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Estereotipos de Género (página 2)

Enviado por mario anderson moreno


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"Hacer justicia donde hay explotación requiere reorganizar las instituciones y las prácticas de toma de decisiones, modificar la división del trabajo, y tomar medidas similares para el cambio institucional, estructural y cultural" (Young, 1990)

Konlberg considera esencial comprender la estructura del razonamiento frente a los dilemas morales En sus investigaciones se centra en los razonamientos morales, es decir, en las razones que tienen las personas para elegir una u otra acción. El autor sostiene que la secuencia de etapas del razonamiento moral es necesaria, y que se da en todas las culturas de la misma forma, por lo tanto, se trata de una teoría "universalisable".

Sobre este autor se ha discutido si las etapas del desarrollo moral siempre siguen el mismo orden y si son aplicables a todas las culturas; muchos teóricos sostienen que las etapas morales descritas son sólo aplicables a los hombres occidentales.

La principal objeción a esta teoría proviene de Murphy y Gilligan, sostienen que al responder dilemas morales, las preocupaciones y justificaciones de muchas mujeres se abordaban con "otra voz moral" ya que se enfrentan a los mismos dilemas molares pero desde otra perspectiva.

Carol Gilligan mantiene que esto se debe a que en lugar de concentrarse en el principio de justicia como hacen los varones, las mujeres se mueven en el "principio del cuidado". Se trata de una visión paralela al desarrollo moral que se centra en el otro concreto y se basa en la no violencia, en no generar daños a los otros.

En su acepción reciente más simple, "género" es sinónimo de "mujeres". En los últimos años, cierto número de libros y artículos cuya materia es la historia de las mujeres sustituyeron en sus títulos "mujeres" por "género". En esas ocasiones, el empleo de "género" trata de subrayar la seriedad académica de una obra, porque "género" suena más neutral y objetivo que "mujeres". "Género" parece ajustarse a la terminología científica de las ciencias sociales y se desmarca así de la controvertida política del feminismo. De este modo, el término "género" incluye a las mujeres sin nombrarlas y así parece no plantear amenazas críticas, por lo tanto el uso de esta terminología se puede considerar en cierto modo una búsqueda de la legitimidad académica por parte de las estudiosas feministas en la década de los ochenta.

Además, género se emplea también para designar las relaciones sociales entre sexos. Su uso explícito rechaza las explicaciones biológicas atendiendo únicamente al sexo, Género parece haberse convertido en una palabra particularmente útil a medida que los estudios sobre el sexo y la sexualidad han proliferado, porque ofrece un modo de diferenciar la limitación que ofrece el "sexo" a los roles sociales asignados a mujeres y hombres. De este modo, el género pasa a ser una forma de denotar las "construcciones culturales", el origen de los roles que se consideran apropiados para hombres y mujeres provienen únicamente de la sociedad.

Por lo tanto, las identidades de las personas por razón de sexo son totalmente subjetivas, alejándonos del determinismo biológico. Género es, según esta definición, una categoría social impuesta sobre un cuerpo sexuado.

Es en los años sesenta cuando realmente pueden ubicarse los orígenes de la preocupación experimental en las ciencias sociales por indagar en materia de estereotipos de género, si bien la euforia investigadora llegaría en los setenta. Algunas de las primeras investigaciones sobre desigualdad entre hombres y mujeres fueron las realizadas por Rosenkrantz, Broverman y sus colaboradores hacia 1968. Como indicaron Ruble y Ruble los Psychological Abstracts americanos recogían únicamente 150 estudios relacionados con los roles sexuales en el año 1965, número que aumentaría a 500 en el año 1975.

Hasta los años setenta, la investigación psicológica sobre las diferencias de sexo trató de encontrar las diferencias entre sujetos de distinto sexo así como las semejanzas entre los individuos que pertenecen a un mismo grupo sexual. Fue la obra de Maccoby y Jacklin, The Psychology of Sex Differences la que en 1974 y según Barberá (1991)

"marcará un hito en la investigación al delimitar lo que había de mito y de realidad en los estereotipos sexuales, respecto a la literatura aparecida con anterioridad a 1970".

A partir de los años setenta, las aproximaciones al problema fueron divergentes. Pastor y Martínez-Benlloch (1991) diferenciaban cuatro perspectivas teóricas en el estudio de las diferencias entre hombres y mujeres, que se resumen aquí brevemente:

a) Teorías del desarrollo de los roles de género: enfocadas a descubrir la importancia que tiene el desarrollo infantil de la persona en la construcción del yo y los roles de género que adopta. Se adscriben a esta orientación las teorías del aprendizaje social, de W. Mischel, las teorías del desarrollo cognitivo de l. Kohlberg y el enfoque psicoanalítico de N. Chodorow.

b) El interaccionismo simbólico: o interpretación psicológica de la significación de los símbolos sociales en la interacción social. Uno de los abanderados de esta perspectiva, es Erving Goffman, quien presta especial atención a la publicidad al considerarla como un marco escenificador de estos roles y de los estereotipos de género.

c) Teoría del rol social. La explicación de por qué varones y mujeres desarrollan diferentes habilidades, actitudes y creencias y les son adjudicados roles diferentes, es encontrada por esta teoría básicamente en la división del trabajo. Dentro del grupo de teóricos adscritos a esta tendencia de estudio puede citarse a Alice H. Eagly, quien en 1987 publicó Sex differences in Social Behavior: A Social- Role Interpretation. Eagly afirmaba que no sólo los roles de género, sino también los estereotipos de género tienen sus raíces en la división del trabajo entre sexos.

d) Teorías socio-cognitivas: que explican la organización de la realidad y las relaciones entre los sexos, a partir de los procesos de categorización, concretamente la bicategorización por el sexo, cuya:

"…función dicotómica universaliza la distinción y división del género en dos clases y permite extender la aplicación de esta lógica a campos y dimensiones que se alejan de los criterios demarcadores de la sexuación biológica" (Pastor y Martínez-Benlloch, 1991).

Autores que han trabajado en esta perspectiva son M.C. Hurting y M.F. Pichelin.

En el estudio de los roles de género, Pastor y Martínez-Benlloch (1991) proponen tres niveles de análisis: la comparación entre roles, la interacción entre ellos y sus consecuencias. Comparación entre roles de aspectos como actividad definida, prestigio o poder; interacción entre roles, por ejemplo, entre el rol del trabajador y el rol parental; las asociaciones positivas o negativas de estos roles; y las consecuencias físicas y mentales de los roles para el sujeto.

Todos estos niveles de análisis podrían ser susceptibles de una investigación a partir de las representaciones sociales en los medios de comunicación e incluso, más concretamente, en la publicidad. Sin embargo, la perspectiva ha sido exclusivamente psicológica y no se han llevado a cabo estudios desde una óptica multifocal.

Entrando en la conceptualización del estereotipo, y siguiendo a Colom (1994), puede decirse que en el estudio de los estereotipos de género se han diseñado dos modelos teóricos: el clásico o descriptivo y el cognitivo. El primero de ellos presta atención al contenido de estos constructos mentales, mientras que el segundo se interesa por el proceso de la estereotipia y la estructura de los estereotipos.

CAPÍTULO III:

Roles de género

Todas las sociedades se estructuran y construyen su cultura en torno a la diferencia sexual de los individuos que la conforman, la cual determina también el destino de las personas, atribuyéndoles ciertas características y significados a las acciones que unas y otros deberán desempeñar –o se espera que desempeñen–, y que se han construido socialmente.

Los roles de género son conductas estereotipadas por la cultura, por tanto, pueden modificarse dado que son tareas o actividades que se espera realice una persona por el sexo al que pertenece. Por ejemplo, tradicionalmente se ha asignado a los hombres roles de políticos, mecánicos, jefes, etc., es decir, el rol productivo; y a las mujeres, el rol de amas de casa, maestras, enfermeras, etcétera (rol reproductivo) (INMUJERES, 2004).

De aquí surgen los conceptos de masculinidad y feminidad, los cuales determinan el comportamiento, las funciones, las oportunidades, la valoración y las relaciones entre mujeres y hombres. Es decir, el género responde a construcciones socioculturales susceptibles de modificarse dado que han sido aprendidas. En consecuencia, el sexo es biológico y el género se elabora socialmente, de manera que ser biológicamente diferente no implica ser socialmente desigual.

Lamas (2002) señala que "el papel (rol) de género se configura con el conjunto de normas y prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el comportamiento femenino o masculino. Aunque hay variantes de acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y hasta el estrato generacional de las personas, se puede sostener una división básica que corresponde a la división sexual del trabajo más primitiva: las mujeres paren a los hijos y, por lo tanto, los cuidan: entonces, lo femenino es lo maternal, lo doméstico, contrapuesto con lo masculino, que se identifica con lo público. La dicotomía masculino-femenino, con sus variantes establece estereotipos, las más de las veces rígidos, que condicionan los papeles y limitan las potencialidades humanas de las personas al estimular o reprimir los comportamientos en función de su adecuación al género". Según Lamas, el hecho de que mujeres y hombres sean diferentes anatómicamente los induce a creer que sus valores, cualidades intelectuales, aptitudes y actitudes también lo son. Las sociedades determinan las actividades de las mujeres y los hombres basadas en los estereotipos, estableciendo así una división sexual del trabajo.

Al conocer el sexo biológico de un recién nacido, los padres, los familiares y la sociedad suelen asignarles atributos creados por expectativas prefiguradas. Si es niña, esperan que sea bonita, tierna, delicada, entre otras características; y si es niño, que sea fuerte, valiente, intrépido, seguro y hasta conquistador (Delgado et al., 1998). A las niñas se les enseña a "jugar a la comidita" o a "las muñecas", así desde pequeñas, se les involucra en actividades domésticas que más adelante reproducirán en el hogar. De acuerdo con estas autoras, estos aprendizajes forman parte de la "educación" que deben recibir las mujeres para cumplir con las tareas que la sociedad espera de ellas en su vida adulta. En cambio, a los niños se les educa para que sean fuertes y no expresen sus sentimientos, porque "llorar es cosa de niñas", además de prohibirles ser débiles.

Estas son las bases sobre las que se construyen los estereotipos de género, reflejos simples de las creencias sociales y culturales sobre las actividades, los roles, rasgos, características o atributos que distinguen a las mujeres y a los hombres. Los estereotipos son concepciones preconcebidas acerca de cómo son y cómo deben comportarse las mujeres y los hombres (Delgado et al., 1998).

Estas creencias, sin embargo, no son elecciones conscientes que se puedan aceptar o rechazar de manera individual, sino que surgen del espacio colectivo, de la herencia familiar y de todos los ámbitos en que cada persona participe.

Se trata de una construcción social que comienza a partir del nacimiento de los individuos, quienes potencian ciertas características y habilidades según su sexo e inhiben otras, de manera que quienes los rodean, les dan un trato diferenciado que se refleja en cómo se relacionan con ellos, dando lugar a la discriminación de género.

No obstante, es mediante la interacción con otros medios que cada persona obtiene información nueva que la conduce a reafirmar o a replantear sus ideas de lo femenino y lo masculino.

LOS ESTEREOTIPOS Y LOS ROLES DE GÉNERO EN LA VIDA ADULTA

Durante siglos, en la cultura latinoamericana se han construido (igual que en otros contextos) estereotipos masculinos que caracterizan a los hombres como proveedores del hogar, jefes de familia y, en cierta medida, los que toman las decisiones.

Cuando el trabajo productivo se considera responsabilidad propia del varón, éste se encuentra en posición de controlar y manejar los recursos económicos y tecnológicos a los que está estrictamente ligado el ejercicio del poder, tanto público como privado. Por el contrario, el trabajo que la mujer efectúa en el hogar es de consumo inmediato y, por ello, invisible y no valorado económica ni socialmente (Loría, 1998).

En el ámbito público surgen las acciones vinculadas con la producción y la política, es aquí donde se definen las estructuras socioeconómicas de las sociedades y se constituye el espacio tradicionalmente masculino. En contraste, el espacio privado se reduce a la casa, cuyas acciones se vinculan a la familia y a lo doméstico, y donde las mujeres tienen un papel protagónico que no es valorado por la sociedad. Por consecuencia, el sistema dominante "naturaliza" las relaciones sociales de las mujeres y los hombres.

Precisamente uno de los ámbitos donde más influyen los roles de género es en el familiar, y específicamente en las relaciones de pareja. La Encuesta sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH, 2003 y 2006) presenta en sus dos versiones información valiosa acerca de las percepciones que tienen las mujeres de sus deberes, responsabilidades y obligaciones en el hogar, y del trato que deben recibir por parte de sus parejas (ambas encuestas indagan si la entrevistada padece o no situaciones de violencia de género).

Respecto a la opinión de las mujeres sobre los roles de género, datos de la ENDIREH 2003 señalan que 43 por ciento de las mujeres que no sufren violencia contestó que "una buena esposa debe obedecer a su pareja en todo lo que él ordene"; sin embargo, entre las que sufren violencia por parte de su pareja, la proporción es menor (36 por ciento). Esto podría evidenciar que la obediencia hacia el esposo genera menos violencia en la pareja; además de constatar que la asignación de los estereotipos continúa vigente en nuestra sociedad y, desafortunadamente, marcando pautas de conducta en detrimento de las mujeres.

USO DEL TIEMPO

Al interior del hogar la división de tareas entre mujeres y hombres es altamente diferenciada; es en este espacio donde se vislumbran claramente los roles o estereotipos de género construidos por nuestra cultura a lo largo de la historia, y que se reproducen socialmente día con día.

Algunos de estos estereotipos confinan a la mujer en el papel de ama de casa y al hombre, en el de proveedor, división que reduce a la mujer al ámbito privado y deja al varón el dominio del ámbito público, de lo cual se desprende la escasa participación política y social de las mujeres (Loría, 1998).

Una reflexión basada en los resultados proporcionados por ENRIDEH es que las mujeres, independientemente de que trabajen o no en actividades remuneradas, participan en mayor medida que los hombres en el trabajo doméstico. Aunque pequeñas, existen algunas diferencias cuando la mujer trabaja dentro y fuera del hogar. Por ejemplo, las mujeres que no participan en actividades remuneradas dedican un promedio de cinco horas más a la semana al trabajo doméstico que las que sí trabajan fuera del hogar, y cuando se trata del "pago de trámites y servicios", las horas semanales que corresponden a las labores domésticas se incrementan si trabajan fuera de casa.

Con excepción de la "reparación de bienes o la construcción de la vivienda", las mujeres dedican en promedio más horas semanales a las actividades domésticas que sus parejas conyugales, siendo "la limpieza de la vivienda" y el "cuidado de los hijos(as) y apoyo a otros miembros del hogar" las que les demandan mayor inversión de tiempo. Para las mujeres que no trabajan fuera del hogar, la primera actividad les lleva 20 horas semanales y 16 la segunda; y las que trabajan en actividades remuneradas, entre 15 y 12 horas, respectivamente.

"Cocinar o preparar los alimentos" para la familia es una labor que requiere de tiempo: las mujeres que no trabajan extra domésticamente le asignan en promedio 15 horas, y las que sí trabajan fuera del hogar, 12 horas.

Los varones incrementan su participación en las labores domésticas cuando su pareja trabaja extra domésticamente, debido quizás a una distribución de tareas que intenta ser más equitativa. Únicamente en el rubro "reparación de bienes o construcción de la vivienda", es mayor el promedio de horas que dedican los hombres cuya esposa o pareja no trabaja por un pago remunerado.

OPINIONES Y CRITERIOS DE LAS MUJERES Y LOS HOMBRES ACERCA DE SUS ROLES

Una de las fuentes importante que ha aportado datos relevantes sobre los estereotipos de género son los de la encuesta Observatorio sobre la Situación de la Mujer en México 1999, donde en general los hombres opinan que "no estarían dispuestos a dedicarse al cuidado de la casa mientras que su esposa trabaja". No obstante, el porcentaje de los que sí lo harían es mayor entre los más jóvenes y los mayores de 45 años, que entre los de 35 a 44 años.

Asimismo, el comportamiento de las mujeres es semejante en los cuatro grupos de edad, pues más de la mitad opinó lo mismo. Sin embargo, la proporción de las que "sí estarían dispuestas a que el hombre se dedique al cuidado de la casa y la mujer a trabajar" es mayor entre las generaciones más jóvenes. Estas cifras refuerzan el argumento de que los hombres de 35 a 44 años y las mujeres de 45 y más, tienen cierta predilección por conservar los roles que les han sido asignados por su sexo a lo largo de su vida.

Con respecto a la opinión acerca del rol del "hombre como único proveedor del hogar", existe una mayor aceptación entre los hombres que trabajan (42 por ciento) que entre los que no lo hacen (39 por ciento). Es probable que ante la necesidad de contar con otro ingreso en el hogar, más hombres que trabajan consideren la pertinencia de que otros miembros contribuyan al gasto familiar

De la misma forma llama la atención que del total de las mujeres entrevistadas, un alto porcentaje rechaza la idea de que "el hombre sea el único responsable de mantener el hogar", postura que quizás revela su interés por romper con el rol de amas de casa y compartir la responsabilidad de los gastos de la familia con su pareja. Del total de mujeres entrevistadas, 72 por ciento no está de acuerdo en que el hombre sea el único responsable de mantener el hogar; entre las que trabajan la proporción es de 80 por ciento, y entre las que no trabajan, 68 por ciento.

LA PREFERENCIA POR EL SEXO MASCULINO O FEMENINO EN LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

Como en casi todos los ámbitos, los roles de género están presentes también en el mercado laboral en donde, como se sabe, participan más varones que mujeres (aunque la participación económica femenina ha ido en aumento). En 2006, la distribución en la estructura ocupacional por sexo era de 63 por ciento varones y 37 por ciento mujeres. Las principales ocupaciones en las que se desempeñan las mujeres son como comerciantes (vendedores y dependientes), artesanas y obreras, trabajadoras domésticas, oficinistas y empleadas en servicio, las cuales concentran a 69 por ciento de las mujeres que trabajan.

Además de estas actividades económicas existen otras en las que las mujeres destacan, tales como maestras y afines, empleos que se relacionan con su rol e identidad de género. Del total de varones ocupados, 50 por ciento se emplea principalmente como artesanos y obreros, agricultores y comerciantes (vendedores y dependientes).

Las ocupaciones que están sobre representadas por el sexo masculino son las de operadores de transporte, obreros y artesanos, supervisores y capataces industriales, agricultores y mayorales agropecuarios.

El índice de segregación ocupacional por sexo muestra la tendencia a que mujeres y hombres se empleen en ocupaciones distintas. Flérida Guzmán señala que "el enfoque de género permite explicar la existencia de la segregación por sexo como una construcción social donde el ser mujer u hombre tipifica sus respectivas ocupaciones en el empleo, y al mismo tiempo, la clase de trabajo que cada uno realiza es un factor de diferenciación entre los géneros" (citado en "Ocupaciones femeninas no tradicionales. Situación en el año 2000", INMUJERES). Y agrega que en esta segregación por género la cultura juega un papel determinante, pues lo que en una sociedad puede considerarse una actividad propia de los hombres, en otra puede tratarse de una actividad femenina.

En el mercado de trabajo específicamente, la segregación ocupacional por sexo significa que mujeres y hombres se distribuyen de manera diferencial en la actividad principal que ejercen. Según Guzmán, esto significa una exclusión social de las mujeres porque se ubican, en términos generales, en ocupaciones con menor estatus y condiciones de trabajo desfavorables.

Así, las mujeres se concentran predominantemente en las ocupaciones tipificadas como femeninas y los hombres en las masculinas, vinculadas estrechamente con lo que significa ser mujer y hombre y su "quehacer" construido socialmente, es decir, no determinado biológicamente.

EDUCACIÓN Y DEPORTES

En la educación también se refleja el estereotipo de los roles de género, pues el sexo masculino se identifica más con profesiones que requieren de esfuerzo intelectual pero también físico, y relacionadas con la creación y/o planificación de infraestructura y que se desarrollan en espacios abiertos en donde participan en su mayoría otros hombres. A diferencia de las mujeres que en su mayoría se identifican con ciencias sociales, administrativas y ciencias de la salud.

Otro espacio donde se observan importantes diferencias en la participación por sexo en favor de los hombres es en el deporte, y aunque la brecha se ha ido reduciendo hoy día y numerosas mujeres deportistas han destacado en diversos países, en general participan más los varones.

En parte, se atribuye a que los estereotipos de género, históricamente, han confinado a las mujeres a la esfera privada, dentro del hogar, elaborando tareas que sirvan para la reproducción del grupo familiar, lo que impidió su participación en los espacios públicos como los que ahora llevan a cabo en los deportes. Y también porque algunas actividades deportivas requieren de fortaleza física y por eso han sido estereotipadas para el sexo masculino, aunque eso no significa que actualmente no se estén rompiendo esos esquemas.

CAPÍTULO IV:

Estereotipos de género y medios de comunicación

En nuestros días, la imagen de lo que son o deben ser las mujeres y los hombres, o de lo que hacen según su condición de género, está determinada en buena parte por los medios de comunicación. Las construcciones sociales realizadas por los medios de comunicación son ideológicas –como todas–, de manera que el resultado son representaciones de mujeres y hombres que no corresponden del todo con la realidad.

A lo largo de su historia, los medios de comunicación han reproducido los estereotipos de lo femenino y lo masculino mediante la emisión de contenidos con representaciones sexistas, fortaleciendo con ello las inequidades entre mujeres y hombres. Es así como los medios continúan fomentando los roles tradicionales; por ejemplo, en las revistas y en la publicidad, la imagen de la mujer como objeto sexual es la que predomina y pese a la intención de presentarla desarrollando sus dotes profesionales, se continúa mostrándola más preocupada por su aspecto físico que por el intelectual. En cuanto a los contextos en que la colocan, insisten en confinarla al ámbito privado, doméstico o familiar, a través de los temas de hogar, moda, cocina y belleza; mientras que a los hombres se les muestra preocupados por el deporte, la tecnología, la política y las finanzas, entre otros temas.

Sin embargo, es de sobra conocido que el poder de los medios en la sociedad no se limita a reproducir los estereotipos de género, pues cuando se trata de difundir información seria y profesional –en cualquier medio de comunicación– requieren tratarla con cierto grado de objetividad.

Esto evidencia que los medios tienen la capacidad de difundir las transformaciones sociales que están ocurriendo en materia de equidad de género, lo cual puede contribuir a que la población tenga mayor aceptación a estos cambios, ya que los medios de comunicación no sólo se conciben como agentes generadores de estereotipos, sino también como promotores de la diversidad, del multiculturalismo y sobre todo del cambio que tiene que ver con la equidad de género.

Hoy en día es prácticamente imposible no verse afectado por la imagen de los medios. Independientemente del motivo de la imagen su objetivo es captar la atención de todo aquel a quien le llega. En el libro "El poder de la imagen" los autores Jesús J. Oya y Miguel A. Suárez, hablando del fenómeno del cartel y su imagen comentan:

"Un buen cartel debe ser accesible y perceptible en décimas de segundo no solo porque su receptor es un viandante que atraviesa el espacio-tiempo sin detenerse, pero con facultad de retención, sino por el carácter efímero de su presencia.[…] Se busca el impacto visual".

Los medios de comunicación recurren incesantemente a su poder de difusión, utilizando la técnica de la repetición para una mejor captación y memorización del mayor número de personas posibles. En el campo de la comunicación y muy especialmente el de la moda, utilizan el poder de la imagen de un modo incesante, ya que "el modo de actuar y pensar de las personas está condicionado por la imagen… el poder de la imagen es un arma de doble filo; por un lado nos hace más homogéneos e iguales, porque nos permite compartir modas, productos y gustos y a su vez nos ofrece la posibilidad de encontrar una identidad diferente y singular" (Agustín y Tomas Domingo y Lydia Feitó) Esto crea un conflicto, ya que hace que compartamos gustos, pero sin embargo esto provoca que aparezcan todo tipo de elementos estereotípicos en toda clase de persona: el hombre, la mujer, el político, el americano, el homosexual, etc. Sin embargo es el caso de la mujer que se ve especialmente afectada por los medios de comunicación, en esta sociedad que es primordialmente machista.

ESTEREOTIPO DE LA MUJER EN LA PUBLICIDAD:

La imagen de la mujer aparece en la publicidad en mucha mayor proporción que la del varón, y sobre todo si el anuncio tiene contenido sexual.

Una de las prácticas más habituales de la publicidad desde sus comienzos ha sido reducir a la mujer a un simple objeto, dentro de todo el contenido publicitario. Presentan a la mujer de diversas formas, dependiendo del contenido de los anuncios y del objetivo de estos. Las mujeres adultas las presentan generalmente como amas de casa, débiles, indefensas, dependientes (de un hombre), delicada y sensible. Donde más aparece esta imagen de la mujer es en los anuncios de detergentes, comidas y utensilios de uso doméstico.

Otra imagen que da la publicidad de la mujer es la típica "mujer diez", delgada, bella, de cuerpo deslumbrante, seductora y sin identidad propia. Este tipo de mujeres sólo pone su cuerpo y su belleza en el anuncio publicitario al servicio de la satisfacción de los hombres. Las empresas de bebidas alcohólicas y tabaco son los que explotan esta imagen de la mujer en la publicidad. De esta manera acentúan los aspectos negativos de la mujer que no representan lo que es el género femenino en realidad, a pesar de que muestren a la mujer como muy bella, como se ha comentado antes. De esta manera se crean o se refuerzan estereotipos que perjudican a la sociedad femenina.

LA UTILIZACIÓN DE LA MUJER CON UN SIGNIFICADO SEXUAL.

Es utilizado como llamada de atención al sexo masculino. Su imagen aparece simplemente como adorno o vehículo de promoción del producto, pero eso sí, siempre es una imagen que sirva como reclamo erótico. Así pues, primero atrae la mirada del espectador varón para luego centrarla en el verdadero objeto del anuncio, la marca o producto publicitado. Generalmente suele ser una mujer joven y bella, de proporciones exuberantes que bien aparece desnuda o escasamente vestida. La mujer es sólo un cuerpo, una pieza objeto de deseo del hombre. Dentro de este grupo se puede hablar de dos tipos de modelos:

LA MUJER COMO OBJETO DECORATIVO

La mujer como objeto decorativo muestra a la mujer como un elemento más que forma parte del producto anunciado. Como si el hombre al comprar el producto se lleva en todo el "pack" al producto anunciado y a la mujer que lo anuncia. Ofreciéndoles el sexo como premio por la compra de dicho producto.

Un estudio sobre publicidad en prensa realizado por la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid en 1998 puso de manifiesto cómo en el 23'9% de los casos la recompensa que se ofrece al consumidor del producto anunciado es la satisfacción sexual (seguida de lejos por el prestigio social, en el 13%, y la amistad, en el 4'3%). En el 40% de los anuncios, la mujer se presenta como objeto sexual. Y es en la publicidad de alcohol y el tabaco donde en mayor proporción la mujer se ofrece como un simple objeto de consumo.

LA MUJER ESCAPARATE

Otra forma en la que la publicidad presenta a la mujer en los medios de comunicación es como la mujer escaparate, que consta en utilizar a la mujer de vínculo para simbolizar el éxito masculino. Para el hombre la mujer será tan solo como un trofeo. Según la tradición machista de nuestra sociedad, cualquier hombre que se precie ha de llevar al lado a una mujer de gran estilo, belleza, signo externo de su riqueza. Así, la mujer, se convierte en otra más de las posesiones que el hombre ha de tener para significar su posición social.

El estereotipo de "mujer escaparate" es una fórmula utilizada por la publicidad para presentar marcas o productos destinados al consumo de los hombres que tienen o que desean aparentar tener una clase social elevada y un alto nivel adquisitivo. Estas son marcas que se encuentran con alto prestigio dentro de la sociedad. Este estereotipo de mujer tampoco tiene identidad propia, no es nada sin su compañero todo lo que tiene lo ha conseguido a través de él, es sólo el espejo en que se reflejan las cualidades, virtudes y conquistas del hombre.

Ejemplo de esto lo tenemos en los anuncios en los que aparecen automóviles y mujeres preciosas. La forma de presentación del anuncio invita a hacer una comparación entre la belleza del auto y la de la mujer, por lo que trata a ambos como objetos de deseo cuyos atributos se pueden comparar. Esta doble imagen del carro y la mujer viene a simbolizar que quien adquiera este vehículo (por supuesto algún hombre), tendría la capacidad de adquirir a la mujer.

Productos como los automóviles o las bebidas alcohólicas, cuyo consumo se asocia al prestigio social recurren a este tipo de argumentaciones utilizando a mujeres despampanantes, delgadas con grandes pechos y llamativos glúteos, acompañada de ciertas indumentarias que marcan bien dicha anatomía y en ocasiones hasta sin ningún tipo de indumentaria para que la llamada de atención al hombre sea mayor. Este tipo de anuncios también degradan a la mujer como persona, y manipulan a su antojo la imagen de la mujer en la sociedad.

CAPÍTULO V:

Efectos de los estereotipos de género

Antiguamente la mujer obesa era símbolo de riqueza y de salud, esto se puede apreciar en monolitos precolombinos o incluso en obras de arte dejadas por famosos autores de la época como "Goya".

Sin embargo en la actualidad la delgadez es una característica asociada con la prosperidad económica, social, afectiva y profesional, Joseph Toro psiquiatra de la universidad de Barcelona dice:

"Lo primero que decide una mujer cuando quiere cambiar de vida o mejorarla es adelgazar. Se adelgaza cuando se sube de clase social, mientras la gordura es sinónimo de abandono, de fracaso y de falta de control. Entre los escolares, la gordura se equipara con suciedad, estupidez, fealdad y pereza".

Este es un cambio totalmente drástico, podríamos decir que se ha visto sumamente influenciado por los estereotipos creados por la publicidad y los medios de comunicación sobre la mujer perfecta. Lo cual también ha provocado en la sociedad femenina numerosos complejos de apariencia los cuales conllevan a un compulsivo consumo cosmético, obsesiones por las dietas y cierta dependencia a la cirugía, por buscar una perfección inalcanzable creada por los medios de comunicación.

Dicha obsesión por ser como las mujeres presentadas por la publicidad afecta de una manera preocupante en el sector de la delgadez, el deseo de ser igual de delgadas que estas mujeres pensando de este modo que podrían llegar a ser igual de bellas que ellas, sin tener en cuenta en ningún momento que dichas mujeres son excesivamente delgadas. Estas obsesiones derivan en la necesidad urgente por adelgazar acudiendo a las dietas en centenares de ocasiones sin necesidad alguna de ello, lo que desgraciadamente en el mayor número de los casos conlleva a problemas alimenticios como la anorexia y la bulimia.

Con el objetivo de tener un cuerpo escultural y poseer los cánones de la belleza que imperan en nuestra sociedad, cada vez más personas se ven afectadas por enfermedades de este tipo y cada vez hay más personas que rechazan a su propio cuerpo, avergonzándose de él.

La publicidad transmite un modelo de mujer en el que la mujer sólo se valora por su belleza y por su potencial sexual y que solo vale para llamar la atención del hombre, sobre el propio anuncio, y además la presentan como una mujer feliz y contenta por aparecer en dicho anuncio. Esta presencia de una mujer perfecta crea estereotipos acerca de la mujer en la sociedad, lo cual es un factor negativo porque dichas mujeres sólo representan la ficción del mundo de la publicidad, no la realidad de la sociedad. Estos estereotipos provocan en las mujeres el deseo de parecerse a las "mujeres anuncio", no aceptando sus cuerpos como tales y provocando por esta razón muchos más complejos.

DISCRIMINACION POR GÉNERO

La discriminación de género o sexismo es un fenómeno social, puesto que son necesarias representaciones de ambos sexos para que pueda darse esta situación: no existe una igualdad de género a partir de la cual denunciar la discriminación o desigualdad. Al contrario: la base de este fenómeno es la supuesta supremacía de uno de los géneros.

Al tratarse de una elaboración social, el género es un concepto muy difuso. No sólo cambia con el tiempo, sino también de una cultura a otra y entre los diversos grupos dentro de una misma cultura. En consecuencia, las diferencias son una construcción social y no una característica esencial de individuos o grupos y, por lo tanto, las desigualdades y los desequilibrios de poder no son un resultado "natural" de las diferencias biológicas.

En términos estatales, el liberalismo ha apoyado la intervención del Estado a favor de las mujeres como personas abstractas con derechos abstractos, sin examinar estas nociones en términos de género, dando lugar al sexismo inverso. Adicionalmente, como es el hombre hegemónico quien determina el derecho, esta disciplina social ve y trata a las mujeres de la manera como los hombres las ven y las tratan. Así pues, el estado liberal constituye, de manera coercitiva y autoritaria, el orden social según los intereses de los hombres como género, a través de la legitimación de sus normas, la relación con la sociedad y políticas sustantivas. En consecuencia, el género se mantiene como una división de poder.

Aunque las normas internacionales garantizan derechos iguales a los hombres y a las mujeres, ésta no es la realidad porque, por motivos de género, se les está negando el derecho a la tierra y a la propiedad, a los recursos financieros, al empleo y a la educación, entre otros, a los individuos.

Por otro lado, en todo el mundo, tanto las mujeres como los hombres trabajan. Sin embargo, las funciones que desempeñan las mujeres son socialmente invisibles (se toman menos en cuenta, se habla mucho menos de ellas, se dan por hecho), ya que tienden a ser de una naturaleza más informal. Adicionalmente, los hombres ocupan la mayoría de las posiciones de poder y de toma de decisiones en la esfera pública, dando lugar a que las decisiones y políticas tiendan a reflejar las necesidades y preferencias de los hombres, no de las mujeres.

Conclusiones

1. Los estudios feministas identificaron el género como un constructo social creado por las sociedades patriarcales con la finalidad de crear un sistema de relaciones binario y segregado, donde el hombre ejerce un papel dominante y la mujer está sometida a él. En este contexto, los estereotipos son el instrumento utilizado por el sistema para mantener dichas desigualdades. Este sesgo de género es interiorizado en las propias identidades a través del proceso de socialización creando unos patrones de conducta diferenciados. Los estereotipos de género limitan el desarrollo de la personalidad, tanto femenina como masculina, ya que pretenden guiar el comportamiento de las personas reforzando o reprimiendo determinados comportamientos o actitudes dependiendo del sexo al que se pertenece.

2. Los estereotipos de género no sólo afectan a mujeres, sino que también son los hombres los que son afectados por estas construcciones sociales que en muchos casos son negativos. Si bien es cierto por lo general la víctima de los contenidos suelen ser las mujeres, los medios de comunicación, no tienen reparo alguno en presentar fórmulas y estereotipos con el fin de lograr el objetivo de generar consumo.

3. Los estereotipos de género generan roles de género, los cuales son frecuentemente aceptados en una sociedad denominada falocéntrica, donde la mujer es menospreciada por su condición y es concebida en torno a la idea del hombre, es decir, la mujer existe como ser contrario al hombre.

4. El exceso de importancia que se le confiere a la belleza femenina es muy negativo en edades tan tempranas, ya que puede generar gran frustración e inseguridad al no alcanzar el ideal de belleza establecido o pudiendo incluso poner en riesgo la salud. Los estereotipos de género tienen influencia en este aspecto.

5. Para educar a las personas libres del mandato de género, es fundamental formar y concienciar desde temprana edad, ya que es difícil transmitir determinados valores si no provienen de un convencimiento profundo el cual puede generarse desde un inicio utilizando los contenidos adecuados y por medio de canales adecuados, tales como la familia, la escuela e incluso los medios de comunicación.

Bibliografía

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DEDICATORIA:

A Dios, a mi familia

y a mis amigos y amigas

de la Escuela de

Ciencias de la Comunicación

en la FACHSE

 

 

Autor:

Mario Anderson Moreno Chilcón

UNIVERSIDAD NACIONAL PEDRO RUIZ GALLO

FACULTAD DE CIENCIAS HISTÓRICO SOCIALES Y EDUCACIÓN

Escuela Profesional De Ciencias De La Comunicación

LAMBAYEQUE, DICIEMBRE DE 2011

Partes: 1, 2
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