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La paz del mundo no sólo es posible, sino también inevitable (página 3)

Enviado por jesus gonzalez garcia


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4. Selección de los escritos de Abdul-Bahá sobre la paz

SELECCIÓN DE LOS ESCRITOS DE 'ABDU'L-BAHÁ SOBRE LA PAZ Has de saber que todos los poderes combinados de la tierra no tienen el poder de establecer la paz universal, ni de oponerse al dominio superior de estas guerras sin fin, en todo tiempo y época. Sin embargo, dentro de poco, el poder del cielo, el dominio del Espíritu Santo, enarbolará las banderas del amor y la paz sobre las altas cumbres, y allí, por encima de los castillos de majestad y potencia, ondearán esas banderas con los fuertes vientos que soplan desde la tierna misericordia de Dios.18

Ten la seguridad de que en esta era del espíritu el Reino de la Paz levantará su tabernáculo sobre las cumbres del mundo y los mandamientos del Príncipe de la Paz dominarán de tal manera las arterias y los nervios de todos los pueblos como para atraer bajo su protección a todas las naciones de la tierra. El verdadero Pastor dará de beber a sus ovejas de las fuentes de la verdad, de la unidad y del amor. Oh sierva de Dios, la paz se tiene que establecer primero entre los individuos, hasta que conduzca finalmente a la paz entre las naciones. Por ello, oh bahá'ís, esforzaos con todo vuestro empeño para crear, mediante el poder de la Palabra de Dios, auténtico amor, comunión espiritual y lazos duraderos entre los individuos. Ésta es vuestra tarea.19

Mientras duren estos prejuicios (religiosos, raciales, nacionales, políticos), habrá guerras continuas y espantosas.

Para remediar esta condición debe haber paz universal. Para conseguir esto se tiene que establecer un Tribunal Supremo, representativo de todos los Gobiernos y pueblos; a él se le deben referir los asuntos nacionales e internacionales, y todos deben cumplir los decretos de este Tribunal. Si algún Gobierno o pueblo desobedeciera, que todo el mundo se levante contra ese Gobierno o pueblo.20 Actualmente la paz universal es un asunto de gran importancia, pero la unidad de conciencia es esencial para que la base de este asunto esté segura, su establecimiento sea firme y su edificio sea fuerte. Por ello Bahá'u'lláh, hace cincuenta años, expuso este tema de la paz universal en una época en la que estaba confinado en la fortaleza de 'Akká, agraviado y encarcelado…

Entre sus enseñanzas estaba la declaración de la paz universal… las enseñanzas de Bahá'u'lláh no se limitaban al establecimiento de la paz universal. Abarcaban muchas enseñanzas que complementaban y apoyaban la de la paz universal…

En conclusión, tales enseñanzas son numerosas. Estos múltiples principios, que constituyen la mayor base de la felicidad de la humanidad y son los dones del Misericordioso, deben añadirse a la cuestión de la paz universal y combinarse con él para que produzcan resultados. De lo contrario la realización de la paz universal por sí sola en el mundo de la humanidad es difícil. Como las enseñanzas de Bahá'u'lláh están combinadas con la paz universal, son como una mesa provista de todo tipo de comida fresca y deliciosa. Cada alma puede encontrar lo que desea en esa mesa de dones infinitos. Si se limita el tema solamente a la paz universal, no se alcanzarán los resultados extraordinarios que se esperan. El alcance de dicha paz universal debe ser tal que todas las comunidades y religiones encuentre realizados en ella sus más elevados deseos. Las enseñanzas de Bahá'u'lláh son tales que todas las comunidades del mundo, sean religiosas, políticas o éticas, antiguas o modernas, encuentran en ellas sus más elevados deseos… Por ejemplo, el tema de la paz universal, sobre el cual dice Bahá'u'lláh que se tiene que establecer el Tribunal Supremo: Aunque se ha creado la Liga de las Naciones, es incapaz de establecer la paz universal. Pero el Tribunal Supremo que Bahá'u'lláh ha descrito cumplirá esta sagrada tarea con la mayor fuerza y poder. Y su plan es éste: que las asambleas nacionales de cada país y nación (es decir, los Parlamentos) deben elegir dos o tres personas que sean las más selectas de esa nación y estén bien informadas de las leyes internacionales y las relaciones entre los Gobiernos y sean conscientes de las necesidades esenciales del mundo de la humanidad en este día. El número de estos representantes debe ser proporcional al número de habitantes de este país. La elección de esas almas escogidas por la asamblea nacional, es decir, el Parlamento, debe ser confirmada por la cámara alta, el congreso y el gabinete, y también por el presidente o monarca, de modo que estas personas sean las elegidas de toda la nación y el Gobierno. El Tribunal Supremo estará compuesto por estas personas, y toda la humanidad estará representada en ella, pues cada uno de esos delegados es plenamente representativo de su nación. Cuando el Tribunal Supremo pronuncie su fallo sobre cualquier tema internacional, ya sea por unanimidad o por mayoría, ya no habrá pretexto alguno para el demandante ni base de objeción para el defensor. En caso de que alguno de los Gobiernos y naciones sea negligente o ande con dilatorias en la ejecución de la decisión irrefutablemente del Tribunal Supremo, las demás naciones se levantarán contra él, porque los defensores de este Tribunal Supremo son todos los Gobiernos y naciones del mundo. ¡Considerad lo firme que es esta base! Pero mediante una Liga limitada y restringida no se cumplirá el propósito como debiera. Ésta es la verdad de la situación que ha sido enunciada…21

La verdadera civilización desplegará su bandera en el mismísimo corazón del mundo cuando cierto número de sus distinguidos soberanos de mentalidad elevada (los brillantes ejemplos de la devoción y la determinación) se levanten para establecer la Causa de la Paz Universal con firme resolución y clara visión. Deben hacer de la Causa de la Paz el objeto de consulta general y buscar, por todos los medios a su alcance, establecer una Unión de las naciones del mundo. Deben concertar un tratado de obligado cumplimiento y establecer un convenio cuyas provisiones sean sólidas, inviolables y definitivas. Deben proclamarlo a todo el mundo y obtener para él la sanción de toda la raza humana. Esta suprema y noble empresa (la verdadera fuente de paz y bienestar de todo el mundo) se ha de considerar como sagrada por todos los moradores de la tierra. Todas las fuerzas de la humanidad deben ser movilizadas para asegurar la estabilidad y permanencia de este Convenio. En este Pacto Supremo universal se deben fijar claramente los límites y fronteras de cada una de las naciones, establecer definitivamente los principios subyacentes en las relaciones entre los Gobiernos y determinar todos los acuerdos y obligaciones internacionales. De la misma manera, se debe limitar estrictamente la cantidad de armamentos de cada Gobierno, pues si se permitiera incrementar los preparativos para la guerra y las fuerzas militares de cualquier nación, se provocaría la desconfianza de las otras. El principio fundamental subyacente en este Pacto solemne se debe fijar de tal manera que si algún Gobierno más adelante violara alguna de sus disposiciones, todos los Gobiernos de la tierra deberán levantarse para reducirlo a completa sumisión; incluso la raza humana entera debería tomar resolución de destruir ese Gobierno con todos los poderes a su alcance. Si se aplica este el mayor de los remedios al cuerpo enfermo del mundo, con seguridad se recobrará de sus enfermedades y permanecerá eternamente a salvo y seguro.

Observad que si se alcanza tan feliz situación, ningún Gobierno necesita acumular continuamente armas de guerra, ni sentirse obligado a producir armas militares cada vez más actuales con las que conquistar a la raza humana. Se requerirá solamente una pequeña fuerza para propósitos de seguridad interna, la corrección de elementos criminales y alborotadores y la prevención de los disturbios locales, nada más. De esta manera, en primer lugar, toda la población se aliviará de la agobiante carga del gasto que actualmente se impone para propósitos militares, y, en segundo lugar, grandes cantidades de personas dejarían de dedicar su tiempo a inventar continuamente nuevas armas de destrucción (esos testimonios de codicia sanguinaria, tan inconsistentes con el don de la vida) y en su lugar dirigirían sus esfuerzos hacia la producción de todo lo que fomentara la existencia humana, la paz y el bienestar, y se convertirían en la causa de la prosperidad y el desarrollo universal. Entonces todas las naciones de la tierra reinarán con honor y todo pueblo se mecerá en tranquilidad y satisfacción.

Algunos, inconscientes del poder latente en el esfuerzo humano, consideran este asunto casi impracticable, incluso por encima del alcance de los mayores esfuerzos del hombre. Sin embargo, éste no es el caso. Por el contrario, gracias a la indefectible gracia de Dios, la amorosa bondad de sus favorecidos, los esfuerzos incomparables de almas sabias y capaces y los pensamientos e ideas de líderes sin par de esta edad, nada en absoluto se puede considerar inalcanzable. Se requiere esfuerzo, esfuerzo sin pausas. Nada que no sea una determinación indomable puede lograrlo jamás. Muchas causas que edades pasadas han considerado puramente visionarias, se han convertido en fáciles y practicables en este día. ¿Por qué esta Causa, la más grande y exaltada (la estrella del firmamento de la verdadera civilización y la causa de la gloria, el avance, el bienestar y el éxito de toda la humanidad) se ha de considerar imposible de alcanzar? Sin duda llegará el día en que su bella luz iluminará a la asamblea de los hombres.

A medida que los preparativos sigan por su curso actual, los aparatos de conflicto alcanzarán un punto en que la guerra se convertirá en algo intolerable para la humanidad.

Por lo que se ha dicho, está claro que la gloria y grandeza del hombre no consiste en el hecho de que esté ansioso de sangre ni tenga las uñas afiladas, no consiste en derrumbar ciudades y extender la destrucción, en liquidar fuerzas armadas y civiles. Lo que sería un brillante futuro para él sería su reputación de justicia, su amabilidad hacia la población entera, sea de alta o baja condición, su dedicación a construir países y ciudades, pueblos y distritos, a hacer la vida más fácil, pacífica y feliz para sus congéneres, a establecer los principios fundamentales para el progreso, a elevar los niveles y aumentar la riqueza de toda la población… Ningún poder en la tierra puede imponerse a los ejércitos de la justicia y toda ciudadela debe sucumbir ante ellos; pues los hombres se someten gustosamente a los golpes triunfales de esta espada decisiva, y los lugares desolados florecen bajo la marcha de este ejército. Hay dos potentes estandartes que, al proyectar su sombra sobre la corona de cualquier rey, harán que la influencia de su gobierno se extienda rápida y fácilmente por toda la tierra, igual que si fuera la luz del sol: el primero de estos dos estandartes es la sabiduría; el segundo es la justicia. Contra estas dos potentísimas fuerzas no pueden prevalecer ni siquiera las colinas de hierro, y la muralla de Alejandro se rompería ante ellos. Está claro que la vida en este mundo que se desvanece rápidamente es tan efímera e inconstante como el viento de la mañana, y siendo esto así, qué afortunados son los grandes que dejan tras de sí un buen nombre y la memoria de una vida dedicada al camino del beneplácito de Dios…

Una conquista puede ser algo digno de alabanza, y hay ocasiones en que la guerra resulta ser la base poderosa de la paz y la ruina el mismísimo medio de la construcción. Por ejemplo, si un soberano de mentalidad elevada ordena a sus ejércitos bloquear el ataque del insurgente y el agresor, o también si sale a la palestra y se distingue en una lucha para unificar un Estado o pueblo dividido, en pocas palabras, si libra una batalla por un propósito recto, entonces esta aparente ira es la misericordia misma y esta aparente tiranía es la mismísima esencia de la justicia y esta guerra la piedra angular de la paz. Hoy día, la tarea digna de los grandes dirigentes es la de establecer la paz universal, pues en ello se encuentra la libertad de todos los pueblos.22

En siglos pasados, aunque se había establecido la armonía, sin embargo, debido a la falta de medios, no podría haberse logrado la unidad de toda la humanidad. Los continentes permanecían ampliamente separados y, es más, entre los pueblos de un mismo continente era poco menos que imposible la asociación y el intercambio de ideas. Por consiguiente, las relaciones, el entendimiento y la unidad entre las naciones, pueblos y tribus de la tierra eran inalcanzables. En este día, sin embargo, los medios de comunicación se han multiplicado y los cinco continentes de la tierra se han convertido prácticamente en uno… De igual manera, todos los miembros de la familia humana, ya sean pueblos o Gobiernos, ciudades o aldeas, han llegado a ser cada vez más dependientes unos de otros. Ninguno puede ya bastarse por sí mismo, por cuanto los lazos políticos unen a todas las naciones y pueblos y cada día se fortalecen más los vínculos del comercio y la industria, de la agricultura y la educación. Por tanto, la unidad de toda la humanidad puede lograrse en este día.

En verdad, ésta no es más que una de las maravillas de esta maravillosa época, este glorioso siglo. De esto han sido privadas las épocas pasadas, pues este siglo -el siglo de la luz- ha sido dotado de gloria, poder e iluminación únicos y sin precedentes. De ahí el milagroso desarrollo de una nueva maravilla cada día. Con el tiempo se verá cuán luminosas brillarán sus luces en el conjunto de los hombres. Contemplad cómo amanece su luz en el oscuro horizonte del mundo. La primera luz es la unidad en el dominio político, cuyos destellos iniciales pueden ya percibirse. La segunda luz es la unidad de pensamiento en las tareas mundiales, cuya consumación será presenciada pronto. La tercera luz es la unidad en libertad, la cual sin duda ha de venir. La cuarta luz es la unidad de religión, la cual es la piedra angular de la base misma y, mediante el poder de Dios, será revelada en todo su esplendor. La quinta luz es la unidad de las naciones, unidad que será seguramente establecida en este siglo, haciendo que todos los pueblos del mundo se consideren como ciudadanos de una sola patria común. La sexta luz es la unidad de las razas, que hará que todos los que habitan la tierra sean pueblos y tribus de una sola raza. La séptima luz es la unidad de lenguaje, es decir, la elección de una lengua universal en que serán instruidos y conversarán todos los pueblos. Todas y cada una de ellas han de venir inevitablemente, por cuanto el poder del Reino de Dios ayudará y contribuirá a su realización.23

… Toda gran Causa en este mundo de existencia alcanza expresión visible por tres medios: primero, la intención; segundo, la confirmación; tercero, la acción. Hoy día en esta tierra hay muchas almas que son promotoras de la paz y la reconciliación y anhelan la unidad y la unión del mundo de la humanidad; pero esta intención necesita un poder dinámico para que se pueda manifestar en el mundo del ser. En este día las instrucciones divinas y exhortaciones del Señor promulgan este máximo propósito, y las confirmaciones del Reino también ayudan y apoyan la realización de esta intención. En consecuencia, a pesar de que las fuerzas combinadas y los pensamientos de las naciones del mundo no pueden conseguir por sí solos este propósito, los poderes del mundo de Dios penetran todas las cosas y la asistencia del Reino divino es continua. Así pues, dentro de poco se hará evidente y claro que la insignia de la Paz Mayor consiste en las enseñanzas de Bahá'u'lláh, y que la tienda de la unión y la armonía entre las naciones es el tabernáculo del Reino divino, pues en ella confluyen a la vez las intenciones, el poder y la acción. La realización de todo en el mundo del ser depende de estos tres elementos.24

En la medida de lo posible, no descanses ni un momento, viaja al norte y al sur del país y convoca a todos los hombres a la unidad del mundo de la humanidad y a la paz universal, diciendo: ¡Oh pueblo! Bahá'u'lláh colocó la base de la paz universal hace cincuenta años. Incluso dirigió epístolas a los reyes en las que declaraba que la guerra destruiría los cimientos del mundo de la humanidad, que la paz conduce a la vida eterna y que a la humanidad le espera un horrendo peligro. También, tres años antes del estallido de la guerra mundial, 'Abdu'l-Bahá viajó a América y a gran parte de Europa, donde elevó su voz ante todas las reuniones, sociedades e iglesias, apelando así: ¡Oh asamblea de los hombres! El continente de Europa se ha convertido prácticamente en un arsenal lleno de explosivos. Hay vastos depósitos de material destructivo escondido bajo tierra, que pueden estallar con la más mínima chispa, haciendo temblar a toda la tierra. ¡Oh hombres de entendimiento! Moveos, para que quizás no explote esta acumulación de material volátil. Pero el llamado fue desatendido y en consecuencia estalló esa guerra asesina.

Ahora la mayor parte de la humanidad se da cuenta de la gran calamidad que supone la guerra y de cómo la guerra transforma al hombre en un animal feroz, convirtiendo los pueblos y ciudades prósperas en ruinas y desmoronando los cimientos del edificio humano. Ahora que se han despertado todos los hombres y sus oídos están atentos, es la hora de la promulgación de la paz universal, una paz basada en la rectitud y la justicia, para que la humanidad no se exponga a mayores peligros en el futuro. Éste es el amanecer de la paz universal, los primeros destellos de cuya luz están comenzando a aparecer. Sinceramente esperamos que su esfera refulgente brille y se extienda sobre el oriente y el occidente con su irradiación. El establecimiento de la paz universal no es posible por otro medio que el poder de la Palabra de Dios…25 El caos y la confusión aumentan día a día en el mundo. Alcanzarán tal intensidad que la estructura de la humanidad será incapaz de soportarlos. Entonces se despertarán los hombres y tomarán consciencia de que la religión es la fortaleza inexpugnable y la luz manifiesta del mundo, y que sus leyes, exhortaciones y enseñanzas son la fuente de la vida en la tierra.26

5. Selección de las charlas de Abdul-Bahá sobre la paz

SELECCIÓN DE LAS CHARLAS DE 'ABDU'L-BAHÁ SOBRE LA PAZ Hoy día el mundo de la humanidad se encuentra necesitado de unidad y reconciliación internacionales. Para establecer estos grandes principios fundamentales se necesita una fuerza propulsora. Es evidente que la unidad del mundo humano y la Paz Mayor no se pueden conseguir a través de medios materiales. No se pueden establecer mediante el poder político, pues los intereses políticos de las naciones son múltiples y las políticas de los pueblos son divergentes y están en conflicto. No se pueden conseguir mediante el poder racial o patriótico, pues éstos son poderes humanos, egoístas y débiles. La naturaleza misma de las diferencias raciales y los prejuicios patrióticos impide la realización de esta unidad y acuerdo. En consecuencia, es evidente que la promoción de la unidad del reino de la humanidad, que es la esencia de las enseñanzas de todas las Manifestaciones de Dios, es imposible excepto a través del poder divino y el aliento del Espíritu Santo. Los otros poderes son demasiado débiles y no pueden conseguirlo.27

Rezaremos para que se pueda izar la bandera de la paz internacional y se consiga y realice la unidad del mundo de la humanidad. Todo esto se hace posible y practicable mediante vuestros esfuerzos. Que esta democracia americana sea la primera nación en establecer la base del acuerdo internacional. Que sea la primera nación en proclamar la universalidad de la humanidad. Que sea la primera en elevar el estandarte de la Paz Mayor y, mediante esta nación de democracia, que estas instituciones e intenciones filantrópicas se extiendan por todo el mundo. En verdad, ésta es una gran nación respetada. Aquí la libertad ha alcanzado su más alto grado. Las intenciones de sus pueblos son dignas de la máxima alabanza. Efectivamente, son dignos de ser los primeros en construir el Tabernáculo de la Paz Mayor y proclamar la unidad de la humanidad. Suplicaré a Dios pidiendo asistencia y confirmación para vosotros.28

Hoy la mayor necesidad del mundo de la humanidad es el cese de los malentendidos existentes entre las naciones. Esto se puede conseguir mediante la unidad de lenguaje. A menos que se consiga la unidad de lenguas, no se puede establecer y organizar eficazmente la Paz Mayor y la unidad del mundo humano, porque la función de la lengua es comunicar los misterios y secretos de los corazones humanos. El corazón es como una caja y la lengua es la llave. Solamente usando la llave podemos abrir la caja y observar las gemas que contiene. Por ello, el tema de un idioma internacional auxiliar es de máxima importancia… Es mi esperanza que se pueda perfeccionar mediante los dones de Dios y que se seleccionen hombres inteligentes de los diversos países del mundo para organizar un congreso internacional cuyo propósito principal sea la promoción de este medio de comunicación universal.29

… Debido a que encuentro a la nación americana tan capacitada y a este Gobierno el más justo de los Gobiernos occidentales, a sus instituciones superiores a las demás, mi deseo y esperanza es que se ice en este continente primero la bandera de la reconciliación internacional y se despliegue aquí el estandarte de la Paz Mayor. Que el pueblo americano y su Gobierno se unan en sus esfuerzos con el fin de que amanezca esta luz desde este punto y se extienda a todas las regiones, pues ésta es una de las mayores dádivas de Dios. Con el fin de que América aproveche esta oportunidad, ruego que os esforcéis y recéis con alma y corazón, dedicando todas vuestras energías a este objetivo: que la bandera de la paz internacional se eleve aquí y que esta democracia sea la causa del cese de la guerra en todos los demás países.30

En edades pasadas de la humanidad ha sido defectuosa e ineficaz porque ha estado incompleta. La guerra y sus estragos han arruinado al mundo; la educación de la mujer será un potente paso hacia su abolición y cese, pues ella empleará toda su influencia contra la guerra. La mujer cría al niño y educa al joven hasta la madurez. Ella rehusará entregar sus hijos para ser sacrificados en el campo de batalla. En verdad, ella será el mayor factor en el establecimiento de la paz universal y el arbitraje internacional. Sin duda, la mujer abolirá la guerra de la humanidad.31

Todos sabemos que la paz internacional es buena, que conduce al bienestar de la humanidad y a la gloria del hombre, pero son necesarias la voluntad y la acción antes de poder establecerla. La acción es esencial. Debido a que este siglo es un siglo de luz, le ha sido conferida la capacidad de acción a la humanidad. Necesariamente se esparcirán los principios divinos entre los hombres hasta que llegue la hora de la acción. Sin duda esto ha sido así, y verdaderamente la hora y las condiciones están maduras para la acción ahora.32

Esto ha ocurrido. Los poderes de la tierra no pueden resistir los privilegios y dádivas que Dios ha ordenado para este siglo grande y glorioso. Es una necesidad y una exigencia de la época… Que este siglo sea el sol de los siglos anteriores y su resplandor dure para siempre, para que en los tiempos venideros glorifiquen el siglo veinte diciendo que el siglo veinte fue el siglo de las luces, el siglo veinte fue el siglo de la vida, el siglo veinte fue el siglo de la paz internacional, el siglo veinte fue el siglo de las dádivas divinas, y el siglo veinte ha dejado huellas que durarán para siempre.33

El tema más importante de este día es la paz y el arbitraje internacionales, y la paz universal es imposible sin el sufragio universal. Los niños son educados por las mujeres. La madre soporta las preocupaciones y problemas de criar al niño, sufre la dificultad de su nacimiento y formación. En consecuencia, es muy difícil que las madres envíen a los campos de batalla a aquellos sobre los que han derrochado tanto amor y cuidado. Considerad un hijo criado y formado durante veinte años por una madre devota. ¡Cuántas noches en vela y días de angustia sin descanso ha pasado! Habiéndole llevado con éxito a través de peligros y dificultades a la edad de la madurez, ¡qué angustioso entonces sacrificarlo en el campo de batalla! En consecuencia, las madres no darán su aprobación a la guerra ni estarán satisfechas con ella. Así ocurrirá que cuando las mujeres participen plena e igualmente en los asuntos del mundo, cuando entren con confianza y capacidad en el gran campo de las leyes y la política, cesará la guerra; pues la mujer será su obstáculo e impedimento. Esto es indudablemente verdad.34

Acaba de amanecer el siglo veinte, brillante y glorioso, y la dádiva divina se irradia universalmente… … En verdad, éste se puede llamar el milagro de los siglos, pues está repleto de manifestaciones de lo milagroso. Ha llegado la hora en que toda la humanidad será unificada, en que todas las razas serán leales a una misma patria, todas las religiones se convertirán en una religión y desaparecerá el prejuicio racial y religioso. Éste es el día en que la unidad de la humanidad elevará su estandarte y la paz universal, como una verdadera mañana, inundará al mundo con su luz.35

Él promulgó la adopción del mismo programa educativo para el hombre y la mujer. Las hijas y los hijos deben seguir el mismo programa de estudios, promoviéndose así la unidad de los sexos. Cuando toda la humanidad reciba la misma oportunidad de educación y se alcance la igualdad de hombres y mujeres, las bases de la guerra quedarán completamente destruidas. Sin igualdad esto será imposible, porque toda distinción y diferencia conduce a la discordia y la lucha. La igualdad entre los hombres y mujeres conduce a la abolición de la guerra debido a que las mujeres nunca estarán dispuestas a autorizarla. Las madres no sacrificarán a sus hijos en el campo de batalla después de veinte años de angustia y cariñosa devoción dedicados a formarlos desde la infancia, no importa qué causa se les llame a defender. No hay duda de que cuando las mujeres obtengan la igualdad de derechos, cesará por completo la guerra entre la humanidad.36

El mundo se encuentra desesperadamente necesitado de paz internacional. Hasta que se establezca, la humanidad no alcanzará la calma y la tranquilidad. Es necesario que las naciones y los Gobiernos organicen un tribunal internacional al que referir todas sus disputas y diferencias. La decisión de este tribunal será final. La controversia individual será juzgada por un tribunal local. Las cuestiones internacionales se llevarán ante el tribunal internacional y así desaparecerá la causa de la guerra.37

Encuentro a estas dos grandes naciones americanas (los Estados Unidos y Canadá) muy capaces y avanzadas… es mi deseo que estas naciones respetadas se conviertan en factores decisivos del establecimiento de la paz internacional y la unidad del género humano…38

El mundo de la humanidad posee dos alas: el varón y la mujer. Mientras estas dos alas no sean equivalentes en fuerza, no volará el pájaro. No se conseguirán logros extraordinarios para la humanidad hasta que el mundo de la mujer alcance el mismo grado que el hombre, hasta que tenga el mismo campo de actividad; la humanidad no puede remontar su vuelo hacia las alturas de verdaderos logros. Cuando las dos alas o partes tengan fuerza equivalente y disfruten de las mismas prerrogativas, el vuelo del hombre será sumamente elevado y extraordinario. De esta manera, imbuidas de las mismas virtudes que el hombre, elevándose por todos los grados de los hombres, las mujeres llegarán al mismo nivel que los hombres; mientras no se establezca esta igualdad, no se facilitará el verdadero progreso y logro de la raza humana. Las razones evidentes que subyacen en esto son las siguientes: la mujer se opone a la guerra por naturaleza; es una defensora de la paz. Las que crían y educan a sus hijos son las madres, quienes les dan los primeros principios de educación y trabajan asiduamente por ellos. Considerad, por ejemplo, una madre que ha formado a su hijo durante veinte años hasta la edad de la madurez. Sin duda ella no dará su consentimiento para que lo despedacen y lo maten en el campo de batalla. En consecuencia, a medida que la mujer avance hacia el grado del hombre en poder y privilegio, con derecho al voto y control en el Gobierno humano, sin duda cesará la guerra; pues la mujer es naturalmente la más devota y firme defensora de la paz internacional.39

Un Tribunal Supremo deberá ser elegido por los pueblos y los Gobiernos de cada nación, donde los miembros de cada país y Gobierno se reunirán en perfecta unidad. Todos los conflictos deberán ser presentados ante este Tribunal, cuya misión será evitar la guerra.40

Deberá establecerse un Tribunal Supremo por los pueblos y Gobiernos de todas las naciones, compuesto por miembros de cada país y de cada Gobierno. Los miembros de este Gran Consejo deberán congregarse en unidad. Todas las disputas de carácter internacional deberán ser presentadas ante esta Corte, siendo su trabajo el de resolver por arbitraje todo lo que pudiera ocasionar la guerra. La misión de este Tribunal sería la de evitar la guerra.41

"En cuanto a la cuestión del desarme, todas las naciones deben desarmarse al mismo tiempo. No servirá en absoluto (y no es lo que se propone) que algunas naciones abandonen sus armas, mientras que otras, sus vecinas, permanezcan armadas. La paz del mundo se tiene que establecer mediante el acuerdo internacional. Todas las naciones deben ponerse de acuerdo para desarmarse simultáneamente… Ninguna nación puede seguir una política de paz mientras que su país vecino siga siendo guerrero… No hay ninguna justicia en eso. Nadie soñaría con sugerir que se pudiera conseguir la paz del mundo mediante una línea de acción semejante. Se tiene que conseguir mediante un acuerdo global e internacional y de ninguna otra manera"…

"Es necesario", continuó, "que haya una acción continua en cualquier proyecto de desarme. Todos los Gobiernos del mundo deben transformar sus buques de guerra y maquinaria bélica en barcos mercantes. Pero ninguna nación puede comenzar por sí sola una política semejante, y sería una locura si una potencia intentara hacerlo… simplemente atraería la destrucción"…

"¿Existen signos de que se establecerá la paz permanente del mundo en un período de tiempo más o menos razonable?", le preguntaron a 'Abdu'l-Bahá.

"Se establecerá en este siglo", contestó. "Será universal en el siglo veinte. Todas las naciones serán forzadas hacia ello".

"¿Provocado por presiones económicas?"

"Sí; las naciones serán forzadas a firmar la paz y a ponerse de acuerdo sobre la abolición de la guerra. Las terribles cargas de impuestos para la guerra llegarán a superar lo que el hombre puede soportar"… "No", dijo 'Abdu'l-Bahá en conclusión; "repito, ninguna nación puede desarmarse en estas circunstancias". El desarme llegará sin duda, pero tiene que venir, y vendrá, por el consentimiento universal de las naciones de la tierra. Mediante el acuerdo internacional abandonarán sus armas y se inaugurará la gran era de la paz".

"De ésta y de ninguna otra manera puede establecerse la paz en la tierra".42

Una vez que se establezca el Parlamento del Hombre y se organicen sus partes constituyentes, los Gobiernos del mundo, habiendo firmado un convenio de amistad eterna, no tendrán ninguna necesidad de mantener en activo grandes ejércitos y marina de guerra. Todo lo necesario serán algunos batallones para preservar el orden interno, y una Policía Internacional para mantener libres las vías marinas. Entonces estas grandes sumas de dinero se desviarán a otros canales más útiles, desaparecerá la pobreza, aumentará el conocimiento, los poetas y compositores cantarán las victorias de la Paz, el conocimiento mejorará las condiciones y la humanidad se mecerá en la cuna de la felicidad y bendición. Entonces, sea el Gobierno constitucional o republicano, monarquía hereditaria o democracia, los líderes dedicarán su tiempo a la prosperidad de sus naciones, a la legislación de leyes justas y sensatas y a fomentar relaciones más estrechas y amistosas con sus vecinos de esta manera el mundo de la humanidad se convertirá en un espejo que reflejará las virtudes y atributos del Reino de Dios.

… Mediante un acuerdo general, todos los Gobiernos del mundo deben desarmarse simultáneamente… No servirá si uno abandona las armas y otro se niega a hacerlo. Las naciones del mundo deben ponerse de acuerdo sobre este tema de suprema importancia, de manera que puedan abandonar juntos las armas mortales de matanza humana. Mientras una nación siga aumentando su presupuesto militar y naval, otra nación se verá forzada hacia esta loca competición debido a sus supuestos intereses naturales…

Ahora bien, el tema del desarme tiene que ser puesto en práctica por todas las naciones, no sólo por una o dos. En consecuencia, los defensores de la paz deben esforzarse día y noche para que la opinión pública alcance una posición firme y permanente y aumente cada día el ejército de la Paz Internacional, se consiga el desarme completo y ondee la Bandera de la Reconciliación Universal en la cima de las montañas de la tierra.

… Los ideales de la paz se tienen que nutrir y extender por los habitantes del mundo; debe instruirse en la escuela sobre la Paz y los males de la guerra. Primero: Las financieras y los bancos deben desistir de prestar dinero a cualquier Gobierno que proyecte librar una guerra injusta contra una nación inocente. Segundo: Los presidentes y directivos de los ferrocarriles y compañías navales deben negarse a transportar municiones de guerra, máquinas infernales, rifles, cañones y pólvora de un país a otro. Tercero: Los soldados, mediante sus representantes, deben solicitar a los ministros de Guerra, los políticos, los congresistas y los generales que expongan en lenguaje claro e inteligible las razones y las causas que les han llevado al borde de semejante calamidad nacional. Los soldados deben exigir esto como una de sus prerrogativas. "Demuéstrennos", deben decir, "que ésta es una guerra justa y entonces acudiremos al campo de batalla, de lo contrario no daremos ni un solo paso… Salgan de sus escondrijos, entren en el campo de batalla si les gusta atacarse el uno al otro, y despedácense si desean alarde de sus supuestas contiendas. La discordia y el odio son entre ustedes; ¿por qué nos hacen a nosotros, que somos inocentes, partícipes de ella? Si la lucha y el derramamiento de sangre son cosas buenas, entonces ¡condúzcannos al combate con su presencia!"

En resumen, hay que bloquear todo camino que produzca guerra y hacer avanzar las causas que la impiden para que el conflicto físico se convierta en una imposibilidad. Por otra parte, hay que delimitar cada país adecuadamente, marcar sus fronteras exactas, asegurar su integridad nacional, proteger su independencia permanente, y sus intereses vitales deben ser respetados por la familia de naciones. Estos servicios deberían ser realizados por una Comisión internacional imparcial. De esta manera desaparecerán todas las causas de fricción y diferencias. Y, en caso de que surjan algunas disputas entre ellos, podrían someterlas al arbitraje del Parlamento del Hombre, cuyos representantes deben ser elegidos de entre los hombres más prudentes y sensatos de todas las naciones de la tierra.43

Cada siglo tiene la solución de un problema predominante. A pesar de que haya muchos problemas, uno de los innumerables problemas será preponderante y se convertirá en el más importante de todos. (…) en este luminoso siglo la mayor dádiva del mundo de la humanidad es la Paz Universal, que se debe inaugurar, para que el reino de la creación alcance la calma, para que el Oriente y el Occidente (que abarcan los cinco continentes del globo) se puedan abrazar, para que la humanidad pueda descansar bajo la tienda de la unidad del mundo de la humanidad y ondee la bandera de la paz universal sobre todas las regiones… Hoy día el verdadero deber de un rey poderoso es establecer una paz universal; pues verdaderamente significa la libertad de todos los pueblos del mundo. Algunas personas que son ignorantes del mundo de la verdadera humanidad y sus elevadas ambiciones para el bien general, consideran que tal gloriosa condición de vida es muy difícil, más bien imposible de conseguir. Pero no es así, en absoluto.44

¡Oh individuos de la humanidad!, encontrad medios para detener este derramamiento de sangre y matanza general. ¡Ésta es la hora designada! ¡Ahora es el momento oportuno! Levantaos, mostrad un esfuerzo, poned fuerza extraordinaria para enarbolar la Bandera de la Paz Universal y poner fin a la furia irresistible de este torrente violento que está provocando estragos y ruina por todas partes.45

"¿Mediante qué proceso", continuó el interlocutor, "se establecerá esta paz en la tierra? ¿Vendrá en seguida después de una declaración universal de la Verdad?" "No, se establecerá gradualmente", dijo 'Abdu'l-Bahá. "Una planta que crece demasiado rápidamente sólo dura poco tiempo. ¡Vosotros sois mi familia", y miró a su alrededor con una sonrisa, "mis nuevos hijos! Si una familia vive en armonía, se obtienen grandes resultados. Ampliad el círculo; cuando una ciudad vive en íntimo acuerdo, seguirán mayores resultados, y un continente que está plenamente unido unirá de la misma manera a otros continentes. Entonces será el tiempo de los mayores resultados, pues todos los habitantes del mundo son nativos de una misma tierra".46

6. Selección de los escritos de Shoghi Effendi sobre la paz

SELECCIÓN DE LOS ESCRITOS DE SHOGHI EFFENDI SOBRE LA PAZ ¡Muy amados amigos! La humanidad, ya sea considerada a la luz de la conducta individual del hombre o de las relaciones existentes entre comunidades organizadas y naciones, lamentablemente se ha desviado muchísimo y ha sufrido una declinación demasiado grande como para ser redimida mediante los esfuerzos aislados de sus mejores gobernantes y estadistas, por muy desinteresados que sean sus motivos, por muy coordinada que sea su acción, por muy fervorosos que sean en su celo y devoción a su causa. Ningún esquema que todavía puedan diseñar los cálculos de los mayores estadistas; ninguna doctrina que se propongan desarrollar los más distinguidos exponentes de la teoría económica; ningún principio que puedan esforzarse por inculcar los más fervientes moralistas suministrarán, en última instancia, los cimientos adecuados sobre los que ha de erigirse el futuro de un mundo aturdido. Ninguna apelación a la tolerancia mutua que puedan hacer los que entienden las condiciones del mundo, no importa lo apremiante e insistente que sea, podrá calmar las pasiones o contribuir a restaurar el vigor. Ni tampoco ningún esquema general de mera cooperación internacional organizada, en cualquier sector de la actividad humana y por muy ingeniosa que sea su concepción o muy amplio su alcance, logrará erradicar la causa primera del mal que ha perturbado tan bruscamente el equilibrio de la sociedad actual. Ni siquiera, me atrevo a afirmar, la acción misma de inventar el mecanismo requerido para la unificación política y económica del mundo -principio sostenido cada vez más en los últimos tiempos- podrá por sí sola proveer el antídoto contra el veneno que progresivamente va minando el vigor de pueblos y naciones organizados. ¿Qué otra cosa podemos afirmar confiadamente que no sea la abierta aceptación del Programa Divino enunciado por Bahá'u'lláh con tanta simpleza y fuerza hace sesenta años, el cual encarna en sus principios esenciales el esquema ordenado por Dios para la unificación de la humanidad en esta era, al que se agrega una férrea convicción de la infalible eficacia de todas y cada una de sus disposiciones; aceptación y convicción, las cuales serán finalmente capaces de resistir las fuerzas de desintegración internas; fuerzas que, de no ser frenadas, seguirán necesariamente carcomiendo las partes vitales de una sociedad desesperada? Es hacia esta meta –la meta de un nuevo Orden Mundial, Divino en su origen, universal en sus alcances, equitativo en sus principios y desafiante en sus rasgos- por la que ha de bregar una humanidad hostigada. Sería presuntuoso, aun por parte de los que se declaran adeptos de su Fe, sostener que se han captado todas las inferencias del prodigioso esquema de Bahá'u'lláh para la solidaridad humana mundial, o que se ha comprendido su significación. Sería prematuro, aun en una etapa tan avanzada de la evolución de la humanidad, pretender vislumbrarlo en todas sus posibilidades, estimar sus beneficios futuros e imaginar su gloria. Todo lo que razonablemente podemos intentar es esforzarnos por lograr una vislumbre de los primeros rayos del Alba prometida que, en la plenitud del tiempo, habrá de ahuyentar las tinieblas que han rodeado a la humanidad. Todo lo que podemos hacer es señalar los que, en sus más amplios contornos, parecen ser los principios rectores que subyacen en el Orden Mundial de Bahá'u'lláh, desarrollados y enunciados por 'Abdu'l-Bahá, el Centro de su Convenio con toda la humanidad, y quien fuera designado Intérprete y Expositor de su Palabra.

Que el desasosiego y sufrimiento que afectan a toda la humanidad son, en gran medida, consecuencias directas de la Guerra Mundial y atribuibles a la falta de discernimiento y a la miopía de los responsables de los Tratados de Paz, es un hecho que sólo una mente predispuesta rehusaría admitir…

Sin embargo, sería inútil sostener que la guerra, con todas las pérdidas que involucró, con las pasiones que despertó y con las injusticias que dejó tras de sí, ha sido la única responsable de la confusión sin precedentes en que se hallan inmersos en la actualidad casi todos los sectores del mundo civilizado. ¿No es un hecho -y ésta es la idea central que deseo destacar- que la causa fundamental de esta inquietud mundial es atribuible no tanto a las consecuencias de lo que tarde o temprano habrá de ser considerado el disloque transitorio de un mundo en continuo cambio, sino antes bien al fracaso de aquellos en cuyas manos se ha depositado el destino inmediato de pueblos y naciones, al no adaptar su sistema de instituciones económicas y políticas a las imperiosas necesidades de una era en rápida evolución? Estas crisis intermitentes que convulsionan a la sociedad actual ¿acaso no se deben principalmente a la lamentable incapacidad de los líderes reconocidos del mundo para comprender correctamente los signos de la época, para librarse de una vez por todas de sus ideas preconcebidas y credos encadenadores, para remodelar la maquinaria de sus respectivos Gobiernos de acuerdo con las pautas implícitas en la suprema declaración de Bahá'u'lláh de la Unidad de la Humanidad, rasgo principal y distintivo de la Fe por Él proclamada?…

Muy patéticos son, por cierto, los esfuerzos de esos líderes de las instituciones humanas quienes, con total desprecio por el espíritu de la época, bregan por adaptar los procesos nacionales, apropiados a los antiguos días de naciones aisladas, a una época que debe lograr la unidad del mundo, tal como la esbozara Bahá'u'lláh, o perecer. En una hora tan crítica para la historia de la civilización corresponde a los líderes de todas las naciones del mundo, grandes o pequeñas, de Oriente o de Occidente, vencedoras o vencidas, prestar atención al toque de clarín de Bahá'u'lláh, e imbuidos por completo de un sentimiento de solidaridad mundial, condición sine qua non de lealtad a su Causa, alzarse valientemente para lograr en su totalidad el único esquema reparador que Él, el Médico Divino, ha recetado para la humanidad doliente. Que descarten de una vez para siempre toda idea preconcebida, todo prejuicio nacional, y que presten atención al sublime consejo de 'Abdu'l-Bahá, autorizado Expositor de sus enseñanzas. "Podrá usted servir mejor a su país", fue la respuesta de 'Abdu'l-Bahá a un alto funcionario en ejercicio del Gobierno federal de los Estados Unidos, quien le había interrogado acerca de la mejor manera de estimular los intereses de su Gobierno y de su pueblo, "si, en condición de ciudadano del mundo, trata de colaborar en la definitiva aplicación del principio de federalismo que subyace en el Gobierno de su propio país a las relaciones existentes ahora entre los pueblos y naciones del mundo".

Es necesario desarrollar cierta forma de súper estado mundial, a favor del cual todas las naciones del mundo habrán de ceder voluntariamente todo derecho de hacer la guerra, ciertos derechos de gravar impuestos y todos los derechos de poseer armamentos, salvo con el propósito de mantener el orden interno dentro de sus respectivos dominios. Dicho Estado habrá de incluir en su órbita un Poder Ejecutivo Internacional con capacidad para hacer valer su autoridad suprema e indiscutible sobre todo miembro recalcitrante de la Mancomunidad; un Parlamento Mundial cuyos miembros serán elegidos por los habitantes de sus respectivos países y cuya elección será confirmada por sus respectivos Gobiernos; y un Tribunal Supremo cuyos dictámenes tendrán carácter obligatorio aun en los casos en que las partes interesadas no hayan acordado voluntariamente someter el litigio a su consideración.

"Una comunidad mundial en la que todas las barreras económicas habrán quedado totalmente derribadas y en la que se reconocerá definitivamente la interdependencia del capital y el trabajo; en la que el clamor del fanatismo y del conflicto religioso habrá sido acallado para siempre; en la que estará definitivamente extinguida la llama de la animosidad racial; en la que un código único de derecho internacional –producto de un juicioso análisis de los representantes federados del mundo- será sancionado por la intervención instantánea y coercitiva de las fuerzas combinadas de las unidades federadas; y, finalmente, una comunidad mundial en la que el furor de un nacionalismo caprichoso y militante será trocado por una perdurable conciencia de ciudadanía mundial; así es como se presenta, a grandes rasgos, el Orden anunciado por Bahá'u'lláh, un Orden que habrá de ser considerado el más hermoso fruto de una época que madura lentamente…

Que no quede ningún recelo en cuanto al propósito que anima a la Ley mundial de Bahá'u'lláh. Lejos de tender a la subversión de los fundamentos actuales de la sociedad, trata de ampliar su base, de amoldar sus instituciones en consonancia con las necesidades de un mundo en constante cambio. No está en conflicto con compromisos legítimos ni socava lealtades esenciales. Su propósito no es ni sofocar la llama de un sano e inteligente patriotismo en el corazón del hombre, ni abolir el sistema de autonomía nacional, tan esencial cuando se busca evitar los males de un excesivo centralismo. No ignora ni intenta suprimir la diversidad de orígenes étnicos, de climas, de historia, de idioma y de tradición, de pensamiento y de costumbres que distinguen a los pueblos y naciones del mundo. Insta a una lealtad más amplia, a un anhelo mayor que cualquiera de los que la raza humana haya sentido. Insiste en la subordinación de móviles e intereses nacionales a las imperativas exigencias de un mundo unificado. Repudia el centralismo excesivo por una parte y rechaza todo intento de uniformidad por otra. Su consigna es la unidad en diversidad, como el mismo 'Abdu'l-Bahá ha aclarado…

Sus implicaciones del principio de la Unidad de la Humanidad son más profundas, sus aspiraciones son mayores que las que pudieron adelantar los Profetas del pasado. Su mensaje es aplicable no sólo al individuo, sino que atañe principalmente a la naturaleza de aquellas relaciones esenciales que han de ligar a todos los Estados y naciones como a miembros de una familia humana. No constituye simplemente el enunciado de un ideal, sino que está inseparablemente vinculado a una institución apropiada para encarnar su verdad, para demostrar su validez y para perpetuar su influencia. Implica un cambio orgánico en la estructura de la sociedad actual, un cambio que todavía el mundo no ha experimentado. Constituye un desafío, audaz y universal a la vez, a las gastadas consignas de los credos nacionales, credos que han tenido su día y que, en el transcurso normal de los sucesos, modelado y controlado por la providencia, deberán abrir paso a un nuevo evangelio, fundamentalmente diferente e infinitamente superior a lo que el mundo ha concebido hasta ahora. Requiere nada menos que la reconstrucción y la desmilitarización de todo el mundo civilizado, un mundo orgánicamente unificado en todos los aspectos esenciales de su vida, de su maquinaria política, de su anhelo espiritual, de su comercio y de sus finanzas, de su escritura y de su idioma, y aun así, infinito en la diversidad de las características nacionales de sus unidades federadas. Representa la consumación de la evolución humana, evolución que ha tenido sus orígenes en el nacimiento de la vida familiar, su subsiguiente desarrollo en el logro de la solidaridad tribal, que llevó a su vez a la constitución de la ciudad-estado y que posteriormente se expandió en la institución de la nación independiente y soberana…

Pongamos un ejemplo. ¡Qué confiadas eran las afirmaciones emitidas antes de la unificación de los Estados del continente norteamericano cuando se referían a las barreras infranqueables que cerraban el paso hacia su federación final! ¿No se declaraba amplia y enfáticamente que los intereses en conflicto, la desconfianza mutua y las diferencias de Gobiernos y costumbres que dividían a los Estados eran tales que ninguna fuerza, ya fuere espiritual o temporal, podía jamás lograr su armonía y su control? Y, aun así, ¡cuán diferentes eran las condiciones reinantes hace ciento cincuenta años de las que caracterizan a la sociedad actual! En realidad, no sería exagerado decir que la ausencia de esas facilidades que el progreso científico moderno ha puesto al servicio de la humanidad de nuestro tiempo ha convertido al problema de la fusión de los Estados norteamericanos en una federación única, por similares que fueran algunas de sus tradiciones, en una tarea muchísimo más compleja que la que afronta una humanidad dividida en sus esfuerzos para lograr su unificación.

¿Quién sabe si, para que una concepción tan elevada tome cuerpo, no haya que infligir a la humanidad un sufrimiento más intenso que cualquiera de los que ya ha padecido? ¿Acaso algo menor que el fuego de una guerra civil con toda su violencia y sus vicisitudes -una guerra que casi desgarró a la gran república norteamericana- podría haber fusionado a los Estados, no en una unión de partes independientes, sino en una nación, a pesar de todas las diferencias étnicas que caracterizaban a los componentes? Parece muy poco probable que una revolución tan fundamental, que implica cambios de tan grande alcance en la estructura de la sociedad, pueda lograrse mediante el proceso ordinario de la diplomacia y de la educación. Sólo tenemos que volver nuestra mirada hacia la sangrienta historia de la humanidad para advertir que tan sólo una intensa agonía mental y física ha sido capaz de precipitar esos cambios trascendentales que constituyen los más grandes hitos en la historia de la civilización humana.

Aunque esos cambios del pasado fueron grandiosos y de mucho alcance, no parecen ser, al contemplarlos en la perspectiva apropiada, sino ajustes subsidiarios que anticipan esa transformación de incomparable majestuosidad y trascendencia que ha de sufrir la humanidad en esta época. Lamentablemente, se evidencia cada vez más que sólo las fuerzas de una catástrofe mundial pueden precipitar esa nueva fase del pensamiento humano. Los hechos futuros demostrarán cada día más la verdad de que tan sólo el fuego de una severa aflicción, de intensidad inigualada, puede fusionar y unir las entidades discordantes que constituyen los elementos de la civilización actual en los componentes de la comunidad mundial del futuro.

La profética voz de Bahá'u'lláh advirtiendo, en los pasajes finales de Las Palabras Ocultas, "a los pueblos del mundo" que "una calamidad imprevista los sigue y que un penoso castigo les espera", arroja una lóbrega luz sobre los destinos inmediatos de la humanidad afligida. Sólo una agobiante prueba, de la cual la humanidad surgirá purificada y preparada, logrará implantar ese sentido de responsabilidad que los líderes de una era naciente deberán asumir.

Dirijo nuevamente vuestra atención a las ominosas palabras que ya he citado: "Y cuando llegue la hora señalada, aparecerá súbitamente aquello que hará temblar a los miembros del cuerpo de la humanidad". ¿Acaso el mismo 'Abdu'l-Bahá no afirmó en lenguaje inequívoco que "otra guerra, más cruenta que la anterior, indudablemente estallará"?

De la consumación de esta empresa colosal e inefablemente gloriosa -empresa que frustró los recursos de los estadistas romanos y que los desesperados esfuerzos de Napoleón no pudieron lograr- dependerá la realización final de ese milenio al que los poetas de todos los tiempos han cantado y con el cual los profetas han soñado tanto. De ella dependerá el cumplimiento de las profecías anunciadas por los antiguos Profetas en el sentido de que las espadas se convertirán en rejas de arado y el león y el cordero yacerán juntos. Sólo ella puede introducir el Reino del Padre Celestial presagiado por la Fe de Jesucristo. Sólo ella puede echar los cimientos del Nuevo Orden Mundial vislumbrado por Bahá'u'lláh. Orden Mundial que habrá de reflejar, aunque débilmente, el inefable esplendor del Reino de Abhá sobre la tierra.

Una palabra más como conclusión. La proclamación de la Unidad de la Humanidad -piedra fundamental del dominio de Bahá'u'lláh- no debe ser comparada bajo ninguna circunstancia con algunas expresiones de piadosa esperanza pronunciadas en el pasado. El suyo no es un nuevo llamamiento proferido por Él, solo y sin ayuda, frente a la oposición implacable y combinada de dos de los más poderosos potentados orientales de su época, siendo Él un exiliado y prisionero en sus manos. Significa a la vez una advertencia y una promesa de que en ello reside el único medio de salvación de un mundo en gran sufrimiento; una promesa de que su concreción está cercana.

Pronunciado en una época en que sus posibilidades todavía no habían sido seriamente contempladas en ningún lugar del mundo, mediante esa potencia celestial que le ha insuflado el Espíritu de Bahá'u'lláh, ha pasado a ser considerado finalmente, por un creciente número de hombres reflexivos, no sólo como una posibilidad cercana sino como resultado necesario de las fuerzas que hoy actúan en el mundo.

Este mundo, reducido y transformado en un único organismo altamente complejo por el maravilloso progreso alcanzado en el ámbito de las ciencias físicas, por la expansión mundial del comercio y la industria, y luchando bajo la presión de fuerzas económicas mundiales, entre los peligros de una civilización materialista, se encuentra sin duda en la urgente necesidad de un replanteo de la Verdad que subyace en todas las Revelaciones del pasado en un idioma acorde con sus requisitos esenciales. ¿Y qué otra voz que la de Bahá'u'lláh -el Portavoz de Dios en esta era- es capaz de efectuar una transformación tan radical de la sociedad como la que Él ya ha logrado en los corazones de esos hombres y mujeres, tan diversos y aparentemente irreconciliables, que constituyen el conjunto de sus seguidores declarados en todo el mundo? Pocos pueden poner en duda que una concepción tan majestuosa brota con rapidez en la mente del hombre, que se alzan voces en su apoyo, y que sus rasgos más sobresalientes han de cristalizar pronto en la conciencia de quienes tienen autoridad. Que sus modestos comienzos ya han tomado cuerpo en la Administración mundial, en la que están reunidos los adherentes a la Fe de Bahá'u'lláh, es un hecho que sólo quienes tengan el corazón corrompido por el prejuicio dejarán de advertir.47

Ningún mecanismo que se aparte de las normas establecidas por la Revelación Bahá'í, que esté en desacuerdo con el sublime modelo ordenado en sus escritos, y que los esfuerzos colectivos de la humanidad podrían todavía idear, puede esperar alcanzar nada más allá de esa "Paz Menor" a la cual el Autor de nuestra Fe ha aludido en sus escritos. "Ya que habéis rechazado la Paz Más Grande", ha escrito amonestando a los reyes y gobernantes de la tierra, "aferraos a esta la Paz Menor, que quizá podáis en cierto grado mejorar vuestra propia condición y la de quienes dependen de vosotros". Explayándose sobre esta Paz Menor, Él se dirige así en esa misma Tabla a los gobernantes de la tierra: "Estad reconciliados entre vosotros, para que no necesitéis más armamentos, salvo en la medida de salvaguardar vuestros territorios y dominios… Estad unidos, ¡oh reyes de la tierra!, pues con ello la tempestad de la discordia será acallada entre vosotros, y vuestro pueblo encontrará descanso, si sois de aquellos que comprenden. Si alguno de entre vosotros tomase armas contra otro, levantaos todos contra él, pues esto no es sino justicia manifiesta".

Por otra parte, la Paz Más Grande, tal como la concibe Bahá'u'lláh -paz que deberá ocurrir inevitablemente como consecuencia práctica de la espiritualización del mundo y la fusión de todas sus razas, credos, clases y naciones- no puede residir en otras bases y no puede ser preservada a través de otra cosa que no sean los preceptos divinos que están inscritos en el Orden Mundial vinculado a su Santo Nombre… La Revelación de Bahá'u'lláh, cuya misión suprema no es otra que el logro de esta unidad orgánica y espiritual del conjunto de naciones, debe ser considerada, si somos fieles a sus implicaciones, como la señal del advenimiento de la madurez de toda la raza humana. No debe tomársela como si fuera sólo otro renacimiento espiritual dentro de la siempre cambiante suerte de la humanidad, ni como una etapa más en una serie de Revelaciones progresivas; no como la culminación de una serie de repetidos ciclos proféticos, sino como la señal de la última y más elevada etapa en la estupenda evolución de la vida colectiva del hombre en este planeta. El surgimiento de una comunidad mundial, la conciencia de una ciudadanía mundial, el establecimiento de una civilización y una cultura mundiales -todo esto sincronizado con las etapas iniciales del desenvolvimiento de la Edad de Oro de la Era Bahá'í- deben ser considerados, por su propia naturaleza y en lo que a esta vida planetaria se refiere, como los límites finales en la organización de la sociedad humana, aunque el hombre como individuo continuará indefinidamente su progreso y desarrollo; y es más, deberá hacerlo como resultado de tal consumación…

La humanidad toda está gimiendo, ansiosa de ser conducida a la unidad y de terminar con su largo martirio. Y, sin embargo, se resiste tercamente a abrazar la luz y a reconocer la soberana autoridad del único Poder que puede arrancarla de sus complicaciones y conjurar la funesta calamidad que amenaza devorarla.

Partes: 1, 2, 3, 4
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