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Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 6)

Enviado por roberto macció


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Esos escuetos cuatro días que en definitiva duró mi estancia en la ciudad de las diagonales me posibilitaron entre otras cosas discurrir en el significado del vocablo amistad entre nosotros los mortales.

Más no logre dar con algún resultado lógico.

Asocio la palabra amistad con la palabra compartir… y este vocablo me pasea por distintas sensaciones que gozan en mi alma recuerdos positivos…y cuando sucede este atemporal acto mi corazón se anima de forma diferente.

El acto de compartir por razones insospechadas me permite disfrutar en forma plena esa magnánima impresión de sentirme que estoy vivo.

No existe nada más importante que compartir el tiempo con personas cercanas a nuestro corazón…por que esa sociedad es el término acaparador del hacer humano que encierra en un solo instante la misma historia de una civilización.

Mis compañeros de niñez, no entienden que es una interesante propuesta vivir compartiendo el tiempo que uno transcurre en este mundo…aún cuando en ese lapso inquietudes desafortunadas invadan nuestros jardines…

Con ellos compartí muchos malos momentos y esto es lógico, la vida es así…pero esos dolientes lapsos fueron tan solo eso… horas o días compartidos, repartidos entre nuestros hombros para que nos pesen menos…

Mis amigos son personas que se dejan pisotear por los acontecimientos pero se dicen libres de espíritu… es acaso una broma… no creo que sea la forma correcta para que un hombre escriba su historia…

Por que el hombre existe cuando persigue fines trascendentales, proyectándose más allá de sus límites y miedos.

Ese soy yo, pese a quien le pese.

A la mañana siguiente, temprano, Estela me llamó por teléfono. Comprendí apenas escuche su voz que algo andaba muy mal y lamentablemente no me equivoque.

Hablo entrecortada y respirando profundo durante los quince minutos que duró la comunicación. Apenas yo le respondí su hola, sin la cortesía del saludo previo, me expresó susurrando, como queriendo que nadie en este bendito planeta la pueda escuchar más que yo:

-Hay una foto tuya pegada en la comisaría de Pergamino y te buscan por asesino… –

"Una foto…" pregunte con temple calmo a pesar que me había estallado el corazón en ese mismo momento, a lo que respondió:

-Bueno no es una foto pero es un dibujo de la policía, un identiquid y sos vos…-

– ¿Y vos como la viste…?- fue lo primero que se me ocurrió preguntarle.

– ¿Eso importa…? La acompañe a mi prima Susana que tenía que realizar un trámite por un robo y la ví pegada en una cartelera… conforme-

Tome aire y tratando de no perder la calma le rebatí que no tenía ni idea de lo que estaba hablando, que se trataba seguro de un tipo muy parecido a mi…

Ella no me contestó, solo hizo una pausa y agregó entonces:

-Ojala así sea, por vos y por nosotros, yo solo te quería poner en aviso…-

Hizo otra pausa, interminable, todo un silencio mortuorio se levanto entre esos trescientos kilómetros que nos separaban… nuestras respiraciones palpitaban a través del cableado telefónico y acaparando bizarría desde mi tuétano, me animé a indagarle, supongo porque el anonimato de gesticulaciones que nos brinda una comunicación a la distancia permite a veces ciertas atribuciones que de otra manera serían engorrosas y atrevidas.

-Que dice el cartel…-

-No mucho, tu cara, bastante parecida pero con otro peinado, que podes tener entre veinticinco y treinta años, tus medidas, altura, peso aproximado y tu nombre…-

Mientras prestaba oídos a los testimonios que suponía lejanos a mi historia, en mi razón se interfoliaban preguntas y respuestas por doquier y el rostro olvidado de Mabel se dibujo otra vez en mis párpados y en mi sangre.

-¿Cómo mi nombre…? De donde lo sacaron- le grite casi como si fuera ella la que me perseguía…

-Bueno, no literalmente, dice algo así como que te podes llamar Mariano y no se que otra alternativa pone…-

Otra vez un silencio perpetuo separó nuestras almas, y ella que me consulta con su espíritu desnudo y a punto de morir oyendo una respuesta:

-¿Luciano…te buscan a vos, verdad…?-

– No – mentí seguro que no era convincente y le colgué.

Esperé que sonara de nuevo el teléfono pero Estela no llamó más.

Le escribí una nota a Martín agradeciéndole su hospedaje y caminé escondiéndome hasta de mi sombra rumbo a la Terminal de micros.

Antes de tomarme el colectivo le hable a Celia y le dije que ya salía para Luján… que la extrañaba y la quería mucho.

CARTA PARA MI (3)

Moreno, ruta 7, 29 de septiembre de 1983.

(Viajando en el colectivo número 172 de la empresa Rojas- hora 14.25 asiento 12 por ventanilla – acompañante primero un señor mayor, obeso y con muy mal aliento – acompañante segunda, una señora cuarentona de gesto adusto, pero con un generoso escote que confundió varias veces los ideas, hasta que me resigne y deje de lado la lapicera para mirar sus esplendorosos pechos).

Estaba tratando de acomodar algunos dudosos recuerdos, siempre borrosos en cuanto a su autenticidad, cuando resalte sin petulancia ni remordimiento que nadie puede evaluar cuales de sus actos han sido o consideramos de manera subjetiva, que han sido buenos, inteligentes y sabios o han sido simple, intrínseca e involuntariamente, tontos.

Trato de volver todos los días, mis días atrás.

Regresar con mi pensamiento, todas las horas vividas que pueda y lo hago sin temor, sin resentimientos ni añoranzas, tan solo me gusta descubrirme cada tanto… No se si este es el mejor método para entenderme y hasta discutirme en cada episodio pero confío en mi instinto.

Creo que busco concebir mis intenciones y mis logros, busco deducir errores y templanzas, de opinar en frío sobre mis eternos desatinos pero sobre todo, de gozar altanero de mis aciertos furibundos. Eso trato o por lo menos eso pretendo.

Para refutarme como llegue hasta acá, sin evaluar de forma rígida el acá, me es imprescindible recordarme, retroceder un poco y a veces hasta mas allá de la cuenta.

Y ahí veo, me veo, los veo a todos.

Historia reciente, ilusiones perdidas.

Río y lloro con cada recuerdo, con los míos y los de otros que ya son míos.

Pasan fugases frases que fueron verdades y hoy ni siquiera son nuestras utopías… y cantidades de señales que ignoramos ver, veo hazañas que parecían juegos y crónicas de comportamiento que hoy son realidad, algunas, la mayoría, dañinas.

Veo en el recuerdo a jóvenes tontamente sabios, sin pizca de maldad, que el tiempo fue tornando a hombres burgueses, algunos más hipócritas que otros. Por sobre toda las cosas, personas banales y melancólicas.

Veo también a tantas almas, que sin embargo son un puñado de voces que hicieron y hacen mi mundo, como será la construcción de otros mundos… con que armas se edifican, con que criterios…y como juega el azar en esa campanuda arquitectura, me respondo en cada pregunta.

Y allí esta mi vida, veo a mis padres jóvenes, a él vivo, a mis abuelos, siempre abuelos… a los amigos, algunos que todavía retienen ese titulo y otros a los que ni siquiera recuerdo sus caras, pero se que pasaron… que estuvieron, será esto la eternidad… tan relativa como mi memoria

Gente de distinto criterios y formación, tan únicos como el sol, tan vulgares como la hierba…

Todos mortales, ingenuos, sabedores de nada y buscadores de su propio destino, algunos sin saberlo, ni siquiera de sospecharlo, burdos y fugaces como el último aliento… y yo entre ellos, pretendiendo ser distinto… y ellos entre nosotros creyendo lo mismo y todos descubriendo caminos tan viejos y transitados como nuestro cósmico albur… husmeando y escarbando no sabemos que, que nos mantiene atentos y esperanzados.

¿Esta es la vida…? Inquiero a mi razón desbordada de preguntas y cautiva de sueños simples.

Entonces ¡Que pobre que estamos! me contesto con ánimo de que el mundo sienta como yo.

¿Esta es la vida…? O es mi difuso camino me respondo…

Y pienso…y luego pienso…más allá de las circunstancias… y creo que no existo… ojala sea solo mi senda, mi visión, mi calidoscopio…mi infierno.

Si alguna verdad quiero que sea cierta es esta, ninguna otra.

Solo deseo que esta desabrida mirada del tiempo que aplaca por completo toda mi expectativa acerca de la vida, sea mi mayor anacronismo.

Si mis ilusiones penden del grueso hilo de mis desatinos, estaría eternamente complacido, pero, como para justificar mis yerros es que a veces acierto… tengo temor adivinar.

Que mi juzgada mirada sea otro de mis fracasos resultaría hoy mi única carta de salvación, mi esperanza y porque no, la de todos.

Marcelo Paús, de regreso a Luján, 29-09-83

CAPITULO XVIII

(Noche negra, podrás desorientarme, pero el sol saldrá) Haykus

Pergamino, 30 de septiembre de 1983.

Vicente llego esa mañana a la comisaría algo retrasado. Primero se le había cruzado en su camino, apenas salió de su casa, el colorado Juan, quien de una forma poco suspicaz, se apareció caminando por la esquina de su casa sin un motivo aparente, cuando en realidad a esa hora tendría que estar abriendo su negocio… En seguida se disiparon las dudas, se hacía evidente que su amigo del secundario, adrede lo estaba esperando para preguntarle si sabía algo de la declaración hecha unos días antes ante el fiscal de la causa.

Estaba nervioso, se notaba a simple vista, más Vicente intento calmarlo y hacerle bajar su ansiedad haciéndole una broma que al principio no le cayó muy bien al dueño de la agencia:

-Mira Colo, lo único que puedo adelantarte es que el juez me dijo que no eras, por ahora sospechoso… Pero me informo que tiene que citar a tu señora…-

-A mi mujer… ¿Cómo?, ¿Para que Mono…?- el rostro de Juan trasmitía todo el susto que su cuerpo sentía en aquel momento.

-Para confirmarle su estado de mujer cornuda- Y lanzó una fuerte carcajada que retumbó en la cuadra toda.

-Anda a la puta que te parió, boludo…- Le expelo el colorado que estaba transpirando como su estuviera a plena tarde en una playa del Brasil.

-Subí Juancito que te llevo a la agencia…no pasa nada, lo tuyo fue una declaración testimonial, no te preocupes…-

Apenas depositó al asustado agenciero, perseguido por fantasmas que como estatuas recorrían a toda hora la senda de sus viriles remordimientos, se cruzó en el semáforo de Rocha, frente al hotel Fenicia con Rodríguez Paz quien, no bien lo distinguió se apresuró a saludarlo y hacerle señas para que estacionase el automóvil.

El militar se acerco presuroso a su encuentro.

Soriano por cortesía bajo de su coche e intercambiaron algunas palabras. Nada importante para la causa, pero el hecho sirvió para confirmarle que el padre de Jorge todavía seguía respetando ciertos códigos y si bien se estaba moviendo por su cuenta para esclarecer el asesinato que involucraba a su primogénito, cosa que a él le desagradaba por completo, el milico le estaba informando de todas o algunas de sus averiguaciones.

En la puerta de la comisaría estaba parado su ayudante Acosta, Soriano creyó que el cabo estaba a punto de irse, pero este cuando lo vio llegar se hizo el distraído, tratando de engañar a su superior mostrando que estaba simplemente tomando sol en la vereda. El inspector le hizo señas para que entrase mientras subía escalinata de entrada.

Acosta aceleró su marcha para entrar con él, Soriano entonces le preguntó por Romero:

-Está en la cocina tomando unos mates…se lo llamo jefe-

-Dale… vénganse los dos a mi despacho que hay trabajo… y que traiga el equipo de mate…-

-Listo jefe…- y siguió camino al fondo por el pasillo principal que lo depositaba en la cocina de la comisaría.

– No se queden boludiando…-

-No jefe, ya vamos…-

Apenas ubicado frente a su escritorio gris abarrotado de papeles y expedientes, golpeó la puerta de la oficina una de las tres aspirantes que habían ingresado esa misma semana a la fuerza. Era la flaquita del departamento de Radio y le traía un correo mandado por el principal Amuschástegui jefe de servicio de calle de la comisaría de rojas.

El epígrafe era escueto, pero Vicente se pasó más de cinco minutos releyendo la hoja del fax. Tan absorto estaba en ese papel que ni siquiera noto cuando sus dos ayudantes entraron sin golpear en la dependencia, ambos, al verlo tan interesado leyendo, se sentaron de frente a la ventana que se orientaba hacia la calle y matizaron su charla con la ingesta de unos amargos. Romero, bastante mayor que su compañero, intentaba persuadirlo a toda costa para que lo acompañase esa noche a una peña folclórica sobre la ruta 188 que organizaba su compadre.

-Ni loco voy Romero… hoy salgo con un amigo, su novia y una amiguita que esta rebuena…- Le quería explicar el cabo a su compinche entre mate y mate.

Romero enmudecía por unos momentos intentando tal vez elaborar un nuevo artilugio para convencer a su colega y volvía a la carga:

– No podes dejarme a pata pibe, a la minita esa es posible que la veas cualquier otro día, pero a las gringitas que van a ir esta noche no…es hoy o nunca… sé piola, encima son todas fáciles nene… cuando salen del campo lo único que quieren es ponerse al día… y si uno es de la ciudad ni te cuento, se te pegan solas… dale, yo corro con todos los gastos

-No gracias…dejate de joder, a una peña me queres llevar, aburridísimo Romerito, eso es para viejos…- E intentó reírse pero no lo hizo porque temía que Vicente lo regañara.

-Que viejos, vos no sabes nada pibe, hace caso esta vez y no te vas a arrepentir, yo sé porque te lo digo- Insistía el sargento, sabedor que si lo cansaba de tanto proponérselo, el joven lo acompañaría esa noche.

Acosta estaba a punto de contestarle pero Vicente interrumpió en seco la conversación.

– A ver muchachos… tenemos noticias de la piba-

Ambos volvieron sus sillas hacia el escritorio de su superior y cortaron por completo su informal charla.

– Y son buenas, jefe…- curioseó Romero.

-Parece que si…vamos a ver, por lo menos es una posible pista, una punta en este enmarañado ovillo…-

– Un avance… y de donde saltó esta perdiz…- Averiguo ahora el cabo.

– Y de tu viaje hace unos días a Rojas Acosta… viste, esto es así, disparas para todos lados y por ahí, Pum…le pegas a algo importante…éste es un correo que me acaba de llegar desde la comisaría de allá, lo manda el principal Amuschástegui, el jefe de calle-

-El principal que usted me mando a ver, si claro…- interrumpió de nuevo Acosta.

-El mismo… acá me señala que uno de sus hombres se topó con lo que puede ser una buena punta, parece que alguien del pueblo lo reconoció al punto-

– A que bueno…ya salimos para allá entonces jefe…- Apunto Romero.

– No, todavía no…yo ahora lo llamo al principal y convino con él a ver como seguimos con esto, tranquilos… Quiero que ustedes sigan buscando otros posibles indicios por el pueblo… Así que vos Romero seguí intentando por los hoteles, pensiones o piezas, tenemos que saber donde paró ese tipo los días que estuvo acá y vos Acosta quiero que vayas hasta el juzgado a ver al juez y al fiscal…le vas a llevar una nota que ya te preparo, al mediodía nos encontramos acá de nuevo y vemos si vamos para Rojas o no… –

-¿Me puedo llevar al pibe nuevo jefe?- Sondeó Romero a su superior.

-¿A quién?-

-Al novato, el hijo de Mario…- confirmó el sargento.

-Bueno, pero no lo estés paseando al pedo… hace como una semana que estas visitando hoteluchos, ya te conozco… entre una visita y otra paras en todos tus boliches, ponte las pilas Romerito…-

-No diga eso jefe… –

Esbozo cómo único justificativo el subalterno, pero Soriano ni siquiera levantó su vista para reprocharlo, con un gesto de su brazo le indico que salga de la oficina y se ponga a trabajar.

Acosta hizo silencio, volvió a sentarse otra vez mirando para la calle y mientras esperaba que su jefe terminase la nota que de puño y letra estaba preparando para su amigo el juez Lagos, se puso a discurrir en cual de las dos opciones que tenía para esa noche, era la mas entusiasta.

CAPITULO XIX

(Los terribles males del alma se curan en compañía) Haykus

Luján, 30 de septiembre de 1983.

Descubrir que tus propias sombras te agobian y atacan es un icono infiel de la debilidad humana. Mi viaje de regreso fue un calvario insulso desprovisto de aristas tensionadas, solo mi adrenalina trepo tan alto como el cenit de los sueños cuando un policía subió en la ruta pasando Moreno… revelé por primera vez en toda mi vida cuanto tensión y miedo puede sentir el cuerpo de un mortal… altísima, inimaginable por aquellos que nunca pasaron por trances extremos como el que yo estaba resistiendo.

Por suerte el uniformado ni me registró, era tan solo un pasajero mas en ese viaje a Lujan.

De lo cerca que me tuvo, nunca se lo va a imaginar…

Cerré mis ojos escondidos tras unas amplias gafas que había adquirido en la mismísima Terminal de La Plata antes de subir al colectivo.

Intentaba con ellas ocultar mi alma del mundo.

Pensaba, pensaba… no podía no pensar…

La ley… o quienes se atribuyen la facultad de defenderla me estaban buscando… y hasta casi sabían quien era yo y esto me fastidiaba de sobremanera porque nunca me permitirían narrar la exactitud de lo acontecido.

Debía ser fuerte.

El plan por mí trazado daría buenos frutos siempre y cuando yo consiguiera afirmar mi temperamento y convicciones. No existía otra posibilidad, otro camino.

Celia se convirtió durante el trayecto que me devolvía a mi tierra prometida, en la única verdad palpable de mi presente. El salvoconducto de la salvación espiritual y terrena de mí ser.

Ella, en forma descarada no dudó un ápice en buscarme cuando necesito evadirse de su monótona y triste vida marital. Ella, un volcán activo de emociones amatorias, nunca reparó en mi condición atípica de ser su empleado, abuso de su poder y nunca o casi nunca tuve reproches para con ella…

Ahora mi existencia la necesitaba a ella, a toda ella, en cuerpo y alma… pura e impura, la requería para aislarme, entre sus brazos y sueños, del mundo caníbal que empezaba a cercarme.

Hacia bastante tiempo que interpretaba a Marcelo Paús, pero había llegado el momento en afirmar en forma definitiva esta resolución…

Luciano Giovanini debía dejar de existir para todos y principalmente para mi.

Cuando ese mediodía el colectivo hizo entrada en la Terminal de Lujan, un enjambre de turistas pululaban por toda ella. Hombres, mujeres, grandes y chicos, con sus mochilas y canastas a cuestas, familias enteras arrumbadas por pasillos y veredas esperando los micros, unos iban, otros venían… Todos ellos con velas y velones de todos los tamaños y colores en sus mano para atestiguar su paso por la capital de la mística y religiosidad.

Mis ojos buscaban la sombra y mis pasos el espacio abierto, la libertad… sin mirar a los estribores aspiré a buscar sendas tranquilas y me interne en calles paralelas a la avenida principal en búsqueda de la ruta.

Camine y caminé sin sentir los pinchazos del sol sobre mi espalda.

Cuando llegue a la ruta, no quise esperar el colectivo rojo que me llevaba casi directo a la chacra, no deseaba cruzarme con nadie, por lo tanto continué mi camino cabizbajo por el borde del camino, con mi vista clavada en ese forraje verde que comenzaba a querer brotar con sus mejores savias, preparándose para recibir el equinoccio en su mejor fulgor.

Mi razón se confundía de a ratos con ideas cruzadas, se superponían unas y otras, pensaba por ejemplo en Celia, la quería ver, abrazar… y al instante se atravesaba en mi fantasía la cara de Estela interrogándome por teléfono, acusándome a la distancia… y al instante otra vez interrumpía ahora la cara de Julio apuntándome con su índice y así todo el recorrido, unos y otros atosigando mi bosquejo de paz.

La hierba, que bajo mis pies retoñaba confusa, fue mi mejor terapia durante todo el pasaje.

Por trayectos intenté fijar en mi memoria algunos de sus tantos contornos, setos y misceláneas formas, busque referencias en mi senda, como intentando incorporarlos a mi nuevo entorno, a mi novel mundología, pues ese camino, esa ruta, era ahora mi camino y debería comenzar a respetarlo porque ese territorio, esa tierra, era desde ese momento mi lugar.

Arribe a la propiedad tarde, eran casi las cuatro. Apenas entré me desvestí casi por completo, solo me deje puesto el calzoncillo, abrí las ventanas, todas, buscaba aire para mis pulmones y sol para mi vida.

Tirado sobre el sofá del living descanse unos quince minutos, no quería pensar pero era imposible mantener mi mente en blanco… dos o tres veces me alteré porque creí escuchar el motor de un automóvil entrando en el predio… pero nada, todo era producto de mi alucinación o mejor dicho de mi miedo.

Decidí entonces darme un baño, dejar correr el agua tibia ahuyentaría esbozos de fantasmas y sanearía mis yagas mortales. Todavía no eran las cinco de la tarde.

Celia llego pasadas las seis. Llegó en un remís.

Verla me alegro el alma y contuve mis emociones para no llorar, al abrazarla sobre mi pecho.

Nos besamos con ternura, sin tiempo, sin apuro… trasmitiéndonos en el arrumaco la totalidad del contenido de nuestras almas quebradas.

Solo me separó de su cuerpo para preguntarme por la salud de mi hermano. Le contesté con un lacónico:

-Bien, muy bien…gracias…- y volví a besarla.

Me regodeo su presencia aplacada, decidida y puedo afirmar que por vez primera disfrute de modo pleno, el poder acariciar su lozana piel.

Sin separarnos de ese abrazo eterno que nos fundía en un sola esperanza, me siguió preguntando por mi hermano y por el viaje. Me confesó sonriendo que estaba sorprendida por mi regreso anticipado y esa vez le mentí a medias, diciéndole que la había añorado más de lo previsto. Me señaló solazando que Rogelio no estaba en el pueblo pues se había ido ese fin de semana a cazar con unos amigos, a un campo cerca de Azul por lo tanto, no estaba enterado de mi regreso. No agrego nada más. Todo estaba dicho.

La bese en clara señal de aprobación.

Ella reía como un ángel consagrado y yo la contemplaba delicioso de gozo, sin muchas palabras nos fuimos desnudando, apacibles entre beso y beso, libres retozábamos en ese nuevo universo, extenso, tanto como nuestros sueños… redimidos de toda imputación y censura nos amamos por primera vez.

Estando ambos relajados todavía en el tálamo ardiente, manteniéndonos entrelazados como queriendo enredar, sin fugas nuestros idilios, persistentes en nuestra dicha, altivos en nuestra locura, me pareció que Celia pretendió husmear si yo había conseguido averiguar algo sobre el asunto del alquiler. No me preguntó de manera directa pero, mi percepción de embaucador lo sospechó de manera instantánea, observando ese imperceptible cambio que se produjo en su mirada y en ese tic, que sin motivo aparente, apareció en su gesto.

Es posible que se diera cuenta de mi premonición y por ello me haya regalado un pequeño beso que apenas rozó mis labios, de inmediato se incorporó de manera muy suave, meneando su figura escultural y ofreciéndome la grandiosa ida de su espalda, fue deslizándose hacia la cocina para poner sobre la hornalla, agua a calentar.

Siempre dándome el regalo de su dorso, se vistió con una larga remera blanca de algodón, que extrajo del bolso grande que había traído y que a duras penas ocultaba sus redondos glúteos y poniendo una carita de niña picara, sabedora del poder de su belleza, me invito a sentarme en la mesa del comedor.

No pude enfrentar esa endiablada embestida, así que manso me alcé de la cama, me puse un pantalón vaquero y descalzo me acerque lentamente a la mesa. Ella ya estaba sentada, con todos los elementos del mate listos, pava, azucarera, yerbera y un plato lleno de facturas que también había traído. Fue cuestión de segundos…milésimas diría… estiró su mano…me convidó un mate y desclavó su primera pregunta:

-Dime algo más de tu viaje amor… pudiste averiguar algo sobre lo nuestro…-

Menee la cabeza en señal negativa…me dolía tener que mentirle otra vez.

-Para ser sincero no – Y continúe diciendo antes de que ella, quien ya había ensombrecido su mirada, pueda repreguntarme.

-El segundo o tercer día tuve toda la intención de llegarme hasta la inmobiliaria de un conocido de la familia, pero luego se complico porque Soledad, mi cuñada, no podía quedarse con mi hermano, entonces me quede yo…el asunto es que ella llegó bastante tarde y ya lo dejé…y…-

No dejó que terminara la mentira

-No me embauques más Marcelo divino, di que ni te acordaste de ir y listo…- y frunció el seño en clara señal de un enojo contendido.

-No quiero mentir, me acorde pero no voy a negar que no puse todo el empeño necesario… pero te prometo que voy remediar mi error-

-¿Así? ¿Y haciendo que…?- dijo regalándome otra vez una sonrisa.

– Vos dirás…- prometí.

La chanza hizo que en esa mujer retornaran sus exquisitos fulgores. De modo precoz, renovó sus brotes sicalípticos y matizo con sabrosos roces los mates dulces que compartíamos.

Surcamos casi una hora ridiculizando nuestra suerte, el ocaso nos encontró por primera vez dibujando sueños improbables pero posibles y esas locas fantasías parecían complacer de sobremanera a nuestras histerias profanas…

Pero esa química de ensamblarnos y fundirnos en la quietud del paisaje, con la eternidad de nuestro lado y apostarnos a divagar e idealizar que cosas haríamos si asumiéramos estar unidos… era en verdad un imposible.

Ambos éramos sabedores de ello.

Ambos escondíamos en silencio, en esos silencios ocultos que a veces transitábamos, el verdadero cogollo de nuestras realidades.

A Celia la enfatizaba la idea de alejarse de su marido, siempre y cuando sacara un holgado beneficio económico… El amor que decía tenerme marchaba detrás de esta prioridad.

Por mi parte, yo intentaba simplemente renovar mi subsistencia, mi contexto… Reconozco, impulsos más, impulsos menos, que mi forastero cariño, no era, ni más ni menos, que una circunstancia mas que se cruzó en mi distorsionado destino.

Ninguno quería reconocer, y menos aún confesarle al otro, que estar juntos por ese tiempo, era solo una quimera.

Esa noche asé un pollo y cenamos sentados en la amplia galería, la luna llena alumbraba por completo la chacra permitiéndonos admirarla en su plenitud… agudizando la vista era fácil distinguir los múltiples verdes de árboles y arbustos y hasta la tonalidad de alguna de las flores.

Un mutismo armónico circundaba nuestras figuras serenas, solo el crispar de un cigarrillo o un suspiro disgregado rasgaba aquella elipsis campestre.

No sé cuanto tiempo nos hallamos sumergidos en ese halo majestuoso, mucho seguro, después ella se levanto, tomo mi mano y me llevo a la cama.

CAPITULO XX

(El desencanto es siempre el final de una mentira) Haykus

Rojas, 30 de septiembre de 1983.

Vicente pasó a buscar, pasado el mediodía, por la esquina de su casa, al pibe Acosta, como le gustaba llamarlo.

Los dos viajarían hasta el pueblo de Rojas para encontrarse con Ermindo Sosa, un sargento ayudante, amigo del cabo y colaborador de Amuschastegui.

El sujeto parecía que había obtenido alguna información sobre un posible sospechoso del crimen de la piba, como internamente se le llamaba al caso, gracias a trabajar con la identificación del rostro que Acosta, le había alcanzado un par de días antes.

La ruta 188 estaba insoportable. La temperatura trepaba por lo menos los 32 grados y no corría brisa alguna, más que la generada por el desplazamiento del automóvil. A ambos flancos del camino los campos de trigo doraban por completo el monótono paisaje y solo cada tanto, alguna alameda alejada de la carretera y generadora de la apetecida lobreguez para los cascos de las granjas se blandían en el horizonte rompiendo la amarilla hegemonía.

Los espectadores de aquella serafín campiña marchaban distendidos y departieron muy por arriba, durante los cuarenta minutos que duraba el viaje, sobre la cuestión que de alguna forma los involucraba y los motivaba a estar haciendo ese trayecto.

Soriano muy escueto, se limito a curiosearle por el tal Sosa a su acompañante y éste entonces le contó, que el petiso, como le decían sus allegados, había sido compañero de escuela de su hermano mayor en el pueblo de Alberti, de donde eran oriundos. Y años después lo cruzó en un curso que se dicto en Junín sobre Inteligencia interna, allí se entero que también era policía y que vivía en Rojas.

Luego la conversación salto por los temas mas diversos, algunos triviales como por ejemplo discutir sobre el programa de radio que iban escuchando, el de Alberto Badía, a quien el inspector detestaba y no percibía nada bueno en él, "Es bastante zurdo para mi gusto" tildo en varias ocasiones sin recibir más que una aceptación con la cabeza de su acompañante, o pasar por otros tópicos mas significativos y transformadores como el de opinar sobre los comicios electorales de ese próximo treinta de octubre para elegir el presidente de la nación.

"El compañero Luder", sin dudar una fracción de segundo apuntó Soriano que venía de una familia de tradición peronista e intentó profundizar y testimoniar su convicción con viejos argumentos partidarios. Silogismos dispersos que al pibe Acosta no le persuadían. El avistaba, en la figura del radical Alfonsín, al mejor candidato pero en ningún momento se lo aclaró a su superior, tan solo se restringió a escucharle de modo sumiso y disimular sus criterios y valoraciones respecto a los razonamientos expuestos.

Apenas encontró un silencio en su interlocutor, el cabo intentó con buen éxito cambiar el tema de conversación y entonces los policías retornaron a sus bizantinas y ligeras discusiones.

Entraron a Rojas por el bulevar Italia, Acosta intentaba guiarlo hasta la casa del petiso Sosa. A los dos les llamo poderosamente la atención de no cruzarse con ningún auto, moto o bicicleta en la calles del pueblo…ni siquiera un peatón:

– Esto parece un cementerio Acosta… que hora es…- Preguntó el inspector a su ayudante apenas entrados en el casco urbano.

– Son las cuatro… pero tiene razón, no hay nadie… y estarán durmiendo la siesta- Agregó medio en broma el subordinado

– A miércoles que les gusta dormir a estos rojenses, pero fíjate, ni un mísero perro se nos cruza…- comentaba Vicente, mirando para todos lados como buscando siquiera una silueta perdida para desarticular su tesis.

– Es que también los perros duermen jefe…por ley municipal- Y no aguantó su chiste y se hecho a reír con una risa contagiosa.

Soriano también sonreía de la chanza de su compañero que le seguía indicando por donde marchar para encontrar la casa del petiso.

– Ya casi llegamos, es en ese barrio que se ve allá. El de casitas iguales, tiene que seguir tres cuadras y una a la derecha y listo, la segunda casa…-

Vicente siguió las instrucciones y girando por última vez buscó estacionar en la segunda casa donde le estaba señalando Acosta:

-Ahora sí, es esa, esa que tiene las ventanas azules y amarillas…- acotó el ayudante.

– A mierda que es fanático este Sosa…- Y agregó:

-Mejor de fútbol no hablamos…yo soy de Independiente.

El cabo se adelanto para tocar el timbre de la casa, pero como no funcionaba, golpeó fuerte sus manos. Sosa enseguida abrió la puerta y con una amplia sonrisa y un abrazo estudiado saludo a su amigo quien se apresuró en presentarle a su jefe, rápido, el dueño de casa los invitó a pasar.

El petiso era ante todo eso, un petiso, no medía más de un metro sesenta, pero de una contextura física oronda, hombros robustos y un torso que no ensamblaba para nada, con el resto de su cuerpo.

A pesar de su poca edad, no contaba más de treinta y cinco años, su cuero cabelludo dejaba ver amplias entradas y una nuca casi pelada.

Sus ojos eran azules, grandes y redondos y parecían salirse de sus cuencas cada vez que el hombrecillo gesticulaba.

Muy atento, enseguida les ofreció algo fresco para tomar.

– Un jugo, una cervecita… que toma jefe, o prefiere un matecito…-

-No se moleste amigo, si hay un jugo mejor sino un vaso de agua fría viene bien… se nos vino el verano de repente vio…- contestó el inspector.

Mientras el sargento de Rojas preparaba en la cocina los refrescos, Acosta sentado a la izquierda de su jefe en el pequeño living de la casa comentó orondo:

-Se acuerda que le dije jefe, este petiso no me podía fallar, es una bestia trabajando…-

– Vamos a ver…- En voz baja, para que no escuche el dueño de la casa, le rebatió Soriano a su ayudante, que irradiaba un evidente estado de plenitud, sabedor que se estaba anotando buenos puntos con su jefe.

Sosa llego con tres vasos y una jarra de jugo de naranja con hielo que colocó en el centro de la mesita ratona y sirvió entonces a sus invitados.

Soriano apenas bebido el primer sorbo preguntó:

– Bueno, cuéntenos amigo, que pudo averiguarnos, me dijo el principal Amuschástegui que usted nos iba a dar los detalles…-

– Si jefe… miré, después que Acosta estuvo en la comisaría con el principal, paso por casa para saludarme, ya le habrá señalado … porque yo me tome unos días de vacaciones que me debían desde hace un año… bueno, ese es otro asunto… la cuestión es que el amigo me comentó que se encontraba en el pueblo por el caso de la piba que mataron allá y que había dejado un identiquid del sospechoso, entonces le pedí observar una de esas copias, de curioso nomás, esté trabajo es más fuerte que uno, se lo pedí porque acá somos pocos, esto es una aldea y nos conocemos todos vio… si el tipo era de Rojas yo seguro que lo junaba… hace casi diez años que estoy en el servicio de calle, pero ahí nomás le dije a él (y señaló a el cabo) éste fulano del pueblo no es… igual me quedé con una fotocopia porque pensaba en ir a preguntar al Victoria, que es él único hotel de acá o pasar por la ruta 188 que hay un par de cabañas, no mucho mas…- Y suspendió su relato para rehumedecer su boca seca.

– ¡Y Sosa…! Miré que le gusta hablar… la hace larga che…- el chascarrillo de Vicente hizo enrojecer al petiso que enseguida pidió perdón…

A lo que el Inspector contestó:

– Siga amigo, es solo una broma, me gusta que nos cuente todos los detalles… no como éstos que tengo allá que nunca saben nada –

Después de algunos risueños comentarios vertidos por Acosta, el petiso prosiguió con su relato:

– Bueno, se la hago corta jefe, el asunto es que ayer… no, antes de ayer a la nochecita, pasé por lo de un almacenero amigo para hacer unas compras, venía justamente de las cabañas esas que le comenté y nada, nadie sabía nada del tipo ese, bueno el asunto es que llevaba la fotocopia conmigo y el viejo Anselmo, el almacenero, de chusma nomás me pregunta que era eso que llevaba en la mano vio, y le comento entonces que era la cara de un paisano que andaba buscando, el asunto es que el viejo se queda mirando la foto y me dice "Este se parece al marido de Estelita", le preguntó entonces que Estelita, y me dice: "Estelita, mi vecina, la hija del negro Vitela". La verdad yo no tenía ni idea de esa chica porque para mí se había ido a estudiar a la Capital o a La Plata… Al padre si lo conozco… nació acá, un personaje del pueblo, macanudo el tipo… bueno el asunto es que ahí nomás el Anselmo la llama con un grito a su mujer, de bestia que es el pobre: "Negra, veni un cacho", y cuando aparece la doña de atrás de una cortina le muestra la foto y le pregunta: "Decile a Sosa… ¿Quien es…?" Y se queda esperando con la foto arriba como si mostrara un cuadro, la vieja entrecierra los ojos para mirar mejor y se va acercando despacio, con pasitos lentos y le contesta: "!Que se yo! ¿Quien es…?" ; el viejo le dice entonces enojado, porque ella no lo reconocía al tipo: "!Ponete los lentes… fíjate…no es igualito al marido de la Estelita!", La pobre señora saca los anteojos de la bata, mira la copia y me dice: "Y sí…se parece bastante…que se yo…" y se vuelve a la cocina. Yo hago como que le resto importancia al asunto y como quien no quiere la cosa, de a poquito le saque algún dato al viejo, me contó que el pibe éste es de La Plata y parece que ahora anda medio peleado con la chica… bueno, no mucho más, le aviso entonces esa misma noche a Amuschastegui… y eso todo lo que sé-

– Bien, es una punta, una buena punta, tenemos que seguirla, acá no se puede descartar nada… Y se podrá ir a hablar con esta chica- Inquirió Soriano en un tono sereno, que para nada exteriorizaba el armario de impacientes sensibilidades que crujían dentro suyo.

-¿Cuándo?- Se atajó Sosa.

-Y…ahora, ya que estamos acá… aprovechemos…no le parece-

-No se jefe… usted decide- contestó de manera disciplinada el sargento, sabedor que era un punto delicado el que demandaba Vicente, que si bien era un funcionario de la ley, no tenía ninguna autoridad es ese pueblo para interrogar a uno de sus parroquianos.

-Tranquilo Sosa… una charla informal… Que le parece si mejor que intentar charlar con la señorita no lo hacemos con el padre de ella… usted dijo que lo conocía –

Soriano se mostró firme en el pedido y cauteloso a la vez.

– Me parece buena idea arrancar por ahí inspector… Bueno… si quiere ir ahora… vamos nomás-

– Vamos, si… Solo espero no despertarlo… porque nos llamo poderosamente la atención de no ver a nadie prácticamente en las calles del pueblo…se ve que la siesta es rigurosa aquí…-

– Si es cierto…pero no vieron a nadie en las calles porque están todos en el partido….-

– Partido…quien juega… Boca y River…-

– No, más importante aún… se esta jugando el clásico del la ciudad, el Argentino versus el Newbery…-

– Mira vos…por eso era… pero ni un perro se nos cruzó…-

– Es que hasta los cuzcos están en el potrero jefe…-

La casa de Vitela quedaba a unas pocas cuadras de donde ellos se encontraban y no tardaron más de cinco minutos en estacionar el automóvil frente al domicilio.

Sosa fue quien bajó y tocó el timbre, el que salió a atender al llamado fue un chico de no mas de diez años, el hijo menor del negro quien fue en busca de su papá.

El tal Vitela saludó al petiso de manera cordial y se quedaron unos minutos hablando en el pórtico de entrada, en un momento el hombre, de presencia importante ya que medía casi dos metros y seguro pesaba más de ciento veinte kilos, ejecutó el típico gesto de quien se encuentra sorprendido, levantando sus hombros y arqueando los labios.

Al segundo los dos interlocutores se fueron acercando hacia el auto donde estaban los agentes de Pergamino esperando. Soriano entonces bajo del móvil y se quedó parado al lado de la puerta entreabierta.

Sosa se lo presentó a Vitela y ambos estrecharon sus manos.

Acosta estaba atento observando sentado en el asiento trasero.

– Jefe, acá le estuve explicando al amigo que esta es no es una visita oficial ni nada parecido, que simplemente usted quiere realizarle una consulta sobre una persona que por ahí él conoce…- aclaró en seguida el petiso a su superior y más que nada para que le quedase en claro a su vecino, que él era solo un intermediario, porque lo que menos quería era comerse una futura sanción por apriete o algo así.

– Bien hecha la aclaración Sosa, esto es una conversación entre amigos, solo eso- explicó Soriano ante un ropero asombrado y mudo.

– Bueno… usted dirá oficial- fue la única expresión que se escapo de la boca del sondeado.

Por un instante despuntó en Soriano la ambigua especulación de requerirle a su recién presentado que le permita pasar al interior de su morada para mantener un dialogo mas distendido, pero por suerte dedujo a tiempo que si la famosa Estelita también se encontraba dentro de la vivienda, de alguna manera podía entorpecer la visita y ésta entonces se podía convertir en un futuro factor de riesgo para la causa, así que se contuvo de hacer el pedido.

Le especificó entonces que él era quien estaba investigando el caso del asesinato de la chica de Pergamino y le realizó algún que otro ligero pormenor del mismo.

Vitela, como todos los habitantes de la región sabía muy bien del tema a que le estaba haciendo referencia el inspector y mientras éste se explayaba en esos detalles menores, él se comenzaba a preguntar que carajo estaban buscando esos policías… que esperaban que les informara…

Cada centésima de segundo que trascurría inmóvil, parado en el borde de su vereda escuchando a esos canas que implantaban siempre esa facha de saberlo todo, aunque ni siquiera hayan terminado alguno de ellos el primario, lo estaba desesperando.

Por fin escucho del tal Soriano la frase que estaba esperando:

– A ver amigo, conoce por casualidad a este tipo…-

Y el inspector fue desplegando despacio la hoja del identiquid doblada en cuatro, mirando fijamente el rostro de Vitela, que a su vez mantenía su vista clavada en el dibujo que iba asomando como si fuese una paloma de las manos de un mago.

En menos de dos segundos el negro se puso blanco.

CAPITULO XXI

(Si miro atrás, solo veo fantasmas que me saludan) Haykus

Rojas, 2 de octubre de 1983.

– ¡Estela, cuéntanos que sabes…somos tus padres!-

La voz del negro tan enérgica como equilibrada, retumbaba en el comedor de los Vitela como eco de montaña.

Su esposa Julia no conseguía detener un sollozo mudo y visceral que apretujaba todo su ser. Congojas infames que anunciaban descontrolados temporales en la familia. Ella bien lo intuía.

Su hija mayor, postrada en un sillón del comedor, se encontraba hacía casi un día como exorcizada, muda, temblorosa, sus ojos verdes y elegantes se habían desvanecidos por tanto llorar, su mente desorientada, por atemporales instantes se anunciaba como en blanco, perdida de toda razón, deambulando por misteriosos confines de la conciencia… y otras veces, se rehacía disparando diez mil imágenes encimadas que no permitían ensamblar un pensamiento coherente.

En la desfachatez de su tolerancia, el sentido de su razón pretendía detallar el término como si fuese una tarea simple, fácil… Como se logra ser coherente cuando los sustratos de toda una entidad fugan desorbitados por nuestra génesis, ¿Cómo…? cuando los místicos valores medulares de la conciencia se sienten aniquilados de el plumazo por el viento marginal del destino. A que vínculo apelar cuando nuestros límites más ahuyentados se ven arrastrados por una entelequia que no dominábamos ni preveíamos siquiera.

Como se vuelve de ese lugar de donde nuca supimos como llegamos.

Como se hace, por donde se empieza…

Ella se demandaba por todo esto y más.

Ella se comprendía estafada por la vida, violada por el destino.

El rostro de Luciano revoloteaba en su mente de forma constante como el peor de los espectros, la aterraba sin tregua, despiadado, se lo imaginaba inhumano… Lo conjeturaba abriendo su caníbal boca y devorándola con la desesperación de un sanguinario.

-¡Estela!…reacciona… decirnos lo que sabes… Te citaron del juzgado… reacciona por amor a Dios-

Ella se enteraba de la voz desesperada de su padre, pero no podía contestarle, intentaba no mirarlo.

La figura de su padre, el ardor de su presencia la herían… la inhibía del presente. Sentía que su cuerpo arrastraba toda la culpa del mundo.

Le quemaba las narices el vaho que emanaba de su ángel, de su halo, los juzgaba como vapores putrefactos nacidos propiamente de la humillante vergüenza que sentía de si misma. Intentaba gritar y de su boca solo emanaba el aliento del abochornado, del cautivo, del abatido.

No recuerda mucho más. Su madre junto a un joven medico la despertaron en su cuarto de soltera.

– Hija…- dijo Julia con el último gemido que se animó a dar su voz marchita.

– Como te sentís… no tienes que hablar si no quieres… ya estas bien…solo fue un desmayo…- Añadió el joven

Estela cerró los ojos e intentó dormirse, no se animó a preguntarles si las imágenes que seguían explotando en su mente eran de verdad el presente o solo habían sido su más terrible pesadilla.

CAPITULO XXII

(Di un paso, di otro… y otro…es esto caminar… o morir) Haykus

Luján, 18 de octubre de 1983.

El mes de octubre promediaba y yo todavía no había traspasado, desde mi regreso, el alambrado que limitaba la granja. Y no deseaba hacerlo.

Mis días trascurrían sin horas fijas ni almanaques que pudieran atraparlos.

No obstante mi cuerpo era la sombra de aquel que una vez fue y me dolía la amputación aún sangrando, pero era necesaria.

Lo que mas echaba de menos era un teléfono.

Había noches que me tentaba la idea de salir a buscar alguna cabina en el pueblo, pero mi ansiedad siempre pudo detener, ese incontrolable miedo que especulaba sobre mi razón, ante la posibilidad de un encierro, si era detenido.

Pensaba mucho en los extremos de mi vida… mi madre y Sebastián, no tanto en Estela. Seguro, porque yo sabía que ella sabía…

Igual, ya a esa altura había tomado la determinación de dejar pasar una o dos semanas más e intentar hacer una llamada.

Pero en medio de la conversión mundana de mi destierro, paso algo que cambió deforma radical, el eje de mis decisiones.

Fue una tarde, una tarde de viernes, calurosa como la mayoría de esas tardes de ese mes de octubre.

Pasadas apenas la hora tres arribó Celia, yo la estaba esperando, como todos esos días.

Una vez ocurrida mi vuelta a la ciudad, ella se las había ingeniado para cambiar el horario de atención del negocio con Rogelio, así que ahora la bonita iba por la mañana y el pobre infeliz lo hacia en el horario vespertino.

La dulce infiel se había tomado la perspicaz costumbre de dejar sobre la mesa de su cocina, antes de salir de su casa, siempre una notita que rezaba:

"Fui a la quinta a buscar unas cosas. Un beso."

Mas en su regreso, quince o veinte minutos antes del cierre del negocio, la retiraba y la guardaba hasta el otro día.

Mis vísperas con sus llegadas, a pesar de los calores reinantes, se habían convertido en refrescantes y sanadores paños para mi alma temerosa.

Normalmente, mi perfeccionada amante me acercaba, en una especie de vianda, la comida para mi cena y dos veces a la semana se llevaba la ropa sucia, regresándomela siempre bien planchada y perfumada y, lo más importante de esos cambios, fue que su sola presencia me hacía compañía, más allá de nuestros exaltados revolcones.

Para mi suerte, Celia solo preguntaba por aquello que le interesaba, es decir cuando nos iríamos a vivir juntos. Mi respuesta era siempre la misma: otro día…es decir nunca.

Necesitaba tiempo para serenar mi espíritu y liberar mi conciencia.

Y estaba en el camino correcto, hasta ese día infame.

En las mañanas templaba mis esfuerzos por atender extremadamente todo lo referido a la quinta. Me interese en mejorar mis atenciones por las plantas y mas de una vez Rogelio se sintió sorprendido por mi avidez en aprender algunos de sus secretos.

Entendí que si más sabia del tema, más rendía y por lógica, más me interesaría por el trabajo y esa era la cuestión, que la mañana se pase rápido, sin darme tiempo a pensar.

Extendía mis tareas hasta casi la dos de la tarde, para tener el tiempo justo de almorzar y arreglarme para esperarla a ella.

Los fines de semana me costaba bastante más acomodarme a los horarios, porque por ejemplo la tarde del sábado el que venía a la quinta era Rogelio y prácticamente se quedaba hasta bien entrada la noche. Regresaba de seguro el domingo cerca del mediodía pero no ha trabajar, sino a tomar unos mates y al observar ese nuevo interés mío por las plantas, también a conversar un poco sobre el tema.

A él le gustaba que uno escuchara sus conocimientos herbarios.

A mi, si bien mucho no me entretenía la conversación, me servía para quemar minutos muertos de mis días.

Las tardes ya las describí, eran siempre fructíferas.

Mi problema aparecía en las noches.

Celia se marchaba cerca de las ocho de la noche y yo estiraba un poco su retirada manejándome con una rutina diaria que trasladaba mi reloj hasta casi las nueve y media. A esa hora me sentaba a cenar, encendía la televisión y miraba todas las vigilias la misma programación.

Primero una novela del canal trece que en Lujan la repetía el canal local dos, ni bien terminaba, cambiaba al siete, ese si, estaba en directo, y veía sin mucho interés un programa político que finalizaba cerca de las doce, después dejaba encendido el aparato hasta que me quedaba dormido por el cansancio y el alcohol.

No miraba noticieros y si aparecía algún flash informativo, de inmediato, en forma automática, cambiaba de dial.

Pero nunca fueron tranquilos esos oscuros desvelos porque siempre, siempre, me agobiaron los duendes mortuorios de Mabel, que retornaron para abatirse sobre mis despojos desechos y carcomer mis entrañas hasta llegar a mi espíritu sordo, hueco de todo anhelo.

Noche tras noche como vampiros famélicos, hincaban sin piedad alguna, sus colmillos afilados en los restos de mi partido corazón.

Y uno a uno iba desfilando frente a mí… de modo burlesco, mostrándome sus heridas abiertas todavía, puñalada tras puñalada y se las señalaban con sus dedos en llagas sobre sus cuerpos interfectos y me miraban con ojos vacíos y bocas abiertas… solo el alcohol los desvanecía de mis sueños y de mi realidad.

Por eso también, noche tras noche, me emborrachaba.

Pero esa tarde se desmoronó mi último reducto.

Celia llego como siempre, bonita, principesca, el sabor melosos de sus labios despertaron como todos los crepúsculos mis deseos de hacerla mía, de retenerla en ese vergel para que me acompañe por siempre, fuera del alcance de cualquier mortal.

Yo la aprendería amar…

Pero ni siquiera puso encumbrarse el sueño, la vaga quimera.

Antes de volver a su casa, después de habernos amado sin prisa ni pausa, abordando nuestros cuerpos sudorosos entre sábanas calientes y arrugadas, Celia saco de su cartera un ejemplar del periódico local, lo abrió de par en par y me señalo con su dedo índice una importante foto que ganaba por lo menos media página del pasquín:

– Saliste lindo amor…-

Exclamó serena de toda soberbia y desilusión, solo delineó una especie de sonrisa estirando muy leve, sus labios hacia un costado.

Yo sobresaltado por el certero golpe, intente dibujar en mis gestos la sensación de que el dibujo que estaba observando era muy diferente a mi rostro, pero tan solo conseguí falsearle a mi imaginación.

Si era o no parecido…que razón de ser tenía a esta altura de los acontecimientos… de algunos momentos nunca se vuelve indemne… y me di cuenta de inmediato.

Ese dibujo era para mí un espejo…

Simplemente leyendo el encabezado de la noticia:

"Posible asesino de la chica de Pergamino, etc, etc…"

Aunque el cuadrado estuviese en blanco yo solo vería mi rostro en él.

Quise decir algo…dije algo, pero no recuerdo nada… si su respuesta:

-Mañana hablamos…- y subió a su auto, bajo la ventanilla y me tiró un beso con su mano extendida.

CAPITULO XXIII

(Pisas donde otro pisó… y alguien pisará tus huellas) Haykus

La Plata, 14 de octubre de 1983.

Vicente estacionó su auto particular frente a la comisaría y sin apuro se dirigió hacia su despacho, se cruzó en su camino con un agente de la guardia y aprovecho para pedirle que se lo ubicara a Romerito y lo mandase a su oficina.

Acosta ya lo estaba aguardando en su despacho.

Impecablemente vestido, camisa blanca, pantalón gris de vestir y mocasines negros recién lustrados. A su lado descansaba un bolso de viaje.

-Ya estas por acá… que pinta…- apuntó Soriano apenas distinguió al cabo parado al lado de su escritorio.

-Buenos días jefe…llegue temprano porque quería acomodar unos oficios antes de irnos- contesto el chico.

-Bien… bueno… ahí mande a llamar a tu compinche para dejarle un par de recados… hacerte unos mates mientras, que dentro de un rato salimos-

-Ya se los preparo entonces…-

Romero llego recién a los quince minutos, cuando la pava chillaba de caliente. Dirigió un melifluo saludo a sus colegas y se ubico en la única silla giratoria que existía en la sala.

Vicente sin demora le pidió que le efectúe un par de encargos intrascendentes referidos a la causa de la piba, aunque en verdad le había citado a su despacho para encargarle que esa tarde llevara a su esposa hasta la casa de su suegra que vivía en Salto.

El inspector sabía sin dudas, que Nora se había quedado furiosa en su hogar, cuando él le informo esa misma mañana que viajaría hasta la ciudad de La Plata por cuestiones de la causa que lo tenía involucrado.

"Justo hoy que pensaba ir de mi mamá" le había repetido ella una y otra vez, siguiéndolo por toda la vivienda mientras él buscaba algunos papeles y anotadores que le serían útiles en su visita a la capital de la provincia.

Para que no lo jorobe mas, le prometió que Romero la llevaría y la iría a buscar ese mismo viernes o el sábado, si es que prefería permanecerse en el domicilio de su madre.

Por eso la única orden significativa, que pretendía y necesitaba que su ayudante efectuase ese día, era la de llevar hasta la ciudad de Salto a su consorte cada vez más insufrible.

-Viaje tranquilo jefe… yo la llevo a su señora… lo que no se si el móvil tiene combustible… – Acuso el sargento.

-No le pusimos ayer… si te di un par de vales… te acuerdas…- le contesto Soriano, sospechando que el malandrín de su ayudante buscaba sacar provecho de la situación.

-Si jefe… pero esa nafta se la puse a la camioneta… el toro suyo apenas debe tener medio tanque…- exclamo el ayudante chofer.

-Me parece que me estas pasando Romerito, como siempre… toma, te doy un vale mas y si te falta después, para ir a buscarla, ordeña la camioneta y listo… – le sonrió Soriano percatando la vil maniobra de su subordinado.

El inspector reconocía, a esa altura del partido, que necesitaba a ese hombre como al aire, si pretendía no ver, lo menos por una semana, la cara de culo que iba a tener Nora cuando él volviese.

Al final salieron rumbo a la capital a eso de la una de la tarde.

El recorrido de tres horas se les paso rápido a ambos que no pararon de conversar durante todo el trayecto.

El propósito de este viaje para Vicente era el de poder interrogar a por lo menos tres personas, de una lista de diez que había confeccionado esa semana, todas relacionadas de manera directa con el sospechoso y entonces poder, a partir de sus testimonios, empezar a esclarecer algunos de los baches que todavía tenía vacíos en la causa.

La declaración testimonial realizada por la mujer del implicado, al comienzo de esa semana, había resultado trascendental para comenzar a desenrollar esa inmensa madeja de dudas por donde navegaba el expediente todo.

A partir de sus dichos y alegatos, pocos eran los que todavía tenían alguna duda de que el tal Luciano Giovanini, era el responsable de tan horrendo hecho.

La chica, la tal Estela, si bien se declaró desentendida de toda la historia, relató con lujos de detalles sus últimas conversaciones y contactos con su ex marido. En todo momento remachó como fausto latiguillo, que lo notaba a él muy cambiado.

En ella jugaba también de manera maquiavélica, la rebuscada contradicción de esas dos imágenes de la que fue testigo.

Una, tal vez la mejor para su recuerdo, fue esa que estuvo enfrascada dentro de la virtuosidad de un tipo tranquilo, hogareño y buen padre, mientras que la otra, la que seguro, deseará por siempre borrar de su mente, es la que apareció de imprevisto y desmantelo como torbellino un presente y un futuro de pareja…

¿Quien y como era el tal Luciano…?

Nadie se levanta un día y decide matar a un inocente….

¿O si…?

Tanto él como el Juez Lagos, habían logrado por fin tener un acceso formal a lo que conformaba el entorno de aquel reo. Sabían de datos y de los números que formalmente constituyen lo que acunamos como identidad social.

Estaban, ambos, enterados ahora por ejemplo, de cosas que meses atrás le parecían inalcanzables, como saber el numero de documento de este personaje o también estar al tanto de la escuela a que fue de chico, quienes eran sus amigos y desde luego conocer donde trabajaba antes de su separación…

Le sorprendía de sobremanera mirar a cada rato una foto del cumpleaños número treinta que le había dado Estela. La chica quería colaborar, ya sea por despecho o como decía la pobre "Porque se volvió loco y temía por su hijo y por ella".

Mientras charlaba con Acosta, se apilaban como cajas de productos unas sobre otras, pilas de preguntas que suponía tendría que hacerle a sus indagados, muchas de ellas ya las había registrado en sus apuntes, otras, las que se le ocurrían por primera vez, se las mencionaba a su acompañante para que éste las anotara en un cuaderno que guardaba en la guantera del auto.

Llegaron a su destino apenas pasadas las cuatro, entraron por la avenida 44, rumbo al centro.

– Pibe, abrí el cuaderno, en la ultima hoja tengo un par de direcciones… pásame la que dice Banco Provincia.

CARTA PARA MI DESTINO (4)

Luján, 15 de octubre de 1983.

Hoy me siento tan diferente del resto de los mortales… y sin embargo comprendo racionalmente que nada hay en mí que me diferencie de alguno de ellos.

Plutarco dijo que él encontraba menos diferencias entre dos animales que entre un hombre y otro hombre; y para afirmar tal pensamiento habló solo de la capacidad del alma y sus cualidades internas… Yo te contestó que pensaste equivocado.

Existen distinciones desde antropológicas hasta sociales… pero son eso, mínimas instancias que no logran imponer espaciosas desigualdades entre uno y el resto de los mortales.

Podemos comparar un rey con la turba estúpida, servil y voluble, aquella que flota al viento de las triviales pasiones que la mecen de acá para allá y que hasta se podría decir que depende por entero de la voluntad ajena… ¿Asumimos considerar este planteo como una diferencia?

La ceguera de nuestro espíritu es tal, que en las cosas dichas no observamos al juzgar a los hombres, allí mismo donde si comparábamos a un rico y un pobre…y lo representamos en nuestra consideración como extremos de una escala y no obstante no son mas que la vestimenta que lucen.

Ningún hombre sería mejor o peor que yo si tuviera que pasar por las penosas circunstancias que yo viví y que hoy comenzaron a agobiar y taladrar mi cerebro todo el día y en todas formas.

Tal vez algún otro desafortunado en mi condición, hubiera actuado en forma muy o poco diferente… Solo es una cuestión de matices.

Si sé que debo anteponerme a mis desgracias, y hacerme más fuerte que la roca. Es mi vida y no puedo regalársela a un destino prestado.

Lo que hice ya lo hice… nadie sabrá juzgarme de manera prudente, ni hombre ni dios…

Solo yo… y mi conciencia, tan divina como el sol que me alumbra, y ella ya se perdonó.

Yo fui un puñal sayón, no puedo denegar lo hecho, soy conciente de ello, pero desde esa apocalíptica madrugada de sábado, le pregunto infatigablemente a mí extraviada sabiduría: ¿Quien me dio la orden para ejecutarla… desde cuando dormía en mí ese mandato…?.

¿Puede uno perder tanto la razón…? Me contesto que no.

Cabalmente digo que no, universalmente digo que no.

Si es tan rotunda esta afirmación mía entonces, confieso que yo no perdí la razón… Solo procedí como mi instinto humano me ordenó.

Y estoy convencido que cualquier otro mortal hubiese obrado de forma análoga a la mía ante ese escenario, ante tales coyunturas, cual sería la variedad del caso si le hubiese pegado una cachetada…o si la hubiese herido de palabra, ninguna… en esencia todos hubieran ejecutado igual que uno…

Yo la mate… Sí… Pero reniego de una condena si se me castiga por la consecuencia del acto y no por los motivos del mismo…

Yo la maté, pero eso no me convierte en un mal tipo.

El mero y trivial "todos somos iguales" es, a mi humilde entender, una afirmación que globalmente no tiene ninguna fuga ni escape pese a que resistimos su autenticidad.

Razones que justifiquen sus veracidad, miles, tantas como temas a tocar… Detractores que buscan aniquilar su contenido, también miles, todos ellos blandiendo causas disímiles y valiéndose de un amplio y heterogéneo marco de razones casi filosóficas y religiosas o tal vez culturales, antropológicas, étnicas, ideológicas y muchas otras, todas anexadas a esa cuota subjetiva e universal que el argumento demanda.

La contrariedad esta planteada en principio de un análisis cuantitativo de la virtuosidad del anagrama:

¿Cuánto, hasta donde un ser busca distinguirse de su par, que no es otro que un igual…un hombre igual que uno…?. Obramos así por que en el fondo uno busca diferenciarse de si mismo o de alguna parte de su todo…

¿Hasta que grado se anima a evidenciar su diferencia sin que esta decisión reaccione de manera negativa en su interior involucrando su ego?

Pregunto sin buscar una contradicción, porque si uno se animara a diferenciarse en forma constante del otro, entonces entraría en un permanente cambio de identidad.

Y después, suponiendo que esta etapa se encuentre en transición, ¿Cual es el dardo existencial que le paraliza sus emociones y valores para no permitir que esta disimilitud se extienda en toda su potencialidad?

Será la respuesta a este interrogante el miedo.

El temor a ser visto también como un ente diferente por aquellos ojos famélicos e inconcientes que nos miran u espían, es decir esos mismos de los que pretendíamos distinguirnos.

Una persona solo intenta calificarse de otra a quien encuentra o entiende parecida o de un orden inferior. Un pobre no tiende a diferenciarse de un rico ni un analfabeto de un ilustrado.

Y si bien esta condición es primordial, también lo es el carácter temporal que justifica a toda diferencia que es lo mismo que decir a toda verdad.

Seguro el acto de manifestar nuestra diferencia tenga una procedencia voluntaria o involuntaria, pero es también indudable que tiende a tener, en la mayoría de los casos, un carácter recíproco.

Solo se puede conseguir el "distanciamiento" si nuestra vocación y estímulos están orientados por cualquiera de las distintas razones que interpretemos, de modo lógico e instintivo, y que, en definitiva, son los que nos ayudarán para manifestar esa diferencia que nos pesa.

Yo solo intento diferenciarme de un asesino…

Marcelo Paús, Luján, octubre 15 de 1983

CAPITULO XXIV

(Cuando verdades y mentiras se mezclan, nada sale bien) Haykus

La Plata, 14 de octubre de 1983.

-Gracias por otorgarme estos minutos señor Giampieri, mucho gusto, soy el inspector Vicente Soriano de la comisaría de Pergamino, a cargo de la investigación del crimen de Mabel Gutierrez, el señor es mi ayudante…-

– Mucho gusto inspector, Ricardo Giampieri a sus órdenes-

– Lo molesto porque su jefe me dijo que usted era el compañero del señor Luciano Giovanini, puede ser cierto eso…-

– Así es señor… Le pasó algo al chico…-

-Al señor Giovanini no le paso nada, pero tenemos indicios sólidos de que puede estar involucrado en este crimen…-

– Luciano…me deja sin palabras, me parece imposible…-

– Y vio como es esto Giampieri… Uno por ahí nunca termina de conocer a las personas… Me podría decir cuando lo vio por última vez y si puede recordar algún detalle de ese día….-

– Si, como no… lo recuerdo bien, fue un lunes, Luciano llego tarde esa mañana, mal… todo le venía saliendo mal, pobre… recuerdo que me contó que se había peleado ese fin de semana con su mujer en Rojas, porque ella es de allá, sabia eso…-

– Si estoy enterado, continúe por favor…-

– Bueno me comentó todos los contratiempos que había tenido, nos reímos mucho… me dijo que había venido a dedo todo el viaje de regreso, sin un peso, creo que tardo como dos días en llegar-

– A si, que bueno… siga Giampieri, somos todo oídos…-

CAPITULO XXV

(Lloro y un mar desbordando agua, barre mis penas) Haykus

Lujan, 19 de octubre de 1983.

Esa noche no dormí y si bien muchas noches la pase en vela ninguna como aquella sombra.

"Mañana hablamos… mañana hablamos…" Esas dos palabras me martillaban la cabeza hasta hacérmela estallar.

Celia ya estaba enterada de quien era… y si bien eso ya no me importaba porque era un hecho consumado, la pregunta, mi interrogante, era el de saber cual y como sería su reacción.

La esperé todo el santo día, atento siempre a los movimientos de la tranquera.

Rogelio apareció como todos las alboradas pasada la hora ocho y gradualmente fue ejecutando uno a uno, todos sus rituales mañaneros. Yo le presté poca atención, solo limite mi tarea a remover una parcela que estaba destinada a un futuro invernáculo.

El tampoco me prestó mucha observación esa aurora y fue mejor para ambos que así ocurriese. Yo no estaba de ánimo para escuchar sus charlas idiotas.

A la hora del almuerzo recalenté un trozo de carne con papas que había sobrado de la noche anterior y por primera vez en mucho tiempo me animé a sintonizar en la televisión un programa de noticias.

Tenía que hacerlo, no me quedaba otra opción. Si ya sabían de mi persona, si me estaban investigando entonces, la única manera de lograr estar a salvo de toda pesquisa era estar al corriente de todo lo que urdían mis sabuesos.

Pero en el noticiero no hablaron ni una palabra del hecho.

Una rara sensación entonces embargo mi circunstancias, mi presente.

Volví mis pasos y preguntaba al aire como habían logrado saber de mí, que rastro traicionero me había entregado…

También carcomía mi cerebro esas ansias de escarbar sobre quien era mi cazador, él tenía mi rostro… seguro que también mis datos, buscaba ahora saber yo algo de él, predecir sus pasos para estar atento a sus movimientos, estudiar su estrategia para saber de sus deducciones…

Que virtud le sobraba a ese mortal para inquietar mi libertad…

La modorra de la tarde me sorprendió dormitando una siesta frágil, tirado vestido sobre la cama, el televisor encendido todavía y los utensilios del almuerzo sucios esperando ser levantados de la mesa.

Cuando pisó el portal de entrada me sacudió.

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