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Domino – Una trampa sin salida (Novela)

Enviado por roberto macció


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

  1. Prefacio
  2. (Lidias inciertas de morbosos recelos… mi desconfianza)
  3. (Entre la luz y la sombra Un abrir y cerrar de ojos)
  4. (Escapando encontré Sendas… Más nunca una salida)
  5. (Mariposa ambulante del dios errático, visita mi estado algún día)
  6. (Busqué solo felicidad y perdí con dignidad mi vida)
  7. (Los límites del amor cruzan las fronteras de la razón)
  8. (Todo es efímero aun tu recuerdo y tu muerte) Haykus
  9. (Hasta los rayos del sol dejarán de arder algún día) Haykus.
  10. (Toda la vida no alcanza, para comprender la vida) Haykus
  11. (Infeliz alma aquella que quiebra lo que ha amado) Haykus
  12. (Los deseos incontrolables nunca se deben razonar) Haykus
  13. (Alerta, que tus días no pasen más pronto que tus sueños) Haykus
  14. (Ayer, ayer… solo te recuerdo cuando me duele el hoy) Haykus
  15. (En las malas noches,… tu recuerdo aturde mi soledad) Haykus
  16. (Por más que camines despacio, el camino… tendrá su fin) Haykus
  17. (Un triángulo amoroso es siempre escaleno) Haykus
  18. (Diagonales, tilos, amigos, plazas… sin duda, La Plata) Haykus
  19. (Noche negra, podrás desorientarme, pero el sol saldrá) Haykus
  20. (Los terribles males del alma se curan en compañía) Haykus
  21. (El desencanto es siempre el final de una mentira) Haykus
  22. (Si miro atrás, solo veo fantasmas que me saludan) Haykus
  23. (Di un paso, di otro… y otro…es esto caminar… o morir) Haykus
  24. (Pisas donde otro pisó… y alguien pisará tus huellas) Haykus
  25. (Cuando verdades y mentiras se mezclan, nada sale bien) Haykus
  26. (Lloro y un mar desbordando agua, barre mis penas) Haykus
  27. (Un proyecto debe ser un sueño sin límites obtusos) Haykus
  28. (Puedo ser sin ti, sin ellos, sin nosotros, pero no sin mí) Haykus
  29. (Deja a los caballos galopar hasta el hartazgo) Haykus
  30. (Por mi ventana la noche oscura me pide auxilio) Haykus
  31. (Alma, a través de la ventana, confío que regreses) Haykus
  32. (Hombre, el ser más imperfecto… aún así… cree en Dios) Haykus
  33. (Sólo un loco puede amar locamente… los cuerdos…no) Haykus
  34. (Hay hombres que viven con la pobreza eterna en el alma) Haykus
  35. (Llegas al fin cuando morir o vivir te es insensible) Haykus
  36. (Colores velados cegando mis ojos tu rostro se va) Haykus
  37. (Lo mejor de la vida, es no saber para que te sirve) Haykus
  38. (No soportaría la eternidad con mis ojos abiertos) Haykus
  39. (Te perdí muchas noches pero siempre busqué en el alba) Haykus
  40. (Cuando decidí disfrutar la vida… no tenía vida) Haykus
  41. (Mi soledad es eterna desde que pensé en la muerte) Haykus

(Si sabes que existo,

Entonces…

¿Por qué no me encuentras?)

– ¡Y éste… de donde salió! ¡Mira Mabel…mira a este loco haciendo dedo en medio de la ruta… a esta hora y con el frío que hace!-

– ¡Ni idea… de traje en medio del campo…!-

– ¿Qué hacemos nena? ¿Lo llevamos?-

– Dale… debe ser un personaje…-

– Agárrate entonces que volvemos-

– Bueno… total, qué nos puede pasar…-

Prefacio

( Muchos mundos en un planeta,

muchos hombres…

en un cuerpo )

Mi nombre es Luciano Giovanini, cuando niño me decían Luchi… como a mi abuelo materno, el entrerriano, pero hoy ya nadie me llama así… ahora me rebauticé Norberto… Norberto Mareco.

Hace tiempo que deambulo por ciudades cambiando de nombres, solo de nombres… porque en esencia sigo siendo el mismo: un simple desconocido en medio de tanta gente común, un buscador atávico del destino… un espurio ser contemplativo de las peores luces y sombras mundanas, en fin, un trasnochado soñador e ignoto amante.

Nosotros, en general seres tan parecidos y sin embargo inéditos; somos a la vez uno y todos, como el padre y el hijo y su espíritu santo soldando cualquier falla humana… también yo soy eso, pienso.

Y si me siento un anónimo y un oculto, no es por andar zigzagueando mis pasos y variando mi firma… descreo de ese génesis.

Advierto sin embargo en mi ambiguo entorno, que a pesar de la dedicación y el esfuerzo que a diario aporto para mejorar mi escuálida obra existencial, paso desapercibido en lo que llamo mundo visible, pero también me tropiezo con ese otro invisible sub-mundo de las cosas, el que se mueve debajo de la superficie de lo cotidiano y es esto último lo que adolece mi alma fragmentándola en mil pedazos.

Quiero narrar esta historia. Necesito transmitirla sobre un papel para que ella sea, tal vez, el único testimonio de mi vida.

Que otro puede ser… ¿Una mujer…? ¿Un hijo… una amante…? Ninguno de ellos sobrevivirá al silencio de mi memoria cuando esté podrido debajo de la tierra. Tal vez un relato si.

¿Que es sino la historia, más que el cúmulo de versiones, vivencias y sueños dibujados en un papel?.

Me da tranquilidad saber que en ciertos momentos, cuando la desorientación del sentir pretende tapar el horizonte del alma, el recuerdo de mi testimonio juega en mi sustancia a modo de un comodín bonachón, transformándose en una alegoría principesca, un paladín de vida resuelta, que en una suerte de fuerza espiritual, templada y fuerte, ambiciona cobijarme de todo mal.

Otras veces en cambio, el bullebulle aparece en forma repentina, tal cual un fantasma… sin tarjeta de invitación; violando mi espacio, mi esencia… y se pasea frío, despiadado delante de mis ojos sonámbulos y me despierta; enredado en mis sueños, buscando desencadenar mis peores pesadillas…

Esta es la antesala de la historia de mi historia. La leyenda de un día, que paulatinamente busca camuflarse en mis insoportables horas de insomnio, empeñándose, vaya uno a saber con que arteras pretensiones, en alargar mis perennes desdichas.

Existió una fecha en que deje de ser alguien para esta sociedad… pude integrar y admitir esa verdad a mi saber sin despellejarme, y fue esa sinceridad que con el paso del tiempo, me adaptó en armonía con el cosmos todo.

Largas jornadas transcurrí pensando en gente a las que había dejado de visitar o llamar por teléfono… Y me sorprendí de haber "conocido a tanta gente"… Vanidoso me pregunté que serían de todas esas historias sin mí presencia; más imaginé que ellas estarían haciendo relaciones nuevas, semejantes a las que habían tenido con mi ente… Tradiciones, amores, traiciones, chismes y epigramas reiterados; el ayer y el hoy se juntan siempre en un mismo punto, esto es inevitable porque tal es su insalvable destino. Me consolé pensando en esta reflexión y así le brindé un elegante respiro a mi dubitativa conciencia.

Y me alegré de mi presente.

Este lapsus de tiempo, alegoría supina, subsistí errando por diversos trabajos triviales, que en definitiva, fueron los mejores que pude haber encontrado teniendo en cuenta mis circunstancias y vaivenes fútiles.

En cada uno de ellos reconocí el valor de las cosas que se hacen con autenticidad, con amor, en armonía… definitivamente con fe. Antes, cuando no me consideraba un marginado social, fui empleado bancario, exactamente Secretario de Cuentas Corrientes en la sucursal número 3 del Banco Provincia en La Plata, allí yo era la tarjeta numero 171.

Me parece que fue hace tanto tiempo ya…

¿Que relativo es el tiempo en la vida de una persona?, y ¿Que relativa es la vida de una persona después de un tiempo?.

El trabajo del Banco lo abandoné y, para ser sincero, debo reconocer que no tenia un motivo… llamémosle lógico para tomar una determinación así; pero… ¿qué es lo lógico o lo ilógico cuando uno está confundido? Y yo, en aquellos albores, por cierto que lo estaba.

En esa misma época también se produjo la separación con Estela, madre de mi único hijo, Sebastián; no porque me quitase tiempo como el Banco, sino por no brindármelo…. Y, prolongando mi franqueza, confieso que yo tampoco.

Con Estela nos conocimos a través de Ricardo Salgueiro, un amigo en común; ella estaba cursando segundo año de la facultad y yo ya había abandonado la carrera.

Lo nuestro no fue un afecto pasajero, ni un flechazo de Cupido: fue una simple historia de amor.

Nos atrajimos con pasión, como adolescentes que éramos y enseguida nos embelesamos a pesar de que lo único en común era que ambos veníamos de sendas separaciones traumáticas.

A los seis meses del primer encuentro, nos casamos. Sebastián nació ocho lunas más tarde y poco tiempo después descubrimos que solamente nos aguantábamos en una inquieta armonía.

Ella dejó la facultad y me echo la culpa, después se justificó ante sus padres diciéndoles que no podía estudiar porque debía trabajar y otra vez fui el culpable. Por más que no estudió ni trabajo.

A esa altura yo estaba plenamente convencido de que esa suerte de infierno cotidiano y surrealista era la vida de un tipo casado, que no gozaba de opciones muy decorosas para cambiar el destino, y solo debía agachar la cabeza, sobrellevar los reproches y las continuas críticas solapadas, o abandonar a mi mujer y a mi pequeño.

¿Cuándo me planteé esas demandas…? No recuerdo ahora.

Así y todo resolví, equivocado o no, que mi única preocupación debería ser conseguir un trabajo remunerativo que conformara a Estela, a sus padres y a mi madre

Hace poco de todo esto, ¡Y que lejano que me parece!

Otra vez el tiempo… reloj, maldita arma de la Furia, ¡Cuándo se romperán los lazos que hasta entonces no habían sido quebrados, para que el socorro de una virtud invisible me visite en medio de estas tinieblas!

En aquellos días también me mudé de ciudad; y no por un sentimiento de revancha sino, muy por el contrario, por creer en una hendija que me pareció ver en el fondo de un papel, con luz difusa color esperanza…

Ocurrió rauda, vertiginosamente, tan veloz como la cupe Taunnus negra que, de manera fantasmal, me levantó en la ruta Pergamino – Rosario y cambió mi destino; o, mejor dicho, abrió una puerta que, para suerte o desgracia, todavía no cerré.

Esta historia es la de ayer y la de siempre, es un cúmulo de hechos que, desde entonces, se convirtieron en una especie de estigma para mi alma y mi razón.

Y existió también un día que bien lo podría definir como mi fecha de definición o el momento en el cual decidí ser yo… o la noche, simplemente la noche que me trastorné.

Lo puntual es que los incidentes disparadores de esa realidad existieron y ahora estarán allí hasta el final de mis días.

Pero su crónico recuerdo juega en mi pensamiento de diferentes formas y modos, transformándose según el estímulo de mi ser; y si bien la leyenda es siempre la misma, al evocarla genera sensaciones dispares.

Mi relato es ambiguo, en él contengo todas las descripciones y testimonios… en él contemplo, sin distinción, todos los finales; él, como una enorme usina sigue generando sin cesar distintas emociones que yo, estúpidamente, pretendo encerrar en un mismo punto, en una misma idea… Más ellas se dispersan cual karmas encendidos y su huida genera otros karmas indescifrables y conmovedores como los originales y así hasta el infinito.

Por esos días interpreté que el futuro es tan impreciso, indefinido e incontrolable, que se vuelve una pérdida de tiempo el esforzarse por armarlo o tratar de articularlo.

Inevitablemente, en ese mismo instante, dudaba también de mi presente. Hay ocasiones en que se actúa con apreciaciones apresuradas que desembocan en errores grotescos… pero aún siendo así, el vigente es el único estado que nos guía.

Tal vez nuestro pasado tenga alguna sensatez… Pero… ¿Quien puede afirmar sin ningún tipo de perplejidad y titubeo, que interpreta de manera objetiva, un hecho acaecido?

Mi rememoración es una oda en mi memoria, y fue sermón en el camino de otros, quiero describirlo antes de olvidarlo, o de trastocarlo con mis sueños y fantasías; necesito trasladarlo a un papel para poder contemplarlo en mi vejez… si la tuviera… pues cada día que pasa me parece menos real y mis miedos e inseguridades lo están convirtiendo en un hecho mágico y místico como aquel pasmoso vuelo de mi primer barrilete.

CAPITULO I

(Lidias inciertas de morbosos recelos… mi desconfianza)

La Plata, viernes 2 de julio de 1983.

Aquel viernes del mes de Julio manifestó temprano su áurea de día extático, oscuro e inquieto. Más no entendí sus misivas hasta después de mucho tiempo.

Si bien era pleno invierno, esa jornada amaneció templada por un sol pobre y condenado, que mas allá del almanaque, intentaba sobornar a un cielo azulino que, inevitablemente se iría poblando de densas y pesadas nubes grisáceas.

De todos modos, los temerarios rayos que lograban escapar de los escudos ralos de los cipreses del jardín, convidaban a dejar guardadas bufandas y guantes de abrigo.

Desayuné solo, porque Estela y Sebastián, que en esa época tenía apenas dos años, se encontraban hacía una semana en Rojas, de visita en la casa de los abuelos. Yo viajaría al pueblo esa misma tarde y este hecho fue, visto a la distancia, el inevitable convite que mí desafortunada estrella me dedico.

¿Culpa del destino…? Respondo: ¡Si! Y si el destino lo armo yo, entonces: ¡Me culpo!

Estoy convencido que solo su impronta puede, de manera implacable, inducirnos a transitar por muchos momentos ingratos de nuestra vida. El destino no es solo un estado… es un ente, Dios o Diablo, ¡A quien importa! nula cuantía adquiere saber del referente, cuando esta juego el manejo de tu vida.

En aquella circunstancia, como le es habitual, logró seducirme a través de un acto gratificante, ese que aparece en el lugar y momento justo; y es por esto último, que uno no se permite dudar ni da un mínimo margen de desconfianza a las malignas intenciones.

Error severo, pero… ¿Cómo proceder cuando las ondas desproporcionadas, de la más oscura alquimia, buscan equilibrarse a costa de nuestra desdicha?

Lamentablemente todos jugamos, en estos sombríos casos, con escasas oportunidades de salir airosos y sin magullones.

El desencadenante de toda esta seudo genealogía fue una simple llamada telefónica que recibí la noche anterior, apenas minutos antes de salir de juerga, como en otros tiempos, con los amigos del barrio, del padre de mi mujer, o sea mi suegro. Y fue para ponerme al tanto que al día siguiente, iba a viajar en auto hacia la Capital, para encargar unos insumos que le hacían falta en su metalúrgica y, claro está, me invitaba a viajar de regreso con él a Rojas…

Así fue que acordamos entonces, en encontrarnos a las siete de la tarde en la intersección de las avenidas San Juan y Jujuy.

Visto de esta manera, esa sucesión de hechos cotidianos parecía ser una buena noticia, no digo extremadamente excelente, ni mucho menos, pero si alentadora; en definitiva, la realidad marcaba que alguien, que suponía no me apreciaba en demasía y tan solo me resistía en calidad de yerno, con una simple llamada me estaba ahorrado tiempo y dinero

¿Porque decirle que no…? Con que pábulo coherente uno se propone a rechazar el ofrecimiento. Aparte yo no me sentía tan a disgusto con el viejo, si siempre pagaba cuando parábamos a comer o a tomar un café… Yo intuía que a él le resultaba molesto el hecho de desembolsar unilateralmente en todas las ocasiones; más mi protagonismo, percibía y recibía esa acción como una especie de compensación, simplemente por seguir manteniendo el matrimonio con su hija.

Pareciera absurdo y me atrevería a calificarlo como quimérico, pero es este maquiavélico y a su vez glorioso encastre de situaciones, el que maneja ese hado eterno que nos embauca en cada intento.

En estos últimos meses, cada día, a cada minuto, me pregunto que hubiera sido de mí si hubiese rechazado aquella invitación.

Cuestionario inútil, sin atribuciones solidarias para el alma y el decir, pero ¿Que es la leyenda de uno sino el agotamiento de estos infructuosos interrogantes existenciales?

Esa mañana fui al banco como todos los días, pero antes de salir me deje preparado un bolso marrón de considerable tamaño con ropa para unos dos o tres días. Un hecho curioso, eso lo advertí después, fue que también guarde mi cuaderno de anotaciones y un bloc de hojas con mis últimos textos de ensayos, cosa extraña, porque después de haber extraviado un par de cuentos, una mañana en el colectivo, me prohibí sacar un escrito de la casa por seguridad.

Atribuí, con el paso del tiempo, que aquella actitud intuitiva de mi ser, que sin razonar, tomo casi todos los originales del escritorio y los guardó en un bolso de viaje, fue una señal que trataba de advertirme del peligro en ciernes.

Otra luz de atención, que evidentemente tampoco tuve en cuenta, fue el hecho de haberme ausentado del trabajo, después de la hora asignada para el almuerzo. Nunca antes lo había hecho, salvo cuando le avisaba de antemano al gerente del área.

Ese día en cambio, después de la rutina del sándwich de milanesa, masticado en diez minutos de parado, y apoyándome en una especie de equilibrio circense contra la indecorosa barra del boliche de la esquina, fui a pasear por el centro… a mirar vidrieras.

Recuerdo nítidamente que cada tanto buscaba, palpando con mi mano derecha en el bolsillo del pantalón, los cinco billetes de mil pesos que había cobrado por horas extras esa mañana.

Pasando por delante de las vidrieras de la casa Delmar, atrajo toda mi atención un bonito saco de pana negro. Sin pensarlo demasiado, entré resuelto al comercio y a los diez minutos lo tenía puesto.

A las seis y media de esa tarde mi sombra chinesca se encontraba en la típica esquina porteña escogida para el trasbordo, esperando a ese gigante de dos metros al que me gustaba llamarlo suegro.

El jayán llegó retrasado.

Apenas estacionado, se volcó hacia el asiento del acompañante y me cedió el volante. Siempre realizaba la misma rutina.

Conduciendo yo, el viejo hasta se dormía en la ruta, no se si por que me tenía confianza en el manejo o muy por el contrario, por miedo de ver como lo llevaba… Pero, pensándolo un segundo, era muy probable que se durmiera para no tener que hablarme.

Nuestro desprecio era una sensación compartida, más formaba parte de las pocas cosas que dosificábamos en forma soslayada, para que no nos estalle en nuestras propias caras.

Siempre me hice cargo de esa tirante situación.

Fui conciente, en todo momento, que mi inexperiencia juvenil entorpeció desde un comienzo la relación entre ambos.

Decir que nuestro parentesco político tuvo un principio más que difícil, es simplemente minimizar el episodio. Todo comenzó con uno de sus viajes a La Plata, evidentemente un síndrome natural de mala fortuna en todo este relato, para visitar a Estela, su hija mayor y ojos de su alma, y se entera, al verla rellenita que la nena estaba embarazada, y, por si esa noticia fuese poca cosa, el infeliz un par de horas más tarde me conoce a mí.

Esta doliente escena, que poco tiene que ver con la historia de amor que los padres proyectan para sus hijos, le permitió luego al ogro tener intromisiones en nuestro matrimonio más allá de los límites razonables y lógicos.

Mi razón entendía al comienzo su disgusto y más de una vez se preguntó como hubiese razonado estando en sus zapatos… y entonces risueñamente me veía agarrando del cuello al degenerado y castrándolo sin otra anestesia que una buena golpiza.

Pero, para mi suerte, el tipo era un poco más civilizado que yo.

Buscando culpables, sin duda apuntaría todos mis cañones a mi amigo Ricardo, porque fue quien me la presento en el festejo de la primavera del año 80.

Oriundo también de la ciudad de Rojas, amigo de la infancia de Estela, y años luego amigo mío de la facultad, cuando cos conocimos teníamos los dos apenas diez y ocho años.

Después de ese 21 de septiembre, Estela y yo nunca más nos separamos…hasta este relato claro.

¿Si fue amor a primera vista?…

Quien puede responder a esa pregunta sin caer en definitiva en alguna vulgaridad, sin embargo, creo mas en las circunstancias que rodean a un hecho, que al hecho en sí mismo.

En este caso arriesgaría que fue una combinación del destino y la desesperanza… ¿Cuanto de amor hubo…? Vaya pregunta…

Un creyente aseguraría que fue una operación del destino quien nos unió, un soñador en cambio, garantizaría que Cupido y su infalible puntería sin lugar a sospecha hubiese sido la verdadera causa del hecho, alguien práctico en cambio, conjeturaría que las causas invasoras del suceso, quienes cristalizaron el acto en un instante mágico, se guiaron de manera déspota, por obra de un sentimiento compartido de soledad… ¿Si obraron otras circunstancias…? ¿Quien podrá responder a esa inquietud?

Por su lado, ella venía de una separación, después de un noviazgo prolongado, con un chico de su pueblo, por el mío algo parecido, había roto apenas treinta días con mi primera relación importante.

Mas, para ser sincero con mi alma y mi talento, intuyo desde mis entrañas que lo nuestro fue amor, un gran amor… ¿Por que dudarlo…?

Reconozco que la ansiedad de querer y sentirse querido, jugó en nosotros un apresuramiento extremo a la hora de definir situaciones y espacios, pero esa efervescencia juvenil que brotaba en nuestra piel permanentemente y se acrecentaba con el paso de los días, fogosito en nuestro éxtasis cualquier duda existencial que asomara.

Pero todo este recuerdo es ya pasado… Hoy es hoy, y solo me resta clasificar los días vividos… ¿Entenderlos o no?; es una apología de mala praxis para la patraña… las fotografías están allí, dormidas como cuadros descolgados, pero son, existen indelebles… constituyen mi mundo, mi historia… mi verdad… y, como recita Serrat, "aunque duela… lo que no puedo es cambiarla…"

CAPITULO II

(Entre la luz y la sombra Un abrir y cerrar de ojos)

Rojas, viernes 2 de julio de 1983.

Arribamos a Rojas a las nueve y media, justo para cenar.

Este fue otro ejemplo de cómo el destino disfraza con buenos trajes esos momentos luctuosos, pues si hubiésemos llegado unos quince minutos o media hora mas tarde quizá la suerte de todos hubiera sido otra. Mi suerte hubiera sido otra…

Sentado a la mesa me enteré que Sebastián se había lastimado un dedito en la máquina de tejer cuando la abuela lo tenía en su falda, no dije nada en ese momento, callé, como siempre… Pero después de una larga sobremesa, cuando nos retiramos hacia nuestro dormitorio, una especie de suite matrimonial que los padres de Estela habían adaptado ni bien nos casamos para que nos sintiéramos cómodos cada vez que nos encontrábamos en el pueblo, cosa bastante frecuente, me puse a discutir del asunto con mi mujer.

No lograba concebir como el nene se había lastimado la mano estando con su abuela tejiendo, le inculpaba a ella el descuido, le preguntaba donde se encontraba ella en ese momento, en pocas palabras, la hacía responsable de los hechos…

Sé que fue toda una tontería acusarla…lo sé… Pero soy un convencido que aquella noche estaba de antemano marcada negativamente en nuestras vidas, y por lo tanto algo tenía que pasar… Si no ocurría lo del dedo del pibe hubiese sido cualquier otra cosa, porque era el destino quien nos planteaba ese gran desafío.

Lo lógico hubiera sido hacer el amor toda la noche ya que ambos nos habíamos extrañado muchísimo, pero en cambio, nos pusimos a discutir… a decir verdad yo empecé a discutir.

Esta tonta actitud, fue la única manera que encontré para intentar defender una desprestigiada figura de padre que ya comenzaba a pesar demasiado en mi enclenque autoestima.

Busque chocar de frente contra ella, la más débil… El ser y la nada… interrogantes inquietos de mis arcas vacías, complicados nexos de una eterna causalidad.

En aquella velada la mujer no se callo nada, discutió su posición con o sin razón, nunca intento enfriar la porfía, y su proceder, envalentonado de seguro por su condición localista fue totalitario; se marchó de la habitación gritando y entonces, mi recuerdo es tan nítido que hasta me parece sentir el mismo escozor en el cuerpo, fruto de tanto arrebato, me descubrí parado en medio de la pieza, aislado del mundo todo, encerrado entre esas cuatro bonitas y prolijas paredes que se convertían en un soplido del azar, ni mas ni menos que en una celda de fin de semana…

La conciencia reflexiva se constituye como conciencia de duración y de este modo la reflexión impura se purifica…pero en mí, este mecanismo no funcionó; mi plano irreflexivo se monto y creció de manera instantánea sobre mi espíritu instalando una sensación inédita, mixtura de vergüenza, rabia, odio y desencanto.

Y, desclavando fuerzas anónimas desde mis siniestros miedos, pude tomar ese primer impulso que me remonto vuelo y, venciendo lo ya vencido, esas acartonadas barreras convencionales de una sociedad dibujada, esquemática y pacata… tome mi bolso marrón, huí por la ventana balcón que daba al parque y me marché de la casa.

Me volvía.

¿Qué se creía esa rubia que era mi mujer…?

¿Qué yo le iba a permitir pelearse conmigo y después irse a cobijar bajo el ala de sus padres…?

Si me quería me tendría que buscar…

Nunca más la volví a ver… por lo menos como su esposo…

Cuando pise la acera húmeda por el prematuro rocío, apure mis pasos como quien escapa de sus captores, sin mirar atrás y buscando la primera esquina para escabullirme entre las sombras…

Unos metros adelante, respirando todavía profundo e imaginando sus reacciones, advertí que no tenía la plata. Los cinco billetes grandes se los había dado a Estela apenas llegado a la casa.

Ante este nuevo panorama, pensé en regresar, confieso… Volver a introducirme por el ventanal y acostarme como si nada hubiese pasado… suprimiendo la ininteligibilidad de lo psíquico. Hasta me resultaba fácil atribuirme esa reducción algo arbitraria de las formas mayores a elementos más simples… acentuar la irracionalidad mágica de las relaciones amorosas… pero entendí que esa actitud bochornosa causaría un daño irreparable en mi ego… así que con paso resuelto seguí caminando por la avenida circunvalación rumbo al cruce con la ruta.

Mientras deambulaba en la fría noche, escudriñe sigilosamente entre mis bolsillos y descubrí que todo mi capital eran solo dos billetes de cincuenta pesos, una miseria.

Cada tanto escuchaba el ruido de un automóvil que cortaba el impávido silencio pueblerino; cuando ello sucedía, mi ser, cuerpo y espíritu, se estremecía pensando que me había salido a buscar, pero esa quimera nunca sucedió…

Estela me dejo ir, y yo me fui o, yo me fui, y Estela me dejo ser.

Estuve por más de una hora esperando en la playa de estacionamiento de la estación de servicio Y.P.F. emplazada en el cruce de las rutas 188 y la 46 creo, hasta que un camionero se apiado de mí realidad y se digno a llevarme.

Ni siquiera pregunte hacia donde se dirigía. Era lo menos importante en aquel momento, mi única ansiedad era alejarme rápido de ese pueblo endemoniado en que se había convertido la ciudad de Rojas.

El fortuito encuentro se torno mágico y cómico en mi desorientado destino, recuerdo que apenas instalado en el asiento de acompañante el tipo me pregunto con sorpresiva curiosidad si yo era artista.

"No… me hubiese gustado ser artista, pero nada que ver… o que se yo, capaz que lo soy y todavía no lo sé". Contesté alardeando con mi filosofía barata, a lo que él añadió tan sereno como sincero:

– Le pregunto por la pilcha –

Al camionero le resultaba extravagante mi vestuario.

Reí entonces de mí, de mi historia, de mi traje y claro está, de la suerte que estaba construyendo.

El me miraba de reojo pero también se sonreía, más dudo que supiera bien de que… En definitiva igual que yo, ni más ni menos.

No se refería su inquietud a mi supuesta elegancia asociada debidamente al recién estrenado saco de pana. En verdad, lo que me quiso señalar con ese descriptivo: "es por la pilcha", se refería plenamente a una cuestión lógica.

Porque ver a un tipo, con un pantalón livianito de hilo, camisa de vestir y cubierto solo con un saco de miércoles sobre su humanidad, en una noche de pleno invierno bajo una temperatura que no pasaba los tres o cuatro grados, indudablemente movilizaba a reflexionar a cualquier mortal; quién es este: un artista o un boludo…

Mi risa seguía contagiándolo, y como tiempo sobraba y mi congoja alterada estaba necesitando hablar, le relaté con lujos de detalles lo que me había sucedido ese interminable día.

Germán, así se llamaba el tipo, escuchó de manera atenta y se animó a darme un par de consejos que, por supuesto, nunca oí.

Habíamos recorrido ya más de cuarenta kilómetros, cuando se detuvo en un boliche de mala muerte; compro unas galletas de campo y un par de paquetes de cigarrillos que me regaló.

Dos horas más tarde me dejo en un cruce de caminos, pasando la ciudad de Pergamino.

Argumento para convencerme, que una de esas rutas iba hacía Buenos Aires y era bastante transitada… En un primer momento le agradecí tanta voluntad, pero cuando baje del vehículo, e inesperadamente me encontré abandonado en medio del ejido, en medio de una noche insensible y hermética que, de manera monótona me hacia tiritar de frío, lo maldije y me maldije.

Pensé, pensé, pensé…

Apenas unas horas atrás me encontraba en una cálida pieza con mi mujer, a pronto de acostarme, ¡Como carajo había llegado hasta ahí!.

Me mantuve de pie, firme, fumando como un escuerzo, tratando de no arrugar demasiado mi patético saco de pana por casi dos interminables horas. Cada tanto caminaba alrededor de una mata gruesa y alta que, pegada al asfalto, sobresalía del resto del pastizal. Solo imprecaciones atravesaban mi pensamiento.

Ni un puto perro se me cruzo.

Miraba el cielo estrellado y rogaba que no se descompusiera, pues el broche de oro para la situación era un aguacero… porque entonces sí: moriría disfrazado de pie… Por suerte de esa peripecia zafé.

Mientras ridiculizaba el presente, si aún se lo podía intentar, escuche a lo lejos el sonido de un automóvil que a pura velocidad se aproximaba.

Miré hacia ambos lados para saber por donde venia el ruido sordo de su motor, aunque a decir verdad me daba lo mismo, mi exclusivo interés, el que solo importaba, era que alguien, humano o no, me sacara de aquel lugar.

En pocos segundos, sobre mi derecha, observé como dos luces blancas se acercaban tan rápidas como cometas y pasando a mi lado levantaron un céfiro flemático que me congeló el alma.

Por intuición anime a levantar el pulgar de mi diestra sin esperanza alguna.

El auto oscuro paso a mil.

Pero a unos cien metros escuche un chillido de cubiertas típico de una frenada y el vehículo se clavo cruzado en medio de la ruta… Apenas detenido, el conductor puso reversa, se encendieron entonces dos luces blancas pequeñas en la cola del móvil y aquel torpedo retrocedió a tanta velocidad como antes había pasado.

En un primer momento pensé que el conductor se había equivocado de ruta, como me encontraba en el cruce de dos, el razonamiento sonaba bastante lógico, pero un segundo después especulé que podría tratarse de chorros o peor, de degenerados y entonces me asuste bastante.

El auto se acercaba insensible y yo inmóvil y tiritando, más ahora no solo por el frío.

Se detuvo justo frente a mi, la ventanilla polarizada del acompañante se bajo unos diez centímetros y una voz joven pregunto hacia donde iba… me agache unos centímetros para contestarle por la rendija que había dejado.

Muchas opciones no tenía…

Eran las tres o cuatro de la madrugada y estaba parado en el medio de no sabía donde, alma caliente, cuerpo entumecido, así que contesté:

– A donde vayan…- mientras una nube de vapor se escapaba de mi boca.

La puerta de la coupe Taunnus se abrió despacio y lo primero que divisé, a pesar de esa luz difusa que guardan los interiores de los autos, fue las hermosas piernas de una joven veinteañera que no bajo sino que se corrió con su butaca hacia delante y retrayendo el respaldo de la misma, me permitió ascender al asiento trasero.

Acomodé mi bolso dando las gracias a mi salvador, éste giró entonces su cabeza y dijo:

-Tú no me dejarías a mí si hiciera dedo, o si…-

-No, claro que no…- Respondí rápido y seguro como si estuviese rindiendo un examen.

Entonces extendió su mano y se presentó:

-Jorge Rodríguez Paz-

-Luciano Giovanini – Contesté mientras correspondía su saludo.

Era un tipo de mi edad, de pelo corto, tez trigueña y espaldas anchas…un típico jayán.

Cuando soltó mi mano, se reacomodó en la butaca, subió el volumen del radio estéreo al máximo, puso primera y aceleró a fondo.

El auto se puso de costado pero el no aflojaba, con el pie derecho pegado a la tabla y volanteando para enderezarlo comió los primeros cien metros del camino.

Quise decir algo, un aullido de desesperación supongo, más el ruido del escape libre y el sonido de la música lo impidió.

La joven, como un autista, se achico en su butaca hasta parecerse un ovillo y yo, supongo que por instinto, busque sentarme en el centro del asiento para poder ver el patético pero posible escenario de mi muerte.

El loco conductor movía sin cesar su cabeza al ritmo de la música pero sin sacar por un instante la vista del asfalto, en un momento, su mano derecha soltó el volante y escudriñó algo debajo de su butaca, entonces, luego de unos interminables segundos, se enderezó con una botella de whisky en ella.

El descerebrado tomo un largo trago y me la pasó, y si bien yo nunca fui abstemio, pero tampoco un amante de la bebida blanca, aquella la degusté como si su contenido fuese el más exquisito néctar que jamás hubiese probado.

Afuera de aquella hoguera la noche era oscura y cada tanto una espesa niebla nos envolvía dejándonos ciegos por completo. Estaba a un paso de pasar del infierno al cielo, mi vista atenta en lo que se podía ver de la ruta, el volante y en el velocímetro que no dejaba de subir.

A puro grito le hice notar al loco que no se veía nada, pero el fulano, también a los gritos me respondía que conocía de memoria el camino y que nada iba a suceder… la chica parecía ahora una estatua, estaba muda con sus ojos bien abiertos y fijos en la carretera o en lo que se suponía que era, por que mas de una vez transitábamos por la banquina.

Mi mente funcionaba distorsionada y mi lógica parecía no reaccionar.

Lo que me estaba ocurriendo era irreal, tan o mas irreal que la pelea con Estela.

La vida se había convertido en un torrente continuo de emociones y sensaciones no frecuentadas habitualmente mi raciocinio, y en esas últimas horas la razón hubo descifrado tantas como en los últimos tres años.

La botella duró poco y sin lugar a dudas fui yo el culpable de ello… Cuando él se percató de la falta de líquido, bajando un poco el volumen del equipo de música comento muy tranquilo:

-Che flaco, nos quedamos sin combustible… vamos a comprar…-

Lo mire desconcertado, por decirlo de alguna manera, estábamos en medio de una ruta solitaria donde no se vislumbraba ni siquiera la luz de un rancho, menos una estación de servicio y éste personaje decía que a las y pico de la madrugada íbamos a comprar whisky… De que el tipo estaba tocado no tenía ninguna duda y lo único que se me ocurrió contestar fue:

-Bueno, vamos…- tan insulso como ineficaz.

Pero para mi asombro, que a esa altura parecía inagotable, a los pocos kilómetros giró en un cruce olvidado de tierra hacia la izquierda y aceleró de nuevo la coupe.

Todo lo que parecía rodearnos era campo… inmenso como el mar.

Y la noche ahí, en ese espacio y en ese tiempo era mas noche…El camino tenía curvas y contra curvas pronunciadas y el automóvil derrapaba en cada una de ellas al mejor estilo de rally, a esta altura mis palpitaciones resonaban tan alto como la música que no dejaba de sonar y, siempre sentado en medio del asiento trasero, alternaba mi atención, totalmente pasmado, entre el velocímetro y el trayecto. Y en cada curva mi pierna derecha se hundía en el piso a más no poder.

Pasado unos diez minutos, después de volar sobre una pronunciada loma de burro, aparecieron a los lejos unas raleadas lucecitas opacas… era un pueblo, el final de la etapa, recién entonces pude relajarme un poco.

El tipo sabía bien hacia donde se dirigía, de eso no cabía ninguna duda. Era un típico baqueano de aquella zona.

El pueblito se fue agrandando ante nuestros ojos pero nunca creció demasiado. No eran más de cinco o seis manzanas a la redonda con una o dos calles asfaltadas.

La Taunnus se detuvo en una de las pocas esquinas iluminada de aquella aldea, donde, por el movimiento inquieto de una docena de jóvenes, parecía que se estaba celebrando un baile o fiesta de estudiantes.

Rodríguez Paz descendió del auto exponiendo una típica semblanza de tipo rudo.

Caminó unos pasos delante del vehículo como semblanteando el andurrial, luego se volvió hacia nosotros y con gesto adusto de su mano, me ordenó a que bajara del auto y lo siga. Acto seguido, giro de nuevo hacia el lugar donde estaban amontonados los chicos y se afirmó, con los brazos en jarra, desafiando al mundo.

Yo me acerque con paso displicente tratando de no delatar mi extrañeza y mi temor ante aquel vago escenario.

Estando cerca de él, recién me di cuenta de lo grandote que era la bestia, me llevaba por lo menos diez centímetros de altura, unos cuantos kilos de peso y decenas de horas de gimnasio.

Cuando me tuvo a su lado, giró como un soldado en desfile para ponerse frente a mí, de espalda a la entrada del baile, se levanto el cuello de la camisa negra que tenía puesta y me dijo:

– Yo entro a comprar… Si no salgo en cinco minutos entras vos…-

Me quedé mirándolo con el desconcierto adherido a mis ojos pero sin abrir la boca le hice un gesto como que estaba todo bien.

Me volvió a repetir la frase y entonces me animé a ponerlo en situación, que el lugar parecía un baile, que si era así no le venderían ninguna botella de whisky y que por ahí había que buscar en otro lado… él entonces se rió forzado, retrocedió uno o dos pasos, se levantó la camisa y dejando a la vista la empuñadura de un revolver contestó:

-Te parece… si no salgo en cinco minutos entras… – Y esta última oración sonó como un mandato.

Me puse mal, pero mal en serio… Lento camine hacia el auto, pase la cabeza por la ventanilla baja de la puerta del conductor con la intención de hablar con la chica y advertí entonces que las llaves estaban en el encendido, no dude, abrí la puerta y me senté en la butaca.

Era una posibilidad preciada que el destino me cedía.

La otra alternativa era tomar mi bolso y desandar el desértico camino, pero ¿Si él salía y luego me cruzaba…? Llevaba un arma…

Entrar y caer preso con él no estaba en mis planes…

Robarle el auto para huir de la escena desquiciada parecía bastante razonable y de paso rescatar a esa chica me revindicaba como caballero.

Pero ella me reclamó para que no lo haga… Inaudito pensé… más me basto mirarla a los ojos para comprender el miedo de aquella mujer.

-Si nos vamos nos mata… – Susurro con temor a ser escuchada por él.

-¡Esta loco!, !Esta armado… esto termina mal, si nos quedamos vamos presos!-

-Puede ser, pero si escapamos y lo dejamos solo, nos busca y vamos al cementerio…por lo menos yo-

-¿Quien es…?- Pregunte por vez primera en serio, sobrio, dándome cuenta cual era el cuadro real, en medio de esa noche novelesca, de la situación que me rodeaba.

-El hijo de un militar más loco que él…-

-¿Y vos quien sos…?- repregunte tratando de buscar algún argumento que me sirviera para convencerla de que lo mejor era irnos.

-Una tarada muerta de miedo- Y lo del miedo se le notaba.

– ¡Yo me voy!- Grité bajando del auto en un acto puramente reflejo, porque todavía no tenía en claro que iba a hacer.

-Por favor, no me dejes sola, ya pasaron los cinco minutos, anda a ver que pasa…-

En un principio me negué, pero basto que su tierna mirada cruzara con mi terror para que flaqueen mis convicciones.

-Voy…- Le contestó mi corazón

-Pero si hay kilombo o no lo veo, nos vamos…- sentencié y me asombró contestando:

-Está bien- y cerró sus deliciosos ojos verdes.

A un metro del auto la realidad era otra.

Mientras acortaba la distancia que me separaba de la insustancial entrada de aquel tenderete, razonaba con mi sombra sobre cual era la necesidad práctica que tenía en hacer aquello.

¿Desde donde me animaba?.

Que faceta de mi mente fortalecía a mi espíritu, para interrumpir en un local nocturno del centro de una tierra ficticia, ajena a mis profundas y cotidianas desdichas y con un estilo típico de un facineroso de poca monta, iba en busca de un trasnochado hijo de puta que me había levantado en la ruta.

No me animé a entrar. Me paré frente a la puerta de grandes dimensiones que hacía de entrada y traté de espiar hacia el interior, pero nada… Todo parecía normal.

Me transpiraban las manos… y el alma…

Giré mi humanidad para mirar a mi doncella… sentía de algún modo que la estaba protegiendo de aquella bestia.

La bella me miraba atenta… su rostro atemorizado continuaba siendo hermoso.

Me pregunte que hacer y dije, me dije, me ordené : ¡No!

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