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Memoria histórica de Frasco (página 2)


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También le tenía puesto al lado un lebrillo con una piedra pesada en el centro y lleno de agua, así las abejas, podrían beber, sin ahogarse; al menos eso era lo que decía ella. Llegó a tener más de cincuenta colmenas y tuvo que buscarle un sitio más amplio, para cobijarlas, así que su padre le ideó un lugar, algo más distante de la casa, a mitad de camino entre la casa y la mina de agua, en los bajos de la viña de poniente y al abrigo de los fríos del invierno. Como Frasco se percató, de que aquella actividad, que su hija Antonia había empezado como un entretenimiento: se estaba convirtiendo en una buena fuente de producción de miel, le preparó un buen suelo de piedras, donde apoyar las colmenas; fue yagueando los bordes con mezcla de arena, arcilla y cal viva, dándole una pequeña inclinación al suelo, para que no se estancase el agua; le advirtió a su hija, que tenía que procurar siempre: tenerla al abrigo de los reptiles, (culebras, lagartijas y otros animalitos ávidos de comerse a las abejas, las larvas o la miel que producían éstas).

El lugar era bastante amplio y estaba en una solana, donde los vientos combatían poco y si alguna vez se producía un fuerte vendaval, allí era el único lugar, donde menos se producían los destrozos. En un tiempo, él mismo, había tratado de perforar, sobre una de sus paredes laterales una mina en horizontal, pero al dar con poca roca, la tuvo que abandonar, temiendo que se le derrumbase encima, pero aún conservaba un charco de agua en la parte del suelo a su entrada, de donde seguramente podrían auto-abastecerse las abejas con toda facilidad.

La hermana pequeña, que por entonces tendría unos ocho años, era la que más instruida estaba de todos los miembros de la familia; siempre estaba con un libro en las manos, leyendo alguna historia diferente sacadas del arcón. Había conseguido al llegar a la finca, encontrar un arcón donde se guardaban bastantes libros antiguos, y se aventuraba por ellos, hasta el punto: que en ocasiones se quedaba a la luz del candil, más allá de la media noche, hasta que acababa con aquellos relatos, muchos de ellos, novelas de bandoleros, de la vida de santos, y alguna enciclopedia de materias en general. Una de las que más le gustaban, era: aquella que relataba muchas de las correrías de -los Siete Niños de Écija-, las andanzas de José María el Tempranillo, mal llamado el rey de Sierra Morena, Luis Candelas y otros personajes; pero el que más le agradaba era el titulado "Ello", que había encontrado en el arca. Incluso, llegaba a tener, entre los Migueletes, a su personaje favorito. Cuando Haxparcol nació, poco le faltó para sentirse ella su propia madre, pero sin embargo, lo fue cuidando, mimando desde la más tierna edad y enseñándole todo lo que ella sabía y había aprendido de aquél arcón. La hermana menor, era la que siempre le contaba -a su forma y modo- algunos de los temas contenidos en los libros, pues no se distanciaban en edad, más allá de los seis años, pero Haxparcol, prestaba siempre tanto interés a sus indicaciones que no parecía ser un niño de tan corta edad, quien estaba prestando los cinco sentidos a sus relatos, lecturas o explicaciones. Ella estaba siempre al cuidado de su hermanito pequeño y como siempre tenía encima el ojo avizor de la madre de ambos, más se esmeraba -si cabe- en que al infante no le fuese a suceder ningún contratiempo o sufriese alguna caída por aquellos terrenos ásperos, llenos de gravilla pizarrosa y suelta. Prestaba mucha atención, cuando iban por las mañanas a la mina, para traer el agua de la casa -pues siempre él las acompañaba- y a pesar de que sus pasos eran torpes, él no se salía nunca del camino y en los peores tramos, alguna de ellas, lo llevaba cogido de la mano; sabían que a la vuelta el niño volvía con alguna rozadura en las rodillas –producto de alguna caída-, todas serían reo de algún castigo -por igual- impuesto por su madre.

No habría aún cumplido los cuatro años Haxparcol, cuando su hermana Salvadora, comenzó a ponerle los primeros palotes, sobre una pizarrita pequeña, que llevaba en uno de sus extremos atado un pizarrín y al mismo tiempo le decía que si quería aprender a leer -algún día, como ella lo hacía- tenía que empezar ha hacer todas aquellas cosas que ella le fuese indicando; el niño parecía estar encandilado y se prestaba a obedecerle con todo el empeño, que su corta edad le permitía. Pronto le llenaba aquella pizarrita de garabatos que no guardaban ningún orden, ni concierto; pero siempre encontraba a su hermana dispuesta a borrarle con un trapo humedecido, lo que él había garabateado y ponerle de nuevo otros signos. Al poco tiempo, cuando vio -la aprendiza de maestra- que su alumno predilecto y único, empezaba a trazar los palotes un poco más uniformes y guardando cierta firmeza: empezó a ponerle las vocales; primera empezó por hacerle ver y entender el signo de la O y le hacía repetir su pronunciación cada vez que la escribía, bien o mal y además no le permitía que borrase -en ningún momento lo escrito: pues el chiquillo, trataba de borrar con su dedito, que había mojado previamente con su saliva, los redondeles que no le parecían bien; pero ella le conminaba que esa cochinada no la podía hacer, porque nunca se llevan las cosas extrañas a la boca: por la boca sólo se puede entrar la comida y el agua, le repetía una y otra vez, porque eso es lo que nos mantiene vivos, realmente era lo que las monjitas le habían enseñado a ella, el tiempo que pudo estar con sus hermanas. María, la madre de ambos, siempre estaba admirada del empeño que ponía su hija menor en enseñar y cuidar con esmero a su hermanito, de quién aún, estaba mucho más orgullosa y en su interior representaba más del 50% de la felicidad que le aportaban el resto de su familia, aunque nunca llegaría a reconocerlo, e incluso, ni ella misma sería consciente de que esa situación se producía. Cuando su marido le preguntaba: ¿a cual de los cuatro quieres más…; ella siempre contestaba: a todos con igual intensidad, pero en el fondo de su subconsciente había unos lazos especiales para el varón. El niño era el más mimado, quizás por ser el más esperado y deseado o también porque era el más pequeño de la familia y el poseedor de un don especial, que denotaba o inculcaba en los demás una inclinación especial para mostrarle cariño.

En aquella casita rústica, llena de incomodidades y carencias se sentía más feliz de lo que lo había sido en todos los años de su vida.

Siempre había vivido en el campo; desde su más tierna edad, en su casa paterna entre seis hermanos varones y su hermana Antonia, la mayor de todos. Pronto se casó, como era costumbre y poco tiempo tuvo de recibir clases, que no fuesen las que le proporcionó su propia madre, para poder llevar el gobierno de una casa y las normas fundamentales para poder atender al marido.

Su marido Frasco, constituía el eje central de su universo, desde la primera tarde que vino a cortejarla: se prendó de él, en su más tierna edad, cuando aún no había, ni fijado sus ilusiones de futuro al lado de alguien, que no fuesen los suyos.

Muy pronto, se llenó de amor sincero, de esa pubertad que todo lo ve color de rosa y no ve las espinas del calvario, que representa la vida y mucho más dura -se hace- cuando es en la pobreza y con mucho trabajo para alcanzar el sustento cada día. En aquella época, una chica, bien podía darse por afortunada, si encontraba un hombre trabajador y honesto, que la quisiera para esposa y Frasco, siempre fue con esas intenciones y además él lo era.

Frasco, siempre había sido un hombre de buenos sentimientos, caballeroso y con una instrucción por encima de la medianía de entonces; al igual que su hija pequeña: siempre estaba interesado en informarse de todo aquello que le rodeaba y era adicto a la lectura, como lo había heredado su hija pequeña.

CAPÍTULO II.

El nuevo trabajo en la costa

Al poco de casarse , más bien se casaron pronto, porque al novio le había salido un trabajo de guarda en una finca de la costa: (El Cerrado de los Larios) -entre las zonas de Jarazmín y el Candado-, en la parte oriental de la capital de la provincia -Málaga-, cuyos propietarios -gente poderosa, adinerada y de ilustres apellidos- habían obtenido muy buenas referencias de él y le dieron una semana para incorporarse al trabajo.

Con tan sólo seis meses de relaciones de noviazgo, se casaron Frasco y María; aunque poco importaba el tiempo, si se querían ambos tiernamente, se deseaban con gran pasión y además se conocían desde pequeños, porque las familias de ambos, eran vecinos de la misma zona del Término Municipal de Comares.

Llegaron con lo puesto, pero con toda la ilusión del mundo en sus corazones jóvenes, a ocupar la casa del guarda, en aquella magna propiedad -de gran mansión, casa solariega- de estilo andaluz; afortunadamente la casita del guarda estaba equipada de todo lo necesario para poder ser habitada de inmediato. Según le contaron, mucho después, su antecesor: había sido despedido por el propietario directamente -al haber llegado a sus oídos, que participaba frecuentemente en los mítines políticos de entonces-, abandonando su cometido y siendo poco eficaz en las tareas encomendadas, como guardar aquella hacienda.

Cierto día se presentó en la finca el propietario y, a su llamado, no pudo ser localizado, viniendo a verle la propia mujer del guarda, hecha un mar de lágrimas y sollozos: pidiéndole disculpas porque su marido, estaba ausente de la finca por motivos particulares, sin haberlo advertido al patrón; a poco que el dueño y patrón insistió, la mujer se vio obligada a aclarar que su marido estaba asistiendo a un mitin de la Central Nacional de Trabadores, CNT, que se estaba celebrando en Málaga capital. Increíblemente aquél fue el motivo del despido del guarda de aquella señalada hacienda, que había abandonado su puesto de trabajo, sin pedir permiso, porque al propietario, no le habría importado que asistiera, pero había mostrado, falta de respeto al no pedirle autorización -al menos ese era el comentario-. Como el puesto había que cubrirlo de inmediato, debido a las circunstancias sociales por las que atravesaban ciertos entornos, sobre todo, los aledaños de la capital, y siendo éste predio muy apetecible; Frasco, no podía dejar escapar aquella oportunidad que se le brindaba, pues el patrón gozaba de gran prestigio.

Pronto se adaptó al cargo de guardés al cargo que le ofrecieron y tuvo muy presente todas las órdenes indicadas por aquel patrón y su familia, quienes fueron mostrándoles sus exigencias y los cometidos a realizar, con toda educación.

La familia estaba formada por varios miembros; pero al que siempre tenía como cabeza principal, era al más viejo y a la señora, porque luego estaban los hijos y otros allegados a los había que guardar la debida compostura y darles su lugar, aunque lo ponían todo patas arriba, cuando entraban en la finca, pero que la mayoría del tiempo estaban ausentes y se olvidaban de que aquel sitio existía. Pronto llegaron sus primeras tres hijas, (María, Antonia y Salvadora), que cayeron como agua de mayo, para todo el mundo en la hacienda y para todas las gentes conocidas; siempre que llegaban los señoritos, se preocupaban de preguntarles por ellas y si necesitaban alguna cosa especial -no deberían tener nunca reparos en comunicarlo-, se lo repetían con bastante frecuencia, pues el comportamiento de Frasco era exquisito, -de total satisfacción, dedicación y estaba muy bien visto-. Le insistían constantemente, que: si llegaban a necesitar algo, o algún miembro de su familia caía enfermo -fuese la hora que fuese-: no lo dudes -Frasco- de advertírnoslo, para hacer -lo que haya que hacer- de inmediato,- le decían continuamente-. Había alcanzado una muy buena consideración. Cuando llegó el -tan deseado varón- cuarto de sus hijos, el patrón hasta les organizó una fiesta de verdiales para el bautizo, que fue celebrado en la propia casa señorial de la hacienda y oficiado por el capellán confesor de la familia; a la que asistieron todo el personal de la finca, acompañados de sus familiares y muchos vecinos de otras haciendas, estuvieron presente, festejando el acontecimiento hasta bien entrada la madrugada.

En estas circunstancias el guarda Frasco Infante, estaba sumamente agradecido a sus patronos y se esmeraba continuamente en no caer en ninguna falta, ni cometer errores, que pudieran perjudicarle ante sus patronos.

Así permanecieron bastantes años en aquella finca a pocos kilómetros de la capital y, por su parte este, muy cerca de las primeras viviendas del barrio del Palo.

Aún no existían muy buenas carreteras por la zona, pero a la casa principal de la finca, llegaba un hermoso carril, siempre muy bien cuidado y ocupaba una zona emblemático del partido de Jarazmín. No estaba nunca parado Frasco, pues siempre tenía falta de tiempo, para vigilar todo el entorno de la hacienda, que por estar muy cerca de la ciudad y estando los tiempos tan malos y complicados, sobre todo para conseguir alimentos; no faltaba nunca, quienes adelantaban la recogida de frutales, salpicados por todo el entorno; las mazorcas de maíz, las legumbres y hortalizas, desaparecían durante la noche. Muchos fueron los tropiezos que tuvo que sortear el guarda, con asiduos amigos de lo ajeno, pero nunca fueron graves, porque siempre que cogía a alguien con las manos en la maza, Frasco procuraba salir airoso de toda discordia; e incluso dejaba a los más menesterosos o padres de familia, que realmente necesitaban volver a sus casas, con algo en las manos: llevarse algo o trataba de hacer la vista gorda, pero no daba mucha ocasión a la rapiña y era un guarda eficiente.

Era un hombre, hasta bien considerado por estos amigos de lo ajeno, que por necesidad, emprendían pequeños hurtos, a sabiendas de que Frasco no llegaría nunca a denunciarles. De esta forma transcurrían los días, meses y algunos años; hasta que se acercó la inestabilidad total; algunos miembros de aquella poderosa familia fue detenida, muchos de sus bienes embargados o confiscados y el temor corrió como la pólvora por todas partes, entre los poderosos y los menesterosos. Ya hacía meses que las niñas dejaron de ir al colegio de monjas -Los Ángeles Custodios, en Pedregalejos- donde habían sido de las más sobresalientes en los casi cuatro años que permanecieron -asistiendo todos los días lectivos- y sin haber producido faltas de asistencia, pues la madre las llevaba todas las semanas, al rayar el día con el mulo y permanecían internas hasta el viernes por la tarde, que iba a recogerlas, para llevarlas a casa el fin de semana, montadas en el animal. Habían entrado, claro está: por recomendación de la patrona, -con poca gestión que tuvo que hacer su marido- pues el colegio era de bastante categoría social en la época y difícilmente hubieran podido asistir las niñas -a sus clases- de no haber intervenido ellos y mucho menos, habría podido costear las estancias del internado.

En mitad de una semana cualquiera, las clases se suspendieron y el centro religioso se clausuró, como consecuencia de las revueltas sociales que empezaron a producirse y, como consecuencia de ello: creció el temor, dejando todo el alumnado de asistir a las clases; posteriormente creo que fue quemado con todas sus pertenencias dentro y sus monjas obligadas a transformarse en clase laica. Frasco poco podía saber de aquellos acontecimientos tan raros, pues como siempre estaba dando vueltas por el campo, tratando de controlar a todas aquellas personas que se acercaban por sus inmediaciones; el no asistía a reuniones de monjas del colegio, ni a comités políticos, ni se desplazaba para hablar con otros vecinos limítrofes, solamente podía hacer sus conjeturas personales, sacadas de los comentarios que oía, en muy contadas y precarias condiciones, cuando su patrón o alguno de sus hijos: hacía algún comentario al respecto y eso no le aclaraba nada, pues él no entendía de comités, ni de sindicatos, ni tan siguiera de lo que pudieran representar una República o una Monarquía, etc.; aunque se olía cada vez más, y con más insistencia, que los derroteros que llevaba la sociedad, no iban por buen camino y que de seguir así: pronto se liaría una gorda.

Este y otros aspectos, como la clausura del colegio de las niñas, por ser de monjas -según le dijo una tarde su mujer- el día que él preguntó: del: ¿por qué no había llevado las niñas al colegio…? y ella, le contestó que lo habían cerrado los políticos: anarquistas, socialistas o comunistas; ¿quién iba a saber… El pobre hombre se sorprendió mucho y procuró enterarse bien de todo aquello que ocurría a su alrededor y, de entender bien o informarse de: quienes eran aquellos llamados políticos, tan absurdos y, cómo tenían tanta influencia. Según llegaba a pensar: la deberían tener, para llegar a cerrar aquel colegio; seguro que no serían amigos de su patrón u otras personas parecidas, con influencias. Cuando entendió bien el panorama, que se avecinaba y las consecuencias tan nefastas que su permanencia en la finca podría acarrearle a él y a su pequeña familia: no pegaba ojo por las noches, con cualquier ruido que escuchaba se despertaba y se les ponían los pelos de punta. Durante el día, se volvió mucho más precavido de lo que lo venía haciendo hasta entonces, ya no se hacía tan presente, cuando observaba que algún extraño merodeaba por los campos. Así anduvo dubitativo hasta bien entrada la primavera y aunque, en varias ocasiones, le había manifestado a su patrón, sus deseos de volverse para sus tierras altas y asentarse en la finquita, que había heredado de su familia; no tomó la última determinación, hasta que su patrón le autorizó: ha hacer aquello que mejor le aconsejase su conciencia y para conseguir lo mejor para su familia; pues él comprendía que estuviese muy preocupado, ya que, las cosas se estaban poniendo excesivamente difíciles y le autorizaba, a marcharse, si ese era su deseo.

A la vista de tales acontecimientos, una mañana muy temprano, cargó en una carreta, todos los enseres personales de su familia y, como ya había comunicado a su patrón los pensamientos que tenía de volver a sus tierras de la Alta Axarquía, para no tener remordimientos, -si abandonaba su puesto-; en aquella ocasión, su señorito: aprovechó la ocasión para recomendarle que, lo expuesto, era lo mejor que podía hacer, pues dadas las circunstancias: nadie estaba seguro en ninguna parte y, permaneciendo tan cerca de la ciudad, lo consideraba peligroso. Allí mismo le hizo su patrón una liquidación bastante favorable por los trabajos prestados y le dio unas inmejorables referencias, por si le pudieran beneficiar en el futuro. Aquella mañana para la que había previsto salir de viaje, lo organizó todo muy bien en combinación con su mujer, desde la tarde anterior.

Recogieron todas aquellas cosas de sus pertenencias, las fueron empaquetando lo mejor posible y colocándolas detrás de la puerta; sólo dejaron para el último momento la recogida de algún colchó y algunos útiles de la cocina.

Cuando hubieron cargado la carreta -provista de los arreos correspondientes, que el patrón le regaló-, cogió al mulo de su propiedad del cabestro y acomodó a toda la familia entre los enseres; partieron en dirección hacia Málaga para coger los caminos que suben hacia los Montes.

Era una larga cuesta, la que tenían que subir, pero no tenía alternativa -la denominada, cuesta de la Fuente de la Reina- de casi veinte kilómetros, pero la subirían con calma, haciendo las paradas que fuesen necesarias, para no cansar, ni al mulo, ni a los pequeños. Además, debía tener muy en cuenta, que su mujer llevaba un bebé de corta edad, que apenas sabía andar y tendría que prestarle toda la atención posible.

Aunque las niñas ya se valían por sí sólas, ellos, tendrían que tener con todas muchas atenciones y esmero, en lo que representaba un viaje demasiado largo.

Ya le había advertido su patrón, que si tomaba la determinación de no aguantar en la finca de Jarazmín; pusiese los pies en polvorosa -lo antes posible- y, se llevase a toda su familia y aquello que necesitase; sin despedirse de nadie y lo más alejada posible de la civilización, sin mirar para atrás-; porque los tiempos que se avecinaban eran del todo punto catastróficos, para todo el mundo. Aquella mañana, muy temprano, ya había cruzado por la parte noroeste de la hacienda -sin grandes contratiempos- toda la finca del Candado y el cruce de la carretera de Olías -con su arroyo del mismo nombre, que traía un buen hilo de agua-; al llegar a este enclave: estuvo tentado de tomar la dirección norte hacia Olías y Comares, pero recordó que las cuestas eran mucho más pronunciadas, el camino era peor -por estar menos transitado- y seguramente también se le haría más largo en la distancia; por lo que decidió continuar, buscando el paso del Arroyo Jaboneros en los bajos del Cerro San Antón para enfilar por las playas del Carmen y la parte sur del Cerrado de Calderón.

Al pasar por las calles de la ciudad, aún la población apenas si se había puesto en movimiento: apreció: como otras muchas familias estaban liando sus bártulos y -al igual que lo hacían ellos- estaban abandonando la ciudad.

No quiso pararse con nadie, para recabar mayor información, sobre lo que estaba sucediendo, pues él estaba aplicando, lo que aconsejaba el refrán, cuando dice-con muy buen criterio-: "a buen observador, con pocas palabras bastan…" Ya llevaba más de una hora tras la carreta; afortunadamente su mujer y los niños iban dentro; bien acoplados, en los pequeños huecos que ellos mismos se habían proporcionado entre los muebles y enseres, por estos terrenos, aun llanos y o semiplanos; el mulo no tenía que hacer mucho más esfuerzo por llevarlos dentro, su peso era liviano y llevaban un buen paso, que sin ser lento, tampoco requería mucho esfuerzo del animal.

Estaban a punto de entrar en el camino de la Caleta, para internarse por el Limonar, por la parte sureste para dirigiéndose al norte, por el carril de los Almendrales y así, llegar a salir a los aledaños de la Fuente de Olletas, dejando a la margen izquierda todos los campos de Gibralfaro y gran parte de la ciudad. Cuando estaban casi a las afueras de la capital y empezaban las primeras cuestas de la Fuente de Olletas: dio de beber al mulo en el gran pilón y llenó todas la vasijas que su mujer le fue proporcionando, para hacer acopio del líquido elemento, que utilizarían por el camino, pues bien sabía que hasta llegar por lo menos a la Venta del Boticario, no podrían reponer más agua, ya que los manantiales existentes por el camino, que pensaba llevar: eran de tierra y los manantiales más cercano se encontraban distantes de la carretera, en los profundos cañadones de aquellas serranías y, en muchos tramos habría que bajar por caminos de cabras, para poder llegar a ellos. Se les fue casi todo el día en subir media cuesta de la Reina, pues el mulo que tiraba del carro, aunque era muy fuerte -en varios tramos de la cuesta-: él hubo de ayudarle para que el animal, no llegase a perder el paso o tuviese que detenerse; pues, si lo hacía, seguro que luego le sería casi imposible arrancar de nuevo, con todo el peso de la carreta.

Afortunadamente el animal aguantó con entereza y en los sitios más llanos del camino, Frasco lo desataba del tiro y le dejaba pastar un rato en las cunetas con mayor hierbas -el pasto verde de aquella jubilosa primavera- , al tiempo que le hacía descansar, para que recuperase fuerzas.

Carretera y carriles de los Montes.

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No tenía prisas en llegar a su destino y tampoco quería forzar la marcha; hay quién muchas veces le dijo: "vísteme despacio que tengo mucha prisa…"; él ya se sentía a salvo de todos los inconvenientes que se podían avecinar en breve, con tanta multitud de gentes, que en su inmensa mayoría empezaba a no tener lo necesario para subsistir. En varias ocasiones pensó hacer un alto definitivo de aquél día, pero no encontraba el lugar propicio y pensó llegar lo más alto posible para al día siguiente enfocar el resto de la cuesta casi de madrugada, pues pasando el Puerto de León, todo el camino era mucho más llevadero, a medida que se sentirían más seguros.

Fue avanzando poco a poco, hasta llegar a una de las parte más entre llanas de su recorrido, donde hoy se alza la Venta del Detalle; allí tenía un medio pariente, que aunque hacía muchos años que no habían estado en contacto, los acogió con mucha presteza y cariño. Era un primo lejano de su padre -Bartolo- quien llevaba años instalado por aquella zona a donde llegó inicialmente de podador jornalero.

Casi toda la familia tuvo que dormir en el salón, medio apelmazados, pero como hacía buen tiempo, el sitio era amplio y colocaron las sillas -macizas de madera de olivo y asientos trenzados de anea- a forma de parrilla y extendieron encima dos de los colchones que llevaban en la carreta, de tal forma, que hicieron rápidamente un buen camastro, donde cupieron todos. Al ser de día emprendieron nuevamente la marcha y, a eso de las once de la mañana, ya estaba llenando las vasijas de agua fresca en la Fuente de la Reina y dando de beber al mulo, que casi dejó el pilón vacío. No quisieron parar allí por mucho más tiempo, pues con el gran esfuerzo que había hecho el mulo, para terminar de subir la cuesta, y la cantidad de agua que todos habían bebido, era muy posible coger un enfriamiento rápidamente, si no se ponían en marcha de inmediato, por ello, pensó Frasco que lo mejor era seguir andando para que el cuerpo no se llegase a enfriar y el sudor pudiese sacar parte de la pesadez que les entró al coger a mano, tan fresco manantial.

A partir de ahora, María, las niñas y el bebé, podrían ir subidos en la carreta, pues el terreno se hizo completamente llano en más de un kilómetro y después se iba recostando en pequeñas pendientes de bajadas y subidas cortas, casi por las cumbres de aquellos montes, totalmente poblados de viñedos. Poco antes de llegar a la Venta Garvey -podríamos decir: en la misma esquina del sur-; partía un carril sinuoso y con bastantes pendientes en sus comienzos, que daba acceso a la localidad de Comares -reducto antiguo de los árabes- por donde se podría llegar a sus terrenos de nacimiento. El pueblecito estaba encrespado en lo alto de las rocas ciclópeas de la alta zona de Maz Mullar; lógicamente era el camino más cómodo de todo aquél Término Municipal, si se quería viajar en ruedas y así lo hubieran tomado, si sus destinos hubiera sido la finca de la familia de María -su mujer-, pero no era buen acceso para enfocar las partes altas de Solano, al tener que cruzar el arroyo de lo Gallego y posteriormente, no había trazado de camino para vehículos de ruedas; sólo las bestias de cuatro patas y los caminantes, podrían haber ahorrado camino, si lo hubiesen tomado, hacia el destino que llevaban. En la intersección de ambos caminos, hoy existe una buena indicación que da a conocer los lugares y las distancias a las que nos encontramos -falta el indicativo de: a Comares- que tendría que salir en perpendicular hacia el horizonte.

Las crestas de los montes, se aprecian desde aquellas alturas en todo su esplendor -hoy grandes extensiones de pinos pueblan sus cúspides y laderas- lo que antes fuera una gran extensión de vides, matrices de renombre para los vinos moscateles o de Málaga: mundialmente reconocidos y apreciados, por su variedad moscatel, dando lugar a una de las industrias primordiales en las exportaciones andaluzas. La filoxera acabó con la mayor parte de los viñedos de la Axarquía, que venían produciendo vinos de las mejores calidades, desde tiempos anteriores a los romanos -era tanta la producción de vino, que en muchos lagares, cuando había que hacer obras de construcción, se utilizaba el vino de las tinajas de años anteriores, para hacer las mezclas de arcilla o de cal, pues resultaban más baratos que traer el agua de las cañadas o de los arroyos y, al mismo tiempo desocupaban la vasijas para volver a llenarlas en la próxima cosecha-; los Málaga Virgen, los Quitapenas, los Pedro Ximen y algunos otros vinos dieron gran prestigio a la zona; así como sus pasas moscateles, de las que aún hoy viven muchos lugareños de la comarca. Hicieron parada en la Venta Garvey, donde el propietario era amigo o pariente lejano del padre de María su esposa, desde hacía muchísimo años y, afianzaron su larga amistad, porque les tocó servir en el mismo Regimiento de Infantería, al tener los mismos apellidos y ser del mismo reemplazo. Cuando los llevaron a la Guerra de Cuba, salieron con vida por poco, pero a la vuelta, los dos llegaron malheridos, faltos de ilusión y aunque trataron de rehacer sus respectivas vidas, ninguno consiguió sobrevivir muchos años más.

Efectivamente -su tocayo-: Frasquito el de la Venta Garvey y los suyos, recibieron a la familia con alegría y mucho esmero, prepararon una buena comida para el almuerzo y querían a toda costa que se quedasen aquella noche a dormir, pero Frasco y María se excusaron y lo agradecieron grandemente, porque tenían previsto llegar a la casa de Pepe Meléndez -hermano de María-, que vivía en el lagar de las Encinillas -al estar muy poblado de ese árbol y muchos alcornoques- denominado también del Meléndrez, por ser una deformación de su propio apellido. El lagar no estaba lejos de allí -lagar que ellos conocían, por estar unos cuatro o cinco kilómetros más alejado hacia el norte -hacia Colmenar y colindante con la margen derecha de la calzada: algo más allá de la casilla del Lince- y el terreno estaba casi todo cuesta abajo, sólo tenía una corta cuesta, algo empinada, al final del trayecto. Las hijas y la mujer de Frasquito, prepararon un buen arroz con pollo, que a todos les supo a gloria, también prepararon una buena ensalada, típica de la zona: hecha con tomate, cebolla, pimiento, pepino, zanahoria y lechuga y muy bien picado, con aceite de oliva, vinagre y sal, -condimentado- a la que agregaron un poco de atún.

Los hombres mientras tanto, estuvieron hablando de sus cosas, y de entre ellas, de la situación de anarquía, que se estaba avecinando.

Mucho más informado estaba Frasquito de los temas que estaban sucediendo, porque tenía radio en la casa y la escuchaba todas las noches. Frasco, al contrario, no entendía nada, ni siquiera sabía del significado de esas raras palabras, por lo que hubo de preguntar, para que le explicara el amigo de su suegro, todo aquello que él desconocía. "Parece mentira Frasco, que tú: habiendo estado bastantes años pegando a Málaga, no te hayas dado cuenta de todo el terrible asunto, que se nos viene encima; estos políticos de hoy en día no se ponen de acuerdo y sólo intentan mantenerse en el poder, caiga quien caiga; sin importarles nada del daño que hacen a los demás, como están haciendo al país y a tantas gentes, especialmente trabajadora y pobre, que pronto no tendrán medios para subsistir. Al poco de tomar el café, que llegó acompañado de unos roscos de vino -hechos por las hijas de Frasquito- y que les supieron a todos a gloria; llegados, como si fuese el plato final de los postres: Frasco y su familia se pusieron en camino de nuevo, reemprendiendo la marcha, hacia el lagar de su cuñado, donde pensaban pasar aquella noche venidera.

Mientras tanto el mulo había estado también bien atendido atado en una rama de un olivo, desde donde daba buena cuenta de un pienso, que le habían servido en una espuerta de esparto, situada en la cruz del árbol y a la que alcanzaba con toda facilidad. Una vez que lo tuvo aderezado en el tiro del carro, le acercó un cubo de agua fresca, del que dio un buen tiento, dejando por la mitad. Aquella despedida, fue temporal, pues ambas familias quedaron en visitarse con más asiduidad de lo que lo hicieron hasta entonces; ahora les sería más cómodo, al estar más cercanos y al tiempo se ofrecieron para cualquier cosa que necesitasen…

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Al poco rato de salir Frasco con su familia de la Venta Garvey, pasaron una media docena de coches cargados de gentes, que se dirigían de Colmenar hacia Málaga, casi produjeron un accidente con la carreta, pues era tal el jolgorio que traían organizado, que venían adelantándose unos a otros, sin control, y a grito vivo y con los brazos en alto: gritaban desesperados ¡Viva la República!; y se desgañitaban. Frasco pensó entonces que aquella gente se había vuelto loca, iban sin control y seguro que no llegaban a su destino, ni la mitad de los que allí se agolpaban dentro de los vehículos, saldría vivo de tanto desmadre, como llevaban.

Ahora parecía ser cierto, lo que, sin darle muchas explicaciones, le había anticipado su patrón, pocos días antes de salir de la finca y también se confirmaba: lo aclarado con más detalles, en las exposiciones que le había dado el amigo de sus padres y que le habrían definitivamente los ojos. La Segunda República había sido proclamada con los votos de las izquierdas que no retraía su triunfalismo y las gentes saltaba de alegría; pero se les veía: -si los mirabas fijamente a los rostros- que aquellos que tanto alboroto formaban, no eran gentes firmemente trabajadora y mucho menos de los que: tuvieran las manos encallecidas por el trabajo manual; más bien parecían presos evadidos de las cárceles, aunque él no había visto nunca ninguno de esos tipos.

Lo cierto es que había mucho desorden y falta de respeto, pues algunos de los encaramados en las bacas de los coches, hasta se atrevieron a insultarle, yendo, como iba, con su mujer y sus niños pequeños. Ninguno les daba confianza.

Pensó: -la gente es cruel por naturaleza, pero cuando se juntan con los malos, son peores y cometen todas las crueldades, como si fuesen a una competición-.

Cuando consiguió llegar a la Venta de La Nada, parecía que todo aquel tropel, se había esfumado y reinaba la tranquilidad.

Este propietario, bastante serio y honorable, como la mayoría de los de la comarca; también era antiguo conocido de su padre y él mismo conocía a algunos de sus hijos, de haberlos saludados en alguna fiesta de verdiales o en las maragatas, que se organizaban por aquellos pechos, cuando andaban todos moceando en su juventud. Se paró, como una media hora, mientras los pequeños merendaban sobre el mismo carro; las mujeres rápidamente se amigaron y empezaron a charlar sobre la misma preocupación que les embargaba a todos. Gaspar, que así se llamaba, le dijo: Frasco, acabamos de entrar en un túnel oscuro, del que ni Dios va a poder sacarnos…

Hace unos días que se proclamó la II República en Madrid y los ecos ahora están llegando por estos cerros.

Ya hay muchos que andan sobresaliendo, formando pequeñas pandillas de desalmados, que ya van amedrentando a las gentes, porque parece ser que la República los va a encumbrar, para que ellos hagan de las suyas a todos aquellos que tengan distintos pensamientos a los suyos. Algunos de los que van ahí, se han atrevido a decirme, que: me van a poner las pilas, que tendré que entrar en vereda y si no lo hago, habré de pagarlo caro.

Aquello le llenó mucho más de amargura al pobre Frasco, pues sabía de la honradez, lealtad y hombría de bien que siempre había tenido el tal Gaspar y era de gran mérito: haber criado a un buen número de hombres y mujeres, que eran el espejo y ejemplo de aquellos contornos. No quiso hacer más preámbulo y despidiéndose de aquella familia, prosiguió su viaje, por la carretera, que ahora se pronunciaba cuesta abajo, después de una cerrada curva a la izquierda. Pasaron por entre un gran bosque de alcornoques, que casi tapaban la carretera de parte a parte, en ocasiones no llegaba a verse el cielo y la luz de la tarde menguó casi al 40%; fueron bajando a buen ritmo y sólo tuvo que emplear el freno de la carreta en un par de ocasiones. Pronto llegaron al llano desde donde se divisa la Casilla del Lince, situada a la parte derecha de la carretera; allí también estaban asomados a la puerta de la vivienda un matrimonio y dos chicas, que también eran conocidos lejanos de Frasco, pues parece ser que estaban bastante emparentados con Josefita, la cuñada de María su mujer, donde pensaban pasar aquella noche; no recordaban sus nombres, pero tuvieron mucha suerte: aquellas personas: recordaban los suyos; y, llegando, todo surgió de forma normal, después del consabido saludo.

CAPÍTULO III.

De vuelta a la Alta Axarquía

Allí volvieron a estar parados otra buena media hora, a Frasco le interesaba mucho todo lo que estaba ocurriendo y para sí mismo, se decía, que: en una tarde iba a aprender más cosas del mundo, que en todos los días de su vida y volvió a salir en la conversación: el mismo tema de la proclamación de la II República. Su interlocutor, que se llamaba Enrique estaba bastante atemorizado por todo lo que estaba ocurriendo y le expuso e informó de casi todos los acontecimientos que estaban sucediendo en la capital, de donde él había salido dos días atrás.

Las mujeres no dejaban de hablar sobre el mismo tema y alzaban, de cuando en cuando, los ojos al cielo y ponían los brazos en cruz, como solicitando salir pronto de aquella locura de los hombres. En Málaga, – decía Enrique- han empezado a quemar los conventos, las iglesias y hasta la casa del Obispo ha sido pasto de las llamas.

Parece ser que el mismo día de la proclamación de la II República, la gente desmadrada, se lanzó a la calle y ha cometido barbaridades; ya han asaltado la casa de los curas Jesuitas, y el periódico de La Unión Mercantil.

Ahora están tratando de meterse dentro del Seminario de Málaga y echar a fuera a todos los seminaristas, para cerrar el Seminario.

Algunos colegios de monjas y curas, han sido cerrados hace bastante tiempo y están forzando a los curas y monjas en convertirse en personal laico.

-Sí eso lo hemos vivido nosotros en nuestras propias carnes, dijo Frasco-, a nosotros nos echaron a las niñas, del colegio de monjas a la calle, pues las teníamos internas en un colegio de monjas de Pedregalejos y les iba muy bien-; pero lo cerraron de la noche a la mañana, sin haber dado explicaciones, ni el porqué. Mucho gentío se ha hecho dueño de las calles y andan incontrolados, quemando todo aquello que no toleran, que les suena a: religión, monarquía o gente rica.

Todo se ha ido al traste, cuando las gentes instruidas y mal intencionadas: ha ido aleccionando a los cafres descontentos y sufridos, para que vayan cometiendo desmanes, saqueos y prendan fuego de inmediato a todo lo religioso o católico.

Alguien, se aterró y contó anoche por la radio, que: al contemplar la ciudad de Málaga desde la finca de Peinados, era algo aterrador, según comentaba, era dantesco, producía escalofríos y amargura, como nunca se había visto.

Algo semejante a la quema de Roma por el loco de Nerón, se estaba produciendo en nuestra ciudad, por los resentidos o nostálgicos sin escrúpulos. Columnas de humo negro se alzan en el horizonte de un cielo rojizo, mientras la ciudad permanecía en un silencio sepulcral, -comentaba el locutor-.

Hubieron de declarar el estado de sitio, pero, ni con ello: pudieron reducir a los saqueadores e incendiarios, que iban a más cada momento que pasaba. -Informaron, que: estaban crearon una Guardia Cívica Transitoria- que ya estaba tratando de poner orden entre las clases enfurecidas-. Esta Guardia Cívica, estará formada por componentes y militantes republicanos, socialistas, comunistas y miembros de la Central Nacional de Trabajadores (CNT), quienes trataran de apaciguar a las gentes.

Frasco, todas estas noticias las oigo por la radio, que desde aquí se oye muy bien… -Le decía Enrique aquella tarde a la puerta de su Casilla del Lince-.

Después de este rato charlando, no quiso demorar más la parada; aún quedaba como un kilómetro en cuesta para llegar a la casa de su cuñado Pepe.

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Se despidieron nuevamente de aquella familia, cuya charla había sido suma mente instructiva, amena e informativa, quedando, como de costumbre en verse lo antes posible y ofreciéndose mutuamente para cualquier favor en los que pudieran atenderse. Así continuaron la marcha, bajaron a las niñas de la carreta, pues además de que empezaba la cuesta arriba, las niñas tenían muchas ganas de bajarse e ir caminando hasta el final del trayecto. No llevaban, ni veinte metros recorridos, cuando Frasco, se dio cuenta de que la finca de Las Encinillas, aunque colindaba con la carretera, la casa, la tenía mucho más abajo y estaba bastante empinado el terreno para llegar a ella; al quedar tan alejada de la carretera y con tanta dificultad, la carreta, sin la existencia de carril alguno, no podría bajar la cuesta en la parte derecha y estando, como a unos cincuenta metros del borde, por lo que pensó, que: bien podría dejar la carreta, con todas las pertenencias en la Casilla del Lince, donde vivía su acabado de saludar Enrique y llevarse el mulo solamente, para volver al día siguiente a recoger la carreta y continuar el camino por la carretera hacia el pueblo de Colmenar. Así que, volviendo sobre sus pasos, le pidió el favor a Enrique para dejar a buen recaudo la carreta: no hay problema, le dijo Enrique, puedes volver mañana, pasado o el día que pienses continuar el viaje y mostrándole una especie de cobertizo lateral techado, que estaba junto a la vivienda, empezó a apartar algunas cosas sueltas de poco tamaño, que tenía extendidas sobre el suelo; las fue apartando hacia los laterales y hacia el fondo, hasta que hizo buen sitio para que cupiese la carreta. Mientras tanto Frasco se acercó a donde había dejado parada a su familia con la carreta e hizo girar al mulo en 180º, para volver a la fachada de la Casilla del Lince; cuando estuvo lista la habitación -especie de cobertizo-, fue reculando el mulo e introduciendo lentamente la carreta hacia el interior del recinto, donde la dejó calzada y bien dispuesta.

Desarmó los aparejos de tiro del mulo a la carreta y sacó al mulo, que lo ató momentáneamente en una argolla que estaba pegada -a tal efecto- en la fachada de la casa, junto a la puerta. Sacó dos colchones y un saco, que quiso llevarse sobre el mulo, para pasar la noche en casa de su cuñado Pepe. Volvieron a charlar brevemente, donde Frasco quería a toda costa pagarle algún dinero, por el favor de tenerle la carreta en sus dependencias, pero Enrique no lo consintió, e incluso hizo gestos, como para enfadarse, si persistía en ello.

Bueno, ahora estoy en deuda con usted, para cualquier cosa que pueda servirle. Así quedaron y volvieron a despedirse hasta pronto, que seguramente sería al día siguiente o a lo sumo dos días. Frasco tomó al mulo del cabestro y extendió el saco de esparto o lino y echó encima los dos colchones, que cinchón al vientre del mulo con una cuerda, después sobre todo lo que había echado a los lomos del animal, ayudó a montar a María espatarrada, cogiendo al niño, también espatarrado, entre sus piernas. Ahora las tres niñas querían subirse a lomos del mulo, pero el padre no lo consintió, asegurándoles, que en cuanto llegasen y descansaran, seguramente al día siguiente, él mismo las iba a pasear por la finca del tío Pepe.

Cogió a la más pequeña en brazos y las otras dos caminaban delante de él. Aprovecharon, que al no llevar la carreta, el mulo pudo meterse casi en línea recta por un caminito llano, desde la Casilla del Lince hasta el Lagarillo del Meléndrez, que se consideraba una trocha peatonal para el uso de ambos vecinos; estrecho camino de herradura- que estaba casi desapareciendo, por el poco uso que le venían dando últimamente. En menos de media hora, toda la familia estaba llegando sana y salva a las puertas de la casa de la familia del hermano de María. La primera en verlos llegar fue su propia cuñada Josefita, y su pequeño hijo Antonio, el padre y marido, los vio llegar desde lejos, donde estaba con el ganado y aún tardó un buen rato en bajar para la casa. Josefita, con su hijo de la mano, se adelantó a recibirlos y después del saludo de bienvenida, les comunicó a los recién llegados, que su marido: no tardaría mucho tiempo, pues los habría visto llegar y vendría detrás de ellos, con el ganado, aunque se pararía a darles de beber antes. Al momento de llegar, el chiquillo y las primas, comenzaron a dar saltos de alegría por tal acontecimiento y en salutaciones por encontrarse todos por primera vez; llamando la atención de todos los que estaban alrededor de la casa: el niño pequeño, que también quería escaparse para jugar con su primo y hermanas, pero María no lo dejó de la mano, temiendo que se fuese a caer rodando por aquella empinada pendiente, que venía después del llano de la casa.

Josefita estaba terminando de caldear un horno y se disponía de meter el pan, pero ante lo incómodo de su embarazo -que estaba casi a término- fue María la que cogió la pala y la suplantó en la tarea: introduciendo los panes en el suelo de horno ya previamente caldeado, posteriormente, tapó la entrada a forma de bocana de tinaja, con una puerta semicircular de madera; mientras tanto, Josefita se encargaba de estar pendiente de pequeño Haxparcol, para que no se le escapase, pues daba gritos y bregaba porque quería irse a jugar con los demás niños. Cuando llegó el Pepe, saludó efusivamente a toda la familia, que aún permanecía dialogando en el llano frontal de la casa. Acababan de llegar y él los había visto desde que llegaron a la casa de Enrique con la carreta. Pepe dio por terminada la jornada, cuando los vio encaminarse a su casa; aunque se retrasó un poco en el manantial, donde dejó beber a sus anchas a todo el ganado. Aún hacía muy poco que había vuelto del campo, donde estaba cuidando al ganado, que pastaba y seguramente muy cansado, pero al verlos venir: Pepe también se alegró muchísimo de verlos, aunque fuese a lo lejos, los reconoció enseguida; su regocijo fue grande cuando llegó hasta donde la familia estaba y al comprobar que todos estaban bien, no cesaba de sonreír y de darles besos a sus sobrinas y de admirarse de todo lo que habían crecido. Mientras tanto, Frasco, se acercó a una de aquellas cañadas y llenó el propio saco de yerba- aquél que había puesto en lomos del mulo, para que María no entrase en contacto con la piel sudada del animal -durante el trayecto que vino subida con el niño desde la Casilla del Lince Hasta el llano de Las Encinillas-; así el pobre animal podría contar con un buen pienso de yerba fresca para la noche venidera. No tardó mucho rato Frasco en recoger aquel saco de yerba, pero menos tardó Pepe en volver aseado de la pileta del pozo, que estaba un poco más arriba de la casa, junto a unos pequeños hundideros que hacía el terreno; ya había sacado un pequeño taburete, donde apoyo los dos pies y sentado en el poyo de la puerta, se retrepó contra la fachada de la casa.

Cuando apareció Frasco en el quicio de la puerta dejó el saco sobre la fachada antes de la entrada y se dirigió directamente a Pepe, a quien indicó, que había ido a recoger aquel saco de yerba para que antes de irse a dormir, echárselo a los animales, pero su cuñado le dijo, que mejor se lo echase al mulo, pues la burra había estado todo el día careando yerbas por la finca.

A partir de entonces, estuvo todo el tiempo acompañado de su cuñado Frasco, mientras éste encerraba todo el ganado antes de que se hiciese de noche; guardaron también al mulo y la burra en la cuadra y les pusieron un buen pienso en pesebreras diferentes, separadas por un largo palo paralelo a ambos animales, con objeto de que no fuesen a trabarse o pelearse, por ser desconocidos. Acabadas las faenas, ambos hombres se sentaron en el poyete, que estaba situado a la entrada de la puerta principal de la casa, cubriendo parte del lateral izquierdo de la fachada, se ofrecieron mutuamente tabaco; aceptando Frasco, la petaca que le ofrecía su cuñado Pepe, que por ser el anfitrión, parecía tener ciertos privilegios, sobre su invitado, que por cortesía, se limitaba a ser complaciente en todo aquello que podía captar su raciocinio.

Mientras tanto, las mujeres se ocuparon -al tiempo que hablaban de todo un poco- de preparar una de las cámaras del piso superior, con aquellos colchones -semi adaptadas- para que -llegada la noche, no lejana- pudiesen descansar tranquilos. Cuando terminaron de preparar aquellos pertrechos camastros, bajaron al zaguán y se dispusieron a preparar la cena en la cocinilla, que estaba en una esquina del llano de la casa y hacía sobre el rincón las veces de doble chimenea -hacia dentro del salón y traspasando la pared, la otra media caña de chimenea- donde ahora cocinaban; en invierno usaban la otra media cocina, desde el salón, para no pasar frió y así permanecía encendida casi todo el día, calentando la casa, de enormes muros de piedra y barro; ahora el fuego, lo prendían cada vez que tenían que cocinar las viandas, pero en invierno, estaba siempre encendido.

En todo momento, las dos cuñadas, estuvieron uña con carne, comentando todo el tiempo transcurrido desde la última vez que se habían visto, con motivo de la boda de María y Frasco, poco antes de salir para la costa al nuevo trabajo de guarda. Las niñas y el primo, estaban al cuidado de Haxparcol, que se sentía encantando entre ellos, porque parecían una escalera multicolor, adornadas con toda clase de lazos y no paraban de saltar y brincar en el llano delante de la puerta principal. De cuando en cuando María se asomaba a la puerta de la cocinilla, para echarles un ojo a los niños e indicaba a su marido que los vigilase también, mientras ella andaba ayudando a su cuñada. Los dos hombres sentados en la puerta liaron sus respectivos cigarros y charlaron de lo mal que se estaba poniendo el tema político y del desmadre que existía por todas partes; Pepe le dijo a su cuñado: -haz hecho bien en liar los bártulos y venirte de la costa; seguro que ahora, todo el mundo empezará a perderse el respeto y al faltar muchas cosas fundamentales, habrá muchos robos y con ello enfrentamientos inimaginados, que acarrearan mucha muerte y odios entre todos, incluso los propios vecinos y hermanos no se respetaran entre si.

Frasco, no dejaba de vigilar a los niños, pero estaba muy pendiente de lo que le estaba hablando su cuñado.

Prosiguió éste diciéndole: yo al igual que Enrique el vecino, tengo la radio de pilas -ambos la compramos e instalamos el mismo día-, nos la trajo el recovero que pasa por estos lagares cada quince días y se la estamos pagando a plazos; ahora estoy bastante satisfecho de haberla instalado en su día, pues aunque era algo remiso, Enrique me animó y ante la insistencia de Josefita y el niño, terminé por instalarla. No resultó cara y ahora, el niño y la madre están mucho más contentos y distraídos. Te aconsejo, que en cuanto puedas, procures instalar un chisme de esos, porque distrae mucho y hace mucho bien, al tenerte entretenido por poco costo; cuando llegas cansado de trabajar todo el día, sin ningún esfuerzo te informa de todo lo que está ocurriendo por el mundo, que también es muy importante; también he notado que el niño, tiene sus programas favoritos y les hace mucho bien, porque se espabilan bastante y se van enterando de todo aquello que ocurre en sitios muy lejanos y extraños, creo que eso les da cultura y les abre los ojos para lo que les espera vivir. Ambos cuñados hablaron mucho de todos los acontecimientos de los últimos día y aunque Pepe, decía no haber podido seguir los acontecimientos al pié de la letra, debido a la cantidad de trabajo que tenía acumulado, para llevar medio bien aquellas tierras, le confirmaba lo que poco antes le había dicho Enrique. Todo estaba muy tirante al producirse recientemente un cambio político, tan radical, como el que estaba sucediendo y lo peor, es: que había producido un descontrol general y la gente se había desmadrado, no respetándose nada. Frasco, al igual que Enrique y en lo que su patrón le advirtió, creían: que se avecinaba una catástrofe social y que todo el mundo empezaba a acaparar todo aquello que le interesaba, sin respetar a los demás. Parecer ser, que los propios políticos se zancadilleaban entre sí, para alcanzar mayores ventajas sobre sus oponentes y a nadie le importa la situación del país. Anoche tuve que apagar la radio, porque no quería alarmarme mas, ni a Josefita; pero entendía que Málaga estaba llegando al máximo del descontrol; como una olla a presión: a punto de reventar, llevándose por delante todo aquello que pudiera coger a su paso. Parece que los comienzos de la República no tiene muy buenos augurios; pero siempre se ha dicho: "que los gitanos no quieren a sus hijos con buenos principios"; puede que con el tiempo esto vaya a mejor. En estos términos se explicaba Pepe con su cuñado Frasco, cuando, como de costumbre volvió a dar un vuelta por los corrales para terminar de acoplar a los animales, así se quedaba más tranquilo, antes de que se hiciese noche cerrada y no tener que andar con el candil -para arriba y para abajo-; así que, se lo dijo a su interlocutor y ambos -en poco rato- comprobaron que todos los animales estaban bien instalados -incluso el mulo de Frasco y la burra de Pepe-, pues no habían tenido ninguna desavenencia, a pesar de ello, les volvieron a dar un nuevo repaso, antes de ir a dormir aquella noche. Cuando acabaron con la tarea, volvieron a sentarse en el poyete de la entrada, aún estaban las niñas jugando en el llano de la casa con su primo; María estaba con el niño de la mano, acompañando a las niñas y al sobrino, que ahora saltaban a la comba, al tiempo que cantaban: al cochecito lerén…, me dijo anoche lerén…, que si quería lerén…, etc., al terminar cada estrofa, hacían coincidir los movimientos de la cuerda con una semi-abatida en falso, de tal forma, que la que estaba saltando, tenía que agachar la cabeza, para que no le diese la cuerda.

El niño de Pepe -Antonio y la pequeña Salvadora, su prima- eran los que hacían mover los cabos de la cuerda.

Ambos hombres, llegaron a pensar lo mismo, al mirar aquella escena de sus hijos, y llegaron, incluso a expresárselo mutuamente de esta forma: ¡que felices ellos, que aún no saben lo que se nos avecina!, el sentimiento fue tan sentido y profundo, que me consta, que a alguno de ellos se le inundó el lagrimal de los ojos y aunque no dio muestras de tal descarga glandular involuntaria, sí que tuvo que inspirar fuertemente por la nariz, para no verse obligado a sacar el pañuelo y sonarse la nariz humedecida, delante del otro. Para romper aquel estado de perturbación sentimental: Pepe le comunicó a Frasco, que terminada la cena, encendería la radio, cuando todos los niños estuviesen acostados y podrían oír las últimas noticias acaecidas del día.

La cena está lista, anunció Josefita asomándose al quicio de la puerta: ¡venid niñas y os pondré a vosotras primero con el primo, para que se os vaya enfriando un poco…!, sin dejar de saltar como pequeños saltamontes, las tres niñas y los pequeños -Antonio y Haxparcol, llevado por su madre- fueron entrando en el salón y se sentaron alrededor de una mesa redonda de cuatro patas, con tarima, pero que ahora no llevaba puestos los refajos del invierno y sí el mismo hule con el mapa de la Península Ibérica, xerografiada o gravado, con la descripción de las provincias que lo componían y sus líneas separadoras por provincias; en la esquina inferior izquierda -bajo un apartado- las Isla Canarias, muy bien dibujadas y en su lugar -lateral derecho- las Islas Baleares. Josefita limpió a conciencia aquél hule y seguidamente ambas mujeres fueron, poniendo sobre la mesa las viandas y pan, que compondrían aquella colación nocturna y que consistía en un plato de aceitunas partidas y aliñadas; colocada en el centro, tapando Madrid- y sendos cuencos de barro, tantos como comensales estaban sentados a la mesa, con un contenido de gazpacho andaluz bastante espeso; posteriormente, apartando un poco el plato de aceitunas hacia la zona de Portugal, colocaron en su lugar una buena fuente de patatas fritas, con varios trozos de pollo frito y algunas rodajas de berenjenas, que hacían rebosar la fuente.

Cada uno de aquellos pequeños, fue cogiendo con el tenedor, aquellas partes de la fuente que le apetecía al tiempo que bebían pequeños sorbos del gazpacho; cuando las madres creyeron oportuno, colocaron en un lateral de la mesa una pequeña canastita de mimbre con algunas piezas de manzanas. Mientras los niños comían, María se ocupó de dar de comer al niño, que a toda costa quería estar al lado de su primo, de sus hermanas y comer como los más mayores, él ya se sentía capacitado y a regañadientes fue aceptando de cuando en cuando alguna que otra sopa que le daba su madre y especialmente los arrimos con el cuenco del gazpacho, que ella no quería que derramase. Josefita proporcionó a los dos hombres una botella de mosto de la casa y un vaso, para que estuviesen entretenidos, mientras los pequeños cenaban.

Está bueno -comentó Frasco al saborear el primer trago- sí, le contestó Pepe: este mosto me salió mejor que el del año anterior, pues la uva estaba más madura y no había llegado a mojarse, cuando aparecieron las lluvias del otoño pasado.

También limpié muy bien la bota y le puse dos pajuelas de azufre para que soltase todos los mohos y bacterias anteriores.

A veces me dan ganas de poner otro tajón de viña, pero la verdad es que no tengo tiempo, con todo el trabajo que me da esta finca y los animales; aquí hay trabajo para un par de hombres más, por lo menos -aseguró-.

También estoy por comprar en la próxima feria de Colmenar, un mulo de tres o cuatro años, porque con la burra -que tengo- no puedo hacer ningún tipo de labor y a mano, me es imposible, ni siquiera arreglar los suelos de los olivos; menos mal que las cabras carean y terminan con muchas de las yerbas que se dan, pero poca labor a fondo se les puede hacer a los árboles, si no tengo tiempo.

El ganado me absorbe completamente y la leche que saco, aunque no es mucha, nos sirve para cubrir las necesidades más cotidianas y hacemos algo de queso.

A todo esto, Frasco, le contestaba: -más bien por participar en el diálogo– ya que él pensaba que haría el ridículo con su cuñado, si empezaba a describirle las deficiencias, que se encontraría en su parte heredada en la finca de sus padres.

Sus padres hacía algunos años que habían muerto y su hermano Juan, seguro que había dejado amanchonarse las obrás de tierras, que a él le habían correspondido, al echar las lindes. Muchos de los árboles que estuvieran dentro de su parte, seguro que se habría secado, al no haber recibido ningún tipo de labor.

La mitad de la casa del lagar le había correspondido en suerte y, al estar tanto tiempo cerrada, seguramente se habría deteriorado mucho, pero él trataría de ponerla en orden -lo antes posible- para que su gente se sintiese cómoda, dentro de su humildad. Cuando intervino Pepe, fue para decirle: considero que en estos comienzos, la situación, te va a ser muy difícil; ignoro el dinero que tienes ahorrado, y tampoco quiero saberlo; pero si te diré de corazón lo siguiente: -deja a tu familia unos pocos de días o semanas aquí, con nosotros y mientras tanto tu te apañas mejor sólo y arreglarás lo más imprescindible allí, para acogerlos cuando puedas llevarlos. Puedes ir y venir cuando quieras con el mulo: -total, no creo que se tarde en el camino más allá de cuatro o cinco horas y con el mulo, las cuestas no te serán tan empinadas. ¡Si, es cierto lo que dices, pero no quiero abusar de tu hospitalidad y somos tantos, que a vosotros os causaríamos grandes problemas!; no pases cuidado por eso: las mujeres y las niñas se llevan muy bien y nosotros queremos que estéis bien instalados para criar vuestros hijos; también sabemos las dificultades que se avecinan para sacarlos a flote; por todo ello, no lo dudes, que nosotros lo hacemos de mil amores. Además les serían de buena ayuda y compañía a Josefita y al niño. Bueno concluyo Frasco: lo voy a consultar con tu hermana María y según ella opine, así te contesto mañana, porque no quiero que en este tipo de asuntos sea yo sólo el que tome tales decisiones, más vale compartir, para no encontrarme con malas caras después. ¿No te parece..?; sí, haces muy bien, le contestó su cuñado.

Ya llevaban la botella de vino por la mitad, cuando volvió a asomarse Josefita por la puerta, para decirles a los dos hombres, que la cena: la tenían servida.

Ellos entraron y se sentaron alrededor de la misma mesa redonda, donde anteriormente los niños habían cenado y cuyos utensilios habían sido renovados. Las dos mujeres se situaron lo más cerca del fogón, mientras que los hombres daban espaldas a la poca luz que aún penetraba del exterior, por el quicio de la puerta que aún permanecía de par en par. Josefita sirvió primero a Frasco y después a su marido, mientras que dejó a su cuñada María para la antepenúltima y seguidamente se sirvió ella.

La comida consistía en similares características, como las servidas a los niños anteriormente. Pronto sirvió Pepe nuevamente vino, llenando el vaso hasta el filo, y ofreciéndole a Frasco, acercándolo sobre el hule hasta sus dominios en la mesa y con la mirada, le indicó que bebiese. Así lo hizo su cuñado y seguidamente empezó a comer: ensartado con el tenedor un muslo de pollo, que tumbó sobre una buena sopa de pan, mantenida sobre su mano izquierda, sin muchas composturas remilgadas o de aplicación refinada, aquellos cuatro comensales dieron buena cuenta del gazpacho, del pollo frito, de las patatas y berenjenas, que quedaban de las viandas preparadas al efecto. Cuando hubieron terminado, Josefita ofreció un tazón de leche caliente a sus invitados, mientras que Pepe optó por una de aquellas manzanas, que él mismo había cogido del manzano enano la tarde anterior, cuando volvía de dar de beber a los animales. No necesitó pelar la piel de la manzana, sólo la limpió de cualquier impureza con la servilleta y a grandes mordiscos -que le daba- la fue menguando, hasta que desapareció con la última dentellada.

Ya estaban todos los niños dormidos, así que, después de haberlo comprobado en persona: Pepe encendió la radio y dándole medio volumen, todos prestaron atención a las noticias que un locutor con buen timbre de voz, iba relatando los acontecimientos de los últimos momentos transcurridos en los comienzos de la proclamación de la II República.

CAPÍTULO IV

Los comienzos de la II República en Málaga y sus alrededores

Era Abril del 1.931 y ya parecía que estaba llegando el verano.

El descontrol de las masas, persistía en las calles y el desorden iba en aumento. Según manifestaba el locutor: la Guardia Cívica recién creada, poco podía hacer, a pesar de los llamamientos al orden y el toque de queda que se había impuesto en toda la ciudad, pero ya se había desatado una descontrolada algarabía. Según algunos observadores: más que tratar de poner orden, los miembros nombrados, se solidarizaban con las actitudes de ciertos gremios de masas, en el rechazó a todo lo religioso o creyente y en muchas ocasiones permitían e incluso fomentaban los disturbios; especialmente cuando se trataba de perseguir, corregir o aleccionar a las clases religiosas.

Una de las iglesias más perjudicadas, fue la de Santo Domingo, cercana al barrio del Perchel: fue saqueada y quemada -en varias ocasiones-; habiéndose perdido -e intencionalmente quemadas- muchas de sus obras de arte de gran valor, como: el Cristo de la Buena Muerte y la Virgen de Belén, -un par de esculturas, sacadas de los altares, expresamente para quemarlas. También desaparecieron muchos objetos de gran valor, por el saqueo al que fue sometido todo el patrimonio histórico de la Cofradía. Entre los escombros, después se encontraron la imagen completa de Jesús Orando en el Huerto, entre otras.

Estas palabras, sonaban en boca del locutor: reverberantes, como salidas desde el fondo de pozo y, agregaba el locutor, que: muchos ciudadanos pensaban, que había llegado el fin del mundo. Las mejores obras y tallas de los grandes imagineros del Barroco Español: (Pedro Mena y Fernando Ortiz), fueron reducidas a cenizas.

De la Iglesia de San Agustín, quedaron los escombros, fue -semidestruída y quemada- donde se destruyó el Cristo Yacente en el Sepulcro.

El Nazareno, muy conocido como el Chiquito -obra maestra también de Pedro de Mena de la Hermandad de la Misericordia, fue quemado por la multitud en el centro de la plaza de la Merced, organizando una gran fiesta. (Los dos matrimonios, habían enmudecidos ante la radio, oyendo al locutor, que no paraba de describir cosas cada vez peores y en un tono de total desolación).

Sus comentarios ponían los pelos de punta, al que lo estuviese escuchando: los saqueos o incendios provocados, que se sucedían por todos lados, como si se hubiera extendido -en un reguero de pólvora- por toda la ciudad, erizaban los pelos y a la vez atemorizaban, previendo un futuro incierto. El gobierno republicano central, nombró Gobernador Militar de Málaga al General D. José Gómez Caminero, pero parece ser, que éste: hacía la vista gorda y su actitud -según podían apreciar, los más entendidos observadores: favorecía a los alborotadores e incendiarios; porque: era muy consentidor y permisivo para con todos los tumultuosos, infieles o pirómanos de las iglesias. Parece ser que él mismo alienta a las masas anticlericales, a los pirómanos izquierdistas y anarquistas incendiarios de las iglesias, conventos y casas de religiosos en general; sino que también, ha ordenado: la no intervención de la Guardia Ciudadana en aquellos disturbios incendiarios. Se ha divulgado: que mandó un comunicado al Presidente Azaña, en el que le comunicaba, el siguiente mensaje: "el incendio de las Iglesias ha comenzado durante todo el día de la fecha… Mañana seguirán ardiendo".

Con este énfasis, resultaron quemadas la totalidad de las iglesias abiertas al público, como: la de los Mártires, San Pablo, La Trinidad, Santo Domingo, San Felipe, del Puerto de la Torre, del Carmen, de San Juan, de Santiago, de las Angustias, de San Patricio; los Conventos de los Ángeles, de Barcenillas, de San Agustín, de San José, de las Carmelitas, de la Inmaculada -Hnas. Capuchinas-, Hnos. Maristas, Zamarrilla, de la Aurora María, de la Hnas de la Cruz y hasta el Palacio Episcopal, con el Obispo dentro, que fue salvado de las llamas en el último momento. También fueron diezmadas, saqueadas e incendiadas los centros religiosos de: Cruz del Molinillo, San Carlos, San Manuel, Hnas Reparadoras, Concepción, San José, San Lázaro, las Catalinas, San Bernardo, Sagrada Familia, Las Mercedarias, Encarnación, Servicio Doméstico, Adoratrices, San Pedro, Santísima Trinidad, Terciarias, Franciscanas, etc. Continuaba manifestando el locutor: que muchísimas personas fueron afectadas en sus bienes, en sus residencias particulares y en sus comercios, tan sólo por el mero hecho de parecerles sospechosos, a alguno de aquellos enardecidos partidarios de determinadas siglas políticas, que encabezaban los comités. En los primeros días ya había habido casi media docena de muertos y los disturbios continuaban. La larga relación de centros religiosos quemados, dejaba atónito al radio-oyente. ¡Ha llegado el infierno, comentó Josefita, dirigiendo su mirada a su sobrina María! No había títere con cabeza, que los republicanos: anarquistas, comunistas, masones, socialistas o miembros de la UGT enervados dejasen en pié.

Todo lo ajeno y de valor fue saqueado y vilipendiado vilmente por capricho.

El locutor, a través de las ondas, llamaba al orden a todas las personas de buena voluntad, haciendo reflexión de aquellos desmanes, que a nadie beneficiaba. La ciudad malacitana se convirtió en pocos días en la población más saqueada y quemada del país, con la entrada de la II República.

El patrimonio cultural: las joyas, documentos, tallas, tapices y bordados, pinturas, libros, objetos sagrados, cálices, custodias, etc., irreemplazables y de incalculable valor -quemados o desaparecidos-, no se recuperará nunca, terminó asegurando. Allí terminó su noticiero, que volvería a pronunciarse al cabo de una hora. Siguieron mudos durante más de un minuto ante el propio aparato de radio; finalmente Pepe cerró el aparato y comentó a los tres, que estaban aún perplejos: "se nos avecina la peor de las enfermedades, la incomprensión, la falta del respeto hacia los demás y hacia los bienes, será la sangría de este país" y agregó Frasco: " todas esas gentes, que están ahora cometiendo esas fechorías, seguro que no les duele el espinazo por el trabajo diario, ni tienen las carnes llagadas, ni las manos encallecidas por la mancera del arado o el astil del azadón". No se habló más del tema, durante mucho tiempo y al día siguiente: Frasco -que ya había hablado con María de permanecer ella y los niños en las Encinillas, mientras él arreglaba un poco la casa de la herencia de sus padres; poco antes de quedarse ambos dormidos aquella noche: ella, lo consintió, como se lo exponía su marido y, sirviéndoles su diálogo, para no estar pensando en los males que se avecinaban-. Le comentó a su cuñado por la mañana, que María: había consentido en permanecer unos días, allí mismo, con las niñas y el niño, mientras él acondicionaba un poco la vivienda y el horno, para poder vivir, aunque fuese con lo más imprescindible y necesario. Al mismo tiempo podría ayudarle a Josefita en sus tareas más pesadas, pues se le notaba bastante cansada en su último mes de embarazo. Al día siguiente, después de tomar una tasa de café con leche y unas rebanadas de pan frito, que les fueron servidas por María a ambos hombres -sentados sobre el poyo de la entrada-, donde habían sacado la mesa redonda; ambos se dispusieron a ordeñar las cabras y cuando terminaron: Pepe sacó a sus animales para llevarlos a campo y Frasco, sacó su mulo de la cuadra, le echó el saco -ya vacío- sobre el lomo y montó en él para acercarse a la Casilla del Lince y contarle a Enrique sus proyectos de ir sólo -con el mulo a su finca- para adecuar y adecentar algo la casa; mientras su familia se quedaría en la casa de su cuñado Pepe. Nuevamente le solicitó a Enrique que le guardase unos días más los enseres dentro de la carreta y que volvería por ellos en breves días; Enrique no le puso ningún inconveniente y le dijo con sinceridad, que aquellas cosas a él no le estorbaban, que podría volver cuando lo creyese oportuno; también, le comentó, que: necesitaba sacar el aparejo del mulo y algunas cosas de la carreta, para llevarlas consigo.

No hay problema, le aseguró el dueño de la casa, y se dispuso para abrirle la puerta lateral, donde tenía guarda la carreta Por el camino Enrique le comentó los últimos acontecimientos, que estaban sucediendo en la ciudad y también en los pueblos vecinos, pues él tenía noticias de primera mano, que le comentaban los que circulaban por la carretera y siempre había algunos corsarios que paraban, frente a su casa, para preguntarle, si necesitaba alguna cosa de la capital.

Uno de los que pasó con algunos pasajeros, se dirigían expresamente a la ciudad, para recoger a una familia, que tenía posesiones entre los Términos de Colmenar y Riogordo y ante las noticias que se estaban divulgando -como la pólvora- habían solicitado a sus familiares, que viajaban -dos de ellos en el propio camión-, para que: fuesen a recogerlos lo antes posible, porque querían irse a vivir al campo, en sus propias tierras, porque: se temían muchos más fuertes disturbios e incluso, inusuales venganzas. Parece ser, que la situación en la capital se está volviendo insostenible y muchos señoritos: están poniendo pié en polvorosa, ante lo que se les avecina -comentó el chofer del camión- y, los dos acompañantes pusieron una cara de pocos amigos, manteniéndoles las miradas de frente y muy desconfiados. Enrique, no salía de su asombro y en confianza le dijo a Frasco, que él también estaba pensando en irse hacia las Cuevas de Comares, donde tenía un hermano; porque allí en su casa, no se sentían seguros, al estar tan cerca de la carretera. Estoy seguro -decía- que tarde o temprano: les llegarían las escaramuzas de las trifulcas que se estaban agrandando por momentos y prolongándose -según pasaban los días-, pues -aseguraba-, que: cuando se inicia un fuego, es muy difícil de apagar y ahora es peor, porque los vientos están empezando a soplar fuerte y se avecina un verano muy caluroso y seco. Mientras tanto nadie hace nada para apagarlo.

En toda esta conversación cruda estaban, pero Frasco -que estaba, como loco por partir-: ya había aparejado al mulo, le había colocado el serón de pleita de esparto y lo había cruzado con una soga, para que no se le dalease al echarle cosas dentro de los capazos; donde colocó alguna ropa de María y de las niñas; sacó sus ahorros, que los tenía bien guardados dentro de un zapato; recogió unas botas de vestir, una azada, casi de estreno, un amocafre, dos tijeras de podar, un hacha, una sierra corta, alguna ropa usada de batalla, unas botas de becerro de campo -con suela de camión- un cántaro y un botijo; también rebuscó y colocó todas las viandas y botellas de líquidos para la cocina: aceite, vinagre, sal, etc. Cuando lo hubo todo empaquetado en los capazos del serón, le echó encima dos colchones de un solo cuerpo cada uno, la cuna de Haxparcol, algunas fundas y dos mantas. Finalmente lo amarró todo a conciencia, para que no fuese a soltarse por el camino y, ya se disponía a despedirse de Enrique, cuando paró en la propia puerta uno de los autos, que casi de madrugada, habían pasado hacia Málaga, con viajeros de Colmenar y, que habían decidido volver desde el Fielato de la capital, porque era tal el caos que existía, la cantidad de gente que venía huyendo hacia los montes y la gran humareda que brotaba de infinidad de puntos que ardían -especialmente de cada iglesia- que atemorizados, no fueron capaces de profundizar más en la capital y pensando que no existiría ningún comercio abierto, todos habían determinado volverse al pueblo. Aquellas personas, volvían sorprendentemente atemorizadas de lo que habían visto y oído y lo peor de todo, es: que la yesca se estaba propagando a ritmo vertiginoso por todas las localidades limítrofes -decía uno de los viajeros-.

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