"Lo que la historia enseña es en realidad lo contrario de lo que el espíritu histórico proyecta en ella, no una progresión cada vez más consciente del hombre, sino, el retorno interrumpido de las mismas disposiciones nunca agotadas en el curso de generaciones sucesivas".
F. NIETZSCHE, Consideraciones Intempestivas. -Fragmento- (1873-1876).
Prefacio
El presente ensayo pretende reunir las ideas básicas que hemos confrontado a lo largo de este curso: Historia de México, Siglo XIX; tratar de vislumbrar las aportaciones que nos han dejado los autores para el trabajo individual es uno de nuestros propósitos principales. Señalamos que este curso, ha sido de las primeras aproximaciones agudas y profundas a la historia de México durante este periodo, siglo XIX; planteamientos y debates que han dejado una marca importante en nuestro trabajo, pues si algo nos dejo el curso, fue ver que hacer que el hombre pueda comprender la sociedad del pasado, e incrementar su dominio de la sociedad del presente, es una especie de doble función de la historia.
Nuestra formación como Historiadores nos ha limitado hasta cierto punto; sin embargo seguimos curiosos, preocupados e insistentes a que nuestra formación mejore y se complemente, y que en algún momento podamos manejar con comodidad, los métodos y enfoques de la historia y la antropología, la sociología, e inclusive otras ramas que nos acerquen al conocimiento del pasado, trabajar en conjunto, aplicar el conocimiento de sus preceptos teóricos básicos y poder entender los fenómenos sociales desde una perspectiva más amplia, compleja e interesante como es la tarea de la historia. Espero que este escrito registre nuestro interés personal y esfuerzo en esta nueva aventura (la historia del siglo XIX), pues deseamos que las reflexiones más importantes, y nuestro aporte en el trabajo sea genuino y demore en quedar caduco.
Durante el curso vislumbramos una seria de conceptos, muchos de los cuales portan grandes rasgos del pensamiento sociológico de Max Weber y lo que conocemos como Historia Política; los mismos que inspiraron nuestras reflexiones más elementales mientras suscitaban las sesiones; los debates inclinaron el pensamiento hacia ciertas temáticas de la cuales nos gustaría retroalimentar algunas, debatir y reflexionar sobre algunas otras, siempre con el objetivo crucial de brindar un aporte, pues consideramos que cada generación no se agota en sí misma, sino en su superación, en preparar algo mejor fuera de sí.
Dicho esto, en este breve texto precisamos y reflexionamos sobre las temáticas de la Identidad, sus procesos de adquisición, su reconocimiento, ¿qué procesos encontramos de trasfondo?; tales cuestiones se acercan a las problemáticas de la complejidad, de las continuidades y de las rupturas de la historia de México durante el siglo XIX. Los conceptos y categorías en los que mantendremos este debate, son intrínsecos a las ideas de la soberanía y de la nación propuesta por ciertos autores que recuperamos para el tratamiento de este escrito; profundizando en la idea de identidad, pues creemos que es una temática importante que podría explicar acontecimientos actuales sobre la misma idea o noción de la identidad tanto en México como en otros espacios.
Insistimos en que la identidad es importante en el contexto histórico que planteamos; pues apreciamos que la nación, en sentido histórico y sociológico, aparece siempre ligada a la identidad social en la medida en que esta resulta la interiorización distintiva y contrastante de la misma por los actores sociales, según el axioma: no hay naciones sin sujetos ni sujetos sin naciones, en este sentido, especulamos que la identidad puede ser el lado subjetivo que toda nación constituye en virtud de un juego dialectico permanente entre autoafirmación (de lo mismo y de lo propio) en y por la diferencia. Un debate en el que a continuación pretendemos profundizar.
Introducción
Recordando lecturas de Tomás Pérez Vejo; Elegía Criolla; nos percatamos que "nuestros ancestros son sólo una elección. Elegimos nuestros antepasados como elegimos nuestros nombres. Somos descendientes de quienes decimos descender no de quienes descendemos"[1]. Dicho de otro modo, muchas veces la identidad que se proclama esta calcada –en negativo- de la del adversario.
En su texto el autor insiste en que la idea de que "no existían naciones, en el sentido moderno del término, en el momento del estallido de las guerras de la independencia. Las naciones no fueron la causa de las guerras de independencia sino su consecuencia. En el origen de éstas no hay un problema nacional, de naciones en conflictos, sino un conflicto de soberanía sobre quién tenía derecho a gobernar en ausencia del monarca. El final del proceso fue la conversión de la nación en sujeto único y excluyente de legitimación del ejercicio del poder, pero esto fue la consecuencia, no la causa"[2].
Lo anterior nos informa sobre la conformación de los conceptos clave de los que se ocupara el autor –nación, patria– y su conformación en el imaginario colectivo de la sociedad de siglo XIX: "La posterior historiografía nacional, y nacionalista, de los diversos países hispanoamericanos no hará sino reafirmar esta extraña visión en la que las guerras de independencia no sólo se convierten en la liberación de naciones preexistentes, cosa ya harto inverosímil, sino también, en algunos casos, en la recuperación de la soberanía original perdida a manos de los conquistadores, algo más inverosímil todavía dada la filiación étnico-cultural de la mayoría de los héroes de las independencias americanas"[3].
Vejo enfatiza que se genera una continuidad histórica entre las organizaciones políticas prehispánicas y los nuevos Estados-nación surgidos de la independencia y, sobre todo, una continuidad afectiva sentimental entre los pueblos indígenas y los criollos que proclamaron la independencia. Podemos ver como inicia un proceso de aprensión de la realidad, de la condición social de la época y de los rasgos culturales, se da una identificación, un arraigo, un apego socio territorial; se sientan las bases para la edificación de una identidad nacional, ya sea ficticia, imaginada, inventada, o quizá real.
El autor propone que "a partir de los nuevos planteamientos de la teoría política sobre el problema de la nación, proponer un nuevo marco interpretativo general sobre las llamadas guerras de independencia americanas"[4], en este contexto sostiene que no eran las naciones quienes construían los Estados sino los Estados quienes edificaban, inventaban a las naciones; y que es evidente que las últimas décadas del siglo XVIII vieron un auge del patriotismo, del patriotismo a secas no específicamente criollo, definido por el amor a la patria; una especie de virtuosísimo basado en emocionalidad y residuos del romanciticismo decimonónico. El problema está en confundirlo con una especie de protonacionalismo, afirma Vejo.
Está claro entonces que; lo que hizo del patriotismo algo cercano a la nación fue la identificación patria-nación, también una consecuencia de las guerras de independencia y no su causa; con esta idea central el autor propone una nueva forma de concebir la idea de nación: "la solución es la reescritura de la historia. Los vencedores imponen un relato sobre el pasado cuyo objetivo, en general no explícito, es lograr que la guerra pierda su carácter de conflicto civil y pase a imaginarse, y a nombrarse, como una guerra de independencia o una revolución. En este proceso los vencidos pierden la condición de rivales legítimos y la derrota conlleva no sólo la pérdida de la guerra sino también, lo que es más importante, la de la legitimidad del discurso[5]
Se da un proceso de transformar, mutar al enemigo en extranjero y a la guerra civil en guerra de independencia, de esta forma se cumple una doble función: la de deslegitimación y la vez la de legitimación. En la memoria colectiva el enfrentamiento fratricida es sustituido por una lucha entre ellos y nosotros, en la que ellos, los invasores, no forman parte de la fratría nacional. Como consecuencia, derramar su sangre, incluso exterminarlos, aparece justificado como un bien superior. Hay que recordar que el topos clásico de «bello es morir por la patria» tiende a convertirse, con gran facilidad, en «bello es matar por la patria», en palabras del autor citado: "Siempre es más fácil matar que morir y cuando los que mueren son ellos, los que no forman parte del nosotros comunitario, la muerte aparece como moralmente justa"[6]. Una idea que nos recuerda alguna reflexión de Oscar Wilde: "el patriotismo es la virtud de los asesinos".
El análisis que realiza el autor del concepto nación y su trasfondo, nos informa como estas realidades han sido manipuladas a través de la historia, y ponen en tela de juicio los preceptos con los que hemos conocido nuestra historia nacional, sin descartar si quiera que este modelo que aplica Vejo sea aplicable a otras paradojas históricas en diversos países del globo. Más aún partimos de su texto inicial por algunas razones que quisiéramos dejar claras; es en este punto donde nuestras reflexiones en torno a la identidad y su proceso creativo: "inventivo" aparece de forma semejante en nuestro pensamiento, y es en este sentido que podemos ver como la identidad en esta época estaba fundada en una "consanguinidad imaginada" y así mismo sobre la identidad regional, una especie de representación valorizada de las propias regiones (y su consecuente apego a la misma) de donde consideramos; resulta un sentimiento de autoestima, de solidaridad a nivel regional y la capacidad de movilización en vista del desarrollo de las regiones.
Otro punto que nos gustaría rescatar en este trabajo, ha sido inspirado por las precisiones conceptuales que realiza Vejo acerca de la memoria colectiva, pues consideramos importante discutir acerca de su naturaleza, así como de sus mecanismos de construcción, y poder dilucidar que para este momento histórico (siglo XIX) la memoria colectiva representa una construcción ideológica de los grupos sociales ante la necesidad de cohesionar a sus miembros y darles un sentido de identidad y pertenencia; sin olvidar que esta memoria constantemente se reformula y actualiza para hacer frente a los conflictos que se viven, es decir, los recuerdos se van reinventando de acuerdo a las condiciones de poder[7]("Capacidad de influir efectivamente sobre las personas y sobre las cosas recurriendo a una gama de medios que se extiende desde la persuasión hasta la coerción; voluntad propia en una acción en común aun existiendo una oposición") que se viven para legitimar su presencia, por lo tanto es una constante reinvención de los grupos sociales y tiene sus fronteras en las condiciones políticas del momento en que se vive.
No debemos omitir, que si bien este texto nos ayuda a nuestras reflexiones y apuestas, otros autores participan; entre ellos hemos rescatado algunas ideas centrales para profundizar en la temática de identidad nacional en siglo XIX; tales autores son: François-Xavier Guerra, Horst Pietschmann, Antonio Annino y José Carlos Chiaramonte; pues desde nuestro punto de vista y desde la necesidad de nuestras interrogantes, son autores que más profundizan en las ideas de nación y por ende de la identidad, nuestro tema central.
Desarrollo analítico
Se dice que cada país tiene su trauma nacional, su fantasma histórico que lo aqueja; y que muchas veces no ha logrado subsanarse, desaparecer, y que incluso desde la génesis de los pueblos ha sido el reflejo de las distintas formas y expresiones de violencia o inconformidad que atraviesan a una sociedad en ese tránsito por construir nación, en el intento por recuperar derechos y facultades perdidas, restablecer el orden o mantenerse en el poder.
Pero no se trata de borrar de tajo el pasado, las intrigas y pasiones entre grupos supuestamente rivales, las luchas internas y los contragolpes, los gritos de libertad que derramaron tanta sangre, así como tampoco es conveniente buscar culpables o usurpadores en un encuentro entre dos mundos, que para muchos, como pudimos vislumbrar en nuestro curso sólo creó sentimientos de ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación, y para otros un estado de ensoñación, la posibilidad de imaginar qué hubiera pasado de no haberse producido la ruptura o lamentarse por ella.[8]
Es por ello que estudiar las distintas manifestaciones que pudieron conducir a la independencia nacional debe convertirse en objeto de múltiples miradas y reflexiones, como las que propone Tomás Pérez Vejo en sus obras; siempre que éstas sean en doble vía, es decir, sin desconocer las relaciones e intereses que se tejieron entre la metrópoli y las provincias de ultramar hasta el momento de la ruptura, ruptura que puede considerarse como el tránsito hacia la conformación de un Estado republicano que apostó por su autonomía política, que como pudimos ver en el paseo histórico del curso México siglo XIXI; primero a partir de juntas que proclamaron para sí el derecho de autogobernarse en ausencia de Fernando VII y ante la amenaza latente del imperio de Bonaparte, y posteriormente en el intento por establecer un nuevo tipo de organización social, un Estado soberano, independiente, autosuficiente y geográficamente delimitado; factores que como veremos a continuación edifican la imagen de una identidad nacional, territorial. [9]
El resultado de la larga crisis colonial y de la creciente toma de conciencia de los habitantes de las ciudades, villas y pueblos abonaron el campo en el que florecería tiempo después la Independencia, pero es preciso recordar que en esa siembra, como ya es costumbre, muchas manos plantaron las semillas y tan solo unas pocas se encargaron de recogerlas.
En el curso Historia de México Siglo XIX, pudimos observar como la transición del régimen monárquico al republicano obligaba a pensar en manos de quién debería recaer la soberanía. De allí la fuerza de los cabildos, encargados de asumir la representatividad del pueblo; pero el camino no fue fácil, pues en cada una de las localidades ya se habían fraguado intereses y aspiraciones autonómicas que dificultaban la marcha hacia la consolidación estatal y hacia la unificación de una identidad compartida por los diferentes grupos. Resultará exagerado hacer alusión al momento en que se dio el encuentro entre los dos mundos, pero incluso en la alborada de esta etapa se pueden percibir ritmos dispares, antagonismos e intereses económicos, territoriales y políticos que impidieron que los dos mundos se fundieran en uno solo de manera permanente, obligándoles a asumir su propia autodeterminación nacional y por ende a crear una supuesta o posible identidad nacional.
Queremos mencionar que las reflexiones y debates sostenidos en clase han inspirado en quien esto escribe, ideas nuevas y reformulaciones novedosas en los contextos de la historia del siglo XIX. Es muy oportuno ver otros enfoques como historiadores y de algún modo "romper con lo previamente establecido" en el conocimiento y la producción de la historia de México.
Compartimos una tesis importante expuesta en Elegía Criolla: "No existían naciones, en el sentido moderno del término, en el momento del estallido de las guerras de la independencia. Las naciones no fueron la causa de las guerras de independencia sino su consecuencia. En el origen de éstas no hay un problema nacional, de naciones en conflictos, sino un conflicto de soberanía sobre quién tenía derecho a gobernar en ausencia del monarca. El final del proceso fue la conversión de la nación en sujeto único y excluyente de legitimación del ejercicio del poder, pero esto fue la consecuencia, no la causa"[10].
En el contenido de Elegía Criolla, rescatamos una premisa más: "no eran las naciones quienes construían los Estados sino los Estados quienes inventaban las naciones"; lo anterior nos guía al tema de la nación, se dice que "no hay patria sin nación ni nación sin patria. No es posible, en realidad ni siquiera imaginable, una nación que no tenga las mismas leyes; ni una patria que no esté formada por los que tienen el mismo origen y forma de vida[11]En este contexto reflexionamos; la identidad para esta época no radica en la simplicidad del "o bien esto o bien aquello" sino en la diversidad de "a la vez esto y aquello".[12] La identidad podemos ver en este siglo, comparte no solo una multiplicidad de facetas, pertenencias y dependencias. Ella contiene multiplicidad y unidad, originalidad y conformidad, serialidad; pero sobre todo unidad, pues necesita del otro por reproducción y, eventualmente comunicación. Ya que basta recordar la noción que para estos momentos simboliza la patria: "no es otra cosa que la dulce unión que ata a un ciudadano con otro por los indisolubles vínculos de un mismo suelo, una misma lengua, unas propias leyes, una religión inmaculada, un gobierno, un rey[13]
De acuerdo a las anteriores reflexiones, a partir de este momento histórico no hay patria sin nación ni nación sin patria. No es posible, en realidad ni siquiera imaginable, una nación que no tenga las mismas leyes; ni una patria que no esté formada por los que tienen el mismo origen y forma de vida. Nuevamente la idea de identidad emana en el trasfondo de los sucesos; pues podemos ver, de acuerdo a lo anterior, como esta identidad en constante construcción asume sus caracteres de unidad, de unicidad e inclusive de invariancia, lo que consideramos la convierte a la vez en realidad e ilusión absolutas.
Retroalimentemos nuevamente la noción de patria. Patria, "la amable patria", no es otra cosa que la dulce unión que ata a un ciudadano con los otros; y en este sentido la identidad esta atribuida siempre en primera instancia a una unidad distinguible. Es de precisar que en la teoría filosófica –dice H. Heinrich- la identidad es un predicado que tiene una función particular; por medio de él una cosa u objeto particular se distingue como tal de las demás de su misma especie[14]
Ahora bien, durante cierto tiempo la escuela de los Annales y la historiografía anglosajona continuaron con ciertas tendencias a concentrarse sobre lo imperial; lo que había imposibilitado ver las relaciones más agudas entre sociedad, instituciones, economía, y su aproximación intrínseca con el estado y su incidencia política. Horst Pietschmann en su texto "Los principios rectores de organización estatal en las indias", toma en cuenta los enfoques teóricos, conceptuales y categorías sugeridas por Max Weber; pues hace hincapié en lo que Weber llamaría "Estructuras y Unidades de Poder"; el autor plasma un interés por entender el entramado político y relacionarlo con el cotidiano de las metrópolis. Vislumbrando los intereses anteriores, colocando cierta atención a las incidencias del estado, la sociedad y la economía; se pudo vislumbrar nuevas identidades históricas. Es decir, se destaca la incorporación y participación social del Criollo, pues esta dependió de las estructuras socioeconómicas que siempre estaban trastocando la vida cotidiana y a su vez eran estas las que les asignaban ciertos roles (obligaciones) y ciertos statutos (derechos) a estas personas, lo que posibilita comprender la creación de nuevas "entidades" e identidades durante este siglo; estos nuevos roles y por ende la adquisición de nuevos status en el cotidiano social; explican como una identidad se forma, se mantiene y se manifiesta en y por los procesos de interacción y comunicación social. En suma, no basta que las personas se percibieran como distintas bajo algún aspecto, también tiene que ser percibidas y reconocidas como tales, en este sentido, podemos observar como toda identidad colectiva requería de la sanción del reconocimiento social para existir públicamente[15]
Para ello Pietschmann contempla una idea clave, que nos ayuda a nuestras reflexiones: las "mentalidades criollas distintas" o más bien desiguales, pues pese a pertenecer a la misma "clase social" los roles y status, y más aún, las personalidades, la cultura, las ideas, las metas de estas personas eran totalmente diversas. Una especie de "etiqueta" en las identidades, pues pese a que el sujeto sociohistorico se pueda auto identificar en forma autónoma, su diversidad e identidad ha sido fijada por los otros. Esto nos habla de las pertenencias sociales[16]Pero reflexionando al respecto nos preguntamos ¿Qué significa la pertenencia social para esta época? Si bien sabemos que para la época la individualidad no tenía sentido ni cabida, sabemos también que los ciudadanos eran los portadores de identidad y simbolismo, y quienes conformaban a las naciones articulando un territorio; en este contexto, consideramos que la pertenencia social, implica la inclusión de los individuos en una colectividad hacia la cual se experimenta un sentimiento de lealtad; pero sobre todo mediante la apropiación e interiorización al menos parcial del complejo simbólico que funge como emblema de la colectividad en cuestión. De este modo, la pertenencia social es uno de los criterios básicos de "distinguibilidad" de las personas y los grupos en el sentido de que a través de ella los individuos internalizan en forma idiosincrásica e individualizadas las representaciones sociales de su grupo de pertenencia o de referencia.
Lo anterior quizá puede explicarse también desde lo propuesto por José Carlos Chiaramonte, en su texto "Modificación del pacto imperial". Donde se centra en rebatir el proyecto de construcción de la nación moderna. Chiaramonte parte de algunas premisas importantes; en primer lugar se aclara que no debe suponerse que la independencia genera las distintas naciones existentes (temas profundizados por Tomás Pérez Vejo). Los pasos iniciales de los movimientos independistas muestran la emergencia de distintas soberanías en reemplazo, de la soberanía del monarca y como respuesta al problema de legitimidad ("Capacidad del sistema para engendrar y mantener la creencia de que las instituciones políticas existentes son las más apropiadas para la sociedad[17]es decir, a la necesidad de fundar una nueva autoridad legítima, aunque esas nuevas autoridades sean transitorias suplencias del monarca cautivo.
A lo largo del trabajo observamos una complicación de vocablos derivados de la palabra nación y de la palabra estado: decir que es la soberanía en una sociedad de hombres reunidos bajo unas mismas leyes, costumbres y gobierno emerge pretensiones autonómicas que apuntan frecuentemente a formas confedérales y surgen otros también que apuntan a formas de estados centralistas. La 1º de esas pretensiones eran fundamentadas por sostenedores de la doctrina "reasunción" del poder al pueblo y la 2º estaba apoyada en la posición privilegiada que la R. Borbónica había conferido a las ciudades sede de las autoridades principales[18]
La cuestión ahora es la organización de nuevos estados soberanos y no el de dar forma estatal a algunas naciones persistentes. En los procesos políticos abiertos la independencia no existió la cuestión de la nacionalidad que se instalara en correspondencia con la difusión del romanticismo. Ya que fueron distintos poderes regionales constituidos en cabildos, los que resistieron al cambio borbónico y llevarían a la conformación de los futuros gobiernos independientes; regidos por una lógica autonómica[19]por lo tanto desencadenarían también una lógica identitaria diversa.
Pues como sabemos la soberanía para estos momentos implica el ejercicio y practica de las mismas leyes, tradiciones, costumbres y formas de gobierno, una misma cultura, soberanía entonces, se puede traducir como la portadora y condicionante de una identidad, es decir, cuando la soberanía empezó a residir en las poblaciones y no en el monarca la noción de nación se refería más exactamente a compartir un mismo origen y un mismo idioma / lengua; y especialmente, gente constituida bajo un mismo gobierno. Aclara Chiaramonte en su texto, que a partir de ciertas rupturas y procesos el gobierno de los pueblos pertenece a ellos mismos, entonces, sin pueblo el imperio no puede gobernar. Recordemos también, en este contexto, que a menudo la identidad de tipo regional o local es estimulante para sus habitantes, pues suscita orgullo y adhesión, una fuente de cohesión a nivel regional, una voluntad de actuar a favor de su región, sin duda esta identidad expresada en el trasfondo por los diversos pueblos en el XIX fue raramente unánime, lo que es emblema para unos, es estigma para otros.
Lo anterior conduce a dilucidar, como lo mencionamos arriba, a los fenómenos de autonomías locales, lo que llevaría a las Independencias; Cabildos, corporaciones municipales, etc; una conciencia de autogobierno de los pueblos y al nacimiento de una nueva organización social y por ende nuevas identidades colectivas y singulares; pues consideramos que en todas las épocas hubo gente que hiso pensar que había entonces una sola pertenencia primordial tan superior a las demás en todas las circunstancias que estaba justificado denominarla "identidad", la religión para algunos, la nación o la clase social para otros.
Basado en las reflexiones anteriores, dilucidamos que la identidad para el XIX, más que apostar por las múltiples identidades de los pueblos, fue una creación de carácter colectivo, cultural, en continuo devenir, una creatividad permanente por parte de los grupos dirigentes, una exploración incansable; en este proceso, los diferentes grupos se proyectan en un porvenir social común. Lo que podemos observar desde nuestra óptica para el XIX, es que muchos grupos entraron en relación con otros, pero algunos buscando permanecer fieles a sí mismos.
Para tratar de ejemplificar la reflexión antes compartida, citamos a Françoise-Xavier Guerra, pues en su texto "Modernidad e Independencias Ensayos sobre las revoluciones hispánicas", hace referencia al nacimiento de una comunidad nueva, fundada en la asociación libre de los habitantes de un país, esta nación es ya soberana, claramente observamos diversas variables entre ambas, la primera hablando de estamentos o los individuos; y la segunda hablando de una nación plural. Pero que en todos los aspectos el término Nación se referirá al conjunto de la Monarquía. Pero a diferencia de la concepción antigua, los modernos ven a esta nación como una "unión voluntaria de individuos autónomos e iguales"; ideas con un trasfondo "moderno". Esta confrontación de concepciones provoca el triunfo de la concepción moderna, cuyo objetivo era la transformación radical del imaginario social; una nueva organización social y política.
La concepto pueblo aparece, y su concepción es discutida por Guerra: "al principio se interpretaba este término como si se tratara de un actor real, de modo que el pueblo mencionado en los discursos y relatos del siglo XIX efectivamente hablaba, deseaba o actuaba y por añadidura, de forma unánime[20]Es decir, se aplica a la decisión u opinión que es común a todos los miembros del grupo de personas, se aplica al conjunto de personas que tienen la misma opinión o sentimiento, dicho de otro modo, es lo relativo a las opiniones o decisiones compartidas por todos los miembros del grupo. Y con estas premisas, consideramos que es en este contexto donde las relaciones interpersonales e intergrupos, forjan las identidades de los mismos actores, la transformación de estas relaciones hace que las identidades se vuelvan caducas y requieran en algún momento la elaboración de nuevas identidades.
Guerra precisa la concepción categórica de ciudadano, "igual independencia del individuo y a su dignidad". Esta concepción de individuo, hace referencia a la superioridad de las élites, las cuales comienzan a descalificar a quienes puedan acceder a las decisiones de la nación, y concluyen que sólo los propietarios o hombres de conocimiento pueden entender este interés de la patria, y que los campesinos o proletarios, sólo están para dar hijos y/o que defiendan la patria en caso de ser necesario; es una noción de ligar derechos con la propiedad o el prestigio.
Así se buscaba definir al "ciudadano" que buscaba ligarse con la concepción antigua y que estaba en contradicción con esa idea de un individuo sin cualidades ni comprensión, pero que gracias al medio y al conocimiento que tiene de este, recupera su capacidad de movilización. Y es en esta parte donde rescatamos parte de nuestras reflexiones centrales, al poder dilucidar, que el "ciudadano" hace uso de la memoria colectiva; pues esta permite hacer la unión entre herencia e identidad, además permite que dilucidemos como en el siglo XIX la historia y el "patrimonio" intervienen en la dinámica social, pues se hace uso de la historia por parte del grupo. Así, la memoria colectiva es una imagen del pasado edificada por la colectividad[21]Podemos observar con los ejemplos antes citados, que la función primordial de memoria colectiva para los grupos del XIX fue actuar de tal manera que los cambios se resolvieran en semejanzas que constituyen los rasgos fundamentales del grupo y posibilita su movilización en el cotidiano social para el accionar político, económico y cultural.
En este contexto, la memoria colectiva formo parte de los elementos culturales de los distintos y diversos grupos de sujetos sociales durante el siglo XIX, y consideramos, después de nuestras arduas lecturas, que esta permitió la identificación de los grupos sociales, ayudando a explicar quién es el nosotros y quiénes son ellos. Así durante el XIX, los distintos grupos fincaron parte de su cohesión en la construcción de una memoria colectiva; de este modo, en los múltiples ejemplos leídos en el curso (Historia de México Siglo XIX), en los profundos análisis, dilucidamos como la facultad de recordar de los grupos y a la vez de dejar huella, es el rostro de los recuerdos del pueblo con base en sus experiencias, lo vivido, pero también lo heredado de generación en generación, o mejor dicho, de aquellos elementos históricos que se hacen propios interiorizándolos. Es un inmenso repertorio de discursos que nos hablan de las costumbres, de las relaciones y lucha por el poder, y por ende, de las identidades sociales, pues consideramos que la identidad social se define y afirma en la diferencia.
Consideramos también que para el siglo XIX la memoria colectiva llego a convertirse en un instrumento de reclutamiento y de movilización en los momentos en que se vieron afectados los intereses de los distintos grupos, pues recordemos que no solo había una memoria colectiva perteneciente a los grupos étnicos o criollos, etc. Sino que hablamos de múltiples relatos y discursos de los que la conforman (también recordemos las corrientes romanticistas e historicistas que están en auge en Europa, buscando la reivindicación y justificación de una identidad histórica), según los sujetos sociales y el contexto político en el que se desarrollaron.
Ahora bien, siguiendo con nuestro análisis dentro de la temática de la identidad, pasamos a citar un último autor, Antonio Annino y su texto "Soberanías en Lucha"; un texto donde si bien la soberanía es el tema primordial, podemos dilucidar que no solo fue una lucha por ejercer la soberanía y establecer el poder, sino una lucha de identidades que se trastocan y se reivindican de forma singular. Annino en su texto explica la ambivalencia de la herencia colonial; cuestión importante si se quiere comprender el entramado cultural de las identidades de la época. Las elites gobernantes del continente, tuvieron una nueva visión de la independencia en la primera mitad del siglo XIX: el movimiento emancipador fue traicionado por un nuevo actor político, el caudillo (en palabras de Weber, este posible: "líder carismático, símbolo de la identidad y lucha, expresión de la conciencia política y resistencia cultural[22]adquirió un poder arbitrario y personal que limito la soberanía de todas las leyes e instauro un nueva categoría a cotidiano político: la anarquía. Con estos personajes retorna el poder arbitrario y despótico de la colonia, que el movimiento emancipador había logrado vencer.
Ahora bien, para el pensamiento liberal de fines de siglo, el proceso de formación del estado nacional continuaba, pues sabemos que con la emancipación de España se había permitido el nacimiento de una soberanía, sin embargo este desarrollo fue obstaculizado por el personalismo político, cuya naturaleza represento un problema para la nueva libertad. Por ejemplo, en las repúblicas con un fuerte número de personas indígenas se pensó que los indios serian un obstáculo para ejercer dicha soberanía, porque sus valores, es decir, su lógica cultural, sus sistemas de normas y funciones, se oponían a los individualístico-hacendísticos de las elites[23]
Respecto a lo anterior, consideramos importantes proponer que la noción de nación, es en el trasfondo de los hechos, una comunidad política ("Un orden mediante un conjunto específico de hombres que aplicaran la coacción física y psíquica con el objeto de lograr una aceptación del orden o sancionar su transgresión[24]imaginada, e imaginada como intrínsecamente limitada y soberana.
Mas allá que la lógica cultural y política de las comunidades indígenas representaran un obstáculo para el ejercicio de la soberanía impuesta por las elites, dilucidamos en el trasfondo y reflexionamos; estos miembros de la nación más pequeña reducida (elites) nunca supieron mayor cosa de la mayoría de sus conciudadanos, no los conocieron y ni siquiera escucharon hablar de ellos, sin embargo en la mente de cada uno de ellos vive la imagen de su comunión. Recordando a Renán, el se refería a este tipo de imaginación con su habitual sutileza al escribir: "ahora bien, pertenece a la esencia de la nación en que todos los individuos tengan muchas cosas en común y también el que todos hayan olvidado muchas cosas"[25]; de igual forma Gellner apunta algo similar cuando afirma: "el nacionalismo no es el despertar de la naciones a la autoconciencia, más bien consiste en inventar naciones allí donde no existen"[26].
Sin darle mayor importancia a la posición de los autores antes citados, lo cierto es que en el trasfondo de nuestras formulaciones, queremos observar que el nacionalismo de la época se disfrazo bajo falsas pretensiones, que asimila a la vez "invención" a "fabricación" y quizá a "falsedad" en lugar de asimilarla a "imaginación" y "creación". De este modo podemos ver como hubo comunidades "verdaderas" contrapuestas ventajosamente a las naciones.
En este sentido, se puede entender la forma percibir la edificación del estado nación por parte de los grupos dirigentes, se observa que fue una percepción dual: un espacio constitucional identificado con las principales áreas urbanas y por otro lado, un espacio mucho más extenso, y no constitucionalizado, caracterizado por la ruralidad. Se entiende que aún se continuaba con la idea tradicionalista católica del siglo XVI, donde se concibe a las ciudades como la cuna de la civilización.
Y es así, la nación "imaginada", inventada, una comunidad, ya que pese a la desigualdad en diferentes contextos, y explotación que puede prevalecer, pues tenemos la impresión de que la identidad se concibió siempre durante el XIX, como una condición común y englobante, no es una invención estatal. El discurso de las comunidades pre-estatales establece ya este tipo de identidad; ya que consideramos que el discurso social común, es un documento de identidad, las prácticas y representaciones comunes son signos de reconocimiento y manifiestan una identidad colectiva; es decir, el discurso común es de todos. Consideramos que como las necesidades, las identidades para el XIX son una modalidad del discurso común, y se trata de una modalidad ya no relacionado solo con la pareja producción/consumo, más aún, con la pareja estado/clase-estatuto. De este modo la identidad se circunscribe a un Estado, dentro del cual se practica el discurso común; las identidades diferenciales dicen algo acerca de la organización subterránea de las clases-estatuto en el interior de dicha colectividad.
Retornando al texto antes citado de Annino; él precisa que el liberalismo criollo adopto una concepción de la soberanía y del estado parecida a la francesa pos revolucionaría, no muy distinta a la borbónica española, pues ambas concepciones de la soberanía liberal criolla eran monistas, distintas de la anglosajona y también de la del periodo de los Habsburgo. Sin embargo la tradición de los Habsburgo sobrevivió en la mentalidad colectiva Hispanoamericana tras la caída del Imperio, y con ello la idea del estado mixto, con una soberanía repartida entre corona y estados, estas ideas se transformaron en un componente orgánico, funcional, del contractualismo hispánico. [27]
Este aspecto se desarrollo con eficacia en las indias, donde el modelo sociopolítico de un estado mixto se consolido, esto, por la existencia de autonomías territoriales y corporativas, y por lo tanto en lógicas identitarias socios territoriales y sociopolíticos singulares. Lo anterior contribuyo a consolidar, a su vez, la práctica de los valores colectivos autóctonos, es decir, los modelos culturales de cada territorio se ajustaron de forma funcional en el estado mixto indiano-colonial. [28]
Dicho esto, nuestra idea de identidad común o englobante surge de nuevo, pues nos damos cuenta que gracias a ella se da un fenómeno: la nación se ajusta a las exigencias de su creador; el Estado.
Continuando con nuestro concepto (identidad englobante) precisamos que la lengua, los usos y costumbres, los dioses comunes, el territorio ocupado, el habito de la vida en común, las tradiciones históricas o legendarias de ahí derivadas, y otras diversas características por el estilo, se encuentran, en dosis variables, en la definición de todas las identidades colectivas, desde la comunidad más "primitiva" hasta la más nacionalista de las naciones por que se tratan de rasgos que describen un discurso social común.
En análisis que realiza nuestro autor (A. Annino), precisa que existían como dos Américas, la de los cabildos providenciales que no poseen una jurisdicción plena sobre los propios territorios rurales, y la de los cabildos que conservan este poder desde el siglo XVI (Herencia colonial) y que logran defender sus prerrogativas frente al estado absolutista español; nuevamente la memoria colectiva hace su trabajo en la edificación de la historia de los hombres[29]
Ahora bien, plantea Annino, distinguir entre un espacio urbano no colonial y un espacio colonial no urbano ayuda a comprender la lógica de los cabildos (de los cuales hemos hecho hincapié de su importancia) trasplantados en América, pues desarrollaron funciones distintas: fueron un instrumento para organizar los intereses del sector blanco, y a su vez, contribuyeron a la reestructuración del sector indio. El cabildo indio tuvo un papel importante en este largo proceso de reajuste del territorio étnico, por que los sistemas de cargos y de jerarquías internas permitieron a las comunidades organizar el control de sus recursos materiales e inmateriales. Annino alude, que los estudios coinciden en que la idea de territorio de las antiguas culturas indígenas no se perdió durante la colonia sino que se redefinieron en nuevos contextos[30]
En los ejemplos anteriores vemos como ciertas identidades diferenciales a nivel cultural y político a floran durante este momento, sin embargo, de trasfondo hay un discurso social común. Como apunta Bourdieu, estas identidades se señalan por "el conjunto de actos sociales que, aun sin quererlo ni saberlo, traducen a los ojos de los demás y, sobre todo de los "extranjeros" una posición diferente en toda sociedad"[31]. Es decir, la diferenciación social va creciendo conforme la red se torna más compleja, aunque debemos recordar, que el discurso social común, ordena y organiza estas diferencias.
Por ejemplo; sabemos que a finales del XVIII hubo fragmentaciones políticas y re agregaciones que conflicto el mundo indio, en Centroamérica por ejemplo, las comunidades solicitaron constituirse en repúblicas, las motivaciones eran de dos tipos: conflicto con los caciques y conflicto por el control de los recursos dentro de su territorio. Una república, se precisa, necesita nuevos cargos, y una expansión de la clase de los principales, y no necesariamente ligados a linajes caciquiles. Surge así una fragmentación y se da una re agregación étnica, es decir, todo se re ordena.
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