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Memoria histórica de Frasco (página 4)


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Aún les quedaba un resto de pan que Juan sacó de la talega y fue cortando con su navaja en pequeñas porciones y llenó un buen vaso de vino de la cuartilla y lo colocó sobre el hule de la mesa; mientras tanto, Frasco quitó las escamas, las tripas y la piel a las arencas -para favorecer dicha extracción las envolvió en un papel de estrazas y acoplándolas en el bastidor de la puerta de la calle, cerró una hoja sobre ellas, de esta forma, las dos arencas quedaron aplastadas totalmente y les salió la piel y las tripas, prácticamente, sin ningún problema; después picó dos dientes de ajo, sobre un platillo de loza, desmenuzó la carne de las dos arencas, sobre el mismo platillo, procurando que no le quedasen residuos, ni espinas; finalmente vertió un poco de aceite de oliva sobre todo ello, hasta que el plato se llenó por la mitad aproximadamente y puso un plato de aceitunas aliñadas sobre la mesa. El pequeño aperitivo estuvo listo para tomar con el vino. Juan también se había ocupado de conectar la radio en la cámara y llegaba a oírse bien, a través del hueco de las escaleras, ya que, en el exterior no había ningún ruido; no pudo bajar la radio hasta el salón de abajo, porque entonces perdería la sintonización al no alcanzar la antena, que tenía instalada entre dos varas del patio; cuando bajó de su aposento, le comento a su hermano, que tenía que hablar con Andrés, el que se la vendió, para que: le pusiese una prolongación a la antena y así, poder oírla abajo en la sala, donde ahora se disponían a tomar el vino y la tapa que preparó Frasco. Estuvieron largo rato, escuchando la radio desde lejos, mientras terminaban con el refrigerio, que se habían preparado. De cuando en cuando, aún se oían los cascos de alguna bestia, resbalar sobre el empedrado de la calle, algún campesino: aprovechaba al máximo la luz del día para sus tareas y luego, volvía anochecido a casa, o quería ocultarse de muchas miradas, que podían observarle con su entrada al pueblo; si regresaba con luces del día, podían fácilmente controlarle, pero normalmente era exceso de trabajo. La información general, que daban por la radio, aún era sorprendente y atemorizante para muchos de los radioyentes, aunque para otros muchos les proporcionaría regocijo, al saber, que: las clases pudientes, estaban escondidas y muy atemorizadas, porque podían perder sus vidas en cualquier refriega. El locutor aseguraba, que: con esta II República entrabamos de lleno en los mejores momentos de la Historia Contemporánea Española -con el tiempo Frasco recordaría muchas veces y con amargura estas palabras, aunque inicialmente no las entendía muy bien; otras muchas personas, también recordarían las aseveraciones del locutor que hablaba.

Se pasaba la mayor parte del tiempo, hablando de democracia, de todos los sueños, que se le iban a cumplir a la mayoría de los españoles, con la llegada de la Nueva República; de muchos de los mejores tiempos venideros, de las libertades y sobre todo de las incalculables mejoras para los obreros. Lógicamente el locutor, no se percataba de la borrachera de bienestar, que se le avecinaba al pueblo español, donde llegarían a comerse los españoles de esa época, los unos a los otros de tanta felicidad, como les iban a proporcionar los políticos. La democracia llegó con tanto ímpetu y dio tantas esperanzas al pueblo enardecido, que fue: como un sida anticipado, después de un coito relámpago; que diezmó a la mitad de los vivos del país. Quizás fue, que: los pobres no estaban preparados para soportar el atracón de jamón serrano, que se le, ofrecía y, que hasta entonces: había sido privativo de la clase pudiente -los ricos- más preparados o con mejores estómagos para digerir aquella comelona.

Como consecuencia del gran movimiento popular que había llevado el 14 de Abril del 1.931 al triunfo de la II República, el Rey Alfonso XIII, se vio obligado a exiliarse ante la falta de apoyo de la clase política, desobediencias de las fuerzas armadas y aislamiento total ,al que se había llegado, inducido: por el pueblo, de manos de sus políticos de turno, más eminentes, ansiosos de poder gobernar, quienes, algunos de los cuales, le habían jurado lealtad ciega e indefinida.

-Muchos entendidos dice: que lo hizo para evitar una guerra civil-…

El locutor, en esta ocasión, no se refería abiertamente a los desmanes: que se estaban llevando a cabo en las grandes ciudades, como lo estuvo haciendo la noche, en que: escuchó la radio en la casa de su cuñado Pepe o de los comentarios, que le hacía el vecino Enrique: en aquella noche, era mucho más apocalíptico en sus comentarios e informaciones. Ahora indicaba, que se acababa de integrar un Gobierno Provisional; formado por todos los representantes de la II República. El Gobierno elegido, sería presidido por Don Manuel Hazaña, quien tendría el gran honor de llevar, dirigir y gobernar al pueblo español, dentro de una escrupulosa democracia, hasta que se llegaran a formar las Cortes Españolas, constituidas por los representantes legítimos del pueblo.

Finalmente se subieron a la cámara para dormir; con el sopor del vino, las noticias tranquilizantes y ambos se quedaron dormidos, con la radio encendida.

CAPÍTULO VIII

Agrupación familiar en el campo

Al día siguiente, aún no había amanecido, cuando los dos hermanos, estaban cruzando el pueblo, con los mulos cogidos de los respectivos cabestros y tan sólo al terminar las casas de Triana, se montaron en sus respectivos mulos, para iniciar el camino que subía por el Chorropino, hasta enlazar con la Carretera Nacional 321, la arteria principal -proveniente de la capital malacitana y que unos 7 u 8 kilómetro, yendo hacia el sur, llegaría a cruzarse con las tierras del lagarillo de su cuñado Pepe. Con las primeras luces del día ya estaban recorriendo la trocha que acorta las curvas del camino a Caravaca, desde donde se veían sus tierras al otro lado de la profunda vertiente y las cañadas casi perpendiculares que vertían a ella.

El sol aún no había sobrepasado el lejano horizonte -donde parecía unirse con el mar Mediterráneo, en las primeras costas de Nerja- pero su resplandor era cada vez más intenso y no tardaría en aparecer, como una moneda de oro, que quisiera destilar su llanto sobre la faz de esta Axarquía. Era un amanecer espléndido y ya, se habían ocultado las luces de todas las estrellas, tan sólo quedaba: resplandeciente y dueño de los cielos el lucero de la mañana (Venus), que sería absorbida por el imponente sol.

No había, ni una sóla nube, ni se vislumbraban blanduras; la atmósfera aparecía totalmente limpia, permitiendo ver todo el paisaje y su contenido con bastante exactitud y nitidez, hasta lo que alcanzaba la vista en la lejanía.

Al pasar por los límites de Piedras Blancas, un coche atestado de gente, los cruzó, parecía ser el Oakland, recién adquirido de un pueblerino, que se dedicaba a llevar y traer gente a la capital, como medio de vida. Muchas personas aprovechaban este medio de transporte, para salir temprano del pueblo y volver por la noche, con el fin de hacer sus recados o mandados, pues muchas de estas personas eran recoveros/as, que se dedicaban -por poco beneficio- a hacer encargos o compras para los demás. Ahora parecía, como si se hubiesen tranquilizado las cosas en la ciudad y muchos pueblerinos, ante la necesidad de suministros, se acercaban con frecuencia para abastecerse. Terminada de subir la cuesta de la Venta Pines, el paisaje cambió, para ampliarse y hacerse mucho más profundo; algunas nieblas aparecían frente a ellos, ocupando profundos cañadones, que se prolongaban en grandes lengüetas más allá, de la raya, que marcaba la unión del cielo con la tierra. Esas blanduras, son bastante típicas en las zonas del sur y muy eficaces para madurar las brevas. -Ahora que he vuelto a mencionar las brevas, me ha venido a la memoria unas estrofas que hice, donde las refiero y aunque este relato merece mucho más solidez y seriedad: nunca dejará de ser mediocre, por lo quiero plasmarlas aquí, porque también refleja en parte el carácter curtido, jocoso y poco refinado de mis paisanos de entonces-.

COLMENAR Y BUENAS NOCHES…

EN LAS CURVAS DEL CONVENTO,

AL SUR DEL MATACALLAR..:

VI LA MUERTE PLACENTERA

Y NO ME PUDO FRENAR.

DESDE SOLANO HASTA EL PUEBLO

O EN LA CUESTA DE VIVAR…:

NO HUBO POR MAS INTREPIDO,

QUIEN ME PUDIESE GANAR.

SON TODOS LOS MOZOS, ASI…:

TODOS DE ARMAS TOMAR..,

QUE CUANDO PONEN EMPEÑO,

NINGUNO  SE QUEDA ATRAS.

AL GAÑAN PARIENTE DIEGO…:

YO LO HE VISTO DE TUMBAR

DE UN PUÑETAZO A UNA MULA,

TAN SOLO POR RESPINGAR.

AGAPITO EL DE LA MOJEA…:

CON LA ARROBA HORIZONTAL

IR SIRVIENDO DE BUEN VINO,

EN VELATORIO A PASCUAL.

HUBO POR LOS ALEDAÑOS

UN ESTUPENDO HIGUERAL

DE BREVAS, COMO MAZORCAS,

QUE CONTRATO EL TIO JUAN.

TAN SOLO PARA SU DESAYUNO,

CON AGUARDIENTE Y BUEN PAN;

MAS, LLEGARON LAS BLANDURAS:

-FUE POR JUNIO O POCO MÁS-:

SE MADURABAN DE GOLPE

Y NO SE DEJABA UNA ATRAS.

TEODORITO EL DE LOS CANDILES…,

QUE POR UN CIGARRO PURO

MARCO UN HITO DE ENMARCAR:

ATANDO A SU LARGO PENE

UN BOTIJO DE TRILLAR..,

GANO CON DOCE GOLPES

A SU OMBLIGO, EN ALZAR.

MIRA: ¡SI..,! SOMOS TAN MULOS

-LOS MOZOS DE COLMENAR-,

QUE CUANDO ARRIEROS FUIMOS…:

EN LA VENTA DEL PALMAR,

-SI LLEGABAN FORASTEROS-

LO PRIMERO EN PREGUNTAR:

¿HAY GENTE COLMENAREÑA?…

Y SI EL POSADERO ASENTIA,

NO SE PARABAN UN SEGUNDO;

QUE DABAN LAS BUENAS NOCHES

Y NO PARABAN DE ANDAR.

Yo admiro y quiero a todo lo que se cierne en torno a mi tierra, por rústica que esta parezca. No hace mucho tiempo la mayoría de los campesinos -por todas partes- tenían en su carácter y condición, como un reflejo la actividad que desarrollaban.

Los tiempos modernos, los medios de comunicación, la televisión, el internet, etc., nos han refinado a muchos, pero no creo, que nos hayan hecho mejores individuos. No quiero, que nadie se sienta reflejado en mis palabras, porque la historia del relato que quiero contar, sólo alcanza a vislumbrar: la tez de aquellos allegados, que llevaron o llevan mi propia sangre; otros de los personajes, sólo quedan reflejados con nombres supuestos o no llegan a ser mencionados.

Cuando ambos hermanos pasaban por la fachada de la Venta del Conde, salieron a su encuentro varios perros ladrando y tratando de ahuyentarlos, pero como ellos dos iban montados en sus respectivos mulos, poco pudieron atemorizarles y los mulos prosiguieron su camino por la margen derecha de la calzada. Un hombre salió de la casa y recriminó enérgicamente a los perros, que parecían estaban acostumbrados ladrar a todo aquél que pasaba, pero siempre se mantenían a alguna distancia, cuando apreciaban, que su oponente no tenía intenciones de hacer ningún tipo de maldad y proseguía su camino. Uno de ellos, había sufrido de algún encontronazo, seguramente con un coche, porque cojeaba ostensiblemente de los cuartos traseros.

A media mañana habían dejado atrás la cuesta de Vivar y por el frente aparecía el hermoso bosque de alcornoques; estaban llegando a las tierras del lagar de las Encinillas; allí había dejado Frasco a su familia -dos días antes-; -debo decirlo, porque así era: en estos dos días de ausencia, ninguno de los dos conyugues, había podido apartar de su mente al otro-. El reencuentro fue más efusivo de lo normal. Su cariño o amor, no era muy manifiesto ante los ojos de los demás, pero en esta ocasión ambos se dejaron llevar de sus sentimientos, al estar rodeados de familia.

Era algo así como un órgano vital que llevaban incrustado en sus propios seres y, ni ellos mismos podrían haber explicado un sentimiento más profundo, ni tan sincero, como el sentido interiormente, por la nostalgia, en ausencia del otro.

Quién primero divisó a los que se acercaban, fue la hija mayor de Frasco, que advirtió a su madre y a su tía. Toda la familia estaba presente en el llano de casa, cuando ambos hermanos se bajaron de los mulos. Poco antes de la llegada, saludaron al cuñado Pepe y al hijo de este, que aún era pequeño, pero se movía, como un perdigón por el campo -Antonio- ya le ayudaba vigilando el ganado, mientras él binaba la viña, que estaba en el tajón de la parte este de las tierras, según se bajaba desde la carretera. El camino atravesaba aquella espléndida y bien cuidada viña, por lo que pararon unos breves instantes, mientras estuvieron saludando a Pepe y a su hijo. Luego se juntarían para almorzar: comentarían y hablarían de las cosas con más tranquilidad.

Lógicamente la llegada de los dos hombres fue todo un acontecimiento agradable para los que esperaban en el llano; al poco descincharon a los animales y les quitaron el aparejo, que extendieron sobre el llano delante de la casa, algo apartados, para que se oreasen y, llevaron a los dos animales, para que bebiesen del pilón, que estaba un poco más arriba de la casa y con una cuerda larga, ataron del cabestro a cada animal, por separado a un olivo, no lejano de la casa y donde había abundante pasto, pues cogía parte de la cañada por donde se resumía el agua del manantial. Después recogieron un par de sacos de yerba, de la cañada más cercana al abrevadero, para que les sirvieran de comida nocturna a los dos animales; a sabiendas de que Pepe: les consentiría alojamiento y no los dejaría partir, hasta la mañana siguiente. No tardó en llegar el anfitrión con todo el ganado, que tenía en el campo, como de costumbre y lo fue encerrando directamente en los respectivos corrales con la ayuda de sus dos recién llegados familiares; a la burra, indicó a su hijo Antonio, no la ates cerca de los mulos, para que no puedan alcanzarse; la llevas junto a las cañas un poco más abajo y la atas al almendro marcón. Mientras hablaba con los dos recién llegados, Pepe, estaba muy pendiente de su chaval, y se admiraba de ser tan responsable y obediente, a pesar de su corta edad.

Las mujeres y las niñas, se estaban ocupando de preparar un almuerzo más amplio, del que pensaban hacer para esa comida del mediodía y tuvieron, por ello: que freír más papas, traer algunas hortalizas del huerto y prepararon también un buen porrón de gazpacho -ajo blanco-. Cuando Pepe dio por finalizada su tarea para con los animales, se aseó y apareció en el llano de la fachada del lagar con una botella llena de vino y un vaso, donde estaban los dos hermanos, sentados sobre el poyete del lateral de puerta, allí también se sentó el recién llegado, que además traía un plato con aceitunas enteras aliñadas; llenó el vaso y se lo ofreció a Juan, que era el que estaba más cercano, después de beber Juan se lo pasó a Frasco y aprovechó Pepe para rellenarle el vaso, una vez, que éste le dio un buen trinque, volvió a rellenar el vaso y también bebió de él, soltando la botella y el vaso sobre la esquina más apartada del propio poyete. Frasco estuvo comentando a su cuñado, el buen cuidado que había realizado su hermano Juan sobre la parte de herencia, que le había correspondido, por lo que había encontrado todo en orden y bien hecho; hasta la casa y todas las dependencias, fuera y dentro, estaban encaladas recientemente y todo limpio.

Su hermano había cuidado su heredad, mejor de lo que lo hubiera hecho él mismo. Algo sonrojado, allí mismo Juan se pronunció de esta manera: es lo mínimo que podía hacer por ti hermano. Todos se regocijaron y Pepe volvió a repartir otra ronda de vino, con el mismo orden, que había hecho en la primera ocasión.

Fue Pepe, quien inició el diálogo sobre los temas sociales, que a todos preocupaban y, lo hizo: pensando, que ellos no habría escuchado las últimas noticias, como él lo había hecho la noche anterior. Sin embargo Juan estaba mucho más al día en el tema, que los otros dos, pues no se había perdido ni un solo informativo desde que se constituyó la II República. Realmente Pepe encendía la radio esporádicamente, estaba siempre ocupado en los trabajos del campo y en el cuidado de sus animales y Frasco, aunque muy preocupado, por todos los acontecimientos, había dejado de prestarle mucha atención al asunto, porque sabía, que él: podría hacer poco por remediarlo y su opinión poco importar, para resolver aquel embrollo. Al día siguiente de marcharte tú -dijo Pepe, dirigiéndose a su cuñado Frasco-; vino Enrique el vecino -donde tienes guardada la carreta- llegó bastante sofocado, porque -según decía-: le habían llegado unos familiares (un hermano de su mujer, la mujer de éste y tres de sus hijas) que vivían en las cercanías de Málaga, no lejos del Puerto de la Torre. Habían llegado huyendo de los disturbios continuos, que se incrementaban por toda la ciudad y resultó que, una de las maldades de las gentes descontrolada, había recaído sobre la hija mayor; una niña aún, de unos catorce o quince años, que había sido atemorizada y violada por dos de aquellos maleantes, cuando volvía de la casa de una de sus hermanas -que también vivía por la misma zona- y se los cruzó en el camino de regreso a su casa, yendo muy exaltados los dos individuos con armas blancas e incluso amenazando a la niña con rajarla.

El padre indignado quiso acudir a la Policía de Asalto, pero un vecino le quitó todas las ganas de hacerlo, para que no se le complicasen más las cosas; -menos mal que ha llegado a tu casa viva -le dijo el vecino- pues se están dando algunos casos de violaciones, con asesinatos incluidos y al tiempo le aseguraba, que: ese tipo de hechos se estaban dando con cierta frecuencia, a los más mínimos descuidos que las mujeres tenían, en sus desplazamientos y debido a la situación de descontrol, que reinaba por todas partes. Sería casi imposible que encontrasen a los desalmados, que cometieron el atropello y aunque los encontrasen, poco van a arreglar, con los tiempos que están corriendo; lo mejor que puedes hacer -le dijo el vecino-, es: quitar de en medio a tus hijas, para que no se produzcan más estas situaciones. No las dejes salir solas, que se queden en tu casa todo el día, hasta que puedan salir contigo. Teniendo, como tienes cuatro mujeres en tu casa, todas dignas de verse, llévatelas lejos, al campo, si es posible; porque tarde o temprano, volverán a tener algún percance o atropellos. No ves, que: no ha quedado autoridad en este país, que ponga freno a esos y otros muchos desmanes, como se están cometiendo diariamente por todas partes -le decía-.

Entonces su cuñado optó, sin avisar siquiera, en venirse con toda la familia a casa de su hermana y su cuñado Enrique y aquí los tengo desde entonces.

El pobre -siguió contando Pepe- llegó ayer a la casa, muy preocupado y tratando de pedirme permiso y ayuda para instalar a los cinco; yo le dije que las niñas podían venirse a vivir con nosotros y estarían más aisladas de la carretera, pues como sabéis, la Casilla del Lince, está situada justo en el mismo borde de la calzada y cualquiera que pase, se quedaría observándolas, corriendo el mismo peligro. De todas formas Enrique, anda también tratando de irse, cuanto antes, con un hermano, que tiene más apartado, creo que por el Romo, por la junta de los dos ríos o por las Cuevas de Comares y piensa que podría dejar viviendo a su cuñado en la Casilla del Lince, mientras todo se tranquiliza o se restablece más autoridad.

Tomó la palabra Frasco, para advertir a su cuñado Pepe, que él había vuelto para llevarse a su familia y le quedaría más espacio libre; pues como tenía todo en la casa de su finca bien conservado y ordenado -gracias a su hermano Juan-, mañana mismo se llevaría las cosas de la carreta, cargadas en los dos mulos, por eso ha venido Juan para ayudarme. No hace falta que tengas tanta premura, le dijo Pepe y volvió a recalcarles, que el asunto: se estaba desbordando fuera del control de las autoridades y cuando las aguas se salen de su curso es muy difícil hacerlas volver a su cauce y si vuelven, será, mucho más tarde y, habiendo hecho todo el daño posible e irreparable sobre a todos el vecindario y los cultivos de los alrededores.

Parece ser, que: todo el puede, se está trasladando o escapándose al campo, temiendo hasta perder la vida y huyendo del vandalismo, que existe en la ciudad. Yo hace tiempo, me venía imaginando algo parecido, porque las protestas, no producen nada de beneficio y sí: mucho descontrol, odios y daño por doquier.

Hay mucha gente, que no tiene nada que perder y se aprovechan de los demás. Seguro que en breve tiempo, la población se saldrá de la ciudad, como desmadrada y tomaran los diferentes caminos que la circundan, procurando tomar algo de lo ajeno, que les mengüe el hambre o las escaseces, que se nos avecinan a todos.

Tiene razón Enrique: con querer irse lejos de la carretera, pero no todo el mundo va a tener esas posibilidades -dijo Pepe, cuando se hubo ido su vecino-. Id pensando vosotros – también dijo-: dirigiendo la mirada a Frasco y a Juan-; es posible que pronto me tengáis a mí con toda la familia en busca de cobijo en vuestra finca, huyendo de la quema, por estar en las cercanías de esta carretera, que hace muy fácil el paso de gentes, menos mal que estamos más escondidos.

Allí estaremos -si Dios quiere- para lo que necesitéis; incluso puedes anticipar tu venida, porque la parte de casa que le correspondió a Juan está prácticamente vacía y podríamos idear de agruparnos allí; cuando fuese necesario venir por esta finca -esporádicamente para sacar los frutos, vendríamos todos juntos y así terminábamos antes con la recolección, que fuese produciendo y los animales, podemos hacerle un buen cercado -ahora que empieza el tiempo bueno y para cuando llegue el invierno, podemos tenerles bien preparados unos buenos corrales. -Cuñado, tú eres el que tienes que decidir lo que mejor te conviene-, pero no dudes que estaremos siempre con los brazos abiertos esperándoos.

Enrique me dijo ayer cuando vino -siguió diciendo Pepe- que había mucha gente echándose zancadillas entre la clase política y las ansias del poder se había también trasladado a los ayuntamientos. Todo el mundo quería y tenía nuevas ideas de reformar todo lo que pudiera oler al régimen anterior y pensaban muchos, que esas reformas: necesitaban de muy buena voluntad, que la mayoría no tenía y sobre todo hacerlo en perfecto orden.

El ambiente que podía entenderse, por las noticias que oían a través de la radio, no auguraba buenas perspectivas, sino todo lo contrario. La sociedad estaba muy encrespada y la mayoría de los dirigentes, o no sabían o no querían estabilizar la situación. Parece ser, que: los grupos anarquistas y sindicalistas se habían agrupados para llamar a una huelga general, en demanda de reformas inmediatas en todos los sectores laborales y el descontento, se hizo palpable en todos los sectores, aún con mayor intensidad. La cosa se está poniendo cada vez más fea -decía Pepe- a sus dos interlocutores y pienso que todos nosotros peligramos, ante un futuro vandalismo de las gentes, que se salgan de la ciudad, por falta de trabajo, o de recursos para subsistir.

Pronto llegó Josefita, para anunciar a los tres hombres, que podían pasar a comer, a lo que respondió su marido, que mejor sacaban la mesa redonda al llano y almorzaban allí, que se estaba muy fresquito, pues había empezado a correr la brisa habitual de todas las tardes. Esa misma brisa que por las tardes, también hacía agradable el pequeño llano de la casa de la finca heredada por los dos hermanos; seguro que provenía del mar y se desplazaba por aquellos profundos cañadones, para saltar de cumbre en cumbre e ir aplacando las calorías que irradiaba el sol por toda la Axarquía.

Con la ayuda de su cuñada María y las dos hijas mayores de ésta, Josefita, sacó la mesa redonda con su gran hule hasta donde estaban los hombres, situándola en el centro, de forma que varios comensales, podría sentarse en el poyo de la entrada, de esta forma, sólo tendrían que sacar dos sillas, pues las niñas y los niños ya había comido antes, durante el receso de la conversación que habían mantenido los hombres, donde ellos, habían consumido, la mitad del vino que al principio trajo Pepe. No faltaba sobre la mesa un buen plato de aceitunas aliñadas, pero sin partir de la cosecha pasada. Bien es verdad que aún estaban bastante duras, porque Pepe, se había ocupado de cambiarles continuamente el agua; aunque a él personalmente siempre le agradaban más las partidas del año, con pocos días de aliño. También habían preparado una gran fuente con cebollas, tomates, pimientos y berenjenas fritos, todo a forma de pisto y una buena olla llena de gazpacho de ajo blanco, con algunas uvas pasas que le habían echado en su interior. Otro buen plato con trozos de conejo y pollo frito, completaban las viandas; a un lado de la mesa, también había colocado Josefita un mediano queso de cabra, que ella misma tomaba con el gazpacho. Las cinco personas adultas se aplicaron con la comida y hablaban poco.

Los niños, mientras tanto, jugaban al escondite en el llano de la puerta y María la mayor de las hijas de Frasco, estaba al cuidado del pequeño Haxparcol, que andaba y gateaba, llevando una caja pequeña, que podría haber sido, el embase de un perfume, como si se tratase de un coche de juguete. Terminada la comida, todos tomaron un poco de queso con algunas uvas en aguardiente, que también había situado la anfitriona sobre una taza de loza.

Los tres hombres liaron sus respectivos cigarrillos de picadura, que les ofreció el anfitrión de su petaca y pronto empezaron a echar humo como chimeneas.

Al poco, reemprendieron una larga charla sobre la buena cosecha de almendras, que se vislumbraba por todos los alrededores. El invierno no ha sido muy riguroso, dijo Pepe, y las heladas, no han echado muchas al suelo, esperemos que hasta que se fijen bien en el árbol, los vientos no peguen muy fuerte; las marconas, decía Pepe, este año vienen algo más adelantadas; quizás debido a que, después de las lluvias, ha hecho muy buen tiempo y el sol ha calentado mucho, siendo el tiempo mucho más benévolo de lo habitual. Yo espero, que no se me caigan las allozas con los vientos matutinos, que en algunas fechas cercanas a Santiago, se presentan de improviso. Enrique que tiene casi todo de almendros finos, se queja de la facilidad, que tiene siempre esa variedad para caerse, con los vientos, antes de coger peso y descapotar en el propio árbol, claro que, luego se la pagan un poco más caras, porque adquieren mejor escandallo, que a las demás variedades.

Dirigiéndose a los dos hermanos, Pepe, les aconsejó que ellos deberían poner, para el próximo año, el tajón que ahora está de manchón, de la casa hacia arriba, hasta llegar a la encina grande del viso de la Guájaras: de almendros agrios, seguro que en un año, estarían listos para injertarlos y la variedad podrían escogerla después dependiendo del precio que vayan observando. También les dijo: que para su gusto la mejor variedad era la marcona, por su buen rendimiento y aguante en el árbol. En esta conversación estaban, cuando llegó el vecino Enrique, que se aburría en su casa o se sentía más a gusto con los vecinos, que en su propia casa; a pesar de tener ya a los familiares de su mujer o precisamente por ello; él los había observado con los prismáticos, que estaba los tres sentados en el llano de la casa, alrededor de la mesa y no dudó en venirse para seguir la plática que ellos quisieran o llevasen. Parecía ser, que siempre estaba vigilando con los gemelos, los movimientos de los vecinos o de los transeúntes de la carretera. A la llegada de Frasco y Juan, también se había percatado en la mañana, desde una ventana de su casa. Notó que había movimiento, más de lo acostumbrado en el llano de la casa de Pepe; imaginó que era Frasco, quién había vuelto a recoger a su familia; por supuesto había acertado y no tardó en venir a saludarlo; pero en algo le ayudó el vistazo, que echó con los anteojos viejos, que le trajo hace años su padre, en una ocasión que fue a llevar vino a Málaga, con los dos mulos que tenían en casa. El era aún un niño y el padre no quiso que le acompañase, en los dos días de marcha -uno de ida y otro de vuelta-, aunque después si lo llevó en varias ocasiones al Puerto del León para que desde allí pudiese ver la capital con sus prismáticos.

Después de la comida, pensó con acierto Enrique, será el mejor momento para ir a saludar a los vecinos y efectivamente, llegó en el momento más propicio, pues estaban echando el cigarro después del almuerzo y todavía no se había puesto en marcha Pepe, para seguir con el careo del ganado. Hola buenas tardes, saludó Enrique al llegar ante los tres hombres, que le contestaron adecuadamente. ¿Qué tal Frasco, ya estás de vuelta…

Sí, efectivamente -dijo-, a la vez que señalaba a la persona que estaba a su lado: mi hermano Juan y le hizo ademán de presentación -los dos hombres se estrecharon las manos- como salutación. Mi hermano, me ha ido conservando la casa y las tierras en muy buen estado, todo este tiempo de mi ausencia, por lo que no he tenido que preparar nada y se ha venido conmigo para ayudarme a llevar las cosas de la carreta en los dos mulos, ya que desde Colmenar para la finca, aún no pueden pasar vehículos de tiro, el camino es bastante estrecho y sólo es circulable para animales o gentes de a pié. Así que lo más corto y mejor será llevar el mismo camino, que yo hice antes de ayer, -bajando por lo Rute, hasta Lominijo y el Pleito, luego subir por el cauce del arroyo, que viene del pueblo, hasta llegar al lagarillo de Villegas, para subir por la cuesta de Villar y luego a la casa. Creo, que es el camino más corto y menos concurrido, aunque habrá que tener algo más de cuidado, para que ninguna de las cargas, se enganche con algunas de las ramas de árboles, que está muy cerca de la vereda.

Ahora después -continuó Frasco- íbamos a acercarnos a su casa para hablar con usted, para decirle: que mañana recogeríamos las cosas de la carreta y si le estorba donde está, la sacamos fuera, con objeto de dejarle vacía la habitación, pues la carreta, no la vamos a poder llevar, si usted la necesita o quiere venderla, si se le presenta algún interesado en ella, puede hacerlo, algo valdrá -digo yo- pero pienso que: lo mejor será dejarla por aquí, nunca se sabe lo que puede pasar.

No te apures, allí la puedes dejar el tiempo que quieras y si necesitásemos el sitio, yo mismo la sacaría y le haría un hueco al lado de la casa y le haría un pequeño cobertizo con un par de bidones abiertos. Creo que será mejor traer esta tarde las cosas, que hay en la carreta, para no tener que molestarles a ustedes mañana temprano y así, también podremos ver aquello, que nos será más imprescindible para llevarlo, después -más adelante- podremos dar otro viaje y llevar lo menos necesario y urgente. Como queráis, yo voy a estar toda la tarde allí; pues ahora después, cuando haga un poco más de fresco, nos acercaremos con los mulos, para traer las cosas. Bueno y que se cuenta por el pueblo, seguramente sabréis algunas noticias nuevas, que por aquí no sepamos. Verdaderamente -contestó de nuevo Frasco- poca cosa se dice -que sepamos-, porque anoche nos acercamos por la barbería para afeitarnos un poco, pero estaba de bote en bote y siempre había comentarios sobre los acontecimientos, pero no llegamos a enterarnos de nada, pues estábamos en el escalón de la calle y la tertulia se dirimía cerca del sillón de la barbería; pero aseguraban, que los ricos: se estaban encerrando en sus casas, temiendo lo peor. Anoche dijeron por la radio, si no entendí mal -comentó Enrique- que ya se había aprobado la Constitución y también elegido al Presidente del Gobierno, donde decían cabrían todos los partidos políticos, y que a partir de ahora, vendrían una serie de reformas, que daría mucha estabilidad al país y trabajo a la mano obrera.

Las reformas laborales se empezaran de inmediato para dar estabilidad al mundo del trabajo, con un amplio programa reflejado en los Estatutos, para corregir las deficiencias, que hasta ahora venían padeciendo los trabajadores y los sindicatos. Ya empezaba a caerle algo pesado, este Enrique a Frasco y, aunque no llegaba a manifestar nada en su contra, si se le notaba algo de desidia, a todo aquello, que por no entenderlo, le estaba apesadumbrando desde hacía bastante tiempo.

En su interior se decía: pero si lo único que hace falta es que todo el mundo se ponga a trabajar, como debiera, y se dejaran de hacer tantos mítines y reuniones de políticos, que sólo van buscando vivir a costa de los demás.

Claro que, como él era muy precavido y tímido para expresar sus pensamientos, ni siquiera a su hermano llegaba a exponerle nada de lo que pensaba abiertamente y siempre trataba de apaciguar los ánimos de cualquiera que trajese o se ofuscase con ideas nuevas. Hacía días que se había propuesto no perder más tiempo en pensar sobre estos problemas y todas las preocupaciones las enfocó a conseguir el bienestar de su familia, así que, cuanto antes tuviese a los suyos acomodados en la casa de su herencia, más tranquilo vivirían y sólo tendría que ocuparse: de ganar el pan de cada día para tenerlos atendidos adecuadamente. Aquella misma tarde, después de ayudar a su cuñada a recoger la mesa y lavar los platos, María se dedicó a hablar con sus tres hijas en presencia de su cuñada, pero cuando los hombres se habían marchado: su hermano Pepe con los animales, para seguir con su pastoreo, quien se llevó a su hijo, para poder seguir binando la viña y recoger algunas manzanas; mientras los dos hermanos fueron con Enrique y los dos respectivos mulos aparejados, para traerse las cosas que contenía la carreta y situarlas en el llano de la puerta de las Encinillas, porque al día siguiente tendrían que partir temprano para las tierras de la Fuente de la Teja y el camino era bastante penoso, llevando los niños a pié, ya que las bestias irían cargadas. Tardaron mucho rato en aparecer Frasco y Juan con los mulos cargados de los enseres que pensaban llevar al día siguiente.

No dejaron nada en casa de Enrique a excepción hecha de la carreta y esta porque era dificultosa de bajar por los pechos hasta traerla al lagar de Pepe, porque si hubiese habido el más mínimo carril, aunque hubiese sido haciendo polea con alguna cuerda larga, amarrada al tronco de un árbol, la hubiesen bajado, por no tenerla de estorbo en casa de Enrique. Este vecino, quiso agasajar a los dos hermanos y para ello indicó a su mujer -Gertrudis- que les preparase un poco de café, que bebieron sentados junto a la carretera. Mientras tanto, dos vecinos del otro lado de la carretera, venían andando de la Venta de la Nada, que no estaba lejos y al ver a los cuatro hombres sentados sobre el porche que colindaba con la calzada, se pararon a platicar con ellos.

CAPÍTULO IX

Joseico y Mariano

A la llegada a la Casilla del Lince, Enrique presentó a su cuñado Pedro Antonio, que llevaba un par de días con la familia, era el hermano de la mujer de Enrique, que se había venido desde el Puerto de la Torre, huyendo de la quema; en estas presentaciones estaban, cuando llegaron a la puerta Joseico y Mariano, conocidos de antiguo de Enrique y de Pepe; eran hermanos los recién llegados, los cuales se presentaron a Frasco, a su hermano Juan, y al cuñado de Enrique, quienes fueron correspondidos con idénticos saludos; eran buenos vecinos de Enrique y de Pepe.

Los seis hombres estuvieron de charla bastante distendida, durante un buen rato y ésta se prolongó más tiempo, como consecuencia, de que: el que aparentaba ser más mayor -Joseico- se empeñó en relatar las últimas noticias, que había oído describir en la Venta de la Nada, de donde provenían, pues según informaban, allí paraban mucha gente de las que venían o iban a Málaga todos los días. Era, como un sitio de obligado encuentro, para todos los vecinos del contorno y siempre había alguien, que espera a los coches que venían de Colmenar o se apeaban de ellos, cuando venían de Málaga. Además existía desde hacia mucho tiempo, algo parecido a una tienda, que suministraba o recogía los encargos para los vecinos, que serían atendidos más tarde. Siempre había reunidos en torno a la Venta de la Nada de cinco a diez personas, pero en estos días las visitas se multiplicaban, pues la mayoría de los desperdigados vecinos: estaban deseosos de tener noticias frescas de los acontecimientos. Joseico, aseguraba que habían comentado en una de las conversaciones, en las que participa un recién llegado de la capital: que venían mucha gente subiendo por los montes, la mayoría tirando de pequeñas carretas, empujando carrillos de mano, algunos con bicicletas y los menos con animales, cargando con lo imprescindible y huyendo de la quema que se estaba extendiendo por toda la capital.

La gente adinerada, ya hacía días, que la mayoría se había quitado de en medio y no se la veía aparecer por ninguna parte; sólo los comerciantes de tipo común: luchaban a brazo partido por defender sus propios negocios, que en su mayoría, ya habían sufrido desmanes y hurtos por algunos, que se aprovechaban de la poca vigilancia existente, para llevar a cabo sus desmanes. Comentaba también, que otro de los presentes, había dicho con rotundidad, que la capital se había convertido en un caos, donde se corría el riesgo de ser asaltado en cada esquina.

El hermano Mariano, no hacía nada más, que confirmar lo que expresaba el mayor, repitiendo siempre la misma frase: la cosa se ha puesto fea, la cosa se ha… Gertrudis, la mujer de Enrique, como vio que la conversación de los hombres se prolongaba, les llevó café a los dos recién llegados, que aceptaron con agrado.

A pesar de las noticias que traían los dos hermanos, parecía ser, que era Enrique el que estaba mejor informado de todos los acontecimientos, seguramente se pasaba todo el tiempo, con la oreja pegada al aparato de radio.

Cuando Enrique apreció que Joseico, estaba flaqueando en su relato de las informaciones, que había recogido en la Venta de la Nada, en los últimos momentos; se apresuró a comentar a los presentes, por si estos no lo sabían: que ya se habían reunido las Cortes Constituciones y había encargado de formar un nuevo Gobierno al Sr. Manuel Azaña, que tendría que estar formado y representado por todas la fuerzas políticas del momento y que el Gobierno se pondría en marcha lo más brevemente posible para aplacar la euforia existente en la población desde que se instauró la II República. Señores, parece ser, que ahora marcharemos por un buen camino en democracia total, que será muy buena para todos, los ricos dejaran de ser tan ricos y los pobres recuperaran parte de su contexto económico perdido desde años atrás.

Enrique parecía expresarse con bastante fluidez y sabiendo lo que se decía o al menos aparentaba ser muy convincente y hasta -de vez en cuando- le aparecía una leve sonrisa en el rostro, manifestando su alegría, después de la sorpresa, que se había llevado, con la quema de tantas iglesias, conventos, monasterios y desmanes de toda índole, como se estaban llevando a cabo en la capital. Esto se va a arreglar.

Esto pasará y nos tenemos que alegrar, de que: hayan llegado tiempos renovadores. Llegado a este punto, los últimos en llegar, manifestaron sus deseos de proseguir la marcha hacia su casa denominada de Los Frailes, algo alejada de la calzada y Joseico, -dijo jocosamente-: (seguramente tendremos que cambiar el nombre de nuestro lagar, no vaya a ser, que la gente confunda nuestras creencias). Aprovechando que los dos hermanos se marchaban, Frasco dijo a Enrique: que iban a proceder a retirar las cosas de la carreta para tenerlas, más a mano en el llano de la casa de su cuñado, pues pensaban salir muy temprano hacia la Fuente de la Teja y así, cargar los mulos directamente en las Encinillas. Enrique no puso reparos y les abrió el recinto, donde estaba la carreta: de par en par, para que: tuviesen más comodidad al sacar las cosas.

No había tantos utensilios, como inicialmente pensaba Juan, que no había visto la carreta, hasta entonces. Cargaron en los capazos de los serones, con los que venían provistos los dos mulos, aquellas cosas de menor volumen y que no podrían romperse con las apreturas, como eran: utensilios de cocina, de lavado, planchas, ropas y zapatos de los distintos miembros, etc.; dejando para colocar encima de los serones, sobre los lomos de los animales, aquellas cosas que abultaban más, como eran: algunos varales de las camas, las colchonetas, sumieres, etc.; procurando que en el mulo de Frasco, hubiese un sitio adecuado, con posibilidad de que María y el niño: pudiesen ir montados, en algunos trayectos del camino, sobre todo en las cuestas y por el cauce del arroyo donde el camino se haría bastante dificultoso para llevar al niño de la mano, por la cantidad de bolos y pedruscos rodados que había. Claro -pensó- pero eso lo tengo que hacer para mañana, cuando vuelva a cargar el mulo de nuevo. No tardaron mucho en tener las dos bestias cargadas, por lo que procedieron a despedirse de Gertrudis de su hermano, de Enrique y de toda la familia, hasta un nuevo encuentro y ofreciéndoles -a toda la familia- su lagar de la herencia familiar, por si necesitaban mudarse, en algún momento, como consecuencia de los problemas que se avecinaban. En cuanto a la carreta, le reiteraba formalmente, que a la más mínima ocasión, que se le presentase: podía hacer uso de ella -en la forma que le pareciese más oportuna- y, si alguien quería comprarla, la vendiera en lo que él quisiera, sin que tuviera que darle cuenta para nada de ello (lo dejaba hecho dueño y señor). Terminados de despedir, ambos hermanos emprendieron el camino, que iba casi recto hasta la casa de Pepe.

Cuando llegaron, rápidamente descargaron los mulos, poniendo con cuidado todas las cosas en un extremo del llano, desaparejaron a los dos animales y volvieron a atarlos sobre la misma cañada donde habían estado por la mañana, pero cambiando de tronco la atadura del extremo de la cuerda. Aún era temprano, pero María le manifestó a Frasco, su preocupación, porque ella había calculado, que tardarían menos tiempo en volver de la Casilla del Lince. Hemos tenido que atender a una visita que tuvo Enrique de improviso y hay que ser condescendiente con la gente, especialmente, cuando uno no está en su propio medio, es cortesía hacia los demás, sobretodo cuando son extraños.

Todo quedó listo para la mañana siguiente, todavía agregó María y sus dos hijas mayores, algunas cosas, que tenía dentro de la casa, mientras la tercera hija, no perdía ojo al pequeño Haxparcol, que estaba gateando por el llano y a veces se incorporaba, siguiendo a unos pollitos, que iban detrás de su madre la clueca; no podía perderlo de vista, porque era muy fácil que saliese rodando por el terraplén, si traspasaba el llano frontal de la casa.

María y sus tres hijas, estaban contentas porque a la mañana siguiente podrían iniciar su viaje, hacia el lagarillo de su padre y de su tío; ellas se habían alegrado mucho de ver de nuevo a su tío Juan, del que guardaban un vago recuerdo de cuando estuvo, solamente una tarde y una noche en la costa. Ahora él estaba encantado con los cuatro sobrinos y, siempre que tenía un momento de relax o con poca ocupación, los tenía a todos a su alrededor.

Al cabo de un buen rato, llegó Pepe y su niño con todos los animales, pronto los guardaron en sus respectivas dependencias, incluso a la burra; después de haber pasado por los pilones del manantial, para que todos bebiesen, que aprovecharon ambos, para asearse y no tener que volver más tarde, para hacerlo. Como rutina de todas las tarde, después del trabajo, los hombres se sentaron en el llano, para tomar un vaso de vino y dialogar de las tareas cotidianas; así lo hizo nuevamente Pepe con su cuñado y el hermano de éste; comentando el día tan bueno, que había hecho, la tarea de la vina de la viña, la recogida de algunas frutas de la época -las manzanas de los platones enanos, que puso hace tan sólo dos años, lo contento que estaba del peral de agua, que ya había dado este año, como una veintena de peras, a pesar de tener sólo dos años; el albaricoquero de la esquina de la viña, que todos los años cuajaba el fruto hasta doblar las ramas y verse obligado a ponerle horcones, para que no partieran con el peso del fruto, etc. Muchas de las labores agropecuarias -comúnmente conocidas por los tres hombres- constituían los temas de conversación diarios, después de la jornada de trabajo, especialmente cuando había personas con las que se convivía, de tarde en tarde, como le ocurría a Pepe, en esta ocasión. Ya había pensado éste en regalar una pareja de animales a su cuñado, al menos para que empezara haciendo: una pequeña piara de cabras; por lo que le anticipó, que: mañana cuando se marchasen para sus tierras, tenía que llevarse una de las mejores de sus cabras -clavellina- y a su chiva -ya destetada- que la seguía a todas partes; con la leche que daba la madre podrían tener cubierta la necesidad de leche diaria de toda la familia y la chiva: estaría lista para preñarla en la siguiente primavera; es decir, que: si todo le iba bien, como él pensaba, podría tener dentro de un año, unos cuatro o cinco animales, pues era rara la preñez, que clavellina, no se venía con dos crías.

Mañana ataremos a la madre de los cuernos y la lleva alguna de las niñas bien amarrada y sostenida, para que no se le escape y se le vuelva a la casa; porque, sería penoso, que se os escapase antes de llegar al río -seguro que sabría volver a su corral- y la cuesta es bastante larga, como para tener que volver a por ella.

Aquella tarde-noche cenaron todos temprano -una comida frugal de queso de cabra, un cuenco con uvas pasas, algunas brevas -de las que había traído Frasco- o manzanas -de las recogidas por Pepe-, aquella misma tarde, pues la marcha la harían de madrugada, con las claras del día y debían acostarse pronto todos.

Nadie echó de menos las noticias, que daban por la radio y que, Pepe solía escuchar al irse a dormir; aunque él: si pensó en ello, pero por consideración no la puso. Al despuntar el día, los tres hombres ya estaban levantados -Frasco y Juan- quisieron ayudar a Pepe al ordeño de las cabras, éste consintió a regañadientes, asegurando, que: la tarea era fácil para él y el niño y ellos tenían que salir temprano con toda la familia, para llegar a su destino con claridad del día.

Finalmente consintió y no fue mucho, el tiempo empleado por los tres hombres en ordeñar las cabras, además Antoñito – el hijo de Pepe- ya se habían levantado también y ayudaba a colocar en orden las cabras no ordeñadas y aquellas que ya lo habían sido, las arreaba a un corral colindante -es decir: las iba separando- con cuidado, sin equivocarse, para agilizar más la tarea.

Era costumbre del chiquillo el ejercicio diario de esta encomienda y se le notaba que era bastante voluntarioso y obediente a las indicaciones, dictadas por su padre; como estaban todo el tiempo juntos, realizando tareas del campo o al cuidado de los animales, obedecía sin rechistar y nunca había protestado o puesto mala cara; los mandato de su padre y el respeto: eran la norma de conducta del crio -a pesar de su corta edad; también el padre, siempre le trataba, como si ya fuese un hombre y lo respetaba mucho procurando darle trabajos poco pesados, más bien lo iba responsabilizando sobre las cosas útiles y de poco esfuerzo.

Las mujeres mientras tanto, habían bajado los colchones al llano, los sacudieron bien, así como toda la ropa de cama que habían utilizado; también sacaron todos los enseres que tenían que llevar y los ordenaron, para luego cargarlos en orden.

Josefita la cuñada, le cogió dos gallinas hermosas, que ató por los espolones y las metió en un cesto viejo, -confeccionado de palmitos-, dejando las cabezas de los animales saliendo por el borde de los pliegues de forma que irían contrapuestas, para evitar que se picotearan por el camino y para que a media mañana, -por el camino- pudiesen acercarlas a una charca o a alguna alcubillas para que pudiesen beber los animalitos; también le dio una pequeña bolsita, con algunas habas remojadas de la noche anterior, para que los picasen un poco y se las diesen directamente -poco a poco-, como alimento, al igual que se alimentan los pavos para el engorde, cuando va llegando la Navidad. Quiso Pepe y su propia mujer, insistía mucho, en que: se llevasen de los dos cerdos, que tenían encerrado en la corraleta, uno de ellos, pero, ni María, ni Frasco lo consintieron, argumentando, que ellos primero: tenían que acondicionar la corraleta para tenerlo y que podrían comprar uno cuando llegasen al terreno y que, no iban a desvestirse un santo, para cubrir otro; ya tenían bastantes regalos, la ayuda de haberlos cobijado, las cabras y todo lo demás, que les habían proporcionado. Verdaderamente, Pepe, se había volcado con su hermana y su cuñado: todo el avituallamiento posible, para las primeras semanas lo llevaban en los capazos y para iniciar la producción a su llegada a la finca, llevaban: semillas de distintas variedades, para conseguir plantas hortofrutícolas, que pudiese poner en marcha, haciendo su propio huerto; una caja de pasas; dos quesos de cabra; una talega de habas escogidas, para que con las primeras aguas pudiese plantarlas; un poco de maíz; un buen trozo de tocino en sal veteado, que se podía comer en fresco o cocinar; un jamón curado; una orza con chorizos fritos y lomo en manteca; algunos huesos y cortezas para el puchero; dos tarros de miel blanca; una vasija con melojas, un bote grande con uvas en aguardiente, etc.

Muchas de las cosas, quería rechazarlas María, pero su cuñada insistía en que debía llevarlo todo, pues ellos lo hacían de corazón y le aseguraba, que: los tiempos y los comienzos eran muy difíciles; además ellos tenían muy buena despensa para proseguir atendiendo a sus necesidades -María, le decía su cuñada: tenéis que ver la vida que os espera, arrancando de cero y, mientras el campo empieza a daros alguna producción, no debéis pasar escasez de las cosas más imprescindibles para el sustento; debes ser muy precavida, así que: no me desprecies estas pequeñas cosas, que os damos de corazón y lo hacemos porque os queremos mucho. Ellos estaban bien abastecidos y querían compartían con ellos todo aquello por el mucho cariño que les tenían.

Ahora que vais a estar más cerca, que nuestros niño se está haciendo más grandes y si yo salgo bien de mi embarazó, seguro que nos presentaremos algún día por vuestra casa para saludaros. Los tres hombres y el Antoñito, que había arrimado algunas cosas: ya habían cargado, con todo cuidado a las dos bestias, tenían bien sujetas las cargas con las cuerdas, previniendo, que para bajadas hasta el río, había tramos del camino, en que las cosas, si no iban bien sujetas, podrían salir por las orejas de los animales; de cualquier forma todos, irían bajando, con mucho cuidado para que no se les produjese ningún contratiempo.

Finalmente toda la familia se despidió efusivamente y se puso en marcha. Iba encabezando la fila Frasco, con el mulo del cabestro, en el se acomodó María con el niño; le seguía Juan con el suyo, que llevaba montada a las dos niñas más pequeñas y delante de sí, caminaba la niña mayor, que llevaba al mulo de su padre cogido de la cola. La marcha transcurrió con bastante normalidad, pararon en los lugares en los que tres días antes lo había hecho Frasco; María y el niño, así como las dos niñas menores, se bajaban en los tramos peores del camino y se volvían a subir, cuando los tramos eran más seguros. Así llegaron con buena hora y sin grandes inconvenientes hasta el cauce del arroyo. Como el camino transcurría cauce arriba, por un camino entre llano, aunque bastante dificultoso, por la cantidad de bolos sueltos, que tenía. Allí volvieron a subirse, la madre y los tres hijos menores en los animales. Tan pronto empezaron a caminar subiendo el cauce del río, Frasco apretó un poco el paso hasta llegar a la próxima alcubilla; descansaron un poco en los eucaliptus que había a la altura del lagar de Cornelio y en la alcubilla de la Seana. A partir de ahí, le dio el cabestro a María y él se pasó al lado de su hija mayor y Juan ya le había echado el cabestro de su mulo, por encima del mulo delantero, para que le siguiese, pero no iba bien amarrado, por lo que pudiera pasar: podrían dar algún traspié o recalcón e interrumpiría la marcha del otro. Cuando empezaron a subir por la cuesta del lagar de Villegas, Frasco tomó de nuevo el cabestro de su mulo y Juan el del suyo, para evitar, cualquier roce -que pudieran dar los serones o la carga- con las ramas de algún árbol más saliente. María todo el tiempo, incluso la cuesta de Villar, permaneció montada con el niño, las tres niñas, iban delante de los animales: andando a buen paso y, de cuando en cuando, su padre, tenía que manifestarles, que: fuesen más pausadamente, pues el camino se hacía muy penoso para los animales y, como el primer mulo, tenía que avanzar por la cuesta, con María y con Haxparcol montados a sus lomos, se hacían más lento -porque si tuvieran que ir andando, llevando al crio de la mano o llevándolo en brazos y aunque, le ayudasen las niñas mayores, el chiquillos ya pesaba mucho-. Llegaron pasadas las seis de la tarde a la casa, bastante cansados -sobre todo las niñas, que habían venido toda la última cuesta a pié-; los dos hombres no manifestaban cansancio alguno y María al bajar con Haxparcol: sólo se desperezó alzando los brazos al cielo, como para dar gracias a Dios, por haberlos traído a todos, sanos y salvos a casa, pero en realidad parte fue para desentumecer sus músculos estirándose todo lo que pudo.

Mucho se sorprendió María de lo bien cuidada que estaba la casa y no dejaba de dar las gracias a su cuñado Juan. Para una mujer con cuatro niños a cuesta, es una delicia- le decía a Juan-, ¡que Dios te lo pague!: llegar a casa y encontrarse totalmente cómoda en ella, con lo cansada, que vengo: es una delicia… Hermano, eres una buena persona, te lo gradezco en el alma, ¡que Dios te bendiga! Los dos hombres empezaron a descargar los mulos, mientras las niñas empezaban a meter las cosas en la vivienda, algunas cosas que eran de la cocina las llevaban al sitio correspondiente, que les indicaba su madre, pues aún permanecía con los cinco sentidos en el niño, que había llegado dormido. Cuando hubieron descargado todo, les quitaron los aparejos a los dos animales y los amarraron con sendas cuerdas en dos grandes olivos verdiales, que estaban situados frente al llano de la casa, desde donde se los podía ver en todo momento y cuyos ruedos estaban plagados de pasto, que no había sido careado anteriormente.

Como la tarde se presentó sin viento y el día había sido caluroso, Juan le propuso a su hermano: dejar ambos mulos toda la noche atados a los respectivos olivos, pues de allí, no se iban a escapar y pensaba que nadie iba a venir, para robarlos. Hacía años que no se daban casos de bestias desaparecidas, por aquellos contornos. Frasco estuvo de acuerdo con su hermano, cuando todo estuvo -más o menos acomodado- los dos hermanos empezaron a montar los varales de las camas, sobre los cabeceros y la parte baja, pusieron los somieres correspondientes y colocaron las colchonetas y colchones en su lugar.

María dejó a su hija Salvadora al cuidado de Haxparcol y con las otras dos hijas mayores, fue vistiendo todas las camas, colocando la mesa y las sillas en su lugar: exactamente en el sitio que ella quería que ocuparan en el futuro.

Cuando consideró que todo estaba en orden, ayudada por su hija María: sacó la mesa y algunas sillas al llano de la puerta y empezaron a colocar sobre el mantel de hule: una botella de vino, y un vaso -con el que sirvió frasco a Juan, del que ambos tomaron-, mientras seguían sacando alguna comida, para cenar, antes de que se fuese la luz del día, pues el sol acababa de trasponer, más allá del Torcal. Pusieron sobre el hule: el botijo -que aún traía agua de la mina de Villegas-, el pan, queso, aceitunas aliñadas enteras, varios chorizos y algunos trozos de lomo. Cuando todo estuvo colocado sobre la mesa, todos se arrimaron a la mesa para cenar; los hombres, con mayor corpulencia se colocaron sobre el poyo de la entrada, pegando sus espaldas a la fachada principal de la casa y María con el niño, sentada en medio de ambos, pues el niño, quería estar también con los dos hombres y el padre se lo consentía, porque la madre de decía insistentemente, que no molestara. No había terminado de anochecer todavía, cuando se levantó una ligera brisa, la típica de todas las tardes primaverales y veraniegas -aquella, que les servía en la era, para aventar las mieles de los cereales. Había sido un día muy ajetreado, comentó María, las niñas se pusieron a jugar a la comba en un extremo del llano y Haxparcol, sólo trataba de escaparse de los brazos de su madre, porque quería participar con las hermanas de sus juegos, pero la madre no lo dejó de la mano, ni un momento y con él se acercó a donde estaban las niñas, participando, dándole -ella misma- al saltador, mientras las dos mayores saltaban al unísono a la comba y al tiempo que cantaban, la consabida canción: del cochecito lerén, me dijo anoche lerén…

Mañana vamos a repasar todo el entorno de los huertos, le dijo Juan a su hermano; es posible que encontremos: algún sitio idóneo para hacer una cala y preparar en poco tiempo un buen manantial, con algún recipiente para almacenar el agua y que: nos permita este verano, regarlo, para tener un buen huerto; yo creo -le contestó Frasco- que es lo primero que debemos hacer, para poder plantar tantas semillas, como nos ha dado mi cuñado Pepe; además sería muy bueno: tener la cosecha suficiente y pronto, para no tener que comprar muchas cosas al recovero y sobre todo: no tener que aparecer por el pueblo con frecuencia, para que dé tiempo, a que toda esta situación se normalice y la tranquilidad vuelva a ser la norma común de las gentes. Así que, si estás de acuerdo, mañana empezaremos por esa tarea y a ponerles mano a la obra, tan pronto, como encontremos el sitio ideal para cavar una buena mina, en esto estaban los comentarios de Frasco, mientras Juan servía otro poco de vino y daba a liar tabaco a su hermano de su propia petaca; cuando apareció por la punta del camino, que venía del pueblo un chaval de 15 a 20 años, que denotaba asombro a medida que se acercaba, pues el camino pasaba por la misma puerta de la casa y cruzando el mismo llano del ruedo, por donde estaban jugando las niñas. Juan lo reconoció desde lejos y le dijo a su hermano, que el chico, que venía era el hijo penúltimo de Miguel Molina (apodado el Villegas, dueño del lagarillo, que pega al río, por donde habían cruzado poco antes de llegar); se llamaba Alfonso y seguramente vendría del pueblo, porque habría cogido por los Lagares de Galán, que al estar más alto, se podía caminar hasta más tarde con luz y el camino no tenía tantas dificultades como el que ofrecía por el río, que venía del pueblo.

¡Ah, sí, ya me acuerdo!; era un niño cuando yo me fui y estaba con su hermano Pedro, que era el mayor, plantando el tajón de olivos que hay al trasponer el viso, e indicando hacia el oriente, hizo ademán de mostrarlo a su hermano -y agregó: ¡bien que sudaron allí!, cuando estaban haciendo los hoyos y después plantándolos. Cuando llegó Alfonso, los saludó a todos, como de costumbre y con bastante cortesía; a lo que los dos hermanos correspondieron y, al tiempo: se vinieron a la mesa todo el resto de la familia, interesada por conocer al desconocido.

Algo cortado o azorado, correspondió Alfonso al saludo de la esposa y las hijas, pero salió del paso rápidamente, cuando Frasco le ofreció sentarse en el poyete y tomar un poco de vino, mientras tanto María indicó a sus hijas que trajesen algo para comer, con que acompañar la bebida. Las niñas aparecieron con el queso, el pan y con lo que había quedado en la fuente. Alfonso agradeció nuevamente la atención y sacando su navaja, cortó una sopa de pan, a la que colocó un chorizo encima y atrapándolo con el dedo pulgar de la mano izquierda, le fue cortando rodajitas, poco a poco, al mismo tiempo las acompañaba de pedacitos de pan, que también cortaba de la principal y sorbía pequeños buches de vino, del que decía estaba muy bueno.

Juan le comentó a Alfonso que su hermano y la familia se quedaba a vivir en la finca: si, ya lo sabía -comentó el recién llegado- porque mis padres, me lo comentaron ayer, cuando llegué al lagarillo. Yo apenas si me acuerdo de ustedes, porque aunque a Juan si lo veo con cierta frecuencia, a usted y a su familia, apenas si tengo memoria de ello.

Sabía de oídas, que estaban por la costa desde hacía bastante tiempo, yo suelo pasar con frecuencia por esta propiedad, pero siempre creía que era de Juan y ahora comprendo, que ambos han partido la herencia de sus padres.

Bueno, ¿y, cómo van las cosas por esas costas?, -preguntó Alfonso-, dirigiendo su mirada a los ojos de Frasco; las cosas se han puesto bastante difíciles por allí, con todo lo que han liado los políticos; y agregó, yo no entiendo mucho de eso, pero las cosas no van bien por ninguna parte. Efectivamente, -aseguro Alfonso- se avecinan tiempos muy difíciles.

Hoy parece ser: -según unos comentarios que he oído, antes de salir del trabajo-: que unos pocos de republicanos socialistas o comunistas -que para el caso es lo mismo- han entrado por una ventana que da al patio de atrás de una de las casas de Juanito en Colmenar y le han robado gran parte de la matanza -por lo menos cuatro jamones se han llevado y unas cuantas ristras de chorizos. Nadie sabe nada pero, pero los más entendidos, dicen: que los jamones ya han pasado las trochas de Chupavientos. Algo habrán visto -digo yo-. Se ve que: anda todo el mundo, fijándose mucho en lo ajeno; hay que tener mucho cuidado con las cosas, porque la gente desmadrada: es muy amiga de lo ajeno.

A partir de ahora, no se podrá andar con los descuidos, que veníamos teniendo todos antes, en particular los campesinos, como nos llaman los del pueblo.

Nosotros estamos arreglando un poco la casa de la calle Laurel y tenemos que encerrar todas las tardes, las herramientas, algunos materiales y hasta las reglas de los hilos de la pared, porque a la mañana siguiente no queda nada; tan sólo las piedras quedan, pero como estén cerca para transportarlas, hasta eso desaparece. Al poco, Alfonso ya se marchaba, ambos hermanos, transmitieron sus saludos a sus padres y familia, al tiempo, que le ofrecían su casa para lo que pudiese necesitar. El se despidió, cuando ya la claridad del poniente, apenas si vislumbraba los bordes del camino, que tenía que transitar; suerte, se decía él mismo, que a partir de aquí el camino está entre cuesta abajo y lo conozco, como para ir con los ojos cerrados. Ya llegaba al tajón de los olivos, cuando por ahorrarse un buen trozo de camino y no dar la vuelta por el lagar de Villar, cogió trocha y a grandes zancadas empezó a bajar por el olivar, que aún no había subido más de un metro del suelo.

Se llevó un gran sobresalto, cuando al pasar por entre dos líneas de olivos, se levantó una bandada de perdices, que casi toca con las manos; como una docena de pájaros se arrancaron y al ruido que hicieron, casi se espantó él, pues le aletearon en la propia cara -por lo menos el viento sintió, cuando se elevaron del suelo-. Las vio perderse por la parte baja del olivar, cerca de la era, a donde él llegaría en breves instantes, pero la falta de luz existente, no podría proporcionarles, -ni a las aves, ni a él-: un nuevo encuentro.

Llegó a su casa en breve tiempo, pero ya, estaba todo a oscuras, sólo quedaba el candil encendido en la habitación de sus padres, que estaban empezando a preocuparse por su tardanza. La familia de Frasco y Juan, al poco de partir Alfonso, se fueron a dormir, dejando a los mulos atados frente a la casa y afortunadamente no les pasó nada.

CAPÍTULO X

Buscando el mejor acuífero

Ya estaba el sol saliendo por encima de los cerros de las Piletas, pero aún no apretaba mucho y en algunas cañadas, las sombras aún persistían, sobre todo en aquellas situadas en las umbrías cercanas a la casa. Juan se había levantado más temprano que su hermano y le había dado tiempo a poner una espuerta de paja mezclada a cada animal, que ya habían consumido. Cuando apareció Frasco y María en la puerta de la casa, sacaron la mesa al llano y ésta hizo un poco de café y encendió el fuego para poner unas rebanadas de pan frito; mientras se freían al fuego vivo, colocó un tarro con miel de abeja, unos trozos de queso en un platillo chico de porcelana y unos cuantos trozos de meloja en una vasija algo más grande. Pronto estuvieron los tres desayunando y en breve los hombres se alejaban de la casa, montados en los respectivos mulos, a los que habían puesto sendos sacos de cáñamo sobre los lomos, para no ir montados al pelo; liado sobre el cuello las bestias, llevaban las correspondientes cuerdas para amarrarlos; iban provistos de una espuerta de caucho, un azadón y una chapulina, que Juan llevaba sobre el hombro; así, se encaminaron al manantial.

Antes de trasponer el recodo del camino, junto a la higuera blanca; aparecieron las niñas alrededor de la mesa, también con ganas de desayunar y añorando que su padre se había marchado sin darles, ni un solo beso; la madre las conformó diciéndoles que si les había besado antes de irse para el trabajo, pero ellas estaban aún dormidas y no se dieron cuenta.

Cuando -ambos hermanos- llegaron a las cercanías de la viña, cerca de donde estaba el manantial -al pié del sauce- ambos se apearon de los mulos, le amarraron al final del cabestro, una de las puntas de la cuerda, que llevaban durante el trayecto, atadas al cuello y los soltaron; atando el otro cabo de la cuerda a unas retamas que estaban en medio del manchón colindante con la viña. Juan tomó la delantera y empezó a introducirse por entre los matojos de aquella pronunciada cañada, a partir del manantial hacia arriba; Frasco pensaba, que sería mucho mejor indagar el manantial del sauce hacia abajo, pues lo que importaba era cortar el hilo del manantial y dejarlo descolgado sobre el terreno, de forma, que: luego pudiese llenar algo de depósito, pudiéndose hacer bien perforando en el propio suelo, algún pozo o alcubilla.

Así se lo manifestó a su hermano, pero Juan creía, que el agua vendría de más arriba y estaría a flor de la tierra; él deseaba encontrar el manantial, cuanto más arriba mejor y así podría tener más terrenos disponibles para regar o hacer algunas tablas de huerto más o mucho más amplias. Anduvo Juan por toda la cañada arriba, hasta llegar cerca de la gran encina y cuando comprobó, que el agua no aparecía por ninguna parte, se convenció, de que su hermano tenía razón: era preferible cavar desde un poco más abajo del manantial, tratando de dejar el agua colgada y también sería mucho menos trabajo sacar la tierra del boquete que hagamos, porque rebosaría. La forma ideal para ampliar el manantial, le dijo Frasco a su hermano, es: empezar a cava unos cinco metros más abajo del manantial y tomando como dirección las raíces del propio sauce, para perforarlo por debajo y tratando de no molestarlas, pues ellas nos conducirán a la parte más húmeda del terreno. Tendremos que irnos lo más bajo posible, de tal forma, que el manantial, no sufra desviación alguna, pues puede suceder: que perdamos el agua, que ahora sale por su propio pié. Así es, que calcularon con buen ojo -ojo de buen cubero- las tareas, que debía imponerse aquél día y la pusieron en práctica; Juan confiaba plenamente en las ideas, que le decía su hermano, pues además: eran totalmente lógicas. Inicialmente comenzaron una cava desde unos cinco metros de distancia, algo más abajo del manantial y, con un desnivel que Frasco calculaba en los dos metros aproximadamente. La cava la inició Frasco y cuando llevaba unos dos metros cavando hacia el manantial, su hermano fue recogiendo lo cavado en la espuerta, que mantenía inclinada sobre los pies y la iba llenando con la chapulina: cuando consideraba que estaba llena, la cogía de las orejillas y la vaciaba sobre el borde del camino, que formaba terraplén; la vertía hasta desocuparla y volvía a repetir la misma tarea, hasta que llegó a donde su hermano llevaba el tajo de la cava; allí mismo -pensó Juan- que extendería después la tierra sacada de la zanja: haría un huerto nuevo y podrían regarlo -con las primeras aguas al hacer la alcubilla del manantial nuevo-. Seguro que en pocos días: estaría plantando una almaciga de pimientos, tomates, rábanos, acelgas, berenjenas, etc., con las semillas que había traído su hermano y que, le había dado su cuñado. Sin duda, crecerían rápidas y las podría trasplantar, antes de que el tiempo apretase con el calor: se criarían muy saludables.

Cuando Frasco llegó al pié del manantial, se detuvo en su cava, para que el agua: no empezase a invadir la zanja y esperó a que su hermano terminase de retirar la tierra cavada, lo que le permitió descansar unos minutos.

Posteriormente fue Juan, el que: cogiendo el azadón empezó otra vez, desde abajo, con una cava continua, de unos quince centímetros de profundidad; poco a poco y a medida que avanzaba, el terreno se estaba haciendo mucho más duro e incluso empezaron a salir las pizarras más compactas, de forma: que tenían que hacer mucho más esfuerzo para seguir la zanja. Así anduvieron hasta la llegada de la hora del almuerzo y cada vez encontraban mucho más dificicultosa la perforación de la zanja, que pretendían hacer, hasta el manantial, y que, posteriormente, al cubrir la bocana en su parte más baja, sirviese de recipiente -contenedor de las aguas- y con ello, poder almacenarlas para poder regar las tablas del huerto.

Bastantes cansados ambos volvieron a casa; dejaron a los dos mulos atados, como lo habían hecho aquella mañana y se fueron caminando lentamente.

María ya tenía organizado el almuerzo: había preparado un gazpachuelo, con algunas papas partidas en cuadrados, le había añadido una cola de bacalao y había frito unas pocas de berenjenas, para acompañar a unos trozos de lomo que había sacado de la orza y pasado por la sartén. A los dos hermanos, se les notaba el cansancio de todo el esfuerzo que habían desarrollado durante la mañana y, María se interesó mucho por el trabajo que estaban haciendo; a ella le pareció muy buena idea, la de tener un manantial más adecuado y que: pudiese tener buena cantidad de agua retenido, además le indicó a su marido: que debería hacerle al lado una pileta, para poder lavar la ropa, sería estupendo y también le encargó: que no fuese a cortar el zarzal que estaba al lado, porque era el sitio ideal para tender la ropa después de lavada al sol para que cogiese más blancor; pronto tendría necesidad de lavar, así que: debería darse prisa en hacerlo; por otra parte, lo del huerto deberían ponerlo en marcha de inmediato, aunque tuviésemos, que ir a regar las planta a mano, porque muy pronto -calculó ella-: se les iban a terminar las cosas, que le echó su cuñada y, anticipó: ¡ya veremos como nos apañamos, sin las hortalizas!; pues le parecía: que el recovero, que pasaba dos veces todas las semanas, creía: que no llevaba nada de verduras, ni hortalizas, en su tienda ambulante, sólo algunas cosas de chacinas, fiambres, ropas, herramientas y algunas semillas.

Sí mujer, le contestó su marido algo entristecido, por las exigencias, que le parecía, le había hecho su mujer -lo que tu quieras te haré- pero dame un respiro, que venimos doblados del esfuerzo y sólo llevamos trabajando una mañana.

Los dos hermanos se estuvieron tomando un vasito de vino, que María les había servido y seguidamente les colocó la comida sobre la mesa, ella también se sentó a comer con ellos, pues a los niños, ya les había dado el almuerzo, para que no molestasen a los hombres. Las niñas y el pequeño Haxparcol, estaban bajo el olivo verdial, situado en el filo del llano, que tenía una buena sombra y aprovechando que los mulos se habían comido casi todo el pasto la noche anterior, aparecía casi pelado; María la hija mayor, había sacado una manta con el permiso de su madre y la extendió sobre las hojarascas y todos estuvieron tranquilos jugando con algunos juguetes de madera que el padre les había hecho en sus ratos libres y otros que les habían comprado, pero la Salvadora, la más pequeña estaba atareada con un libro, que había encontrado en una bazareta. Todas las niñas sabían leer bien, pero la más interesada era la pequeña, las otras estaban más entusiasmadas, haciendo alguna talega, zurciendo trapo, que se había roto del uso o alguna prenda de la casa o de las personas. En ese momento, cuando el padre los vio a todos jugando bajo aquella sombra, ideó hacerles un mecedor al día siguiente, para que pudiesen estar mucho más felices. Terminaron de almorzar y los dos hombres se fueron con los niños bajo el árbol y, permanecieron tumbados a la sombra del olivo, sobre la manta un largo rato; el niño, no hacía más que querer jugar con su padre y lo pateaba en la barriga, pues se le había montado encima. La pequeña Salvadora, se pegó al tío Juan y -a petición de éste- le estaba explicando el contenido de lo que llevaba leído, que no era otra cosa, que El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha; este ejemplar, seguro, que había pasado por todas las manos de la familia y ahora terminarían de sobarlo las niñas. Juan pensaba, que tenía mucho sentido y se ajustaba bastante al contenido, todo lo que le había explicado su sobrina; se veía que era una niña muy inteligente y que había aprovechado el tiempo que estuvo en el colegio de monjas Pedregalejos: ¡lástima, pensó, que hubiesen cerrado aquél colegio y mucho más: y, por las circunstancias que lo habían hecho!, eso pensó para sí, pero seguro que nunca más, los alumnos de aquél centro docente, tendrían la oportunidad de enfocar sus vidas en la sabiduría, que allí se debía impartir y, esto ultimo lo pensaba por la buena preparación que se apreciaba en todas sus sobrinas. Ahora todo iría a peor, por culpa de una mayoría que sólo estaba acostumbrada a las protestas para no doblar el espinazo, como las personas honradas, que sabían respetar a todos los demás, dentro de un orden, aunque no tuviesen la preparación académica de otros, especialmente de los políticos que consentían los desmanes, que se estaban llevando a cabo por todas partes. Juan no encontraba la forma de quitarse ese sufrimiento de encima y aunque no lo manifestaba a nadie, su manifiesta introversión se estaba incrementando a pasos agigantados. Ahora se alegraba enormemente: de no haberse casado y mucho más de no tener que criar hijos; su hermano estaba mucho más desgastado y preocupado que él, con todos los acontecimientos negativos, que se comentaban por todas partes.

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