Descargar

Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 8)

Enviado por roberto macció


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Intenté despertar, en el lavatorio del baño, el semblante de mi rostro agotado, posteriormente, quedé contemplándome al espejo por largo rato. Me examinaba impávido como si la figura que reflejaba aquella luna manchada de oxido no fuese auténtica, sino un fantasma de aquel que una vez había sido.

Me asombraba al repasar como una cinta de cine, que rápido había rodado mi vida esos últimos cuatro meses. Pasmado por tantos momentos inesperados que habían obrado en ese transcurso de tiempo, me resultaba imposible no indagarle a mi destino la típica pregunta:

¿Que hubiese sido de mi espíritu sin ese papel escondido en mi mano?…

Un interrogante cruel de mi desdicha mundana, nacido desde el mismo embrión del engaño… sé que tuve una oportunidad de perderle, más mi avaricia y mi ego se mostraron condenables a la hora de razonar y todavía sigo costeando irremediablemente las crueles consecuencias…

Pero esa alba entusiasta, brinco mis planes inmediatos en piezas de un rompecabezas, y yuxtapuesto al fruto de rencor de amante, escarbó para revelarme ignorados atajos que me alejaran de tanta frustración.

Mi razón galopeaba fulgorosa entre mis opiniones promiscuas, y sin estancarse en detalles, abrigó una aspiración para intentar conquistar esa otrora sensación de paz que alguna vez mi alma había desfrutado.

Mis manos rápidas no perdieron tiempo y buscaron un papel donde ponerse a redactar, encontré mi bloc de hojas y abordé mi escrito, en primer lugar fije la fecha, pero no…ese no era mi estilo, así que lo rompí, hice un bollo y lo arrojé al piso, a mi segundo intento lo encabecé con un título, como hacía con todas mis cartas guardadas, esas que nunca mandaré a nadie, pero esta vez era distinto, si la entregaría a su destinatario, así que puse:

"Para Rogelio, el mas inocente en esta historia infeliz"

Y generé de un tirón, todo el texto. Al finalizarlo lo feche y rubrique como Marcelo Paús.

Minutos después llego a la chacra un camión de transporte de la Capital Federal, para retirar el importante encargo que ya estaba preparado en cajones de encomiendas.

Rogelio cayó en la chata una media hora mas tarde cuando yo, junto a los chóferes estaba acomodando el pedido.

En un poco más de cuarenta minutos, todas las plantas se encontraban estibadas de forma correcta dentro del acoplado del Escania.

No me inquieto verlo llegar, al contrario, me sentí gustoso con su presencia. Ante mis ojos, él se transformaba en esa jornada en una especie de llave maestra que finalmente, me liberaría de esa gran jaula en la que me sentía acorralado.

A mi patrón se lo veía de un humor por demás agradable. Es que esa venta sin duda, se convertía en una cardinal transacción que le aseguraba un año de holgura económica.

Paseaba sin tapujos sus dientes amarillentos frente a todos los presentes y se festejaba chistes viejos y trillados.

Yo también me reía de su contento y disfruté ese mediodía como pocos en la granja.

Cuando los comisionistas dejaron el predio, Rogelio se sentó en la mesita de la galería y acomodó parte del fajo de billetes grandes que le habían dejado como paga. Contaba y recontaba la pila de dinero, separo entonces un par de valores y me lo entregó diciéndome:

"Toma Marcelo, te pago esta quincena y la que entra adelantado… así no te quejas…" y otra vez se hecho a reír sin criterio ni gracia.

Mientras agradecía su gesto pensaba en lo que le había escrito en su carta… "Me quede corto con este pelotudo" pensé… y comencé a sonreír a la par de él.

Celia esa tarde apareció en el labrantío a una hora temprana, poco usual en ella en esos días.

Su disposición era por demás amable, se podía decir que estaba acorde al temperamento que había destellado su marido esa mañana. Se advertía en su talante, que la significativa operación mercantil, le había sentado de maravillas a su genio.

Me imagine que tal vez hasta se había permitido hacer el amor con Rogelio.

La tarde se mostraba tan equilibrada como mi suerte.

Busque no entrar en un diálogo paranoico que pudiese romper la diacronía de mis ideas.

Quiso besarme y la bese, quiso amarme y la amé.

Tiernamente, como antes, la sostuve entre mis brazos para contemplarla. Fui robándole el cinturón de cuero que custodiaba su magnifica cintura mientras ella se desclavaba sus zapatillas altas, su fino sueter fue la primera prenda que rodó como un guijarro hacia el vacío. Su tensa piel se erizada en cada una de mis caricias.

Me envolvió con su mirada de Clío y proyectando con sus labios una liturgia necesaria, fuimos atiborrando el aire con un muestrario de vahos húmedos que brotaban de nuestros cuerpos.

Nos contagiamos suaves, de ese temblor rítmico que fue creciendo dentro nuestro hasta rebasar el cenit de los misterios. Cada uno en su gozo, para arribar juntos en ese nirvana emocional que nos esperaba en el último respiro.

Celia volvía a ser esa tarde mi amante y volvía a mí para despedirse.

Después, todavía sentados en la cama, le ilustré de mi plan y sin decir palabra, suspiró esforzado, tomó mi mano y la beso en sosiego.

Al rato se marchó tranquila, ya no reinaba en su boca esa risa contagiosa de la primera tarde, en cambio su efigie trasmitía una ecuanimidad que asustaba los ojos de cualquiera.

Desde mi puerta semiabierta, todavía desnudo, contemple como su figura se perdía entre los verdes de las hojas y los azules de los jazmines, me permití entristecerme con su ida… pero era una determinación que ya estaba resuelta dentro de mí y era imposible dar marcha atrás.

Me entretuve un buen tiempo separando la ropa que pensaba llevarme y luego la embolsé en la vieja valija marrón.

Lo que en ella ingresara me lo llevaría, el resto de mis pertenencias solo sería un recuerdo. Calculé en incendiar ese sobrante para no dejar huellas sueltas… y fue así que deje preparada una pila de ramas y troncos que carbonizaría junto a la ropa la tarde siguiente.

Por último, antes de caer definitivamente el sol, me llegué hasta el cuarto de herramientas, sabía de antemano lo que buscaba, así que del segundo estante baje el polvo amarillo y lo lleve a la casa.

CAPITULO XXXVIII

(Te perdí muchas noches pero siempre busqué en el alba) Haykus

Luján, 30 de noviembre de 1983.

Los viernes por lo general, catalogaban con mal puntaje en mi reciente calendario, y aquel no sería, una excepción a esta regla.

Esa insufrible fecha fue una catarata pegajosa de postreras indecisiones, que intentaron inocular mi inmóvil propósito de supervivencia.

Un día treinta de noviembre baje al pueblo santo para hacer justicia, debía mi memoria registrar esa fecha.

No estoy muy convencido de haber dormitado en esa víspera, porque tengo la sensación que pase soñando todo el tiempo con mi designio. Algunas horas de la noche creo haber estado despierto, otras medio cabeceando y las que restaron, si así fue, medio adormecido o aletargado, más durante toda la vigilia el único pensamiento diligente estuvo referido a mi ardid y como mejorarlo…

A Rogelio le esperé despierto desde las seis.

El llegó cerca de las nueve. En esas tres horas mis nervios sacudían a mis hormonas y destripaban mis penas.

Lo putié apenas alcancé ver a la chata cruzar el puentecito del arroyo…

Prorrogaba esa sonrisa híbrida pegada en su cara.

Yo lo esperé sentado bajo la galería, él se acerco una silla y se acomodó a mi izquierda:

– Como anda el capitalino…- refirió a modo de saludo.

-Bien, al pedo hoy… ya regué lo que quedo en el invernáculo chico y no mucho más… por ahí a la tarde si quiere empiezo a pasar los bulbos de agapanto al soplado- respondí sabiendo que me iba a responder que no.

-No…le faltan un par de días todavía… el lunes….el lunes empezamos de nuevo-

Repitió la misma frase con la que se había despedido el día anterior:

"El lunes empezamos de nuevo"… Y mi conciencia pensó exactamente lo mismo que la primera vez:

¿Dónde estaré yo el lunes…?. ¿Dónde estarás vos…?

Amago al ratito con levantarse e irse, así que le convide unos verdes para retenerlo.

Fue un santiamén en donde presentí que todo lo planificado se derrumbaba de un plumazo… Supuse que Celia no había tenido las agallas suficientes y se había arrepentido.

Mientras le cebaba mate replanteaba mis propósitos y cerca estuve de empantanar mis intentos.

El a la media hora se levantó apurado y como en secreto confesó que pasaría por el bar de la ruta, ese atendido por mujeres traqueteadas y ligeras de ropas.

Dio un paso hacia su camioneta y otro… y yo contemplando como se esfumaba la posibilidad de volver a nacer, por eso supongo, intenté como un último recurso pedirle que me lleve al piringundín con él…

-Vamos, yo te invito… ¡Hablando de invitación…! Que chambón que soy… Dijo la Celia que te esperamos esta noche a cenar, así festejamos la venta de ayer… casi me olvido-

El alma me regresó al cuerpo y no pude evitar una sonrisa tranquilizadora, fiel reflejo al estado de gracia que me consagraba.

Esa frase era la única que quería escucharle decir al traicionado y el tonto casi se olvidó de pronunciarla…

Le contesté de memoria la oración que había mascullado los últimos dos días:

– ¿Hoy a la noche…? Que justo, es el cumpleaños de mi tía, la que vive sobre la ruta…se acuerda, y ya le prometí que iba a ir a saludarla… Pero si no lo toma a mal puedo pasar después de cenar, a tomar un café o una copita de licor… yo llevo las masas… le parece Don Rogelio-

-Si mijo…pero que lástima, sino lo dejamos para otro día-

Que decía el iluso, claro que no se lo iba a permitir.

-No, faltaba más, voy hoy medio tardecito y llevo las masas, otra noche me invita a cenar-

-Como quieras Marcelo, pero no lleves nada, no te pongas en gastos…yo las compro-

– No, voy si me deja llevarlas a mí, es un compromiso…-

-Bueno…quedamos así entonces, bueno, vamos dale, que si no se me va hacer muy tarde…-

– Pensándolo bien, mejor vaya usted solo patrón… mejor me pego un baño y voy al pueblo a comprarle el regalo para la tía…-

– Como vos quieras… te esperamos entonces…-

– Si…voy sin falta… saludos a su señora y agradézcale la invitación…-

La mecha estaba prendida y la estela de pólvora empezaba su cuenta regresiva.

Entusiasmado contemplé como se perdía de mi vista.

Mi amante desfiló por la granja cerca de las seis de la tarde.

Su temple transmitía una flemática proyección de cuánticas dualidades desprovistas de toda impunidad.

Cuando llegó, apoyó con cuidado extremo sobre la mesa de la cocina, el paquete de masas que habíamos acordado la tarde anterior debía traerme. Las depositó despacio como si se tratase de un pan de glicerina.

Nos tratamos como viejos conocidos, un beso en la mejilla, un par de recomendaciones y un "hasta luego" errático que sonó distante, lejos del mundo que nos rodeaba.

Rato después, antes que la luz del astro agonice, recogí las pertenencias que no llevaría en mi retorno y las calciné en la hoguera predispuesta.

De pié, al costado de la pira, avistaba como esas inquietas llamas rojas y azuladas devoraban sin dolor ni piedad, mis trastos, mis formas y porque negarlo, también algo de mi esencia.

Asomaron ambiguas dudas sobre mi razón, pero ¿Que más daba? Si ya casi nada importaba en mi vida… era para mi dominante registrar una transformación, un maldito giro al hueco derrotero y esa noche, esa noche de viernes, pretendería lograrlo. Y si fuese necesario para consumar esta empresa, pactaría hasta con el mismísimo Pedro Botero.

Una vez que todo quedó convertido en cenizas, regresé a la casa y dispuse a seguir con la parte más importante del objetivo. Fui entonces por el paquete de masas finas y las empapé de cloroformo, luego las espolvoreé con el polvo letal, sin orientarme mucho de la dosis que necesitaría para lograr el fin.

Una vez finalizado este paso fui en busca del vino.

Bautizar el contenido de la botella resultó una más tarea compleja.

En realidad el primer intento me salió mal, así que fui en búsqueda de una segunda botella, armarme de extremada paciencia y con delicadeza procurar insertar a través del corcho, con la ayuda de una jeringa, una buena dosis del cloroformo, cuidando en no estropear en demasía el capuchón que lo recubría.

La misión estaba en marcha, el misionero dispuesto.

Cargue la mochila y salí a la ruta para esperar el colectivo, el reloj del comedor marcaba las ocho de la noche, antes de abandonar la casa, acomodé en el baño un segundo espejo para no perder tiempo luego.

El parsimonioso colectivo blanquito, después de cuarenta minutos de paseo, me depositaba en Zarate y Balcarce, a tres cuadras de la casa de los Romero.

A esa hora eran pocos los parroquianos que caminaban por esas calles oscuras, así que me moví con bastante facilidad.

Me encaminé, antes de pasar por la vivienda de mis patrones, a la basílica para pedirle al Señor que esa noche no me abandonase y le diese la osadía necesaria a mi alma para cumplir con su cruz. Ya se encontraba cerrada, así que ofrecí mi plegaria desde la escalinata.

A las nueve y media toqué el timbre de la familia Romero.

Sabía que ambos estaban dentro.

Había estado espiándolos. Primero, parado desde la esquina más lejana de la cuadra y después, dando un par de vueltas a la manzana, caminando despacio y fumando un cigarrillo, no había vuelto al hábito, pero esa noche creí funcional y apropiado comprarme un atado y volver al vicio.

Cuando pasaba frente a la casa me tomaba un tiempo, dejaba la mochila en el suelo y hacía como que me acomodaba la campera, así fue como pude ver la figura de ella por las transparencias del ventanal del comedor.

Todo parecía fácil. Me anime entonces a cruzar la acera y adelantar el futuro.

Dios estaba conmigo.

Rogelio fue quien abrió la puerta atendiéndome muy cordial. Otra vez su sonrisa dibujada me saludaba ese día, me invito a pasar y agradeció la visita. Celia estaba en el comedor sentada frente a la mesa en la que todavía se veían restos de la cena.

La contemplé tan bella…

Su rostro de porcelana irradiaba auras de angelical ternura, como aquella primera vez cuando la descubrí en la quinta… la saludé, estrechando muy respetuoso su mano y padecí, como aquella tarde cuando rozó mi diestra, esa maravillosa quemazón invisible que adormecía mi piel.

Lucía un holgado vestido de bambula, color salmón de generoso escote.

Le entregué mis convites y fue inevitable quedarme mirándola cuando se marcho hacia la cocina… su bamboleo sedicioso confundía todas mis astucias, suerte que la voz de él me rescató de aquel precipicio:

– Llegaste temprano, si sabíamos que vendrías a esta hora te hubiésemos esperado para cenar… recién terminamos- dijo mientras yo me acomodaba en una silla alejada de la mesilla.

– Es que mi tía se levanta temprano y tampoco quería llegar aquí muy tarde…- fue mi desabrida respuesta.

Me sorprendí de sentirme tan tranquilo.

No tartamudeaba ni me transpiraban las manos, se notaba que mi razón se movía conciente, legitimando mi proceder.

Celia evitó mirarme una o dos veces y apenas si me dirigió la palabra, solo el primer saludo y algún otro bocadillo. No quise que se sienta tensionada, así que tampoco busque sus ojos y apenas di importancia a su presencia.

Ella se apuró en levantar los utensilios de la cena y una vez realizada la tarea, tomó entre sus dos manos el paquete que le había "traído", se marchó a la cocina y en unos minutos regresó con las masitas finas en una decorativa bandeja de plata, tres copas altas y la botella de vino.

Rogelio parecía sentirse feliz, me daba charla, hablaba del tiempo, del calor insoportable de ese día y, cuando ella se encontraba lejos, me cuchichiaba por lo bajo, sus andanzas de la mañana en el cabaret de la ruta, también estaba atento a un programa chabacano que pasaba la televisión local, pero cuando vio entrar al comedor a su mujer con la bandeja exclamo:

– Que buena cara tienen, yo soy un loco por las masas, pero, no mas de dos o tres me recomendó el médico-

Y ahí nomás se comió dos, yo empecé a transpirar un poco.

Me encargue de servir el vino y propuse un brindis por la venta concretada. Los tres levantamos entonces las copas y bebieron… ellos, yo apenas humedecí los labios.

Mis antenas mentales buscaron de inmediato, señales en sus rostros… pero nada sucedió. Me levante del lugar y fui en búsqueda de la mochila, con la excusa de buscar los cigarrillos.

-No sabía que fumabas Marcelo…- indicó Rogelio mientras inspeccionaba una bomba de chocolate.

Ella tomó la bandeja y sonriéndome me convidó a que tomase una masa.

Mientras extendía su mano me miraba firme a los ojos. No soslayé su visual, busque con las manos humedecidas, una de las que estaban en la esquina marcada muy suave con un trazo celeste. Sabía que esas estaban limpias, eran pocas, cuatro o cinco, no más, las había dejado sin decorar en esa punta para acompañar a mis invitados y no levantar sospechas innecesarias. Y también por las dudas, si las pequeñas molotov no hacían el efecto esperado y solo les daban un susto, entonces yo podía decir que las masas no eran, porque también las había probado.

Elegante, o tratando de serlo, levanté una palmerita, Celia dijo entonces:

– Hay…esa la quería yo… elegí otra…-

Habíamos arreglado que ella fingiría un dolor de estómago y por eso no probaría las masas…

Si alguna esperanza le quedaba a su destino, esa actitud la deshizo. Su suerte estaba sellada.

Volvió a sonreír con picaresca, mientras yo buscaba otra limpia para llevarme a la boca.

Rogelio por suerte estaba en otra cosa… bebía y comentaba de la suerte que había tenido en conocer a ese comprador de Buenos Aires.

Abrí sin que se percataran la mochila y busque con mi mano la botella de sedante. También deje a mano un trapo de toalla que había llevado de ex profeso.

Le convide de nuevo vino a ambos y propuse otro brindis, ahora por haberlos conocido, ella alzo su copa.

Me era inevitable recordar, mientras la miraba beber, como había diluido con sal de ácido cianhídrico y cloroformo todo el brebaje.

Mi cuerpo estaba sin apetito y mi mente hambrienta.

Sus organismos en cambio, parecían estar alegres, comían y bebían riéndose de no se que… yo paciente tal cual una araña que espera a su mosca.

Todo era una cuestión de aguante y a mi presente le sobraba tiempo…

El primer síntoma no tardó en llegar.

El color del rostro de Rogelio fue tornándose, hasta tomar un color amarillento apagado, parecía un muñeco de cera.

Ahora la dicharachera era Celia, percibía su figura parlanchina sentada frente a mí más, todos mis sentidos vibraban vigilantes en esa cara en pleno proceso de transformación cadavérica

Yo lo miraba de reojo, atento, y noté cuando él, siempre envuelto en su sacro silencio, fijó su vista en un punto indefinido de la pared que tenía enfrente… así se mantuvo unos cinco segundos hasta que, sin decir una palabra, se levantó de su silla y caminó hacia el baño. La sentencia se había puesto en marcha.

Desde mi posición noté como trastrabillaba cuando tomó el angosto pasillo. Se ayudaba extendiendo sus brazos contra las paredes para mantener el equilibrio. Su tiempo entraba en una especie de cuenta regresiva, yo no solo era testigo de ello sino el mentor de su destino. Esa noche yo no podía esperar, deseaba que todo pasase en forma rápida, no toleraba en ese instante un silencio, una tregua, en el aire se había soltado mi locura y ya era imposible enjaularla.

Celia, de espaldas al pasillo y al mundo, no notó los síntomas de Rogelio, al contrario, siempre sonriente, aprovechó su ausencia para apoyar dos dedos sobre sus labios y tirarme un beso, entornando sus ojos.

El cuerpo tambaleante de él, cruzó el corredor y se zambulló en la alcoba.

Gesto adusto, sus manos abrazando su estómago. Fue un instante, un segundo, décimas de vida; más bastaron para observar su rostro blanco y transpirado, su mirada ciega cruzándose con la mía, su última mirada, su última imagen

Me quedé un tiempo imposible de precisar, mirando muy atento el tenebroso corredizo por sobre el hombro de Celia. Mi mente asustada, imaginaba que en cualquier instante, mi Patrón saldría por él arrastrándose, maldiciéndome y extendiendo sus brazos para estrangularme.

Pero ese episodio nunca ocurrió.

Le pedí permiso a la anfitriona para pasar al baño, pero creo que ella ni se enteró. Estaba aturdida. Moviéndome con libertad, tomé mi mochila y llegue hasta la habitación matrimonial, la luz tenue del velador estaba encendida, el tipo estaba tirado en la cama, sus ojos abiertos parecían acusarme, no quise perder tiempo y dudar, así que resuelto, busque la toalla dentro del bolso, la empape con el narcótico y le tape totalmente el rostro, apenas si intentó una inútil resistencia. Al segundo estaba inmóvil. Regresé a buscarla a ella.

Celia fue más resistente a su destino.

En algún momento me preguntó por él. Y como no le contesté, se puso de pié y se llegó hasta la puerta de la pieza.

Pensé en un grito, en la histeria, en un escándalo. Me invadió entonces un álgido sudor, sufría sintiendo como la adrenalina escapaba por mis poros.

En un acto reflejo también me paré, con la clara intención de detenerla, pero Celia me volvió a sorprender, como en esos últimos meses… volvió sus pasos por la vía de la muerte, siempre con esa sonrisa dibujada en el rostro, mientras, hacia señas que Rogelio estaba dormido.

"Se quedó frito" mencionó, y nunca antes le había escuchado una verdad como esa.

Sin perder tiempo me abrazó y me beso profundo, hasta apoyarme junto a la mesa.

La tomé por la cintura y apreté fuerte su cuerpo al mío. Ella susurraba algo en mi oído mientras yo bajaba lentamente mis manos buscando sus piernas. Bastó que besara de manera delicada su cuello desnudo para que sus muslos tensos se permitiesen abrir a mis caricias. Enredamos nuestros cuerpos descubriendo en silencio, una vez mas, todos nuestros rincones. Jugué con su ropa interior hasta humedecer mis dedos. Ella agitada, se extendió sobre la mesa sin dejar de abrazarme.

Lo haríamos ahí, en ese altar improvisado.

No había sido lo convenido entre nosotros.

El plan esgrimido por los dos era el de librarnos ambos de su marido y dude… como buen amante, hasta último momento en no alterarlo…pero, cuando me convido la masa frente a él, no sé si para probarme o tal vez simplemente como gracia, entendí que esa mujer era incorregible y siempre, mas allá de sus sueños, jugaría de forma riesgosa con su suerte y por ende también con la mía. Así que decidí no apartarme en una pizca de mi objetivo.

La hice mía por última vez, para siempre, sus gemidos reprimidos mordían mis hombros entre sollozos y sus uñas estriaban mi espalda con saña, con un odio profundo, fuerte, inenarrable, indudable que germinado de un inefable amor.

Fue un encuentro breve pero intenso, que nos aceleró a ambos la respiración e hizo estallar nuestras arterias… jadeando sobre su piel transpirada la bese en la boca, su aliento espaciado, exiguo, indicaron que ya se encontraba inconsciente.

Celia se merecía ese adiós.

Su cuerpo tieso, con impresiones avanzadas de un color amarillento…se abrazaba todavía a mi cuello como si no quisiera despedirse, como pidiendo que me quedase… su rostro orgulloso y sereno se esforzaba por mantener la expresión placentera de sus labios rojos.

Me separé con mucho cuidado de ella, me acomodé la ropa y sin pausa, traté de culminar la tarea.

Mi espíritu brillaba tranquilo en la penumbra de aquella casa.

Primero fui en búsqueda de la botella de cloroformo, empapé de nuevo la toalla y la froté otra vez sobre el rostro de Rogelio primero y en el de ella después. A él lo acomodé en el piso de su alcoba, me costo moverlo así que me limité solo a sacarlo de la cama.

Después fui en búsqueda de Celia, alcé su cuerpo entre mis brazos y tratando de no golpear su cabeza, que colgaba hacia un lado, lo trasladé hasta el dormitorio matrimonial recostándolo sobre el lecho.

La desnudé por póstuma vez… parecía una ninfa durmiendo en su olimpo, amarré, con un par de sogas que llevaba en la mochila, sus pies y sus manos a la cama, en posición de estacada…

Me dedique luego a buscar el dinero de la venta. Sabía, porque ella me lo había dicho en varias oportunidades, donde guardaba Rogelio su plata, así que me resulto fácil descubrirla, estaba dentro de un tarro de chapa, de color verde, similar a los que sirven para guardar galletas, sobre el segundo estante de la alacena.

El efectivo era mayor a lo que había imaginado y, desde ese mismo instante, se convertía en el mejor aliado para buscar un nuevo horizonte a mi destino.

Por último escarbé en el bolsillo de mi campera para encontrar la carta que tenía preparada y la deposité sobre una de las mesitas de luz.

El sobre grande rezaba en trazo ancho y rojo:

"Para Rogelio"

No era una esquela extensa, más bien escueta, en sus líneas pretendía, entre otras cosas, pedirle disculpas por el robo del dinero. Exprese mis argumentos sabiendo de antemano que él nunca aprobaría ese accionar, pero de todos modos, ya estaba hecho y no intentaba en esa misiva lograr su perdón.

En el resto de la epístola le relataba en grandes trazos mi relación con su mujer.

Nuestro amorío, nuestros encuentros, fechas, horarios… y por supuesto, le contaba acerca de la tremenda presión que Celia había tratado de ejercer para que yo le quitase la vida a él.

No expuse datos de quien era realmente, pero deje constancia que ella si estaba en conocimiento de que yo había matado a una persona y por eso me presionaba, también agregué que sus deseos, a los que califiqué como utópicos, dado de quien provenían, eran de vivir el resto de su vida conmigo.

Anoté en una especie de pos data, secretos e intimidades de su matrimonio que Celia había comentado en alguna charla informal, para, que una vez despierto, no tuviera dudas de que le estaba diciendo la verdad.

Terminada mi estrategia bese a mi amante en la frente y dejé a su tiesa humanidad descansar.

En aquel momento me sobresalto pensar que, si mi dosis de veneno y cloroformo había sido demasiada, existía la posibilidad que ellos, marido y mujer, nunca más se despertasen y me molestó descubrir esa posibilidad, porque si así ocurría, él nunca se enteraría de la traición de su adultera y ella no sentiría jamás el peso de la culpa en su alma.

A la quinta volví caminando.

Antes de salir de la casa de los Romero, bien entrada la madrugada para evitar las miradas indiscretas de los vecinos por las persianas, acomodé un poco la cocina para tratar de no dejar rastros. Lavé el vaso que había usado y guardé en la mochila las masas que habían sobrado y también la botella de vino que luego derramé por el camino de regreso.

A las masas en cambio me preocupé por enterrarlas o quemarlas en la granja, que en definitiva fue lo que hice apenas llegué. Mas tarde me arrepentí de haberlo hecho apenas llegado…pues se la merecían unos malditos cuzcos, que con sus ladridos, no me dejaron en paz y alborotaron todo el campo.

Cerré con llave la morada de mi ex patrón y de mi ex amante por fuera y luego la deslicé suave por debajo de la puerta, cuestión que cuando la derribasen o esforzasen para entrar, se creyese que estaba puesta por dentro.

No se cuanto tiempo demoré en llegar a la granja, una caminata normal desde el pueblo demandaba casi dos horas, pero esa última noche Lujarense no pude haber tardado mas de una.

En todo el trayecto mi intelecto apabulló con interrogantes inútiles a mi conciencia. Por lo tanto, forzoso mi espíritu, debió lidiar sin pruritos contra la libertad del ser que forjaba por tener una nueva oportunidad.

Si bloquee mi moral en función de sobrevivir, no me arrepiento de ello. Soy un animal por naturaleza, por instinto y por definición.

Y si en el viaje de regreso pensé de modo fugaz en ellos y su suerte, fui conciente que de la forma en que había resuelto el problema, era la correcta y la más indicada atento a mi delicada situación.

A ella por ser una mala amante, traicionera a su condición.

Que es una amante, sino esa mujer que durante un día, un año o toda una vida, simula ser la mejor esposa y la mejor compañera.

Ella en su condición de adúltera, persiguió en su transgresión mejorar su situación económica, cuando la mayoría de ellas lo hace por el placer de ser logradas o en busca de un amor.

A él, por el simple hecho de salvarlo de ella.

En definitiva, lo único que yo hice fue poner sus destinos frente a frente. Sus egos tenían ahora la posibilidad de desafiar sus verdades.

Cuando traspase la tranquera, lo primero que hice, fue dirigirme hacia la guardilla de herramientas para buscar una pala de punta y enterrar el resto de las masas envenenadas.

Pretendí darle un baño a mi cuerpo que sudaba y olía a miedo. Pero no lo hice, sentí temor, temor pensando que alguno de los dos podría haberse animado de su estado de inconciencia y dado aviso a la policía.

Otra vez perseguido… otra vez corriendo y escondiéndome del mundo. Más juré que ese no sería de nuevo mi destino, no lo permitiría.

Solo me lave las manos y la cara. Pensé en raparme la cabeza pero lo deje para otro día.

Separe el dinero, guardando la mayor parte en el bolso y sin perder más tiempo deje para siempre esa propiedad.

Otra vez la noche era testigo de mis desamparos y adversidades despóticas, otra vez bolso en mano buscando horizontes ajenos.

Caminé por la orilla de la ruta seis rumbo al pueblo de Navarro, todo era oscuridad alrededor de mi…todo era oscuridad también dentro de mi.

Plenamente reflexivo especulaba, en esa forzada caminata nocturna, que la ley me estaba buscando para corregirme, para penarme… tenía pues que medir en forma muy detallada, cada una de mis acciones y no cometer ningún fallido.

No podía ni debía entonces, intentar conectarme con alguna cara de mi pasado… ellas seguirían dormitando hasta que mi alma despertara algún día serena y fresca, limpia de toda pesadumbre y martirio.

Lamenté fuerte, haber afrentado a Marcelo Paús… su ángel merecía eterna beatitud, pero no tuve en el control de su porvenir, la viabilidad de ambicionar otra intrepidez.

Era muy probable, que al pobre personaje también se lo empezaría a buscar después de la denuncia de Rogelio…

Me permití teorizar como llamaría a mi nueva sombra. Soy completamente sincero si confieso que era aquella indagación una sosería de mi parte, porque visto el enmarañado jeroglífico en que me hallaba sumido, el mote de mi nuevo dignatario resaltaba algo insignificante, menor, más presumo, que solo se trato de una superflua pesquisa, simplemente una forma de minimizar el estremecimiento que me asediaba en aquellas horas.

Inoperante o no, el tema me valió para no asumir aquella actualidad tétrica y cuando quise darme cuenta, me encontraba frente a una parrilla rutera, emplazada a unos diez kilómetros de la chacra. La cerrazón comenzaba a iluminarse en el horizonte marcando el advenimiento de un nuevo amanecer campero. Calcule que serían las cinco y pico de la madrugada.

En la fonda se divisaban unos pocos paisanos que abordaban su improvisada infraestructura y se tropezaban acodados en el mostrador de tablones alrededor de una clásica botella de grapa, esperando sin apuro que el alcohol le marcara la hora de regreso a sus casas.

Yo me paré a unos veinte metros de la escena, buscando descansar un poco mis piernas medio acalambradas, y también, porque no reconocerlo, tratando de acomodar un poco mis insurgentes pensamientos.

Fue entonces que observe sin prestarle mucha atención, estacionar a un auto sobre la vera de la ruta casi a la altura de los parroquianos. Al instante uno de ellos se acercó al vehiculo y por los ademanes que realizaba parecía indicarle al chofer una dirección.

Mi razón solo se abstraía pensando en como esfumarme de aquella zona marital. Mi primera especulación fue la de llegarme hasta el pueblo de Navarro y desde allí subirme a algún colectivo que me depositará en una provincia limítrofe, había meditado que podía ser Santa Fe o Córdoba.

Si no fuese por lo incierto que es nuestro futuro, nuestro destino, que poco valdría la pena de ser vivida esta vida…

Y que inusitada y asombrosa sensación de placidez, de pleno goce, advertimos cuando estalla y excede en el alma la providencia, cuando todo se paraliza de nuevo y la aleatoria impronta del eventual escandaliza la ilusión.

En esta historia mía, otra vez, el hado resucitó entre mis sombras y se enredo en mis piernas, y como sucedió en alguna ocasión, una voz buscó mi respuesta:

-¿Puedo hacerte una pregunta?-

Estoy seguro que mi cuerpo se tensionó ante aquella voz, y también estoy convencido que el interlocutor recapacitó en ello porque agregó sin que yo todavía abriese la boca:

– Perdóname… creo que te asusté… no fue mi intención hacerlo… solo quería hacerte una pregunta…-

Una señora cuarentona me parloteaba desde la ventanilla a medio bajar de su coche. Era la misma que hacía unos instantes se había detenido en el asador espontáneo del camino.

– Perdóneme a mí. No la vi cuando estaciono y sí, es cierto que me alarmó… estaba pensando en otra cosa, ¿Que anda buscando señora?-

– Sabes como debo hacer para tomar la ruta que me lleve a Lezama, creo que es la dos…

Miré hacia el interior del vehiculo y divisé que en el asiento de atrás dormitaba un niño tapado con una abrigo.

-Si claro que sé… mire que casualidad, yo voy para allá… Tiene que seguir hasta casi la entrada a Luján, ahí se va a encontrar con unos carteles viales que le indican la entrada a Opendors… doble entonces y a unos cinco kilómetros se va a cruzar con la ruta siete que la lleva para donde usted va…después tendrá que preguntar de nuevo porque tiene otro cruce en Cañuelas y otro mas adelante en Etcheverry…-

– ¿Cómo empezaba….? Ya me perdí…- Sonrió franca, aguda su risa, algo destemplada, más intentó iluminar un poco los rasgos fatigados de su rostro.

– Fácil… Siga ahora hasta la entrada de…- contesté sonriéndole y la mujer me cortó en seco:

– Vos vas para allá dijiste… dale, subí que te llevo y de paso me haces de guía…-

No dudó en invitarme ni dudé en aceptar su convite.

-¡Bárbaro…! Hacía bastante rato que estaba esperando el colectivo…-

Dije convencido y sabedor que era más admisible y por ende tolerable un muchacho esperando el colectivo que otro haciendo dedo en una ruta.

Destrabó el seguro de la puerta del acompañante y sin perder el tiempo me senté junto a esa desconocida. Extendí mi diestra mientras me presentaba ante ella:

– Julio González, mucho gusto señora y gracias…-

– Hola Julio, no me des las gracias… favor por favor…-

Me sentí totalmente protegido arriba de ese auto, como si un escudo invisible me protegiera de todos los problemas profanos que asfixiaban mi ser.

La mujer, de nombre Lidia, era una persona charlatana, esa que me desesperan… pero aquel amanecer nada me perturbaba, estaba feliz.

El viaje fue una clinoterapia oral que renovó mis fuerzas y mis ilusiones.

Escuche toda su recitada biografía con una extrema aptitud y naturalidad, como si fuese toda mi humanidad una magnánima oreja ávida de sonidos y oraciones… Se regocijaba mi ánimo al escuchar su decir, se sonreía mi aliento al celebrar sus agudezas, se robustecía mi energía al consentir sus concepciones y doctrinas.

Esa mañana ella se había convertido en mi mejor estrella.

Separada de un marido alcohólico hacía poco más de seis meses, viajaba al pueblo de Lezama con su única hija de once años, a hospedarse en la casa de una amiga para pasar las vacaciones y después vería, según sus palabras…

Por lo que contaba, se notaba que no tenía muy en claro que pretendía de su vida, pero quien puede afirmar tal concepto sin temor a estar equivocado.

Era peluquera y esperaba adaptarse al ritmo del pueblito que visitaba porque en lo recóndito de su ser evaluaba la posibilidad de radicarse en el lugar.

Que notable supuse que es la condición humana, que desborda emociones incontrolables en pos de una paz utópica… y convida a quienes se cruzan en su desbandado recorrido con sus glotonerías de libertad.

La observe como mujer recién cuando bajamos en una estación de servicios para cargar combustible sobre la ruta siete. Era una dama grandota, alta, casi como yo, de curvas exuberantes.

No se ajustaba al tipo de hembra que a mi me atraen, pero había algo en ella que me atrapaba, ¿Su prestancia… su porte… su pelo negro lacio y llovido que le daba un marco intrigante a su ser… no lo sé?… Pero alguna magia se escondía tras aquel rostro fuerte.

Venía desde Resistencia, provincia del Chaco y había conducido ese automóvil las últimas veinticuatro horas.

Hicimos en total dos paradas, en la última aprovechamos y comimos unas hamburguesas los tres, pues Emiliana, su hija, hacía rato que se había despertado y tenía hambre.

Me aseguré de abonar el almuerzo aunque ella se empecinó en que no lo haga.

Lidia se recreaba atendiendo indolente mis opiniones cismáticas a sus juicios y valores, en tanto que todo el trayecto que hicimos juntos, ambos borramos de la memoria esos actos sibilinos que vejaban nuestras vidas.

Esa mujer era en mi ruta solo la cuerda que me lanzaba a otro horizonte. Lo tenía en claro mi razón, no así mi castigada vanidad.

Por ello le mentí cuando preguntó quien era, a donde iba y a que me dedicaba. Mentiras, todo un cúmulo de mentiras piadosas, como diría mi madre sin sonrojarse siquiera, tuve que inventarle a esa hidalga dama que el destino había cruzado para mi suerte.

Se anunció al mundo entonces Julio González, estudiante de periodismo, soltero y sin familia cercana, que se movía a esa comarca cercana a Chascomus para entrevistar a un descendiente directo del Restaurador Rosas y no recuerdo cuantas otras ficciones improvisó mi albur desbocado.

Esa mañana mi lucero brillaba lozano en el éter, sin desconfianza ni pavor a caerse. Todo era posible en esas horas irrepetibles de mi savia, sintiendo como se hinchaban mis alas de nuevo para ascender a ese limbo traslúcido y puro que alguna vez me protegió. Mi seguridad era un cono de encendidas percepciones que revivían por sí solas los brotes enjutos de mi anhelo.

Pero el azar no evalúa ni regula sus secuelas o ramificaciones y, sin llegar a entristecerse jamás, envejece los sueños más nobles. Por eso evalué mi destino conciente de mis errores y vicios y no intenté perderme en mis tormentos mundanos otra vez, por eso no la escuche cuando llegando al cruce de Atalaya, ya sobre la autopista dos, Delia me pidió que anotase el número de teléfono de su amiga y también su dirección:

-Si necesitas algo llámame y si no también, así me contas como te fue el encuentro con el pariente del prócer… Cuantos días piensas quedarte en el pueblo…-

Ninguno pensé rápido, pero igual le contesté lo que ella quería oír:

-Un par…supongo que dos o tres… no sé, pero seguro te voy a llamar para avisarte como me fue…-

Le pedí que me dejara sobre la ruta, a la entrada al pueblo, pues quería saber si había colectivos hacia la capital todos los días… Porque entre mis mentiras le dije que era de Capital y estaba en Lujan solo de paso…

Así lo hizo, nos saludamos y todavía, cada mañana al despertarme, agradezco su paso por mi vida, pero nunca más la vi.

CAPITULO XXXIX

(Cuando decidí disfrutar la vida… no tenía vida) Haykus

Pergamino, 1 de diciembre de 1983.

Vicente en una tregua emocional, se distraía evocando otra vez esa pretérita tarde de verano cuando el azar lo había cruzado osadamente con la hermana del Juancito, hacía por o menos veinte años atrás.

El colorado nunca sospechó de aquel fugaz pero ardiente acercamiento acontecido en uno de los vestuarios del club Social. Y él tampoco se animó nunca a contarle… códigos de vida… o simple miedo tal vez.

Cada tanto se le ocurría retraer esas imágenes al presente y era inevitable que concluyese la evocación, maldiciéndose por su falta de resolución en aquel minuto cumbre, cuando ella semidesnuda no se negaba a sus libidinosas demandas… solo restaba plasmar su carnal emoción… pero no… él por miedo a ser descubierto le dijo que ahí no…que después en otro lugar…y dejó pasar la historia y nunca más existió un después… porque la bella turra jamás le brindó una segunda oportunidad…

Quedó como un autentico boludo ante ella y ante su ego.

Y solo su desasosiego sabe cuanto le costó reponerse de aquel porrazo juvenil, se lo puntualizó en cada encuentro fortuito, sea un baile del colegio, un malón en el Social o un simple cruce en una calle cualquiera del barrio.

"Que lento estuve… con lo buena que estaba esa mina… ¿Como estará ahora, mantendrá esas hermosas tetas que tenía de pendeja…?"

El timbre del teléfono desvaneció al instante el morboso pensamiento y le volvió a su monótona realidad.

-¿Si…?- enunció desatento.

– Buenos días, me podría pasar con el Inspector Soriano-

– El habla… quien es…-

– Inspector, mucho gusto, le habla el sargento mayor Bustamante, de parte del Coronel Rodríguez Paz…-

– Dígame Bustamante…- su voz formal compuso su pregunta, más allá que en su razón todavía giraba esa incógnita existencial…

– Le hablo desde Lujan inspector…-

Escuchar el vocablo Luján borró de un santiamén las lolas de la hermana del colorado íntegramente de sus sentidos.

-¿Alguna novedad…?- contestó respirando profundo.

-Creemos que si Inspector, ayer ocurrió un episodio confuso, un asesinato… parece ser que un marido celoso apuñalo a su mujer, se la encontró a la occisa atada a la cama, el tipo ya confesó…-

– ¿Y… tiene que ver con el caso que seguimos, sargento…?-

Vicente no lograba articular todavía la información recibida, supuso en un primer momento, que su objetivo había asesinado de nuevo…

– Tenemos sospechas que el amante de la occisa era Giovanini…-

– ¡Lo agarraron…!- Todo su ser especuló escuchar un "positivo"…

– No… se escapó, dejo rastros y una carta de puño y letra… quiere que se la lea…-

– No, gracias Bustamante, a eso del mediodía salgo para allá, nos estamos viendo y mis saludos al coronel-

"¡Hijo de puta, ya te tenía!" repitió elevando su voz una y otra vez dentro de su despacho y los gritos se escuchaban hasta la guardia.

Cinco minutos después enderezó su corbata, trató de acomodarse sus pelos alborotados y salió de su guarida con cara de yo no fui.

CAPITULO XL

(Mi soledad es eterna desde que pensé en la muerte) Haykus

VIAJE EN COLECTIVO (8)

(Viajando en el colectivo número 2 de la empresa Chevalier- hora 07.36 asiento 17 por ventanilla – destino Rio Negro- Tengo como acompañante un niño de no mas de 10 años, su madre sentada al otro lado del pasillo, los dos durmiendo casi todo el viaje – Lo miro a él cada tanto y pienso en Sebastián… espero que su viaje alguna vez sea tan tranquilo como el de este chico).

Recuerdo mi viaje sobre aquel colectivo como un imaginario suceso de otro siglo, de otro ambiente, de otro ser. Y por que no interpretarlo así. Si al fin y al cabo eso que recuerdo pasó en otro siglo, en otro ambiente y seguramente, si quiero interpretarlo, en otro ser…

Ocurre a veces, veces muy seguidas, muy continuas, que mi memoria, casi siempre remolona, torpe comienza a trabajar y rebobinando espacios de tiempo, me ubica de manera placentera en una butaca imaginaria, como esos antiguos cuadros que por mi mente saludan el paso de recientes años y yo los relato… en silencio con mi conciencia y disfruto y sufro como si me hubieran pasado sin entender hasta ahora, que si pasaron, que cada uno de ellos, de esos cuadros, de esos instantes, los que logro retener en mi memoria y los otros tantos que se borraron ya de ella, constituyen mi vida, ni mas ni menos, son mi eternidad, mi paso por este mundo, quizá tan imaginario en mi conciente, como esos cuadros, como mi existencia misma.

Paradoja los recuerdos, porque sin ser ellos una cosa material, se acumulan en nuestro ser de una manera inevitable y es allí donde me doy cuenta que mientras mas acumulo menos espacio me queda… que no soy inagotable, que por suerte hay un final…

Que sería del hombre sin la muerte.

Inimaginable.

Que seria del hombre sin su temor a la muerte…

Una vida sin cielo.

Que tremenda encrucijada casi maléfica del desarrollo de la psiquis del hombre, del homos sapiens:

Por un lado el preguntarse alguna vez siquiera, por necesidad o casualidad, solo o acompañado, afanosamente o en silencios:

¿De donde vengo…y para que estoy…?

Una agnóstica y titánica tarea la de encontrar un motivo para seguir creyendo en esa hendija cósmica de esperanza científica.

Y, por el otro lado, estar sometido civilizadamente a tener que creer con fe ciega o una fe temerosa en dios y suponer desde antaño, desde nuestro inocente desarrollo, desde la evolución misma, que sé hacia donde me lleva la muerte…

Crear un dios y alabarlo es una tibia manera de no querer pensar.

Hace falta preguntarse:¿Que es esto que tenemos por vida?.

Decidido confirmo que no, pero nuestra extraordinaria razón, tan porfiada como diabólica, solo sabe de preguntas y cuestionamientos.

Quien es el valiente que se anima, no a contestarse, sino a analizar la pregunta, solitario, desnudo, frente al universo todo.

Yo traté, lo juro…

Pero mi sapiencia distorsionó la pregunta hasta hacerla viable, comprensible para mi alma cósmica… esa que mis antepasados y yo tuvimos que desarrollar para entender tanto disparate.

El hombre no es una realidad sino una tenue coyuntura.

El mundo es la nada misma…son los proyectos del hombre los que le dan importancia y sentido al mundo.

Soy una de las tantas energías que pululan y equilibran este universo, soy tan hijo del sol, como de mi madre, ¿Quien lo duda?

Y parte de la tierra misma, y del agua de cada mar, de cada océano, y de la roca que sobresale del llano.

Y corro su misma suerte, su destino es el mío.

¿Hay alguna alternativa…? Me pregunto.

Todo cerraría, lástima nuestra conciencia que desolada, busca un lugar para nuestra alma.

Nuestra conciencia que nos pinta, sin muchos colores, de seres distintos, nos disfraza…

Y esa incontenible sensación de omnipotencia terrenal de creernos tal diferencia nos hace colocar por encima del umbral mismo del universo, y nos proyecta a otros mundos tan imaginarios como nuestra fantasía y tan poco posible como nuestra eternidad.

Que es mi vida, pregunto a toda mi humanidad y ella, después de meditar me contesta:

No más que un viaje en colectivo.

Julio González, ruta tres, Azul, 24 de diciembre de 1983

Ciudad de Concordia, Entre Ríos, 23 de diciembre de 1985.

La muerte no existe

porque la vida

no existe.( haykus).

– Luciano, quédate… hace tanto tiempo que no pasamos juntos una navidad…-

-Me gustaría, pero no puedo madre, tengo que estar mañana en Río negro, estoy de turno en la empresa…-

-Pero nene, tanto tiempo sin vernos y apenas estuviste por dos días…-

– Volveré mas seguido…lo prometo, dale un saludo a tu esposo de mi parte… un beso madre me voy…-

-Cuídate hijo…-

Saludó a su madre con un beso en la mejilla, cerró la portezuela del cerco perimetral y se dispuso a caminar las dos cuadras que lo separaban del boulevar Urquiza para tomar el colectivo celeste que lo depositaría en la Terminal de micros.

Pero la suerte lo abandonó antes de llegar a la primera esquina:

– ¡Luciano Giovanini, alto! ¡Está detenido, al suelo!-

El grito de Soriano lo paralizó, mas lo había estado aguardando por casi dos años… su instinto lo instó a darse vuelta y correr, pero por el rabillo de sus ojos vio como se cruzaba un auto en la calle y bajaban tres o cuatro tipos…

Fin.

 

 

Autor:

Roberto Macció

 

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente