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Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 3)

Enviado por roberto macció


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Lo que puede acontecer y originar el sonido tangencial de un simple monosílabo nacido de la boca de una persona amada, un vergel de estrellas titilando sobre la mar eterna… júbilos y sonrisas se escuchan entonces y ese canto del cielo pronunciando dos letras, cambia nuestro mundo y el de todos, por que la historia de la humanidad se modifica a partir de su voz contestando mi llamado…

El universo que era solo mío en aquel preciso segundo cambio su rumbo para todos los tiempos.

Escuchar esa voz me conmovió de una forma rara, fue como pasar de una realidad a otra igual pero a la vez diferente, así de confuso.

La autenticidad de aquel momento, esa que me rodeaba y que mi ser contemplaba desde la cabina telefónica de pronto se transformó.

Las cosas y personas que mi cerebro registraba con todos los sentidos, por arte de magia sufrieron una especial mutación…

En aquel momento experimenté lo duro pero bello que es la conquista del presente, del ahora… cuando lo real en un soplido se transforma a pesar de no innovarse, por la simple interpelación de la sensaciones y el entorno deja paso al alma y el espíritu conversa sin traductores con la verdad.

El fortuito contingente que me rodeaba estaba ajeno de aquel "si" percibido por mi oído, y por ignorante entonces del gran suceso, no tendió de modo unilateral a esbozar cambio alguno, más dentro de mí la realidad tomó matices, formas y ritmos diferentes.

Todo parecía alterarse… por ejemplo, a mi derecha, un abeto de considerable tamaño que mecía sus ramas al ritmo del fuerte viento que en aquella tarde soplaba se detuvo en seco cuando Mabel contestó, lo mismo ocurrió con un tipo que en bicicleta cruzaba la avenida con un ritmo cadencioso y de pronto se esfumó de mi vista sin pedalear siquiera…

Y sin ser partícipe todavía de los formidables sucesos que estaban aconteciendo en mi halo afortunado de príncipe novelesco, y de nacimientos y muertes en mis ignotas facultades de creación del pensamiento, continué mí terrenal dialogo:

– ¿Mabel?-

– Si, ¿Quién habla…?-

– Luciano…-

Podría haberle dicho soy el amor, el gran amor que atravesara tu vida para siempre, al que no esperabas pero esta aquí, esperando solo esa señal del destino, implacable y soberano…Soy ese a quien le abriste con una maza la cabeza e hiciste una ventana en su razón para que comprenda que la complacencia no es una foto familiar ni tampoco un empleo correcto, le podría haber dicho que le hablaba un hombre hambriento de amaneceres frescos, ese que entendía que su equilibrio emocional solo se mantendría estable si ella le entregaba su amor… pero solo conteste: Luciano.

– ¿Quién…?- contestó desentendida del momento

– Luciano… Nos conocimos la otra noche, yo estaba parado en la ruta y…-

-¡Hola!… No recordaba tu nombre… ¿Cómo estás…?-

-Bien… estoy en Pergamino, acabo de llegar…-

Ahí nomás pensaba reprocharle su olvido, pero intenté ser cauto… seguro estaba nerviosa porque no esperaba mi llamada.

-Me agarraste justo, yo termino de llegar a casa…estuve unos días en Rosario visitando una amiga y hace unos minutos que llegué…-

Esa era Mabel, una persona que no mentía, había estado en Rosario por eso no la encontré antes.

-Que coincidencia…- dije entonces sin aparecer asombrado.

Mi torpe pudor impidió ser autentico en esa hora inicial, pero no mentí, solo oculte algunos detalles embrionarios de aquella gesta emocional, me mordía los labios para no parecer ansioso y pedirle ahí nomás que me cuente donde se encontraba, que yo saldría corriendo, cual tropel desboscado a su encuentro y si me lo pedía, me arrodillaría a sus pies para pedirle que me acepte por siempre…

– Y, ¿Como fue el regreso…?- Preguntó ella cambiando su tonalidad de voz

-Una historia larga… Estuve más de un día deambulando por las rutas del noroeste de esta provincia-

Una historia no… ¡Mi historia! Como describir a través de una conversación telefónica una explosión emocional, una catarata indómita de efusiones inéditas derramadas de una osadía valiente.

-Una verdadera odisea, ja ja ja. Tendrías que pasar algún día con tiempo y contármela, yo aterricé el domingo a la tarde…-

-Aterrizaron…-

-No, aterrice sola, por que al loco lo perdí en la quinta, creo que la siguió con un partido de futbol, no lo veo desde entonces…¿Ya te vas para Rojas…?-

Entendí su mensaje cuando recalcó que no lo veía desde el domingo. Era su invitación a escondidas. El corazón me palpitaba tan fuerte que no dejaba oír su voz sincera.

– No…- Iba a confesarle mi verdad única, mi infinito existencial, tan solo decirle "Vine a verte a vos", más no me animé.

– Ya sale tu colectivo…- pregunto susurrando su dicción.

Quise gritarle a toda voz "Tengo para vos, amada, lo que me resta de vida", pero no tuve valor, solo soplé con el aliento que me acompañaba:

– Creo que en un par de horas-

Casi no podía creer lo que estaba diciendo, porque no dejarle en claro que estaba allí, en ese pueblo de mierda, solo por ella, por su ventana abierta…porque no pude declararle que hacia casi tres días que solo pensaba en ella, en ella y en su número de teléfono que martillaba mi razón hasta en el sueño, que mi mundo era ese papel que apretujaba en el bolsillo de mi pantalón a cada rato temiendo que sea irreal, que no existiese, que fuese solo una fantasía mas de mi imaginación desquiciada.

-¿Estás en la terminal?-

Me preguntó con voz tímida, tal vez queriendo separarse tangencialmente de una invitación formal.

No tenía ya margen para titubeos, ya no quedaba mucho hilo en mi carretel, se podía decir que todo mi ulterior dependía de esa llamada que estaba sosteniendo. No podía exhibir vacilaciones juveniles y perplejidades adultas, tenía algunas señales acordadas, debía sortear de manera elegante sus contradicciones y mis egoísmos…

Ella, el arrobamiento de mis emociones plenas, todavía no lo sabía, pero mi supervivencia toda era ese momento, toda mi existencia yacía en ese lugar del cosmos, las coordenadas de mi vida posible estaban marcadas ahí, aquel instante significaba en mi energía, mi sumo cuestionamiento personal, no podía fallar en mis decisiones. Entonces, respire hondo, callé mi alma, y trate de razonar con mi espíritu.

-No, me puse a caminar un poco, estoy en…déjame ver, Rocha y Alberti.

Y no le mentía, haber caminado esos cien kilómetros durante días buscándola era poco, nada para un hombre en busca de su felicidad… hubiera caminado hasta quemar mis piernas si hubiese sido necesario.

-Estás cerca de casa, yo vivo en Rocha y Alberdi, a tres cuadras de allí, justo frente a una plazoleta…-

-La de Belgrano…-

-Esa, la conoces…-

-Si, algo conozco de tu ciudad-

Era ese el momento crucial de toda la conversación, no podía estirar mas la incertidumbre del no ser, no podía permitir bajo ninguna circunstancias no verla. Así que a cara o cruz, cerré mis ojos y con voz firme le impuse casi:

-Mabel, puedo pasar ahora… en realidad quisiera verte un rato…-

Y espere su respuesta mientras repetía una oración en mi mente. "Dios, no me abandones ahora", recuerdo que repetí en silencio.

Ella tardo lustros en contestarme hasta que su boca por fin se abrió:

-Bueno, mi casa es el número 239, estoy al lado de un restaurante chiquito-

-Creo que me ubico-

Bastó tan exiguo diálogo para que reconociera en aquel instante, cuanto influía en mi historia la divina providencia.

No hubiese sido suficiente el esfuerzo y la pasión que esa mujer avivaba en mí, para que yo la pudiese hallar en aquel desierto… Todo mi amor no hubiera alcanzado… e verdad tuvo que conjurar el más allá de la razón para ensamblar dos vidas…

Cuando nombró su domicilio sentí la mágica sensación de lo irreal caminando a mi lado, comprendí, invadido de felicidad que Mabel encallaba en forma definitiva en mi destino.

En aquella ocasión entendí que no había sido tan solo una casualidad el haber rondado por su cuadra y su casa en forma constante. Algo no racional me estuvo guiando en esa búsqueda sin que mi alma percatara la ayuda, algo más fuerte que la desazón me permitió resistir el desencanto de no saber por donde empezar.

Me pregunté entonces que energía sublime pudo arrebatarme a la locura de organizar mi vida alrededor de un número de teléfono. Y toda conjetura, suposición, barrunto, interrogante e hipótesis sobre el tema, se apiñaba en un solo sentido y una sola dirección: Mabel. Ella era la energía vario pinto que había regenerado de modo irreversible el sentido de mi vida.

-Listo, vení que te espero…-

Colgué el teléfono y me maravillé cuando el cielo gris de Pergamino se abrió solo para mí.

Pero nada es eterno y aquella tarde se hizo noche y de esa noche amaneció mi peor día.

CAPITULO VI

(Los límites del amor cruzan las fronteras de la razón)

Pergamino, 13 de julio de 1983.

Mis días con Mabi, así me gustaba llamarla, solo fueron migajas de tiempo, minutos desparramados en dos o tres días pero que sumados no llegaban a completar una órbita lunar.

La primera noche, la del reencuentro, me quedé a dormir en su casa, en su cama, en su cuerpo… y disfruté su tersa piel en toda su extensión, y gocé sus quejidos sumergido en el éxtasis más profundo que haya conocido y vibré al compás de su ritmo, indeleble en mis sentidos… y entendí que significa ser feliz, sin vueltas ni definiciones vagas, sin conjeturas ni bocetos trasnochados de hipótesis freudianas, fui un tipo feliz, simplemente feliz, no todos pueden afirmar lo que yo, sin retaceos, afirmo.

Pero esas horas, que mi ánimo ambicionaba sean eternas, fueron simplemente horas, como todas… de apenas sesenta minutos, de apenas tres mil seiscientos segundos… y pasaron… una tras la otra con el compás monótono y sordo del tiempo, implacable y cruel… tal su creador… y entonces el infinito negro cielo se tornó de color rosa, y luego el rosa se hizo celeste y comprendí allí que mi dicha se tornó negra y después… después fue otra historia.

Lo sublime y lo mortal son definiciones difíciles de coordinar en la realidad de un ser.

No existe nada más mortal que el tiempo y no hay nada más excelso que el deseo procedente del amor, en este caso del amor a una pareja, al quien completa tu ser, a la mitad de tu mitad.

Ese sueño glorioso, superior, no siempre se cumple en la existencia de una vida, yo diría casi nunca, se cumplen otros, algunos parecidos, algunos similares, unos de oferta, pero ese, ese que magnifica nuestro espíritu y sensaciones, no.

Ese es difícil.

Porque en la metamorfosis de los sueños perfectos, cuando saltan de nuestro mundo fantástico a este tangible y mezquino, siempre disipan intensidad y excelencia. Pocas veces pasan con todo su potencial intacto, al cien por ciento… y ese sueño mío, ese que cobro vida a partir de un papelito con números, era uno de esos marcados por el Altísimo, era una de esas quimeras que franqueaban de un cosmos a otro sin transitar ninguna alteración, y en este caso, diría yo, que al contrario, se habían potenciado en él, sensaciones desconocidas para mi razón, cuerpo y alma.

El primer amanecer de mi vida autodeterminada, me sacudió temprano el entumecimiento del amor.

Aún con la noche despidiéndose, ella saltó cual atleta rusa de la cama, se duchó, preparó el desayuno y me despertó, todo al mismo tiempo y por el mismo precio.

Segundos después cerrando la puerta de su casa se despidió con un desabrido:

"Nos vemos"

Y se fue.

Yo dormido todavía en mi sueño, a mitad de la vereda, la miraba como desatenta, caminaba rumbo a su trabajo

Sin poder reaccionar de su ida, mire a mi alrededor y me metí en el bolichito para despertarme tranquilo.

Me senté en la mesa que estaba detrás de la puerta de entrada, junto a un amplio ventanal. El encargado cuando notó mi presencia solo rumió un inteligible saludo que asentí con mi cabeza, sin salirse de atrás de la envejecida barra me preguntó que quería tomar, le pedí entonces un café cortado con tres medias lunas saladas.

Con la lentitud que predispone un amanecer ojeroso y desabrido, intente ordenar mis ideas quejosas por siempre, así fue que desplegué entonces con voluptuosa serenidad mis mejores virtudes para entender que estaba pasando.

Si busque sincerarme, no se, supongo que no, solo pretendí dibujarme un margen justificativo a las reacciones de Mabel.

De esa manera deliberada intenté argumentar, con un razonamiento endeble e ineficaz, sus reacciones frías y antipáticas.

¿Como una persona puede ser tan convencional e insensible ante un hecho mayúsculo en su vida…?

No lo entendía.

Yo había dejado una existencia para estar con ella, una familia, un hijo, un trabajo y si se quiere, porque no, una esposa… Solo por estar con ella… Esta bien, también se podría interpretar que de alguna manera yo me encontraba en esa ciudad difícil, buscándola, tan solo para agradecerle su presencia en mi mundo, reconociéndole su interrupción profunda sobre esa especie de supervivencia que tenía como vida. Soy conciente ahora, pero ya lo era en esos tiempos, que su influencia energética se había apoderado de todo mi ser desde aquella noche en la ruta y, si bien ese yunque me golpeo unos días después para abrirme la cabeza, era nuestro destino una crónica compartida, que otra cosa sino.

Solo en este marco de quebrantadas ilusiones es que justifique su manera tan cotidiana de seguir la historia, como si nada nuevo le hubiese pasado, como si fuese natural en su mundo despertarse con un hombre amándola todos los días… y tener cada noche a un enamorado que se derrita a sus pies, a una persona que solo tenga ojos para ella y aliento para admirar su belleza y que se emocione hasta las lagrimas al besar y recorrer su piel.

Yo solo esperaba que se quedara esa mañana conmigo, ese día y todos, que justificara en su trabajo diciendo que el amor le había atrapado y no podía librarse de él; que la tenía acorralada y nunca se podría escapar, o tal vez, si no podía fallarle a su jefe, porque había estado en lo de su amiga unos días, esperaba que me diga, "Luciano, quédate en mi cama, hoy y siempre" o no más me hubiese dicho, te espero a la una o a las dos, cuando salga del trabajo, o pásame a buscar, salgo a tal hora y por que no "Levántate y acompáñame, me gustaría caminar de tu mano por estas calles y que todos vean quien es mi amor."

Pero solo dijo: Nos vemos…

Frase vaga si las hay…nos vemos, ¿Cuándo?, ¿Donde…?.

¡Maby, amor…te perdono! "Tal vez mi imprevista aparición enredó tus percepciones y todavía no sabes como resolver tus ejes, tus sumarios… Sé que no es fácil.

También me costó tomar decisiones, pero es cuestión de imponerse a esa impávida razón, cómoda y conservadora, que nos impide enriquecer los sentimientos puros".

Fue en resumen la escueta exclamación de mi pensamiento.

Era cuestión de tiempo… y yo tenía en mis ligeros bolsillos todo el tiempo del mundo.

Era el único cliente y tal vez el primero del día, tal vez fue por eso que el dueño, cocinero y esa mañana también mozo, se tomo largos quince minutos para preparar el pedido y servirme.

El ritual completo para servirme lo hizo enarbolando una cara de persona malhumorada que daba miedo verla. Sin levantar, por un instante la vista de su bandeja, me dejo la taza de café con leche, las medialunas y dos sobrecitos de azúcar sobre la mesa pelada. Frío y sincero. Un rato más tarde se puso a limpiar el local pidiéndome por dos veces que levantara los pies para pasar el lampazo. Yo intentando ser amable, accedí contemplativo a su demanda, pero el tipo ni siquiera me miraba. Resultaba evidente que su fastidiosa conducta era adrede y supongo que era por haberle interrumpido, con mi tempranera llegada, su leída del diario, tal vez por el mismo motivo superfluo no tuvo reparos en mandarme al frente cuando entró el mismísimo Rodríguez Paz a preguntar por Mabel.

Mi atención no había percibido su presencia, mi mente de seguro todavía estaba compenetrada en discernir la conducta social de mi amada mientras mi boca deglutía como un caníbal mi tentempié, más, bien paré la oreja cuando escuché la voz detrás de mi:

– Buen día Juan, ¿La viste a la flaca?- Pregunto el hijo del militar

– ¿A Mabel?- Contestó el ogro casi sin levantar la cabeza.

– ¿Hay alguna otra flaca…?-

– Tantas…- Y se hecho a reír por primera vez en el día o tal vez en su vida…

– Déjate de joder… ¿La viste?, pase por el local y todavía no había llegado… A esta boluda la van a echar. El colorado esta recaliente…-

– Si la ví…Estaba recién en la vereda con ese muchacho- Le dijo entonces el pelado que, a todas luces, se notaba que no me tenía ningún aprecio.

Y a pesar de estar a espaldas de los interlocutores, sentí como el tipo me señalaba.

El loco del volante salió del barzucho relojeándome, más no se detuvo a preguntarme nada y tampoco creo que me haya reconocido.

Una grata sensación de alivio me asaltó cuando mi ex socio se subió a la Coupe negra y se marchó.

Abandoné de improviso el desayuno porque mi estómago se cerró en aquel mismo instante y a su vez, un horrible presentimiento de que algo andaba mal invadió mi mente.

Pagué sin dejarle al botón una mísera propina y partí hacia la jungla.

¿Dónde trabajaba mi Mabi…?

Tenía que encontrarla.

Lo primero que sobrevino a la razón fue volver a la pieza de la pensión, quería estar solo para poder pensar tranquilo, sin interrupciones… En el trayecto compré un mapa de la ciudad en un kiosco de revistas, me pareció importante empezar a conocer a fondo el territorio donde me movería, no solo yo, sino también mi enemigo.

A esta altura de la fantasía, mi dulce enamorada no podía negar que se encontraba informada de manera plena sobre mis planes y que en los mismos sopesaba la imperturbable intención de quedarme en Pergamino.

No podía no saberlo. Es real que esa primera noche le confesé mi deslumbramiento, y si no aludí de manera directa sobre mis íntimos deseos de quedarme por siempre allí, obviamente con ella, para entregarle mi amor incondicional, fue simplemente que no encontré una ocasión para hacer el comentario, como tampoco le hice sobre los últimos giros que mi presente había tenido a partir de su hojita de papel en mi bolsillo: la venta de las pertenencias y mi decisión unilateral de separación con Estela.

Estaba enterada que después de pasar por Rojas esa tarde, volvería para verla. Lo que ignoraba es que nunca estuvo en mis planes pasar por Rojas esa tarde.

Toda la maldita mañana me la pasé encerrado en aquel bunker compartido, sentado en el borde de la cama interpretando el mapa y colocando puntitos con una birome roja en los lugares transitados: La pensión de mierda en donde estaba, el departamento de Mabel, la terminal de micros, un cabaret a la entrada de la ciudad que había conocido la segunda noche y donde había dejado mas de un peso, la oficinita de correo desde donde había mandado la correspondencia a Rojas, la plaza Rocha…la cabina telefónica desde donde me comuniqué con ella…también marque con un punto la intersección de rutas donde me levantaron con la Coupe esa noche fría…

Trace, después de marcar los sitios anunciados, algunos cuadrantes de norte a sur y de este a oeste para iniciar la búsqueda de el local donde trabajaba ella, no tenía casi referencias, le había escuchado algo sobre que hacía un horario de corrido, además que se iba caminando y de hecho así lo había hecho esa mañana, por lo tanto tenía que estar cerca de su casa y también sabía, gracias a la conversación en el bar entre Rodríguez Paz y el pelado, que al dueño del local le apoderaban "el colorado".

Pocos datos para iniciar una búsqueda, pero Pergamino no era tan grande y yo tenía, como era sabido, la temporalidad y sus pretendidos componentes en mis ojos.

Cuando el cansancio y la modorra me bloqueaban, recostaba mi cuerpo de costado en la catrera, sin levantar las piernas del piso, cerraba los ojos y recomponía el dialogo del bar entre el gordo puto y el otro malandra, y de forma constante me abarcaba la misma duda, pues, si bien la realidad demostraba que el loco la seguía viendo…y esto aunque tratara de negarlo, me jodía mucho mas de lo que yo suponía, la pregunta que surgía del lado inocente y sensible de mi oscuro corazón era siempre:

¿Era un amigovio o pasaba algo más…?

Mi mente indagaba, le daba vueltas al asunto y se contestaba en forma repetida el interrogante, oscilando en opciones poco valederas, que de manera inevitable obligaban a considerar respuestas aturdidas que, como no podía ser de otra manera, desembocaban en una confusión eterna.

Por suerte el sueño invadió mi cuerpo antes que la inquisidora interpelación de mi dictamen sometiera a mi alicaído espíritu.

Desperté a eso de las cinco de la tarde, me pegué una buena ducha reparadora de sueños confusos, refrescante y generadora de inesperadas energías positivas… Es increíble como en ocasiones un simple chorro de agua puede recomponer el cuerpo y limpiar la percepción de una persona.

Busque a la encargada del hotel para pedirle un te o algo caliente, pero no había nadie en la conserjería así que deambule husmeando los pasillos oscuros de la pocilga y de esta forma encontré la cocina, un ambiente amplio de unos cinco por cinco metros pintada de un apacible tono durazno, con una ventana mediana frente a la puerta de entrada que dejaba ver un patio interno atiborrado de trastos viejos y chirimbolos rotos o en mal estado como camas, mesas de luz, cajones de manzanas junto a estufas de cuarzo destruidas… el recinto donde me encontraba parado estaba sin embargo aseado y con un dulce perfume a rosas. Revolví curioso entre los utensilios de la cocina tratando de encontrar un jarro para calentar agua y preparar un te, el que tomé sentado frente a la mesa redonda que se alzaba en medio del salón.

Aquel momento me recordó las tardes cuando era chico y mi mamá me preparaba la merienda después del colegio… cuanto tiempo hace ya…

Tiempos felices…lástima que duró solo un par de años, pocos…solo una miseria del destino. Si mi madre no se hubiera marchado tan lejos tal vez mi historia hubiese recorrido otros sitios…

"Pero a quien le importa esto ahora, estoy aquí para revertir ese cuadro desabrido que pinto mi vida y así lo haré…" Le grité mudo a mi corazón.

Era tarde para lamentos, lave la taza y la deposité sobre un escurridor de cubiertos. Me dispuse luego a emprender sin tentaciones urbanas, la búsqueda de esa doncella confundida.

Recorrí sin rumbo fijo las calles del centro abrazadas todas ellas de locales comerciales y galerías. Atendiendo cada vidriera, a cada empleada, y también a cada colorado que se cruzaba en mi camino, que dicho sea de paso, fueron muchos más de los que supuse podían residir en ese pueblo, tantos cruce en mi derrotero que bien se podía rebautizar la comarca como La colorada o simplemente Colorados…

Estuve más de dos horas cruzando peatones y mirando por entre vidrios, pero no tuve suerte, así que cansado me di por vencido y decidí esperarla en el mugriento café del gordo charlatán.

Mabel apareció a las nueve de la noche, bajó de la coupe negra, beso al maniático de la rutas y entró a su casa.

Por el ventanal del bar observe el cielo y confirmé que la iluminada noche se cubría muy lenta de gruesas sombras erráticas que inevitablemente anunciaban un importuno aguacero.

No quería dar fe de lo que había presenciado, no podía ser verdad.

Ella me había dicho por teléfono primero y luego en su departamento que no lo había visto desde ese domingo, ¿Entonces…? ¿Que pasó? él ya a la mañana la estaba buscando, eso yo lo sabía y suponiendo que la haya ido a buscar a su trabajo, está bien, también lo entendía, pero el beso… el beso… eso era otra cosa…

Creo se lo dio en la mejilla, pero no estoy seguro de ello…

Mejilla o no, fue un beso suyo al fin.

Trate de serenarme, de equilibrar mis sensaciones, de no aumentar esa angustia que galopaba sobre mi decepción, pero no lo logré.

En mi retina se había grabado las figuras de ellos dentro del auto besándose…

Trataba de reconstruir esa diabólica despedida cuadro a cuadro, me esforzaba por ser prudente, por no contagiarla con mis inseguridades alertas, pero era una tarea titánica, mis dudas a flor de piel, encendidas, obnubilaban toda posibilidad de ser objetivo, yo lo sabía, lo razonaba, quería darle crédito a mis buenas intenciones, a mis buenos pensamientos, aquellos que solo veían en este episodio sombrío una simple despedida de dos ex…

Pasaron diez minutos o quince… no recuerdo, si que ya no me aguantaba sentado en aquel inmundo y asqueroso bar.

Llame al chico que estaba detrás de la barra, el mismo que me había atendido la primera noche, pagué la adición y salí con paso rápido a tocar el timbre de su casa.

Cuando se abrió la puerta, recibí su estampa con mi mejor sonrisa…Ella me besó en la mejilla y me invitó a pasar.

A todos besarás igual… fue el primer pensamiento que elaboró mi raciocinio.

Recapacite entonces y para esfumar esa abstracción que estallaba en mi cabeza buscando mi boca para gritarle en su cara mi desilusión… me la imaginé desnuda en su cama.

-Parece que sabes cuando estoy en casa…- Comentó con la frescura de sus veinte años… para agregar:

-Acabo de llegar…Prepárate lo que quieras mientras me doy una ducha… estoy muerta de cansancio…tuve un día…-

"Tuve un día" me imagino… especulé la frase letra por letra con mi conciencia ardiendo de impotencia, mi interior más profundo estaba golpeado de muerte y a ella parecía no importarle nada…

Buscaba desesperado desviar mi enajenamiento, negar la realidad, concentrarme solo en mi noche de amor con ella, en sus caricias suaves sobre mi espalda, en sus besos tan profundos y húmedos donde buceaban mis mejores sueños. Ella tal vez todavía no había tomado conciencia de lo que estaba sucediendo, de mi amor y su amor, del giro que nuestros destinos habían dado desde aquel mismo instante que su ventanilla bajo para preguntarme a donde iba… Yo tenía que explicarle entonces que nuestras vidas se habían cruzado en este mundo para siempre, que se habían fundido como una aleación extrema, lo nuestro era una amalgama de sueños y proyectos, nosotros éramos ya casi uno, Mabel no lo había entendido aún, a pesar de haber sido la mentora de toda esa relación.

Hablaría tranquilo cuando terminara su ducha, confiaba en que todo se podía recomponer, solo debía escuchar sus explicaciones, sus motivos…ella no mentía, no me mentía, como cuando me contó que recién había llegado de Rosario.

Mientras preparaba su baño, el conjunto racional y sentimental limítrofe a mi cuerpo y alma solo atinaban contemplarla… Me limitaba mancebo a espiar con cuidado su contorno adonis deslizarse dentro de la sala… la seguía mi espíritu idealista mientras el murmullo seráfico de su voz custodiaba mis huellas erráticas y cada vez que sus perlas celestes descubrían mi indolencia, me sonrojaba como un adolescente y mis gestos adustos carentes de armonía asentían sus meneos… pero mi cara de extraviado no hacía más que ocultar en todo caso, ese fuego que corriendo por mis entrañas, devoraba mis mejores congojas.

La realidad nunca es utópica, la realidad cuando no nos gusta duele, nos raja el corazón si es allí donde se enciende el amor. Yo estaba quebrado en esa sala color rosa, estaba aturdido hasta en mis lamentaciones, vacío de toda esperanza, es que Mabi me había engañado, Mabi me había estafado, Mabi no me merecía.

Cuando salió de su ducha, apenas cubierta con una toalla corta que dejaba ver sus tersas piernas en toda su extensión, busque en su mirada una justificación, una respuesta a mi martirio pero solo tropecé su sonrisa endiablada.

"Podemos a ir a esa pizzería que me comentaste", le murmure mientras se vestía en su pieza, yo siempre ambulando por su sala, pero Mabel no quiso, con voz dulce me contestó que mejor sería quedarnos en el departamento porque se encontraba muy cansada… otra vez con lo mismo, "Estoy cansada" me ponía furioso escuchar ese vocablo: CANSADA… de que…

De mí, de mi amor, de mi sufrimiento o cansada de mentirme como a un niño, de jugar con mis sentimientos, o tal vez, lo más probable es que estuviera cansada de hacer todo el día el amor con ese enajenado que la había estado buscando desde la mañana temprano.

"Mejor pedimos un par de pizzas por teléfono y cenamos en la cama mirando tele". Me dijo volviendo su cándido semblante hacia mí y haciendo una mueca picaresca que dejaba entrever sus íntimas voluntades.

Asentí con un gesto y no mucho mas hice, no sabía como encararla, como preguntarle sobre todas las dudas que me carcomían la cabeza, deje que los sucesos y la providencia gobiernen en aquellos momentos, como antes… pienso hoy… mi expectante inseguridad esperando una oportunidad para examinarle, pero se me hacia arduo, espinoso, pues ella siempre reía, parecía feliz, despreocupada y segura con mi presencia; conversaba de su empleo, me hizo saber entonces que trabajaba en una agencia de loterías que se encontraba en la parte norte de la ciudad, cerca de la avenida circunvalación, bastante alejada de la zona céntrica donde yo la había buscado toda esa tarde.

También en la charla se refirió a la buena relación que tenía con su mamá y una tía, hermana de está, los única parientes directos que le quedaban. Su padre había muerto, cuando apenas tenía un año, en un accidente de trabajo, armando un silo en un campo cercano a Alvarado, de donde eran oriundos; tal vez por ese hecho nunca más había tenido acercamiento con sus familiares por vía paterna.

Mabel me exteriorizaba muy tranquila sus temas circundantes y mientras conversaba jugaba con sus manos entrelazando las mías, cada tanto acercaba su boca a mí cuello y me besaba suave, mordisqueándome y yo, entre sus brazos, buscaba dejarme encantar por ella.

"Mejor pedimos un par de pizzas por teléfono y cenamos en la cama mirando tele". Había dicho y casi fue así, comimos, no miramos tele, pero nos saciamos de sexo.

Antes de que el sueño ganase su cuerpo, le pregunté por el loco.

Sin inmutarse afirmó muy suelta:

"Que se yo…hace mucho que no lo veo".Y se durmió.

A mí en cambio, su respuesta infame logró despabilarme el alma, el cuerpo y el espíritu.

El agotamiento de mi carne se evaporó como el agua del mar en pleno enero y tras pegar dos o tres vueltas en la cama desordenada, sentí la necesidad de no estar cerca de aquella piel desnuda, así que me levanté y comencé a caminar envuelto en una frazada por toda la pieza, después el espacio se envició de mi enrevesado presente y decidí vestirme y salir a comprar cigarrillos que, como era de esperar, no conseguí en ese pueblo de mierda.

No se cuantas horas estuve arrastrando mis pies por esas calles recién lavadas por el creador, en verdad no lo sé, no puedo calcularlas, muchas creo, o todas tal vez… nunca podré saberlo, mis vista clavada en el gris del pavimento mojado, sorteando cordones y veredas rotas, mi vista fija en la nada que nos rodea y no la vemos, mi razón en blanco, rifando tonterías absurdas que evadían todo sano juicio, mi alma con sus alas rotas esperando no se que… puede que solo buscaba que transcurriera el tiempo y feneciera esa noche maléfica y la luz de Eros configurase mis sentidos otra vez.

Bajo la anunciada lluvia, fastidiado el porvenir, el frío de la noche retornó a mi organismo los sentidos, recién entonces emprendí camino al departamento…nada había cambiado, solo yo y mis circunstancias…

Intenté dormirme, así que resuelto volví a desnudarme y me acosté junto a ella…pero fue peor, pues pude confirmar como Mabel ignoraba de igual forma tanto mi ausencia como mi presencia.

Al rato cerré los ojos para no ver la oscuridad de la habitación y buscando un roce casual con su piel, desplacé lenta mi mano hacia su cálida y pérfida figura.

A medida que mi brazo se acercaba comiendo centímetro a centímetro la tela de la sábana, mi respiración intensificaba su ritmo acelerando el latido de mi corazón. De pronto sentí como la yema de mi dedo explorador hacía contacto con su espalda, entonces respiré profundo, tomé aire y apoyé toda la palma de mi mano en aquella suavidad.

Su espalda se arqueo con un movimiento suave mientras deslizaba mi piel sobre la suya, entonces recorrí con mis uñas toda su columna vertebral…despacio, de arriba hacia abajo, después rasgué sus muslos yacidos de cansancio, mientras notaba como toda su humanidad soñadora trataba de acercarse a mi.

Me pregunté en aquel momento que actitud asumiría aquel cuerpo penetrado por él.

Buscaría su goce con la misma ansiedad de esa noche…transpiraría igual cuando explotaba de placer…sus gemidos profundos repicarían con la misma desesperación…

No lo note entonces, pero mientras preguntaba a mi razón esta catarata de acusaciones, en forma instintiva abandoné de su epidermis la mano tentadora.

Nunca contesté aquellas dudas, ¿Para que…?

Esa mujer me había engañado y no merecía mi perdón.

Esa era la realidad. Aceptarla o no era mi desafío.

Volví a levantarme de la pira pecadora.

Mabel con la tozudez de aquel que duerme, persistía en ignorarme.

En medio de esa oscuridad intenté consolarme creyendo que solo se trataba de un hábito, una simple costumbre.

Ella me ignoraba como lo hizo de alguna manera Estela en la casa de sus padres ese último día, y como lo había hecho mi mamá cuando se fue a vivir a Entre Ríos y me dejó al cuidado de mi abuela, todavía recuerdo sus lágrimas cuando me prometía un pronto regreso para buscarme, cosa que nunca sucedió. Mi madre fue la primera mujer que me mintió, de una forma tan cruel como lo estaba haciendo ahora Mabel… Mi madre solo regreso alguna vez a la Plata para visitarme… se notaba a la legua que mi presencia no le interesaba mucho y solo le importaba su nueva pareja.

Mentiras todas, mujeres mentirosas que duermen los sentimientos más sinceros y profundos, los rompen sin ningún tipo de miramientos ni tapujos, acreedoras de impasibles y apáticos valores, ímpetus violadores de dulces momentos y generadoras de voluntades indóciles y despóticas. Ellas nunca se detienen para contemplar los gorgoteos de las almas sensibles y generosas.

Caminé sin pausa hasta la cocina entre las peores tinieblas del alma, e intenté encender la lámpara que estaba sobre la heladera pero no fue necesario. Un relámpago perdulario atravesó la ventana e iluminó suficiente la mesada para permitirme ver la cuchilla desafilada con la que habíamos trozado las pizzas… después fue fácil, volví mis pasos lentamente y cuando mi pierna derecha hizo tope con la cama, deslicé mi brazo izquierdo buscando el bulto de la infamia, palpé el cuerpo, estaba de costado así que solo tuve que apoyar mi mano en su hombro, hacerlo girar bruscamente para que quede boca arriba y bajar puñetazos a un negro vacío que tenía enfrente.

No recuerdo cuantas veces mi brazo inhiesto cayó tal cual látigo sobre su humanidad vencida, puede que cinco, puede que diez…

Ya no importaba. Mi dolor era incalculable, la mujer que convirtió mi vida en algo merecido de ser transitado con todos los sentidos encendidos, era una gran embaucadora.

Nunca ese cuerpo insolente ahora extendido sobre la fría sábana nefanda, atrio de toda su doctrina, había querido hacerme feliz, solo se había entretenido conmigo, con mi expectativa… Mabel era el arquetipo de esos seres con un corazón malvado, pérfido, pero cubiertos por un hermoso estuche. Ella era un gélido ente con las curvas perfectas y la piel de un ángel, capaz de ensoñar al mismísimo narciso y hace sonrojar al propio Satán…

Pero ya no era, nunca más engañaría a un corazón sano e incauto…

Su muerte en mis manos tal vez haya sido la razón primaria de mí existir…

Al rato encendí la luz, bañé su sangre de mi cuerpo, me cambié despacio, sin prisa y salí para siempre de aquel departamento. A Mabel ni siquiera la miré.

Dejé la tormenta de aquella habitación y me sumergí en la vendita cellisca que desde lo más alto glorificaba mi cuerpo.

CAPITULO VII

(Todo es efímero aun tu recuerdo y tu muerte) Haykus

Pergamino, 14 de julio de 1983.

Pasé por la pieza a retirar mi valija.

Sin querer había cumplido con mi palabra de irme antes de los cinco días.

Mientras mis pasos achicaban el extenso pasillo de entrada me daba cuenta que uno podía entrar y salir de aquel lugar sin que a nadie le importase, como en la vida cotidiana, donde unos y otros nos comportamos como lo que somos… seres extraños para la gran mayoría y entramos y salimos de las vidas ajenas en forma continua.

Todos somos personajes en esta sociedad falsa e hipócrita, todos sin excepción nos divertimos camuflándonos como camaleones para aparentar lo que no somos…

Recién en ese momento descubrí que la portera o quien fuera la gordita que me había atendido la primera noche, jamás preguntó sobre mi nombre o cualquier otro dato, por lo tanto ahora, que la mentirosa estaba descansando su último sueño, nadie sabía de mi paso por ese lugar de la argentina.

Me senté en la cama deshecha de aquella triste habitación, tome unos minutos para empezar a empacar la poca ropa que estaba tendida sobre el respaldar de una silla solitaria de mimbre que hacia las veces de valet.

El rostro de ella sonriente y sus carcajadas tan límpidas y resonadoras se enredaban en torno a mi razón confusa imposibilitándome recapacitar tranquilo. Su maleficio todavía tenía poder sobre mi persona, sobre mi alma toda, pero fui otra vez más fuerte que su propio fantasma para zafarme de aquella contorsión amarga de la fatalidad.

Estaba excitado y a la vez cansado, molido.

Mi cuerpo era puro sufrimiento, el corazón sangrando y la cabeza en llamas pedían sosiego, silencio, orden. Eran irrefrenables las lágrimas, por que negarlo, para mitigar toda esa basura que la malvada había desparramado sobre mí, fue que me abandoné al llanto desconsolado, casi a gritos, exigiendo un juicio justo que salve a mi espíritu inocente.

Fue el momento en que me di cuenta que Luciano Giovanini debería dejar de existir para siempre en este mundo, que su vida debería ser solo sólo un recuerdo en la mente de muchas personas.

A su espíritu debería regalarle nuevas alas y un vasto cielo, limpio y sereno…a su materia debía redimir de los pecados precedentes.

Dar muerte a sus propias vivencias es un buen paso en el camino de la superación.

Esta evolución requería proceder con mesura, midiendo cada uno de mis actos, disfrutando cada determinación, sin miedos ni temores al destino.

Tiempo después, cuando evolucionó mi evolución, entendí que Mabel había sido el corolario de mi transformación, una víctima de la revolución de mis intereses, fue la conclusión de ese cambio nacido aquel primer viernes.

Marcelo Paús iba creciendo en mi ente anárquico y asombrado.

Fuera de ese hotel, cuando mi pie tocase la vereda, el ruin mundo aguardaría por mí persona de nuevo. Debía ser precavido, solo eso me mantendría equilibrado y a salvo de las malas interpretaciones y los juicios apresurados y erróneos de la masa desinformada que, sin esfuerzos instruidos se avalancha sobre los condenados.

Cuando corrí por las calles buscando la Terminal, crucé con jóvenes en cada esquina, que sin atriciones derramaban adrenalina a mansalva, era la madrugada de día domingo cuando la noche cantaba, para ellos, su venganza semanal.

Esperé el primer coche de la Belgrano a Rojas que partía a las 5.55 hs. de la plataforma 3.

Poco después de las seis estaba fuera de aquel martirio.

Traté de dormitar en el viaje pero fue imposible, su rostro me acosaba sonriéndome y su carcajeo no dejaba de molestarme. Yo miraba por la ventanilla como la luz del sol empezaba a dibujar siluetas de árboles y vacas sobre los manchones oscuros de los extensos campos.

El colectivo estaba casi repleto de pasajeros, en su mayoría menores que seguro habían llegado hasta la ciudad buscando diversión, más no reconocí a ninguno… y esperaba que ninguno supiera quien era yo. Aunque confieso que me sentí perseguido por sus miradas furtivas y cuchicheos incesantes.

Llegué al pueblo de mi ex – mujer pasadas las seis y cuarenta.

Di unas vueltas por la desolada estación recién remodelada sin saber que hacer. Mi mayor turbación era no poder dominar mi raciocinio, no lograr retener una concepción premeditada en mi cabeza, un tema fijo, cualquiera, algo que me ahuyente de su icono, de su mentira, de toda esa noche y su traición.

No contemplé mi cara en ningún espejo, no lo busque tampoco, no quería verme, pero advertía a mi rostro deformado, brotado, a pesar del frío existente. Intentaba no despertar la curiosidad de los pocos transeúntes, que a esa hora rondaban por la terminal, pero era difícil lograrlo. O yo lo sentía así. Todos me observaban, los que estaban cerca, los mas alejados, los que pasaban en auto a cien metros, todos, hasta aquellos que no estaban.

Seguí caminando por la cuadra paralela a la estación, reparando hacia atrás de continuo, me movía perdido, asustado. En aquella avenida ermitaña me descubría a mí mismo como un alto sospechoso de la vida.

Lejos, por la circunvalación, un aullar de sirena me conmocionó paralizándome en seco y la silueta de un patrullero de policía con sus luces altas encendidas congelaron aún mas el esqueleto de mi alma; me senté entonces con la cabeza gacha en el cordón de la vereda aguardándolos, pero la ley paso por mi lado sin notar mi presencia. Los buenos no venían por mí y el alivio de los inhabilitados, desahogó su máxima majestuosidad sobre mis restos, proporcionándome esa frialdad que estaba buscando. Decidí ocultarme de tantos ojos entonces busque un lugar cerrado, busque un bar donde desayunar.

Volví mis pasos otra vez hacia la estación de colectivos y entré en una cafetería contigua. En su interior dos borrachos sentados alrededor de una mesa redonda al fondo del local y una prostituta que se insinuaba en la barra e intentaba venderles sus servicios eran los únicos habitantes del local, esperé unos cinco minutos hasta que de atrás del mostrador, tapado por una pared de machimbre, salió un hombre bajito y con nariz prominente para tomarme el pedido.

Solicité un café doble con leche y dos medialunas saladas.

Mientras esperaba que el narigón traiga el pedido miraba a la mujerzuela como movía su culo redondo provocando a los borrachos y pensé en Mabel. La analogía era tangible, imposible no urdir la comparación…la misma conducta pilla y ese proceder manipulador… acompasaba su paso de espalda a ellos de tal modo que su minifalda negra dejaba al descubierto el limite de sus fantasías, mientras que cuando volvía, sus pechos parecían volcarse en la mesa de las dos víctimas alcoholizadas.

Tardo mas tiempo mi café doble que la fulana saliendo con un tipo colgado de cada brazo de aquel antro, cuando paso por delante de mí, ensalzo su rostro coloreado y me guiño un ojo. Los tres se perdieron rápido tras el edificio de la Terminal, solo se escuchaba su carcajada, fuerte y contagiosa como la de todas las putas.

Esperé sentado un buen rato hasta que abrieron la boletería y pude comprar un pasaje hacia Buenos Aires.

El colectivo salía a las 8.25, todavía tenía tiempo para perder así, que compré el diario y esperé que se haga la hora. En policiales no me nombraban.

Diez minutos antes de subir al autobús llamé a la casa de mi ex suegros…Tuve suerte porque Estela contestó el teléfono.

Tenía fe de que eso sucediera, había decidido que si atendía cualquiera de sus padres, colgaría y trataría de llamarla mas tarde…Necesitaba hablar con alguien cercano, de mi entorno, escuchar una voz conocida.

-¿Estela?…Soy yo…Lo que te mandé con la encomienda es la mitad del dinero que conseguí vendiendo todo lo nuestro-

-¿Hola… sos vos, que pasa, estas loco o que, contame que te paso, no entiendo nada, que es esto de la plata que mandaste, que hiciste… donde estas? ¡Vos estás loco!… ¿Qué te pasa?-

– No puedo ahora, me tengo que ir, te voy a llamar, tu ropa y la del nene la embolsé y la deje en lo de doña Matilde, la vecina, pasa a buscarla cuando puedas… cuida mucho a mi hijo…-

-Te volviste loco…- Repetía sin entender y sin enterarse de mis expresiones atemporales e inciertas.

-La semana que viene te llamo, cuida a Seba…- coreé alzando la dicción para que ella reaccione y me atienda.

-Hijo de puta-

Fue lo último que escuché y me pareció la única expresión lógica emanada de su boca.

Subí al micro apenas éste estacionó en su cuna esperando la hora de partida, el chofer me saludo dándome los buenos días, corto el boleto y sonriéndose apuntó "pareces que estas apurado en irte".

Algo parecido a una contestación se me escabulló de la boca mientras buscaba el asiento que me había tocado en suerte para esconderme del mundo: número 17 por pasillo… me acomodé en el 18 ventanilla.

En esos infinitos diez minutos que tardó en ponerse en marcha el micro solo subieron tres personas. En primer lugar lo hizo una señora algo mayor, gordita, de unos cincuenta años con una niña que parecía su nieta colgada de su brazo izquierdo mientras en el derecho arrastraba por el pasillo una especie de bolso con rueditas gigantesco y el otro viajante que trepó casi cuando el colectivo se empezó a mover, fue un muchacho de mi edad al que alguna vez crucé en el pueblo.

Algo comentó con el chofer apenas subió, se ubico en el primer asiento y no dejó se charlar en todo el trayecto.

Cuando a las dos horas de viaje, el micro se detuvo en Lujan, decidí quedarme en el pueblo.

No fue algo predeterminado, pero cuando baje en la plataforma de la parada para estirar las piernas me descubrí frente a la misma basílica y sentí de pronto la necesidad de rezar.

Yo no era un católico practicante, más no pude contener ese impulso de orar ante la virgen cuando pasé frente a la gran iglesia, sentí la sensación que una fuerza magnética me captaba y guiaba mis pasos hacia su interior. Me deje encaminar por ese aliento místico.

Estuve en el templo hasta las seis de la tarde.

En esa ciudad tan devota como melindrosa, cinco meses.

Cuando logré cesar de discutir con mi alma, que intentaba redimir sus penas recientes, adecuando castigos mundanos que lejos están de ser correctores y tan solo hubieran castigado una fatídica apuesta del destino, retorne a la concordia del los sentidos y las emociones.

Si Dios me había perdonado, el mundo, su creación, no podía juzgarme.

Yo era a su semejanza y así como su hijo alguna vez reacciono contra los pecadores en Sodoma y Gomorra, mi mano, puño en acero forjado, solo había sido su arma, El, creador y supremo y no yo, esclavo de su fe, había castigado a Mabel, mujer adultera y pecadora.

Me comenzaba a apreciaba en conciliación y equilibrio de alma y cuerpo flotando ambos sobre un éxtasis beato.

Si los hombres no conseguían interpretar, con sus desequilibradas leyes actos rayanos en los límites de la ideología, la moral y lo metafísico y se empecinaban como mulas en enjuiciar a una persona calificando la consecuencia de una actitud meramente emocional, sin considerar el valor de los acontecimientos previos y las conductas desviadas y ofensivas de la que se denomina en forma equivocada como víctima, haya ellos y sus formas, yo ya estaba en paz con el creador.

CAPITULO VIII

(Hasta los rayos del sol dejarán de arder algún día) Haykus.

Pergamino, 20 de julio de 1983.

-Jefe, acá le traigo los datos del forense-

-Leémelos…que dicen- Inquirió seco y rotundo, el inspector Vicente Soriano a su ayudante.

-La piba llevaba muerta entre 36 y 48 horas. Se le contaron más de quince puñaladas, una le traspasó el corazón-

-Adjúntalo a la carpeta y gíraselo al juzgado… ¡Y los peritos que cuentan…?-

-El negro Martines levantó un par de huellas…también tenemos muestras de semen…algunos cabellos… nos falta la foto nomás…para mí el que sabe algo mas es el novio de la piba…- El que hablaba sonriendo, abriendo apenas sus labios y así dejar expuesta su amarillenta dentadura, era el Sargento Romero quien creía que su ocurrencia era un pretexto asaz para que lo festejasen sus camaradas, pero ninguno sonrió, menos Vicente, que no venía de tener un buen día.

-El hijo del hijo de puta…- Contestó malhumorado Soriano.

-Ese mismo…- se limitó a contestarle, esta vez sin ninguna sutileza, Romero.

-Puede ser, el fiscal me comentó que esta semana lo vuelve a llamar, pero el guacho tiene una buena coartada… no te olvides de las citaciones de mañana para el gordo del bar y para el pibe que entregó las pizzas…-

-El Adrián…-

-¿Quién…?-

-El Adrián, el hijo del negro Pereira, el carnicero del barrio Alvarado-

-No me digas que es el hijo del negro…-

-Si, buen pibe…-

-¿Vos lo conoces bien…?-

– Si, lo juno del barrio, antes vivía a una cuadra de lo del negro, así que lo conozco de chiquito, quiere que se lo traigo antes de que lo interrogue el fiscal…-

-Si podes…A la tarde voy a estar a eso de las cuatro, porque voy a pasar antes por lo del colorado-

-Listo jefe, délo por hecho, a las cuatro se lo tengo aquí sentado-

Vicente Soriano, mas conocido por el mono Soriano, era una persona común, un policía común, que había nacido en Junín hacia cuarenta y tres años y que caminaba por estos parajes casi cuarenta, desde que a su padre, el recordado don Fernando Soriano, telegrafista del desaparecido Correo Argentino y emblemático arquero de Duglas, campeón de la liga en el cincuenta y seis, fuera trasladado desde aquella ciudad a esta.

Su historia podía exponerse como la acuarela de un apacible paisaje serrano, sin manchas oscuras ni trazos fuerte, sin colores afanosos ni profundos. Una bonita imagen, simple, elemental y pura, tal cual su vida sosegada, desarrollada en diarias exposiciones pueblerinas, aunque en su íntimo, siempre disputada por la arcaica tirantez que se genera cuando el espíritu debe elegir entre la "natural" paz exterior y el bello arrepentimiento interno.

Su vida afectiva era Nora y la existencia con Nora era una reseña calcada de sus actitudes mundanas.

Tampoco tuvo mayores sobresaltos en su plano laboral, su foja de servicios era una prolija ficha a punto de terminar. Una sola sanción perdía la virginidad del legajo 03456 y en realidad había sido una equivocación del superior que la impuso y con quien él prefirió no discutir para no crearse un enemigo.

Aquel mediodía, el sol de Pergamino dejaba verse en lo más alto del cenit, cuando Vicente se encaminó rumbo a su finca, apostada en las afueras de la ciudad, sobre la ruta 8 a Rosario. Normalmente, esos cinco minutos de viaje, siempre lo disfrutaba a pleno, sea de día o de noche, el manejar en ruta a Vicente lo serenaba por sobre todas las cosas.

Si era por ese andar escoltado, en forma continua por campos verdes de lino o amarillo espiga, o por ese silencio característico, que conseguía en el trayecto, estaba fuera de su alquimia, de su importancia, pero la cuestión era que el mismo se había transformado, desde siempre, en su mejor terapia.

Esos kilómetros de asfalto eran el respiro necesario en su cotidianeidad para enfrentar algunas veces las ingratas decisiones laborales y otras tantas para descomprimir sus berrinches hogareños.

La realidad por lo general lo despertaba cuando abría la puerta de entrada y ese día lo volvía a golpear con la irritante bienvenida que, apenas llegado, recibió de su mujer:

-Pasaste a buscar el remedio de Deissy- Preguntó Nora antes que su pie tocara el piso del living.

-No. Me olvidé…paso a la tarde, cuando regreso a la oficina…-

-¡No se para que compraste un perro si no te ocupas de cuidarlo! El veterinario dijo que cuanto antes tomara la medicación era mejor…pero no le das bola…claro, total soy yo la que se queda en la casa y tiene que aguantar que el animal se queje todo el día-

-Cálmate un poco, no es para tanto. A la tarde voy…me olvidé, estoy enquilombado con lo de esta chica… no te das cuenta que voy y vengo de acá para allá con este caso-

-Si claro… como no me voy a dar cuenta…Que se pare el mundo entonces, todo el pueblo hablando de lo mismo hace tres días… Si, si ya me enteré que la pendeja era bastante rapidita… porque salía con ese tal Jorgito Paz, lindo apellido, lástima que esa familia no le haga ningún honor, porque el viejo…-

– En eso te doy la razón… ¡Pero en lo demás…déjate de embromar! Razonas como las viejas del pueblo… ahora el problema es la piba…-

-Solo repito lo que se comenta…Salía con él y algún otro mas… Y no se si no se acostaba también con Juan, que es un viejo baboso-

"Ya esta bien, déjame de joder" dijo Vicente cortando la insulsa conversación para sentarse frente al televisor.

Las noticias en el canal local solo hablaban del asesinato de Mabel.

– Hoy estuvieron periodistas de Rosario…-comento al vacío.

Como Nora no contestó siguió hablando en vos alta:

-Son jodidos estos tipos, uno preguntaba porfiado si no era un ajuste de cuentas porque tenía información de que la piba andaba en asuntos de drogas, el comisario le dijo que no se sospechaba por ese lado, pero el tipo siempre daba la vuelta y preguntaba lo mismo, anda a saber que quieren tapar, no…-

-Y, el policía sos vos… A esta altura ya no me quemo las manos por nadie ¿Vos si?- Le escupió sin anestesia su mujer mientras terminaba de ubicar los últimos utensilios para el almuerzo.

-Hoy a la tarde voy a ir a verlo otra vez a Juan, por ahí me da una punta…- dijo caviloso el policía.

-Pero antes pasa por la veterinaria– La vos mandona y mediática de ella retumbó en sus oídos.

-Anda a cagar…- escapó tímido de su boca.

Juan era el dueño del local de locutorio en donde trabajaba Mabel y era también amigo de la infancia de Vicente. Estaba conmovido y se le notaba en su cara, en sus gestos, en ese color amarillento de su piel, por esas ojeras que señalaban las pocas horas que le había brindado al descanso esos últimos días, se trasmitía en toda su humanidad como le había afectado el inesperado y trágico final de la flaca, como a el le gustaba llamarla.

-Estoy hecho pelotas Vicente, yo la conocía desde que llegó de Rosario, no se quien fue el hijo de puta que pudo hacerle algo así. Porque el loco Jorge, que en definitiva era el amiguito, es eso, un loco, a veces agrandado, otras tanto se la da de matón, pero todo es puro grupo, espuma me entendes… Es un buen pibe… en verdad no creo que el esté detrás de todo este tormento. Es más, el último día cuando la pasó a buscar, pobrecita, después volvió para llevarme a casa… Que sé yo…no creo que tenga algo que ver-

– Esta todo confuso, pero por ahora todos somos sospechosos, no lo digo por vos, claro, sino por el pibe este, por ahí te paso a buscar para tener una coartada, que se yo, razono en voz alta, nada de esto es oficial, compréndeme… Mira entre nosotros te comento que al pibe yo también lo noté realmente compungido y por otro lado tiene como treinta y pico de testigos de donde pasó esa noche, porque estuvo en el cumpleaños de la hija del juez Gastaldi, que terminó a eso de las cinco o seis de la madrugada. Pero viste, por ahora se duda de todos, es normal… ¿Y a vos, la flaquita no te mencionó nada raro, no la viste con alguna preocupación, algún fulano que la pasara a buscar…?-

-No, en verdad nada que llamara mi atención… y que la pasara a buscar algún otro que no sea el loco, no…por acá nadie-

-Ah, te voy a tener que citar y seguro que te cita también el juzgado, te aviso para que no te sorprenda la noticia, seguro que te van a preguntar por ella y que sabes de sus cosas, amigos, amigas, hábitos, costumbres, un poco de todo, vos tranquilo, no ocultes nada-

-Esta bien, me imaginaba que tendría que ir a declarar…-

– Y de esa no puedo zafarte, pero es solo testimonial-

– Todo bien…es la ley…Y lo que comentan de la droga, no es verdad, por ahí se fumó algún porro alguna vez, pero ni en pedo vendía o consumía-

– Seguro, si acá todos sabemos quienes son los que andan en ese palo, ya sé, esa bola la tiraron anda a saber para que cuernos…ba, seguro que para ocultar algún vendedor que este marcado…-

– En eso tenes razón, pobre Mabel, anda a saber si no quieren cargarle alguna cagada de otro-

El agenciero hizo una pausa y meneo la cabeza como si una duda carcomiese sus ideas y destemplado en su voz y fisonomía, le reveló con vergüenza a su amigo de la infancia:

– Che Vicente…tengo un problema…-

El representante de la ley lo miro con gesto adusto y preocupado, no dijo nada solo movió su cabeza como interrogándole.

-Yo a ella la tenía en negro…Justo este año la iba a blanquear, pero viste, todo esta jodido…voy a tener algún problema…- Juan mientras hablaba evadió la mirada de su amigo y bajo su vista hacia el piso cuando terminó la frase avergonzado de la confesión que había hecho.

-La verdad no se… no creo, pero, te puedo preguntar otra cosa Juancito-

-Si mono, lo que quieras…-

-Vos te la movías a la pendeja… –

Juan se puso blanco y se quedo mudo de repente, Vicente se sonrió nervioso, le golpeo con su mano izquierda la espalda y le dijo por lo bajo mientras se despedía, "Eso si es un problema".

Camino riendo entre dientes hacia su auto estacionado justo enfrente del negocio de su amigo. Al cruzar la calle piso heces de perro todavía húmedas, maldijo entonces contemplando al cielo y se acordó de Nora, "Tengo que pasar por la veterinaria, la puta madre"

Cuando llegó a la comisaría lo estaba esperando Adrián Pereira, el repartidor de la pizzería donde compró Mabel esa última vez.

Vicente lo atendió con premura, pero decidió no hacerlo pasar a su despacho, sino invitarlo a la cocina del fondo, un lugar más cómodo y propicio para mantener una charla informal y también para que el pibe se sintiera menos presionado.

El inspector, mientras ponía a calentar la abollada pava de aluminio para tomarse unos verdes, trató de aquietar el nerviosismo que traslucía el hijo del negro preguntándole justamente por la vida de éste.

-Con tu viejo nos mandamos unas cuantas cagadas de pibes, como anda ahora que se jubiló…-

-Siempre igual…jodiendo…me mandó saludos para usted.-

– Gracias, dile que uno de estos días voy a pasar a tomar unos vinos. Bueno, te imaginas porque le pedí a Carlos que te fuera a llamar…por lo de la piba…-

-Si, ya lo suponía, hoy me llego una citación del juzgado o algo así-

-Si, esa es del juez, te van a preguntar como testigo y supongo que tu padre te va acompañar, igual no creo que sea un interrogatorio intenso…vos viste algo…-

– No, nada, entregue la pizza, cobre y me fui, no más…-

-Che, y viste algo raro cuando entregaste el pedido, a que hora fue, no se… algo que te haya llamado la atención en la piba…- le indagó Soriano en tono de duda, sin darle mucha importancia a su propia pregunta y estirando su brazo ofreciéndole un mate al chico.

– No, llamar la atención, no…la hora sería las nueve o nueve y media de la noche y el que me atendió fue un tipo…-

En un acto reflejo, involuntario, Vicente retuvo el mate que le convidaba al chico y se lo llevo a la boca. Succionó de la bombilla un trago largo, con su vista perdida en la pared que tenía frente al él, manchada por múltiples aureolas de humedad, su estampa era el dibujo de una persona ida de la realidad, y realmente, eso es lo que estaba sucediendo dentro de su ser. Todo su ente abstruso vibraba dentro suyo sabedor que esa última respuesta era la punta de aquel diabólico ovillo.

Suspiro profundo, y todavía con la bombilla entre sus labios, repregunto al pibe tratando de que su nerviosismo se notase lo menos posible.

-Mira vos, y lo conoces al fulano-

-Ni idea- dijo el chico mirándolo desconfiado.

-No mientas, mira que el juez te va a apretar con esto, si lo conoces decilo pibe, no te comas un garrón…-

-Es la verdad señor, mi viejo me pregunta lo mismo, pero nunca antes lo había visto-

-¿Y te acordás como era?-

– Si…era un tipo de unos treinta años…-

– Pero lo viste bien…era alto, bajo, gordo, flaco, que se yo, morocho y fiero como tu viejo o un tipo con pinta como yo…-

El pibe se sonrió nervioso. Quiso decir algo, explayar su anterior respuesta, pero el mono Soriano se le anticipó con el oficio que dan los años y le apuntó antes que pueda contestarle su recreada duda:

-Yo quiero prevenirte, sos el hijo de un amigo y no puedo menos que aconsejarte en ésta circunstancia… Tomate otro mate…-

-No gracias, amargos me hacen doler la panza, vio…-

-Me hubieras dicho, si para mi dulce o amargo es lo mismo, espera que voy a buscar la azucarera que seguro la llevaron los muchachos para la oficina-

Se levanto entonces de la mesa donde estaba apoyado y dejo solo en aquella cocina al repartidor de pizzas.

Soriano con la excusa de ir a buscar la azucarera a su despacho, busco a su colaborador Romero por toda la comisaría hasta que lo encontró en la salita de radio que estaba en el ala izquierda de la institución, pegada a un patio interno que hacía las veces de cochera para los jefes.

-Romero que haces acá, te estoy buscando por toda la comisaría…-

-Jefe estaba…-

-No me importa, esta bien, estabas boludiando como siempre, presta atención a lo que te voy a pedir, saca mi auto y anda a buscar a el negro Martinez o al otro pibe de criminalística y me lo traes para acá urgente-

-A Boloco…-

– Si, no se bien como se llama, creo que si, ese, a cualquiera de los dos me lo buscas y me lo traes de raje, tienen que hacer un identiquid, así que quiero que vengan con sus chirimbolos, apurate que yo mientras lo voy a entretener a pibe…-

-Al Adrián…-

-Sí, al mismo, así que apresúrate –

Y le tiró las llaves del auto. Paso luego por su despacho, tomó la azucarera y volvió a la cocina donde seguía el pibe sentado inmóvil, con rostro de sufrimiento y pensando que al juzgado solo iría con el acompañamiento de su padre.

-Bueno che, que te parece si esperamos que se caliente un poco mas el agua y nos vamos a tomar unos mates a mi despacho…así estamos mas cómodos y nadie nos jode…tomabas dulce me dijiste, no…-

-Si, dulce-

-Bárbaro- dijo mientras pensaba en su úlcera.

Al final de la tarde, horas después de haberse marchado Adrián, Vicente Soriano trasmitía a quienes cruzaba en su camino de regreso a su domicilio, una extraña sensación del deber cumplido.

Internamente, desde las entrañas de su alma, invadía a su materia una emoción sincera, bella, cristalina que suscitaba en él una mirada aguda en torno a su destino. Su razón templada por el silencio del triunfalismo, iba vanagloriándose de su olfato de investigador que cada tanto, muy cada tanto, le brindaba algún fruto.

Intuía que este podría ser el suceso que estaba esperando desde su entrada a la institución. De una manera axiomática, entendía que la resolución del asesinato de esta chica, lo convertiría en una persona nueva, diferente, sería elogiado y reconocido entre sus amigos, vecinos, pares… y sería una persona importante para Nora de una vez por todas…

A partir de los datos que le trasmitió el hijo del negro, a partir de esa cara dibujada en un papel amarillento que parecía desafiarlo y lo enfrentaba con unos ojos inciertos e impuros, el podía construir un destino de grandeza a su universo todo, tenía apostados sus últimos boletos a ganador y ninguna contra visible en su firmamento.

Haría lo humanamente correcto para esclarecer el caso, lo imposible para lograrlo y lo desatinado si fuese necesario.

CAPITULO IX

(Toda la vida no alcanza, para comprender la vida) Haykus

Luján, 20 de Julio de 1983.

La primera noche dormí en una pulcra pieza de pensión a pocas cuadras de la plaza. Esta vez el recepcionista que me atendió solicito algunos datos míos y los anotó en el cuaderno de entrada. Le conteste de manera muy formal "Marcelo Paús" cuando pidió mi nombre y apellido y como domicilio inventé una calle de Florencio Varela, que fue lo primero que me vino a la mente, pues me acordé de Raúl, un conocido oriundo de esa ciudad que, alguna vez me había comentado que su padre tenía un campito cerca de Luján.

Mi voluntad en principio era estar en aquel poblado dos o tres días, hasta que mi cabeza pudiera establecer algunas prioridades que me permitiesen ejercer una vida cotidiana sin resonancias del pasado. Enterrar a Mabel, olvidarme de Estela y mi hijo por unos meses, descartar cualquier posibilidad que dejase algún rastro del hecho escabroso; si me movía con inteligencia podía volver a ser de nuevo un mortal, ni más ni menos, tan solo eso es lo que buscaba de una manera casi desesperada.

Dormí por más de un día y medio. Me levante de la cama el lunes a las nueve de la mañana, si alguien alguna vez golpeó mi puerta nunca me enteré.

Cuando desperté, abombado como correspondía por haber descansado durante tantas horas, no comprendía bien donde estaba y por un instante calculé que me encontraba en Rojas, en el dormitorio del frente, ese con ventanal a la calle, pero la ilusión solo duró unos instantes, apenas segundos, rápido la realidad me devolvió a ese hotel de Luján.

Tenía hambre así que me vestí apresurado y marché en busca de un desayuno que me ayudara a enderezar mis ideas. Esa liturgia que tiene el acto de ir a comer, sea para desayunar como en esa ocasión o para almorzar o cenar, y poder estar sentado frente a una mesa, tomándose uno el tiempo necesario para saborear la comida o un trago de vino, o para mirar de reojo alguna otra mesa y llamar al mozo para que le sirva a uno, se me había hecho una escena necesaria en mi cotidiano: Estoy seguro que el asunto no implicaba que me gustase la ceremonia en sí, ni mucho menos, pero me brindaba la posibilidad de, por el espacio de una o dos horas, porque yo estiraba el ritual lo mas que podía, sustraerme de mi historia y al mismo tiempo me sentía entre los otros comensales como un ciudadano más, sin culpas ni cargos.

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