Aparece el blanco en la pantalla del indicador del oficial de conducción, diáfano, rápido, a bajas alturas. "¡Hay objetivo, solitario, se acerca; distancia, veinticinco!" "¡Seguirlo!", ordena el oficial de conducción y pone el blanco en manos de los operadores de seguimiento manual. "¡Fi uno!", "¡Fi dos!", informan: lo acompañan. Ahora más del cincuenta por ciento de los resultados del tiro depende de los operadores de seguimiento manual, que deben mantener el blanco en el centro de las pantallas de los indicadores, en la intercepción de las marcas vertical y horizontal. "¡Velocidad, dos-cincuenta; parámetro, cero; altura, cero-coma-cinco!", informa el oficial de conducción y a continuación, el jefe de batería calcula, decide e informa también: "¡Es posible el tiro!" Luego advierte: "¡Atención, dos kilómetros!"; segundos después señala: "¡En zona!" "¡Un momento, no tiren todavía!", ordena el jefe de grupo y explica con desesperante serenidad: "Déjalo que entre más, vamos a tirarle en la confiable". Pero el blanco aumenta la velocidad. Al parecer el piloto se turba y comete el error irreparable de aumentar la velocidad en dirección al grupo coheteril, o bien que esa es la única dirección posible para intentar la fuga, sobrevolarnos a gran velocidad. "¡En zona, coño!", exige el jefe de batería la necesidad de tirar: el avión se encuentra ya en la profundidad de la zona de destrucción del complejo. No se puede esperar más. "¡Destruirlo con dos, tres puntos; lanzamiento!", ordena el jefe de grupo y de inmediato: "¡Tomar medidas, posible portador!" El oficial de conducción, suboficial Mendiola, aprieta el botón de lanzamiento, se afinca, casi se levanta de la silla ejerciendo presión sobre el botón. Una explosión seca, profunda, seguida de un estremecimiento, cubre de polvo y tierra la cabina, anunciando la salida del primer cohete. "¡Despega el veintiuno!", informa el jefe de batería que lo comprueba en su puesto de combate. Otra explosión, y el estremecimiento que le sigue recuerda el telúrico movimiento de las entrañas de la tierra. "¡Despega el veintidós!" "¡Captura, radiodirección del primero!" "¡Captura, radiodirección del segundo!", informa el oficial de conducción. Los dos cohetes ya se observan en las pantallas de los indicadores como pequeñas manchas verde – brillantes. Vuelan hacia el blanco que se acerca a gran velocidad. Una tensión expectante acompaña el vuelo de los dos cohetes en el interior de la cabina, como si el desenlace dependiera de todo el silencio del planeta. Luego, se rompe con extrema delicadeza, solo se escuchan tres voces, como una tonada aprendida muchos años atrás. Por una parte son las voces del jefe de batería y del oficial de conducción: "¡Landa dos!" "¡Landa dos!" "¡Landa uno!" "¡Landa uno!" Y por otra, como arrítmico fondo que va tomando protagonismo en la medida que se acerca el cohete al avión, la voz del jefe, alentadora, firme, severa, que va desgarrando el enigma de un resultado exitoso. Se dirige al oficial de conducción y a los operadores de seguimiento manual, encargados de evitar que el blanco se pierda. Una simple torpeza de esa dotación lo echaría todo a perder. "Manténganlo ahí, no se puede ir. ¡Ahora sí se jodieron, carajo, le partimos la crisma, coño!" Una maniobra emprende el objetivo, desesperada —-"¡Maniobra por ázimut!"—-, inútil, sin sentido ya: no puede escapar en su último ademán. "¡Primera explosión!" "¡Última explosión: el objetivo pierde velocidad, disminuye altura; objetivo destruido; distancia, quince kilómetros!"
Un alboroto se dinamiza en el interior y fuera de la cabina. Exclamaciones, gritos, saltos, sonrisas, boinas al aire, fusiles que se empinan. Hay quien corre hacia la rampa de lanzamiento número dos, para ver cómo quedó después de la salida de los dos cohetes. Pero el jefe conoce la necesidad de imponer el orden. Sabe que el combate ha terminado en apenas dos o tres minutos. Los objetivos que aún se observan en la situación aérea son inalcanzables. Sin embargo el enemigo está en frente; a sus espaldas, Lubango y sus habitantes; en los alrededores, tropas internacionalistas cubanas, refugiados namibios, tropas de las F.A.P.L.A.
Por eso ordenó por micrófono, de la misma forma que antes dirigiera el combate: "¡Búsqueda, del noventa al dos – setenta!" Luego, aclara: "Vamos a tirar al alcance". Era la única orden que podía restringir la alegría y el alboroto. De alguna manera había que mantener el orden y la concentración. Y durante dos horas más oteamos en el espacio aéreo, rastreando aviones, hurgando en las montañas y en los recovecos del relieve. Los rostros, embriagados por el éxito, se mostraban más animados y responsables, más atentos a las órdenes y explicaciones. Era el empuje, el estímulo de haber cumplido la misión, de haber salvado decenas de vidas inocentes incluso.
Al día siguiente, fue reconocido por Pretoria el derribo de tres aviones de tipo Mirage III, de un total de seis que salieron con misión especial. Este reconocimiento de Sudáfrica se adulteró al condicionarlo a la participación de los cubanos, o sea, no reconocían el derribo si los cubanos no admitíamos que nosotros lo habíamos efectuado.
Además, la circunstancia de que por diversas razones no encontramos los restos del avión que habíamos destruido, provocó una sarta de especulaciones de personas que ni vivieron las acciones ni participaron en ellas. Tal vez los sudafricanos hubieran encontrado los restos de los aviones derribados, pues ellos sí se habían especializado en el rescate de pilotos. Pero mandar a buscar los restos de un avión a un jefe de batería radiotécnica, con varios más, sin ninguna experiencia en ese tipo de acción, guiándose solo por la distancia y el ázimut en que se había destruido el avión, fue inútil y una orden vanidosa y falta también de experiencia.
No obstante, se encontraron por otra gente algunos pedazos de cohetes y de avión, según nos informaron. Prueba de un combate que inauguró cierto período de calma en la región, pues cesaron los ataques, por lo menos durante el tiempo que aún permanecimos allí los fundadores de las Tropas Coheteriles en esa nación.
Solo quienes participamos en las acciones combativas directamente y estábamos en la cabina de conducción de cohetes, podemos afirmar con certeza, con total conocimiento del complejo coheteril y de sus posibilidades de destrucción, si se destruyó o no aquel avión. Los científicos, que no estuvieron en aquel combate, pueden guardar sus especulaciones para cuando se les de la oportunidad de verlo con sus propios ojos.
Las acciones combativas del 7 de junio de 1980, donde se lanzaron 12 cohetes —-nuestro grupo había tirado solo dos—, tienen una significación mayor e histórica.
Se conoce, es proverbial, el derribo de un avión norteamericano de tipo U-2 el 27 de octubre 1962, durante la Crisis de Octubre, pero había sido una dotación soviética (por cierto, quien diera la orden de derribar dicho avión, el general Georgi Alekseevich Voronkov, fue el director de la Escuela Superior de Ingeniería y Mando de Odessa, donde muchos de nosotros habíamos estudiado con posterioridad y conocíamos del hecho). En esa acción murió el mayor Rudolph Anderson, piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, que también había volado sobre Corea Democrática, de 35 años y nacido en Greenville, Carolina del Sur, adonde fue devuelto su cadáver el 6 de noviembre de ese año 1962. (9) —-Los cubanos tiraron cohetes contra un enemigo real en Etiopía, pero fue contra una lancha. Nunca antes los cubanos habían tirado contra un enemigo aéreo, y en esta oportunidad dos dotaciones habían participado: la del grupo ubicado en El Cristo y la del grupo 15, ubicado en Arimba, que había tirado cuatro cohetes.
Por primera vez las Tropas Coheteriles Antiaéreas de Cuba, durante la fundación de sus homólogas en Angola, entablan combate con un enemigo aéreo, y el éxito colmó el esperado encuentro: el enemigo no pudo cumplir su misión. Y eso fue un resultado rotundo para quienes estudiamos en la antigua Unión Soviética. (Véase en este párrafo y en el anterior la hermandad internacionalista.)
La planta baja del edificio es un espacio polifuncional, donde se definen claramente los circuitos y su relación con los accesos públicos y privados; indicio de que no existen interferencias funcionales. El corredor que parte de la última sala, termina singularmente en un espacio abierto, que se conecta al fondo con el patio, por cuyos ascensores se llega a los pabellones elevados. (Ahora advierto un segundo complejo de ascensores). También a través de una rampa ancha se puede acceder a los elevados. Y es precisamente esta rampa la que lleva a los visitantes, en mesurado ascenso, a los distintos pabellones. Pequeños pasos y mezzanines ofrecen la posibilidad de visitar uno u otro sitio. Estas adiciones de Philip Johnson, estos espacios abiertos, permiten la utilización con eficacia de la iluminación natural.
O sea la planta baja del museo se divide en dos grandes espacios, a su vez subdivididos en salones, salas, sitios: el espacio correspondiente al pabellón preambular, donde se abarca museográfica y museológicamente la historia del internacionalismo en Cuba hasta 1958, y el correspondiente a una parte del pabellón militar, diversas áreas de distintas funciones y el patio casi en el borde del espacio.
Todos los demás pabellones, donde se exponen las ramas en las cuales Cuba ha prestado ayuda internacionalista a otros pueblos después de 1959, son elevados: una parte del pabellón militar, el de la salud, el de la educación, la construcción, de la cultura y el deporte, de la ciencia y la economía. Solo restan dos últimos pabellones, acaso semiaislados, independientes, junto al patio, el de la colaboración (según la guía, allí se presenta todo lo relacionado con el internacionalismo del extinto campo socialista con nuestro pueblo, el Consejo de Ayuda Mutua Económica, C.A.M.E., y la Alternativa Bolivariana para las Américas, A.L.B.A., desde luego, todo lo que no está expuesto en los pabellones relacionado con dicha Alternativa) y el pabellón interactivo.
Dos partes posee el pabellón militar; la primera ocupa una sección del patio, es abierta, donde se expone el armamento y la técnica militar participantes en las distintas misiones internacionalistas, y la segunda se ubica en el segundo piso del edificio.
He ahí la estructura general del museo, su arquitectura. Se ajusta perfectamente, tanto a las exigencias del museo moderno, como a las de una exposición muy específica. Solo en el pabellón preambular se expone la cronología del internacionalismo en la Isla, desde 1492 hasta 1958; los demás pabellones y espacios son independientes, con su cronología interna, desde 1959 hasta la actualidad.
En el pabellón interactivo hay talleres de creación para niños y adultos de la tercera edad, sala de video donde además, se imparten conferencias y se desarrollan espectáculos danzarios y musicales; un auditorio de 200 capacidades.
Esta interactividad también se puede apreciar en el Centro de Documentación, ubicado al costado del patio, bordeando un área de descanso con jardinería, una tienda y cafetería. En el Centro solo una parte del archivo está automatizada, pero se conserva en sentido general, el mayor fondo bibliográfico sobre internacionalismo que existe en el país.
Y por último, también en la planta baja, se dispone de dos salas independientes para exposiciones transitorias, las cuales facilitan que cada cierto tiempo, el público pueda actualizarse, lo mismo con la obra de un artista de la plástica, que con una efeméride determinada; o se actualizan de acuerdo a la visita al país o al museo de alguna figura eminente. Incluso, están preparadas para celebrar en ellas premiaciones u otro tipo de ceremonia. Cuando pase algún tiempo y el museo exija más espacio, por estas dos salas y el Centro de Documentación pudiera iniciarse la extensión del objeto arquitectónico sin que se afecte la uniformidad estructural.
Mientras observo la estructura general del inmueble y la comparo con cuanto he podido leer en la guía, detenido en la salida del pabellón preambular, me atrapa un pequeño libro, que descansa dentro de una graciosa urna de cristal, sobre un fondo azul. La urna exhibe un nombre: Kalimantán (desde un museo virtual); en su interior el libro está abierto en la página del prólogo, que es perfectamente leíble:
(1). Véase Bohemia. Año 99. No. 7. 30 de marzo de 2007. pp. 16-19.
(2). Véase Granma, 13 de junio de 2007.
(3). Véase Trabajadores, 16 de junio de 2007.
(4). Véase Bohemia. Año 99. No. 4. 18 de febrero de 2005. pp. 4-8.
(5). F. Castro Ruz. "Cien horas con Fidel". Capítulo 4.
(6). Ibídem.
(7). G. García Márquez. "Vivir para contarla". Editorial Doana, México
2002. p. 339.
(8). Ibídem. P. 357.
(9). Véase Juventud Rebelde, 27 de octubre de 2007.
Autor:
Enrique Martínez Hernández.
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