Representaciones sociales de los trabajadores sociales sobre el trabajo social
Enviado por César Barrantes
- Resumen
- Introducción
- El escenario histórico-social
- El trabajo social. Una mirada histórico-social
- Consideraciones finales
- Bibliografía
Resumen
El escenario visualizado por el autor es aquel que, en los tiempos de encanto de la modernidad, fue referido al pueblo y al mundo de vida popular, pero que en los de transicionalidad posmoderna, viene siendo objeto de diversos apelativos tales como sociedad civil, esfera pública, tercer sector, sector de oenegés y, actualmente, economía social entre otros. En este marco pletórico de ambigüedades, las prácticas discursivas de trabajadores sociales y trabajadoras sociales procuran resignificar -para bien o para mal- el trabajo social y sus relaciones con la crisis de reconstitución no resuelta del estado y la sociedad venezolana a la cual pertenece aquél. La comunicación está configurada en torno al siguiente OBJETIVO: Describir las representaciones sociales que un grupo de trabajadores sociales han construido acerca de la crisis del estado integral venezolano y su relación con las prácticas y discursos del trabajo social. Para ello, entrevistamos a quince colegas que laboran en diversos espacios mercantiles estatales y civiles; asimismo, analizamos sus discursos para, finalmente, dejar abierta la discusión de las representaciones que se irán construyendo al influjo de las nuevas realidades.
DESCRIPTORES: representaciones sociales, trabajo social, crisis del estado, producción de ciudadanía, República Bolivariana de Venezuela.
Introducción
El presente trabajo tiene como objetivo describir algunas representaciones sociales[1]que un grupo de trabajadores sociales y trabajadoras sociales, ha construido del oficio en que fueron formados y en cuyo ejercicio despliegan una multiplicidad de acciones de diverso nivel y alcance en una heterogeneidad de ámbitos de la vida nacional; asimismo, de las relaciones discursivas del trabajo social con la crisis del estado venezolano y la sociedad a la que éste y aquellos pertenecen.
No obstante la continuidad con trabajos anteriores (Barrantes 1998, 1999a, 1999b, 2000, 2001a, 2001b; Barrantes y Cartaya, 2000), nuestra comunicación tiene un carácter exploratorio y, sin pretensiones de llegar a conclusiones contundentes, se sustenta en la información aportada por quince colegas que realizan sus actividades en diversos campos de intervención social.
El documento está integrado por dos apartados y unas consideraciones finales. En el primero caracterizamos brevemente el escenario principal de la historia dentro del cual adquiere significado nuestra comunicación. Éste va de 1989 a 2001 y lo hemos dividido en dos momentos cruciales: el primero, de agotamiento, agonía y muerte del régimen democráticorrepresentativo que, instaurado a partir del derrocamiento de la dictadura militar de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, se desplomó cuarenta años después y con él lo que hoy conocemos como la Cuarta República de Venezuela. El segundo momento, corresponde al complejo e incipiente parto de la Quinta República: la República Bolivariana de Venezuela.
En el segundo apartado, ofrecemos una mirada retrospectiva sobre el proceso de institucionalización de la visitaduría/servicio/asistencia/trabajo social a partir de 1936 hasta el presente, sin dejar de dar breve cuenta de la crisis terminal de la Cuarta República, la cual forma parte de la segunda fase recesiva de la mayor crisis económica, política, militar y social que ha experimentado la sociedad venezolana.
Completamos nuestra visión del proceso seguido, con la descripción de algunas representaciones sociales de nuestros cooperantes, a propósito de su inserción laboral.
Finalizamos nuestra comunicación con unas consideraciones, que más que certezas dan cuenta del carácter conjetural de nuestro conocimiento. Si bien planteamos algunas reflexiones parciales, no por ello abandonamos el carácter descriptivo cualitativo de nuestra presentación.
Dada las limitaciones de espacio, hemos reducido las referencias bibliográficas a las mínimas necesarias sin que, por ello, se afecte la comprensión del texto.
El escenario histórico-social
En 1989 se produjo en Venezuela una triple coincidencia, como expresión de la crisis del estado desarrollista, bienestarista e intervencionista[2]el inicio del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, el segundo ciclo recesivo de la mayor y más larga crisis de la economía venezolana y la fase terminal de la prolongada crisis agonal de la Cuarta República que se gestó en febrero de 1983, con motivo de la primera devaluación de la moneda nacional[3]
En otras palabras, el estilo rentista petrolero de resolución de problemas sistémicos y humanos del estado venezolano, había marcado la hora de su recambio hacia un nuevo modo de relacionamiento de éste con la sociedad a la que pertenece. En consecuencia, la clase política se vio concitada a aceptar que el ensayo democrático y el sistema jurídico, político, cultural e ideológico-simbólico, construido a partir del 23 enero de 1958 luego del derrocamiento de la dictadura militar de Pérez Jiménez[4]el Pacto de Punto Fijo, suscrito en 1961 por los partidos mayoritarios y el modelo industrial basado en la sustitución de importaciones y la renta petrolera, habían caducado y que sus promesas de bienestar y democracia se habían desvanecido tras varias décadas de ilusión de armonía.
Los rasgos más resaltantes del escenario principal de la historia nacional, eran esquemáticamente los siguientes:
1. La pugnacidad, agudizada por la larga crisis estructural iniciada en febrero de 1983, entre las fracciones de la clase política había llevado a una situación en la que el obstruccionismo como recurso de gobernabilidad había adquirido una peligrosa centralidad que amenazaba con acelerar el recalentamiento del sistema político y social.
2. Los actores políticos, empresariales, partidistas, sindicalistas, burocratistas y tecnocratistas estatales y civiles de diverso nivel, continuaban pugnando por preservar los términos del intercambio puntofijista como si la sociedad aún fuera la misma de treinta años atrás. En este sentido, la otrora fabulosa renta petrolera seguía siendo considerada como inagotable cornucopia de la que todos -gobernantes y gobernados, dominantes y dominados-, unos más otros menos, querían seguir extrayendo y distribuyendo, directa o mediadamente, legal mas no siempre legítimamente, gratificaciones tangibles e intangibles sin que éstas dejaran de seguir ilusoriamente goteando paternalista y clientelarmente hacia las clases medias y populares.
3. La ausencia de una voluntad de fortalecimiento y autonomización de la sociedad civil, correlacionaba con la persistencia de la clase política de seguir ejerciendo el poder, al margen de todo compromiso éticopolítico, es decir, más por el peso de sus maquinarias electorales, la maniobra cortoplacista, la concertación cupular y el acuerdo a puerta cerrada que por la transparencia testimonial, la legitimidad y la representatividad popular de sus líderes.
4. De espaldas al aumento de las frustraciones que las grandes mayorías populares venían acumulando desde hacía varios años, las organizaciones corporativas (partidos, sindicatos, empresarios), desvinculadas de la representatividad colectiva, continuaban pugnando por seguir siendo los exclusivos canales de participación controlada y de asignación de identidades y gratificaciones funcionales a una política populista y clientelar de masas, en condiciones estructurales en que el estado ya no tenía capacidad financiera para seguir activando los mecanismos de concertación tutelada (asistencialistas hacia abajo y proteccionistas hacia arriba).
5. Las tendencias dinámicas que podían preanunciar avances sustantivos hacia la definición de un nuevo patrón de acumulación y de un nuevo estilo de desarrollo capitalista, así como las que podían potenciar la construcción de un sistema hegemónico nacional, democrático, activamente participativo y justo, se encontraban bloqueadas.
El reconocimiento de la anterior realidad, determinó que el gobierno de Pérez, a contrapelo de la propaganda electoral del año anterior, implantara el programa económico de ajuste estructural (PAE) que llegó a conocerse como el tristemente célebre paquete neoliberal. Éste tuvo como meta flexibilizar, bajo el liderazgo del gran empresariado privado y el capital trasnacional, la economía (Alonso et. al. 1990), privatizar las empresas estatales, y, supuestamente por esta vía, abrir de manera irreversible, la sociedad venezolana a la competencia de los mercados internacionales globalizados.
La realidad demostró que los supuestos y el cálculo que se desprendió de ellos fueron erróneos. Al contrario de lo esperado por la clase política, los tecnócratas y políticos de turno, con la puesta en marcha del PAE, lejos de recuperar la bonanza consumista perdida durante el decenio anterior, se inauguró la fase terminal de la Cuarta República, cuyo desenlace final fue su desplome electoral en diciembre de 1998.
Los síntomas perversos de dicha fase terminal, fueron los siguientes: el deterioro progresivo de la calidad de vida de la población, el incremento de los índices de la pobreza, la turbulencia políticosocial, la protesta popular (Bisbal y Nicodemo, 1992; López Maya, 1999), el aumento de la represión policiacomilitar, el incremento abrupto y exacerbado de la complejidad societal, la imprevisibilidad institucional, la deslegitimación del sistema político y la ingobernabilidad (López, 1999:211-238; Salamanca, 1999:239-264; Gómez, 1995:103-164); asimismo, la estanflación, la corrupción político-administrativa, la impunidad y la inseguridad individual, social, pública, alimentaria y jurídica y el desencanto generalizado por las promesas que no cumplió el proyecto modernizador ni la democracia tal como se practicó en Venezuela entre 1958 y 1998.
Este periodo marcó nueve hitos cruciales que, aún hoy, mantienen su impronta en el imaginario político de los venezolanos, a saber: 1) La violenta explosión popular, conocida como El Caracazo, sangrientamente reprimida entre el 27 de febrero y el 4 de marzo de 1989. 2) El abstencionismo sin precedentes en las primeras elecciones directas de alcaldes y gobernadores, celebradas tardíamente en diciembre de 1989. 3) El fracasado pero, por este hecho mismo, políticamente exitoso golpe militar del 4 de febrero de 1992. 4) El fracasado golpe cívicomilitar del 27 de noviembre de 1992. 5) El castigo que el electorado le propinó al partido de gobierno en las elecciones regionales del 6 de diciembre de 1992. 6) La destitución del presidente Carlos Andrés Pérez por haber decidido la Corte Suprema de Justicia someterlo a un antejuicio de mérito, por el supuesto uso indebido de la partida secreta del Ministerio de Relaciones Interiores de Bs.250.000.000. 7) El sometimiento a antejuicio del expresidente Jaime Lusinchi por un supuesto delito similar al de Pérez. 8) El segundo castigo electoral que el pueblo le propinó al partido de gobierno en las elecciones nacionales del 5 de diciembre de 1993. 9) La quiebra de dieciocho bancos privados a comienzos de l995 y la intervención de éstos por parte del estado venezolano.
El desplome final del régimen puntofijista a los cuarenta años de su instauración[5]se vio significada por la abrumadora victoria electoral de Hugo Chávez Frías en diciembre de 1998, líder del intento de golpe de estado de febrero de 1992. Este hecho marcó el inicio de una nueva época en Venezuela signada por un proceso inédito de protagonismo ciudadano que, en lo inmediato, ha tenido dos cristalizaciones cruciales y una en marcha: 1) La aprobación, mediante amplio consenso por referendo popular de diciembre de 1999 -el primero en la historia venezolana-, de la Constitución Política de la República Bolivariana de Venezuela y la consecuente derogación de la Constitución de 1961. 2) En el transcurso de 2000, los procesos electorales mediante los cuales se eligieron y relegitimaron todos los poderes de la novel República Bolivariana. 3) El proceso electoral que, bajo la coordinación del Tribunal Supremo Electoral, por primera vez en la historia venezolana se está realizando, de elegir mediante voto secreto y universal los directorios de las federaciones sindicales del país, cuya fecha está prevista para octubre de 2001.
Pero, fundamentalmente, creemos, ha significado la puesta en marcha de un largo y difícil -no exento de contradicciones intraclases y antagonismos interclases- proceso de fragua, de reconstitución y revaloración del estado nacional como estado integral ya no estadocéntrico al estilo secular, sino, inéditamente sociocéntrico; asimismo, de regeneración del cuerpo social, de facultamiento de las instancias formales e informales de la sociedad civil, del régimen político, del sistema de partidos, del escenario electoral, de la nación y de la sociedad considerada en su conjunto más inclusivo y a la cual pertenece el estado venezolano. Proceso que está pasando por la necesaria puesta en marcha de una tendencia -esperamos transitoria- a la centralización político-administrativa, cuyo efecto más inmediato, nos parece, es la desaceleración de los efectos desintegradores de la reforma formal del estado venezolano, tal cual se comenzó a practicar tardíamente y con más contramarchas que marchas, durante el último decenio del siglo pasado.
Sin embargo, la promisoria República no puede considerarse más que en incipiente proceso de construcción y consolidación ribeteada de fragilidades, en especial si consideramos que el viejo sistema de relaciones sociales, de hondas raíces ideológico-culturales en la historia venezolana (Herrera Luque, 1991; Britto García, 1988, 1989; Dávila, 1992), se resiste a ser olvidado y continúa prolongándose desde el pasado, y en cuyo ínterin se viene suscitando una constelación de síntomas morbosos y anómicos pletóricos de turbulencias y entropías, a veces insospechadas.
El trabajo social. Una mirada histórico-social
En Europa y Estados Unidos el nacimiento del trabajo social en tanto oficio-profesión, estuvo vinculado al derrumbe de los estados liberales en sus diversas versiones -guardián de noche, subsidiario o restaurador de equilibrios perdidos, providencial- y a los procesos de reconstitución de éstos en estados interventores o de bienestar social, actualmente en crisis de agotamiento, pasando por los diversos momentos del estado bienestarista, asistencialista y desarrollista en Latinoamérica (Das, 1996; Barrantes, 1986; González Casanova, 1990; Therborn, 1989; Rosanvallon, 1981; Escobar, 1996).
Sobre este itinerario históricosocial, gravitan los mitos fundacionales de las protoformas científicas del servicio/asistencia/visitaduría/trabajo social latinoamericano (Iamamoto y de Carbalho, 1984; Neto, 1997), es decir, un cierto pasado de hondas raíces eurocéntricas y, especialmente, estadounidenses, referido a las reformas social y moral de los contingentes proletarizados, expropiados y depauperados por el auge del capitalismo, los cuales fueron constituidos en objeto de la caridad, la beneficencia, la filantropía y la asistencia, primeramente realizadas por las iglesias protestante y católica, posteriormente signadas por la práctica religiosa secularizada -voluntaria y asalariada- y, más contemporáneamente por los poderes locales, regionales y centrales de los estados capitalistas.
En América Latina, mediando una diversidad de matices propios de cada país, la historia de la demanda institucional de visitadoras/servidoras/asistentes sociales y de las escuelas de formación profesional, resulta ser paradigmática (Lizarraga, 2000; Cornelli, 2000; Quiroz Neira, 2000; Tello y Arteaga, 2000; Jiménez, 1992; Campos y otras, 1977; Molina y Romero, 1998; Poveda, 1998; Martínez, 1977).
Dicha demanda se produjo -en unos países más tarde que en otros- dentro del marco de la penetración diferencial del capitalismo bajo la hegemonía estadounidense y de la profundización de la crisis de los estados liberales europeos; asimismo, del desmoronamiento de los estados oligárquico-terratenientes latinoamericanos en donde éste existió, y del incremento de las luchas populares frente a las condiciones de hambre y represión militar.
Fue así como se comenzaron a sentar las bases institucionales para tecnificar y, posteriormente, profesionalizar los elementales aparatos de estado en cada país -entre éstos las fuerzas armadas y la administración de los programas sociales-, en especial cuando a aquél le llegaba -progresiva o abruptamente- el momento de modernizarse e intervenir activamente en la economía y en la cuestión social; en esta última, a través de legislaciones sociolaborales cooptativas y programas asistenciales -por lo general conducidos y planificados por médicos y abogados-, generados como respuesta a las demandas de las clases asalariadas y no asalariadas, cuyos medios eran insuficientes para asegurar su reproducción social e individual.
2.1. El Servicio/Asistencia/Visitaduría Social En Venezuela
En Venezuela, a la muerte del General Gómez en 1935, tras veintiocho años de dictadura, se comenzaron a abrir las compuertas al estado posgomecista, pospatrimonialista y soberanista, cuyas relaciones con la sociedad civil se vieron mediadas por la construcción de un moderno régimen jurídico-político democráticorrepresentativo, dinamizado por el juego de partidos, sindicatos y organizaciones de masas.
A través de la acción amplia y directa del estado en la perspectiva de la modernización e industrialización, especialmente petrolera, la sociedad civil pasó de una situación de postración militar, política y socioeconómica a una de búsqueda de relaciones democráticas e igualitarias con el estado y de transición hacia patrones de vida urbanos, que ya había arrancado por los años veinte (Salamanca, 1992).
En el plano asistencial, especialmente médico-sanitario, se esperaba poder corregir las desigualdades sociales y erradicar las enfermedades, epidemias y flagelos sociales de manera realista, es decir, en la medida que el presupuesto asignado al gasto social y las capacidades organizacionales e institucionales del estado lo permitieran; asimismo, morigerar los efectos perversos del descuidado tratamiento dado a la integración social en el viejo tiempo histórico, y colocar a la población en condiciones de asumirse como fuerza de trabajo económica y socialmente productiva.
Fue así como a partir de 1936 se creó el Ministerio del Trabajo y la Confederación de Trabajadores de Venezuela. Asimismo, (Freites y Yégüez, 2000; Martínez, 1975) se aprobó la Ley de Defensa contra el Paludismo y la Anquilostomiasis, se reorganizaron y potenciaron los inoperantes y atrasados servicios higiénico-sanitarios y benéfico-asistenciales, se creó el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y, junto con éste, las Direcciones Especiales de Malariología y Tisiología, el Instituto Nacional de Puericultura y las Colonias Infantiles Escolares, y se iniciaron las campañas de erradicación de enfermedades venéreas, lepra y tuberculosis, los planes de vacunación masiva y la red nacional de dispensarios médicos.
Esta política de salubridad pública se profundizó en 1938 con el inicio de operaciones del Instituto Nacional de Higiene y las Divisiones de Sanidad Rural, Venerología y Dermatología, y Materno-Infantil. Asimismo, se crearon el Consejo Venezolano del Niño, la Junta de Beneficencia de Caracas y una serie de oficinas de servicio social en las diversas dependencias centrales y decentralizadas, muchas de ellas como cristalización de la labor caritativa que militantes católicas venían sosteniendo desde los años de la dictadura de Gómez.
Todo lo anterior fue profundizado en 1943 en especial con la creación del Instituto Nacional de Obras Sanitarias, la promoción de la construcción de viviendas populares, el mejoramiento de la vivienda rural, la creación de comedores populares y los centros de distribución de leche y, mediante proyectos de ley modernizadores como el de la Reforma Agraria el cual, finalmente, no pudo operar con motivo del derrocamiento del General Medina en 1945.
En el escenario antes esbozado, surgió el servicio/asistencia/visitaduría social en tanto oficio auxiliar novedoso y políticamente necesario en Venezuela. Esto por cuanto el estado de la salud pública requería de un personal que realizara en los propios hogares, una acción socioterapéutica y educativa con las familias infectadas e hiciera efectivas -al igual que lo hacían las enfermeras visitadoras, cuyas funciones se confundían con las de las servidoras sociales- las prescripciones médicas y la profilaxis que condujeran a la erradicación definitiva de aquella enfermedad (Márquez, 1987; Martínez, 1975).
La labor auxiliar del servicio/asistencia/visitaduría social fue encomendada a un pequeño y eficiente grupo de mujeres de alto nivel social, por lo general dedicadas a la "humanitaria" y "apasionante" práctica del voluntariado social y la militancia católica, a veces con sentido antigomecista durante los años veinte (Martínez, 1975, 130).
Posteriormente se contrató a una social work puertorriqueña, con el afán de que las pioneras de la asistencia/visitaduría/servicio social, a quienes sólo se les exigió saber leer y escribir, recibieran, primero, un cursillo de emergencia de tres meses y, al año siguiente, uno de seis meses de duración.
Las materias impartidas estuvieron, al decir de Martínez (1975:132), imbuidas de un positivismo y un evolucionismo que "aceptaba resolver problemas" y necesidades humanas mediante mecanismos de ajuste sicológico y sociocultural.
Poco tiempo después se creó la Oficina de Asistencia Social de la División de Tisiología del Ministerio de Sanidad (Martínez, 1975: 132-133), en julio de 1938 se creó la Oficina de Servicio Social del Departamento Libertador, adscrito a la División de Asistencia Social, y en 1940, bajo la influencia benéfico-asistencial y caritativa del trabajo social especialmente belga y francés, por decreto ejecutivo se creó la Escuela Nacional de Servicio Social (ENSS).
Ésta, adscrita al Ministerio de Educación pero dependiente del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, comenzó a operar en enero de 1941 con un plan de estudios, primero de dos, luego de tres y en 1950 de cuatro años de duración.
Según Martínez (1975:160), dicho plan de estudios, cuyo requisito de ingreso era el cerificado de conclusión de estudios primarios, estuvo integrado mayormente por materias "humanístico-sociales", biosicosociales y médico-asistenciales, estaba técnica y filosófica, ética y espiritualmente consustanciado con la realidad y las instituciones del país, específicamente con la demanda de personal auxiliar especializado en asistencia social, planteada por la política sanitaria de los gobiernos de los Generales López y Medina.
Ahora bien, teniendo en mente lo anterior, las autoridades docentes comenzaron a sentir la necesidad de mejorar la calidad de la enseñanza de la asistencia social. Con este afán, en 1944 -y no en 1936 como afirma Quiroz (1999:33)-, contrataron a una asistente social chilena, para asesorar la reorganización del plan de estudios (Martínez, 1975:166)[6].
El auge que rápidamente adquirió el servicio/asistencia/visitaduría social a partir de la experiencia de la ENSS, quedó expresado en octubre de 1945 con la creación privada de la Escuela Católica de Servicio Social, en 1950 con la segunda reforma curricular de aquélla y, en diciembre de 1958, con la creación de la Escuela de Trabajo Social, adscrita a la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela (ETS/UCV)[7].
Este último suceso significó no sólo el cambio de nombre del oficio/profesión que nos ocupa por el de Trabajo Social, sino, la instauración pragmática de dos niveles de capacitación de servidoras/asistentes/visitadoras/trabajadoras sociales que perduran institucionalmente desvinculados sin solución de continuidad: uno, para las cursantes de estudios secundarios que aún hoy escogen la mención "técnico en servicio social" en su título de bachillerato, y, otro, universitario de licenciatura en trabajo social[8]
En 1959, se creó en la Universidad Católica "Andrés Bello", la carrera de servicio social, la cual fue clausurada varios años después a causa de la inopia de estudiantes[9]En el ámbito estatal, la Universidad de Oriente creó en 1968 el Departamento de Trabajo Social, adscrito a la Escuela de Ciencias Sociales y en 1977 se aprobó la creación de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Zulia, adscrita a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, la cual venía funcionando desde 1972 en la Facultad de Medicina.
La universitarización de la formación en servicio/asistencia/visitaduría social y su cambio de nombre por el de trabajo docial en 1958, marcó un hito crucial en Venezuela. Si bien este oficio/profesión ganó en prestigio, perdió organicidad con los aparatos de política socioasistencial del estado venezolano. La creación de la ETS/UCV significó un salto cualitativo de gran valor político, social e institucional que implicó la construcción de una plataforma superior al proceso pedagógico seguido por la vieja ENSS, el cual había sido pensado y realizado en función de estudiantes que no tenían más que el certificado de conclusión de estudios, primeramente escolares y, posteriormente, secundarios inconclusos.
Ateniéndonos a Martínez (1975), Méndez (1986) y Méndez, Márquez, Urbina y Tramontín (1990), dicha construcción fue una tarea para la cual la planta profesoral y directiva de la ETS/UCV, egresados de la ENSS, obviamente no estaban habilitados.
En esencia, de lo que se trataba era de una tensión crucial entre dos tipos de práctica de la profesión, ambos complementarios pero asumidos como antagónicos por tirios y troyanos: uno, strictu sensu o tradicional que magnificaba la sustantividad inherente a la resolución -institucionalmente funcional al nuevo sistema político que se estaba implementando- de los problemas -clasificados como propios de la asistencia/bienestar social- de los carenciados, y, otro, latu sensu reputado como moderno, apropiado por los docentes universitarios y reproducido por amplios sectores de sus alumnos, referido a la transformación de las estructuras de explotación y dominación que determinaban el sistema de necesidades de las clases populares.
Pero, fundamentalmente, en nuestro criterio, se trataba de un desfase[10]entre el imaginario de las pioneras formadoras de las primeras generaciones de trabajadores sociales que fueron academizadas por decreto ejecutivo, la teoría del trabajo social y la práctica curricular y entre estos y la realidad del país.
Dicho desfase parecía estar más determinado por una discontinuidad de sentido entre tres tiempos sociales que, evocando a Bagú (1970), parecían corresponderse con la discursividad de tres realidades co-constitutivas de la configuración social venezolana: el tiempo social del stablishment, el tiempo social de las clases sociales sujetadas a la necesidad, y el tiempo social de la universidad, cuyo saber tiende, al decir de Lacan (Roudinescu, 1994:504), a sustituir a la Iglesia.
Así que de la visión de Martínez (1975), Méndez (1986) y Méndez, Márquez, Urbina y Tramontín (1990) pareciera derivarse que la formación de los trabajadores sociales quedó enclaustrada en el tiempo social de la academia, mejor dicho, en las contradicciones y antagonismos de las prácticas y discursos academicistas.
Es la razón por la cual para Martínez (1975:182, 202, 216, 218) -olvidándose que líneas antes había criticado el positivismo solucionador de problemas que sustentaba el plan de estudios de la ENSS- criticó a la ETS/UCV, no por no producir conocimientos, sino, porque no estaba contribuyendo a solucionar problemas tales como capacitar los "cuadros" que exigía el país, trasmitir a éstos "el compromiso" de ser "agentes dinámicos del cambio sociocultural" y colaboradores con equipos interdisciplinarios en "la aplicación de programas sociales útiles a la cohesión orgánica, funcional, ideológica y política del pueblo", y de "labores planificadas dirigidas a crear el Estado de bienestar que", en el decenio de los setenta, algunos sectores sociales "busca(ban) para la sociedad venezolana".
Durante los años setenta, ochenta, noventa e inicios del siglo XXI, la formación de trabajadores sociales siguió debatiéndose entre dos tipos de necesidades -también complementarias pero asumidas como antagónicas dentro de los docentes- a las que, supuestamente, se enfrentaba el país en esos tres decenios: la de "mejorar" y la de "cambiar" (Méndez, 1986; Méndez, Márquez, Urbina y Tramontín (1990:85). Reforma (modernización) o revolución (crítica). Reformismo o revolucionarismo. No hubo términos medios ni puntos de encuentro.
"Las prácticas profesionales integradas no son integradas porque seguimos sin constituir equipos inter, pluri ni, mucho menos, transdisciplinarios. Esto, no obstante la reforma curricular de 1993 y la que está realizándose actualmente, que establece el trabajo interdisciplinario en todos los niveles de la carrera, pero los trabajadores sociales nos hemos resistido a ello y los que lo propiciaban fueron sacados del juego del poder. Renunciaron a seguir peleando innecesariamente y le dejaron la Escuela a (quienes) le… temen a la incertidumbre y prefieren lo malo conocido mas no lo bueno por conocer".
"…se estableció la investigación como eje de toda la carrera pero no todos están interesados en investigar. Sólo unos pocos la hacen y nadie quiere ser evaluado, seguimos aunque menos que antes con la lógica disciplinarista, profesionalista de las áreas de coto y los compartimientos estancos"
"Nuestro proceso de formación no enfatizó ni motivó el interés por la investigación, Nos reforzaban a diario que teníamos que aprender a ser diseñadores de políticas sociales, en donde jamás creo que ha podido participar activamente un trabajador social…nunca estuvieron explícitas otras áreas que no fueran la asistencia social y la salud"
"Yo estoy ya cansado de currículos revolucionarios y modernos tanto como tradicionales y clásicos que no responden a la realidad".
Durante estos últimos cuarenta y tres años esta sostenida tensión ha significado la constitución de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de Venezuela en un campo de guerra de posiciones, cuyo saldo histórico ha sido el deterioro de la salud sicofísica de un número significativo de sus integrantes (Barrantes, 1996), la baja productividad intelectual y el aislacionismo respecto del resto de las escuelas de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales y de otras universidades nacionales y latinoamericanas[11]
Mención especial merece el hito crucial que se produjo en 1992-1993 (ETS, 1993). Luego de diez años de crisis económica y política nacional y sin que la planta profesoral problematizara el hecho de que la crisis del estado desarrollista o bienestarista había entrado en su fase terminal, se produjo una vez más un enconado proceso de discusión que dio como resultado la reforma del plan de estudios que había estado vigente durante los veinte años anteriores[12]
Varios de nuestros entrevistados coinciden en señalar que el nuevo plan de estudios, que tardíamente entró en vigencia en 1994, si bien resultó novedoso en su esfuerzo epistémico y curricular, no por ello respondió a los retos que estaba planteando el largo proceso de agonía transicional de una Venezuela que estaba muriendo, a otra cuyas potencialidades no eran vislumbrables -al menos no fácilmente- excepto en lo que se refería a algunos de los síntomas morbosos más evidentes. Entre estos, el franco deterioro de las capacidades gubernativas de la clase política, la corrupción político-administrativa, la deslegitimidad del sistema político y el desmejoramiento de la calidad de vida de los amplios agrupamientos populares, en el nombre de los cuales se fundamenta -aún hoy en 2001- la razón de existir del trabajo social.
1. "Los trabajadores sociales nos hemos dado cuenta tardíamente de que el estado petrolero, benefactor, asistencialista se agotó y de que no es posible seguir realizando nuestro ejercicio profesional pensando en una política social exclusivamente determinada y realizada desde las instituciones oficiales…Por ello es indispensable que busquemos alternativas para ocuparnos profesionalmente sin tener que estar a la espera de algún cargo"
2. "La política social nunca fue de estado en Venezuela, pero en la Escuela se nos hizo creer que sí tenía que serlo y para eso estábamos los trabajadores sociales para lograrlo. Durante la Cuarta República sólo conocimos como quince programas sociales asistenciales, compensatorios que funcionaban según los vaivenes de los gobiernos y sin participación decisoria de los trabajadores sociales en los altos niveles del estado que nunca estuvieron unificados, al menos para el tratamiento de lo social"
3. "Nos debatimos desordenadamente porque el trabajo social está en crisis de identidad y de diferencia con otras prácticas profesionales. No sabe para dónde va ni para qué está, aunque sabemos de dónde viene…"
Expresión de lo anterior, lo encontramos en el hecho de que el plan de 1993-1994, articuló la estructura curricular en torno a la política social, concebida ésta como ámbito de luchas de los actores políticos predominantes por detentar los dispositivos de satisfacción y creación de necesidades sociopolíticamente problematizadas (ETS, 1993). Si bien esta noción abría la reflexión a nuevos enfoques y prácticas -especialmente interdisciplinarias- éstas no fueron objeto de desarrollos conceptuales, razón por la cual aquélla no se desligó de los fundamentos asistencialistas del estado de bienestar que, como ya mencionamos, se encontraba en franca fase terminal.
No obstante o, quizás mejor dicho, a propósito de su enclaustramiento academicista, dicho plan orientó el proceso pedagógico hacia un exigente protagonismo de la comunidad docente y estudiantil, como fundamento de los nuevos abordajes que se esperaba realizar de la realidad nacional (Barrantes, 1993a), de la política social (Barrantes, 1993b), de la producción de conocimientos y de la profesión misma.
Sin embargo, el espíritu y la letra del proyecto curricular rápidamente fueron relegados a los deseos por cumplir y hoy, a siete años de estar operando con un mínimo de la capacidad instalada del capital humano de la Escuela, podemos hipotetizar -a la luz de las entrevistas realizadas- una de sus dificultades esenciales que lo inviabilizaron como proyecto potencialmente transformador de mentalidades: la distancia existente entre el nivel de exigencia implicado en él y las discapacidades gerenciales, evaluativas y autocríticas de amplios sectores de trabajadores sociales.
1. "Lamentablemente los más resistentes al cambio son los propios trabajadores sociales, muchos de ellos egresados de la UCV, o docentes en la UCV, y no quieren nada que sea innovador"
2. "Considero que hoy por hoy, la vocación es capacitación y más capacitación, el cuento de que éramos papadiós se acabó hace muchos años, y a la gente hay que darle oportunidades de superarse con herramientas concretas…y esto tiene que gestarse en las escuelas de trabajo social, porque si los docentes no lo tienen interiorizado no pueden motivar a los futuros trabajadores sociales y seguirá reproduciéndose el círculo vicioso"
3. "El trabajador social siempre ha estado reducido a una sola forma de hacer y pensar su oficio. Vgr., quien no hacía asistencia social no era visitadora o servidora social. O quien no hacía la revolución no era trabajador social sino un reaccionario. Hoy si estás dentro de la universidad tienes que ser antichavista porque si no, eres gobiernista. Esa es la marca del nuevo plan de estudios que se está haciendo".
4. "Si hubiera una sola definición o un único paradigma del trabajo social, no podríamos contribuir a la comprensión de las formas que inventa la gente para solucionar sus necesidades y realizar sus aspiraciones"
5. "Somos muy atávicos en nuestro corporativismo y no nos damos cuenta de que ninguna profesión, tiene todas las respuestas, todo el saber, y por eso nos lamentamos que no sabemos nada, que no tenemos soluciones ni preguntas ni respuestas y continuamente nos reforzamos la creencia de la baja calidad de nuestras intervenciones, sólo porque no entendemos muchas cosas y nos quedamos en el no entender y muchas veces no estudiamos"
6. "Somos muy voluntaristas y queremos seguir poniendo los servicios sociales sobre los hombros de los trabajadores sociales. Y eso nunca ha sido posible porque no somos los únicos profesionales que trabajan con la política social ni con la intervención social. Seguimos soñando con ello como si fuera real"
7. "Los trabajadores sociales no aparecemos como presentes no porque no estemos en el campo trabajando en el día a día, sino porque no alzamos la voz, hablamos con mucho silencio, sin micrófono, sin cornetas, sin internet…nos quedamos en los niveles de las ejecuciones, sin resonancia, pues ni ley de ejercicio profesional ni colegio profesional tenemos para que nos apoye. Y si vamos al interior, la situación no es mejor que en Caracas"
8. "Yo creo que somos muy útiles a la sociedad, pero nos hace falta organización, apoyo gremial, universitario. No somos comunidad ni profesional ni académica ni técnica. Somos individualidades aisladas. Cada uno metido en lo suyo. No nos reunimos ni para tomar un café; menos para estudiar, tertuliar, aprender, comentar, sistematizar"
9. "Somos profesionales dedicados y muy trabajadores. Pero, en muchas oportunidades no valoramos la razón de ser de nuestra carrera. Todo este trabajo que se ha hecho en décadas anteriores, se debería de sistematizar y llevarlas al papel"
10. "El trabajador social venezolano asume que no ha tenido ningún empeño en escribir, no sistematiza experiencias, es un consumidor de conocimientos mas no productor de ellos…pero es como si ante esta situación no se inmolara ninguna célula de su cuerpo para decir que lo va a intentar"
11. "Aún a inicios de los noventa, la calidad de los docentes no era talvez lo esperado por los estudiantes, algunos se desmotivaban, se quedaban y otros se iban. Siempre vi un gran letargo entre los profesores, me estoy refiriendo a los encargados de la cátedra de trabajo social, muy poco de ellos investigaba y no lograban elaborar sus trabajos de ascenso. La autoestima y las motivaciones académicas eran pocas. Yo creo que esto no fue determinante en la acción de los trabajadores sociales, pero fue un indicador importante de la desmoralización del trabajo social. Creo que esto ayudó a que nuestra carrera cada día fuera menguando más"
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