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La Renta Básica Universal y el hombre olvidado (página 3)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Otra de las críticas más habituales viene de aquellos que consideran que se trata de una medida inasumible. Pérez recuerda que, aparte de experimentos como el que se ha llevado a cabo en Dauphin (Canadá) o pronto en Utrecht, en España ya existen estudios que demuestra su viabilidad, ya sea a partir de una reforma fiscal bastante radical, como el de Arcarons, Raventós y Torrens, o a partir de la autofinanciación de la renta, como el del catedrático de la UNED Juan Gimeno Ullastres.

Algunas de las críticas provienen, paradójicamente, de aquellos que más se verían beneficiados por la medida, que son al mismo tiempo las clases con menos formación y más expuestas a “la propaganda más o menos encubierta de los núcleos dirigentes, que hacen que se sigan escribiendo artículos y libros contra la renta. Me habrían pagado más dinero por un libro contra la renta básica que el que puedo ganar con este”. Pérez recuerda que, en 1935, la implantación del proyecto de Seguridad Social de EEUU que daba forma a un sistema federal de pensiones, fue recibido con los mismos pronósticos apocalípticos, pero que su implantación no causó ninguno de los incidentes que vaticinó. Más bien, mejoró sensiblemente las condiciones de vida de sus ciudadanos.

Por lo general, las críticas más fuertes provienen de los estamentos de poder, a pesar de que, en muchos casos, la implantación de una renta básica tendría sentido desde un punto de vista liberal, e incluso gente tan poco sospechosa de pertenecer a la extrema izquierda como Richard Nixon o Milton Friedman han defendido propuestas similares: “En su caso, era un ingreso sustitutivo del resto de prestaciones del Estado, en plan “yo le doy 40 duros y viva como quiera”. Era un neoliberalismo llevado al extremo, pero la renta básica no sustituye ni la educación ni los hospitales”.

Sin embargo, se trata de una apuesta interesante desde el punto de vista del consumo: “El incentivo para seguir trabajando no es sólo consumista, sino también depende del sistema de producción actual, que ha hecho imprescindibles bienes como el automóvil o la vivienda, que no se pueden mantener sólo con una renta básica”. De esa manera, la renta básica fomentaría que se dedicase más dinero al consumo y a otras industrias: “Mucha gente diría “yo con esto puedo sobrevivir, ya no tengo que humillarme, pero es que quiero una moto, y trabajo por ella”. El sistema actual de mercado tiene suficientes señuelos para hacernos trabajar”. ¿Por qué, por lo tanto, tantas resistencias?

Para Pérez, la respuesta es ideológica: “Haría perder poder a los dueños del cotarro, por lo que prefieren no incentivar el consumo para que eso no ocurra”. Entre otras cosas, el poder de imponer sueldos, horarios y condiciones laborales a gusto del empresario, que ocupa una posición favorable en la negociación con el trabajador, que perdería si este tuviese su propio ingreso básico: “Si tuvieran este respaldo mínimo ya no tendrían que aceptar esas condiciones precarias”. Además, la renta garantizada tiene un sospechoso carácter emancipador: “Las actuales rentas de indigencia o los subsidios de desempleo suponen que la gente tenga que ir a pedirlos, y eso provoca que las instituciones tengan poder. Si esto se extendiera, significaría cierto empoderamiento de la mayoría social: lo que unos ganan, lo pierden otros. Ahí está el quid de la cuestión”.

El futuro de la renta básica

Pérez lo tiene claro: tarde o temprano, los distintos estados deberán adoptar medidas semejantes a la de la renta básica si quieren hacer frente a la desaparición del mercado laboral tal y como lo conocemos. La propuesta inicial de Podemos, por mucho que se haya desestimado posteriormente, ha provocado que el debate vuelva a estar en boca de todos. También ha dado lugar a que se propongan medidas semejantes, como la renta mínima vital del PSOE, destinada a las familias sin ningún tipo de ingreso, o la renta complementaria de Ciudadanos y Luis Garicano, que intenta ayudar a los trabajadores precarios. Algo que para el autor es un signo de que “las élites empiezan a reconocer que no hay trabajo para todo el mundo, salvo empleos residuales”, aunque en su caso sea una mera reforma (por lo tanto, revocable) y no el reconocimiento de un derecho universal.

Podemos tiene en sus manos llevar el debate al congreso, y Pérez cree que si no apuesta por dicha medida puede ser una oportunidad perdida: “Yo comprendo que un partido como el PSOE, que quiere atrapar votos en el centro, no quiera llevar una propuesta como esta porque es innovadora y la oposición los atacaría. Ahora, un partido que quiere romper con lo establecido debe correr ciertos riesgos”. Ignorar la renta “retrasará unos años la implantación y perpetuará estas situaciones de pobreza”.

Obviamente, ningún partido político puede llevar a cabo una medida así de la noche a la mañana. Pérez tiene claro que debería ser algo “gradual”, sobre todo porque implicaría una profunda reforma fiscal que no necesariamente pasa por plantear nuevos impuestos sino por repartir de otra manera lo recaudado, para no crear una inflación añadida. “Por ejemplo, podría plantearse por franjas de edad: nosotros en el Observatorio siempre hemos dicho que mayores y niños primero; es el caso de aquellos mayores que ya no van a encontrar trabajo”, añade.

Pero se trata de un escenario muy lejano. Por ahora, lo que está claro es que la renta básica universal vuelve a estar en boca de todos y a entrar en ciertas agendas políticas. Pérez, por su parte, tal y como señala en una entrada de su blog, se considera un firme defensor de un estatuto de autonomía personal, frente a otras reivindicaciones identitarias: “La política y la economía no serán actividades dignas mientras no sitúen a la persona como medida de todas las cosas. Representar a la persona por encima del territorio debería ser, por tanto, la gran prioridad de un Estado democrático, cuyos gobernantes son, no se olvide, elegidos por personas. Una Renta Básica de Ciudadanía, universal e incondicional, es el primer paso en la senda que conduce a un estatuto de Autonomía Personal para todos los habitantes de la España plural. Para ello, es preciso que los movimientos sociales que luchan contra la pobreza y contra la precariedad laboral exijan que los gobernantes aborden con valentía, sin complejos neoliberales ni gazmoñerías identitarias, la tarea civil de aumentar el grado de libertad real de las personas poniendo fin a las situaciones de pobreza dentro de su territorio”.

– La cara oculta de la renta básica: lo que revela el experimento finlandés (El Confidencial – 10/12/15)

(Por Héctor Barnés)

Finlandia es uno de los países de referencia para muchas de las economías del sur de Europa, y no sólo por su celebrado modelo educativo. Las prestaciones sociales que concede a sus nacionales, típicas del viejo Estado del bienestar, promueven un nivel de protección admirado y deseado por un buen número de ciudadanos europeos y mundiales. Sin embargo, el país está a la baja. El número de parados no es preocupante si lo comparamos, por ejemplo, con España, pero va en aumento, lo cual perturba especialmente a una población no acostumbrada a ello. Los ribetes xenófobos también crecen, producto de la vinculación entre población inmigrante y pérdida de oportunidades laborales para los locales que dio el éxito electoral al partido nacionalista Verdaderos Finlandeses, y la sensación de ser una sociedad en declive preocupa notablemente a sus habitantes. El primer ministro finlandés, Juha Sipilä, vencedor en las elecciones del pasado abril, ha iniciado una política de recortes que se vive con cierta angustia, porque parecía que nunca les iba a tocar a ellos.

Hace pocos días, Sipilä, un ingeniero millonario que se decidió a dar el salto a la política, hizo pública la posibilidad de implantar la renta básica universal en Finlandia, que tendría una cuantía de 800 euros mensuales, y que se concedería con independencia del nivel de ingresos. Gran parte de la población ve con simpatía esta medida, que la entiende no sólo como una forma de luchar contra la pobreza y de estabilizar la sociedad, sino como una posibilidad interesante para aumentar los niveles de consumo privado.

Sin embargo, como señala el diario “Libération”, esta medida podría implantarse no como una ayuda añadida a los beneficios sociales que ya se perciben, sino como sustitución de ellos. De momento, la idea se halla bajo estudio, y sus formas de aplicación concretas están aún por delimitarse. A finales de 2016, el gobierno finlandés se pronunciará sobre si la llevará a la práctica, con las reformas de la fiscalidad y de protección social que apareje, o si preferirá abandonarla. De momento, el gobierno llevará a cabo un experimento, similar a los de Utrecht y de Canadá, en el que un pequeño grupo de finlandeses recibirá 550 € al mes.

 

Una revolución radical en el empleo

La renta básica, una idea del siglo XVIII cuya paternidad pertenece a Thomas Paine, tiene como primer objetivo no sólo mejorar el nivel de vida de los hombres, sino proporcionarles un mínimo indispensable para subsistir. La mayoría de sus apologistas insisten en este punto, señalando que su puesta en práctica nos permitiría eludir la miseria y gobernar mejor nuestro tiempo de vida. La idea vuelve a estar presente en nuestras sociedades, y no sólo porque muchos teóricos hayan abogado recientemente por ella o porque Podemos amagara con incluirla en su programa, sino porque otras formaciones de signo contrario a la de Pablo Iglesias barajan también propuestas similares.

Sin embargo, su popularidad última proviene de una perspectiva de futuro: en la medida en que muchos expertos señalan que gran parte del trabajo desaparecerá en pocas décadas (se perderán el 47% de los empleos) y que las innovaciones en robótica, software e inteligencia artificial convertirán mucha mano de obra en prescindible, la renta básica universal se revela, desde esta perspectiva, como la mejor solución para que la revolución radical en el terreno laboral no acabe traspasándose a las sociedades: un mundo en el que sólo la mitad de la población tendría oportunidad de trabajar, y con ello de asegurarse la supervivencia, se antoja altamente explosivo.

Pero la versión finlandesa de la renta básica también puede ir en otra dirección. Si tal y como señala “Libération” la propuesta de Sipilä incluye la eliminación de otros mecanismos de protección institucionales a cambio de su percepción, supondría mucho más una forma de abaratar la factura estatal que de beneficiar a los ciudadanos. Quizá lo que se esté buscando es reducir los gastos que el Estado debe realizar y no proporcionar un salario de supervivencia al conjunto de la población. Si esto fuera así, además, incluiría en un plus de injusticia, ya que al concederla universalmente, sin tomar en cuenta el nivel de ingresos, podrían subir los precios, haciendo la vida más cara para los desfavorecidos, lo cual empeoraría su situación en lugar de mejorarla.

La versión liberal

Hay que tener en cuenta que la RB, defendida sobre todo desde posiciones progresistas, también puede ser bien vista desde el otro lado del espectro político. Como se aseguraba recientemente en “El Confidencial”, la implantación de esta medida “tendría sentido desde un punto de vista liberal, e incluso gente tan poco sospechosa de pertenecer a la extrema izquierda como Richard Nixon o Milton Friedman han defendido propuestas similares: En su caso, era un ingreso sustitutivo del resto de prestaciones del Estado, en plan “yo le doy 40 duros y viva como quiera”. Era neoliberalismo llevado al extremo”.

La idea de fondo que yace en estas posturas es la siguiente: en lugar de que exista educación, sanidad o paro estatales, cada cual recibe esos ingresos y los invierte como quiere. Puede optar por pagar un seguro sanitario, por un seguro de desempleo o por llevar a sus hijos a un buen colegio, o por no hacerlo y gastar íntegramente la prestación, porque cada uno escoge sus prioridades y elige su destino. En lugar de estar sometidos a la tutela del Estado, cada ciudadano optaría libremente por hacer aquello que más le conviene. El problema de estas posturas, sin embargo, es que evitan las condiciones materiales que hacen posible tomar decisiones: si es el único dinero que se recibe, es difícil destinarlo a otra cosa que la mera supervivencia.

La aplicación de la renta básica en Finlandia será muy relevante, tanto porque si finalmente se lleva a cabo puede ser un empujón a su implantación en otros países, como por la dirección que tome, y más en un contexto en que la crisis laboral parece sistémica y no producto de una recesión que pasará pronto.

– Finlandia, Países Bajos, Suiza…, la renta básica se extiende por el norte de Europa Inspiración Social – 15/1/16)

La renta básica ha sido oficialmente otorgada a los ciudadanos finlandeses para el años 2017, y está siendo objeto de debate en los diferentes países de la “zona norte” de Europa, ofreciendo una posible alternativa de solución a la crisis de nuestros modelos económicos y sociales.

Ya es oficial que Finlandia será el primer país europeo en la distribución de un ingreso universal a todos sus habitantes. Una asignación mensual a pagar por el gobierno en 2017 a todos los residentes en el país, sin condiciones, sin importar ni la edad ni los ingresos. En otras partes del mundo, países como Namibia, Alaska, y más recientemente la India y Brasil, ya han experimentado con varios tipos básicos de ingresos.

El primer país que concedió la renta básica en todo su territorio fue Alaska. Las primeras pruebas del estado número 49 de los Estados Unidos se remontan a 1976 con la creación del “Alaska Permanente Fund”, un fondo soberano financiado a través de los ingresos del petróleo. En 2014, cada habitante de Alaska ha recibido 1.884 dólares (aproximadamente 1.700 euros).

El ingreso incondicional ha sido teorizado por muchos escritores y economistas, desde Tomás Moro en Utopía hasta el activista británico Thomas Paine en el siglo XVII, y los objetivos que pretende son, la erradicación de la pobreza, reducir la desigualdad, la injusticia social y la emancipación de la persona. Más específicamente, la renta básica podría ayudar a remediar la crisis que afecta a nuestros modelos económicos y sociales. Durante los últimos años, debido a las crisis estructurales y del sistema financiero que estamos sufriendo, los trabajadores se han visto obligados a aceptar puestos mal remunerados, renunciando de paso a todos los beneficios sociales. Esto, según sus defensores, ayudaría a reducir el desempleo, al aumentar la renta disponible de los ciudadanos. Desde hace varios años, la idea de la renta básica está ganando terreno entre los gobiernos europeos.

En Finlandia, la renta inicial se establece en 550 euros al mes, más adelante se incrementará a 800 euros. Hasta que a principios de 2017 se generalice la renta universal para los finlandeses, el gobierno ha decidido experimentarlo con anterioridad en un grupo limitado de ciudadanos, que desde enero de 2016 recibirán 550 euros al mes. La propuesta final será presentada por el Gobierno en noviembre de 2016, después de analizar los resultados del estudio y las propuestas de reforma de los impuestos y la protección social a implementar. El objetivo final es reemplazar todo de subsidios pagados por el Estado a través de una renta básica de 800 euros. Esta medida ha sido defendida por un gobierno de centro-derecha y será la primera vez que esta medida sea implementada en Europa, en un país con una tasa de desempleo del 10% y tras cuatro años de recesión.

“La situación en Finlandia es tan grave que necesitamos experimentar nuevas soluciones”, explicó en 2014 el Primer Ministro de Finlandia, Juha Sipilä. Un comentario cuando menos sorprendente para los ciudadanos del sur de Europa, que sufrimos desde hace más de 8 años una profunda recesión y una tasa de desempleo superior al 20%, y que nunca hemos oído de nuestros gobiernos un planteamiento similar y no tendente a fomentar la austeridad exigida desde los poderes fácticos de la Unión Europea.

En los Países Bajos, una treintena de municipios llevarán a cabo a partir de enero de 2016, el proyecto piloto de renta básica. La ciudad de Utrecht ha sido la pionera y otras como Tilburg, Wageningen y Groningen también están estudiando la renta básica para sus ciudadanos. El experimento a realizar en Utrecht, una ciudad de 300.000 habitantes, tomará como base a 300 personas, todos ellos beneficiarios de prestaciones por desempleo o de bienestar, que conformarán seis grupos de al menos 50 personas. Uno de estos grupos seguirá estando bajo el actual sistema de seguridad social y servirá como grupo de comparación. De los cinco restantes, sólo uno recibirá una renta básica incondicional de 900 euros al mes para un solo adulto o de 1.300 euros por cada casa. Los otros tres grupos experimentarán con diferentes variantes, mientras que el grupo restante experimentará la ley vigente en materia de protección social. “La gente dice que los destinatarios no tratarán de encontrar un trabajo, lo vamos a comprobar”, señala el responsable de este proyecto, Nienke Horst.

Renta básica

En Suiza los ciudadanos han establecido un comité de “iniciativa popular federal para una renta básica incondicional”. Sus principales impulsores, Oswald Sigg, Götz Werner, Daniel Straub y Christian Müller, llevan desde abril de 2012 exigiendo el establecimiento la renta básica. Según ellos, los suizos deberían disfrutar de una “existencia más digna” y tener más oportunidades para “participar en público la vida”. Cada adulto obtendrá unos 2.300 euros al mes y cada niño unos 602 euros. Esta asignación pretende mejorar el bienestar social del país, dónde el 7% y el 8% de los ciudadanos vive por debajo del umbral de la pobreza (en España el 27,3%). El proyecto ha recogido 125.000 firmas. A finales de septiembre el Consejo Nacional de Suiza aprobó una recomendación en contra de la iniciativa popular para una renta básica incondicional. Sus principales argumentos: no sería financiable y promovería el desempleo. Argumentos contra la que sumaron el 49% de los suizos, según una reciente encuesta. A principios de 2016 los suizos tomarán la decisión en referéndum.

En Francia los diferentes grupos que apoyan la idea de la renta básica se han unido en el Movimiento Francés para una Renta Básica. Aunque hasta ahora la idea no ha llamado la atención del gobierno, algunos ex miembros del gobierno la apoyan. Entre ellos, se encuentran el ex ministro y diputado Arnaud Montebourg PS, el ex ministro de Relaciones Exteriores y del Interior, Dominique de Villepin (UMP), el ex presidente de PCD Christine Boutin. En cuanto a los Verdes, personalidades como José Bové, Eva Joly, Yves Cochet y Daniel Cohn-Bendit también apoyan la idea. Actualmente, sólo Europa Ecología Verdes proponía el “ingreso incondicional” en su programa electoral nacional. En julio de 2015 consiguieron aprobar una moción para permitir la financiación de un estudio de viabilidad para la renta básica universal en la sesión plenaria del Consejo Regional de Aquitania. Esta iniciativa ha sido la pionera en Francia y todavía está pendiente la especificación sus condiciones de adjudicación, el montante de los ingresos y su duración.

Parece que en España la renta básica es todavía una utopía, tendremos que seguir esperando y continuar sufriendo los recortes al estado del bienestar, de cuyos efectos se resienten los cada vez más empobrecidos trabajadores y la economía en general al carecer de empuje la demanda interna.

– Por qué en Silicon Valley se están planteando la renta básica (y por qué tiene sentido) (La Vanguardia17/4/16)

 (Por Carlos Otto)

El concepto económico de renta básica lleva algunos siglos en debate. En la mayoría de países es una teoría descartada, pero la crisis económica y las posturas de partidos como Podemos han hecho que este debate se haya instalado de nuevo en España en los últimos años.

Sin embargo, ha surgido una zona geográfica en la que el discurso de la renta básica está empezando a coger un nivel de probabilidad y popularidad cada vez más alto. Se trata de Silicon Valley, la meca mundial de la tecnología y de empresas como Google, Facebook, Apple, Amazon o Twitter.

Pero, ¿cómo se explica ese resurgimiento del concepto? ¿Por qué un elemento económico aparentemente reservado a la izquierda y cuyo debate ha fracasado en medio mundo resurge ahora con fuerza en Silicon Valley, un territorio marcado por el liberalismo económico?

¿Te quitará tu empleo un robot?

El debate de la renta básica surge cuando aparece una de las preguntas que más se comenta en Silicon Valley y que más atemoriza a los teóricos laborales en los últimos años: ¿te quitará tu empleo un robot?

Lo cierto es que, aunque el debate viene de lejos, no parece que aún se haya llegado a una conclusión clara, ya que todos los cálculos sobre el verdadero impacto que puede tener la automatización del trabajo no dependen de datos reales y fidedignos, sino de las teorías particulares de cada cual.

En el debate sobre si los robots nos quitarán el empleo hay dos posturas: los apocalípticos y los entusiastas

1. Los apocalípticos.

Por un lado tenemos a los que consideran que la automatización de ciertas tareas laborales tendrá un impacto tremendamente negativo sobre el empleo, destruyendo puestos de trabajo que serán ocupados por robots y que dejarán a millones de personas sin oportunidades laborales.

Para defender esta teoría los más apocalípticos recurren a estudios como “The future of employment”, un análisis en el que varios investigadores de Oxford aseguran que el 47% de los empleos está en riesgo de desaparición.

El estudio “The future of employment” asegura que el 47% de los empleos está en riesgo de desaparición”

Por ello, aseguran que la automatización del trabajo no sólo va a afectar a los empleados de nivel bajo, sino también a los de un nivel de cualificación media.

Frente a anteriores revoluciones industriales, que acabaron con los empleos de nivel bajo existentes pero crearon otros nuevos y adaptados, los grupos que temen esta nueva automatización del empleo aseguran que, en este caso, los agentes disruptores (robots) no sólo dejarán sin ocupación al empleado que trabaja con su mano de obra, sino también al que lo hace con su cerebro.

2. Los entusiastas.

Por otro lado, sin embargo, se encuentran gran parte de los entusiastas de la tecnología y empleados de este tipo de empresas, que vaticinan la creación de empleos nuevos y diferentes.

Para ello recurren a anteriores revoluciones industriales: y es que en aquellos contextos se destruyeron puestos de trabajo, sí, pero los empleos destruidos fueron sustituidos por otros nuevos.

Para los defensores de esta teoría, por tanto, no hay motivo para el alarmismo. El operador de una fábrica podrá ser sustituido por un robot, pero seguramente luego pueda trabajar, por ejemplo, en el ensamblaje y fabricación de nuevos robots.

Como vemos, a menudo las posturas frente a esta pregunta no sólo dependen de los datos o previsiones, sino también de la voluntad ideológica de cada cual.

Si nos moviésemos en extremos, diríamos que los luditas tecnófobos están aterrados por la posibilidad de irse al paro, mientras que los tecnófilos que trabajan en internet están convencidos de que los robots generarán nuevos empleos que aún no somos capaces de imaginar.

En este punto, y ante el peligro de que personas desempleadas no puedan volver al mercado laboral, nos encontramos con tres tipos de defensores de la famosa renta básica. Algunos de ellos desde posturas ideológicas muy enfrentadas o incluso contradictorias, pero sus diferencias de criterio merecen que se les preste atención.

1. Paul Graham: “Una renta básica para el que sea sustituido por un robot”

Una de las voces más escuchadas es la de Paul Graham, un inversor de compañías tecnológicas en Silicon Valley y fundador de YCombinator, una de las aceleradoras de startups con más renombre de la zona.

Para Graham, la automatización del trabajo, efectivamente, representa un gran peligro para el empleado de baja cualificación, que no sólo será sustituido por un robot -más eficiente que él-, sino que además tendrá serias dificultades para volver al mercado laboral a menos que aumente su cualificación académica o técnica.

Por ello, el inversor apuesta por el establecimiento de una renta básica para todas aquellas personas que, de manera objetiva, hayan perdido su empleo a causa de la automatización y vean muy complicada su reinserción laboral. De hecho, la aceleradora de Graham ha creado un equipo específico que se va a encargar de estudiar y analizar el modelo de renta básica y si podría ser aplicada a ese tipo de personas.

Las teorías de Paul Graham sobre la renta básica no han pasado desapercibidas ni en Silicon Valley ni en todo Estados Unidos, donde sus ideas están recibiendo tantos elogios como críticas. Según una encuesta llevada a cabo por el matemático Greg Berenstein, la mayoría de los fundadores, accionistas y directivos de las grandes compañías tecnológicas están a favor de las teorías de Graham e incluso apoyan el establecimiento de la renta básica.

Pero, ¿cómo puede ser esto? ¿Por qué grandes fortunas apoyan las ideas de Graham? ¿Cómo puede explicarse que una teoría tradicionalmente de izquierdas como la renta básica sea respaldada por los mayores representantes del capitalismo liberal dentro del mundo tecnológico?

¿Es la renta básica una medida capitalista?

La respuesta es más sencilla de lo que parece: según los detractores de Graham, su propuesta de renta básica, en realidad, no es más que un complemento perfecto para el capitalismo y el liberalismo económico más agresivo que en ocasiones se defiende desde las grandes fortunas de Silicon Valley.

Y es que, según los críticos de Graham, si las personas de bajos o nulos ingresos acceden a una renta básica que les permita pagarse lo necesario para vivir, se generarán dos problemas.

En primer lugar, que esas personas quedarán condenadas a una precariedad casi eterna, ya que la renta básica los dejará anclados en un sistema económico en el que serán incapaces de ascender socialmente.

En segundo lugar, porque el sistema generado haría que las grandes compañías tecnológicas tuvieran aún más poder y que las grandes fortunas se incrementasen. Según estas teorías, la renta básica de Graham, como él mismo ha llegado a reconocer, busca acabar con la pobreza extrema, pero nunca con la desigualdad económica.

 

 

Para defender esta teoría, los que critican la renta básica desde la izquierda acuden a un gráfico demoledor: el que demuestra el progresivo distanciamiento entre la productividad laboral y los ingresos medios desde que los desarrollos tecnológicos empezaron a cobrar protagonismo en Estados Unidos.

Como vemos en el gráfico de arriba, la productividad laboral y los salarios comenzaron a avanzar a la par en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a partir de los años 80, y con la progresiva popularización de la tecnología, ambos índices comenzaron a separarse hasta la situación actual.

2. Federico Pistono: “Los robots te quitarán el empleo, pero no pasa nada”

En un extremo de pensamiento alejado del de Paul Graham se encuentra otro defensor de la renta básica. Se trata de Federico Pistono, un emprendedor y experto en automatización laboral que defiende la existencia de una renta básica universal e incondicional desde otra postura ideológica: el libertarismo económico prácticamente al margen del Estado.

Así lo explica:

Pistono tampoco tiene dudas respecto a los robots y asegura que, efectivamente, acabarán con un elevado porcentaje de los empleos de baja cualificación que existen ahora mismo. Sin embargo, eso no le parece mal. En su libro “Robots will steal your job, but that’s ok” (Los robots te quitarán el empleo, pero no pasa nada), Pistono asegura que la automatización del trabajo acabará con un sinfín de problemas y preocupaciones actuales.

Para Pistono, no tiene ningún sentido que gran parte de nuestras preocupaciones diarias estén centradas en nuestro trabajo, en nuestros ingresos o en si podremos pagar el alquiler el mes que viene. Por ello, defiende la existencia de una renta básica universal e incondicional (no vigilada por el Gobierno).

Por tanto, no es que Pistono defienda una serie de ingresos para los excluidos del sistema laboral, sino una renta universal para que cualquier ciudadano pueda vivir dignamente sin verse atado a un empleo que le haga pagar las facturas. En este contexto, según él, cada ciudadano podría dedicarse a lo que realmente le proporcionase una satisfacción y fuera útil para el resto de la sociedad.

¿Qué es más caro, pagar una renta básica o los programas de ayuda social?

Para Pistono, esta teoría no es ni utópica ni mucho menos cara. Según él, la existencia de la renta básica haría que los gobiernos estatales eliminasen el resto de programas de ayuda sociales (ayudas de desempleo, programas contra la exclusión social, etc.), que, según Pistono, son mucho más caros e ineficientes que la renta básica.

De hecho (y aquí es donde su propuesta evidencia su parte polémica), Pistono defiende que la existencia del Estado en la renta básica sea nula, más allá de dar el dinero de forma incondicional. Y es que, al no existir condiciones para recibir la renta básica, el Estado no tendrá que gastar dinero en controlar el cumplimiento de esas condiciones y su labor será prácticamente inútil.

3. Paul Mason: hacia un mundo sin trabajo (y más feliz)

¿Hay un punto intermedio entre el capitalismo agresivo de Paul Graham y el libertarismo de Federico Pistono? Sí lo hay, y está representado por el periodista británico Paul Mason.

Mason es el actual coordinador de economía de Channel 4 News y procede del marxismo más intelectual. De hecho, The Guardian lo califica como el digno sucesor de Karl Marx, aunque, en realidad, Mason incluye algunas ideas liberales entre sus teorías sobre el futuro del trabajo a nivel mundial.

En su libro Postcapitalism, el periodista defiende una llamativa teoría: en el contexto actual, el capitalismo está a punto de colapsar.

Para Mason, la sobreexplotación del trabajo (y sus trabajadores), el elevadísimo consumo de recursos naturales y el establecimiento de un sistema económico que maltrata a los trabajadores, entre otros factores, han provocado que el capitalismo haya llegado a un punto de no retorno que sólo puede terminar de una manera: con su destrucción.

Pero, ¿en qué consistirá el postcapitalismo? Según Mason, en la desaparición de todos los trabajos innecesarios que el neoliberalismo ha creado para tener a los ciudadanos atados a un empleo que a duras penas les dará un techo y una comida.

El periodista parte de teorías de izquierdas, pero es un entusiasta de la automatización del empleo como forma de liberar a los ciudadanos de la presión del trabajo, los ingresos y la necesidad de llegar a fin de mes.

Robots para acabar con el capitalismo

Los robots, según Mason, serán vitales para que abandonemos el capitalismo en favor de un sistema económico, a su juicio, más justo.

El periodista es uno de los mayores creyentes en The future of employment, mencionado al principio de este reportaje, y su teoría es la siguiente: efectivamente, la automatización del trabajo podría acabar con el 47% de los empleos actuales, pero eso no tiene por qué ser malo en absoluto, incluso si esos trabajadores en paro no consiguen un nuevo empleo.

Para Mason, la desaparición de puestos de trabajo es una estupenda noticia por un motivo claro: la tecnología no sólo está haciendo que los precios de los productos bajen, sino que también acaba consiguiendo que nuestras necesidades de consumo vayan bajando.

Un ejemplo: la automatización del empleo puede hacer que pierdan el trabajo muchas personas que se dediquen a fabricar coches, pero, en realidad, ¿no estamos yendo hacia un mundo en el que cada vez necesitamos menos coches?

Es ahí donde, para el periodista, podría tener sentido el concepto de la renta básica. Porque por mucho que reduzcamos nuestras necesidades económicas, estas nunca llegarán a cero, con lo que la renta básica ayudaría a que el ciudadano medio pudiese vivir de manera medianamente desahogada sin la preocupación de conseguir un trabajo asfixiante para llegar a final de mes de cualquier manera.

La visión de Paul Mason puede parecer utópica -y quizá lo sea-, pero en realidad se inserta dentro de las posturas del decrecentismo económico de la izquierda ecologista.

Una izquierda decrecentista, por cierto, que poco a poco va siendo más común en Silicon Valley, donde cada vez más ingenieros retoman y transforman ciertas ideas de los 60 para asegurar que, a día de hoy, la tecnología puede hacer que consumamos menos recursos, que se produzcan menos emisiones contaminantes, que la mayoría de bienes se fabriquen solos y que los precios de los productos bajen.

En definitiva, que la tecnología consiga que nuestra calidad de vida aumente y que nuestras necesidades de trabajo, poco a poco, vayan tendiendo a cero.

Al final son muchas las teorías, pero todas se reúnen en torno a un mismo precepto: si es verdad que los robots acabarán con parte de los empleos y que muchos de los parados no serán capaces de volver al mercado laboral, la implantación de una renta básica parece una opción, como poco, a tener en cuenta.

– La Europa rica se plantea un sueldo para sus ciudadanos (La Vanguardia – 5/6/16)

(Por Alicia Rodríguez de Paz)

¿Qué le parecería recibir una cantidad fija al mes de las arcas públicas con la que hacer frente a los gastos de vivienda, suministros, alimentación? En suma, un salario por ser ciudadano, que no esté sujeto a condición alguna como el nivel de renta o no tener trabajo remunerado. Lo que a primera vista puede resultar un modelo utópico de pensadores de hace décadas e incluso siglos, se ha acabado convirtiendo en el planteamiento de un debate que llama a las puertas de distintos gobiernos de Europa -eso sí, la Europa más rica-, preocupada por luchar contra las desigualdades y hacer frente a una revolución digital en el sistema productivo de consecuencias desconocidas para el empleo. Y que se dilucida hoy mismo en las urnas situadas en todos los rincones de Suiza.

Los suizos tienen que pronunciarse en referéndum sobre la implantación de una renta básica universal para todos sus ciudadanos. La propuesta, presentada por iniciativa popular, plantea un salario de 2.500 francos suizos al mes (unos 2.260 euros) para los adultos y un complemento para los menores de edad. En principio, según las encuestas, la nueva renta no saldrá adelante al contar apenas con el apoyo de un 30% de los votantes, pero pone el foco sobre una suerte de versión 4.0 de una idea de renta de ciudadanía que ya planteó Thomas Paine en el siglo XVIII y retomaron el siglo pasado economistas como Milton Friedman.

Raymond Torres, nuevo director de previsión y coyuntura de Funcas y residente durante años en Ginebra como alto responsable de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), remarca el papel de Suiza en su afán de “proyectar debates de futuro”. Además de Suiza, otros territorios del norte de Europa como Finlandia o un puñado de municipios holandeses también reflexionan sobre cómo adaptar la cobertura social a los vertiginosos cambios productivos a los que se enfrenta el mundo. Los actuales defensores de la renta universal la plantean como una respuesta a la escasez de empleo que puede provocar el proceso de digitalización y automatización de la economía. “Por primera vez, los incrementos de producción y del crecimiento económico no revierten con claridad en generación de empleo; los negocios disruptivos acaban beneficiando básicamente a sus impulsores y a los inversores”, resume Xavier Ferràs, decano de la facultad de Empresa y Comunicación de la Universitat de Vic. Esta misma semana, la OCDE advertía de que el crecimiento económico débil con el que se ha salido de la crisis está muy condicionado por el aumento de la desigualdad en el reparto de la riqueza y la ralentización de la productividad. Su secretario general, Ángel Gurría, alertó de que estos dos elementos “conducen a un círculo vicioso” donde no hay garantía de que las innovaciones redunden en mayor productividad laboral y, a la vez, amenaza con generar más desigualdad.

La renta básica universal se presenta así como una forma para garantizar un nivel de vida “decente” para todos los ciudadanos en las sociedades más avanzadas, tratando de desligarlo del trabajo ahora amenazado: hay dudas sobre la existencia en el futuro de suficiente trabajo para la mayoría de la población y se plantean sombras sobre la creciente fractura de la desigualdad. La figura del trabajador se diluye y crece el miedo a un crecimiento anémico. La fragilidad de los ocupados (con cada vez más autónomos y trabajadores independientes, con una erosión de la relación entre empresarios y asalariados) se traduce en un reparto más desigual de las rentas.

En todo caso, no existe un consenso sobre el impacto neto de la economía digital y la automatización, en términos de puestos de trabajo. El director de previsión y coyuntura de Funcas opina que la destrucción de puestos de empleo vendrá acompañada por la creación de empleo en otros sectores. La incertidumbre se centra pues en hasta qué punto se compensará la destrucción de puestos de trabajo.

Este sueldo de ciudadanía se concibe por sus impulsores también como una fórmula para dar una vuelta al actual estado del bienestar, para actualizar la cobertura social. En buena parte busca simplificar los beneficios sociales que reciben en mayor o menor medida los ciudadanos, por lo que la implantación de una renta universal implica la eliminación de otras ayudas. “El estado del bienestar tiene que adaptarse a los cambios estructurales que se dan en la economía y la sociedad, pero debe hacerlo de manera viable y sostenible, y sin introducir distorsiones que cuesten más de lo que reporta”, matiza José Antonio Herce, director asociado de Afi y profesor de la Universidad Complutense.

Ferràs, por su parte, pide huir de la idea de “cobrar por no hacer nada”. Los promotores de esta iniciativa consideran que es una oportunidad única de dejar atrás las interminables jornadas de trabajo y en general replantear el tiempo de dedicación al empleo en beneficio de la formación, las relaciones personales, el voluntariado o simplemente el ocio. La renta básica plantea incógnitas, por otra parte, sobre consecuencias indeseadas como desincentivar la permanencia en el mercado de trabajo o las expectativas de ascenso social de los más desfavorecidos. Por eso, no es de extrañar que el planteamiento de la mayoría de iniciativas de este tipo contenga pruebas piloto donde evaluar el impacto del giro copernicano que supone crear una renta sin condiciones. También hay críticas por el esperado incremento de la presión fiscal para poder hacer frente a la aplicación de la renta, que podría llevar a una deslocalización de empresas o al incremento del fraude fiscal y de la economía sumergida.

Sin embargo, los expertos consultados ponen el acento en la viabilidad de la financiación de una medida que Xavier Ferràs, experto en innovación y defensor de la necesidad de aplicarla a medio plazo, considera hija de un “cambio de paradigma”. Herce, por ejemplo, señala que aplicar una renta de 800 euros al mes en Finlandia puede costar, a pesar de suponer la eliminación de otras ayudas sociales, unos 47.000 millones de euros al año, el 17% de su PIB. Cuando en las elecciones europeas del 2014, Podemos defendió una renta básica universal, Abraham Zacuto en Nada es gratis calculó que, de implantarse, el gasto público de España se dispararía del 44% a nada menos que el 65%, después de descontar un ahorro de casi diez puntos del PIB en protección social. En cambio, la plataforma Red Renta Básica publicó un estudio, encabezado por su presidente, el economista Daniel Raventós, donde defendían que una ayuda universal de unos 625 euros al mes se podría financiar aumentando la carga impositiva del 10% de los más ricos.

Torres prefiere revisar el sistema para que la protección social no dependa tanto del asalariado y más, por ejemplo, de la imposición fiscal. En sintonía con Herce, es “partidario de una renta mínima no universal sino condicionado a los ingresos y vinculado a algunos requisitos como mantener la escolarización de los hijos; es una herramienta para reducir la pobreza que está creciendo en países como España. Y sobre todo, es perfectamente financiable”.

– “The Economist” arremete contra la renta básica universal (El Economista – 5/6/16)

La publicación asegura que se han subestimado sus efectos negativos y que sería “increíblemente costoso” y “destrozaría el Estado de bienestar”.

La revista británica “The Economist” advierte sobre los efectos negativos para la economía del establecimiento de una renta básica universal y acusa a quienes proponen su creación de haber “subestimado” las consecuencias.

En un artículo publicado en el último número de la revista en el que analiza el incremento de países en los que se propone la creación de una renta de este tipo, “The Economist” afirma tajante que “los promotores de un ingreso básico subestiman cómo de disruptivo sería”.

En primer lugar, la publicación advierte sobre el elevado gasto que conllevaría esta medida, que sería “increíblemente costosa”. En su opinión, el enorme salto en el gasto público que supondría el establecimiento de una renta básica universal, “incluso aunque se hiciera de forma muy eficiente”, provocaría “efectos impredecibles sobre el crecimiento económico y la creación de riqueza”.

Además, asegura que “destruiría la condicionalidad sobre la que se construyen los estados de bienestar modernos”, ya que esta medida erosionaría los incentivos a encontrar un empleo.

“Una gran proporción de la población podría caer en un estado de ociosidad alienada”, lo que crearía “fuertes tensiones entre los que siguen trabajando y pagan impuestos, y aquellos que optan por no hacerlo”. Esta situación “debilitaría el actual sistema” y podría “destrozar el Estado de bienestar”.

Por último, afirma que una renta básica afectaría a los flujos migratorios y haría “casi imposible” que los países que la implantaran mantuvieran sus fronteras abiertas.

“El derecho a una renta llevaría a los países ricos a cerrar las puertas a los inmigrantes o a establecer ciudadanos de segunda categoría sin acceso a la ayuda estatal”, sostiene “The Economist”.

Por esta razón, la revista insta a los gobiernos a, antes de establecer este tipo de rentas, “hacer un mejor uso de las herramientas que ya tienen disponibles” para hacer frente a las desigualdades y la pobreza.

En su opinión, “una renta básica podría tener sentido en un mundo de solapamiento tecnológico” en el que las máquinas han destruido una parte importante de los empleos que realizaban las personas. Sin embargo, afirma que esta “preocupación” sobre la pérdida de puestos de trabajo por el avance tecnológico es una “idea antigua” que hasta el momento “siempre se ha demostrado errónea”.

Así, reclama a los gobiernos que, “antes de que empiecen a planificar un mundo sin empleo, deberían esforzarse para hacer que el sistema actual funcione mejor”.

 

– Suiza rechaza el plan de renta básica garantizada para todos (El País – 6/6/16)

Un 77% de los votantes se oponen al pago universal de 2.250 euros para todos los adultos

Los votantes suizos han rechazado una propuesta para introducir una renta básica garantizada para todo aquel que viva en el rico país, mostraron el domingo proyecciones del grupo GFS para la cadena suiza SRF.

Los datos oficiales mostraron que un 76,9% de los votantes rechazó la incitativa del propietario de un café en Basilea, Daniel Haeni, y sus aliados en una votación bajo el sistema de democracia directa suizo, pero logró generar un incómodo debate sobre el futuro del trabajo en un momento de creciente automatización.

Los que apoyaban la medida dijeron que introducir una renta mensual de 2.500 francos suizos (unos 2.250 euros) por cada adulto y 625 francos por cada menor de 18 años promovería la dignidad humana y los servicios públicos en un momento de creciente automatización. Sus detractores, entre ellos el Gobierno, dijeron que costaría demasiado y que debilitaría la economía.

Victoria moral

“Como empresario soy realista y contaba con un apoyo del 15%, ahora parece que hay más de un 20%. Lo encuentro fabuloso y sensacional”, dijo Haeni a la SRF. “Cuando veo el interés de los medios, desde el extranjero también, entonces digo que estamos creando una tendencia”, dijo.

Suiza es el primer país que celebra un referéndum nacional sobre una renta básica incondicional, pero otros países, como Finlandia, estudian planes similares.

El Gobierno suizo había instado a los votantes a rechazar la campaña, diciendo que el plan costaría demasiado y minaría la cohesión de la sociedad. El plan incluía sustituir total o parcialmente lo que la gente obtiene como beneficios sociales.

La campaña a favor de la renta básica ha sido muy creativa, con un dibujo más grande que un campo de fútbol en el que preguntaban “¿Qué harías si tuvieras unos ingresos garantizados?”; con una manifestación de “robots” por el centro de Zúrich o repartiendo billetes de 10 francos.

– Análisis de la renta básica universal, a favor o en contra (megabolsa.com – 9/6/16)

(Por Ismael de la Cruz)

Para quienes no lo sepan, no es algo nuevo, de hecho existe desde el año 1986 una red europea, la Basic Income Earth Network (BIEN), cuyo objetivo principal consiste en avivar e impulsar el debate sobre su idoneidad.

Para tener claro el concepto, veamos algunas características de la renta básica universal:

·         Va dirigida a las personas y no a los hogares o familias.

·         El derecho a recibirla no exige ningún requisito, tan sólo el de ser ciudadano del país.

·         Son indiferentes las fuentes de rentas y de ingresos de cada persona. Por tanto, la renta la recibiría una persona que no tiene trabajo ni recursos, una persona con trabajo y sueldo, una persona millonaria.

·         No requiere una contraprestación laboral ni que la persona se encuentre en búsqueda activa de trabajo. Se paga por el mero hecho de ser persona y ciudadano.

Se especula mucho con el coste económico que ello supondría, se baraja alrededor del 21% del PIB anual, eso sí, siempre y cuando sólo se reparta a las personas mayores de edad, porque si no mejor ni hablamos del gasto que supondría. Claro, esa cantidad ingente de dinero ha de salir de las arcas públicas, de los propios ciudadanos, vía impuestos, por lo que la carga fiscal se incrementaría significativamente, en torno a un 55%.

También habría que tener en cuenta que supondría un efecto llamada en toda regla, los flujos migratorios jugarían un papel determinante en este tema. España pasaría a ser un destino preferente para los inmigrantes, sobre todo los de baja cualificación, que también tendrían derecho a la renta básica.

En este punto, incidir en que otra variante de la renta básica podría ser la de pagarse única y exclusivamente a las personas con nacionalidad española. Si bien es cierto que con ello se evitaría el efecto llamada de los inmigrantes y también el gasto económico sería más reducido, también lo es que la brecha de bienestar, calidad de vida y status social entre españoles y residentes no españoles se agrandaría más aún si cabe, produciéndose desigualdades de cierta índole.

Soy de la opinión de que si la renta es demasiado baja se convertiría en un subsidio gubernamental a las empresas, pero si es demasiada elevada creará una sociedad parásita y sin incentivos de ninguna clase. Por otra parte, si se reparte a todos conlleva un gasto enorme, pero si sólo se reparte a los necesitados se les estaría estigmatizando y marcando. Sí, un tema complejo y delicado.

Pero al principal efecto negativo que supondría (el enorme gasto económico que conllevaría), habría que añadirle un segundo efecto también muy preocupante: la falta de todo estímulo o incentivo para buscar empleo (por tanto para trabajar), para formarse (estudiando, realizando prácticas). Ello acabaría creando una sociedad zombi, en la que se fomentaría la vagancia, la desidia, la falta de realización completa como persona humana, el nivel cultural de la población se vería gravemente mermado, afectaría negativamente al crecimiento económico, a la creación de riqueza y al estado de bienestar, habría enfrentamientos entre las personas que trabajan (y pagan impuestos) y los que no trabajan y están en sus casas cobrando su sueldo sin hacer nada.

Los que están a favor esgrimen los siguientes argumentos:

·         Reduciría la pobreza.

·         Se reducirían los gastos sanitarios y ello favorecería la salud pública.

·         Bajaría la delincuencia, al menos la de pequeña escala.

·         Menos jóvenes se verían obligados a dejar los estudios al no tener que ponerse a trabajar.

Algunos expertos en la materia tan sólo verían razonable implantar una renta básica universal en el supuesto de que el avance de la tecnología y las máquinas destruyera buena parte de los empleos existentes, pero no es precisamente la situación actual, y en el caso de que fuese cierto, aún nos faltaría mucho tiempo para verlo.

Mi opinión es clara al respecto, estoy en contra, como bien decidieron más del 80% de los suizos. Es muy bonito, populista y demagogo decir que la financiación económica de la renta básica universal provendría de aumentar los impuestos a los ricos. Vamos a ver, seamos serios y no digamos tonterías. Los ricos jamás pagarían nada, son ricos, tienen medios, estructuras, los mejores asesoramientos profesionales, para evitar pagar más impuestos.

Como bien decía Thomas Sowell, “uno de los tristes signos de nuestros tiempos es que hemos demonizado a los que producen, subsidiado a los que rehúsan a producir y canonizado a los que se quejan”.

En Suiza celebraron hace pocos días un referéndum para ver si la población quería recibir una renta básica, trabajasen o no, de 2.250 euros mensuales. El resultado fue abrumador. Más del 80% se opusieron tajantemente. Recordemos que ya en el 2014 rechazaron también en referéndum poner salario mínimo de 4.000 euros mensuales, el más alto del mundo (el salario medio en Suiza en el 2015 ha sido de 84.545 euros al año, es decir 7.045 euros al mes, si hacemos el cálculo suponiendo 12 pagas anuales).

En Finlandia están estudiando la posibilidad de introducir una renta básica para sus ciudadanos mayores de edad, trabajen o no trabajen, sean pobres o millonarios, concretamente unos 800 euros al mes (el salario medio del país es de 3.300 euros, por lo que no daría para vivir).

Como no quieren jugársela, y me parece muy bien, comenzarían en el 2017 y con carácter temporal (duraría sólo dos años) y se aplicaría al 10% de la población. Luego evaluarían y analizarían para decidir si lo terminan implantando definitivamente para todos.

– ¿Puede una renta básica universal ayudar a los países pobres? (El País – 11/7/16)

(Por Pranab Bardhan)

La vieja idea de reestructurar el estado del bienestar con una renta básica universal incondicional últimamente ha despertado interés en todo el espectro político. Desde la izquierda se la considera como un antídoto simple y potencialmente integral para la pobreza. Desde la derecha se percibe como una forma de demoler complejas burocracias de asistencia social y reconocer simultáneamente la necesidad de ciertas transferencias sociales de una manera que no debilite significativamente los incentivos. También brinda cierta garantía ante el temido futuro en que los robots puedan reemplazar a los trabajadores en muchos sectores. Pero, ¿puede realmente llegar a funcionar?

Hasta el momento, la pregunta ha sido considerada principalmente en países avanzados y los números no parecen prometedores. Aunque -según se informa- Canadá, Finlandia y los Países Bajos están considerando actualmente la idea del ingreso básico, algunos economistas prominentes de países avanzados advierten que es algo ostensiblemente prohibitivo. En Estados Unidos, por ejemplo, entregar 10.000 dólares al año a cada adulto -una cifra inferior al umbral oficial de la pobreza para un hogar unipersonal- agotaría casi todos los ingresos fiscales federales del sistema actual. Tal vez haya sido ese tipo de aritmética el que llevó a los votantes suizos a rechazar abrumadoramente la idea en un referendo a principios de este mes.

¿Pero qué hay de los países con ingresos bajos o medios? De hecho, una renta básica bien puede ser fiscalmente posible -por no hablar de socialmente deseable- en lugares donde el umbral de la pobreza es bajo y las redes de seguridad social existentes son débiles y cuya administración representa una carga considerable.

Consideremos a la India, donde aproximadamente un quinto de la población vive por debajo de la línea oficial de la pobreza, que en sí es muy baja. Aunque los ciudadanos con tarjetas llamadas “bajo la línea de pobreza” son elegibles para recibir asistencia gubernamental, los estudios muestran que aproximadamente la mitad de los pobres no cuentan con ellas y que cerca de un tercio de quienes no son pobres sí las tienen.

Muchos otros países en desarrollo se enfrentan a problemas similares, donde los beneficios destinados a los pobres son asignados a personas en mejor situación y muchos de los destinatarios no los reciben debido a una combinación de connivencia política y administrativa y verdaderos desafíos estructurales. Evaluar los recursos económicos de la gente para saber si tienen derecho a las prestaciones puede ser muy difícil en un entorno donde el trabajo se concentra en el sector informal, principalmente en el autoempleo, sin contabilidad formal ni datos sobre los ingresos. En estas circunstancias, identificar a los pobres puede resultar costoso, corrupto, complicado y controvertido.

Una renta básica incondicional podría eliminar gran parte de este problema. La pregunta es si los Gobiernos pueden afrontarlo sin aumentar la carga sobre los contribuyentes ni socavar los incentivos económicos.

En la India, la respuesta puede ser afirmativa. Si cada uno de sus 1.250 millones de ciudadanos recibiera un ingreso básico anual de 10.000 rupias (149 dólares) -aproximadamente tres cuartos del umbral de pobreza oficial- el pago total representaría aproximadamente el 10 % del PIB. El Instituto Nacional de Finanzas y Políticas Públicas de Delhi estima que todos los años el Gobierno indio reparte mucho más que eso en subsidios implícitos o explícitos para mejorar a sectores de la población, sin mencionar las exenciones impositivas al sector corporativo. Si se descontinúan algunos o todos estos subsidios -que, por supuesto, no incluyen gastos en áreas como salud, educación, nutrición, programas de desarrollo rural y urbano, y protección ambiental- el gobierno podría obtener los fondos para ofrecer a todos, ricos y pobres, un ingreso básico razonable.

Si el Gobierno carece del coraje político para eliminar suficientes subsidios, quedan dos opciones. Podría tomar medidas para aumentar los ingresos fiscales, como mejorar la recaudación del impuesto inmobiliario (que actualmente es extremadamente baja), o reducir el nivel del ingreso básico que introduzca.

Lo que los Gobiernos no deben hacer es financiar un esquema de ingresos básicos con el dinero de otros programas clave de asistencia social. Aunque la renta básica pueda reemplazar algún gasto atrozmente disfuncional de la seguridad social, no puede sustituir, digamos, a los programas de educación pública, cuidado de la salud, nutrición preescolar o garantía de empleo en la obra pública. Después de todo, el ingreso básico aún estaría gravemente limitado y no hay forma de garantizar que las personas asignen una parte suficiente de él para lograr niveles socialmente deseables de educación, salud o nutrición.

Si se tienen en cuenta estas limitaciones, hay pocos motivos para creer que un programa de rentas básicas no funcionaría en los países en desarrollo. De hecho, los argumentos más frecuentes que se escuchan contra este tipo de esquemas distan de ser convincentes.

El principal inconveniente, según los críticos, es que el ingreso básico debilitaría la motivación para trabajar, especialmente entre los pobres. Dado que el valor del trabajo va más allá del ingreso, plantea esa lógica, esto podría presentar un problema grave. Los socialdemócratas europeos, por ejemplo, se preocupan porque una renta básica podría socavar la solidaridad entre los trabajadores que apuntala los actuales programas de seguro social.

Pero en los países desarrollados, los trabajadores del sector informal dominante ya están excluidos de los programas de seguridad social y ningún ingreso básico factible sería lo suficientemente significativo, al menos de momento, como para permitir que la gente simplemente dejara de trabajar.

De hecho, entre los grupos más pobres, las rentas básicas mejorarían la dignidad y los efectos del trabajo que fomentan la solidaridad al quitar cierta presión a quienes actualmente trabajan demasiado (especialmente a las mujeres). En vez de temer continuamente por su sustento, las personas autoempleadas, como los productores y vendedores de pequeña escala, podrían tomar decisiones más estratégicas y aprovechar su mayor poder de negociación frente a los comerciantes, intermediarios, acreedores y arrendatarios.

El argumento final contra el ingreso básico es que los pobres usarán el dinero para financiar actividades perjudiciales para ellos mismos o la sociedad, como el juego y el consumo de alcohol. Las experiencias con las transferencias directas de efectivo en diversos países, entre los que se cuentan Ecuador, India, México y Uganda, no ofrecen mucha evidencia de mal uso; por lo general, el efectivo se gasta en bienes y servicios que valen la pena.

Las propuestas de una renta básica universal imaginadas por los socialistas utópicos y libertarios pueden ser prematuras en los países avanzados, pero no se debe dejar de lado a esos esquemas en el mundo en desarrollo, donde las condiciones son tales que podrían ofrecer una alternativa asequible a los programas de asistencia social ineficaces y administrativamente difíciles de manejar. Los ingresos básicos no son una panacea, pero para los ciudadanos que trabajan en exceso y viven en la pobreza extrema en los países en desarrollo, ciertamente constituirían un alivio.

(Pranab Bardhan es profesor den la Escuela de Posgrado de la Universidad de California, Berkeley. Sus últimos dos libros son Awakening Giants, Feet of Clay: Assessing the Economic Rise of China and India y Globalization, Democracy and Corruption. Copyright: Project Syndicate, 2016)

– En vez de renta, capital básico (El País – 9/9/16)

(Por Reiner Eichenberger & Anna Maria Koukal)

La renta básica universal es una idea fascinante. Para sus partidarios es una especie de teología de la liberación. Sostienen que libera a las personas tanto de la dependencia de las rentas derivadas del trabajo como de la misma obligación de trabajar. Les permite emplear el tiempo que quieran en lo que quieran, y no hacer algo porque no les queda más remedio. Además, al menos a priori, la renta básica acaba con la trampa de los subsidios sociales: en el sistema tradicional de seguridad social europeo los beneficiarios de las ayudas sociales tienen pocos incentivos para trabajar. En cuanto encuentran un empleo, pierden la ayuda y pasan a generar unos ingresos por los que habrán de pagar impuestos. No es de extrañar que a mucha gente le cueste dejar las ayudas sociales. Desde esta perspectiva, la renta básica universal sería efectivamente algo bueno si funcionase. Pero ¿funciona?

La crítica más frecuente es que, si la cobrase, mucha gente dejaría de trabajar. Se trata de un temor infundado. La renta básica no alcanza ni de lejos para vivir como un rey. Por eso, los ingresos complementarios siguen siendo muy convenientes, y la motivación para trabajar, importante. Actualmente, una muestra de lo poco que influyen los ingresos “regalados” en la motivación para trabajar es que las personas que tienen rentas procedentes de su patrimonio comparables a la renta básica, o que son propietarias de una vivienda, y que, en consecuencia, tienen menos gastos por ese concepto, no trabajan menos que las personas sin patrimonio o sin vivienda.

El verdadero problema de la renta básica es otro: cuando es baja -por ejemplo, una décima parte de los ingresos medios-, ni da seguridad suficiente al receptor ni lo libra de la obligación de trabajar. Sin embargo, cuando es lo bastante alta, deja de ser financiable. Cuando no se financia mediante deuda y no es un simple ejercicio de redistribución desde los más ricos al resto de la población, para costearla, el ciudadano medio tiene que aportar más o menos la misma cantidad que recibe como renta básica. A primera vista esto no plantea ningún problema, ya que, aparentemente, para él no cambia nada. Sin embargo, las cosas no son así: al final, la renta básica se tiene que financiar a través de un impuesto sobre la renta o sobre el consumo. Para una renta básica equivalente más o menos al umbral de la pobreza, es decir, aproximadamente a la mitad de los ingresos medios actuales, se debería recaudar un impuesto complementario del 50% sobre cada euro ganado con el propio trabajo. A esto se añadirían los impuestos para las demás prestaciones públicas. Así, no se tardaría en llegar a tipos impositivos medios sobre las rentas del trabajo del 80% o más. O sea, que a los defensores de la renta básica no les salen las cuentas.

De esto se podría deducir que los que ganan más deberían soportar una cuota más alta. Pero tampoco esto funciona. Cuantas menos personas lleven la carga, más alto tendrá que ser su gravamen. Sin embargo, como es sabido, los aumentos de impuestos por encima de entre el 60% y el 70% no generan más ingresos. Los incentivos negativos contra el trabajo asalariado y a favor de la evasión fiscal legal e ilegal son demasiado fuertes.

Muchos partidarios de la renta básica reclaman que se financie mediante el IVA. Pero estas cuentas tampoco cuadran, ya que, entonces, las tasas del impuesto se disparan. Para tener suficiente financiación el IVA fácilmente tendría que llegar a un 50% o más solo para ese fin, así que la idea está muerta.

Por eso, algunos defensores de la renta básica universal sostienen que no tendrían que percibirla todos los ciudadanos y, al mismo tiempo, cobrarles un impuesto complementario, sino que la renta se debería ajustar a los ingresos procedentes del trabajo. Es decir, quien disponga de ellos no debería percibirla, o bien tener una renta reducida. Pero esto no es más que una falacia, ya que, al final, el ajuste viene a ser un gravamen, camuflado pero muy elevado, sobre los ingresos obtenidos por el propio trabajo. Además, la idea se devora a sí misma: la renta básica deja de ser incondicional porque solo reciben el dinero quienes ganan menos de lo que cobran por la renta, así que en este supuesto la idea está más que muerta.

Si la renta básica es incondicional, surge otro problema: ¿qué se debe hacer con los recién llegados, o con los que emigran al país precisamente debido a la renta básica? La única manera de responder es introducir condiciones. De este modo, lo que era una renta básica incondicional se convierte en discriminatoria.

A veces se alega que en países en desarrollo, e incluso en países de la UE, se han hecho experimentos con buenos resultados. No es verdad. Los experimentos solo ponen de relieve si los participantes quieren cobrar la renta básica y en qué medida siguen trabajando. El resultado es que los que colaboran están contentos de recibir el dinero, y que, en la mayoría de los casos, siguen trabajando como es debido. No resulta muy sorprendente. Sin embargo, se pasa por alto la cuestión fundamental: los participantes no tienen que asumir los costes de la renta básica, sino que los directores del experimento les pagan. Pero una renta básica realista la tienen que costear sus propios beneficiarios. Así pues, un experimento significativo no debería indagar si la gente quiere dinero gratis, sino si quiere financiarlo ella misma. Tras un intenso debate, cerca de un 68% de los suizos votó en contra de implementar este modelo en el referéndum de junio.

En definitiva, la renta básica no funciona. A pesar de ello, hay que encontrar medios contra la trampa de la ayuda social que sean eficaces, pero también financieramente viables. Podemos aprender mirando a las familias y la relación que los progenitores establecen con su descendencia. Prácticamente a nadie se le ocurre la descabellada idea de pagarles a sus hijos una renta vitalicia. En cambio, muchos padres les dan un capital inicial del que sus hijos pueden vivir si llegan malos tiempos, o con el que pueden pagar sus estudios. Esta fórmula se podría trasladar al Estado. Todos los jóvenes de 20 años, independientemente del tiempo que lleven en el país, deberían recibir del Estado un capital básico equivalente, por ejemplo, a dos veces el salario medio anual, que tendrían derecho a utilizar de acuerdo con una normativa estatal. Así, si fuese necesario, se podría cobrar durante cuatro años una renta básica equivalente a la mitad del salario medio para poder financiar así los estudios universitarios u otra clase de formación profesional, o independizarse. De este modo se generarían incentivos perfectos para quienes hasta entonces hubiesen recibido ayudas sociales, porque entonces podrían quedarse con todos los ingresos procedentes de su trabajo. Además, se podrían aumentar las tasas universitarias y fomentar la competencia entre universidades, puesto que la ciudadanía dispondría de dinero para dedicar realmente a los estudios. La inmigración tampoco pondría en peligro el capital básico, ya que la cuantía percibida se podría adecuar al tiempo que hubiese vivido en el país en cuestión durante la infancia. De este modo, el capital básico podría solventar en gran medida la trampa de los subsidios y otros problemas sociales. Al mismo tiempo, la educación daría como resultado una redistribución de los medios más justa, más eficaz, y todo esto proporcionaría más igualdad de oportunidades. Además, el capital básico solo supondría una quinta parte de los costes de la renta básica: un ciudadano no recibiría entre 60 y 80 pagos anuales, como ocurre con la renta básica, sino solo 4. Así, el capital básico se podría financiar sin problemas y liberaría verdaderamente a las personas.

(Reiner Eichenberger es profesor de Teoría Económica y de Finanzas de la Universidad de Friburgo y director de investigación de CREMA (Center for Research in Economics, Management and the Arts). Anna Maria Koukal es colaboradora científica de la cátedra de Ciencias Financieras de la Universidad de Friburgo)

– ¿Algo a cambio de nada? (El País – 11/9/16)

(Por Loek Groot)

Pasada la edad de oro del capitalismo que siguió a la II Guerra Mundial, caracterizada por el pleno empleo, los responsables de las políticas sociales en Europa intentan desde la década de los setenta solucionar de forma definitiva el problema del paro. Y, debido a una serie de novedades simultáneas, la renta básica vuelve a estar en la agenda. El elevado desempleo que se prolonga desde que empezó la crisis financiera en 2007, el aumento de la desigualdad y la distribución desproporcionada de los beneficios de la globalización es el contexto de este resurgir de la defensa de una renta garantizada como alternativa al sistema actual. ¿Por qué intentar empujar al paro retribuido a todas las personas en edad de trabajar cuando las tasas de desempleo están en dos dígitos?

Hasta ahora se partía de la premisa de que todos debemos realizar algún trabajo remunerado, y que solo quedan exentos los que reciben unas ayudas sociales que, de una manera u otra, están relacionadas con ese trabajo remunerado (prestaciones por enfermedad, incapacidad, desempleo, ayudas sociales, pensiones o becas para estudiantes). Una renta básica sin condiciones que proporcionase unos ingresos mínimos a todo el mundo rompería el vínculo entre prestaciones sociales y trabajo remunerado. Por eso este planteamiento va en contra de la base ética del Estado de bienestar. Tal y como lo conocemos, este sistema otorga beneficios sociales de manera condicional, temporal y selectiva. Eslóganes como “quien no trabaja, no come”, “no se puede esperar algo a cambio de nada” y “la comida gratis no existe” expresan claramente ese principio ético en el que se sustenta el Estado de bienestar.

Pero la polarización de los empleos -caracterizada por el declive gradual de la proporción de puestos de trabajo propios de unos empleados de clase media-, el proceso de flexibilización del mercado laboral y la automatización del trabajo estimula el movimiento a favor de la renta básica. Esta proporcionaría a los trabajadores con jornada flexible y a los autónomos una protección literalmente básica de los ingresos que necesitan para lidiar con su sumamente incierta situación en lo que respecta a los gastos elementales de subsistencia.

Una renta básica digna -digamos, equivalente al 25% del PIB por habitante- es redistributiva, y los trabajadores con salarios bajos son los más beneficiados: en el sistema actual, los trabajadores de este grupo son contribuyentes netos, ya que no reciben prestaciones sociales y sí pagan impuestos. En el sistema de renta básica los impuestos que pagarían serían inferiores a la renta que recibiesen. En el caso de los trabajadores con remuneraciones altas ocurriría lo contrario, de manera que uno de los probables efectos de la renta básica sería que reduciría la desigualdad entre los trabajadores.

Otro ejemplo. Como sostiene Philippe van Parijs (filósofo belga, uno de los grandes defensores de la renta básica), unos ingresos garantizados en forma de eurodividendo (repartir una cantidad determinada de euros a cada ciudadano de la zona euro que podrá ser financiado, por ejemplo, con una parte del IVA) podrían contribuir a fortalecer el tambaleante euro como divisa, ya que se estructurarían las transferencias no tanto de ricos a pobres como de las regiones prósperas a las que están en bancarrota de la zona euro, lo cual, junto con la movilidad laboral, daría como resultado una mayor estabilidad de la divisa, de forma similar a lo que sucede con el mecanismo que hay detrás de la solidez del dólar. Desde esta perspectiva, ¿no sería beneficioso que todos los ciudadanos adultos pudiesen contar con un pago mensual regular sin condiciones que se ajustase al mínimo predominante en la sociedad en cuestión, independientemente de los ingresos, la riqueza, la situación familiar o la disposición a trabajar de la persona?

Actualmente, la filosofía política debate si la renta básica es justa. El argumento ético de más peso en contra de dicha prestación es que consiente el parasitismo: permite que ciudadanos físicamente sanos vivan a costa de los esfuerzos productivos de los demás sin dar a cambio un servicio recíproco a la sociedad, por ejemplo, porque se entregan a actividades sin provecho. A mi modo de ver, en el sistema de la renta básica, no estar obligado a aceptar un empleo refuerza la posición de los trabajadores, aunque el precio a pagar sea el parasitismo. Es decir, precisamente por consentir el parasitismo, todo el mundo tendrá la capacidad de rechazar las malas ofertas de trabajo, lo cual, al final, resultará en mejores empleos y en salarios más altos para las tareas de menor cualificación.

Es cierto que una renta básica digna parece mucho más costosa que el actual sistema de prestaciones para las personas con bajos ingresos, dirigido exclusivamente a los pobres y que precisa que se comprueben la situación laboral y los recursos. Por lo tanto, es muy probable que una renta básica digna requiera unos tipos impositivos más altos para financiar el sistema. Sin embargo, los efectos globales en la economía en su conjunto todavía son sumamente inciertos. Por una parte, una mayor carga impositiva puede reducir la oferta de mano de obra. Por ejemplo, la renta básica podría animar a mucha gente a elegir una profesión que no se centrase en el trabajo remunerado, o quizá resultaría más atractivo trabajar a tiempo parcial en vez de a jornada completa, ya que acortar la jornada laboral no haría que disminuyesen proporcionalmente los ingresos netos, puesto que la parte de estos últimos correspondiente a la renta básica sería independiente del tiempo que se dedicase a trabajar.

Por otro lado, una renta básica permitiría que el mercado de trabajo fuese más flexible, sin salarios mínimos reglamentados que limiten ciertas oportunidades laborales para los menos cualificados porque se descartan los empleos en los que la productividad es inferior al salario mínimo. Asimismo, una renta básica decente acabaría con la trampa de la pobreza, el fenómeno por el cual quienes reciben prestaciones sociales no ven aumentar sus ingresos netos si aceptan un empleo. Acabar con esta trampa puede hacer que se intensifiquen los esfuerzos por buscar un trabajo remunerado, aunque sea temporal o a tiempo parcial, por parte de los receptores de las prestaciones.

Sería bueno que la ciencia económica pudiese generar respuestas inequívocas a qué clase de efectos produciría en la economía una renta básica, pero el hecho es que el margen de incertidumbre es demasiado amplio. Algunos estudios que intentan simular qué ocurriría en una economía con una renta básica se limitan a utilizar parámetros derivados del comportamiento observado en el sistema actual. También hay numerosos cálculos aproximados que muestran que, a determinado nivel, la renta básica puede ser viable o inviable, pero la limitación de este ejercicio es que no tiene en cuenta los comportamientos en respuesta a la renta básica. Por poner un ejemplo, es muy difícil decir qué efecto tendrá en los estudios superiores. Por un lado, recibir una renta básica en lugar de pedir un préstamo hace más atractivo ir a la universidad. Por otro, en cuanto alguien empiece a ganar dinero, el hecho de que para financiar la renta básica sean necesarios impuestos más altos hará que los ingresos netos de quienes tienen una educación superior sean menores. El efecto real no está claro.

También es muy difícil predecir qué repercusiones tendrá la renta básica en la innovación, el autoempleo, la división del trabajo remunerado y no remunerado en el hogar, etcétera. El filósofo político británico Brain Barry expuso esta incertidumbre con gran concisión: “No hay una simulación de impuestos y prestaciones, por muy concienzudamente que se lleve a cabo, capaz de dar cuenta de los cambios de comportamiento que se producirían en un régimen alterado. Un ingreso básico de subsistencia situaría a la gente ante un conjunto de oportunidades e incentivos totalmente diferentes de los que tiene ante sí en la actualidad. Podemos suponer la forma en que la gente reaccionaría, pero sería irresponsable fingir que manipulando un montón de números con un ordenador podemos convertir algo de lo que hacemos en ciencia rigurosa”.

Por esta razón, para reducir la incertidumbre que envuelve a la renta básica, soy partidario de los experimentos reales, preferiblemente en forma de los denominados experimentos de campo controlados y aleatorios. El experimento más prometedor, realizado a escala nacional y que incluirá tanto a receptores de prestaciones como a trabajadores, se pondrá en marcha en Finlandia en 2017. En otros países, como Holanda y Francia, hay iniciativas a escala local, la mayoría de las cuales solo afectan a perceptores de asistencia social. Los resultados de estas pruebas darán algunas pistas de las repercusiones económicas, y pueden contribuir a resolver parte del rompecabezas sobre la verdadera viabilidad económica de la renta básica.

(Loek Groot, profesor de la Escuela de Economía de la Universidad de Utrecht, colabora con el Ayuntamiento de la ciudad holandesa en el desarrollo de un modelo de fórmulas alternativas para proporcionar ayudas de asistencia social)

– Una idea que une a Friedman y Galbraith (El País – 11/9/16)

(Por Ignacio Fariza)

La renta básica empezó en forma de utopía defendida, en tres siglos diferentes, por pensadores como Thomas Paine, Bertrand Russell o James Meade. Hoy, sin embargo, ha calado en ámbitos académicos, se asoma a algunos programas políticos de ideologías diversas -en algunos casos opuestas- y se perfila, si no como una realidad a corto plazo, sí como una opción posible en un horizonte temporal más amplio. De idea de nicho, en muy pocos años ha pasado a ser ampliamente conocida por sectores crecientes de la población. Y, si la voluntad política acompaña, podríamos verla pronto como una realidad en países de nuestro entorno. Si es capaz de unir, aunque con motivaciones bien distintas, a economistas ideológicamente dispares como Milton Friedman y John Kenneth Galbraith, ¿qué podría frenarla?

Entre los intelectuales progresistas, tres razones empujan a la puesta en marcha de una asignación económica a cada ciudadano, por el mero hecho de serlo y sin distinción alguna, suficiente para cubrir sus necesidades básicas: la justicia social -“la riqueza de una sociedad es resultado del esfuerzo de las generaciones pasadas, no solo de la actual, y repartirla es una cuestión de justicia”, en palabras de Guy Standing, profesor de la Universidad de Londres-; la erradicación de la pobreza -John Kenneth Galbraith: “Un país rico como EEUU bien puede permitirse sacar a todos sus ciudadanos de la pobreza”- y la redistribución de las ganancias derivadas de la automatización -ya en 1995 Jeremy Rifkin se refería a la renta básica como la herramienta más efectiva para proteger a los trabajadores desplazados por las máquinas-.

En el ámbito puramente político, el exministro griego de Finanzas Yanis Varoufakis se ha referido recientemente a la renta básica como una aproximación “absolutamente esencial” para el futuro de la socialdemocracia; los laboristas británicos estudian “de cerca” la idea como antídoto contra la robotización y, en España, pese a haber pasado de proponer una renta básica universal a una renta garantizada con menos fondos, Podemos sigue incluyéndola en sus programas electorales con una cuantía de 600 euros por persona hasta un máximo de 1.290 euros por unidad familiar.

Como efectos colaterales positivos, sus defensores en la izquierda aseguran que presionaría al alza los salarios más bajos -ya que nadie se vería forzado a llevar a cabo los trabajos más duros y los empleadores se verían obligados a aumentar su retribución- y contribuiría al desarrollo del voluntariado y del trabajo comunitario. Se trata, dicen sus más fervientes valedores, de una reformulación de un Estado de Bienestar 2.0 acechado por los efectos de la globalización; de una suerte de “vacuna contra los problemas sociales del siglo XXI”, en palabras de Scott Santens, uno de sus más férreos defensores. Todo, claro está, sin tocar los dos pilares básicos de la socialdemocracia: la educación y la sanidad pública, universal y de calidad.

Aunque tradicionalmente la renta básica ha sido asociada a las ideologías progresistas y en los sectores conservadores ha gozado de mucho menos predicamento, dos de sus popes clásicos como Friederich Hayek o Milton Friedman no han dudado en respaldar la idea como parte de su ideal social. Hayek, nobel de Economía en 1974, se limitó a apoyar una suerte de “suelo del que nadie tenga que caer incluso cuando no es capaz de mantenerse a sí mismo” (Derecho, legislación y libertad, 1981). Friedman, en cambio, defendió la puesta en marcha de un impuesto negativo sobre la renta como un suelo “para todas aquellas personas en situación de necesidad, sin importar las razones, que dañe lo menos posible su independencia”.

Más recientemente, intelectuales conservadores de cabecera en EEUU como Charles Murray han defendido el concepto como una alternativa a un Estado de Bienestar que detestan y que, a su juicio, está en pleno proceso de “autodestrucción”. Murray propone una asignación anual de 10.000 dólares (algo menos de 9.000 euros) al año a cada adulto mayor de 25 años que sustituya a todas las transferencias sociales y al programa de atención médica Medicare. “Bajo los criterios conservadores”, escribía recientemente el politólogo del think tank American Enterprise Institute, esta renta básica “es claramente superior al sistema actual para terminar con la pobreza involuntaria”. Se trata, argumentan, de unificar el complejo sistema de ayudas sociales vigente en muchos países, simplificar la burocracia, eliminar ineficiencias y reestablecer la libertad individual.

Las reticencias en ambos lados del espectro ideológico también son notables, especialmente en el caso conservador. Si en la izquierda el sector crítico considera que la renta básica laminaría el poder de negociación de los sindicatos y daría alas a quienes piden mayor flexibilidad del mercado de trabajo, sus pares en la derecha elevan el tono por la inflación que generaría, la imposibilidad de ponerla en marcha con el esquema fiscal actual y, sobre todo, por su efecto desincentivador del trabajo.

Sin embargo, la idea sigue abriéndose camino. Suiza la sometió en junio a referéndum (perdió, eso sí, por amplia mayoría); la cuarta ciudad más poblada de Países Bajos, Utrecht, probará desde enero una asignación 960 euros al mes durante dos años a 250 de sus ciudadanos para analizar los pros y los contras de la medida; en Finlandia, la coalición de Gobierno de centroderecha en la que están los populistas ultraconservadores de Verdaderos Finlandeses, también pondrá en marcha un proyecto piloto en 2017 de entre 500 y 700 euros mensuales para entre 5.000 y 10.000 mayores de edad. Quizá el caso más llamativo es el de la aceleradora de start-ups Y Combinator, que ensaya un pago de entre 1.000 y 2.000 dólares mensuales a 100 familias de Oakland (California): la principal cuna de emprendedores del planeta, de la que parte la llamada cuarta revolución industrial, empieza a vislumbrar en la renta básica la panacea para un mundo cada vez más rico y eficiente, pero también desigual.

Esas dos ideas, una economía cada vez más digitalizada y desarrollada y una inequidad galopante, empujan a la renta básica. Nunca antes en la historia de la humanidad ha habido un momento mejor para nacer que el actual: según los cálculos más conservadores, el bienestar material global se ha triplicado en los últimos 65 años, tal y como destacaba recientemente en un artículo de Bradford Delong publicado por este diario. La irrupción de Internet ha abierto un abanico inédito de posibilidades. Pero la automatización y robotización que ha contribuido a abaratar un sinfín de procesos productivos también ha traído consigo crecientes bolsas de paro.

La predicción, hace casi un siglo, de John Maynard Keynes en su ensayo Posibilidades económicas para nuestros nietos (1930) es hoy más real que nunca: “Estamos siendo afligidos por una nueva enfermedad (…): el desempleo tecnológico (…)”. Contra esta realidad y a la luz de los últimos estudios que calculan que entre el 35% y el 50% de los puestos de trabajo están en riesgo de automatización, la renta básica merece, al menos, un estudio concienzudo de sus muchas ventajas y algunos inconvenientes.

– Diez puntos a favor y en contra de la renta básica: ¿clave para una sociedad equitativa? (forumlibertas.com – 22/9/16)

Esta nueva forma de remuneración subsidiaria gana adeptos y algunos países han empezado a estudiar la posibilidad, pero, ¿querríamos seguir trabajando con un sueldo por hacer nada? Os analizamos sus pros y contras

(Por Francesc García Mestres)

La renta básica cada vez tiene un mayor impacto mediático. Incluso ya hay países, como, por ejemplo, Suiza, que se están planteando seriamente su implementación. En el ámbito político personajes de relevancia en la opinión pública como el exministro de Economía griego Yanis Varoufakis o el líder de Podemos Pablo Iglesias ven en este ingreso la solución a la desigualdad social.

Pero, ¿qué es la renta básica? La renta básica universal o renta básica incondicional es una forma de sistema de seguridad social en la que todos los ciudadanos o residentes de un país reciben regularmente una suma de dinero sin condiciones, ya sea desde un gobierno o alguna otra institución pública. Se trata de un sistema sin precedentes y profundamente revolucionario que enfrenta a detractores y defensores, pero, ¿cuáles son las virtudes y los riesgos de este sistema? A continuación los analizamos.

Los 5 puntos a favor de la renta básica

·         Los ciudadanos tendrían una mayor sensación de autorrealización al no verse forzados a trabajar en sectores que no les interesan. Gracias a esta renta, podrían dedicarse a crear un negocio que siempre habrían deseado llevar a cabo, tener más aficiones o incluso más tiempo para realizar obras sociales en ONGs.

·         Es una clara apuesta para frenar la desigualdad económica que se está produciendo en la Zona Euro. El grado de endeudamiento de las familias disminuiría, aumentado así el consumo.

·         Crecería el número de estudiantes que quieran acceder a la educación superior.

·         Uno de los efectos colaterales positivos sería un aumento de la natalidad. Actualmente las mujeres que quieren ser madres se encuentran con que el sistema no se les facilita ejercer el derecho a la maternidad. La renta básica les facilitaría tener trabajos con horarios más flexibles sin temer por la economía familiar.

·         Las personas con menos recursos no tendrían miedo de perder este ingreso universal al encontrar trabajo, ya que la renta básica es independiente a la situación laboral del individuo. De esta manera se acabaría con la trampa de la pobreza, que es la encrucijada en la que se encuentran las personas que, de ser aceptadas en un empleo, pierden las prestaciones sociales.

Los 5 puntos en contra de la renta básica

·         El hecho de romper el vínculo entre trabajo y remuneración puede desincentivar a los más jóvenes para que adquieran una educación superior, puesto que con empleos menos cualificados, les podría parecer a muchos suficiente.

·         La renta básica tendría que sostenerse mediante unos tipos impositivos más altos. La propia renta básica pasaría ser de incondicional a totalmente condicional, los más beneficiados serían los que ganan menos, pero reduciendo a la mitad de los ingresos de los contribuyentes con rentas más altas.

·         Si la cantidad percibida a cada ciudadano es baja, no le protegería de los gastos y tampoco le libraría de seguir trabajando como antes.

·         Se crearía un gran vacío en los puestos de baja remuneración, afectando gravemente a la economía.

·         La aplicación de esta renta universal generaría una tendencia inflacionista en la economía. El empleado al no tener la necesidad de trabajar podría abandonar su puesto. Las empresas tendrían la posibilidad de mejorar las condiciones laborales, pero aumentando los precios de los productos, para seguir manteniendo el margen de beneficio. Dicho fenómeno generaría una subida generalizada de precios y una menor capacidad de adquisición por parte de los ciudadanos.

– La mutación del mercado laboral sacará a debate la renta básica universal (La Vanguardia – 20/11/16)

(Por Laura Piedehierro)

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