Volvamos atrás para proseguir el estudio de la elección del federalismo como sistema gubernamental en México. Para fines de 1823 se reunió del nuevo congreso. Casi no quedaba duda de que los federalistas dominaban la escena. Miguel Ramos Arizpe, ex – diputado a Cortes, era la dirigente más importante del grupo federalista, que empezó a publicar el periódico El águila Mexicana para hacer propaganda de las ideas federalistas. También hubo un grupo de centralistas convencidos, entre los que se encontraban los historiadores Lucas Alamán y Carlos María Bustamante.
Los centralistas argüían que era necesario evitar un cambio drástico y sostenía que la república centralista era la transición natural y necesaria entre la colonia y una vida autónoma. También publicaba un periódico, llamado El Sol. El ardiente independentista fray Servando Teresa de Mier fue también federalista, pero se negó a aceptar que se hablara de estados soberanos, temiendo la práctica de un federalismo extremista que debilitara el Estado Federal. La experiencia de 1821 a 1854 le había de dar la razón. La palabra "Soberano", que no apareció en la Acta constitutiva, no apareció en la Constitución de 1824, pero el concepto de soberanía en las provincias era tan fuerte dentro de un sistema centralista. Alamán defendía una república como la francesa o la colombiana y, sin embargo, llegó a reconocer que la situación que se había heredado del establecimiento de los gobiernos provinciales con la Constitución de 1812 hacía muy difícil un gobierno que no fuera federal. Sin duda el sistema español nunca fue tan centralizado como hoy de afirma y los centralistas sostenían. Las condiciones geográficas, tanto de la península como de las colonias, y la lejanía misma de algunas provincias había hecho funcionar, en la práctica, un federalismo informal. En rigor, lo que en 1812 hicieron las cortes de Cádiz fue legalizar una realidad que ya existía. Consideraron que conceder un mínimo de autonomía era indispensable y por su funcionamiento establecieron las Diputaciones Provinciales.
En 1823, la mayoría estaba, con razón o sin ella, por el federalismo, y su adopción en aquel momento salvó la integridad territorial. El modelo principal, porque se consideraba el más cercano a la realidad nacional, fue la Constitución de 1812. En ella se habían solucionado algunos problemas específicos hispanoamericanos, como el de la tributación de los indios, la discriminación de ciudadanos nacidos en América, etc. Sin embargo, en cuanto a la forma en que estarían representados estados y ciudadanos se optó por seguir el modelo norteamericano. Y era natural que así fuera, ya que la fórmula norteamericana había solucionado el problema de darle igual representación a estados grandes y chicos en asuntos de mucha importante, concediéndoles el derecho a todos los estados de tener dos representantes ante el Senado; al mismo tiempo, para que en asuntos que afectaban, habría un diputado por cada 80,000 habitantes. Con la Constitución, que se terminó el 4 de octubre de 1824, se inauguró la República Federal, con sus 19 estados y 4 territorios.
Se subrayó la autonomía de los estados, lo que probaría ser funesto para el país, ya que, en cada una de las crisis a que había de hacer frente el gobierno de los estados iba a reaccionar de manera muy egoísta. La supremacía del poder Legislativo también resultó ser problemática, ya que, combinada con un Ejecutivo débil, dificultaría el funcionamiento de estado nacional. Para tener alguna fuerza, el Ejecutivo necesitaba hacer uso de las facultades extraordinarias, y así presidentes como Guadalupe Victoria, que se limitaron a cumplir con el papel que les otorgaba la Constitución, parecen débiles, aunque no sea éste el caso. El 4 de octubre de 1824, a las doce del día, los noventa y nueve diputados del Soberano Congreso Constituyente firmaron la Constitución. Aquellos mexicanos se sentían embargados por una honda de emoción; estaban seguros de que aquella Constitución era la fórmula mágica que conduciría a la nación a su felicidad. A las dos de la tarde se dispararon salvas de artillería desde Peralvillo, Santa Ana, Belén, Loreto, Chapultepec y la Ciudadela para anunciar el gran suceso. En las calles empezó a congregarse la gente y los balcones se llenaron de curiosos. Un repique general de campanas acompañó al soberano Congreso en su solemne traslado desde su recinto en la antigua iglesia de San Pedro y San Pablo hasta el Palacio Nacional.
Antes de sé firmada la Constitución se habían realizado las primera elecciones, resultando elegidos Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo como presidente y vicepresidente, respectivamente. El 10 de octubre se presentaron los dos en la vieja iglesia de San Pedro y San Pablo, entonces recinto del Congreso, donde ya había jurado Agustín I, y se llevó a cabo una austera ceremonia, como correspondía al republicanismo que se inauguraba. El gobierno de Victoria resultó relativamente estable gracias a la supresión del iturbidismo con el fusilamiento del emperador y al alivio económico que trajeron los dos préstamos ingleses. Gracias a este dinero, Victoria no tuvo que recurrir a los impopulares préstamos forzosos. Sólo a este dinero, Victoria no tuvo que recurrir a los impopulares préstamos forzosos. Sólo a fines de su gobierno se comenzaría a empeñar el producto de las aduanas, después de la quiebra de la casa londinense donde México depositaba su dinero, y en la que el país perdió los dos millones de pesos que restaban de los préstamos ingleses. A pesar del optimismo y la confianza que reinaba, la situación continuaba siendo difícil. La larga lucha entre los mexicanos por más de una década no sólo había desquiciado toda la sociedad, sino que también había heredado un grupo de ambiciosos generales que no querían resignarse a una vida oscura después de "haber logrado la independencia". Victoria trató de conciliar las fuerzas antagónicas e invitó a formar parte de su ambiente a representantes de diversos grupos. También en las relaciones internacionales intentó hacer lo mismo y procuró equilibrar la influencia norteamericana y la de su ministro Poinsett inclinándose hacia la Gran Bretaña y un ministro de Ward. Los grupos políticos todavía no tenían una verdadera existencia, todos buscaban respuestas a los problemas mexicanos, todos pertenecían más o menos al mismo grupo y constituían la élite que decidía los destinos del país. Al ocupar Victoria la presidencia, el único grupo político organizado que existía era el de los masones escoceses. El presidente creyó que era necesario fundar una nueva logia para que se hicieran contrapeso a la influencia de los escoceses. Y en efecto, en 1825, con la intervención del ministro Poinsett, Lorenzo de Zavala, Miguel Ramos Arispe y Vicente Guerrero, se fundó la Logia de York. Como era una logia nueva, muchos escoceses sin chamba se pasaron a ella en busca de una oportunidad de apoyo para conseguirla. El éxito de la Logia de York se debió al cierto de convertir el antihispanismo popular en una causa defendida por los yorquinos. En general, el gobierno de los estados fue más eficiente. Algunos gobernadores inteligentes y emprendedores lograron hacer que sus estados funcionaran bien, se establecieran la normalidad en la economía y hasta que se organizaba para la defensa del estado unas milicias modelos. Tal fue el caso de Francisco García, el gobernador de Zacatecas. Claro está que los estados no cargaban con el peso de una deuda pública como la del gobierno de la Federación, también a ratos vieron en la riqueza de la iglesia el Remedio a sus necesidades financieras. Muchos estados decretaron medidas que tenían a limitar el poder de la Iglesia y a utilizar sus bienes para gastos de gobierno. Esta actitud estatal iba a dividirse a los mexicanos, aunque prácticamente todos se reconocían católicos, e incluso consideraban que la católica debería continuar siendo la única religión tolerada en México. Muchos pensaban que la penuria de México se debía a que los bienes de la Iglesia no se explotaban adecuadamente, y ante este problema tuvieron su origen los dos grupos políticos que más tarde se llamarían liberales y conservadores; por entonces, unos eran defensores de la "libertad" y el progreso y otros, del "orden público y la religión". Por de pronto fue la situación de los españoles los que provocaría una honda división.
El antihispanismo tenía una tradición en México, era una muestra del resentimiento criollo por la diferencia y por la preferencia que se le daba al peninsular recién llegado para ocupar las altas jerarquías del gobierno y la Iglesia. Con la independencia, el odio a todo el español se avivó, y muchos creyeron que los odiados "gachupines" desaparecerían de los puestos importantes. Debido a como se logró la independencia, esto no sucedió, y muchos españoles continuaron ocupando altos cargos y ostentando elevados rangos en el ejército. Muchos españoles afectados estaban casados con mexicanas y tenían hijos mexicanos. Las escenas dramáticas se multiplicaban y el malestar iba en aumento. Fue éste el momento que escogió el general Nicolás Bravo, vicepresidente y jefe de la Logia Escocesa, para pronunciarse contra el gobierno. Uno de sus partidarios, el coronel Manuel Montañoso, publicó un plan que pedía la abolición de las logias, así con la disolución del gabinete y la expulsión del ministro Poinsett. Victoria envió tropas contra el general Bravo al mando de Vicente Guerrero, quien logró vencerlo. Bravo fue juzgado y condenado al exilio. El fracaso del movimiento de Bravo significó el fin de la Logia Escocesa y, al quedarse solos y sin enemigo los yorquinos, también el principio de la división de estos últimos.
Fracasa el sistema republicano
Las segundas elecciones presidenciales a falta de oposición, tuvieron dos candidatos yorquinos. Uno era el general Vicente Guerrero, popular entre la "baja democracia" como llamó Lorenzo de Zavala al sector popular. El general Manuel Gómez Pedraza era favorito de los yorquinos elitistas y de los escoceses que no tenían candidato. Reunido el Congreso y contados los votos, el 1 de septiembre de 1828 fueron declarados presidente Manuel Gómez Pedraza. El descontento de los guerreristas fue enorme y el típico pronunciamiento de protestas no se hizo esperar; así, el 16 de septiembre se levantó en armas a favor de Guerrero el indispensable Santa Anna. Su levantamiento no tuvo mucho éxito, pues después de merodear por varios estados, quedó sitiado por las tropas del gobierno. Sin embargo, su llamado había sido oído en muchas partes del país. El general Juan Álvarez se levantó en Acapulco y Lorenzo de Zavala y el general José María Lobato movilizaban artesanos y plebe en la Ciudad de México y tomaban el edificio de la Acordada. Una vez iniciado el desorden, una masa excitada e ingobernable saquearía el Parían y cometería toda clase de excesos. El general Guerrero, creyendo que era necesario continuar la lucha, se levantaba en armas. La situación era muy delicada y el presidente Victoria no sabía qué camino seguir. El general Manuel Gómez Pedraza, convencido de que había perdido todo el apoyo, después de una larga meditación, resolvió el 3 de diciembre renunciar al poder y salir del país. Y en efecto, marchó a Guadalajara y de ahí a Tampico, donde se embarcó para Inglaterra, pues, en manos del tercer congreso y su decisión era importante, porque estaba en juego el mantener o romper con el orden constitucional. Y el Congreso no estuvo a la altura de la crisis. Constituido en su nueva sala de sesiones en palacio, después de escuchar al presidente, el 9 de enero de 1819, declaró que los voto favorables a Gómez Pedraza no expresaban la voluntad popular y que, por tanto, eran nulos. Declaró vencedores a los generales Vicente Guerrero y Anastasio Bustamante para la presidencia y la vicepresidencia, respectivamente. Y ese mismo día se expidió un segundo decreto de expulsión de españoles, más drástico que el anterior y por le cual tuvo que salir centenares de hombres con familia mexicana, muchos de ellos sin recursos para llevarla consigo. Como siempre, los ricos encontraron forma de conseguir la excepción del cumplimiento del decreto. En abril se iniciaba la segunda presidencia, pero su origen no se olvidaba pronto, pues sería recordado en dichos populares como: ¡Viva Guerrero y Lobato y viva lo que arrebato!.
La Primera Presidencia de Santa Anna
Antonio López de Santa Anna constituye uno de los enigmas de la historia mexicana que todavía nadie puede resolver. Odiado por todos los partidos, cumplió una función importante en la historia de México de aquella época: cargar con la culpa de todos los errores cometidos hasta entonces por un país que estaba en proceso de fundamentar un estado, que no poseía capital y que era presa deseada de tres potencias comerciales que se disputaban su predominio.
Buen soldado, mal general, ambicioso político sin ideario, casi sin educación, alegre y expansivo, ardiente patriota siempre dispuesto a defender a su patria, Santa Anna gustaba del poder más por los honores que por la autoridad, y tenía la mala costumbre de abandonar la presidencia y retirarse a su hacienda de Manga de Clavo en cuanto terminaban los festejos. Muchas veces irresponsable e inconsciente, su gran intuición le tornaban sagaz político en algunas ocasiones y el importante papel que desempeñó a partir de 1823, en que se pronunció por la República, hasta 1855, en que fue expulsado por la Revolución de Ayutla, se debió sé popularidad, a su "carisma", a esa facultad excepcional de mover al pueblo, de formar ejércitos sin dinero y de hacerlo luchar en la peores condiciones Se hallaban en el poder todo un grupo de apasionados reformistas que formaban lo que ellos mismos llamaron el Partido de progreso. Entre ellos estaban grandes hombres, como Gómez Farías, Francisco García y José María Luis Mora. La primera tarea que se fijó el congreso fue le proceso de los ex ministros de Bustamante. Enseguida, a partir del 24 de abril, se sumergió febrilmente en el desarrollo de una doble reforma eclesiástica y militar. Todo ello tuvo lugar mientras ocupaba la presidencia Santa Anna la capital por su hacienda de Manga de Clavo. El vicepresidente y el Congreso se disponían a poner en vías de realización sus propósitos reformistas cuando estalló la rebelión el 26 de mayo. El mismo Santa Anna salió a combatir a los rebeldes, siendo apresado para declararse Supremo Dictador. Santa Anna logró huir y, de vuelta en México, volvió a asumir la presidencia en junio. Vencida la primera oposición, se inició la reforma. La religión afectaba a cuatro puntos: El Patronato, las órdenes religiosas, la instrucción y los bienes eclesiásticos. La reforma militar tendían a debilitar al ejército y a formar milicias cívicas. El congreso comenzó por ejercer el Patronato Nacional y mandó proveer los curatos vacantes. El episcopado mexicano protestó y Gómez Farías contestó declarando que los obispos que no se sometieran al decreto serían expulsados. La oposición aumentó al incautar el gobierno el Fondo Piadoso de las Californias y Filipinas e iniciar la discusión de los planes de desamortización general, presentados por Lorenzo Zavala y por el doctor Mora. Se suprimió la coacción civil para el cumplimiento de sus votos de las órdenes religiosas y también la coacción civil para el cobro del diezmo. El plan de la reforma de la instrucción estaba muy mediato y coincidía en muchos extremos con al ideas de Alamán a este respecto. La folletería avivó de nuevo la hoguera, se produjeron pronunciamientos antirreformistas y por todos lados había levantamientos populares al grito de "Religión y Fueros". La resistencia popular a las reformas era comprensible en un país tan católico, pero la casualidad vino reforzada. En el transcurso del año se observaron una serie de fenómenos naturales que fueron interpretados como "señales" por los aterrados mexicanos que las presenciaban. A loe mexicanos de humilde condición no les cupo duda de que todo aquello era una aviso del cielo para que no se atentara contra sus instituciones sagradas. Los más diversos intereses empezaron a unirse contra el gobierno, y los ojos empezaron a mirar hacia Manga de Clavo, donde el presidente Santa Anna recibía centenares de cartas pidiéndole que volviera para poner las cosas en orden. El mismo Gómez Farías le escribió pidiendo su vuelta, al mismo tiempo que dispersaba en gran parte al grupo reformista: Miguel de Santa María y Lorenzo de Zavala fueron enviados como diplomáticos a Europa, el doctor Mora decidió irse al extranjero, y García y Victoria volvieron a sus propios estados. Gómez Farías quedó solo, con la carga de todo el descontento. Después de mucho hacerse rogar, y cuanto su instinto le convenció de que era el mejor momento, Santa Anna volvió el 24 de abril. El alejamiento entre presidente y vicepresidente fue lento, pero a Santa Anna se le vio como el hacedor de la paz.
Santa Anna, que estuvo ausente durante las reformas de 1833, se hizo de rogar para volver a la presidencia y, aunque trató de no indisponerse con su vicepresidente, la ruptura con Gómez Farías se hizo inevitable. Este se retiró a Zacatecas y, cuando se enteró de que la legislatura del estado de México pedía su expulsión del país, pidió su pasaporte para autoexiliarse. A pesar de que le presidente evitó los cambios bruscos, sólo de su ejercito las leyes, a reserva de que la siguiente revisara su aplicabilidad y su conveniencia. Como el Congreso resistiera al presidente, Santa Anna declaró que aquél gozaba de entera libertad, advirtiendo que sólo usaría su espada "para combatir la demagogia". Y Santa Anna cumplió con su palabra, pero cuando la legislatura quiso prolongar su período de sesiones se limitó a enviar a un propio para que recogiera las llaves del recinto del Congreso y no pudiera reunirse. Acto seguido convocó elecciones de acuerdo a las leyes. A fines de 1834 reinaba la calma en la República, que fue rota por el genio de lo imprevisto, Santa Anna, que anunció se renuncia a la presidencia el 22 de enero de 1835. Para entonces se hablaba abiertamente del fracaso del federalismo ya algunos pedían con insistencia el centralismo. La actitud contradictoria de dos estados: el de Veracruz, que se pronunció por la República central, y el de Zacatecas, que lo hizo por la federal, favoreció la aparición de nuevos problemas. Santa Anna contribuyó, sin duda, a cambiar la Constitución, e incluso favoreció el pronunciamiento de San Juan de Ulúa, secundado por Orizaba y Toluca, a favor de la República central. El congreso juzgó conveniente limitar el poder de los estados, al que con cierta razón se achacaban muchos males. Para ello una ley promulgaba el 31 de marzo reducía el número de las milicias estatales; pero el gobernador de Zacatecas, interpretándolo como un atentado contra la soberanía estatal, decidió resistir. Rápidamente puso en pie de guerra a cuatro mil hombres, y el estado se preparó para la lucha contra la federación. Santa Anna, al mando de las tropas de gobierno, castigó duramente al estado y además le arrebató el control de las minas la ceca y parte de su territorio para constituir Aguascalientes. Al regreso triunfal de Santa Anna de Zacatecas, el 21 de julio, el movimiento contra el federalismo se había generalizado. El congreso acordó el 9 de septiembre reunir las dos cámaras en una sola, con la declaración de que "estaba investido por la nación de amplias facultades, aun para variar de forma de gobierno". Y para que no quedaran dudas sobre las intenciones del congreso, prohibió por decreto la conmemoración el 4 de octubre de la Constitución de 1824. Para el 15 de diciembre de 1835 el Congreso ya había expedido la ley que sentaba las bases para la futura Constitución central, en la que se daban el nombre de departamentos a los estados. Mientras tanto, el centralismo servía de pretexto a los texanos para independizarse. Santa Anna, que nuevamente partió a defender la integridad de la República, después de algunos éxitos fue derrotado y hecho prisionero. El presidente interino, José Justo Corro, trató de reunir fondos para recuperar Texas mediante donaciones voluntarias, pero la situación económica impidió emprender la lucha. Además el general Nicolás Bravo, que había sido nombrado comandante en jefe, se negó a marchar hacia el norte porque no se les daban los elementos necesarios. De esta manera el asunto de Texas se convirtió casi en una obsesión de todos los goviernos mexicanos, que no podían sino lanzar amenazas. A pesar del malestar que causaron los problemas de Texas, el Congreso había continuado con la tarea de auscultar la opinión popular y de discutir interminablemente sobre cuáles habían sido los puntos débiles de la organización de la República para poder solucionarlos en la nueva Constitución. La tarea no estaba impregnada ya del optimismo que existía en 1823. El congreso era ahora cauto y desconfiado y temía "volverse a equivocar". Durante dieciocho meses hubo discusiones públicas y secretas numerosas consultas, y escribió hasta que quedaron redactadas las siete Leyes, como se conoció popularmente a la nueva ley suprema. Este fue un esfuerzo para "garantizar los derechos humanos, evitar los abusos de la autoridad, ampliar los sistemas judiciales, dar solidez, en fin, al Estado mexicano", como afirma con acierto Valadés. Con la promulgación de las Siete Leyes terminó el año 1836. El Congreso se había preocupado por los excesos cometidos por el ejecutivo y el legislativo, y tratando de evitarlos agregó un nuevo poder a los tres poderes clásicos: el Supremo Poder Conservador. Este cuarto poder debía vigilar los actos de los otros, cuidar de que las leyes se observaran y denunciar a los poderes que quebrantaran la constitución. Como otras de las preocupaciones eran múltiples desórdenes causados por las elecciones, se extendió el período presidencial a ocho años. Pero las dos providencias resultaron nulas. El supremo Poder Conservador nunca tuvo fuerza para hacerse obedecer y, por lo mismo, fue visto desde un principio con la mayor indiferencia. En cuanto a las elecciones, no hubo sino una de acuerdo de las siete Leyes, pro no por esto cesó el desorden, pues los pronunciamientos contra el centralismo fueron muy frecuentes.
Como la República era centralista, el gobierno nacional era el que nombraba a los gobernadores de los "departamentos". Las legislaturas estatales también desaparecieron y los gobernadores de los "departamentos". Las legislaturas estatales también desaparecieron y los gobernadores fueron asistidos por "juntas departamentales". Lo curioso de esto fue que, a pesar de que ahora los gobernadores eran nombrados por el gobierno nacional, en la práctica siguió funcionando la autonomía estatal, en parte gracias a la tradición y en parte a causa de grandes distancias. A principios de 1837 regresaron al país el exiliado Anastasio Bustamante, a quien muchos recordaban con nostalgia por el orden de su gobierno de 1830 a 1832, y el general Santa Anna. A este último parecía haberle abandonado su buena estrella política, pues, a pesar de que no se le sometió a juicio para responder de los cargos que se las hacían, no se salvó de los ataques inclementes de la prensa y de los panfletos. Retirado en su hacienda de Manga de Clavo, publicó un manifiesto en el que se defendía todas las acusaciones que se le imputaban en sus subalternos. Al acercarse las elecciones, Santa Anna no apareció entre los candidatos, que quedaron reducidos a Anastasio Bustamante, Nicolás Bravo y Lucas Alamán. El primero triunfó con el voto de dieciocho departamentos, es decir, con una mayoría definitiva.
Empieza a funcionar la República centralista.
El 19 de abril de 1837 juró el nuevo presidente, mientras se producían los pronunciamientos de San Luis Potosí, California y Veracruz al grito de "¡Federación o muerte!". Hubo pequeños brotes en otras partes del país pero no encontraron eco en el resto de la nación. Esta vez Bustamante se abstuvo de preferencias ideológicas y eligió a sus colaboradores sólo por sus cualidades para los puestos, pero renunció un gabinete tras otro. Era difícil gobernar cuando los mejores esfuerzos se estrellaban contra males demasiado complejos y se tenían que soportar la constante difamación de una prensa inconsciente. Los males parecían encadenarse; en noviembre de 1837 hubo terribles temblores que dañaron a la capital y casi terminaron con el puerto de Acapulco.
El año de 1838 lo inauguraron pronunciamientos federalistas y se continuó con la guerra que declaró Francia al país. Los puertos mexicanos estuvieron bloqueados y el país se quedó sin fuerzas ni dinero para enfrentarse al enemigo. Lo delicado de la situación no detuvo a los federalistas, que de nuevo intentaron tomar el poder, e incluso se afirmó que habían entrado en acuerdos con los franceses. Otro grupo de federalistas del noreste aprovechó la situación apurada de la República y organizó una convención en Laredo, que declaró establecida la República de Río Grande. Parecía que la República no podría sobrevivir. Dos guerras extranjeras y la endémica "bola", como le pueblo llamaban a los levantamientos políticos, parecían condenarlos a muerte. Pero en verdad aquella sociedad se había adaptado al caos constante. En el campo, hasta las grandes haciendas prescindían de lo que no fuera estrictamente necesarios para no ser presas codiciadas. La gente de la ciudad se había acostumbrado al desorden, que a menudo era motivo de jolgorio. En aquella sociedad tan heterogénea había de todo: ricos, pobres, cultos e ignorantes, progresistas y tradicionalismos, racionalistas y supersticiosos; y todos esperaban que se obrara el milagro, pues tenían fe en la ley, en el gobierno, en la educación o en Dios. Claro que los miles y miles de desheredados se mantenían al margen de las subidas al poder de los distintos gobiernos, que afectaban poco su deplorable situación. Pero los mexicanos ilustrados no cejaban en su búsqueda de solución para los males del país, aunque el optimismo de los años veinte se fuera transformando en hondo pesimismo.
Gobernar en aquella sociedad era un arte de locos. Bustamante se empeñó en salvar a la República y, tratando de acallar a los descontento, acudió a los federalistas, que de inmediato presentaron un proyecto de ley para reformar la Constitución, apoyados por un motín capitalino cuyo lema era "Queremos Constitución sin cola y pura federación". El desorden cundió y Bustamante tuvo que salir a acallarlo. Santa Anna, que había perdido una pierna en una escaramuza en la Guerra de los pasteles, y con ello había recobrado su popularidad, ocupó interinamente la presidencia. A pesar del entusiasmo con que fue recibido, cuatro meses después pedía nuevamente licencia para retirarse a Manga de Clavo. A los graves problemas económicos y a la inestabilidad política acusada por los federalistas se sumaba la inseguridad que dañada al comercio, la agricultura y la minería. Abundaban las bandas de asaltantes y Bustamante se empeñó en combatirlas. Precisamente, por entonces, tuvo lugar al fusilamiento de los dirigentes de una banda de los ladrones y asaltantes encabezadas por el coronel Juan Yáñez, que no sólo ocupaba un puesto relevante en el ejército, sino que era distinguido con la amistad de la lata sociedad mexicana. Bustamante, que se empeñaba en terminar con el desorden, se negó a indultar al coronel y trató de aumentar el ejército para perseguir a los maleantes, pero fracasó por la falta de dinero para pagar sueldos. El ejército era ineficiente, tanto por su falta de profesionalidad como por la falta de recursos económicos y el enrolamiento por medio de leva, que eran los principales obstáculos para constituir un verdadero ejército. Los Jóvenes, obligados a unirse al ejército, de que la deserción era castigada con penas muy severas.
El grave problema de la Hacienda pública mereció la atención cuidadosa de Bustamante, que para resolverlo llamó a liberales, moderados, conservadores y hombres de todas las profesiones y servicios. Pero en lugar de resolverlo, algunas de las propuestas causaron nuevos levantamientos, como el de 1840, dirigido por el general José Urrea y por Valentín Gómez Farías, provocó una violenta lucha en pleno corazón de la ciudad. El problema se solucionó gracias a la intervención del arzobispo, pero hizo temer a muchos mexicanos que el régimen centralista tampoco sería viable. La desilusión de algunos era tan honda, que pensaron que el régimen republicano no era oportuno para un país como México, y por primera vez se oyó una voz que los defendía abiertamente una monarquía como la única solución. José María Gutiérrez de Estrada había sido diplomático y ministro de Relaciones Exteriores, cargo al que renunció cuando era general Santa Anna decidió suspender el federalismo en 1835. Viendo que su patria se hundía cada vez más, mandó imprimir una carta abierta al presidente Bustamante, en la que ponía en duda la conveniencia para México de la Constitución de 1824 y la de las Siete Leyes. En el fondo de la cuestión, Gutiérrez de Estrada dudaba de la capacidad de los mexicanos para dirigir un estado y proponía la monarquía casi única salida. "Quien quita – decía – que un cambio de sistemas obre una transición pronta y saludable y renazca México de sus cenizas y se levante de su miseria, del lecho de muerte en que yace." La carta provocó un verdadero escándalo; Gutiérrez de Estrada tuvo que esconderse y después abandonar el país, al cual nunca volvería. Vivió exiliado en Europa, pero no dejó de trabajar en las cortes para traer a México un monarca. A pesar de que Bustamante parecía empezar a estar de acuerdo con Gutiérrez de Estrada, hizo recoger de librerías y puestos los ejemplares de su subversiva y sediciosa Carta. Había un vago descontento en muchos hombres, una sensación de que algo no funcionaba y de que no había remedio. A pesar de que los mexicanos no se resignaban a la pérdida de Texas, dada la debilidad de la República no podía hacer sino confiar en la ayuda inglesa. Nada parecía lograr la unión de los ciudadanos, ni incluso el peligro; y a los movimientos federalistas de 1840 siguieron los de 1841. En agosto se inició un movimiento dirigido por Santa Anna que desconocería las Siete Leyes. Bustamante, que había soportado cuatro años de lucha constante contra la falta de recursos, los levantamientos federalistas y hasta contra una nación extranjera, no supo qué hacer y aceptó pactar con sus oponentes, y el 28 de septiembre firmó las Bases de Tacubaya, que suspendían los poderes supremos y convocaban elecciones para diputados a un Congreso constituyente. Bustamante entró en la Ciudad de México en compañía de Santa Anna, a quien los representantes de los departamentos designaron presidente de la República.
Entre dos Repúblicas centralistas.
Santa Anna parecía estar realmente interesado en hallar la solución de los problemas del país. Llamó a los "exaltados", o rojos como se les llamaba, como colaboradores, pero a pesar de ello se sublevaron varios estados y su Gabinete terminó por renunciar. Para cumplir con lo pactado, Santa Anna convocó elecciones a un congreso constituyente, y mientras tanto gobernó sin leyes, como en realidad se gobernaría durante los siguientes tres años. Parecía como si hubiera agotado la fe en las leyes y que ya nadie creía en ellas.
El 1 de junio de1842 se instaló el nuevo Congreso, en el que aparecerían muchas caras nuevas: Melchor Ocampo, Luis de la Rosa, Ezequiel Montes, José María Lafragua, Mariano Otero. Desde la primera sesión, las temidas voces de federación, libertad y democracia sonaron el recinto del Congreso. Empezaban a surgir los puntos de vista que en la siguiente década dividirían profundamente a los mexicanos. Ya se hablaba de tolerancia religiosa, educación obligatoria y garantías individuales; por tanto, no es de extrañar que los dos proyectos elaborados tuvieran un sello liberal moderado. Junto a estas pruebas del espíritu progresista de muchos mexicanos se daban otros que hacían cada vez más en el retroceso.
En efecto, en este mismo año se llevó a cabo el solemne traslado de la pierna de Santa Anna al Panteón de Santa Paula, nada menos que para celebrar la consumación de la independencia. Una curiosa masa de ciudadanos ociosos vio desfilar una columna de carrozas con el Gabinete y los representantes del clero y del ejercito que asistían a una solemne ceremonia en la que se enterró la pierna del héroe de 1838.
En octubre, poco antes de que se desatara la violencia, Santa Anna se retiró a Manga de Clavo, con los eternos pretextos de ataques de paludismo y dolores de una pierna mal amputada. Para diciembre, después de una nueva toma de la ciudadela por el general Valencia, se exigía la disolución del Congreso. El general Bravo, encargado por el Ejecutivo, decretó la formación de una "junta de ciudadanos distinguidos por su ciencia y patriotismo", a la que se dio el nombre de Junta Nacional legislativa y que era la que redactaría la Constitución. En marzo de 1843, en medio de gran júbilo popular, regresó Santa Anna decidido a gobernar con mano dura. Y, en efecto, se encarceló a muchos ilustres liberales y se suspendió la libertad de imprenta. Mientras tanto, la Junta Nacional Legislativa terminó una nueva ley suprema: las bases de Organización Política de la República, las bases orgánicas, como se les conoció popularmente. Como no debían entrar en vigor hasta el 1 de enero de 1844, Santa Anna continuó gobernando sin leyes. Pero el problema más grave continuaba siendo el económico, y Santa Anna tuvo que crear nuevos impuestos, acudir a préstamos forzosos y recurrir al dinero de la Iglesia o vender los bienes de los jesuitas. Pero nada bastaba para cubrir los gastos del Estado. Además de las deudas de las reclamaciones extranjeras y de los gastos de gobierno, estaban las extravagancias del dictador: un numeroso estado mayor, una carroza, el Teatro Nacional y el embellecimiento de la ciudad. Pero incluso estas actividades terminaron por cansarle, y en octubre de 1843 la presidencia pasó a manos de Valentín Canalizo. Como siempre, su retirada era providencial, y al poco tiempo el país ardía en el descontento, agudizando con la aparición de un cometa que, según todos, auguraba grandes males. Canalizo apaciguó los ánimos y cumplió bien su cometido de gobernar mientras entraban en vigor las Bases Orgánicas. De acuerdo con la doctrina de su patrón, se les daba un poco de razón a todos y no hacía nada.
Historia de México, Primera edición, México D.F 1978, Editorial: Salvat Mexicana de editores, Tomo VIII, P.p. 1780 – 1825.
Autor:
Iván Escalona M.
Estudios de Preparatoria: Centro Escolar Atoyac (Incorporado a la U.N.A.M.)
Estudios Universitarios: Unidad Profesional Interdisciplinaria de Ingeniería y Ciencias sociales y Administrativas (UPIICSA) del Instituto Politécnico Nacional (I.P.N.)
Ciudad de Origen: México, Distrito Federal
Fecha de elaboración e investigación: Noviembre de 1998.
Profesor que revisó trabajo: Adrián Gutiérrez (Profesor de Historia del Atoyac y alias: Chico Homo)
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