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Kalimantán (desde un museo virtual)


Partes: 1, 2, 3, 4

  1. El libro-fomento
  2. Prólogo
  3. Capítulo 1
  4. Capítulo 2
  5. Capítulo 3
  6. Epílogo
  7. Notas

El libro-fomento

Escrito por última vez en el 2006, el presente texto debe leerse como un libro-fomento, un tipo de invocación que promueve la idea de creación en nuestro país del Museo del Internacionalismo (o la Solidaridad). Idea ya longeva -se la hemos comunicado a varias personalidades de la cultura, a los Historiadores de la Ciudad y las FAR , a la Dirección Política Central de las FAR-, y que cuenta además con tres libros: el presente Kalimantán (desde un museo virtual), Kalimantán 2 (Cronología de las armas) y Kalimantán 3 (La desnudez de Raisa Milvia). También el periódico Granma publicó un comentario con las razones que sustentan esta idea y la adopción oficial del Día del Internacionalista, por último, todavía en el 2006 el texto obtiene un premio de investigación del Concurso de la ACRC. De manera que el libro no es más que otro gesto en el fomento de una idea que debiera fructificar por su importancia y nobleza.

Las prioridades, intereses, tardanzas, largas colas de esperas en "los colchones editoriales", el sociolismo, la opacidad y otros desvalores, que obstruyen la posibilidad de logar una "copia dura" del texto (por encima de los reconocimientos obtenidos), han impuesto el soporte magnético de Internet, no menos privilegiado.

Ahora bien, decía Roland Barthes que "la multiplicidad de las escrituras es un hecho moderno que obliga al escritor a elegir, que hace de la forma una conducta y provoca una ética de la escritura". El presente texto, en sincronía con esa moderna "multiplicidad de las escrituras", ilustra las palabras de Barthes, permeado de reciclajes, relecturas, aporías, canibalismos; textualidades que vehiculan los nexos entre el escritor y lo escrito; discurso donde se entrecruzan realidad y ficción. No se trata ya de una investigación, de un ensayo, un testimonio, ni siquiera de la narrativa o la poesía. Sin embargo, todas esas expresiones se fusionan y procrean este término de muy personal acotación: el libro-fomento. (Mientras Kalimantán 3, último libro de lo que se presenta como una trilogía, se articula en tanto libro entero, Kalimantán 2, opera como una forzosa cronología, aunque tampoco categórica.)

¿El asunto del presente?… La evocación por el personaje principal protagoniza todo el libro; bien que evocación e invocación (la existencia misma del texto) se hibriden para ofrecer un matiz onírico diferente, permeado por otros sentimientos. -Evocación que inicia el singular personaje en la época colombina, con el gesto "instintivo" de Hatuey, y culmina en 1959, con el agradecimiento de Camilo Cienfuegos al pueblo venezolano, en carta escrita en los primeros días de enero de ese año. Luego dicho personaje es un internacionalista en el país hermano, por lo que al mismo tiempo, se van tejiendo sus peripecias allí con la historia del internacionalismo que él va degustando en el museo virtual.

Este paralelismo entre la misión y las distintas acciones internacionalistas y de solidaridad, que se suceden en el Archipiélago hasta 1959, pretende una lectura "otra", si se quiere, que se suma a la secularización de patrones de la modernidad y otorga voz al marginado de siempre, el pueblo: desidealizar aquellos gestos protagonizados por hombres y mujeres epítomes de la historia; humanizar el internacionalismo idealizado, solo dado a seres excepcionales, como Bolívar, Gómez, Martí, Mella, el Che, Tania, constructo de la modernidad centrada. O sea, socializar la hazaña, desconstruir esa gestualidad moderna, proponer el internacionalismo en tanto derrotero de supervivencia de la especie humana, se encumbra también junto a otros fines del texto. Por ello, en determinado momento, se anota que "el mundo será un museo" y más adelante, se describe una significativa escena que parafrasea -valga la transacción- unos versos de la canción Playa Girón, de Silvio Rodríguez: "Si alguien roba comida/ y después da la vida ¿qué hacer?…/ ¿Hasta adónde debemos /practicar las verdades?…"

De modo que dicho paralelismo debe leerse en tanto remarque del cronotopo (Bajtín) en que opera el protagonista y en sincronía con la idea esencial del texto, su objetivo. Por supuesto, no solo la idea de fomentar la creación del museo, sino además la de oficializar el Día del Internacionalismo o de la Solidaridad, analogando el Día de las Madres, el Día del Maestro, el Día de la medicina, el Día de los Enamorados, el Día de la Tierra, el Día del Agua, el Día del Constructor y tantos y tantos días signados por su importancia y nobleza.

Por otro lado, el texto vehicula la comprensión del desprendimiento del pueblo cubano, su ontogenia, pilar de nuestra identidad. La "praxiología" antillana recoge una sinergia ingénita que desembocó, forzosamente, en la solidaridad. Sinergia que nos arrastró a compartir los que tenemos y no a ofrecer lo que nos sobra; la más vehemente transparencia de aquel "Ser internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad", trastrocado ya para siempre en talento nacional.

En fin, el libro-fomento, además de las características ya expuestas, está signado por su brevedad y dinámica; límites genéricos operantes pueden ser tan difusos, que generalmente se impone salvar la literariedad textual, cuya opacidad asoma a veces en la concurrencia de múltiples elementos discursivos.

En cuanto al título del texto que nos ocupa, se impone esclarecer que el referente de museo virtual no es la acepción nacida a la zaga de Bill Gate (solución que podría adoptarse y crear un museo virtual), sino el simple museo imaginario, bien longevo y con ilustraciones en magníficos libros editados en el pasado siglo.

Prólogo

Varios siglos aún antes de Cristo, Zenón de Elea imaginaba toda la humanidad completamente unida como un único rebaño, sostenido por una ley común. Un siglo más tarde, Aristóteles entiende por amistad todas las relaciones de solidaridad y afecto entre los hombres, porque está enraizada en la naturaleza misma de las personas. Pero es Epicuro de Samos quien erige un monumento a la solidaridad, al incluir entre sus amistades a las mujeres. Las amistades epicúreas, por su nobleza, se hicieron famosas en todo el mundo antiguo.

Fidel Castro Ruz, autor principal del más logrado sueño de solidaridad que conoce la historia universal, señala que ser internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad y lo asimila como una obligación moral.

Con semejantes antecedentes al hombro, y la conducta de este pueblo como herencia, más que testimoniar una historia escasa, investigar el tema o ensayar un estudio teórico (y a su vez, sin perderlos de vista), me interesa el fomento de una idea, cuyo primer paso fue buscar apoyo en los Historiadores de la Ciudad y de las F.A.R., a través de la Dirección Política Central. De ahí que cuanto ofrezco constituye mitad memoria, mitad realidad virtual, y la esperanza de que un día no tan lejano esa idea se torne tangible. Difícilmente un testimonio, un ensayo, una investigación, alcancen la perfección del museo que se quiere fomentar con este abigarrado texto, a intervalos narrado, que me ha permitido reflexionar, disertar, imaginar e informar a mi antojo.

Ni intereses personales, ni estólidas vanidades acusan la elaboración del mismo. Es la complejidad del fin lo que impone una forma singular, y se opta, pues, por la empleada; fusión de géneros, préstamos de diversas raíces, "todo mezclado".

Ojalá, amigo lector, tú que te has asomado con seriedad, comprendas la propuesta, y te eleves al turbión de razones que me impelen a romper con todo y con todos, excepto con la deuda que soy yo mismo.

Capítulo 1

Despacio, sosegado, con las manos a la espalda y la agenda debajo del brazo, me asomo a la maqueta del museo. Nada ni nadie me apremia. Soy el tiempo en su expresión múltiple. Había esperado unos minutos para que la guía desplegara su arsenal ante el último grupo de turistas extranjeros y atravesara seguida de ellos el lobby principal. Prefiero un recorrido meticuloso y solo, por donde la razón me arrastre. El folleto, adquirido días antes en moneda nacional, es el mejor de los guías. Brinda programas, actividades culturales que desarrolla la entidad; muestra ilustraciones, esquemas, itinerarios y ofrece la posibilidad de seleccionar (de acuerdo con el interés del visitante) salas, galerías, pabellones enteros, rampas, mezzanines, o cualquier otro rincón del museo. Pero yo estoy dispuesto a verlo todo, a meditar en todo con criterio casi metodológico, independientemente de las posibilidades que posee el museo de permitir su abordaje desde los cuatro puntos cardinales, de su funcionalidad y comunicación. Parece que fue muy bien concebido desde esa óptica. No han sido olvidados los que disponen de poco tiempo para visitarlo.

Aún antes de nuestra era, varios siglos antes, ya existía el museo como institución. Claro, era la forma vaga del museo actual, o lo que es lo mismo, la prehistoria del museo contemporáneo, con exigencias que van hoy desde su relación con el contexto urbano o rural, hasta factores de índole técnico arquitectónica. Entonces fungía como colección, gabinete de curiosidades, galería, tesoro que pasaba de reyes a príncipes, de casta en casta, de linaje en linaje; como jugoso botín alimentando envidias, rivalidades, discrepancias, conflictos, guerras, y azuzando cuanto llamamos hoy memoria.

Solo con la apertura de El Louvre, en l793, se oficializa el término museo, que había desaparecido en el siglo I a C. con el desastre de Alejandría, cuya biblioteca contenía siglos de cultura no solo del mundo helénico sino del antiguo Egipto, del Medio Oriente, singulares divisas procedentes del siglo VII a C. Obras originales, traducciones primarias, manuscritos, pergaminos, entre otros. —Materiales de célebres sabios judíos e insignes bibliotecarios fueron el pasto mejor que incendio alguno engullera nunca. Allí se esfumó una parte (y en muchos casos, todo) del ademán de Aristófanes de Bizancio, de la emoción de Calímaco, del esfuerzo de Zenódoto, la magia de Aristarco, el fervor de Ptolomeo II Filadelfo, hijo del rey egipcio y creador de dicha biblioteca Ptolomeo I Sóter (362-283 a.n.e.), y padre de Ptolomeo III Evergetes (282- 221 a.n.e.) que, según versiones, salvó parte de aquel tesoro, pues había creado un anexo a la biblioteca original cuando esta se tornó chica. Lo cierto es que allí se guardaban todas las obras de Aristóteles, 20 versiones de la Odisea, de Homero, Los Elementos, de Hipócrates de Quíos, Autómata, de Herón de Alejandría (la primera obra sobre robots), numerosas investigaciones de famosos matemáticos, físicos, astrónomos. Siglos de cultura se habían acumulado en 947 años de existencia de aquella biblioteca de Alejandría (desde 306 a.n.e. hasta 641 de nuestra era).

El arrebato de acaso las más cultas castas de la antigüedad quedó sepultado en Alejandría por la soberbia senil del César. La culpa alejandrina de Julio César.

Por cierto, ¿cómo se le llamará hoy al pillaje, al saqueo y destrucción de los patrimonios culturales y nacionales de los países más pobres por las grandes potencias del mundo? Bien que el ademán del César fue solo una parte del preludio de los que vendría después. Solo en Etiopía se robaron 2738 manuscritos de la antigüedad, que se encuentran entre colecciones de museos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Austria, Israel, Bélgica, Canadá, Holanda, Suiza, El Vaticano e Italia. En 1937 los soldados de Benito Mussolini se robaron el Obelisco de Axum, todo un tesoro de la cultura etíope, un monumento fúnebre de 24 metros de altura y 200 toneladas de peso perteneciente al siglo V a. C., uno de los mayores monolitos de la antigüedad, que en lengua ahmárica se le denomina Jardín Lujuriante. En la misma Roma, en la Plaza Porta Capena, mandó a emplazarlo Mussolini. Y allí permaneció largos años, hasta que el mundo abochornado retornó la joya arquitectónica a su lugar de origen. También fue devuelto al país el Talbot del Arcángel San Miguel, reliquia que los británicos se robaron y llevaron a Inglaterra en 1860 como botín de guerra, tras capturar Makdalla, capital del emperador Teodoro II. Pero aún se exhiben en el Museo de Londres tesoros de altísimo valor pertenecientes al patrimonio cultural de ese país africano, de adonde el ejército británico se llevó, además, diez arcas y dos coronas del emperador junto a innumerables riquezas.

Se entonan los datos en la mente, me atosigan, me colman, me presionan, abarrotan el pensamiento y no los puedo detener; por el contrario, me pliego a su juego.

Alemania fue uno de los más abominables bárbaros que recoge la historia del saqueo y el despojo. Los hitlerianos elevaron al rango de política de Estado la destrucción de valores culturales y la eliminación de las identidades nacionales, tan de moda en la actualidad por las administraciones yanquis y sus aliados. Para Alemania las otras potencias no eran más que ratas también, a las cuales les llegaría el turno a su debido tiempo. En Inglaterra dejó en ruinas tras los bombardeos de 1940 la Catedral de Coventry, construida en 1046; en Francia arrasó las catedrales del siglo XIII de Amiens y de Lyón y edificios que databan del siglo XIV en la ciudad de Ruan; por solo recordar dos ejemplos.

"Operación Linz" (y cabría mejor Lince, como todo un depredador, aunque el lince se dedica a piezas de menor tamaño) llamaron los alemanes al saqueo de museos, bibliotecas, iglesias y colecciones particulares. Saqueo con el que sustentaban el supermuseo de Hitler en Linz. 39 catálogos se presentaron en el proceso de Nuremberg, en los que se describían los tesoros robados por los nazis durante la guerra. Y si esa era la posición adoptada con las demás potencias ¿qué restaba para quienes no lo eran? Absolutamente nada, más odio e irracionalidad. En Praga quemaron la biblioteca de la Universidad y la Galería Nacional; en Belgrado, Yugoslavia, destruyeron el antiguo palacio real y saquearon la Academia de Bellas Artes; en Polonia arrasaron con los 705 monumentos históricos y culturales que había en la capital; al igual que con el centro histórico de Rótterdam, Holanda, con sus edificios y museos únicos. De la antigua Unión Soviética el recuerdo se torna insoportable. Allí destruyeron 1670 iglesias ortodoxas, 237 católicas y 532 sinagogas en las principales ciudades. En Leningrado, hoy San Petersburgo, destruyeron 113 edificios históricos de los siglos XVIII y XIX y además, 116346 muestras, o sea esculturas, fuentes, gobelinos, parques, muebles, colecciones de monedas, relojes, ámbar, porcelana, espejos.

Algo similar está sucediendo en todo el Medio Oriente: hasta los agresores muertosdehambre se han convertido allí en temibles depredadores de los patrimonios de esa región. Ya se sabrá toda la riqueza que succionaron (y succionan) allí los seguidores posmodernos de Hitler.

Bien que, por ejemplo, y acaso como respuesta al lejano desastre, ya funciona desde el 2002, la nueva biblioteca de Alejandría. Ella ocupa hoy el quinto lugar en el mundo, después de las bibliotecas del Congreso de Estados Unidos, la Nacional Británica, la Nacional Francesa y la Biblioteca del Vaticano, con una superficie de 36 mil 770 metros cuadrados, una altura de 33 metros y 11 pisos. Cuenta con 200 mil libros —50 mil de ellos ejemplares únicos—-, 50 mil mapas, 10 mil manuscritos, 200 mil discos o cintas de música, 50 mil multimedia visuales y 10 mil de audio.

La colega Maggie Marín anota en Bohemia las palabras del ex – director de la UNESCO, Mahtar M. Bow: "esta biblioteca, la Nueva Biblioteca de Alejandría, ayudará a transformar la escena cultural de buena parte del mundo". (1)

Claro que se hará justicia como esta de Alejandría, para atragantar ciertas naturalezas insaciables. Pues se sabe también que precisamente en esa parte del mundo, en Irak, los grandes depredadores como Estados Unidos e Inglaterra, han pillado y destruido alrededor del 50% del patrimonio nacional, que por supuesto incluye el petróleo.

Más certeras son las palabras del investigador cubano Eliades Acosta en el V Congreso Internacional Cultura y Desarrollo, celebrado en junio del 2007, cuando expresara: "con la invasión de Estados Unidos se han destruido más de un millón de volúmenes de la Biblioteca Nacional de Irak, se han saqueado más de 700 sitios arqueológicos y ahora esta barbarie ha sido complementada con el asesinato sistemático de cientos de intelectuales, periodistas, científicos, escritores y filósofos…" (2)

Ni los bárbaros alcanzaron a ver lo que presencia hoy el mundo, ni los nazis (sus hijos aventajados): no disponían de los medios ni de la experiencia acumulada con que cuentan los actuales depredadores, aunque en algunos campos de concentración no dejaron de sacarles las dentaduras de oro a miles de reclusos antes de cremarlos para jabón.

La maqueta del museo, ubicada en la parte baja y céntrica del lobby, no solo permite la rápida orientación del visitante con el panel de información que descansa a su lado, sino además, es dichosa: ostenta con orgullo la magnificiencia de la arquitectura del edificio.

Alguien me contó la facilidad con que había surgido el diseño ganador del concurso convocado al respecto. Partió de un gráfico de relaciones sencillo, de esos que conocen y estudian los arquitectos. El gráfico indujo un boceto o las líneas estructurales de una carpa de circo rudimentaria. Dicen que mirando la embrionaria carpa, el diseñador sonreía, "Si la pongo bocarriba…" e invirtió la relación que había obtenido del gráfico. "Un búcaro que ofrece flores al universo", se dijo en voz baja, meditativo. Acto seguido, apenas sin detenerse, sustituyó el búcaro por el dibujo del archipiélago cubano: "Cuba ofrece al mundo sus magníficos esfuerzos". Y así concluyó el boceto general que sería la base del diseño. Al parecer, demasiado sencillo para tamaña idea.

Luego habría que ver cuánto se meditó en ello con anterioridad. Generalmente las grandes ideas son resultado de largas meditaciones, muy pocas procrea la espontaneidad.

Y ahora que acaba de echar a andar este museo, pienso en lo difícil que le debió haber resultado al santiaguero Emilio Bacardí y Moreau, la fundación del primer museo-biblioteca de carácter público en Cuba, el 12 de febrero de 1899. Solo a descarnados amores e inspiraciones tenaces les son dados tales logros. "Si me cabe alguna deuda por esta vida será por mi único pecado: haber amado demasiado, hasta la exageración, a mi Patria…", así aseguró, y dejó de ello pruebas suficientes. Desde su posición de alcalde de la ciudad, fundó la Escuela de Arte, instituyó el cuerpo de bomberos, pavimentó calles, trabajó en el rescate de la casa del poeta José María Heredia, entre otros muchos logros que alcanzara junto a su esposa Elvira Cape, cuyo nombre lleva la biblioteca provincial de Santiago de Cuba. Escritor de extensa obra literaria, fue también un independentista. Y en aquel museo permanecen objetos protegidos por él y donados después para la historia. Pertenencias de varios jefes mambises, una momia que trajo de Egipto y colecciones de pintores europeos y americanos.

Mi pausa frente a la maqueta y al panel de información obedece al disfrute de la belleza de aquella, que sobrecoge por su minuciosidad y fuerza expresiva. No la necesito para orientarme. Las señalizaciones, pequeños paneles con títulos, anuncios, indicaciones y todo tipo de información advierten hacia adónde debo dirigirme.

El lobby en general, aunque no es modesto, no llega a la suntuosidad; más bien obra grave y moderado, con la solemnidad característica de estos lugares. Luego se ve amplio y ajustado a exquisita funcionalidad. Las verdes plantas ornamentales, la iluminación combinada, natural y artificial, los cristales espejeados, lo ambientan acogedoramente; enfatizan el conjunto. En el costado derecho, después de una pequeña rampa, se extiende un espacio más bajo de atención directa al público. Cafetería, tienda, elementos necesarios para la espera y el descanso, cuya iluminación concuerda con el diseño general. Detrás de la maqueta, a unos metros, un escalón que atraviesa el lobby permite el acceso al espacio frente a los elevadores. Al costado izquierdo la vegetación es más tupida, pero es por ese lugar por donde debo iniciar mi recorrido. Ahí comienzan, detrás de esas plantas y bejucos, las salas expositivas del pabellón preambular. Hacia allí encamino mis pasos.

Todos vamos, nadie viene. No hay un solo movimiento en el lobby principal que sea de regreso. Los grupos de personas que bajan por los ascensores o las escaleras se pierden en una salida más allá de aquella área

Tras la vegetación me sorprende la escultura de un aborigen antillano. Lo identifico de inmediato: un aruaco, un guerrero en actitud desafiante con una macana lista para golpear. No es un inca, ni un azteca, ni un maya; es Hatuey. Cualquier taíno puede ser Hatuey. Nadie recuerda su rostro, sino su salto a la inmortalidad.

En este sitio el olor de museo se percibe con mayor nitidez, como una sinestesia ampliada. El visitante inepto generalmente lo que percibe es un olor a limpieza, organización y determinada "cultura del detalle", pero es más exacto si se sabe percibir; no es almizcleño, ni a incienso, sino mezcla de barnices, maderas, cristales, pinturas, aceites, acrílico y metal; un olor a objetos y piezas y óleos. A veces se confunde con la solemnidad y el respeto, o lo muerto y antiguo. Pero va más allá y limita con el olor a brillo y arte; es más estricto; ataca el olfato desde la vista, la piel o los oídos con el silencio, el bisbisear de la voz baja, el taconeo en el piso. Incluso, en los museos mal climatizados el olor, frío o caliente, penetra por los poros. Hasta el gusto obra en el olor de museo como una sensación sobrecogedora.

Así comienza el pabellón preambular, con el Salón 1492 – 1867; después le sigue el Salón Gómez – Martrí y más allá, el Salón de la República Neocolonial, que culmina en 1958. Este pabellón, que incluye el lobby principal, junto a otras salas y espacios, conforma la planta baja del edificio. En este preámbulo debe aparecer la forja del internacionalismo cubano, el proceso de evolución del desinterés y desprendimiento de los revolucionarios cubanos. Los pabellones, salas y espacios elevados del inmueble, corresponden a la exposición del internacionalismo practicado por los cubanos después de 1959.

Desde luego la insularidad, posición geográfica y condiciones naturales del archipiélago, propiciaron el internacionalismo. Como me enseñaron en la escuela, "las condiciones ambientales y climáticas, la exuberancia de la flora, la nobleza de la fauna, la fertilidad de los suelos, los beneficios de las corrientes marítimas (incluso para la navegación oceánica) y la practicabilidad del contacto con otras tierras y culturas, propician inicialmente las emigraciones y luego, a la permanencia en el territorio de seres de diversas latitudes", que conforman al final un mosaico de pueblos no solo de raíz española o africana, sino también china, árabe, mexicana, francesa, canaria y otras. De ese origen vienen la visión y el padecimiento universales.

Una camada de sucesos (leídos, aprendidos y sufridos también) me atrapa y conforma. Soy la escultura tallada por ellos. Se agolpan, se mezclan y trastrocan, azuzan el ambiente; los respiro y trato de organizarlos en la mente alerta. No solo es el inmueble y su contenido material, sino cuanto significan para mí. Días, meses, años de continua dedicación. Aquí, ahora, se truecan el impulso, la historia real, la memoria vivida y la aspiración soñada. La proverbial batalla llega colmada del sufrimiento anónimo. La peripecia idealizada de tanto manoseo se abraza al sobresalto íntimo y desconocido. Y con igual fuerza que el ademán protagonizado, en puerto atraca el texto escrito y meditado. Gotean, vierten, desbordan ante la exposición, ante cada objeto, cada nota.

Hatuey o Yahatuey, cacique quisqueyano de la región de Guahabá, en el extremo occidental de Haití, se erige tallado en madera dura. Su figura es bien parecida a la de los "indios" que encontró Colón a su llegada a este mundo. Menor de treinta años, hermoso cuerpo, buena cara y cabellos cortos y gruesos, casi "como seda de cola de caballo". Tiene los rasgos faciales típicos del mongoloide americano, piel cobriza, desprovisto de barbas y una estatura que no sobrepasa el 1,58 m. Así aparece en su tamaño natural, de cuerpo entero en un contexto que realza su presencia. Dos canoas, la coa, la hamaca y junto a un bohío de pencas de palma, fiel exponente de la arquitectura vernácula, descansan varios elementos tallados de las piedras, las conchas o elaborados con barro: cuchillos, vasijas, platos y otros medios que rememoran el batey taíno, o mejor, el ambiente taíno.

¿Fueron Hatuey y sus seguidores los primeros internacionalistas que desembarcaron en esta tierra? Bueno, el término internacionalista es bastante reciente; aún en la Segunda Guerra Mundial se decía internacionales. El gesto de Hatuey fue acaso instintivo, de supervivencia y apoyado en una concepción primitiva, o más precisamente, en una concepción mágico religiosa de la realidad. Varios siglos necesitó el hombre para clarificar el internacionalismo que, digámoslo por lo claro, todavía se encuentra evolucionando, despojándose de incontables prejuicios e innumerables enemigos.

Después de la rebelión en su comarca contra los conquistadores españoles y de comprender la inutilidad de su resistencia, cacique y seguidores se vieron obligados a emigrar hacia Cuba. En canoas llegaron a Maisí y se asentaron en la desembocadura del río Toa. Luego, iniciaron una resistencia que solo duraría dos o tres meses. Con ataques sorpresivos y emboscadas el cacique mantuvo en jaque a los españoles durante ese tiempo. Pero el armamento superior de estos barrió la resistencia de los rebeldes. Perseguido con tenacidad y capturado en su refugio, tras la traición de uno de los quisquellanos, Hatuey fue quemado vivo en una hoguera, según algunos historiadores, el 2 de febrero de 1512 por fuerzas de Diego Velázquez; otros afirman que fue en octubre de 1513. El lugar de la hoguera también está en dudas: para unos ocurrió entre Manzanillo y la Sierra Maestra; otros la sitúan en el Yara de Manzanillo y para los últimos, en el Yara de Baracoa, donde se erigió un monumento en memoria de la rebeldía. Lo cierto es que Hatuey se considera el primer jefe que luchó por la libertad de Cuba. Y esta rebelión constituye un gesto de la solidaridad inherente al ser humano (bien que se sabe del intento del cacique por levantar en armas a los nacidos en esta tierra y del rechazo de estos a la conminación), por ello el primer ademán internacionalista que presenció este archipiélago, que se conozca, desde luego. -Todavía vivo, las llamas consumiendo su cuerpo, se mantuvo irreductible. Se negó, en esos momentos, a la propuesta de un sacerdote de evangelizarlo, de convertirlo al catolicismo para que fuera al cielo. Se negó porque al cielo iban los españoles cuando morían y él no quería estar junto a ellos.

Como toda derrota, amarga debió haber sido la partida de Hatuey de su tierra; claro, con la esperanza de volver tras la victoria en teatro más favorable. Y menudas también la amargura y la impotencia al sentir la esperanza diluirse entre los dedos. Solo quien ha vivido momentos semejantes puede entenderlo. Momentos que retornan ahora frente a su escultura. Y se me llena la boca de un sabor a nada, tal vez a rabia. El mismo sabor que sentí ante la primera derrota, en el primer bombardeo por la fuerza aérea enemiga.

Fue un bautizo en el que ni siquiera improperios les lanzamos a los aviones enemigos. Entonces el silencio obraba en cada mirada cubana. Hiel y sombra, confusión, odio, angustia, impotencia, insatisfacción. Miradas de denuestos soeces, de un odio inimaginable hacia uno mismo. La vergüenza martilleante, dolorosa, por la incompetencia e incapacidad. Argamasa incoherente de sensaciones desagradables. Maldita borrasca que se cernía sobre nosotros, partiendo en esperpentos entusiasmos y alegrías, devolviéndonos a la realidad, advirtiéndonos con unigénitos designios la presencia de la guerra. Y las guerras son letales.

La aviación enemiga conocía bien la región, la había ocupado con anterioridad: cada escondrijo del relieve era camino trillado para ella. Por demás, ese día los jefes de unidades se encontraban reunidos en el Estado Mayor de la Brigada. Al frente habían permanecido los sustitutos. La situación era muy tensa y cualquier avión que volara intentábamos identificarlo. Aquel avión voló sobre el grupo coheteril y el suboficial Leonel, técnico del dispositivo trasmisor de mandos, lo identificó: -"¡Es un MIG-23!". – "¡Qué MIG-23, si aquí no hay MIG-23!", fue el reclamo burlón de Leonardo, oficial de conducción que se encontraba en el interior de la cabina, pues estábamos en trabajos reglamentarios con todos los equipos conectados.

Evidentemente, el suboficial Leonel, inconsciente, asociaba aquel avión que nunca había visto, a la campaña de difamación creada entonces contra Cuba con relación a los MIG-23, avión que tampoco había tenido tiempo de ver en la Isla, pues nosotros ya habíamos partido cuando comenzó la campaña propagandística yanqui, por la introducción de dichos aviones en Cuba.

De inmediato se escucharon las explosiones: bombas sobre la ciudad. Entró corriendo el teniente Figueroa a la cabina, y gritando: "¡Mirage, Mirage!" Todo se convirtió en una barahúnda bajo el retumbar de las explosiones y los gritos de alarma. La sirena aullaba y la campana sonaba en todo el campamento. El personal corría a ocupar sus puestos de combate vociferando: -"¡Posición uno, Mirage!" El operador del puesto de observación visual se lanzó desde su altura por el tubo al estilo de los bomberos, en busca de una trinchera. – "¡Búsqueda, coño, ázimut, ciento ochenta, para el sur!" Afuera de la cabina un subteniente intentaba formar una escuadra para hacer una barrera de fuego con fusiles AKM. Todo fue inexperiencia. La sorpresa fue total, categórica: nadie pudo tirar, ni siquiera los flecheros. Nos preguntábamos cómo había sucedido todo en apenas uno o dos minutos. Ciertamente, nuestro grupo se encontraba en trabajos reglamentarios, comprobaciones periódicas que se les realizan a los dispositivos electrónicos del sistema coheteril, lo cual aumenta considerablemente el tiempo para estar disponible para el fuego. Para tirar, en estos casos, se necesita establecer cada interruptor de los dispositivos en su posición inicial o de combate y realizarle al complejo las comprobaciones elementales, de orientación y sincronización de todo el sistema. Ello era imposible en el breve tiempo que empleaba la aviación enemiga con un solo sobrevuelo.

Magnífica, casi perfecta justificación para no haber tirado. Pero ninguno de los tres complejos emplazados alrededor de la ciudad pudo tirar. Por eso, entre otras muchas razones, nos sentíamos avergonzados: cualesquiera que hubieran sido las razones, el enemigo penetró la defensa antiaérea y bombardeó en nuestras propias narices. Hecho insólito. Nosotros estábamos preparados para cualquier cosa, pero no para la derrota. A esa conclusión llegamos al cabo de mucho meditar.

Aquella sensación de intolerable insistencia se acentuó cuando, al día siguiente, informaron por la radio nacional el número de víctimas, más de treinta: bombardearon la población civil impunemente. Niños, mujeres, ancianos, perecieron o resultaron heridos por bombas enemigas. Y nosotros estábamos allí para evitar aquellas situaciones.

Dos veces más bombardearon, y a menudo violaban la frontera con aviones de tipo Camberra, Bucanero, Mirage III y Mirage V; bombarderos, cazas tácticos y puestos de mando. Como Los pájaros, de Alfred Hitchcot, regando la muerte y el terror en la población.

Más trágica, por supuesto, debió haber sido la sensación de Hatuey en su retirada hacia Cuba. Imagino sus últimos momentos, acaso de rabia, de desolación y dolor, de perplejo desencanto, o de una esperanza muy fuerte en los que vendrían después (si alcanzó a comprender algo de cuanto estaba sucediendo).

Solo treinta años le bastaron a los españoles para exterminar el 99% de los habitantes de este archipiélago y desaparecer una cultura de diez siglos de evolución, en nombre de una Iglesia y de un rey que, con la evangelización de los indígenas, exigían la conquista para el enriquecimiento y la grandeza, mediante la esclavización y el despojo de aquellos a cualquier precio. Así pensaron y actuaron los victimarios de Hatuey. Y duele, pues según investigaciones recientes, todavía hoy en nuestro genoma obra la pauta aborigen.

Con minuciosos pensamientos continúo el recorrido. Trato de enlazar los hechos, conformar la memoria. Luego de esa imitación del típico batey taíno, que inaugura el Salón 1492 – 1867, donde los museógrafos tuvieron el tino de enfatizar la virginidad de la manigua cubana del siglo XVI, bien tupida y de multitud de verdes, lograda con el empleo de luces, pinturas y barnices, continúa un segundo sitio más amplio y despejado, y le sigue un tercer sitio similar en su construcción, pero que sierra el espacio para dar paso al Salón Gómez – Martí.

Ahora la exacta ubicación de los objetos y la ambientación espacial permiten la interpretación del sitio y estimulan el aprendizaje de quienes no conocen la historia que se desea reflejar. Luego para mí es fácil la apropiación de la historia. Primero porque me paso la vida hurgando en ella y segundo ¿por qué no?, porque la ambientación correcta favorece la meditación, por ejemplo. No soy friolento pero detesto esos lugares de uso múltiple, de conferencias, salas de cine o teatro, incluso museos, cuya climatización es deficiente. Y puede ser deficiente por exceso de frío o de calor. El frío atenta contra la concentración y el calor beneficia el relajamiento, diluye la tensión. La temperatura, la humedad y la luz determinan el clima del museo. Factores que no solo deben tenerse en cuenta para bienestar y comodidad del visitante sino, en la misma medida, para la exposición y conservación de los objetos, lo cual también pone a considerar los cierres al exterior, muros, cubiertas, sistema de ventilación y otros aspectos técnicos.

Con el termómetro, el hidrómetro y el termo-hidrógrafo cuenta el conservador para cumplir sus funciones de controlar la temperatura y la humedad. Ambas se regulan con ayuda del aire acondicionado, los unificadores y desunificadores, que eliminan e introducen agua en el aire.

La temperatura en un museo es menos dañina que la humedad para los objetos expuestos, pero sus cambios fuertes pueden provocar reacciones químicas a nivel molecular, físicas y biológicas como la aceleración del crecimiento de hongos. En cambio, la humedad relativa, que es la relación entre la cantidad de agua que hay en un volumen y el máximo que puede tener ese volumen, debe mantenerse entre un mínimo de 30% (en invierno) y un máximo del 60% (en verano). En fin, si el ambiente es muy seco, por ejemplo, la madera de la escultura de Hatuey se resquebraja y si hay exceso de humedad, dicha madera se cubre de bacterias y hongos.

Los dos uniformes del regimiento de fijos de La Habana y de los batallones de pardos y morenos expuestos en una vitrina, los sables, cañones y fusiles de la segunda mitad del siglo XVIII, y los cuadros del general cubano Juan Manuel Cajigal y Monserrate, de su más allegado hombre, el venezolano Francisco de Miranda, del comerciante habanero Juan Miralles, del comerciante norteamericano Robert Morris y del general Bernardo Gálvez y Gallardo, cuyo ejército estaba compuesto, entre otros, por fuerzas criollas de Cuba, me recuerdan los sucesos protagonizados por esos hombres. Además, al final del espacio, en la pared izquierda, hay un cuadro de un joven oficial francés con un cintillo que lo nombra como Claudio Enrique de Saint – Simon, el célebre socialista utópico cuando era joven. Debajo del cuadro un panel de cristal muestra las monedas de la época, varios pesos de ocho reales. En la otra pared frontal, en un amplio mapa de Estados Unidos, se reflejan las victorias de Manchac, Baton Rouge, Panmure, Mobila y Pensacola.

Ciertamente, de 1779 a 1782 los cubanos habían ofrecido su sangre y sus vidas por la independencia de Estados Unidos.

Los generales Bernardo Gálvez y Juan Manuel Cajigal al mando de tropas criollas, entre otras, habían limpiado el Mississippi de ingleses, para garantizar la ruta de abastecimiento a los rebeldes de Norteamérica, encabezados por el general George Washington. Fue la primera vez que los cubanos prestaron ayuda internacionalista a otro país.

Otro hecho que demuestra esa ayuda ocurre cuando el general Washington se queda sin recursos en esa misma guerra. A través del comerciante Robert Morris lo supo el general Cajigal y envió al venezolano Francisco de Miranda, con una carta personal, a ver al general independentista, para conocer y ultimar detalles sobre la asistencia. El venezolano Miranda, posteriormente iniciador del movimiento independentista latinoamericano, era entonces el ayudante personal y amigo íntimo del general cubano. No se sabía entonces cuan larga y gloriosa sería la página de heroísmo y sacrificio que escribiría el venezolano.

A su regreso de Norteamérica, se dedicó a reunir los recursos necesarios para aquella contienda. Se sacaron algunos fondos del país, las damas habaneras, en recaudaciones públicas, entregaron sus joyas para la causa norteamericana y se logró sumar un millón ochocientos mil pesos de ocho reales, cantidad de dinero que le entregó el venezolano Francisco de Miranda al oficial francés Henry de Saint – Simon, para que llegara a manos del general Washington. Con este dinero, que sirvió para pagar a las tropas y cubrir otros gastos, unido al refuerzo de tropas habaneras y haitianas, Washington rinde las tropas del general británico Cornwallis en la región virginiana de Yorktown.

A retazos están los hechos descritos en el espacio expositivo. "1800000 pesos de ocho reales entregaron los cubanos al general George Washington para la independencia de EE.UU.", reza una nota donde se muestran las monedas. En la vitrina donde cuelgan los uniformes, "Uniforme de las tropas cubanas que participan en la contienda". "Armas utilizadas por independentistas cubanos en EE.UU." "El pueblo cubano fue uno de los que más aportó a la independencia de Estados Unidos". Estas y otras muchas inscripciones abundan en la sala, como magníficas herramientas de esclarecimiento para los visitantes. Los detalles de cada aspecto, la historia minuciosa, se conserva en el fondo bibliográfico del museo.

Si aquella colaboración con Estados Unidos fue uno de los gestos inaugurales del internacionalismo cubano, también, de cierta manera, lo fue el de nosotros, casi dos siglos después.

Los hechos siempre han marcado el tiempo con murmullo singular y éste, a su vez, ha hollado la piel del hombre con mayor rigor que el vientre de la madre. Nadie debe envidiar cuanto le tocó vivir al otro, sino alzarse en sus propios hechos, lo cual significa vivir intensamente los años dados. También por nuestros cuerpos anda el hierro candente del tiempo que nos ha tocado vivir. El aterrizaje mismo, la llegada, el choque primero con una realidad inimaginada; la oscura noche, negra, color que se engrosaba desde las luces del interior del avión; el baho pegajoso ya en la escalerilla.

Desde La Habana conocíamos nuestro destino. Luego hubo tanto sigilo alrededor de aquella misión, tan larga discreción entre tanta gente, que nos perecía imposible ese país. Ciertamente, Kalimantán obró siempre como "palabra" de destino, pues bien sabíamos que no se trataba de aquel pedazo de tierra enclavado en Australia. Aún en el avión, cuando retornábamos de la antigua Unión Soviética, de un tiro coheteril práctico efectuado allá, donde habíamos obtenido magníficos resultados —mientras en Cuba se desarrollaba el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, en 1978—, nuestros jefes nos insinuaron el futuro cumplimiento de una misión internacionalista en Kalimantán. Desde entonces, de acuerdo con nuestra juvenil mentalidad, fuimos gente más austera, con un estilo de conducta cotidiana muy elevado, dispuesto al sacrificio si hubiese sido necesario. Kalimantán fue la almohada de los sueños. Allí derramaríamos la sangre en actos de heroísmo; doblegaríamos al enemigo y derribaríamos cientos de aviones; el campo de batalla que arrasaríamos con rotundez inaudita. Pedestal de nuestra gloria. Kalimantán podía estar ubicado en África, América o Asia, incluso, lo más probable era que se encontrara fuera del sistema solar. Por lo menos hasta allá llegaban nuestros sueños de 22 y 23 años y las ansias de igualarnos a los muertos de nuestra felicidad, parafraseando al poeta. Tanto tiempo idealizamos aquella destinación, casi un año, que nos parecía imposible que la tarea se fuera a desarrollar en un país tan marcado por los cubanos como Angola, atado a Cuba por lazos ancestrales.

No obstante, nuestra presencia en Angola inauguraba las Tropas Coheteriles Antiaéreas. Éramos (y somos, por supuesto) los fundadores de las T.C.A.A. en Angola.

Partes: 1, 2, 3, 4
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