora… pero confío detener mi caía.

Ella deberá entenderme, no quiero pasar otra vez por eso, no soy un asesino, lo de Mabel fue otra cosa.

CAPITULO XXXI

(Hombre, el ser más imperfecto… aún así… cree en Dios) Haykus

Pergamino, 27 de octubre de 1983.

Vicente hacía varios minutos que quería irse de la comisaría pero daba vueltas por una cosa o por otra y terminaba quedándose en ese crisol de idiosincrasias que era la comisaría.

Estaba fastidioso por esa actitud inconsciente e inconsistente de su proceder. Intentaba no pensar entreteniendo su razón en archivos y causas viejas pero era inútil la pérdida de tiempo, a la larga, entendía que su obligación era encaminarse hacia su casa y apencar el enojo de Nora.

Que podía pasar… que lo putiase como la última vez y se fuera de nuevo a la casa de su madre… o peor, que lo putiase pero invite a su madre a pasar unos días a Pergamino… Una u otra fuese la decisión de su esposa, su suerte estaba echada, pero esa tarde a mas tardar, le tendría que decir a Nora que ese fin de semana viajaría a la provincia de Entre Ríos para interrogar a la madre del asesino.

Miró de nuevo su reloj que marcaba la hora doce y cuarenta y seis, "Es tarde" pensó y en un acto reflejo buscó en su bolsillo la llave de la oficina para cerrar.

Sonó el teléfono cuando estaba abandonando el picaporte de su puerta, en un primer instante consideró hacerse el tonto y dejar repiqueteando al aparato, pero su disposición o sumisión volvieron a apoderarse de su prudencia, entonces apresurado abrió de nuevo su oficina atendió la llamada:

– Hola si, quien habla, el inspector Soriano…- La voz era conocida pero Vicente no acomodaba la ficha correspondiente a ese tono en su memoria.

– Así es, quien es…- vociferó agrio.

– El principal Sosa, de Rojas, como anda jefe…-

– Hola como estas Sosa, a que debo el honor… o quieres hablar con Acosta- Se acordó súbito entonces del petiso y sus ventanas pintadas de Boca.

– No con usted…le tengo una sorpresa…- Señaló el rojense y se hizo un mínimo silencio en la conversación.

– A mí… no sé… alguna piba de veinte…- Voceo Vicente dejando escapar una sobria carcajada.

– A, eso cuando quiera jefe… pero creo que esta otra novedad le va a gustar más todavía que una pendeja de veinte- Rió del otro lado el petiso.

– A miércoles… soy todo oído- El estómago de Vicente buscaba precipitado, acomodarse a un eventual pico de tensión, liberando un cúmulo de fluidos intestinales que intentaban neutralizar con algún éxito, el dolor de úlcera que ya se veía venir.

– Tengo una punta de donde puede estar el coso este…-

No fue necesario escucharle a Sosa dar algún otro dato a la información… solo existía en su vida laboral "un coso" que le sustraía todo su tiempo y su atención en los últimos cuatro meses.

– Quien… Giovanini…-

Su estómago no pudo contener tanta impaciencia y cedió. Su úlcera palpitaba como una bomba eléctrica entrando una faz en cortocircuito.

– El mismo jefe…- corta y precisa la respuesta como una daga romana.

– ¿Fue para halla, apareció en el pueblo…?-

A Vicente se le trababan las ideas en su inferencia y rebotaban en su boca.

– No, si pone un pié por acá lo cazo de una… no, parece que está en Luján-

– ¿Lo vieron…?, Adelántame algo, queres que vaya a verte y me contas bien, me estas dando la mejor noticia del año nene…-

Sosa era sabedor de ello y mientras lo invitaba a su casa pensaba en el ascenso de ese fin de año.

– Lo espero, si quiere esta tarde pase por mi casa, yo llego a eso de las cinco…-

– Adelántame algo petiso…- Protestó Vicente sin sonrojarse por el exabrupto que había cometido.

Del otro lado se escucho la sonrisa cómplice de Sosa al escuchar su mote por el inspector y contestó a la blandicia:

-Solo le adelanto lo siguiente, acá di con un pibe que es amigo de la secundaria de la esposa del guanaco este y me atestigua que lo vio a este tal Luciano el mismo fin de semana que parece que mataron a la chica, tomaron juntos el primer colectivo a La Plata pero el tipo se bajo en Lujan, este chico no había dicho nada porque recién en estos días se enteró de todo el drama de su amiga cuando se cruzó con otra compañera, también del colegio, que lo puso al tanto de lo sucedido… chusmerío, como pasa acá…-

– Una buena punta Sosa… A la cinco en punto te estoy esperando en tu domicilio… y perdóname por lo de petiso…se me escapo de escucharlo a Acosta…-

– Todo bien jefe, lo espero- Y cortó.

Su apepsia huía despavorida de su vientre evaporada por ese mecanismo antropológico que explota en un alma feliz.

Se quedó reposando en su silla giratoria sonriente como un Cesar frente a las Bacanales…

Replanteó en un segundo todas las posibilidades de su fin de semana… "Tal vez no viaje a Concordia" profirió una locución interior.

"Por ahí Dios existe…" dejó correr la dicha de su espíritu.

Estiró su brazo, asió de nuevo el aparato de teléfono, marco el número de su casa y cuando escuchó la voz de ella solo indicó:

– Nora… que te parece si te paso a buscar y comemos algo en una parrilla de la ruta…-

CAPITULO XXXII

(Sólo un loco puede amar locamente… los cuerdos…no) Haykus

Luján, 18 de noviembre de 1983.

Mis mañanas justificaban los días en esa granja.

El forzoso cautiverio Lujanense abordaba sin cesar mis estremecimientos comunes. Comencé a respetar cada broza aislada en el suelo calmo. Los invernáculos ya no eran aburridas galerías de yuyos imberbes sino vergeles gestados por mi mano.

Los primeros ojales de brotes en las ramas erguidas de los álamos nuevos me cautivaban tanto como los libros de Moro y Comte.

Rogelio había cambiado conmigo esa actitud menguada que ostentaba al principio de la relación y también había modificado esa fundada sospecha con respecto a mi relación con su mujer.

Por lo general llegaba a la quinta temprano acompañándome en mi exiguo desayuno, su gesto casi siempre campante, sondeando algún tema de conversación mundana para entablar la mañana.

No éramos amigos ni lo seríamos nunca, pero a ese hombre comenzaba a simpatizarle.

De seguro que el demostrado interés por los huertos fue una desequilibrante más que importante para ese cambio de conducta.

Yo a veces quedaba observándolo desde mi tarea sin que él se diese cuenta. Pensaba entonces que mal me había hecho ese tipo para que tuviera que matarlo, "Ninguno" me relataba siempre mi voz interior.

Que mal le había hecho a ella, entonces pensaba… y otra vez me sugería mi conciencia "ninguno"…

Y buscaba yo, subterfugios abstractos, tan falaces como su matrimonio para conseguir acreditar mi expectante proceder, pero era una tarea ingrata, insostenible, ninguna entelequia justificaba el mal que ella pretendía causarle.

¿Será su sueño eterno la franquicia a mi destino?

¿Será su asesinato el arranque de mi ventura… ápex ingobernable que seduce mi nostalgia? Me interrogué muchos momentos.

Me siento tan egoísta como todos los mortales, mi fiel especula su alborada rosada solapando toda esta lobreguez terrífica, pero a que precio

¿Cuando se sale de toda esta locura…?

Si su crimen me asegurara un poco de paz… pero no quiero otra voz susurrándome en las noches largas…

Rogelio en ciertas ocasiones me descubría observándolo entonces yo trataba de desviar mi vista haciéndome el desentendido, pero cuando me era imposible evitarlo, él se sonreía diciéndome: "en que estarás pensando" y enseguida agregaba: "Seguro que alguna minita".

Y se echaba a reír con ademanes chabacanos.

Un mediodía, antes de marcharse a su casa, lo noté como quisquilloso. Daba vueltas y vueltas por los establos sin rumbo fijo, parecía no querer irse de la granja.

Le pregunté entonces si podía ayudarlo en algo, si lo aquejaba algún problema.

Problemas de sobra…- contestó con voz rispiada.

No quise indagar en su respuesta porque pensé que le molestaría mi curiosidad pero él agregó sin que nadie preguntara:

-Me tiene medio cansado la Celia…-

Baje la mirada y en silencio volvía mis pasos hacia la cocina del rancho.

El impávido, continuó cerrando una bolsa de arpillera llena de tubérculos de fresias y volvió a abrir su boca a mis espaldas. Yo no tuve más remedio que detenerme en seco y girarme para verlo:

-No se que pasa pibe, para mi señora yo ya no existo…todo lo que digo esta mal, todo lo que hago esta mal… siempre esta con cara de enojada, no habla… antes no era así… nunca fue una pegota conmigo pero por lo menos cuando necesitaba plata se hacía la bonita… entendes… ahora nada, ni eso… me tiene cansado esta piba, un día de estos la mando a la mierda y listo…-

Yo mudo. Supongo que también ruborizado porque percibí el calor trepando por mis mejillas, intenté sumar algún dislate a sus críticas hogareñas para amenizar su mitin improvisado mencionando que tal vez su mujer estaría mestruando…

– Que miércoles va a estar en regla… a esta le pasa algo raro y me parece saber por donde viene… tiene un par de amigas bastante ligeras… que se están visitando mucho… ¿Por acá no apareció nunca…?-

Sabía que me iba a preguntar eso, lo venía intuyendo mientras él soltaba toda su bronca, pero comprendí que esta vez no me lo preguntaba porque desconfiara de mí sino para averiguar sobre ella…

– Mire, vino un par de veces a dejar unas cortinas y otras cucherías y si estuvo algún otro día por acá no la ví… usted sabe, yo todas las tardecitas me voy a lo de mi tía…-

Le mencioné esas ocasiones porque bien sabía que Celia le había informado a él de las mismas.

Por suerte Rogelio al rato se marcho. Pero una extraña sensación de angustia gano por completo a mi razón y me fue inevitable el resto de ese día pensar en ese tipo, en su suerte y en la mía, que el destino se empecinaba en hacerlas correr paralelas.

Celia aterrizó bastante tarde, a eso de las seis, apresurado le comenté las sospechas de su marido y le aconseje que deponga su actitud y tratara de ser más cariñosa con él para no levantar recelos, a lo que respondió sin siquiera turbarse en lo más mínimo:

-Ese tipo está muerto para mí… y vos tenes que empezar a pensar de igual modo… así no vas a sentir culpa cuando lo mates…-

CAPITULO XXXIII

(Hay hombres que viven con la pobreza eterna en el alma) Haykus

Luján, 5 de noviembre de 1983.

Sobre el borde de la ruta siete, a la altura del poblado de Tres Sargentos, Vicente detuvo su automóvil a la sombra de un monte de eucaliptos e intentó refrescarse de ese calor infernal que había soportado toda la tarde en Lujan.

Acosta a su vez, aprovechó la parada para echarse una meada que venía aguantando desde que partieron de la ciudad cristiana.

Los dos en silencio masticaban de alguna manera su bronca y desconcierto. Esa misma mañana, apenas unas horas atrás, habían partido de Pergamino con la ilusión intacta de aclarar muchas dudas y porque no, encontrar el paradero del asesino de Mabel.

Pero nada importante obtuvieron en su derrotero.

El itinerario que estaban concluyendo no había podido esclarecer o descifrar ni una sola pista de la causa Mabel.

Es cierto que se reunieron con los comisarios y demás jefes de la departamental local y estos en su conjunto se comprometieron en emprender una pesquisa diferenciada en toda la zona de influencia y también en difundir por los medios masivos locales la fotografía del posible asesino, todo era cierto… pero en verdad, ambos detectives sabían que en esa jornada poco o nada se había avanzado.

Cruces de números telefónicos, pedidos de informes y alguna otra formalidad en el procedimiento fueron los únicos testimonios fehacientes de todo ese agotador día de trabajo, menguadas recompensas ante tantas expectativas.

Soriano recostado sobre el baúl del auto era la foto de un autómata que no cesaba de hablar en silencio consigo mismo, intentando relacionar e inducir datos y fechas almacenados en su cabeza transpirada:

"El testigo que aportó el petiso fue contundente en sus dichos, el pibe aseguró que lo vio bajar y sin ningún tipo de duda atestigua que era el marido de Estela Vitela. El chofer de la empresa Rojas, que ese día estuvo al frente de la unidad que lo depositó en Luján, también reconoció la foto y agregó que el tipo fue el primero en subir y acomodarse en el bondi.

Así que a Luján llego, estuvo…"

Inquietos interrogantes, acabadamente vagos, imprecisos, que jugaban en su razón una especie de juego de palabras profano.

Reconocía a esa altura que era por lo más delicado, hasta resbaladizo diría, intentar un rastrillaje, con su equipo, como el que había hecho en Pergamino… y si bien sus camaradas del lugar se comprometieron a buscar… no era lo mismo… para todos ellos ésta sería una causa más… en cambio para él era la única causa…

Acosta le preguntó algo y Soriano respondió que si… Pero su atención era tan ambigua como su pensamiento… intentando un equilibrio somático, su voz interior en una especie de deyavú le retornó a su ahora la consulta:

-¿Hacemos unos mates jefe…?-

Vicente no conseguía deponer la reconstrucción de su proceso:

"Estuvo en Rojas, después en Lujan… paso por La Plata, este es el mapa ambiental por donde se mueve este hijo de puta…"

Si los funcionarios con quienes había acordado esa tarde plasmaban un treinta por ciento de lo que habían comprometido efectuar, existía una buena posibilidad de encontrarlo.

"Si sacarán la caripela en el diario y en el canal local es potencialmente viable que algún parroquiano se anime a proporcionar algún dato"

Su cerebro a mil por hora escudriñaba sin intervalos:

"Si no, podría pedirle a Lagos que levante el teléfono y los apriete un poco para que se muevan… eso voy hacer mañana mismo"

-Este mate esta medio frío Acosta…- se escuchó de su boca sin que su lógica intervenga…

– Pero jefe…este es el tercero o cuarto que le cebo… y le pregunte dos veces si el agua estaba bien y me respondió que si… Usted esta en otra cosa oficial… para mi que esta pensando en la secretaria que nos atendió a lo último… que buena que estaba esa flaquita…vio jefe- profirió en una especie de lamento el cabo quien al instante, tuvo que contener su carcajada al observar la cara de obnubilado que tenía su superior, que ni siquiera refutó sus dichos.

En silencio, acompañando la tranquilidad del paisaje, por vez primera en todo este calambur histriónico, la mente de Vicente elaboró un pensamiento dionisíaco, un principio irracional que buscaba sacudir su perdida entelequia conservadora por completo, pensó que tal vez ese era el costo que debía abonar para comprar su boleto ganador, ese que le aseguraría el éxito que en toda su vida había buscado, ese reconocimiento social que borraría su imagen del montón.

Ya estaba decidido.

En ese mismo instante de su vida, allí, en medio de una ruta desolada, transpirando el desgaire de la masa soporífera, en silencio con su ayudante, tomando un frío y desabrido mate amargo, asumió la determinación de llamar esa misma noche a Rodríguez Paz, el militar le debía un favor por el trato preferencial a su hijo… así que le pediría que sus hombres de tareas busquen el Lujan a Luciano Giovanini y se lo entregasen en bandeja.

CAPITULO XXXIV

(Llegas al fin cuando morir o vivir te es insensible) Haykus

Luján, 20 de noviembre de 1983.

Lo último que escuche de su boca fue: "Quiero pasar mis primeras fiestas como viuda"

Braca insana atormentando mi instinto de conservación, ¿Que buscaba su sangre sino mi sangre derramada?

Anatema astral de la peor calígine, me soldaré al apocatástasis de mis ruinas si fuese necesario para no seguir sufriendo.

Matar por matar, como si fuese mi misión ser un sicario del destino.

Hembra infiel, diosa del pagano rito de la muerte, no he de darte una liliputiense exhalación de esperanza, ni caneco que estuviera.

Celia enloqueció en su desaforada carrera epicúrea, como una egoísta desenfrenada buscando solo su goce.

Yo era otro de aquel que conoció a Mabel y ejecutó su destino… si bien el cúmulo de mis aptitudes y la práctica de divergencia era usualmente la misma, los accidentes que me rodeaban hacía que todo se vea diferente ante mis ojos y mi alma. Las coordenadas se habían modificado en mi horizonte trascendental y en mi nuevo tiempo.

Su urgencia loca solo inquietaba en demasía a mi espíritu y bajo ninguna amenaza alienta su salvación. No quería hundirme más y ella no se percato nunca de ello o prefirió no darse cuenta…

Esa tarde, como todas las tardes, paso a por la chacra para verme y amarme, le prediqué como nunca lo había siquiera intentado, con el corazón boato en mis labios desnudando mis entrañas, lloraron mis cuencas lágrimas sentidas originadas en las arcas de mis penas demandándole, rogándole un poco de paz y sosiego para la salud mental de toda mi humanidad.

Bucee en mi glosario las palabras más agraciadas que pudieran esclarecerle lo serafín que podría ser, si nuestras voluntades se lo proponían, nuestro mañana:

"Si tanto me amas Celia… debes cuidarme, protegerme, no te pido mucho, no te pido nada… tan solo tiempo… toda esta tormenta que me acucia y me desequilibra ya pasará y ambos la olvidaremos… solo necesitamos tiempo para que se olviden de mi… de mis historia… después que ello suceda podemos empezar otra vida, juntos… lejos de esta granja, lejos de tu marido, lejos de estos malos recuerdos…"

Sentada desnuda en la cama, la mujer que todos los días me regalaba su piel, observaba impávida como mi conciencia trataba de convencerla. Mi aliento agonizaba en cada intento cargando la desazón de los derrotados, ella seguía siendo un témpano en medio de la pieza. Busque silencios y no se inmutó, lloraron mis ojos humedeciendo mis mejillas y no se enteró… respire hondo para darme ánimo una y otra vez, mis puños cerrados quebraban mis huesos y ante tanta tensión solo me contestó:

"La policía sabe de vos, ya llegaron a Lujan y te están buscando, me lo dijo mi amigo… el oficial… Yo puedo ayudarte para que pases desapercibido acá por un largo rato, pero eso tiene un costo… y vos sabes muy bien a que me refiero… Marcelo…o te llamo Luciano… no me jodas con toda esa novela romántica de dejar pasar el tiempo y después comer perdices juntitos en una casa de muñecas… Yo te protejo ahora, hoy, en concreto… por que te quiero, ¡Si!, pero nunca seremos felices sin no nos deshacemos de Rogelio… porque me va a perseguir y por ende a vos también y cuando se entere de lo nuestro él te va a matar o a denunciar si supiera quien eres en verdad… No tenemos otra salida posible, no tenés vos otra salida posible… yo ahora me voy a jugar por vos para que no te encuentren… pero tu tienes que pagarme…"

¡Pagarle…! ¿Qué deuda tengo con ella…?

Lo único que saco en concreto es saber que Celia me tiene atrapado en un dilema infame, injusto.

O elimino a su marido corriendo el riesgo de quedar preso para siempre o espero impávido a que ella me suelte la mano y que me atrapen un día de estos; también puedo escapar…pero ¿A dónde? Ya están cerca de mí y no me quedan amigos confiables…

Estoy mas solo que nunca en esta vida, tengo miedo de morir, es cierto, pero hoy sé que algunos muertos viven… como Mabel, en mi pecho, me gobierna desde aquella noche su ausencia, me conduce y hasta ordena, su odio es mi odio y me perturba la existencia.

Soy un débil humano que nunca podrá vencer con gloria, el imperio de los muertos.

Y ahora Celia que me atosiga en su liviandad.

¿Por qué busca con desesperación la muerte de Rogelio…?

Por mí amor no lo es.

Ni tampoco él es un cónyuge represor o castrador, si ella se mueve tan libre como una mariposa en verano… dinero no le niega y supongo que también le consentirá todos sus caprichos. Dichosa tendría que estar… pero no… busca más, siempre más, insaciable, como en el amor

Si Rogelio muriese, me pregunto, ¿Sería Celia libre y dueña de sus actos… o como Maby a mí, el espectro de él la trastornaría en forma perpetua?

Porque si así ocurriese entonces resultarían vanos los esfuerzos para sustraerse de sus dolientes pensamientos. El muerto la perseguirá hasta la eternidad y ella le llorará siempre.

Se revierten los valores, todos, más aún los que son productos de una conciencia perturbada por un sentimiento de culpa.

Hoy ella anhela que él desaparezca de su vida, pero cuando se cumpla ese deseo, su conciencia devaluada le impedirá gozar de sus sueños.

Las personas ignoran que la muerte es solicitada como libertadora de toda esclavitud y de todo engaño. Pero no es verdad, es solo un pensamiento egoísta, claro…

Más cuando se concreta la súplica, existe una obediencia póstuma que nos obliga a replantearnos la vida y nos conduce por sendas que antes criticábamos.

El recuerdo que tenemos de los muertos siempre es superior que sus actos.

Y estas mudanzas suelen aparecer más fuertes en personas de sentimientos apasionados, tremendos en el odio y en el amor, celosos incorregibles, envidiosos y vengativos como mi amante Celia.

Los muertos se transforman en implacables acreedores de las deudas de amor.

Yo lo sé.

No quiero matar a ese hombre… pero tampoco poseo el suficiente valor para entregarme.

CARTA A MI MADRE (6)

Lujan, 15 de noviembre de 1983.

Como escribirte madre sin herir tus sentimientos.

Como escribirte madre sin abrir mis heridas.

No se cuando recibirás estos escritos, estoy tan confundido en mi parecer que tampoco tengo en claro si quiero que toquen tus manos alguna vez.

Pero necesito testimoniar mi angustia ante ti.

Quisiera cobijarme en tus brazos como cuando era muy niño y esperar a que me acaricies el pelo en señal que me perdonas. Eso me hace falta.

¿Cuanto tiempo paso entre nosotros madre, cuanto…?

Toda una vida, señala mi corazón fragmentado en mil pedazos con tu partida.

¿No tienes pecado por haber emprendido una nueva vida sin mí…? Todos los días indago a mi razón emparchada: ¿Por qué no me llevaste contigo? ¿Que tiempo te hubiese quitado mi presencia…?

Cuantas mañanas me desperté anhelando ver tu rostro… ¡Tantas! Que una tarde te dibuje en un papel que pegue con plasticola en el respaldar de mi cama, nunca lo supiste…

¿Vos también pensabas todos los días en mí… allá lejos con tu nuevo amor tenías tiempo para pensar en mí… cuantas veces me dibujaste madre… dime cuantas, hoy necesito saberlo…?

No te imaginas madre como odiaba yo las fechas patrias… esas donde uno debía representar a próceres bienhechores y virtuosos, y todos los chicos llegaban de la mano con sus padres, menos yo, que entraba al colegio de la mano de la abuela y me dolía, mas a ella nunca se lo demostré… Pero como hubiese querido entrar alguna vez de tu mano y que mis compañeros te vieran, hermosa como una reina… ¿Que hacías esos días de las fechas patrias… te acordabas de tu hijo, madre…?

¿Tan mal hijo fui que me dejaste abandonado madre… tan malo fui?, Dime, confiesa mujer…

Porque de joven, sobresaltado por las noches, mendigue ambicioso en mis recuerdos para averiguar que desventura había cometido para que a los diez años me abandonaras por otro hombre.

Tu explicarás que te fuiste por trabajo y también que tu plan era llevarme contigo y luego me contarás que lo conociste a él y como yo ya estaba en el secundario creíste mejor no desarraigarme y terminaras diciendo que después fui yo el que no quise ir porque estaba de novio…

Reconozco todo este relato, me lo diste a entender alguna vez… tus maneras lo forjaron en mi mente a fuego… quemando mis entrañas, pero tu boca nunca se animó a confesarlo y mi ser necesitó escucharlo de ella.

Nunca pude confesarte mis penas… será tal vez por ello que te las escribo.

Hoy que mi destino juega quizá a todo o nada su última partida, preciso dominar esta biografía, mi espíritu requiere una salomónica respuesta para equilibrar tantas emociones encontradas… Amor y odio no quiero que se mezclen esta vez… este no es un cuento pintoresco, es mi vida, es tu vida, es mi relación con el mundo.

Espero para mí bien, que no sepas nada de mi subsistencia por un largo tiempo, pero, si mi camino no es el que yo deseo transitar, y me desmorono en el fango de mis desdichas y temores, quiero escribirte entonces que siempre te ame madre.

No intento culparte de nada, solo demando que me recuerdes.

A su vez me obligo en pedirte perdón por lo que vaya hacer con mi aliento de aquí en más, de lo que me está sucediendo nadie tiene la culpa, sino más que yo.

Un beso de tu hijo Luciano

Lujan, 15 de noviembre de 1983.

CAPITULO XXXV

(Colores velados cegando mis ojos tu rostro se va) Haykus

Luján, 28 de noviembre de 1983.

Busque alternativas, si Dios existe, entonces él sabe que las busqué.

Más ninguna de ellas me consagraba cierta eventualidad de tropezar con un oasis que ofreciera un nimio de quietud a mis martirios.

Y el tiempo parecía correr más de aprisa en ese lugar de la argentina. En cuestión de días, de semanas, el cotidiano de la casa se trastoco de tal forma que nada parecía igual a antes…

Un día te levantabas y escuchabas al pobre Rogelio despotricar de su bella y deshonrada esposa: ¡Que lo tenía cansado con sus desplantes, que se vestía como una rea, que solo le pedía plata y no se cuantas cosas más…!

Esa misma tarde tal vez, era ella la que te llenaba los oídos refiriéndose al tipo, injuriándolo por pusilánime, pasado de moda y tonto: ¡No aguanto más a este imbécil, su aliento me desagrada, me produce vómitos… y encima cada día está más amarrete… no sé como pude casarme con un viejo así… me da asco…!

Mis mañanas perdieron ese encanto laboral y de complicidad que hubieron lograr ensayar alguna vez.

Mi patrón había envejecido un siglo, ya no se llegaba todas las mañanas por su chacra y cuando lo hacía, su humor no era el mejor, más conmigo nunca se degustó o tuvo un desencuentro porque siempre evité algún roce, aunque tuve ganas, varias veces, en mandarlo a la mierda.

Pero el engañado daba lástima.

Era visible que sus continuas discrepancias con Celia estaban menguando su psiquis y su semblante. Ojeroso y mal trazado en su vestimenta era una mala fotocopia del tipo que meses atrás me había ofrecido trabajo.

Tampoco le animaba como antes su labor en el predio, apenas si lo hacia de compromiso, tan así era que empezó a delegarme tareas que por lo general se encargaba él, como suministrar hormonas de crecimiento a los almácigos de plantas de interior o separar de las plantas madres los mejores brotes para trasplantar.

Si hasta me confió que le preparase un importante pedido de más de mil trescientas plantas y árboles que pasarían a buscar en apenas una semana.

Un par de veces se apareció por la noche, después de la cena, siempre buscaba un pretexto que justificara su viaje, pero el único motivo que le urdía era el de sentirse acompañado y tomar buena cantidad de vino.

En el presente de Celia no era más halagüeño que el de Rogelio.

La pelea matrimonial también había trastocado su retorcido genio y por osmosis, ese mal humor que asediaba su halo, se transportó a nuestra relación.

Al igual que su cónyuge, sus visitas a la casa se hicieron más espaciadas, día por medio o a veces cada dos días. También los espacios de tiempo de las mismas se redujeron, y eran mas las veces que discutíamos por sus berrinches, que las que hacíamos el amor.

Mi amante se había convertido en una mujer insoportable, con una idea fija en su cabeza, en su razón: Que yo mate a su marido.

Escudriñó mil intentos para quebrar mi postura, falseo convencimientos, rebuscó actitudes, negó circunstancias y amenazó mi paz de manera cotidiana con desplantes y aflicciones. Todo ello mi organismo lo pudo digerir, pero, cuando la malvada instaló dentro de mí esencia, el temor a ser atrapado, doblegó sin titubeos mi resistencia.

Una tarde polémica de noviembre, fría para esa época del equinoccio y tan oscura que parecía la noche, estando dentro de la casa escuche el sonido del motor de un auto que se detenía frente o cerca de la granja, al instante sonó un bocinazo que replicó en el monte, me asomé sigiloso, para espiar por la ventana del comedor y se me heló la sangre cuando observé un patrullero estacionado frente a la tranquera.

Me presentí morir.

Intenté deslizarme hacia atrás, pero las piernas no me respondían. Quedé inmóvil. Mi cerebro fragmentaba información por doquier pero mi cuerpo no atendía sus mensajes.

Tanteando salir de esa sala, me lleve por delante una silla y también derribé la pava apoyada sobre la mesa.

Percibí voces y quebrantado mi espíritu, pretendí espiar de nuevo lo que sucedía afuera. Fue cuando la vi.

Celia bajaba del patrullero, saludaba con su mano extendida a los policías y entraba a la chacra como una reina.

Advertí, sumergido en la espesura del espanto, como mi corazón reanudaba su latir dentro del pecho.

Ella se presentó ante mi espectro como si nada hubiese sucedido, moviendo su culo de acá para allá, burlándose de mi palidez.

"Se descompuso el auto y justo pasaba mi amigo, así que le pedí que me acercara… no pasa nada… nunca va a sospechar de mi…".

Celia me estaba advirtiendo con esa insólita actitud.

Cada vez que podía ella cerraba caminos adrede y su imposición y modos se volvían abusivas, imposible de sostener por mi virtud.

Pero las sorpresas de esa tarde no terminaron con ese deliberado episodio, al contrario, dos horas más tarde otra vez apareció el móvil policial y volvió a tocar bocina frente a la tranquera de la granja. Mi alma de nuevo fugo de mi cuerpo, mientras ella, muy suelta de boca mencionó:

"No te preocupes amor… son los chicos… es que les pedí que me pasasen a buscar en dos horas para llevarme al pueblo y bueno… parece que tuvieron tiempo".

Se acercó a mi cuerpo petrificado, creo que me beso en la mejilla y dejando escapar risitas absurdas se marcho.

Dio unos pasos por el pasto húmedo rumbo al acceso en donde la aguardaban sus amigos de uniforme, más a poco de andar les hizo una señal clara como pidiéndoles unos minutos más de espera, volvió entonces sus pasos, entró a la sala y me dijo con ceño serio:

"No quiero esperar más tu decisión… así que pensá en algo"

Cerró la puerta y se marcho con pasos firmes.

CAPITULO XXXVI

(Lo mejor de la vida, es no saber para que te sirve) Haykus

Pergamino, 20 de noviembre de 1983.

Noviembre se estaba despidiendo ataviado de un halo democrático a pesar de los amagues continuos de salvoconductos y amnistías inadmisibles que la dictadura intentaba obtener en su retirada.

Todos los uniformados del país en mayor o menor grado se concebían incluidos y enmarañados en esa pávida huida, así que en su mayoría, buscaban disimularse entre los ciudadanos comunes y fingir un espíritu republicano ante todo.

La circunstancia de que el candidato radical se haya impuesto sobre el peronista, potenciaba en todos los efectivos de las distintas fuerzas armadas del país, una fundada aprensión a sufrir un nomológico correctivo.

Se hacia evidente, en su escasa lógica humanista, que jamás habían evaluado las consecuencias jurídicas y sociales, que por suerte sufrieron en los años venideros.

El pensamiento de Vicente Soriano no estaba ajeno a esta disyuntiva existencial, que por supuesto lo involucraba en todo sus campos, no se consideraba forzado por su tiquismiquis, pero resultaba indudable que tampoco podía desconocer la voz de su conciencia.

Tal vez por eso creyó conveniente empezar a tener menos contacto social con el militar que lo estaba ayudando en su búsqueda, lo consideraba un socio útil pero de ninguna manera un potencial aliado.

-Decile que no llegue todavía… después lo llamo…- Fue el argumento que le ordenó a Romerito cuando éste le dijo que Rodríguez Paz estaba al teléfono. Se moría de ganas por saber el motivo de la llamada pero atento a su especulación procuraba que en la comisaría nadie lo vinculase con el jodido jefe militar.

Se hizo el distraído un rato y sin avisar a nadie se retiró de la delegación pública para buscar una cabina de teléfonos y charlar con su incorporado a la investigación.

No hubo nada nuevo.

El milico simplemente quería informarle del dueño de un hotel que decía haber hospedado al sospechoso hacía un par de meses atrás, pero aseguraba que nunca más lo cruzó. También le comentó que en dos días sus hombres empezarían un rastrillaje por las zonas aledañas a la ciudad, lo que comprendía varias chacras y barrios adyacentes al casco urbano. Se cruzaron saludos y se despidieron.

Vicente regreso a la oficina masticando una cuota de ansiedad, no común en los hombres de su experiencia pero, le era inevitable sentir de esa manera por que su olfato de detective le apuntaba a que se hallaba muy cerca de toparse con el asesino de Mabel.

Toda su materia intuía que era cuestión de días… su instinto le sugería mantenerse atento en los detalles, su razón lo estimulaba a meditar sobre sus pasos y displicente, controlar los impulsos y estar preparado para la exposición final.

Su informador de Rojas, el principal Sosa, le aseguraba que por el pueblo todo estaba en calma.

Tanto Estela como su padre no se habían movido mucho de la aldea esos meses, tan solo una o dos veces el negro como le decía el petiso, se había llegado hasta la Capital Federal a buscar mercadería para su taller metalúrgico.

El uniformado lo tenía bien vigilado al suegro del sospechoso, había sobornado a un empleado del taller que en otros tiempos fue amigo de lo ajeno y habitué de las frías celdas de la dependencia policial Rojense, para que se apegara a Vitela lo más cercano posible y así poder mantenerlo informado de todos sus movimientos o de su familia y el buchón aparentemente le estaba rindiendo en forma considerara.

En la ciudad de La Plata, la otra punta de su mapa experimental, también estaba controlada, había conseguido que un colega, compañero de su promoción, espiara de manera espaciada, los movimientos de los dos empleados del Banco amigos de Giovanini.

Vicente pensaba muchas veces en la provincia de Entre Ríos, para ser mas exactos en la madre del asesino. Su amigo el juez Lagos, la había citado por intermedio de la comisaría del pueblo mesopotámico y como era de prever, le habrían tomado declaración testimonial en el juzgado de Concordia.

"Pobre mujer", pensó entonces Vicente sensibilizando su lógica, "apenas ligeramente sabía que su hijo se había separado, suponía aún que todavía trabajaba en el Banco y a decir por los conceptos vertidos de los fiscales que la interpelaron, en la entrevista nunca pudo salir de su asombro y se marchó del tribunal imaginando que toda la acusación que se vertía en contra de su hijo, solo se trataba de un mal entendido, que era una equivocación de la justicia".

¿Que le había pasado a este personaje Luciano, cuando enloqueció? Se repetía de moso reiterado, sin mucho éxito, cuando buscaba escarbar en la personalidad del reo.

"Todas aquellas personas que de alguna manera tenían un vinculo con su persona, todos, llámese entorno familiar o íntimo y también aquellos otros, el de sus amigos de trabajo o sus compañeros de estudios y hasta esos de llegada mas etérea, como pueden ser los vecinos circunstanciales a quienes entrevisté, coinciden en señalarlo como una buena persona, templada, pacífica, moderada… ninguna refleja en esas consultas una sospecha sobre su proceder", consultaba extrañado a su noble conciencia, inquiriéndole a ella las herramientas que resuelvan tantas controversias.

¿Que estalló en su cabeza…? ¿Como puede un hombre ahorcar sus hábitos?

¿Qué demonio le invadió su psiquis hasta convertirlo en un sayón?

CARTA A MI CONCIENCIA (7)

Luján 28 de noviembre de 1983.

Yo no soy bueno pero tampoco soy malo.

Ni Dios ni diablo.

Yo soy ateo o lo era, hoy estoy confundido, pero el diablo no es ateo, su verdad está en las antípodas de esta concepción.

El está persuadido, más aún que cualquier mortal, de la existencia del Supremo, porque alguna vez lo vio actuar, estuvo cerca de él, fue parte de su creación… sabe de sus dogmas más que los teólogos que muchas veces deben descansar sus conceptos en puras fantasías silogísticas.

El diablo por definición no es partidario del ateísmo, porque su existencia depende también de la fe del hombre.

Los ateos como yo no nos planteamos ofenderlo o desobedecerlo, los ateos como yo nunca cometemos sacrilegios, tal vez estemos condenados de por si a su reino…pero nos entregamos mansamente, sin dar lucha.

Por eso nos odia más.

Podría afirmar también que Dios sí es ateo.

Pues la fe reconoce una analogía entre el devoto y el objeto de la creencia, pero Dios es Aquel que es… y ningún otro ente se halla por encima de él.

Dios no necesita tener fe, Dios no cree en nada…

En cambio Lucifer esta forzado a creer en Dios: él es un teísta.

Yo sé que estoy más cerca de Satán que de Señor… como David en el libro de las Crónicas, cuando dominado por Satanás, censa a los israelitas.

Si mi suerte esta designada por el Señor digo entonces que Dios emplea a veces medios diabólicos.

El me ligo a esta suerte y ahora quiere mi condena…

"Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas" dijo el hijo de Dios a sus apóstoles…

Si la paloma es el Espíritu Santo y la serpiente es Satanás… me pregunto entonces ¿Dios, el Supremo, me aconseja a que imite la prudencia (astucia) del diablo…? Cual es entonces la diferencia entre las artes de uno y otro… las que marca mi conciencia o las que me deponen las leyes terrenales…

Mañana he de tomar una decisión… no sé si será sabia… no creo en este apotegma, porque mi razón se interpone a toda lógica, pero debo estar convencido que la que acepte tomar será la mejor para mí espíritu.

Lujan, 28 de noviembre de 1983

CAPITULO XXXVII

(No soportaría la eternidad con mis ojos abiertos) Haykus

Luján, 29 de noviembre de 1983.

Ese jueves, veintinueve de noviembre, lo llevo registrado en mi retina desde el mismo segundo que abrí mis ojos.

La luz del sol trepo esa mañana por la ventana de mi pieza muy lento, en un amanecer renegado y caluroso, me levante sin prisa pensando que las horas venideras resultarían abrumadoras para mi espíritu.

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