La pareja y la familia homosexual como categoría a través de la Filosofía y la Historia
Enviado por Odile
La diversidad sexual en tanto tema de investigación comporta a la vez una doble condición de tradición y novedad; tradición, porque desde hace algunos años ya es punto casi obligatorio en las plenarias del debate contemporáneo, y novedad, porque aún no se logra consenso entre los especialistas ni una posición teórico – metodológica común al respecto.
Bien se conoce que es una cuestión espinosa, pues se sitúa en el friso entre la moralidad vigente, el rigor científico y la militancia personal y coquetea constantemente y a la vez con todos ellos.
Partiendo de tal estado de la situación, nuestro trabajo se propone abordar el tema con el objetivo de, más que evaluar las explicaciones existentes hasta el momento sobre el fenómeno y abogar por su inclusión en la sociedad, ofrecer nuestra opinión acerca del derecho de todas las personas a recibir una educación sexual que garantice su plena realización y salud sexual y reproductiva, sobre las bases del respeto y aceptación de la diversidad. Con este fin a la vista, dividiremos nuestra exposición en cuatro partes:
La primera se dedicará a presentar algunas definiciones de axiología, ética, moral y estética, respondientes todas a la ciencia filosófica; toda vez que consideramos ingenua una toma de partido sobre la sexualidad que no considere la importancia de la adscripción filosófica y epistemológica de quien la sostenga, por ser justamente la sexualidad un aspecto de la vida social donde las diferencias socioculturales históricamente determinadas han dejado una profunda huella.
En un segundo momento, intentaremos hacer un breve recuento histórico de cómo ha sido vista la homosexualidad a través de la historia en las sociedades occidentales de arraigo judeo – cristiano, así como una breve aproximación al término según diferentes autores, seguida de una adscripción propia al respecto. Luego, intentaremos ofrecer definiciones conceptuales que permitan distinguir esta categoría de otras con las que muchas veces aparece ligada. Finalizando este apartado, sugeriremos algunos prejuicios, mitos o estereotipos que han rodeado a la homosexualidad, muchos de los cuales aún hoy nos acompañan.
En tercer lugar será abordada la sexualidad como categoría psicosocial que en tanto constituye un aspecto fundamental de la personalidad, requiere de una educación en y para la sexualidad, a fin de proveer a las personas de los conocimientos y herramientas que los capaciten para la vida, y de garantizar a todos sin excepción el derecho a una sexualidad sana y responsable.
Siguiendo estas premisas, la homosexualidad será vista como una de las diversas expresiones de la sexualidad humana, que no aliena per se de sus derechos fundamentales al hombre. Esto es razón para, sin abandonar el empeño de su reconocimiento y aceptación como práctica normal en el sentido discursivo, comprender la necesidad de una educación sexual que tome en cuenta a estas personas e ir, paralelamente, sentando algunas bases para ello.
Desarrollo
Parte I:
En el lenguaje cotidiano a la homosexualidad se la representa como algo feo, malo, punible… Esta manera de pensar no surge in vacuo, pues las prescripciones sobre lo bueno, lo bello y lo deseable como categorías de valor tienen raíz en la filosofía; siendo luego los filósofos quienes asumen los desarrollos posteriores de tales categorías en la medida en que lo permitan el momento histórico – concreto, la sociedad en que viva, los talentos personales, y el escaño y posición que ocupe dicho teórico en la línea del poder establecido.
Haciendo una síntesis personal y tal vez reduccionista, diremos que son la Ética, la Estética, la Moral y la Axiología, aquellas ramas de la Filosofía como ciencia encargadas de estudiar qué entender por bueno, bello, deseable y valor, respectivamente. A continuación, describiremos someramente las particularidades de cada una de estas:
El término ética proviene de la palabra griega ethos, que originariamente significaba "morada", "lugar donde se vive". Luego terminó por señalar el "carácter" o el "modo de ser" peculiar y adquirido de alguien, la costumbre (mos-moris: la moral), razón por la cual hoy en día se manejan en el argot popular como categorías semejantes, aunque desde el punto de vista filosófico no son siempre equivalentes.
La propuesta ofrecida por José G. Ramírez (s/f) reconoce en la filosofía aristotélica las raíces del término, al definirla compromiso efectivo del hombre que lo debe llevar a su perfeccionamiento personal, con lo cual subraya su carácter interno y libre, no como simple aceptación de lo que otros piensan, dicen y hacen.
Kant, destacado filósofo alemán del siglo XVIII, preocupado por la cuestión de la trascendencia en su producción, estableció un paralelismo entre los vocablos ética e imperativo categórico, principio rector que constituía, según su concepción, "una fuerza interior imperiosa, eternamente inherente a la naturaleza humana" capaz de determinar la conducta de los hombres con un sello moral; resultando el perfeccionamiento moral de los hombres la razón suficiente y necesaria para la fundamentación humanista de sus acciones (Rosental, M y P. Iudin; 1964).
Según estas definiciones, la ética designaría la rama filosófica encargada del obrar humano sobre bases de rectitud y finalidad, sustentado en las nociones de bien y bondad (Hermosilla, E.; s/f). De ella se desprenden una serie de principios fundamentales, que A. López (s/f) sintetiza en los siguientes:
Principio de solidaridad
Principio de Equidad
Principio de abstenerse de elegir dañar a un ser humano
Principio de eficiencia
Principio de la responsabilidad del papel que hay que desempeñar
Principio de aceptación de efectos colaterales
Principio de cooperación en la inmoralidad
La filosofía marxista ha denotado cierta pretensión metafísica, universal e inmutable en las concepciones de ética emergidos bajo la égida de la filosofía burguesa. A diferencia de esta, apuestan por situar la ética en una posición verdaderamente revolucionaria al elevarla a la categoría de ciencia, siendo su objeto la moral, su origen y su desarrollo para las reglas y normas rectoras de la conducta de los hombres y sus deberes hacia la sociedad, la patria y el Estado. (Rosental, M y P. Iudin; 1964). Con esto, establece la paridad del vocablo con el de moral.
En términos generales, el Diccionario Filosófico en Español (s/f) la define como aquella parte de la filosofía que ha de dar cuenta del fenómeno moral en general. La ética no prescribe directamente modelos conductuales, por lo que es mediata aunque se fundamente en la praxis, en el sentido de aclarar qué es lo moral, cómo se fundamenta racionalmente una moral y cómo se ha de aplicar esta posteriormente a los distintos ámbitos de la vida social.
Por su parte, según el Diccionario Filosófico en Español (s/f), la moral proviene del latín mores, que significa costumbre. El vocablo designa aquel conjunto de valores, principios, normas de conducta, prohibiciones, etc. de un colectivo que forma un sistema coherente dentro de una determinada época histórica y que sirve como modelo ideal de buena conducta socialmente aceptada y establecida.
Las ideas universalistas en torno a la ética se complementan en la idea de que la moral tiende a ser particular, por la concreción de sus objetos. Puede entonces definirse, a juicio de José G. Ramírez (s/f), como el código de buena conducta dictado por la experiencia de la raza para servir como patrón uniforme de la conducta de los individuos y los grupos; de modo que la conducta ética incluye atenerse a los códigos morales de la sociedad en que se viva. Coincidiendo parcialmente con este autor en cuanto a que es la moral una derivación de la ética como expresión concreta de preceptos acerca de la vida cotidiana, A. López (s/f) difiere en que el comportamiento moral no se corresponde necesariamente con el seguir principios éticos.
Intentando un cierre, M. Piña y G. Rosario (s/f), proponen una conceptualización de moral como la adquisición del modo de ser logrado por la apropiación o por niveles de apropiación, donde se encuentran los sentimientos, las costumbres y el carácter.
Como hemos visto en las definiciones de moral anteriormente expuestas, la moral contiene un conjunto de valores que deben ser seguidos por los individuos integrantes de una sociedad para convivir armónicamente en esta. Más allá de esto, el valor en sí es una categoría filosófica, si se entiende como cualidad o característica de objetos, acciones o instituciones, útil a la orientación de comportamientos humanos en la búsqueda de satisfacer determinadas necesidades (Ramírez, J.; s/f); toda vez que tal cualidad o característica ha sido preferida, seleccionada o elegida de manera libre, consciente. De esta manera, el valor pasa a ser componente del mundo simbólico del hombre, donde a la vez que receptor, cada cual se convierte en promotor de valores.
Como es comprensible, no todos los valores revisten la misma importancia, por lo cual se organizan conforme a determinada escala. Max Scheler (cit. por Ramírez, J.; s/f) presenta la siguiente:
1) De lo agradable y desagradable: Se corresponden con la naturaleza sensible.
2) Vitales: Sus categorías centrales son "lo noble" y "lo vulgar", y tienen que ver con la valoración de lo humanamente vital (la juventud, la lozanía, la vitalidad, etc.)
3) Espirituales: Comprenden:
Valores estéticos (la belleza).
Valores jurídicos (la justicia).
Valores del conocimiento puro (la verdad).
4) Religiosos: Se expresan a través de "lo sacro" y "lo profano" y sostiene a los anteriores, siendo el valor supremo.
Este autor, de orientación kantiana, no considera a los valores en tanto propiedades, sino que los examina como objetos en sí, aunque de naturaleza diferente de los objetos reales y de los ideales. Su concepción los coloca como categorías metafísicas, correspondiendo a la Axiología, el estudio de la naturaleza de los valores y su influencia, a la manera de una actividad descriptiva. (Piña, M. y G. Rosario; s/f)
La Axiología es, entonces, la rama de la filosofía que estudia los valores. De raíz griega, el término proviene de los vocablos axios (lo que es valioso o estimable) y logos, que designa ciencia; resultando una teoría del valor o de lo que se considera valioso. La Axiología ha sido formulada tradicionalmente sobre el método metafísico, considerando a los valores en tanto categorías atemporales, suprahistóricas. El cubano J. Fabelo Corzo (2004), de formación marxista, ha realizado aportes a esta ciencia siguiendo las bases materialista dialéctica e histórica en los desarrollos sociales, considerando los valores como aquella "propiedad funcional de los objetos, consistente en su capacidad o posibilidad de satisfacer determinadas necesidades humanas y de servir a la actividad práctica del hombre. (…) Es la significación socialmente positiva que adquieren estos objetos y fenómenos al ser incluidos en el proceso de actividad humana" (Fabelo, J.; 1991, p. 1).
Su sistematización recuerda que no es la subjetividad individual lo determinante, puesto que los valores no dependen en última instancia de la voluntad y el libre albedrío defendido por la tradición idealista. Sin embargo, esclarece cómo los valores conforman a la vez una dimensión individual en tanto reconoce la existencia de una actitud valorativa, pues son activamente interiorizados por cada sujeto, conformando un sistema de valores propio a partir del reflejo en la conciencia de múltiples mediaciones sociales. Al mismo tiempo, su definición no excluye la existencia de otras acordes con las necesidades de las demás ciencias; así la Economía, la Psicología y la Pedagogía contendrán en sus temáticas de estudio la categoría valor, abordada desde aristas distintas y sirviendo a fines igualmente diversos.
Formula una metodología en el estudio de los valores, proponiendo en este sentido tres niveles de análisis:
Sistema Objetivo de Valores (SOV): Se constituye a partir de la significación humana real del objeto, dada por el vínculo de dicho objeto con lo humano (en sentido genérico). La objetividad es vista como objetividad social, producto de la actividad humana, no desligado del sistema de relaciones sociales; por lo cual en este nivel el valor (o antivalor, según se trate) reviste todas las propiedades de dinamismo, cambio y dependencia tanto de las condiciones histórico – concretas de la sociedad en que tiene lugar, como en relación jerárquica con los otros valores significativos vigentes.
Sistema Subjetivo de Valores (SSV): Es el resultado de de la acentuación valorativa que cada sujeto social elabora, con carácter relativamente estable y que sirve como regulador de conducta para evaluar lo nuevo a partir de él. Se establece en dependencia de los gustos, necesidades, intereses e ideales de dicho sujeto, a su vez en relación con el lugar que este ocupe en el sistema de relaciones sociales. Guarda cierto grado de correspondencia con el SOV en función del nivel de coincidencia entre sus intereses particulares y los del SOV, de ahí que pueda valorarse positivamente algo que no lo es y viceversa.
Sistema Instituido de Valores (SIV): Conformado por los valores instituidos y oficialmente reconocidos en las instituciones sociales. Representa la generalización de una escala subjetiva o la combinación de varias, presentada como apta para el bien general o parcial de la sociedad y defendida por los aparatos e instituciones de un Estado, en tanto responde a los intereses de la clase y grupo dominantes. Guarda cierto grado variable de coherencia con el SOV, determinado por el las características del grupo al poder; al mismo tiempo que sirve o no a la democracia en la medida en que realmente sea capaz de reflejar mayor cantidad de SSV.
Fabelo (2004) reconoce también la existencia de una escala universal de valores a la que todas las culturas aportan en cuotas diferenciadas, a partir de la internacionalización de las relaciones socioeconómicas y la configuración de la comunidad humana internacional. Cabe destacar entonces que esta noción de universalidad no se opone a lo general y lo singular, sino que surge en la refracción de intereses más generales a lo humano en sus manifestaciones específicas.
Con esta propuesta, deja abierta una arista al debate, por la posibilidad de una crisis de valores (Fabelo, J.; 1995). La misma está dada por la ruptura significativa entre los valores de los tres planos expuestos (SOV, SIV, SSV), cuando el desfase natural entre ellas no responde a los límites manejables. Sirva como ilustración la realidad cubana de hoy en día, en la que tanto hablamos de este tema, por sus manifestaciones evidentes -sobre todo en la juventud-, acentuadas por la crisis actual del sistema de valores en su escala universal.
Por otra parte, la estética como rama de la Filosofía, estudia la percepción de la belleza y la fealdad. Se ocupa también de la cuestión de si estas cualidades están de manera objetiva presentes en las cosas, a las que pueden calificar, o si existen sólo en la mente del individuo; por lo tanto, su finalidad es mostrar si los objetos son percibidos de un modo particular (el modo estético) o si los objetos tienen, en sí mismos, cualidades específicas o estéticas (Navas, M.; 2006); conteniendo en este debate las líneas generales del problema fundamental de la Filosofía. La estética se plantea si existe diferencia entre lo bello y lo sublime.
El término, según el investigador M. Navas (2006) se acuña para la Filosofía Moderna en 1753, por obra del alemán Alexander Gottlieb Baumgarten, siendo su elemento constitutivo las formas deseables para las cosas, a fin de que sean bellas a la mayoría de la gente.
Immanuel Kant realizó aportes consustanciales en el campo de la dimensión estética, declarando su existencia como una tercera facultad de la mente humana en calidad de mediadora entre la sensualidad (gobernada por los sentidos, en tanto afectación del hombre por los objetos de la realidad) y la moral (donde la razón práctica -única posible en el hombre– se realiza en la libertad, como principio de actuación) (Marcuse, H.; s/f). La obra kantiana vuelve a sostener la necesidad de erigir la civilización por medio de elevar la razón y someter la sensualidad, adoptando la forma de antagonismo entre las dos dimensiones de la existencia humana; idea sobre la que Hegel volvió posteriormente sin lograr una variante humanamente liberadora.
Heredero de esta tradición y revolucionario en la síntesis lograda, el pensamiento marxista ha tenido implicaciones importantes para la también llamada Filosofía del Arte, explicando la función liberadora de la cultura a través de su responsabilidad con la sociedad. En este sentido, aunque de forma no declarada, a partir de los ensayos kantianos, Herbert Marcuse (s/f) reflexiona la posibilidad de existencia de una civilización no represiva, construida por combinación entre el impulso sensual (dominio de la sensualidad) y el de la forma (dominio de la razón), en que ambos se afirmen a partir de la existencia y elevación de la otra; en palabras de Schiller (cit. por Marcuse, H.; s/f) "la razón es sensual y la sensualidad racional". Ello devuelve la posibilidad del ideal de realización de lo humano en reconciliación con la naturaleza, en la actitud estética, "donde el orden es belleza y el trabajo juego" (Marcuse; s/f; p.3)
Según este análisis – y de acuerdo con los objetivos de nuestro trabajo – la cultura occidental en la cual nos insertamos ha admitido una serie de valores de pretensión universal, los cuales surgieron fundamentalmente tras la adopción de una religión determinada (el Cristianismo). Cabe señalar que, dichos valores "cristianos" comportan, a nuestro juicio, interpretaciones erróneas de ciertos pasajes de su Libro Sagrado, la Biblia. Como parte de estos valores universales, se asumen preceptos tales como matrimonio, heterosexualidad, familia, etc. Pero, observando las definiciones que desde la Filosofía acompañan los conceptos anteriormente expuestos, comprobamos no hay contradicción entre estos y el romper con los valores supuestamente universales e inamovibles que han regido nuestra cultura a lo largo de los siglos.
No debe olvidarse que tampoco las religiones se erigen sobre el vacío, sino que guardan relación con el establecimiento de determinadas distribuciones estructurantes de poder; por lo cual el ascenso del Cristianismo y la consolidación de los valores que de esto emanó, satisface una forma de propiedad -privada- en manos de la herencia y los bienes materiales de la familia en manos del patriarca dominador.
La sociedad contemporánea, en la cual se desea ante todo la libre expresión de la individualidad, padece entonces de una crisis de valores, gracias a la contraposición entre los planos definidos por Fabelo Corzo. Ilustrando esta situación, observamos que aquellos que fueron defendidos por la sociedad judeo – cristiana se tambalean ante una nueva realidad donde dichos conceptos adquieren nuevos matices o se declaran obsoletos. Queremos decir con esto que, por ejemplo, ya no debe hablarse de una pareja heterosexual, monógama y vinculada por los lazos sagrados y legales del matrimonio; sino que las combinaciones y variaciones de dicha pareja se vuelven casi infinitas; y no por ello devaluables desde el punto de vista moral, ético o estético, exceptuando por consideraciones individuales.
Parte II:
Una vez dejadas atrás estas consideraciones filosóficas y en relación con ellas, desearíamos entrar en un segundo nivel de análisis, al observar a la homosexualidad como un tipo de elección de objeto sexual observada a lo largo de la historia; siendo en ocasiones alabada, aceptada e incluso deseada en algunas culturas y momentos históricos determinados.
La cultura griega de la Antigüedad es uno de los ejemplos más conocidos, si bien se ha acompañado de una simplificación y sobredimensionamiento de la práctica homosexual. De sobra es conocido el gusto por la belleza y los placeres sensuales del mundo griego, mas esto no debe ser confundido con una sociedad donde la práctica sexual fuera liberada y exenta de cualquier tipo de restricción. Más que principios rectores de la práctica sexual, la reflexión filosófica se inclinaba hacia la austeridad mediante un control sobre este comportamiento, pues se asociaba a una pérdida de la energía vital.
El punto de ruptura entre la asunción de una experiencia homosexual -si es que el individuo la tenía- ocurría una vez entrado el hombre a la institución del matrimonio, donde se debía observar en igual medida la moderación en la actividad sexual. Mas, antes de ser comprometido en matrimonio, el individuo podía realizar la práctica que deseara, fuese esta heterosexual o no. La posibilidad de que el joven asumiera una postura homosexual quedaba a su elección, si bien el sistema de educación para los jóvenes de la Antigua Grecia en cierta medida podía "compulsarlos", dada una relativa inaccesibilidad al trato con mujeres.
La cultura griega recoge, entonces, una ética y una estética que rigen el comportamiento sexual del ciudadano (entendiendo como tal a todo hombre libre mayor de 21 años) de modo que caiga en el campo de la conducta moral, es decir, racional, que permita el dominio de sí para el acceso a la verdad.
En esta concepción de ciudadano, quedan excluidas las mujeres, cuyo dominio era del mundo doméstico dentro del gineceo, habitaciones del hogar inaccesibles para los hombres desde los 6 años de edad. No obstante, se presume la existencia de una educación similar, en cuanto a estructura, entre hombres y mujeres, las cuales eran llevadas a ciertos "colegios" supervisadas por una mentora que las instruía en las aspiraciones de belleza y sabiduría (Cadena, D. y P. Andrade; s/f), existiendo la posibilidad de que se realizasen contactos homosexuales no documentados. El único caso de que se tiene constancia, es el de la poetisa Safo, llamada por Platón como la "décima musa" y sus poemas están cargados de un erotismo homosexual.
La civilización romana adoptó en más de un sentido el legado helénico, al menos hasta donde se tienen noticias. Se conoce que su actitud con relación a la homosexualidad era semejante a la de Grecia, aunque la degeneración social que sobrevino al Imperio, no acompañaba esta actitud de una reflexión virtuosa. Se recoge, desde el punto de vista de la historia, un término peyorativo hacia el lesbianismo y una representación gráfica igualmente despectiva al respecto: el "tribadismo" (Cadena, D. y P. Andrade; s/f).
El comienzo de la Edad Media supone un cambio de discurso en torno al sexo, la sexualidad y temas adyacentes, con la elevación del primero a la categoría de pecado en su forma de concupiscencia. Según M. Foucault (1984), en los tiempos de la Patrística y hasta el siglo XVI el énfasis se desplazó hacia la preocupación por la virginidad en la mujer y la fidelidad conyugal después del matrimonio. Desde un punto de vista teórico, se entroniza con San Agustín una vigilancia sobre la institución matrimonial como garantía del acceso a la verdad o, lo que es su correlato más certero, la inmortalidad en el Reino de Dios. Es mediante esta custodia que los individuos quedan sujetos a una técnica o hermenéutica de purificación, relegando el sexo a su función reproductiva.
Por tanto, al ser la homosexualidad solamente una expresión de placer sexual, fue condenada y castigada por la Iglesia. A este efecto, Cadena, D. y P. Andrade (s/f) nos comentan que "muchos pecados como la herejía contra la doctrina eclesiástica y la sodomía se convirtieron en ofensas (…). En el siglo XIV, los monarcas y los príncipes de toda Europa cedieron ante la presión de la Iglesia católica para hacer de la sodomía un delito (…) capital. La legislación inglesa del siglo XIII estipulaba que las personas que habían mantenido relaciones sexuales con judíos, niños y miembros de su propio sexo fueran enterradas vivas" (Cadena, D. y P. Andrade; s/f; p. 7).
A pesar de lo terrible de las sanciones, los individuos no podían sustraerse de sostener relaciones sexuales con personas de su mismo sexo, si así lo deseaban, estableciéndose una especie de "secreto a voces", sobre todo en las cortes donde la moral sexual se comportaba de una manera más relajada, así como en los miembros del alto clero.
La denominación de la práctica homosexual masculina como "sodomía" tiene sus orígenes en la destrucción de la ciudad de Sodoma por parte de Yahvé (Dios). "Del texto tal como lo encontramos en el Génesis, y de las alusiones que de ahí se hacen a otros pasajes del Antiguo Testamento: a) se pueden deducir la injusticia e inquebrantamiento de las leyes de hospitalidad por parte de los habitantes de Sodoma; b) no puede inferirse sin más que se tratase concretamente de un intento de violación homosexual; c) no se puede sostener que el castigo fuera dirigido contra el pecado homosexual sino más bien contra lo que de inhospitalario hubo en la acción, fuera esta cual fuese." (Cadena, D. y P. Andrade; s/f; p. 15)
Es muy probable que sea la época histórica del Renacimiento quien nos haya legado el mito del libertinaje sexual en el mundo griego de la Antigüedad, en el intento de rescatar los valores del mundo clásico, el cual se suponía como el ideal social y de belleza para la época; mas tomando las interpretaciones en un sentido muy literal y sobredimensionado. Igualmente, es reconocido que personajes que fueron prototipo de dicha época histórica, reconocidos incluso por sus contemporáneos, fueran homosexuales, como es el caso de Da Vinci y Michelangelo.
En la Modernidad, la documentación acerca de prácticas homosexuales recoge un pasaje en la Francia del siglo XVII que, aunque ligado a los anales de la psiquiatría, nos atrevemos a hipotetizar que puede estar relacionado con el tema; nos referimos al famoso caso de "posesión" en el convento francés de Loudun y su protagonista, Madre Juana de los Ángeles. Tiempo después, el Siglo de las Luces observó una cierta relajación de la tradicional moral cristiana, puesto que se prestaba mayor atención a la adquisición del conocimiento y desarrollo de la Filosofía y las ciencias; si bien se realizaban fuertes disquisiciones sobre ética. Las cortes francesas se destacaron por su liberalidad y opulencia, y la condición homosexual era practicada incluso por los mismos soberanos, donde el ejemplo más clásico lo constituye Luis XIV.
El siglo XIX, por su parte, constituye un momento de inflexión en la concepción de la homosexualidad, a partir del ascenso del poder disciplinario conocido como "panoptismo" por Michel Foucault (1976), los desarrollos en el control demográfico y la medicalización, al final, de la anormalidad o desviación. Comienza a mirarse a la homosexualidad como un desorden de los apetitos sexuales y aparecen las primeras terapias de "corrección". A raíz de estas consideraciones, un profesor de psiquiatría de Viena, Richard von Krafft-Ebing, publicó un libro en el cual aludía al "instinto sexual contrario" como una degeneración, al igual que la masturbación, la locura, el alcoholismo y el retraso mental o idiocia. Su estudio tuvo como consecuencias, el surgimiento de los estereotipos que han acompañado a la homosexualidad desde el siglo XIX, debido a que la selección de la muestra para el mismo se obtuvo de manicomios, consultas psiquiátricas y cárceles.
En contraposición a estos estudios, se subrayan los escritos de Karl Heinrich Ulrichs (1825-1895) y Henry Havellock Ellis. El primero de estos personajes desarrolló una clasificación bastante completa y avanzada para la época, definiendo el concepto de orientación sexual por primera vez en la historia y reconociendo la existencia de varios tipos de prácticas sexuales, incluyendo en ellas a la mujer homosexual, a lo que actualmente conocemos como "bisexualidad" y a los "Hombres que tienen Sexo con otros Hombres" (HSH). Ellis, por otra parte, abogaba por la abolición de la condición de delito que condenaba a la homosexualidad, y se oponía a los tratamientos que pretendían curarla pues no era posible hacerlo, ya que se consideraba que el instinto sexual era natural y se adquiría en un estado embrionario. Sin llegar a una proposición tan revolucionaria como la de Ulrichs, que abogaba por una plena aceptación de la condición homosexual del individuo, Ellis postulaba que para estos sujetos la mejor opción era la abstinencia de cualquier tipo de práctica sexual.
El siglo XX comportó en su segunda mitad un viraje en torno a la valoración social de la homosexualidad, mas durante la primera mitad no se produjeron alteraciones significativas con respecto a las concepciones decimonónicas. En el campo de la Psicología, cabe destacar la obra de Sigmund Freud (1967), padre del Psicoanálisis, quien, aunque no centró en este tema sus estudios (solo existe un caso registrado en sus obras), retomó para sí la terminología de la mitología griega en el sentido del culto a la propia persona y la exaltación de la sexualidad. Concibe de este modo a la homosexualidad como una fijación narcisista, considerando que el amor propio en estas personas era tal, que se dirigía hacia los del mismo sexo. También apunta que este comportamiento sexual puede ser el producto de una inadecuada resolución del Complejo de Edipo. Desde esta óptica, no consideramos adecuado decir que Freud perpetúa o que rompa definitivamente los prejuicios de su época, si bien convive con ellos.
De formación también psicoanalítica, pero abiertamente disidente, cabe destacar la figura de Erich Fromm (1982), cuya teoría del amor toma matices más bien universales que trascienden el dominio propio de la orientación sexual, si bien su propuesta tributa a que es este tipo de vínculo una de las formas incompletas de amor, en el sentido orgiástico; acuñando una vez más el prejuicio de inestabilidad e hipersexualidad vigente.
Durante los años "30 y "50 se produjo una radicalización desde el punto de vista reaccionario en torno a la homosexualidad, consistente con el ascenso del nazismo en Europa y la teoría macartista en EUA, respectivamente. La Psiquiatría oficial reconoció la perjudicialidad de estas prácticas a la constitución de la raza aria, así como posteriormente un ultraje al espíritu americano defendido en la época. Conllevó a la represión de toda manifestación contraria a estos preceptos, conjuntamente con un retroceso en los discretos avances logrados con respecto a la sexualidad femenina y su lugar en la familia.
Es en este mismo periodo, en el año 1946, que Kinsey realizó sus conocidos aportes en torno al comportamiento homosexual de la población norteamericana, publicando sus resultados en el trabajo titulado "El comportamiento sexual del hombre" (1948) y, posteriormente, en "El comportamiento sexual de la mujer" (1953); revolucionarios ambos por su impacto en las concepciones dominantes y arrojando luz sobre la naturalidad e incidencia del fenómeno (consistente con una distribución normal gaussiana). El legado más significativo de su producción -tan contrastante con la moral difundida-, es para todos la Escala Kinsey, descriptora de 7 orientaciones (de 0 a 6) a juzgar por igual número de modos posibles de establecer vínculos sexuales con alguien.
Avanzando algunas décadas, hacia finales de los "60 se produce la llamada "revolución sexual" con la proclama de la libertad y el respeto a los derechos individuales. Estos sucesos comienzan a poner en crisis las concepciones sobre la sexualidad y su afines hasta ese momento dominantes, por lo que la producción científica al respecto a partir de los "70 está permeada del espíritu de esta nueva época. Aparece el clásico "Respuesta sexual humana", escrito por Masters y Johnson, quienes se enfocan en los aspectos psicológicos del vínculo amoroso (1988; cit. por Fernández, L.; 2005).
A pesar de que aún persisten los estereotipos sobre la sexualidad humana, y en especial a la homosexualidad, no negamos que se han producido avances en la deconstrucción de tales prejuicios: crece la naturalización del fenómeno y se retira de los manuales de clasificación psicopatológica, al mismo tiempo que gana respaldo legal en algunos países con la aprobación del matrimonio gay. Se acuñan también en una forma más o menos estables conceptos concomitantes con los de sexualidad y homosexualidad, los cuales comienzan a poblar el imaginario colectivo.
A continuación intentaremos proponer algunas conceptualizaciones contenidas en la temática de la sexualidad humana y su educación.
La primera de estas definiciones constituiría precisamente la sexualidad, encontrando una conceptualización a nuestro juicio adecuada en lo planteado por la OPS, como "una dimensión central de los humanos que incluye el sexo, el género, la identidad de género y sexual, la orientación sexual, el erotismo, los vínculos emocionales, el amor y la reproducción. Se vivencia o se expresa en pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, actividades prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La sexualidad es el resultado de la interrelación entre factores biológicos, psicológicos, socioeconómicos, culturales, éticos y religiosos/espirituales" (OPS, OMS y WAS, 2000; cit., por Puentes, Y.; 2008; p. 4).
Esta misma autora subraya las características particulares de la sexualidad humana, a partir de la propuesta de López y Fuertes (1994), determinadas por la triangulación de las diferencias genéticas y culturales entre individuos; la identidad sexual dependiente de las características biológicas y el impacto cultural de los roles de género y, finalmente, la motivación sexual que se expresa en el deseo y la atracción que se refuerza con el placer derivado del acto sexual no vinculado indisolublemente a la reproducción (Puentes, Y.; 2008).
Como segundo término, encontramos el de orientación sexual, muchas veces confundido con el de comportamiento o conducta sexual, y que a partir de varias fuentes sintetizamos como la inclinación o preferencia de un sujeto por otro de su misma especie (humana) y que en alguna medida se manifiesta en la conciencia del individuo, sin acompañarse necesariamente de una realización práctica o conativa.
Tomando estos conceptos como base se definiría al homosexual como aquel "sujeto cuya afectividad y deseos eróticos se dirigen hacia individuos de su propio sexo" (Diccionario de Psicología; s/f) siendo las raíces etimológicas de dicha palabra homos equivalente en griego a semejante y a sexus que en latín correspondería a la palabra sexo. Vinculado a esta noción, se encuentran otros términos como heterosexualidad y bisexualidad; de estos, el primero ha sido atribuido a la atracción sexual experimentada por un individuo hacia otro de sexo contrario (Diccionario de Psicología; s/f), y el segundo, la "atracción que una persona siente por otras de ambos sexos y relación sexual que establece". (Cadena, D. y Andrade, P.; s/f; p.2)
Antes de continuar, nos gustaría subrayar cómo estas definiciones relativamente recientes no comportan una carga valorativa particular, asignándoles neutralidad con fines científicos. Así, la sexualidad en tanto dimensión de la subjetividad, reviste formas de expresión disímiles en lo concerniente a sus motivos y las conductas en este sentido producidas. A partir de este examen, la orientación sexual no compromete per se la identidad del individuo que la presenta, puesto que tal categoría cae en el plano de la configuración personológica de cada cual. A este plano corresponden conceptos como género, identidad de género, rol de género, etc. Veámoslos mejor:
El concepto de género se refiere a las diferencias socioculturales que existen entre mujeres y hombres, en determinados períodos históricos y culturas, constituyendo una variable de análisis que permite analizar los papeles que desempeñan y sus respectivas dificultades, necesidades y oportunidades. Alude al conjunto de ideas, normas, instituciones y expectativas compartidas en una sociedad y cultura respecto a las características, comportamientos apropiados, derechos, posibilidades, obstáculos y potencialidades de hombres y mujeres; muchas veces asignados en función del valor atribuido a las diferencias de sexo (Menacho, L.; 2005)
La pertenencia asumida a determinado género define una identidad de género, que L. Menacho (2005) refiere como el desempeño y responsabilidad en los diferentes roles y estatus asignados a varones y mujeres no inherentes a ellos, sino producto de la transmisión de patrones socioculturales. Es la conciencia de las diferencias esenciales que incluye e integra lo biológico y psicológico en la autopercepción como varón o mujer, a través de formas específicas de pensar, sentir y actuar que muchas veces son contrapuestas.
La existencia de una identidad de género en cada individuo rezuma la posibilidad de contradicción entre el ser psicológico y el correlato físico o corporal; de ahí que en la actualidad haya sido preciso definir nuevas categorías, como son travestismo, transgénero y transexual. La primera de las tres es un vocablo surgido en el arte, que designa el acto de vestirse con ropas del sexo opuesto. Desde el punto de vista psicosexual se lo relaciona con el término transgénero, pues suele acompañar un trastorno de la identidad psicosexual en que se siente placer erótico al utilizar ropas del sexo opuesto, pero que no necesariamente compromete la insatisfacción con el propio sexo biológico (Diccionario de Psicología; s/f).
Por transexualismo se entiende una inconformidad con la identidad sexual a causa de un deseo de hacerse con las características físicas y roles sociales competentes al otro sexo biológico (Diccionario de Psicología; s/f). Esta categoría generalmente se vincula con la homosexualidad, cuando no necesariamente ambos van juntos en un sujeto particular. La orientación sexual es un proceso independiente de la identidad de género y, por tanto, del transexualismo; si bien tienen visibles puntos de contacto. Por lo general sucede que, al desear asumir los roles del sexo contrario, se desea poseer la totalidad de estos, incluyendo la preferencia sexual. Asimismo señalamos que el travestismo no equivale a transexualismo (y no a la inversa), puesto que puede ser practicado con fines artísticos o como coadyuvante de encuentros sexuales en individuos heterosexuales.
En términos generales, al estudio de las diferencias entre individuos de la misma especie según su sexo, se llama dimorfismo sexual y que, en el caso humano, adopta la forma de la identidad sexual, ya examinada en todo lo anterior (Cadena, D. y Andrade P.; s/f).
Analizados los conceptos anteriores, observamos que la gran diversidad de definiciones psicosociales que permiten distinguir las identidades en el orden sexual, hacen que ciertas concepciones jurídicas y económicas resulten obsoletas. Por otra parte, los criterios que han distinguido algunas instituciones sociales hacen que las propuestas conceptuales que comportan novedad y resultan más abarcadoras, hoy reproducen, hasta cierto punto, estereotipos. Nos referimos, fundamentalmente, a las enunciaciones que, según el Código de Familia de nuestro país -por citar el ejemplo que más nos afecta y tenemos a mano- poseen el matrimonio y la familia; instituciones que se consideran como células base de una sociedad.
Según la ley vigente, el Estado cubano ampara las instituciones de familia y matrimonio, tanto en su Carta Magna como en el Código de Familia habilitado al efecto. Reconoce en la familia "la célula fundamental de la sociedad y le atribuye responsabilidades y funciones esenciales en la educación y formación de las nuevas generaciones" (Artículo 35, Capítulo IV; Constitución de la República de Cuba; 1976), ya que el concepto manejado es "(…) centro de relaciones de la vida en común de hombre y mujer, entre estos y sus hijos y de todos con sus parientes, satisface hondos intereses humanos, afectivos y sociales de la persona. " (Código de Familia, Tercer Por Cuanto)
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