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Memoria histórica de Frasco (página 9)


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Yo entendía, que me llamabas bombero (porque en cierta ocasión nos cogió la Guardia Civil y, nos metió en un camión, a todos los que estábamos en la plaza, para ir a apagar un gran fuego que se había declaro en los Montes de Málaga); cerca del Cerro del Águila; pero oigo: que me dices Pombero…, y yo quiero que me expliques: ¿porqué lo dices y, es un nombre que nunca antes oí?

-Bueno, contestó-: el Pombero es un gran personaje mitológico, que en la antigüedad -hace muchísimo tiempo-; cuando los pueblos sumerios, acadios, babilonios, etc., avanzaban en sus conocimientos y poderío en la Mesopotamia del Asía Menor, llegaron a tener un rey -creo que se llamaba Argón- dirigente extraordinario y muy buen mediador en todos los conflicto y revueltas agrícolas que organizaron -los comerciantes y los agricultores productores-; los comerciantes -que deseaban obtener su favor, en perjuicio de los agricultores; y al no consentirlo éste; en represalia los comerciantes lo encajonaron y lo arrojaron vivo al río Tigris-; llegó al mar y tuvo que luchar con El Ángel Caído -desde esa lucha el Ángel quedó como yo, se aprecia muy bien en la Glorieta de los Jardines del Retiro de Madrid, pues la representación, que teníamos en el vértice de la fuente en la Plaza de España, la robaron unos maleantes hace mucho tiempo.

Posteriormente a aquella contienda el Pombero, fue semidiós y el protegido del dios Enlil. Después estuvo un tiempo en Egipto en la época de Tutankamón, por indicación de su dios. Llegando a ser el Sumo Sacerdote, conocido por Ay.

Bastante más tarde: llegó con los romanos y estuvo embarcando vinos moscateles desde nuestra capital y anduvo bastante tiempo por esos montes: plantando los primeros viñedos de uva moscatel y enseñó la forma de llegar ha hacer las mejores pasas racimales -de uvas moscateles- de la comarca, pues estuvo casado con un tal Antonina, de los Montes de la Alta Axarquía. Por aquí se le conocía como: Titillón.

Actualmente el Pombero, creo que está instalado por los alrededores del río Paraná, como árbitro de la Naturaleza y de todas aquellas vertientes.

Inicialmente era un nómada, que se estableció en la rica vega mesopotámica y se hizo sedentario y muy instruido, para los de su época; vivió al amparo de un matrimonio sin hijos, el hombre era un gran sabio de aquella época, que lo instruyó en todos sus conocimientos. Hace muchos años que leí un libro antiguo, donde se relataba toda esa historia y, se me quedó gravada. Yo siempre te he relacionado con ese personaje, porque me parecía que tú te acercabas mucho al ideal que yo me había forjado en la mente. -Hago mal en llamarte así- te aseguro, que lo hago sin mala intención… -No me molesta, le dije- ¿Y a ti, cómo te va en la vida…, qué proyectos tienes..?. -Le pregunté-. Yo no me salgo mucho del ámbito rural, que conozco desde toda la vida, mi afición -en los ratos libres- es leer: todo aquello, que cae en mis manos, pero hay muy pocas personas con las, que se pueda dialogar, hacer comentarios, expresar las opiniones sinceras y dudas que -la lectura– en ocasiones nos deja en la mente, como una saturación de ideas.

Yo se que tu eres un hombre, que has ido adquiriendo muchos conocimientos con el estudio, que siempre tuviste, al menos cuando yo frecuentaba el bar de tus padres, siempre estabas con los libros en la mano.

No creas, que: no te he ido observando a lo largo del tiempo y muchas veces he preguntado a tus padres y a tus tíos -Pedro, Diego o Miguel- por todos vosotros.

También a tus tías, María y Antonia, cuando nos cruzamos en este mismo camino, que son tan buenas personas y quizás más ennoblecidas, que nosotros por su sencillez. La vida es sumamente difícil por estos contornos, no solamente debido a la lucha diaria por la subsistencia, sino por las incomprensiones del entorno social en el que vivimos y que se acentúa más cuando, como yo tenemos alguna rémora o no somos tan agradables, como se creen otros más perfectos físicamente.

-No digas eso Luis–, tú eres una persona fuera de lo normal, por tu extraordinaria inteligencia, tu honradez y la capacidad de sufrimiento, que demuestras ante todo el mundo. Yo estoy menguado en mis facultades físicas, desde que recuerdo, pero trato de hacer todo lo posible para que: siempre los míos estén contentos.

Paso de todo aquél, que me menosprecia y, no me meto en la vida de nadie, ni analizo situaciones, que no llevan a ningún fin concreto y positivo.

A veces ignorando a los mal educados, siento una dignificación personal, que me enriquece y alimenta, por encima de de lo que opinen de mí. Estamos en este mundo muchos necios, creyendo ser los más sabios del Universo, no ponemos esfuerzos para serlo, ni captamos las dolencias de nuestras almas embrutecidas y faltas de consideración hacia los demás. No me quejo de la atención que recibo de entre los míos y de muchos otros, que me comprenden, todos gentes de bien; pero para desgracia de la humanidad: hay otros, que casi siempre se consideran los de mejor estirpe, los más dotados, los menos vulnerables y más doctos en la razón; sintiendo siempre, que son: seres únicos y perfectos, te miran por encima del hombro y te hacen ver mediocre, tullido y hasta analfabeto. ¡Lástima que muchas veces los defectos del alma, no aparecen tan claramente como los del cuerpo, que si fuesen apreciables, sabríamos escoger con más acierto a todos los gobernantes y hasta a los, que se dicen ser amigos de verdad!…

Otro gallo nos cantara de hacerlo posible: más hermandad, honradez y educación se prodigaría entre los seres humanos. Aunque por estos cotarros, la gente es leal.  

Yo siempre, que puedo vengo a ver a nuestra patrona La Virgen de la Candelaria, porque ella: me ha de curar de este mal, que llevo: como una losa desde que nací. Ella es mi novia. A veces San Blas siente celos, cuando me ve cortejarla a la puerta del Convento. Cada vez que puedo, me escapo para venir a rezar y a pedirle que me cure, pues voy notando con los años, que se me hace más difícil andar el camino que media entre su casa y la mía. -Entonces le contesté-: no dejes nunca de venir a verla, siempre tendrás fuerzas para visitarla y seguro estoy, que nunca se olvidará de ti y hasta es posible, que ella -alguna, que otra vez- baje del trono y te haga alguna visita a ti, pues nunca se olvida de sus hijos y yo sé que tú eres uno de sus más predilectos. -¿Tú crees, me dijo…, casi a punto de emocionarse…

Bueno Pombero, yo te estoy entreteniendo con toda esta charla, pero la verdad, es: que tenía ganas de pararme a hablar contigo desde que nos conocemos.

¡No!, no me entretienes… -Le aseguré- Luis, tu conversación es muy saludable, instructiva y quizás la mejor de todas la que he mantenido con un ser tan ameno, importante e interesante en mi vida.

La sabiduría casi nunca está alojada en vasijas de bienestar y riquezas, sino en la humildad de los seres virtuosos, como tú.

Para mí constituye un gran honor mantener este diálogo abierto contigo y no me equivoqué: al pensar siempre, que tú encerrabas muchas de las virtudes de las que adolecemos otros muchos seres humanos y de las que debemos aprender.

Luis Espartaco, no era tonto, nunca lo fue, pasaba de todo -o mejor dicho de todos aquellos, que tenían sólo buen pelo social, pero que, como a los buenos burros en apariencias, les lustra el pelo sólo por fuera-, quizás: debido a los muchos cardos borriqueros que comieron. Luis Espartaco, era una cascada de agua cristalina, que serpenteaba los meandros de los caminos de los montes de la Alta Axarquía Malacitana, sembrando con su frescura, comprensión y amor aquellas tierras, durante el tiempo que le permitió hacerlo su novia querida, La Santísima Virgen María de la Candelaria.

Allí mismo nos despedimos, deseándonos todos los parabienes posibles, mucha salud y templanza para seguir andando nuestros propios destinos.

A partir de aquel día siempre, que nos veíamos, -claro está, en contadas ocasiones-, charlábamos con bastante sinceridad y amistad sobre cosas del lugar, del tiempo, de agricultura, o de las familias, etc. En ninguna ocasión de políticas.

Los chiquillos y algunos inconsiderados adultos se seguían metiendo con él, pero siempre pasaba de largo sonriendo, sin tenerles en cuenta las risotadas y los improperios, que con saña le lanzaban. Nunca ponía mal gesto, ni los corrigió; a todos daba sonrisas y siempre era leal en su comportamiento

Algunos años más tarde mi hermana María me comentó: que a Luis Espartaco lo atropelló un borracho, empotrando su auto en un patio donde estaba de visita.

Se lo llevaron a urgencias al Hospital de Carlos Haya en Málaga y se escapó de la muerte por los pelos, pero como consecuencia de tal accidente nunca se recuperó totalmente. Dicen algunos lugareños, que lo visitaron: que a su lado estuvo siempre presente una orla luminosa, que lo guardaba día y noche, hasta que se lo llevó, de este mundo: en una eterna sonrisa. Se fue secando su vitalidad de otros tiempos hasta que murió hace escasos días. Esta noticia me ha causado bastante tristeza y lamento no haberme enterado a tiempo, para poder mostrarle personalmente mí amistad y quebranto.

No puedo hacer otra cosa, que desde estas líneas torpes, pero sinceras: recordarle con honor y mucho cariño.

Ha sido un lugareño y paisano ilustre, que da pulcritud y belleza a la toda la Axarquía. -¡Que cada cual y, quiera: copie algo de él, para ser mejor…-.

Su novia se lo llevó para tenerle a su lado en presencia de su Hijo.

CAPÍTULO XXI

Los que aún sueñan…

He de recordar con insistencia, algunos aspectos de mis vivencias, que me llevan al regocijo de esos tiempos, porque: aunque fueron muy estrechos, también lo fueron muy hermosos, al reconocer mucho de los caracteres de mis antepasados.

Ya se esfumaron para siempre, sin remedio, pero seguro que: han dejado una huella perenne en cada ser, que frecuentaron y de los que aún podemos contarlo.

Es como una marca que alguien puso sobre nuestra piel, como aquella, que se les pone a los animales, cuando llegado un tiempo, se les grava con hierro candente sobre los costillares, sobre las grupas o nalgas, para poder catalogarlos dentro de un hierro, significarlos en un pedigrí, para no perderlos de vista en los campos donde pastan o simplemente, para contarlos y calcular de vez en cuando el patrimonio de su dueño; realmente es la identificación física del ser vivo.

Quizás el orden de nuestro catálogo, sea algo diferente, pero lo considero y coincido en que esa marca la llevamos todos; quizás desde, que nos destetaron, o tal vez, un poco más tarde -con el carnet de identidad numérico- cuando empezamos a formar -dentro de nosotros mismos una personalidad y que se irá relacionando con la sociedad– que se terminará erigiendo en el árbitro y directriz. Permanecerá en todo momento, junto a nuestro propio yo, para indicarnos el camino correcto, por el que hemos de circular en esta vida, dentro de la normalidad vigente en cada momento y en la sociedad que nos toque vivir.

Hay que tener en cuenta que su función, no alcanza otros derroteros, que acabar por indicarnos el camino a seguir, evitando nuestros desmanes dentro de un orden.

Lo seguiremos o no, dependiendo de nuestro estado de ánimo, la formación adquirida, el carácter alcanzado durante nuestras vivencias y el destino que nos depare el porvenir, pero siempre debemos tener presente, que gozamos de la libertad, para seguirlo, en la dirección que consideremos más conveniente…

Dependeremos mucho del entorno en donde se desarrolle nuestras vivencias cotidianas, ya que sin saberlo: somos bastantes imitadores de todo aquello que nos rodea y nuestras vivencias y aptitudes irán encaminadas por aquello que vimos hacer a otros -de nuestro entorno- o con las influencias de nuestros predecesores.

En mi época juvenil conocíamos bien los campos abiertos que se extienden hacia el Este, desde los últimos corrales del pueblo, como el campo del Matacallar; quizás le fue cambiado el nombre con el tiempo -en honor de un alcalde o cura párroco- y yo no me enteré, pues ahora se le conoce por Pedro Pérez.

Es una zona de campo abierto con poca arboleda; cruzado por un sin número de caminos, que se han ido formando: por las huellas dejadas en el paso continuo de los animales, que pastan en él y, al no ser labrados nunca, la hierba deja de crecer, donde es aplastada por las pisadas, como ocurría con el caballo de Atila.

Bastante inclinado hacia el Noroeste, formaba una pequeña cañada que dividía el pueblo, perdiéndose finalmente hacia los barrancos; cuyas aguas, llegarían en épocas de lluvias a engrosar el caudal del río Vélez, hacia el Mediterráneo.

Alguna vez pensé, siendo aún muy niño: montarme en un barquito de papel -de los que solía hacer con las hojas usadas de la libreta del colegio -la de copias correctoras, repetitivas de las faltas de ortografía– y dirigirme a explorar el mundo desconocido.

Esa idea perduraba en mi mente, como una luz tentadora: invitándome a zarpar de inmediato; pero pasaron muchos años, hasta que -ya siendo un hombre- pude escapar de los lazos, que me tenían sujetos al terruño y muy probablemente -más estancado de lo que llegaba a pensar- por desconocer otros lugares, no gozar de la influencia de otros allegados o mayores, que me alentasen a emprender otros rumbos y buscar un porvenir más halagüeño, que el meramente agrícola o ganadero, que me esperaba. Hay situaciones en la vida de las personas, que no se arriesgan hacia lo desconocido: por haber contraído obligaciones familiares, tener un medio de subsistencia adecuados al ritmo de vida, que llevan o muy posiblemente, por el miedo a cambiar de ambiente o profesión -lo cual es muy entendible-; pero en mi caso, no era así.

Yo ansiaba, con todas mis fuerzas, explorar otros lugares, conocer otras culturas e incluso labrarme un porvenir diferente: al que podía esperar en mi localidad -que seguía siendo: eminentemente agrícola y ganadera-.

Además, cuando tienes a tus seres más allegados, totalmente empecinados: en que, no debes marcharte fuera de aquello conocido, todo se complica mucho más; muy posiblemente, ellos pretendan: de muy buena fe y, por el profundo cariño, que te profesan, que no debes dejar de estar cerca de ellos y cualquier emprendimiento, que vayas a calcular, para resolver tu futuro, debe llevarse a cabo o desarrollarse dentro del ámbito local.

Todas estas circunstancias, me llevaban a examinar muchas tardes, en las que salía por la puerta del patio, colindante con el Matacallar, a tomar el sol o a pasear mientras meditaba sobre mi futuro; no encontrando otra salida, que la de montarme en el barquito de papel de mis días juveniles y dejarme llevar hasta los territorios desconocidos. Se hace muy difícil tomar decisiones de este tipo, cuando entras en la pubertad y desconoces todavía el mundo real en el que vives.

Para mí, sólo contaban los aledaños del pueblo y en muy contadas ocasiones las poblaciones limítrofes y un par de veces que había acompañado a mis padres a la capital. Sin embargo, tenía un buen bagaje a mi favor, cual era: la cantidad de artículos que había ojeado, los conocimientos geográficos detallados, que poseía en teoría, debido a los libros y mapas que consultaba en todos mis ratos libres. Recuerdo a Don Juan -un maestro del pueblo- al que escuché en cierta ocasión, decir: que él había estudiado a ratos libres y, todo lo que sabía: lo había conseguido, gracias a aprovechar los minutos de su vida, que no empleaba en el trabajo de dependiente de comercio, al que estaba obligado durante todo el día, sin horario fijo, pues llevaba una tienda familiar, en la que se expendían todos los artículos posibles (desde una alcayata hasta un sobre de carta); según él, era el negocio, que sustentaba a toda su familia y todos tenían que arrimar el hombro, sin horarios, ni turnos fijos. Manifestaba siempre: que aprovechaba hasta los minutos que pasaba en el retrete, para estudiar, o leer algo interesante, que luego repetía, sin llegar a memorizarlo, encontrando el significado exacto del contenido de su lectura, a la se obligaba a expresar con sus propias palabras.

Dijo también: que era la mejor forma de estudiar, que él conocía y que la retentiva resultaba ser extraordinaria, al digerír los conocimientos con mucha tranquilidad.

Verdaderamente, este maestro, era un pozo de sabiduría y yo trataba de imitarle en todas esas pequeñas cosas, que él manifestaba y que a la larga, resultaban ser muy positivas, especialmente para adquirir conocimientos en general.

Nunca fui un chico superdotado y mi nivel de inteligencia nunca sobrepasó la medianía -común de la mayoría de mis conocidos-; pero si debo reconocer, que: tuve siempre una buena voluntad para realizar las cosas y me empeñaba, hasta enclaustrarme, cuando no entendía algo bien -me empecinaba, hora tras hora, hasta entenderlo y alcanzar aquellos conocimientos, que me proponía-.

Se han paseado las ideas por mi mente con mucha frecuencia y, después de mucho trotar -por el plano de mis sentimientos e indolencias-: no han llegado nunca a encontrar, ni un remanso de paz -que cautive por sus encantos-, con el recogimiento suficiente: para dar cobijo a un merecido descanso.

No es tarde para rectificar trayectorias, las cuales cayeron en el olvido o se encuentran enmohecidas, del poco uso, que les he dado.

Mil veces he pretendido rectificar a tiempo, para escoger otras mejores sendas o poner en práctica otras, que al final me llevasen -sin mayores inconvenientes- a alcanzar el final del camino con éxito, sin levantar mucho polvo, pero no lo he conseguido… ¡Nunca es tarde si la dicha es buena..!: dice el refrán, que en la mayoría de las ocasiones, sólo se queda en eso, aunque la vida requiere una serie de sacrificios -muchas veces innecesarios, bajo mi punto de vista-; sólo necesitas concentración, buena voluntad y exigencias en todos los actos, que acometes para que: se te haga algo más llevadera la vida; aunque al final te sientas sólo y entristecido. Por todo ello, siempre me he apoyado en mi propia filosofía para sobrellevarla con un poco de desenfado, aprovechando las mejores coyunturas, que se me han ido presentando. Aún no puedo quejarme de los resultados obtenidos y, habiendo sufrido avatares bastante negativos: en ocasiones múltiples, en los que no supe tomar la vida con total desinterés; he llegado a imbuirme dentro de su engranaje triturante, cual las piedras de un molino, pero nunca dejaré que me machaque. ¡Bien es verdad!: que en cada momento -en los que he sufrido- me ha ido -la vida- enseñando una sabiduría de valores increíbles, cuyo aprendizaje: no se adquiere en ningún otro sitio, que no sea en la calle; sufriendo, padeciendo e imbuyéndote dentro de cada caso en particular y en convivencia con la sociedad consumista en la que estamos. Llegado un momento; si te encuentras con fuerzas, capacitado y con habilidad para soltar tus amarras, tomando una decisión firme, de incorporarte a la vida cotidiana, con todas sus consecuencias; si lo haces: es posible: que te sientas liberado de muchas obligaciones, adquiridas por el hábito social, al que has venido estando sometido; pero esa liberación, que crees encontrar, no es otra cosa: que el enmascaramiento y la trampa, que tu mismo te has creado; por lo tanto huye… Si verdaderamente: te quieres liberar de un pasado mediocre, tienes que resolver todos tus compromisos adquiridos o llevarlos contigo, en el camino, que pretendes andar en el futuro, por más agradable, que te parezca, la determinación que has tomado. No puedes dejar atrás la piel, como si mudases tus cortezas, eso sólo se da en ciertos reptiles… No alcanzarás nunca tu meta ideal, si no limpias tu era antes de emprender otra nueva parva: sólo así, conseguirás vivir de acuerdo con tu conciencia y podrás tomar todas las determinaciones agradables en el futuro para alcanzar las metas que te propongas; es posible, que: te sientas liberado de muchas obligaciones adquiridas y que nunca te reportaron el bienestar o la felicidad apetecidas; pero no te olvides nunca: que esas son consecuencia de tus propias decisiones, que en su momento hiciste y no puedes eludirlas: sólo resolverlas. Si alguna vez llegamos a encontrarnos: en la encrucijada de vivir otra juventud, de tomar decisiones drásticas -dando un giro a nuestra vida-, -cambiándola, aunque sólo sea de estilo- y con los lógicos deseos de mejorar las condiciones llevadas a cabo en la primera experiencia: debemos siempre ir acompañados, de mejor equipaje, que en la ocasión anterior, pues depende en gran manera -de la buena sombra, que nos cobije y que aún desconocemos; la felicidad que encontremos en futuros caminos- nos será muy esquiva y, procuraremos -no hacer verdad-, el dicho, sin juicio: "el hombre es el único animal que tropieza siempre en la misma piedra".

Nos pasamos la vida en continuo desafío a la naturaleza; buscando un bienestar o el estado social, que enmascare del verdadero camino para el que fuimos creados: el amor… ¡Quizás por vergüenza o timidez ante los demás!…

Nosotros somos como las terminaciones nerviosas, que invaden nuestra piel -todo nuestro organismo está controlado por ellas…

Formamos parte de un ente total -el Universo-, que engendra a cada instante leyes o normas para mantener un orden, que asegure el destino de cada ser y la estabilidad, con la entidad que lo componen. También formamos parte de un Todo, -o más bien-: somos los transmisores de unas órdenes o deseos, por los cuales, todo el sistema se mantiene en sincronía; alcanzando un perfecto funcionamiento -increíble a la docta comprensión de nuestras mentes-: pero que componen el aspecto sobrenatural de todo lo que existe. Si el desempeño de nuestras actividades o funciones: es llevado adecuadamente, en armonía y bondad: los resultados entrarán de lleno a formar la parte positiva, en la realización de nuestra tarea; más -si por negligencia, envidias u otras nefastas actitudes– nuestros fines se desvían del camino recto y de la verdad: estaremos atentando gravemente contra nuestra propia existencia, sin poder prever, lo que nos puede deparar nuestro destino final, ni en las repercusiones dañinas internas y mucho menos: en las consecuencias negativas, que afecten a los demás seres vivos. Uno de esos factores negativos -que en todo momento- acechan la diversidad de nuestras actitudes de relación, en el mundo donde nos desenvolvemos, es: el desamor, hacia los demás seres de nuestro alrededor, sean o no semejantes. Sin lugar a ninguna duda: la semilla del desamor también está enraizada en nuestros corazones y desde muy temprana edad, pero antes que ésta tuviese ocasión de germinar, estuvo subyugada a esa otra -que traemos todos innata y gravada en nuestro ser, desde que fuimos creados o concebidos-, cual es: la del amor. Ese sentimiento llega a alcanzar en nuestros comienzos y en términos generales: las más altas cotas e intensidad, que manifestamos, casi siempre: hacia nuestros seres más allegados y cercanos… ¡Lástima que, con el paso del tiempo y las influencias de las miserias humanas, vayamos desangelado ese amor; dando paso a la desidia y al desamor; muchas veces por falta de voluntad, por envidias hacia otros o simplemente porque hemos llegado a un estado agnóstico, sobre los valores esenciales del ser humano. Incondicionalmente, vamos olvidando el mayor tesoro de aquellos, con los que fuimos investidos al nacer: la capacidad de amar a nuestros semejantes en sus diversidad de formas, conceptos y situaciones que nos depare la vida.

No tardaremos mucho en darnos cuenta -cuando esto ocurra- que, el camino del bien hacer, el condescender con agrado hacia los demás, el mostrar nuestro apoyo a los débiles -sin olvidar a los fuertes-: es el camino: que más satisfacciones nos proporcionará; aunque tendremos, que tener siempre muy claro, que las valoraciones interiores del alma, son siempre más valiosas: que las materiales del cuerpo o cualquier riqueza temporal; -desgraciadamente ésta es la que preocupa-. Por lo que nunca debemos dejarnos llevar por los atractivos de la vida fácil y placentera -que siempre conduce a la holganza y a las perversiones de nuestros instintos-, alejándonos de los valores, que fortalecen la personalidad y el espíritu del ser humano, cuyo hábito de sacrificio por hacer el bien -sin mirar a quién…-, nunca deben de ser arrinconados y la conciencia individual de cada uno: sabe bien dictar todas las normativas a seguir y discernir -sobre aquello- que mejor nos conviene en cada momento. A veces los resultados de bienestar interior obtenidos, no son tan tangibles, como otros que hayamos alcanzado materialmente; pero: nunca debemos equivocarnos al sopesarlos, porque la diferencia es abismal, como lo es: el valor de lo material a lo inmaterial; del cuerpo o del alma; varía todo lo que representamos y somos, como seres racionales -el homo sapiens-. A lo largo de mis años vividos: en pocas ocasiones he tenido la oportunidad de pararme a reflexionar sobre estos temas -de cierta profundidad mental-, cuyos conceptos: se me escapan tan hábilmente, como se escapan los momentos del presente, para difuminarse en un pasado sin retorno y lleno de nostalgias; en un intenso deseo de poder corregir algunas de las vivencias pasadas.

Muchas veces actuamos de buena fe con los demás y sin embargo nuestros esfuerzos por conseguir los mejores destinos y posiblemente en un sano afán por compartirlos, se nos van torciendo los proyectos ideados, para desembocar en inconcebibles situaciones, ¡jamás sospechadas! Solamente con el paso de los años y analizando fríamente los momentos vividos, dándonos sentida cuenta de nuestros actos y con un firme deseo de enmendar todo aquello, que nos sea satisfactorio, podremos ver el enfoque de nuestros actos y el rumbo, que va tomando nuestra vida. Con el tiempo -palpable e interiormente- me he vuelto bastante agnóstico en muchas de las creencias, que nos inculcaron a la más tierna edad: porque las vivencias y la observancia de algunos hechos, en la vida diaria -sobre todo por las injusticias, que los medios de comunicación nos hacen llegar- donde se manifiestan y se observan unos cambios inconcebibles, que nos desencantan, nos cambian los conceptos más elementales que teníamos de las cosas y hasta quieren hacernos comulgar con ruedas de molino…; chocando directamente con la formación y la idea personal, que uno almacenaba desde joven, con gran esmero, y, de las más dispares actividades sociales del mundo, que nos rodea. A grandes rasgos, estos conceptos: también se van gravando en el fondo de nuestro ser, influyendo en la formación personal y, los conceptos generales que anteriormente teníamos, como muy válidos y verdaderos: se van modificando paulatinamente – quedando en el fondo de nuestro ser: un vacío y, a veces, como resultado -más grave-: la sensación de engaño, en la que hemos estado viviendo, hasta esos momentos.

¿Quizás, todo ello: sea producto de la evolución social por la que estamos pasando en cada momento?, pero, así mismo: nunca debe ser motivo para decantar o dejar de actuar en todo momento, con claridad de mente, responsabilidad de conciencia y sobre todo sembrando el amor en cualquier momento de nuestra vida y ante las peores circunstancias en las que nos podamos encontrarnos. Algunos dirán: que es muy fácil predicar de palabra y, es cierto, para los que así se expresen; pero también – y tanto más cierto- es: que aquellos, que teniendo la oportunidad de hacer el bien e ir sembrando el amor entre los demás, no lo hacen, son: doblemente responsables -cuando menos- de su participación proporcional en todos los males, que a diarios asolan a la humanidad. Crecemos y nos desarrollamos al amparo -casi siempre- de nuestros progenitores y -sin darle mucha importancia este hecho, que nos marcará de por vida en nuestra formación-, tanto intelectual: de aprendizaje en todos aquellos conocimientos adquiridos y que puedan proporcionarnos…; cómo espiritual: en la formación personal sobre los valores, que podrán ir perfeccionando nuestro espíritu, hacia el camino del bien: nuestra propia personalidad e idiosincrasia.

Pronto se nos quedarán cortos nuestros educadores e iremos aprendiendo de otros más sabios, en otros centros superiores -cuando se pueda económicamente-, en algunos casos y no, casi siempre en los pobres; aunque hay que tener muy en cuenta a aquellos, que por circunstancias especiales -casi siempre falta de medios-no tuvieron la oportunidad de instruirse o formarse más allá de los conceptos básicos. Con voluntad y sacrificio: pueden alcanzar la educación superior e incluso la especialización para ejercer una profesión liberal, aunque estos estudios no sean obligatorios legalmente para todos los educandos y, dependiendo de la sociedad o país, en el que se encuentre en su momento: les será más fácil y accesible seguirlos. El instinto de superación deberá aparecer en nosotros y ser fomentado desde la más tierna edad, ya que, ese es el eslabón, que nos llevará a tener casi siempre a nuestro alcance las metas, que nos propongamos conseguir; aquellos que: por descuido de sus progenitores o educadores cayeron en el desuso o abandono de la encomiable tarea de conseguir la superación para las generaciones venideras, en todos los aspectos, estarán a merced de las malas costumbres y raramente podrán sobresalir de entre las medianías, que fueron cayendo en estos tipos de abandonos. Nuestro mundo ofrece muchas alternativas fáciles para ir cayendo en el pozo de la mediocridad, del olvido, de la práctica de aquellos fines o actividades negativas para el buen desenvolvimiento en la vida fácil y pocas ocasiones para ir alcanzando el perfeccionamiento individual por el camino recto.

También existen a lo largo de la vida, de cada individuo: muchos obstáculos e incomprensiones, que irán socavando las huellas positivas, que dejamos o intentamos sembrar por nuestro camino. Casi siempre las buenas intenciones, que ponemos en nuestros proyectos, no son entendidos por la mayoría y en el peor de los casos -no es que no sean bien interpretadas-, es que son acogidas con mala fe y tergiversando los conceptos para los cuales fueron concebidas.

Sin lugar a dudas, hay muchas personas mal pesadas, que nunca se alegrarán de los éxitos de los demás, aunque se trate de sus propios familiares e incluso hermanos; son envidiosos, que por haberse quedado estancados, dudando de sus capacidades de emprendedores o habiendo anulado su instinto de superación: nunca fueron capaces -por comodidad o vagancia- del salir del abismo al que llegaron y toparon sorpresivamente, con obstáculos insalvables, o al encontrarse con la competencia brutal -en que nos sitúa la vida- y en cualquiera de los aspectos, de situaciones difíciles y, esto se da en cualquier estado de la sociedad en que la vivas. Se dice con cierta frecuencia: que en el país de los ciegos el tuerto es el rey…, o también: hay quién por verte tuerto es capaz de saltarse los dos ojos…

Es cierto en muchas ocasiones, o al menos de las que yo he vivido, encontrándome frecuentemente a lo largo de mi espaciosa existencia, con personajes muy oscuros. Aquellos que tiran piedras sobre sus propios tejados, son muy frecuentes, porque persiguen hacer daño a su vecino, con los rebotes, que se puedan producir.

Yo no les encuentro adjetivo calificativo, para tildarlos adecuadamente; sin embargo, creo que: -aquel individuo, que hace daño a otro para sacar provecho propio, se les puede denominar sinvergüenza; a los que hacen daño sin sacar nada a cambio, podría decírseles tontos; pero aquellos que hacen sus propios daños por hacer daño a otros…: para mí esos no tienen nombre-, pues, ni les encajaría el calificativo de imbéciles… Esos son los peores y aseguro que hay muchos. Hay que hacer excepciones en todos los demás seres vivos, porque la mayoría, sólo hace daño a sus presas, cuando le embarga el hambre, dejando comer a los demás cuando se siente satisfecho. Sin dudas: habrá muchas cosas que ignoro sobre las relaciones humanas. Como es lógico, mis conocimientos no me han llevado a adquirir una amplia formación social para dilucidar conceptos, que quedaron plasmados en tantos artículos, tratados o textos sobre estos temas -ideados y experimentados por mentes privilegiadas-; pero si me consta que desde los 10 años de edad hasta los 66 que tengo ahora -en continuo trato con individuos, en la calle y en diversas actividades- me considero poseedor de algunos conceptos prácticos debido a las experiencias vividas de cerca y, que me han llevado a reflexionar muchas veces sobre la bondad, las envidias, la calidad de las personas, etc. Pero no dejo de reconocer, que el hombre es el mejor huerto, que merece la pena cultivar… Casi siempre me he mantenido a la expectativa, en aquellos problemas que surgen a mi alcance -de distinta índole- entre las personas; siempre he sabido escuchar y esperar para pronunciarme sobre cualquier tema de importancia, que afecte a los demás; pero muy a mi pesar y en bastantes ocasiones: surgen individuos que se enmascaran: detrás de unas apariencias amables y locuaces, para tratar de clavar su aguijón a la más mínima oportunidad, que se les presente. No son raros, los casos: en los que se dan las circunstancias apuntadas anteriormente; de aquellos que tiran las piedras sobre sus propios tejados, con tal de perjudicar a algún vecino, -sin darse cuenta de que las goteras también les alcanzarán a ellos, con las primeras lluvias que caigan- abundan en demasía.

Estos son aspectos del ser humano, que jamás podré entender, ni aún contando con la malicia, que se pueda imaginar en un ser, -casi siempre adquirida-.

Es posible que sea debido a la falta de preparación inicial en sus formaciones educacionales -aunque lo dudo mucho, porque se han dado casi siempre en personajes de grado académico alto-; quizás sea debido a un estado temporal de irascibilidad incontrolada, que lleve a esa persona a cambiar todos los conceptos normales de convivencia -pero tampoco lo creo posible, pues sus estados anímicos, no se han alterado sensiblemente en las situaciones, que se han planteado para ocasionar esos motivos; más bien pienso -que han sido debido al resquemor interno, que han ido almacenando, como venganza de alguna ilusión o negocio fallido y en su afán de perjudicar a un tercero, por los éxitos, que alcanzó en algunos de sus cometidos y debido a su tesón y espíritu de sacrificio, por conseguir sus objetivos previamente marcados, causa la envidia en el otro y la venganza. Yo no quiero erigirme en el abogado del diablo de ningún ser humano, aunque me haya visto afectado en algunas ocasiones por individuos, que abiertamente han querido perjudicarme, en algunos de mis emprendimientos; pero si quiero dejar constancia para futuras personas, que se atrevan -si fuese posible- a pasar sus miradas por estas torpes líneas: de un concepto bien definido y que por experiencias personales vividas deseo dejar patente: "las villanías de los seres humanos…"; quienes, debido a los factores externos en los que se encuentran en ciertos momentos de sus vidas, les hacen cometer errores, de tan difícil calificación, que no encuentro palabra adecuada para aplicarles un calificativo, que los describa correctamente y a su vez sea comprendido adecuadamente.

Son los peores de los enemigos, sobre todo en los negocios, que he tratado desde más cerca personalmente, pero no dejan de ser mucho peores -según tengo entendido de amigos y conocidos, que se han dedicado a la política– en aquellos individuos que luchan por subir o aparecer en el seno de algún partido político, convirtiéndose en fieras, sin entrañas, cuando alcanzan o luchan por algún puesto, por insignificante que éste sea.

Si debiéramos describir a aquellos personajes, que tiran piedras sobre sus propios tejados, pensando que nunca les alcanzará la lluvia…: perderíamos todas las capacidades intelectuales y saltarían nuestros axones, como si hubiésemos puesto dinamita a sus intersecciones; no alcanzando nunca el calificativo para describirlos. Esto me lleva a pensar, que: la mente se obstina -muchas veces- en representarte imágenes ficticias de acontecimientos, que nunca ocurrieron, más las plantea a los ojos de tu percepción interior, como si fuesen acontecimientos reales de hechos acaecidos en tus días ya vividos, como prevención a malos sucesos…

Eso me estaba ocurriendo con bastante frecuencia a comienzos del 2.008; además jugaba un papel primordial mi imaginación: -quizás sería ésta la vía por donde se encadenaban esas vivencias-; marchando sin cesar, como Pedro por su casa…

El cliché de todos los acontecimientos fluía sin cesar, como una fuente, que mana los deseos, que nunca se cumplieron y un afán de protesta se apoderó de mí… Claro que -llegando a cierta edad-, te planteas ejercitar tu voluntad, tus sentidos y la capacidad, que hayas adquirido (durante la vida personal), dependiendo de los reaños, que aún te queden para hacerlo, cómo puedan ser: estado de salud -en que te encuentres-, normativas sociales (por las que te sientes más o menos sometido y obligado a su cumplimiento diario, como normas preestablecidas (sin violar la legalidad vigente) y, sobre todo influye, el poder económico del momento en qué te encuentres, que es: el que te puede dar la capacidad de dependencia de los demás o la libertad absoluta, en las directrices de tu vida futura…; sin los que no serás capaz de arrancar el vuelo y andar los pasos precisos por la vida, que en el futuro quieres llevar y has anhelado tanto tiempo. Desde entonces, fue y con gran posibilidad de acontecimiento similar al del juez, -en que se manifestaban las memorias históricas de los elementos químicos que había adquirido involuntariamente de Haxparcol- cuando: yo empecé a soñar también, induciéndome en mi sueño, la figura de un niño, que se parecía mucho a mí – en una de las fotos– en la que me vi con siete años, el cual me inducía e imponía, como una obligación -que tenía forzosamente que llevar a cabo- y divulgar ante los demás: contando su corta y propia historia, que en muchos aspectos debería ir unida a la mía y; para lo cual: debía recopilar los datos de algunos de nuestros antepasados en común y de personas con las que ellos se relacionaron durante la época que les tocó vivir, para plasmarlas dentro de un mismo contenido y tratar de publicarlas antes de morir.

En definitiva: darle un vuelco total a la vida propia; cambiar todos los proyectos, acontecimientos y directrices, que has venido fomentando, soportando y calculando estoicamente y sin rechistar de cara a los demás, para convertirte al final en portavoz de unos hechos y acontecimientos del pasado; un pasado triste, sin luz y sin esperanzas; tan sólo reclamando un espacio ínfimo de verdad, sobre unos acontecimientos que nunca debieron acontecer, si existiese hermandad.. En esa situación me encontraba y haciendo honor al dicho común: "Año Nuevo 2.012…, Vida Nueva…"; cuando tomé la importante determinación: de hacer cambiar la monotonía de mi vida cotidiana y comenzar el año: encauzando mis vivencias futuras por otros derroteros, a los ya sabidos y vividos anteriormente; aquellos que me estaban imponiendo los sueños del Más Allá, inducidos por los elementos químicos, que también había anidado en mi ADN o en mis cromosomas. Vida que transcurría -como tantas otras- atrapada por el engranaje de la rueda social a la que estamos acostumbrados de antemano y, cuyos acontecimientos no alcanzaban a proporcionarme las satisfacciones personal necesarias, que venía buscando desde tanto tiempo atrás.

Estas ideas se habían convertido desde mucho tiempo antes, como una tentación seductora que horadaba con insistencia mi personalidad; las costumbres – de obligado cumplimiento social- que se me hacen una carga muy pesada de llevar. No pretendo crear una tendencia, ni arrastrar a los demás por un camino equivocado en sus vidas -en búsqueda de sensaciones nuevas o de felicidad futura- (que conste bien claro: "cada cual lleva la vida que desea llevar y sólo él será el responsable de todos sus actos, al vivirla…); sólo deseo dejar una huella en el camino transitado al desgastar la mía por él, sin ánimos de destacar ningún acontecimiento especial; simplemente dejar constancia de las trechas que vas dando en el rodar del camino de un individuo, cómo yo: mediocre e inconformista y poco digno de destacar, que finalmente se encuentra con un dilema y orden que cumplir. Creo que muchas veces las vidas de las personas están marcadas con unos hitos: separadores de los acontecimientos más destacados, que les tocó vivir o que les han ido ocurriendo, a su paso por ella. Vivencias -normalmente inusuales- y, que se van diferenciado por etapas, como normalmente encasillamos las de los acontecimientos históricos de cualquier índole, para poder entender o estudiarlo mejor. Mi último hito, posiblemente sea: recopilar todos los datos que pueda, para el relato de la Memoria Histórica de un infante de corta edad, que sólo vivió en los malos actos de muchísimos españoles, que segaron su vida: -Haxparcol-.

 

 

Autor:

Francisco Molina Infante

 

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