No iba a entrar… pero no volví al auto; quedé estático como una estatua amarillenta y desabrida en la puerta y tuve suerte…
Como tantas veces en el pasado y me asombro al decir esto…
¿Que es la suerte… a que llamamos buena o mala suerte…?
Por el deshilvanado cortinado que colgaba al fondo del pasillo de entrada, el rostro del demente se fue asomando con gesto de haber cumplido el objetivo, apenas me reconoció levantó sus brazos cual boxeador saludando al público, exhibiendo una botella de whisky berreta en cada mano.
Yo le sonreí, pero en realidad hubiese querido que jamás salga de ese antro.
-Listo socio, podemos seguir el camino…-
Ya era su socio… aunque yo a esa altura de las circunstancias me sentía más que su socio, parte de su inmobiliario.
El resto del camino a Ramallo, (destino que me enteré recién cuando descendí del auto), fue un amontonamiento de ininteligibles situaciones, miradas, diálogos, silencios y gritos recreados en un aquelarre mezcla caprichosa de madrugada festiva con la inconsciencia descontrolada que destella el vacío del ser.
Cuando entramos a la ciudad, tanto Jorge como yo estábamos casi sobrios… Esa segunda mitad fue tranquila y por ende más lenta.
Rara paradoja, encubierta por alguna resistencia natural de nuestro cuerpo, que, gracias a esa especie de alquimia, nos permitía razonar con tres litros de alcohol en nuestras humanidades.
El nuevo socio me invitó a una fiesta privada en la casa quinta de un amigo en San Andrés. Pero ya estaba amaneciendo y esa peregrina magia que enciende la noche se estaba evaporando lentamente con cada rayo de sol que se asomaba desde el horizonte.
Le contesté que no… Mi estrella parecía volver a su cielo.
Ella no me lo pidió…
Entonces me dejaron al borde de la ruta con mi maleta de cuero marrón.
Mi Dulcinea se bajo del auto para permitirme el descenso y por vez primera la contemplé de cuerpo entero… era alta y delgada, con curvas tan apasionantes como aquellas que habíamos sorteado esa noche.
Se despidió extendiéndome su tibia y frágil mano, a la que tome suave con mi diestra en un instante que añoré fuese interminable… me guiño un ojo, se subió a la coupe y se marcho.
Desaliñado, quede observando extasiado, como esa ilusoria nave negra se alejaba rauda de mi vida. Fue allí entonces cuando baje mi vista para leer el papel que había dejado en mi mano cuando se marcho:
Soy Mabel 55376 Pergamino. Llámame.
CAPITULO III
(Escapando encontré Sendas… Más nunca una salida)
La Plata, 4 de julio de 1983.
Aterricé por mis pagos el domingo por la tarde, bien tarde, cuando en el horizonte la luz del sol pelea a brazo partido su despedida.
Transitaba esos últimos cien metros que me separaban de mi casa con la ansiedad misma del enamorado que acude a su primera cita.
Así me profesaba en ese espacio de tiempo, aún sabedor que tan solo soledad, recuerdos y porque no, angustia, me esperaba detrás de la puerta.
La sensación de pertenencia al lugar, a mi lugar, era algo que hacia mucho tiempo no experimentaba… pensándolo ahora, creo que fue la primera vez que lo hice.
Hasta aquella ocasión nunca antes había reparado en esa línea invisible y a su vez tan palpable, mitad mística y mitad espectral que uno, como mochila errante, va cargando día a día y arrastrando en su camino universal….y que luego reconoce como vida, recuerdos y pasado….
Quizá también, de manera mucho más simple y menos misteriosa brotaba en mi interior esa emoción de dominio casi feudal de quien se sabe propietario de un lugar…
Si fue el austral instinto de bestiario indolente, el causal de no encontrar antes, dentro del intrincado laberinto, espejo cruel y arrogante de mi alma, esa sensación de apego a los sentidos que uno va cobijando, por ejemplo, entre cuatro paredes, no lo se…pero yo, en un todo, comprendí que llegaba a casa y eso me hizo feliz…
Mientras alargaba mis pasos recreé dentro de mi otra impresión extraña, difusa, invadida netamente la pobre de tintes surrealistas, acordes todos a esas últimas horas vividas. De seguro, el suceso que invadía mi espíritu y mi conciente, era una consecuencia directa del insomnio y el hambre atrasada que a esa altura, asaltaban por completo mi cuerpo y por transmutación directa supongo, también a toda mi mente…
En mi alucinación, supuse que mi organismo carecía de masa, que flotaba, levitaba cual seguidor del dhammapada, y que era tan liviano como un capullo de algodón arrastrado por el viento del norte.
En esta cuestión metafísica y complicando mi retazos filosóficos iba pensando cuando arrastraba mis zapatos sucios de tierra campera, tratando de ganar esos últimos metros que me separaban de mi nirvana; más bastó pasar frente a la vidriera de la panadería de la esquina, la de Manolo, el gallego que siempre se ríe para poder, casi sin querer, reparar en mi triste humanidad reflejada en el espejado y frío vidrio, y sentir como la sensación del capullo se derrumbaba al suelo como una bolsa de arena mojada.
Me detuve en un acto reflejo a mirarme… Y me ví… y me asuste, lo confieso.
Distinguí un rostro barbudo y cansado que pedía descanso a través de todos sus poros…y contemplé también a un saco de pana negro que ya era gris….
Y comprendí que a ambos les había nacido tantas arrugas, tantas, que seguro dejarían en ellos marcas indelebles.
Desde esa esquina hasta mi casa, solo pensé en abrir la puerta de mi casa.
Abrir y cerrar de puertas.
No es eso el destino… no es acaso la única manera de caminar en el tiempo esa aventura de ir construyéndolo abriendo y cerrando puertas, atravesando algunas y huyendo de otras….
Cuantas puertas había yo abierto en mi reciente tiempo y cuantas muchas mas había cerrado… afortunado camino que me aguardaba en su regazo… infinito, rodeado de sombras, luces intermitentes, solitarias y frías…
A las conocidas, las abrimos con la seguridad del sereno descanso, que en ocasiones es reparador y en otras angustiante, y otras veces, cuando en un rapto tal vez de lucidez o de inconciencia, que no se bien si son o no sinónimos, nos paramos frente a esas otras puertas desconocidas, anónimas, inexploradas y la adrenalina nos envuelve en su hedor sobrenatural y exquisito para, por suerte, indicarnos que todavía la vida corre a través de nuestra alma y nos convertimos, mas allá de la materia, en un ser y empujamos con los sueños intactos esa puerta que nos depara un cambio …. O no…. Pero la sensación de que algo pueda ocurrir, nos atesta el espíritu de renovadas esperanzas, despierta en uno la lógica aventura de vivir, que no es ni más ni menos nuestro verdadero destino…
Y me detuve frente a ella, a mi puerta, y fue así que comprobé con desazón, como se volvía realidad la trillada alegoría de un viejo compañero del Banco que repetía dos por tres:
"TODO MAL MOMENTO, PUEDE EMPEORAR "
Y en mi caso, tal ley de Murphi se cumplió a raja tablas.
Había perdido el llavero, es decir, las llaves de mi casa entre otras llaves.
En otro tiempo y en un contexto mas favorable y ameno, como podría ser una noche de juerga, la misma situación hubiese sido disparador de infinitos planteos filosóficos y existenciales, divagantes y aterradoramente indiscutibles, especies de conjeturas psicológicas de escuelas Freudianas y post Sigmund como por ejemplo que uno olvida sus llaves para no abrir de nuevo su arca de lamentos o ese mismo lugar desagradable y chato de ilusiones…. Pero esas inferencias hubiese sido repito, si uno viene de una noche de buenas mujeres y excelentes vinos, aquella otra en cambio era un muestrario incomparable de la desdicha y el único escenario presente indicaba que yo era, o seguía siendo, un reverendo pelotudo e infortunado cristiano.
En realidad y para decir verdad, no sabía con exactitud si las había dejado en Rojas o extraviado en la increíble odisea del regreso…pero, ¡Que carajo me importaba el motivo de la negligencia en aquel momento! Lo único que deseaba en ese instantes era entrar a mi hogar, a mis húmedas paredes… así que abandoné al ensayista del yo y el ello en la vereda, y me dispuse sin complejo alguno, a escalar el tapial de casi tres metros y violentar la ventana de la pieza de atrás, la del fondo, y por ahí escabullirme hacia el interior del refugio.
Poco dolió el golpe en la pantorrilla derecha que me pegue apenas camine un paso a ciegas para prender la luz con una de las puntas de la máquina de trotar de Estela.
Putiando entre la oscuridad de esa pieza encontré las teclas, se hizo la luz y me derrumbé en el sillón grande del living, al que aprecie en todo su esplendor y lo juzgué mas reconfortable que nunca y descanse.
Un sitial ubico mi cuerpo cansado, mi espíritu en cambio, todavía seguiría buscando un rato más.
Había viajado, después que el loco y la bella me dejaron en Villa Ramallo, en camiones, camioneta y hasta en una moto durante treinta y seis horas por las rutas de todo el noroeste de la provincia.
Riéndome y llorando sin gesticular alguna mueca en mi cara, todo el tiempo alternando espacios figurados, impresos en desdichas fortuitas y configurando mi alma en tramos desiguales de buenas intenciones.
Y ella, mi mujer como una sombra persiguiendo mi respiración…
Y mientras mi presente iba desandando las recientes sendas, mi conciencia, en plena conspiración con mi miedo para estrenar las nuevas puertas, incentivo a especular como verídica, la ilusión de creer que tal vez Estela me estuviese esperando cuando yo llegase…
Pero mi altivez por fin se derrumbo en ese deslucido sillón.
Inquieto aún, recopilé el periplo turístico forzado, cotejando que gracias a mi derrotero campestre había tenido la suerte de conocer tres ciudades y algún que otro pueblito perdido en el mapa de la zona. Me permití también recordar, en aquel momento de reflexión etérea, a los tipos que me habían ayudado a través del mismo, personas sin nombre, con quienes seguramente nunca mas me iría a cruzar, pero a las que sin embargo, les adeudaba mucho, sobre todo al último, el de la moto, que se había desviado de su camino tan solo para dejarme cerca de mi hogar.
Después no recuerdo nada, me dormí profundo sobre el sofá y recién desperté a las ocho de la mañana, con el tiempo más que justo para darme una reparadora ducha, tratar de desayunar e ir al trabajo.
Aquel primer lunes se mimetizo de una manera cruel con toda aquella hegemónica fuerza oscura que me perseguía casi sin darme un respiro, y fue desde hora temprana, la continuación impertinente de ese fin de semana.
Al llegar a la sucursal, Arístides, el portero, apenas me divisó puso cara de que algo andaba mal.
-Nene, como no me avisaste que ibas a llegar tan tarde, estás retrasado como veinte minutos…- me dijo sin perder su línea cuando me tuvo a escasos metros de la entrada.
Ante mi gesto de: "Tenes razón"… me expresó contemplativo, mientras movía su cabeza para ambos lados en claro signo de negación:
-Te estuvo buscando el sapo de bronce y, como yo no sabía nada de vos, no me quedo otra que mandarte al frente y decirle que no habías llegado… sos un boludo, avisa si llegas tarde… obviamente tampoco pude marcarte la tarjeta… sos un boludo…- repetía esto ultimo en voz baja sintiéndose también culpable por mi desgracia.
"No importa…ya está, igual, gracias…" le contesté mientras palmaba su espalda medio jorobada.
Sapo de bronce le decíamos al gerente, simplemente porque tenía cara de sapo y siempre se vestía con un traje marrón ya lustroso por el desgaste.
No era costumbre llegar tarde, tan retrasado… pero tampoco lo era pasar fines de semana tan agitados… a pesar de mi reprimida vocación de bohemio y mochilero. "Despídete Luciano del premio de este mes" expresé para mis adentros.
"Despídete Luciano", otra premonición a la que no supe prestar oídos.
El gerente era un sapo gordito, petiso, una miserable persona de un raleado y muy elemental razonamiento, estereotipo muy común en empresas tan estructuradas.
En aquel presente era la resaca de un imbécil agrandado por su cargo, logrado gracias a ser siempre un alcahuete de los de arriba y además ser apadrinado por un antiguo gerente de esa sucursal, a las que las malas lenguas indicaban como su verdadero padre.
Bueno, a ese engendro lo fui a ver sin pasar por mi oficina, un grosso error de mi parte porque el muy turro, después de cagarme a pedos por el retraso, me preguntó si ya le había dado curso al memorando que él mismo habría dejado sobre mi escritorio, como le conteste la verdad, es decir , que no tenía la mas puta idea de que me estaba hablando, se increpó mal y me trató de inoperante y ahí nomás me recordó que se había hecho el boludo ( como si le hiciera falta, pensé), cuando notó que yo había extendido la hora de mi almuerzo el viernes anterior, pero que no lo tome como tal porque si no iba por mal camino.
Pedí disculpas a regañadientes. En un momento del reproche creí conveniente contarle sobre mi historia reciente… pero después me dije: "Si a éste, lo único que le interesa es que cierre bien la caja diaria y los balances, ha, y que la secretaria le siga quitando la mitad del sueldo…" así que callé.
Ante su disgusto, también se desdibujo la posibilidad de pedirle un adelanto de viáticos o comisiones… así que todo era negativo alrededor de mí.
Ya instalado en mi escritorio, conseguí unos pesos gracias a un compañero, el gordo Giampieri, que no cesaba de reírse mientras le relataba algunas de mis insólitas horas vividas.
Las carcajadas que dio, cuando le conté lo del camionero que me confundió con un artista, llamaron la atención hasta de los clientes…yo también me reía, pero por dentro pensaba, falta que ahora caiga el petiso y soy boleta de nuevo.
La suerte del día sugería cambiar, pero tan solo era un eufemismo de mi espíritu, porque cuando se acercaba la hora del almuerzo, el bendito sapo Gerente me volvió a requerir en su oficina y el hecho que un superior enojado, lo llame a uno dos veces a su despacho en una misma mañana, se convierte de manera irreversible en un indeseable augurio para cualquier mortal en relación de dependencia. Y así fue.
Primero me tuvo haciendo huevo en la antesala de su escritorio por mas de cuarenta minutos y después, ya dentro de la cámara de gases, se las ingenió para joderme adrede, bien adrede, toda la hora de refrigerio.
El petiso alcahuete no bien entre a su covachuela y me senté frente a su trono, me alcanzó una circular que había llegado esa mañana referida a una nueva línea de préstamos, para no se que mierda de exclusivos clientes y pidió que la leyese, lo peor, lo ingrato, lo realmente molesto, fue que dos por tres me interrumpía para hacer alguna acotación trivial sobre como se debería desarrollar ese control… Yo contestaba a todo que si… y me crispaban los ojos…
Y terminada la lectura de la bendita circular, siguió dando vueltas y vueltas para entretenerme sentado y transpirando el culo en su terrorífica silla inquisidora….mientras yo seguía respondiendo a todo que si y hubo veces que me reía de nervios escuchando sus tediosos cascarrillos…. Después, cuando se cansó de joderme y ya había pasado la hora del refrigerio, donde el turro de seguro quiso cobrarse la falta del viernes anterior, me dejo escapar. Pero antes de salir de su antro, me sugirió que pretendía el maldito listado esa misma tarde.
El tipo sin saberlo, estaba colocándole a mi condenado día, un colofón acorde a mis últimas desgracias.
Cerré su puerta con ganas…
Deambulando por los crónicos pasillos del Banco, rumbo a mi circunstancial morada, sufrí a horrores esos incontenibles retorcijones de estómago, síntomas crueles y agnósticos de mi olvidada y sufrida terapia.
Me transpiraban las palmas de las manos y por la impotencia y la rabia que recorría cada una de mis arterias y venas, creo que deje escapar varias lágrimas.
Sé que alguien se me cruzó en el camino y me saludo, pero lo mande a la mierda… como correspondía.
Una sensación misteriosa y arrebatada invadía mi plasma todo, y lo confuso del tedio imperdonable de los malos sentidos, se roían ante la posibilidad karmaza que criaba una rara especie de ambigüedad que mi mente no podía resolver.
Yo pretendía recomponer en el pasado, como si se pudiera hacer eso, buscaba remediar errores recientes para revertir el horrible presente que me estaba agobiando, aún sabiendo que eso era un absurdo. Las horas no vuelven atrás y por mas que uno solucione problemas o pida disculpas por sus yerros, el curso de los momentos no cambian por ello… para que la solución sea efectiva uno debe cambiar dentro suyo y elaborar el perdón.
Me sentía mal, solo… un ser desvalido, sin espíritu, una persona vacía, sin
un horizonte trazado, ni con ganas de trazarlo que es mucho peor y con la sensación de tener frente siempre un futuro de vuelo corto, como el de una perdiz…
Me derrumbe sobre el sillón con la cabeza en blanco, me recliné hacia atrás lo mas estirado que pude y coloqué mis manos en los bolsillos del saco.
Estaba tratando de compaginar mis neuronas para arrancar con el inocuo listado, cuando de manera intuitiva mi mano izquierda, la del corazón, extrajo del bolsillo, cual mago de su galera, un papelito escrito a mano alzada que casi había olvidado…
Me dio hambre.
"Gerente mal atendido, gordo alcahuete, sapo de bronce… ¿Buscas un listado…? ¡Que te lo haga Magoya! o esa turrita de secretaria, que te saca la plata…y te engaña con el contador".
Me levante de la silla feliz.
Me fui a almorzar y nunca más regresé…
Gerente puto, la reputa que te reparió.
CAPITULO IV
(Mariposa ambulante del dios errático, visita mi estado algún día)
Salí del banco liberado de todo pasado.
Uno a veces no interpreta esos soplos de la ventura que encienden mojones en nuestra energía y la marcan con un sello indeleble en la fantasía de lo eterno, momentos únicos que recitaremos luego…
Esa realidad fue la autentica sensación engendrada por el ávido estado de excitación.
Sin rumbo fijo, pero ansioso por sentirme emancipado del mundo retrospectivo que perseguía mi respiración creciente, me interne en el primer café con una mesa libre que se cruzó en el camino.
Antes de todo esto, antes de emprender mi vuelo bautismal, detuve mi marcha en la mitad de la calle, parando el tráfico adrede para mirar hacia el cielo, sin duda digo hoy, para erigir ese próximo y ancestral destino que me esperaba del otro lado de la acera… Y, entendí por primera vez en mi insulsa y descarriada vida, que él debería ser desde ese eterno momento y para todos los días que me restaban vivir, de un color azul intenso, profundo, limpio y puro… a pesar de las tinieblas y las noches cerradas.
Inspire de sus aires el mejor, bien profundo… buscando colmar mis pulmones con su espíritu…y por fin, entre las oxidables bocinas de tantos pobres transportistas, me sentí pleno, oxigenado, nuevo, calmo…
Me ubique frente a una mesita marrón despintada y medio enclenque de un bolichito pequeño y pintoresco de la calle 47 y 10. Frente a mi, un espejo corroído por el pudor de tantas miradas, devolvió en su faz mi cuerpo real… recién entonces abordé el intento por redescubrirme…
Entendí que debía trazar por primera vez mi propia vida.
Porque no…
Decreté de manera unilateral decidir mi suerte. A pesar de las circunstancias, mas allá de los ponderables y de los imponderables que condicionan los minutos y las vivencias; lo mejor que podía pasarme a partir de ese día era equivocarme por mis propias resoluciones y, aún con dubitaciones y miedos ser como todos los humanos, conciente de ello y asumir esa responsabilidad ante todo el universo.
Dicho así suena tan simple…tan ligero, parece una verdad de perogrullo, tonta… ¿Que ser humano no decide su vida…? ¿Quien no es cómplice activo o pasivo de sus hechos, de sus minutos, en fin, de su supervivencia toda, quien no lo hace…si hasta disimulando la opresión del otro o tolerando la presión de las circunstancias y hasta sucumbiendo frente a la mala estrella que le toco en suerte uno decide su rumbo…? O no…
La respuesta es no…
Yo hasta ese solitario segundo había sido simplemente un poco de cada cosa, a veces un generador activo de mis propias dichas y desdichas y otras tantas un aguantador de presiones ajenas, de presiones externas, lejanas, tangentes a mi existencia toda…
La diferencia que imponía mi ser nacía de las entrañas en ese mismo puto instante y obligaba a darme cuenta del momento, del tiempo, del modo…tan simple como difícil… de ser conciente de lo que hacía e iría hacer… de ser el único responsable de mis acciones. Jure hacerlo así, razonar y pensar sobre mí sin chicanas ni recreos.
Ahí nomás le pedí al mozo una lapicera porque la mía no funcionaba y en una servilleta borroneé un catálogo de prioridades.
Lo primero que escribí, y me asombre al releerlo luego, fue el nombre Mabel, quien desde ese punto sin retorno, se constituyo en el génesis de mi nuevo mundo y al que le brindaba una armonía especial, suprema.
Si necesitaba todavía un vestigio para entender por donde transcurriría mi proceso futuro, no dudo que ese hecho, me haya convertido en aquel soplo.
Alcanzaba tan solo pensar en su nombre, para que se forjara en mi infinito una simetría distintiva.
Dibuje entonces dos columnas, una a la izquierda y otra a la derecha del papel, en la primera escribí el nombre de Mabel, en la otra el de Estela, luego escudriñe, declaro que en condiciones muy arbitrarias e improcedentes, encontrar distintos sustantivos que pudieran caracterizar sus idiosincrasias y méritos.
Lo que borroneé aquella tarde no tiene ninguna valoración testimonial ni siquiera emotiva, más de la que yo le di, más de la que yo necesite en aquel instante… Pero sirvió, porque sin buscarlo, afiance con aquellas palabras sueltas toda la frágil inseguridad que me estaba invadiendo por entonces.
Fue aquella proyección de opiniones mi plano de escape, el mapa para la búsqueda de mi tesoro…
La voz altisonante de mis circunstanciales vecinos de mesa discutiendo sobre quien era el mejor delantero de Boca en toda la historia, resucitó mi vigente en aquel bar.
Mi prioridad para facilitarle un sólido punto de partida a mi forastero sol, era sin dudas, generar el dinero suficiente que me agraciara a cavilar juicioso.
Lo que me había prestado el colorado no alcanzaba para arrancar el camino del proyecto emancipador, así que decidí, conciente de lo trascendental del instante, a no especular sobre cual ruta era la convenida para alcanzar el designio.
Lo que no entrara en mi valija de viaje ya no servía… y por eso debía descartarlo, haciendo tal vez un paralelo con mi existencia, lo que no me hacía bien, tampoco existía.
Llame al mozo con una sonrisa desplegada en la boca, pague mi gaseosa y me marche de ese bar hecho un gladiador. Percibía a la turba suspirando y envidiando ese halo de luz que me convertía en intocable, deseosa de mi garbo y mi desfachatez.
No esperé el colectivo para volver a casa, estaba ávido de que el tiempo acelerara mis pensamientos, así que detuve al primer taxi que se cruzó y ansioso por gritar mis convicciones, apenas subido al auto, busque una tonta excusa para contarle, durante todo el trayecto de mas de quince minutos, el torrente de cosas que por mi mente circulaban al sorprendido chofer, quien cabeceando cada tanto en señal de aprobación, con ojos sorprendidos me miraba por el espejo retrovisor.
Cuando descendí y estaba cerrando la puerta, el tipo giro su cabeza y me contemplo un segundo con cara de "Cuídate…" articulando un escueto " Que díos te acompañe…", que todavía tañe nervioso en mis oídos.
Ya dentro de la casa esa sensación de libertad que me envolvía se volvió incipiente, impura… y entendí que si no buscaba desde mis entrañas un convincente motivo para deshacer mis días vividos, nada resultaría valido entonces.
Uno no debe permitirse un cambio a medias, eso es de cobardes y yo quería por primera vez en mi vida ser un valiente; un valiente que cargue el peso del miedo y de la renovación.
Digo que no dude ni un atisbo la idea que tronaba en mi espíritu pidiendo ser luz. Pero confieso, que desde el eco de mi desesperación y soledad, desde ese rincón húmedo de las contradicciones, desde el despecho y la inseguridad de aquellos que como yo sienten que nada quedaba en la bandeja del afecto, me tome toda esa noche para meditar la forma, la idea, la epopeya…
En la mañana temprano, apenas amaneció, me descubrí en la rutina diaria, preparándome el desayuno ordinario de todos los días y bañándome a la misma hora que todas las mañanas para ir al banco, ¿Si lo pensé…? Para ser honesto digo que si, que pensé cambiarme y salir a buscar el colectivo temprano y aguantar que el sapo me putee y todo eso…
Inconciente, creo que mi alma resistió la sosiega llamada de la costumbre, del hábito y dejando que el reloj siga machacando segundos, busque serenidad en la revancha.
Recuerdo que mire la corbata azul sobre el respaldar de una silla de la cocina. Era la que normalmente usaba para ir al trabajo, lustrada por el uso y salpicada de múltiples manchas de refrigerio y parecía esperarme como una mascota obediente para que la saque a dar su paseo diario… Me acerque lento a la poltrona, tome en un puño aquel trapo y como tributo a mi nuevo destino lo arroje sin piedad ni compasión al tacho de basura.
Ese fue el primer grito de guerra, fue mi ejercicio de iniciación.
A secuencia, mis actos saltaban espontáneos, desde cristalinas ventanas cósmicas que nunca antes había atendido.
Prioridad era el dinero, así que mi horizonte se tiño, y prometí que sería por última vez, de un color y sabor materialista.
Admire mi alrededor y todo lo que me rodeaba perdía su forma y esencia para transmutarse ante mis ojos en billetes.
Ya la pava con que estaba tomando mate, ya la yerbera, el mantel, la mesa, las sillas, la alacena y las cientos de cosas que me rodeaban se habían convertido, no gracias a un armonioso pase de magia sino por un afortunado devenir de la motivación suprema, en un considerado patrimonio.
Así que sin hacer mucho uso de mi tieso raciocinio, busque en la guía telefónica negocios de empeño y casas de compraventas.
Llame a unas cuantas y todas o casi todas me informaron que pasarían esa misma tarde.
Confieso que almorcé lo que pude con lo mezquino que había en la heladera, pero mientras masticaba el tentempié solo pensaba en cuanto pagarían por cada cosa… y sumaba con mi mente al principio, ayudado por la calculadora después, cada objeto que mi vista divisaba, mil por la tele, otros tanto por el juego de mesa y sillas de la cocina, sumaba la radio-grabador, el juego de jardín que me había regalado mi ya ex suegro, la vajilla, heladera, juego de dormitorio…
Se escapaba sin querer una tibia sonrisa al imaginar tanta plata en mi bolsillo esa misma tarde, más de forma indeliberada me imponía sin embargo, la idea de recapacitar que la mitad de todo lo recaudado era de Estela… ¿Si de rebato juzgaba en alguna trampa?. Si.
Al primero que llego esa tarde solo tolere escucharlo no más de quince minutos, porque cuando comenzó a tasarme las primeras cosas, lo mire como para putiarlo tres días seguidos… pero me contuve y solo le dije:
– Lo medito y te llamo, gracias….-
Usurero de mierda pensé mientras lo despedía… por la tele no pagaba mas de doscientos pesos, cretino…
Como es lógico, no tarde mucho en comprobar que, a todos los que fueron llegando mas tarde les correspondía como mínimo el mismo adjetivo, pertenecían todos a la misma familia de estafadores…
Derroché entonces todo ese álgido ocaso ocupándome en anotaciones en la última hoja de la libretita de teléfonos.
Aquel día esquemático, inusual para el conjunto que formaba mi todo existencial, paso rápido para mi intelecto arrebatado de intenciones inseguras.
De buenas a primeras entendí que había caído un frío atardecer de invierno.
Ahí adentro hacia frío, mucho…
Me senté frente a la mesita ratona del comedor en cuclillas, e intente abrigarme con un pullover grueso de Estela del aquel gélido éter que invadía toda mi carne.
No intente encender alguna estufa, me quede inerte, pensando sin otra estimulación que la memoria en la figura de ella… que estaría haciendo ella en esos momentos en Rojas… en un arrebato quise sacarme su abrigo y tirarlo al piso, deshacerme de todo su mundo y sus pertenencias, pero no pude, apenas si me quite el abrigo y lo deje doblado cerca de una silla, después pensé otra vez en el frío, en como se iba apoderando de mi cuerpo, de mis ideas, de mis sueños… el frío lo puede todo dije, te invade, te atonta, te deja sin sueños y sin responsabilidades ni tormentos… el frío extremo, como aquel que mato a los dinosaurios, como el que extinguió su mundo, tal vez pueda esta noche extinguir el mío…
Me abstraje del contemporáneo, escudriñando ese presente, el espíritu de Mabel… nuevo sol… nueva esperanza, mi reto al futuro…
¿Que estaría haciendo en ese preciso momento aquella hermosa doncella de cuento de hadas…?
Y reí del príncipe quijotesco que reflejaba el espejo del living…
Un gozo mayúsculo estallo en mi corazón cuando me propuse no especular con las emociones puras como el amor y enérgico con mis convicciones, jure vender todas las cosas posibles al otro día para llegar a los brazos de mi damisela lo más rápido posible.
Aquel miércoles amaneció también fresco y a mi humanidad castigada y mal alimentada la despertó un dedo imbécil soldado a mi timbre.
No se si al propietario de aquel índice le llegaron todas mis blasfemias o, como mi cuerpo estaba en ese trance del despertar violento, yo solo creía haberlos pronunciados pero en realidad mis labios solo susurraban… Bueno, no importa, lo que si es cierto es que me levante en calzoncillos y entreabrí la puerta para pedirle que saque su maldita extremidad superior del timbre, a lo que el tipo, un insulso flacucho con cara de "Yo no fui…" sin decir palabra se desplazó azuzado de la pared para exhibirme que no era él quien activaba aquel sonido insufrible.
Le hice una seña o intente hacerlo, cerré la puerta y me llegue hasta donde se encontraba la caja de luz, corte la energía eléctrica, pase por el baño, me cambie, volví a la cocina, puse la pava para calentar agua para unos mates y recién entonces, volví a la portezuela para atender como se debía a ese tipo.
Como se sabrá entender, le vendí a ese mortal que estoico todavía se encontraba parado frente a la entrada de mi casa, casi todo lo que había dentro de ella, o mejor dicho las cosas más importantes, como el juego de dormitorio, el de living, mesa sillas y una linda alacena.
Al final se compadeció de mí diatriba realidad y abonó una suma de dinero mas importante de la que me había tasado un par de horas antes, supongo que haberle relatado algunas de mis grotescas aventuras recientes, influyeron literalmente en esta decisión.
¿Porque personas desconocidas se permiten intentar escenas de profunda solidaridad? No sé, podría apostar a creer en la caridad del humano, pero desconfío de este razonamiento, ¿Que química emerge entre ellas para tal mágica componenda… supongo que nadie lo sabe, no lo investigo, pero por suerte existe.
El flaco desgarbado se fue cerca de las diez de la mañana y dijo que volvería con un flete antes del mediodía. Y así fue… apenas me dio tiempo para vaciar cajones de ropa, otros menos importantes llenos de utensilios de cocina y unos otros cuantos abarrotados de porquerías que a partir de aquel instante empezaron a vagabundear por los pisos de todo el hogar.
Cuando el ajetreado Ford 350 de amplia cabina mudancera partió, la vivienda arrancaba por adquirir un tinte luctuoso bien acorde al perfil de refugio a punto de ser desertado.
El segundo y último exponente del negrero negocio de compraventa se presentó el jueves a la mañana, temprano, apenas pasadas las ocho y cuarto.
Era un muchacho joven, de pelo corto y una amplia sonrisa siempre dibujada en su rostro.
Enseguida se definió como un novato en esto de comprar y vender, mas gracias a esta inexperiencia y a su poco oficio en esto de regatear fue quien mejor pago hizo.
Se llevó contento, y siempre sonriendo claro, el juego de jardín despintado y medio desoldado, una mecedora de caña y mimbre coloreada de blanco, que había sido de una tía de mi amigo Orlando y que nunca supe como había llegado a mi casa…también cargo en su citroneta verde loro un par de garrafas con un anafe casi sin uso, la pileta de lona y algún otro desecho amontonado en el galpón, como una bicicleta rota y un par de cañas de pescar.
El se fue contento, sonriendo y saludando con su mano cuando arranco la chatita.
Yo quedé… también contento, no recuerdo si sonreí como él… pero sí que empecé a contar billetes y a sacar cuentas.
Automáticamente la figura de Estela retornó a mí bloqueando de alguna manera mi discernimiento de evocarla, la sensación de habitar ese cuarto con su halo fantasmal acechándome era una situación palpable, la tenía canturriándome sobre la nuca, observándome luctuosa, era acusadora desde el mismo infierno que ella había engendrado… La intuía reclamándome por actos pasados, insulsos… como el no querer ir a cenar una vez a la casa de su aburrida amiga de la facultad o no acompañarla al cine cuando daban una película romántica…
El espectro de mi ex regañaba por cuanta acusación se le ocurriese dentro de mi oído, taladraba sin compasión alguna mi cerebro, buscaba como siempre, acabar con mis mejores proyectos…
Tuve miedo, abrí las ventanas de par en par, todas, prendí la radio y busque música, trate de pensar en otra cosa, puse a calentar agua para desayunar, ella seguía allí, latente, reconocía su respiración profunda y seca…
Me volví de repente, aterrado en el silencio que se escuchaba a pesar del bullicio y sus facciones intransigentes me inquirían, como una fiera, desde una fotografía tirada en la esquina del comedor…
Mi corazón saltaba en el pecho queriendo huir de esa efigie siniestra, pero pude acercarme sigiloso, atento, la vista puesta en un punto turbio de la pared, tratando de no mirar de lleno la foto, su foto… cuando a tientas descubrí el marco azul que la contenía, la tome entre mis manos y la hice pedazos.
Respire aliviado… desahogado, repuesto de aquella tortuosa amenaza emotiva… Sacudí mi modorra y me dispuse a tomar unos buenos mates, me los había ganado.
La gran mayoría de los aparatos eléctricos que teníamos los pude ubicar entre un par de vecinos que se enteraron de mi subasta por esa casualidad tan simpática que siempre revolotea en las cuadras de los barrios.
Solo tuve que mencionar que estaba interesado en vender alguna cosita, como el televisor en la verdulería del negro chusma de enfrente para que se enterara todo los Hornos.
Por este canal tan propicio de comercialización, fue que le di salida a la tele que todavía se encontraba en garantía, la video que me había obsequiado mi ex suegro para mi último cumpleaños, el lavarropas y un equipo de musical al que yo quería mucho porque lo tenía desde soltero, la plata de este último pensé que me correspondía solo a mi.
No quise recurrir a los conocidos o amigos porque imagine que harían demasiadas preguntas y mi dogma no tenía ni tiempo y mucho menos ganas de contestarles.
En ese instante entendía que no había amigos ni conocidos, casi no existían parentescos, todas las personas que cruzaron alguna vez mi pasado eran eso, pasado. Menos ella claro, ella era solo pretérito, la iniciación a un nuevo espacio, era la luz etérea… esa que irradiaría a un ignorado albur.
Los demás, los que antes estuvieron en calidad de algo, hoy eran solo estatuas de sal decorando un camino, tal vez el nuevo sol les diera vida alguna vez, tal vez, pero eso ya no dependía de mí.
Doña Carla, la viejita que vivía en el lote de atrás de la casa, fue una de las últimas en venir a chusmear y, como me compró una manoseada batidora, le regale parte de mi heterogénea vajilla, incluidas una cacerola y dos sartenes… a esa altura para que me servían…
Cada paso que daba me alejaba en definitiva de mí… y sentía al mismo tiempo ansiedad y pánico… lo confieso y el escalofrío de lo desconocido hacía cabalgar mi pensamiento por campos todavía vírgenes, inexplorados.
Un común denominador de mis visitantes fue querer saber que estaba pasando, todos preguntaron, y en ocasiones interrogaron más de lo previsto sobre el tema.
Parece ser que existen ocasiones simples y cotidianas que sin embargo encierran una dispersa aureola que la premian de únicas y determinantes en la subsistencia social de cualquier mortal.
Estos soplos de tiempos tienen la particularidad de emerger desprovistos de las mínimas contenciones urbanas, de estar exentos a las mínimas reglas de sociabilidad y de buen gusto. Traigo por ejemplo aquellos recuerdos, los de mis vecinos asaltando mi casa, buscando no saldos sino botines. ¿Cómo…? me pregunto hoy, ¿Como alguien tan cercano y sin embargo tan desconocido para uno, como puede ser un colindante, se te anima a preguntarte por temas personales, íntimos, temas de pareja, coyunturales todos?, y lo hace con una importante cuota de desparpajo y desvergüenza… Supongo que con el descaro de quien intuye que, es posible que uno jamás lo vaya a cruzar en esta puta vida… ¿Que uno se lleva con su partida siempre algún secreto de vecindad…? y claro, también deja alguno… sabedor que ya no te cruzaras cada mañana por su vereda, ni lo escucharas putearse con su mujer o maldecir a un hijo medianera por medio… Por eso preguntan mas de lo que en general está permitido, se abusan, se exceden, se permiten secretear con uno que se marcha, detractan a otros vecinos ausentes… buscan ser compinches y por último, claro esta, regatean algún precio…
Todos ellos mediocres humanos… mezquinos y triviales, buscadores anodinos de cartón pintado y brillantina… resaca de la humanidad.
A todos ellos les contesté con la misma mentira:
"Viajamos a España, nos salio un buen trabajo y no queremos desaprovecharlo…"
Así a secas.
Pero entonces la curiosidad avanzaba, y si el interesado era alguien apenas visto por uno, su indagatoria parecía ser aun más punzante.
Pase escuchando las mismas cuestiones y los mismos curioseos:
Algunos: ¡Que bueno che…! ¿Y como conseguiste ese trabajo…? ¿Ya sacaron la visa…? Tengan cuidado, estén atentos, mira que en Europa no se jode como acá…allá te meten preso por cualquier pelotudez, me lo dijo un amigo de mi cuñado que vivió como un año en México…
Otras: ¡Y tu esposa no me dijo nada, y eso que estuve con ella hace unos días…! ¡Que guardado lo tenían…!.. Esta bien porque si lo comentas, se te quema, viste, mejor así, calladitos hasta que salga… si lo decís antes, con la envidia que hay en esta cuadra, sabes de quien te hablo…. Seguro que no se te daba, suerte nene…
¿Pediste el traslado nene…? ¿A no,… claro…? Pensé que por ahí tenían alguna sucursal, que se yo…viste… hoy en día esta todo tan avanzado…
¿Estas contento pibe…? Mira lo que te pregunto, como no vas a estarlo, si te salís de toda esta mierda, acá no se puede más, no da mas este país nene…yo sabía, mira sin ir mas lejos el otro día le comente a mi mujer, si la conoces ¿No…? La gordita, esa si, la que pasa todas las tardes a buscar a los chicos al colegio, le comente que vos estabas para cosas mayores, claro, mira que casualidad…Che, ¿A cuanto me dijiste que vendías la tele…?
Yo entonces les sonreía y contestaba cualquier cosa que se me ocurría en el momento, tratando siempre de ser bastante coherente con la historia, pero recuerdo que algunas barrabasadas me mande, como decir en alguna ocasión que me iba a Madrid y en otra comentar que me iba a Barcelona y que tenía una posibilidad de trabajar en una empresa eléctrica que me había recomendado mi cuñado y a otros les dije que un amigo había puesto un restaurante y los dos trabajaríamos allá, Estela como mesera y yo ayudando en la cocina.
Para todos me iba a España con mi familia a empezar una nueva vida…
Yo quería que piensen eso, total, a ninguno les debía aclarar nada y decir la verdad significaba dar explicaciones complicadas.
Lo real fue que me sobraron sesenta horas para poder deshacerme de una parte importante de mi presente y de todo mi reciente pasado, o mejor dicho, en menos de tres días pude desbaratar el marco ambiental y cultural que por años rigió y controlo no solo mi entorno sino mis límites.
Aquella última noche, bajo ese techo que había sido mi albergue y el de mi familia, fue desesperadamente fría, angustiosa y mística.
Sedentario en medio de lo que había sido un reconfortante living, en la única banqueta mal trazada sobreviviente del terremoto existencial, comencé a recontar mi botín de guerra.
Dentro de aquella casa arrasada era imposible no temblar de frío, sin embargo, a mi me sacudía la ansiedad… cada tanto hacia un alto en el conteo para anotar en una libretita negra con el logotipo del banco en concepto de qué había entrado la plata.
Tenía decidido repartir con Estela en partes iguales, lo que no tenia definido todavía a esa altura era como iba a decirle lo del expeditivo remate…
El amanecer me sorprendió despierto, soñando encuentros y despedidas, las que en forma reiterada fui experimentando durante horas, buscando el mejor final para cada caso…
Me costaba todavía ser una persona crítica, sincera con sus verdades y atenta con sus consecuencias…todavía intentaba tratar de aparecer diferente a lo que era, me preguntaba en aquellas horas si me atrevería en modo y causa, a enfrentar en el nuevo espacio construido a tantos duendes conocidos que, sin haberles cambiado su esencia, se volverían extraños; tenía pavura y agobio en esos momentos de iniciación reciente, de pura adrenalina sin causa … miedo de desafiar esos posibles juicios y condenas que ya en mi mente me acribillaban…
Apenas descubierto el día hice un par de llamadas por teléfono.
La primera fue a Concordia, a la casa de mi madre, que en un primer momento se sorprendió por la hora y cuando preguntó por Estela y Sebastián le mentí diciendo que estaban en Rojas paseando…
– ¿Cuando van a venir por acá…? Los extraño mucho… les preparé la piecita del fondo, quedo linda pintada de rosa, como le gusta a tu esposa…- Indagó sabedora que cualquiera fuese mi respuesta, era imposible antes de las fiestas.
– En cualquier momento estamos por allá… le seguí mintiendo conciente que ella también sabía del engaño, por ahí el mes que viene me puedo tomar unos días en el Banco…yo hoy o mañana también me voy a Rojas-
– Mandale besos a Estelita y al nene…-
– Adiós madre, te quiero…- Y corté la comunicación por mucho tiempo. Hacía mucho que no le decía te quiero a mi madre, tanto, que no recordaba cuando había sido esa última vez…
Aquel alborear también me descubrió ebrio de cerveza y de desamparo, discutiendo mi circunstancia en una riña callejera donde el amor y el odio no pudieron sacarse ventaja…
Me encontró espiando el destino, el punto del camino mas crítico de mi vida, un instante trascendente, culminante, y al que no lograba componer de manera coherente, pues, por un lado me sacudía ese empuje visceral que se siente cuando confía en una determinación convencido que esta haciendo lo correcto, y por el otro lado me acobardaba el temor y la angustia de saber que cuando en el amor se rompen todos los puentes es difícil, sino imposible, un digno retorno.
En un descanso de mi ruleta rusa, llame a doña Isabel, la dueña del departamento y le notifique que dejaría la vivienda ese mismo día. Antes de que reaccionara de mi buena nueva y comenzara a recriminarme aspectos legales, le anuncie que pagaría ese mes por adelantado pero le dejaba la llave y me marchaba.
A la vieja rezongona le hice el verso de el viaje al exterior y creo que ello la ablando bastante… me di cuenta que salir del perímetro del país a uno le daba cierta importancia y lo convertía inmune a ciertas críticas. Típicas postales del medio pelo argentino como describió don Arturo Jaureche.
Quede con la señorita Isabel, como le gustaba que la llamasen, en pasar por su casa esa tarde y arreglaríamos la disolución del contrato.
Su voz no era amigable, pero mi anticipo y su avaricia callaron su incipiente bronca.
Estela nunca me llamó.
CAPITULO V
(Busqué solo felicidad y perdí con dignidad mi vida)
Pergamino, sábado 10 de julio de 1983.
No se porque aguante a que el ómnibus toque tierra Pergaminense para correr hacia una cabina telefónica y marcar el numero de Mabel.
Podría haberlo hecho desde La Plata antes de salir o desde Lujan que era una parada obligada del micro, pero no, mis avaricias descarnadas por cautivar un alma sensible, que un soplo del destino había arrojado sobre mi peor encrucijada, había cavilado ante el recelo embrionario de sentirme rechazado… Sabía empero, que en algún momento todo ese entusiasmo y éxtasis que me invadía, inducido y estimulado tan solo por el pensamiento de poder tenerla cerca y amarla para siempre, estaba atado a una rigurosa cita telefónica.
Mi ser transpiraba miedo, un terror prócer carcomía mis viseras al especular que ella no me atendería nunca… potencie la idea que esos cinco números borroneados en aquel ajetreado papel no fuese su teléfono… entonces me pregunte… ¿Tendría que buscarla por toda la ciudad…?. Buscando a Mabel… parecía el título de una comedia malograda; buscar a Mabel… si casi no recordaba su bello rostro… tantas horas de zozobra me aniquilaban su puro legado…
Me veía delirando por esas rías nuevas gritando su nombre, calle por calle, timbre por timbre… hasta hallarla, ¿Como sería aquel encuentro…?.
Ella tenía el derecho de enterarse que era el génesis de mi existencia y que le buscaba para agradecerle por siempre, entregándole mi pasión y gratitud por el resto de mi vida…
Encontré en medio de una vereda cualquiera un escaño mal trazado, que me pareció tan solitario como mi naturaleza y me invitaba, parecía, a que me acomodase sobre su madera rajada.
Me desplome sobre él dejando a un lado la pesada maleta que me acompañaba, pesada…como el melindre canceriano que me invadía y, aunque buscaba dejar el magín en blanco por un rato, la enajenación de mi cuerpo lo impedía, imposibilitándome a prestarme ese respiro…
Me sosiegue mirando un hormiguero que se enaltecía al pie de una planta de geranio, las hormigas iban y venían rápidas, como saludándose todas a cada paso e indicándose una a una la travesía disciplinada, la dirección a seguir, advirtiéndose en cada uno de esos meneos, que no coexistía riesgo alguno detrás de ellas… intente en vano detectar desde mi perspectiva el remate de ese largo y estrecho sendero que se disipaba entre el césped amarillento de la vereda rumbo al interior del jardín de la casa.
¿Tendrían un dialecto?… se comunicarían por señas, tal vez solo algunos retumbos y asonancias… Cuan poco dominaba yo el universo de las hormigas, tal vez solo sabía que depredaban las plantas de Estela…
Estela. Me interrogue que estaría realizando ella en ese puntual y minucioso momento, tal vez jugueteando con Seba o por ahí dando la vuelta al perro, como lo hacían todos los parroquianos a esa hora en el pueblo…y él, cuanto habría crecido en estos días, como estaría su dedito… apenas si lo había podido contemplar esa noche de la pelea.
Y si ella estaba en Pergamino, me espeluznó de pronto ese desfachatado recelo.
Me atontó esa macabra probabilidad que enredaba mi cabeza… Que Estela se hallase en la ciudad fue una coyuntura que deshizo en mí, toda reflexión cuerda. Debía hacer algo, mis manos comenzaron a transpirar porque percataba que la idea no era alocada ni perversa, Rojas se encontraba a solo cuarenta kilómetros, apenas media hora de viaje y para empeorar la situación, era cotidiano que ella se llegarse hasta allí, ya sea por compras o a visitar a alguno de sus primos, me acordé entonces que tenia dos, no, tres, si, tres primos residiendo en el centro de Pergamino y yo ni siquiera estaba al tanto de sus domicilios. Me percaté fugitivo.
Mi primera reacción fue levantarme de aquel banquito y ponerme en movimiento, ¡A caminar¡ me dije y bolso en mano, así lo hice. Pero mientras ganaba metros alocado, entendí que no intuía, no interpretaba para donde debía enfilarme, escaparme de que, de quien, de un fantasma… Como podía buscar a Mabel por las calles y a la vez ocultarme no solo de mi ya ex, sino de sus primos que eran seres prácticamente anónimos para mi, pues sabía que si alguno de ellos se cruzara conmigo, yo no lo registraría pero sobre seguro ellos sí, porque ellos, todos, todos sus parientes, cercanos o lejanos, me reconocían y también sus amigos, los amigos de Rojas, lo había corroborado, cuando andaba solo en el pueblo, por algún mandado o por el simple hecho de caminar o dar la bendita vuelta al perro; me saludaba gente en cada cuadra, y casi nunca supe quienes eran, más claro, respondía siempre cordial a sus cortesías y luego me enteraba, porque le comentaban a Estela o a su madre, que fulano o mengano, amigos de ella del secundario, o algún vecino de la otra cuadra y a veces esos primos segundos… eran a los que me había cruzado… Todos con alma de policía, buchones, comprendo ahora.
El caserío entero podría decir, sin temor a equivocarme, sabía quien era yo, no se si conocían mi nombre, pero sí quien era…el marido de Estela, o el yerno de Oscar o de Chiquita…
No tenia la menor chance de recorrer Pergamino sin que alguien no me reconociera… era un hecho… así que acelere sin temor mi metamorfosis existencial y decreté en ese mismo intervalo universal y categórico, ser ese otro yo que estaba por primera vez asomando de mis entrañas, no digo naciendo, porque siempre estuvo, siempre fue, relegado por aquel otro que había guiado mis días desde el mismo génesis.
Me bautice Marcelo, porque de chico me llamaban así, y de apellido me dije Paús, que era el apellido de Vicente, mi segundo padre.
Su figura y la de Minga acudieron al presente y necesite otra vez detener la marcha furtiva.
Yo había nacido en Los Hornos, hijo de madre soltera. A pesar que los parientes más cercanos, tíos y abuelos, trataron de sostener la patraña para las vecinas chismosas, de que mi padre había fallecido en un accidente de tránsito cuando ella estaba recién embarazada.
Mi madre y yo vivíamos en una pequeña y ordenada casita construida por mi abuelo Florencio, a tan solo cincuenta metros de la suya, sobre la avenida 64.
Ella trabajaba de tarde en el Hospital Italiano y todos los medio días me dejaba al cuidado de mi abuela.
Yo recién nacido o con apenas tres meses, cuentan que era un niño bastante llorón y así fue que una vez escuchó mis gemidos una joven que se llamaba Alicia, hija de Minga y vecina de mi nona, entonces le pidió permiso a ésta para pasearme por la cuadra y llevarme a su hogar un rato y este aquí, que mi ronda se repitió día a día hasta que se hizo un hábito y se puede afirmar entonces que mi niñez trascurrió más tiempo en la morada de Minga y de Vicente Paús que en la de mi mamá o en la de mi abuela.
Por ahí desfilaron hermosas tardes y transitaron mis mejores años, hasta que nos mudamos, teniendo yo casi trece a una vivienda en el centro de la Plata.
El nombre Marcelo aconteció de un hecho cultural tan fortuito como insólito, la cuestión fue que siendo todavía un bebe de apenas dos navidades, se estrenó un largometraje italiano, de gran éxito titulado "Marcelino pan y vino" que contaba la historia de un infante abandonado en un convento, historia lúgubre que hizo llorar a toda una generación… antagónica con mi suerte de tener dos mamás y un gran padre.
Alicia, que por esos años estaría cumpliendo sus quince, me hizo un corte de cabello similar al de ese Marcelino, con flequillo y a partir de ahí, las vecinas gordas y chusmas de la 137 me bautizaron con ese mote y siendo mas grande lo recortaron a Marce y aún así me nombraban cuando pasaba por el vecindario a saludar a Minga o Alicia.
Ahora el camino me imponía retomar una nueva vida, por eso aquel alias me pareció un prometedor comienzo para esta historia… ni más ni menos que un placentero viaje hacia la inmortalidad de mi alma, expeditiva orla celeste perdida en mi firmamento terrenal.
Quería mi ser empezar a ser Marcelo… En aquel momento yo ya era Marcelo Paús…
Envuelto en ese frágil halo mágico que cubría por completo mi materia me sentía protegido, como si la luz del alma de Minga me cobijara como antes, defendiéndome de los comentarios de las chusmas del barrio…
Solo tenía que encontrar una peluquería… no me cortaría el cabello con flequillo pero estaba seguro, que al salir de ella, nadie me reconocería…
Me dispuse entonces, tranquilo a caminar.
Era apenas las seis de la tarde y la luz del sol brillaba atenuada en el filo del horizonte… busque un teléfono público y marque su número pero corte sin dejar que el timbre suene ni siquiera una vez… deje descolgado el receptor que pendulaza como un ahorcado y repasé palabra por palabra lo que diría cuando escuchara su voz…las palmas de las manos transpiraban al ritmo alocado del corazón. Tome fuerzas desde mi ansiosa alma y lo volví a intentar… en lo de Mabel no contestaba nadie.
Marque una, dos, tres… muchas veces. Hasta que el maldito aparato se devoró mis dos monedas de cincuenta centavos.
¿Donde estas Mabel? Pregunté al aire…de mandados, en el trabajo… ¿Trabajaría en el pueblo…? Todas dudas fueron las que me planteé en aquel estacionario momento, mientras el frío iba lentamente destruyendo la tarde ocre de la comarca campestre.
Sobre mi pensamiento se deslizo la idea de que ella podría estar a esas horas estudiando…en algún instituto terciario o por que no, en el mismísimo secundario, tal vez no tenía más de diez y ocho años, era una deducción lógica….Pero entonces recordé que la alocada noche en el auto, cuando el loco bajo a comprar las botellas, ella me dijo que tenía veinte años… así que si era estudiante, ya estaría cursando un nivel terciario. Tal vez lo hiciese en el pueblo o quizá en Junín.
Yo sabía que existían en esa ciudad varios colegios terciarios… recordé que Estela me había contado su experiencia de casi un año en el Instituto de Bellas Artes de Junín antes de viajar a la Plata.
El tiempo empezó a correr ligero desde aquel instante, y yo a deambular por esa ciudad gris, deteniéndome en cuanta cabina de teléfono se cruzaba en el camino y de las que encontraba sana, volvía a insistir con el 55378 que sonaba y sonaba llamando en vano.
Cambie un billete de cinco pesos en monedas de diez y de veinticinco centavos a un canillita que vociferaba solo en una esquina de la plaza Rocha como si estuviera anticipando noticias mundiales y solo despachaba los pasquines del pueblo.
Aproveche en uno de esos interminables derroteros, cuando la fatiga corporal fisura inapelable a ese escudo corpóreo que inspira el sentimiento de la búsqueda del amor, cuando las piernas flaquean ante el menor desnivel de una vereda mal trazada, de una baldosa suelta…para tomar un poco de respiro, borrar a Mabel de mi mente y todas las preguntas que continuo, en cada paso, iba realizando sobre ella, su vida, su entorno y su ausencia y sobre todo, para empezar a cerrar esas ventanas del ayer…
Busque entonces un localcito de mala muerte del correo que había descubierto en mi dispendioso peregrinaje con la idea de hacerle llegar a Estela la mitad del dinero obtenido por la venta de todas nuestras tenencias.
Era una oficina pequeña, tanto que no cabían en ella tres personas de pie.
Estaba dividida por una pared levantada en aglomerado y listones de dos pulgadas, tenía una especie de ventanilla de unos treinta centímetros por otros tantos, por donde me atendió un señor obeso, envestido en un uniforme gris y con su rostro sin afeitar. Me saludo por ese hueco mal trazado, y como se tenía que agachar para mirarme su cara parecía enmarcada y resaltaban sus ojos celestes, perdidos… Luego de explicarle dos veces la operación que quería realizar, pues en mi primera interlocución el tipo me dejo hablando solo y se arrimo una sillita baja para sentarse y ponerse cómodo, atino a decirme el valor del envío; me ofreció, por una módica suma una cajita marrón por que dijo que se había quedado sin sobres de madera, para que colocara mi entrega y marco con dos equis, un formulario manoseado, por donde debía firmar.
Aboné y extendió un recibo de pago.
El destino universal, llámese esperanza renovada o futuro fracaso anunciado o preanunciado, lo mande a través de una encomienda del correo argentino… e invente como remitente la dirección de un chalecito a dos aguas de paredes amarillentas que se levantaba enfrente al local mismo.
Dentro de la caja, puse en un sobre la mitad del dinero que llevaba conmigo y aparte un par de hojas con el listado completo de las cosas que había vendido, todas estaban con su precio al lado y algunas hasta le había agregado quien había sido el comprador.
Estaba convencido que la mamá de mi hijo y la mujer que me había dado tantos años de su vida era justa merecedora de una buena razón de mi conducta.
Fue raro escribirle a mi ex-mujer… ¿Que podía confesarle…? Como se logra reflejar en un papel un encuentro cósmico, ese vertiginoso amor por una mujer desconocida… tal vez la solución era mentirle y de manera escueta manifestarle que ya no la amaba… ¿Como explicarle que yo ya no era yo? Que el Luciano que ella intimó, del que ella se enamoró, ya era pasado, estaba muerto, no existía mas… no supe que poner y entonces solo tome una hoja del anotador y redacté:
Esto es tuyo, Luciano.
¿Qué otra explicación le hubiese dado?
Entendí que sería mejor continuar con el silencio por un tiempo, no era lo sensato, lo indicado, ni moral ni éticamente justo, lo sé…pero el tiempo, verdugo de todos los sinsabores y devorador de tantas verdades de seguro nos abriría nuevas puertas y tal vez en alguna de ellas nos volveríamos a encontrar.
Marché del correo aliviado, con la exagerada sensación de haberme extirpado un gran peso de mi espalda, diría un tumor benigno…pero tumor al fin….
Seguí caminando, camine hasta que la oscuridad se extendió sobre la aldea acompañada de un frío penetrante y agudo como aquel que ya había sufrido unas noches atrás parado en medio de la ruta esperándola a ella… mire el reloj que indicaba las nueve y diez, marque entonces por ante última vez el numero de Mabel esperanzado que una voz me responda del otro lado pero fue una espera inútil.
Con el emblema de su ausencia clavada en mi espalda y convertida en definitiva, a esa altura de las circunstancias, en el ombligo universal de toda mi histérica humanidad, no visualice otra alternativa que refugiarme en mis necesidades primarias para poder de manera decorosa, paliar aquel bajón anímico.
Me fui a cenar.
Sin meditarlo demasiado y para protegerme de todo pensamiento lioso, me deslice en una fonda de mala muerte que se escondía frente al monumento a Belgrano y que había avisado en la tarde.
Estaba cansado, mi alma, consumada por la pesadumbre que la envolvía y le ahogaba, trataba en todo momento, conversar en silencio con mi ego, y lo alentaba a seguir creyendo… no se animaba a pensar siquiera, en que había tomado con razón o no, alguna determinación equivoca esos últimos días…
Si me empeñaba en seguir encerrado en aquellas paredes aceradas que mis innumerables interrogantes iban levantando a cada paso, a cada segundo de ese interminable día, estaba seguro que quedaría seco por completo, sería como una momia disecada, sin alma, sin cuerpo, solo piel pegada al hueso…
La idea de mirar el mundo que me rodeaba por unas horas y alimentar mis tripas era lo mejor que podía hacer…
Una excelente buseca rociada con abundante vino tinto, servido en pingüino, alivió mis penas un buen rato, confieso sin embargo, que me ubique en una mesa pegada al ventanal que daba a la vereda y durante toda la cena contemplé fijo en la calle solitaria y poco alumbrada que parecía vigilarme… revoloteaba en continuo el fantasma triste del espectro escondido tras de mi, espiando siempre, tratando de adivinarla por la acera, esperando verla y en mas de una ocasión aceleró sus pulsaciones al creer percibir su figura espigada caminando o se sentaba en la plazoleta.
Dentro del local solo se encontraban ocupadas dos mesas además de la mía, ambas próximas a un televisor elevado donde pasaban una película de Porcel y Olmedo.
En una de ellas, la más contigua a mí, una pareja de cuarentones cenaban casi sin mirarse ni hablarse, parecían dos personas desconocidas que se habían sentado en una misma mesa.
Cada tanto el tipo le hacia una seña a la mujer y esta le pasaba entonces el salero o el pan…
Ella, una mujer rubia teñida, de cara alargada y nariz importante, miraba hacia mí, no a mí, sino a la calle, como yo…tal vez también su sueño descansaba esperando un amor perdido.
El hombre, sedentario frente a ella, contemplaba la película sin hacer gesto alguno, era de tez trigueña, rasgos hoscos, y sus ojos siempre entrecerrados eran atravesados por cien arrugas juntas.
La otra mesa la ocupaban dos mujeres de unos treinta y pico de años, rellenitas y brotadas de pintura y rimel ambas, cuchichiaban todo el tiempo en voz alta y sin importarles nada ni nadie, soltaban cada tanto endiabladas risotadas.
Eran sin rodeos prostitutas, al parecer habitué del boliche pues todos los presentes la trataban con cierta simpatía.
Sobre la barra un par de parroquianos bebiendo fernet completaban aquel momento de mi historia.
A todos nos atendía el mismo pibe que estaba detrás de la barra. Un chico de no mas de veinte años, de buenos modales y atento siempre a cualquier pedido.
Se parecía mucho al hermano de una amiga del barrio, creo que se llamaba Alfredo, así que cuando lo tenía que llamar para hacer algún pedido, levantaba mi mano y despacio indicaba "Alfredo, aquí por favor…"
Detrás, en la cocina, se veía cada tanto a un señor mayor, de grande talla y una calvicie avanzada que a cada rato le daba alguna instrucción al joven de la barra, se notaba que era el dueño y el cocinero a la vez.
Rato después, estomago lleno, corazón vacío, busque un espacio donde tirar mi cuerpo.
No intente averiguar mucho, con paso apurado exploré la zona de la Terminal de ómnibus que estaba a solo un par de cuadras de allí.
Me metí en una pensión que sin interpretarlo se encajó en mi tiempo.
Recuerdo su ruinoso frente, que parecía competir a ver quien estaba mas destruido, con interior no menos siniestro. En un cartel de acrílico verde, que alguna vez había sido luminoso se leía PENSION FAMILIAR, aunque a la letra F le faltaba un pedazo y de la R solo quedaba su alma impresa.
La entrada era un pasillo largo y mal alumbrado, que lo entregaba a uno en una amplia sala, como único mobiliario mostraba un sillón marrón de cuero mal trazado y arrumbado sobre una de las paredes descascaradas y un escritorio que se parecía mas un mostrador de bar, con una pata rota remendada con un ladrillo hueco del doce.
Me dio cierto miedo al entrar, pero una vez dentro, no me anime a salir.
Me paré junto a la mísera mesa y golpee con mis nudillos sobre ella.
Alrededor el silencio solo se alteraba con el murmullo lejano que tendía a escaparse de alguna pieza. Un grito sordo, alguna risa franca, tal vez algún gemido…
Volví a golpear una o dos veces hasta que de la nada apareció tras de mí una señora bajita, redonda, con ojos embotados de sueño y alcohol que, sin hablarme, se situó del otro lado del mostrador mientras su rostro intentaba una mueca parecida a una sonrisa.
Le pedí una pieza por cinco días e intentando ser o parecer un tipo simpático le comenté:
"Creo que me voy antes…"
Todo un esfuerzo estéril, pues ella, sin mirarme, siquiera apoyó cerca de mi mano un par de llaves y con voz cansada me contestó:
"Son quinientos pesos".
Sin abrir la boca le pagué, entonces me completo diciendo:
"Por el pasillo, la segunda puerta".
Y señalo un oscuro pasadizo a su izquierda.
Fue esa la primera y la última vez que la vi.
Cuando entré a la pieza, indescriptible a esa hora con el alumbramiento de una bombilla de no más de 60watt., me apuré en acostarme, así que deje en el suelo las pertenencias, no me arriesgué a entrar en el baño y solo afloje el cinturón de mi pantalón que me ajustaba demasiado.
Mi cansancio era tal que literalmente me desmayé cuando sin querer pensé en mí.
Dos días estuve muriendo en un laberinto de desesperanzas gregarias que se abalanzaban como saetas envenenadas tratando de herirme de muerte.
Pergamino comenzó a odiarme desde el principio… lo percibía en cada esquina, lo respiraba en la mesa de sus bares y en la transpiración de sus mujeres… Cuando caminaba por las infinitas veredas buscando toparme con la sombra de Mabel, los parroquianos me miraban, sabedores que no era del lugar…y yo caminaba sin rumbo, sin camino ni meta y esto fue lo que me hizo un individuo altamente sospechoso…
A pesar de esas sinrazones del destino malicio, en ningún instante de todo ese calvario contingente que emocional carcomía mis venas y mi aire, dudé de mis obligaciones nomológicas, lo juro…
Jamás pensé en revertir mis escalones alcanzados…
En ningún tiempo se cruzó por mi cabeza fragmentada y descosida por donde se la mirase, esa posibilidad incongruente y anodina.
Nunca, jamás de los jamases me lo hubiese permitido…
Antes de desandar un tranco y volver a ser aquel tipo que había sido y odiaba mas que a nada en el mundo, a ese hombre de sonrisa fácil y sin felicidad…a ese hombre sin fantasías ni sueños imposibles, a ese infeliz con un alma alquilada…Antes, antes me dejaría morir en ese pueblo, maltrecho y olvidado por el destino, me dejaría llevar por sus costumbres cansadas y simples, me dejaría tentar por sus modales mediocres y conservadores, caminaría hasta que mis piernas se derrumbasen, siempre sin rumbo y sin son por sus rías grises e inalterables, terminaría como un vagabundo, con una historia de amor y desencuentros enquistada en mi cuerpo, como todos los vagabundos del mundo, pero nunca, nunca… me jure en aquellas horas, volvería a tener una vida anodina y pulcra como la que había tenido hacia apenas unos días atrás.
Al tercer día resucité de mi muerte, cuando Mabel atendió por fin la enésima llamada…
Si…-
El mundo entero que cabía en mí por entonces, se derrumbo.
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