Inicios de la salud laboral, la psiquiatría y la psicología en las empresas peruanas
Enviado por aorbegosog
- Resumen
- Capitalismo e industrialización temprana
- Las leyes y la salud de los trabajadores
- Los médicos peruanos y la salud obrera
- Los primeros procesos de selección en el Perú
- Los accidentes y la Escuela de Artes y Oficios
- Otros antecedentes sobre psiquiatría, psicología y empresa
- Pinilla y las relaciones del trabajo
- Psiquiatría e Industria
- Referencias
Se presenta la primera época de la salud laboral en el Perú. Se describen las circunstancias que rodearon la temprana industrialización peruana y que hicieron nacer el interés por el bienestar físico y mental de los trabajadores. Se destaca la preocupación de los médicos peruanos de principios del siglo XX por mejorar la salud de los obreros.
Palabras clave: Salud. Trabajo. Industria.
SUMMARY
The first age of the health in job in Peru is presented. The apparition of the initial Peruvian industries is described. It analyzes the contribution of the Peruvian medicals to the workers’ health and their welfare in the early twentieth century and later.
Key words: Health. Work. Industrie.
Es una tarea complicada intentar rastrear los primeros pasos del interés por la salud laboral o la higiene del trabajo en el país. El principal obstáculo consiste en que el Perú nunca conoció un extendido proceso industrializador. Su diversidad y rezagos precapitalistas siempre lo impidieron o se acomodaron y sirvieron al sistema global.
El cuidado por el bienestar físico y anímico del trabajador nació en aquellos países de generalizada industrialización como EEUU, Inglaterra y Alemania. Si no podemos considerarnos una sociedad plenamente moderna –léase industrial-, resulta osado indagar acerca de nuestra primigenia sanidad laboral. De otro lado, la psicología, ciencia con un definido interés por la salud en el trabajo, fue reconocida legalmente como profesión en el Perú recién en los años cincuenta.
En consecuencia, habrá que investigar sobre todos aquellos esfuerzos de médicos y otros profesionales peruanos que de alguna forma estaban orientados a mejorar y preservar la salud física primero y posteriormente también psicológica de los trabajadores fabriles en las primeras décadas del siglo XX.
Por salud laboral nos referimos a aquel campo también conocido por higiene del trabajo, esto es, "un conjunto de normas y procedimientos tendientes a la protección de la integridad física y mental del trabajador, preservándolo de los riesgos de salud inherentes a las tareas del cargo y al ambiente físico donde se ejecutan" (Chiavenato, 1998: 361).
Iniciaremos esta nota reseñando brevemente nuestra temprana e incipiente industrialización, que data de finales del siglo XIX.
Capitalismo e industrialización temprana
La firma del Contrato Grace es hoy aceptada como el hito fundacional de la inversión extranjera en gran escala en el Perú. Por este acuerdo el gobierno de Andrés Cáceres se comprometió ante Inglaterra, nuestro principal acreedor por entonces, a otorgarle concesiones en varios sectores no despreciables de la economía nacional: ferrocarriles, guano y pago en metálico, entre otros.
Todo ello a cambio de refinanciar nuestros adeudos con la corona británica. Y es precisamente a partir de 1890 que el capitalismo arriba con fuerza al país en forma de grandes empresas como la Cerro de Pasco. Si bien la feudalidad se imponía en buena parte del país, esta economía premoderna se amoldó sin grandes problemas al contexto internacional y dio forma a reductos o enclaves capitalistas (Quijano, 1986, Cotler, 1987).
Los monopolios se centraron en la minería, la agricultura y sectores próximos a éstas: la banca, el comercio y el transporte. Paralelamente se dio un inusitado crecimiento de las manufacturas entre 1890 y 1900. Ya por entonces se producía en el país calzado, textiles de algodón, bebidas, jabones, etc. Los pioneros industriales eran peruanos y también migrantes extranjeros que contagiaron su espíritu emprendedor y su estilo de trabajo. Naturalmente, el mercado lo constituían las ciudades de la costa y sobre todo Lima (Revilla, 1981).
Un sector significativo de la masa trabajadora se congregaba en los centros extractivo-exportadores y en las industrias urbanas. La clase obrera contaba ya con asociaciones mutualistas y con la Confederación de Artesanos Unión Universal, creada en 1886 (Sulmont, 1980).
Como algunos indicadores importantes del período pueden citarse los siguientes (Revilla, 1981): De las 111 empresas manufactureras existentes en 1905, 77 de ellas, es decir, 69% del total, fueron creadas después de 1890. Aún más, el crecimiento anual del sector (7.6%) duplicaba el índice del incremento poblacional de Lima (3%). En segundo lugar, de acuerdo al censo de 1908, la población obrera fue una de las que más creció desde 1876; su tasa de crecimiento anual (2.9%) sólo era superada por el sector agricultura. Además, en la primera década de 1900 el sector industria abarcaba a casi un tercio de la población empleada en la capital (29.4%). En este mismo período la industria conoció un incremento en la utilización de maquinarias, acaparando el 13% de ellas en 1910.
Las leyes y la salud de los trabajadores
La atención prestada a la salud de los trabajadores no tuvo, originalmente, motivos altruistas. Por el contrario, las evidencias apuntan a pensar que fue la rebeldía y el desfallecimiento de la mano de obra lo que obligó a prestarle otra mirada. Como hechos saltantes de larga data pueden citarse los suicidios de negros y chinos de los centros agrícolas en el siglo XIX.
"Quienes manejaban el poder, económico y político, consideraban que el suicidio era un delito, un acto ilícito, porque con él se infringen todas las obligaciones. Los dueños de las plantaciones, consideraban al suicidio como un robo infame, una irreparable pérdida del capital invertido. Por ello hicieron lo imposible para evitarlo sin modificar las causas que originaban su producción masiva. En las islas guaneras destinaron guardianes especiales para impedir actos suicidas" (Ruiz Zevallos, 1993: 101).
Un primer antecedente digno de mención es el conjunto de normas legales que se emitieron al comenzar el siglo XX y que apuntaba a cautelar la salud de los trabajadores del agro y la industria.
Estas leyes son fruto de la presión de las clases populares, a modo de huelgas obreras, motines, boicot contra las máquinas –que también se dio entre nosotros- y sublevaciones campesinas (Sulmont, 1980); legislación producto también del resentimiento hacia las industrias que siente la oligarquía desplazada y venida a menos (Klaren, 1976) y de la iniciativa de algunos sectores progresistas que modernizan nuestras leyes –cuando menos en el papel- y las ponen a tono con las más recientes corrientes de ideas.
Como ejemplo de la legislación emitida a raíz de las luchas obreras, está la ley N° 2851 del 23 de noviembre de 1918, que norma el trabajo de mujeres y menores de edad. Este dispositivo advierte en torno al máximo de jornada de trabajo a exigirles, edad mínima para emplearlos, descansos, alimentación, tareas que les estaban vedadas, cuidados y servicios que habían de prestarles las empresas, etc.
Otro ejemplo es la ley N° 3019 del 27 de diciembre de 1918 que manda proveer de habitaciones higiénicas a los obreros de ciertas industrias alejadas de los pueblos y a sus familias. Dispone además contar con botiquín de primeros auxilios y un médico permanente costeado por la empresa si el número de trabajadores y la distancia de los centros poblados lo hicieran necesario.
La norma más destacada de la época tal vez sea el Decreto Supremo del 15 de enero de 1919, que fijó en 8 horas la jornada diaria de trabajo en los talleres, ferrocarriles, establecimientos agrícolas e industriales y en las obras públicas del Estado. Para el sector privado la misma norma recomienda la negociación entre las partes siempre y cuando el acuerdo no exceda el tiempo señalado.
Interesante resulta igualmente la Resolución Suprema del 23 de marzo de 1923 que ordena construir y entregar habitaciones salubres a los trabajadores de los fundos agrícolas. Como medidas para combatir la peste bubónica entre éstos, se encargaba a los propietarios utilizar concreto y piedra, material inmune a las ratas, dotar tales edificaciones de agua potable y desagüe, así como de ventanas que permitan la entrada de la luz del sol. Otra ley, del 17 de abril de 1925, mandó establecer "salas-cunas" en dichos fundos.
A las razones antedichas, que quieren explicar los motivos que originaban este cambio de mentalidad, deben agregarse dos. De un lado, cierto interés de los propietarios y capitalistas peruanos por preservar en buenas condiciones su fuerza de trabajo, una actitud que suele acompañar todo proceso industrializador y que en el país no se impuso fácilmente. De otra parte, la destacada labor de médicos peruanos por cautelar la salud de la población general y la de los trabajadores en particular.
Los médicos peruanos y la salud obrera
La Facultad de Medicina de la Universidad de San Marcos fue una de las instituciones mejor organizadas entre mediados y fines del siglo XIX. Ello contribuirá, en décadas venideras, a que en más de una ocasión sus egresados y maestros salten a la escena pública como gestores de diversas iniciativas. Papel destacado tuvo, como sostienen los especialistas, el médico Cayetano Heredia en la renovación de esta escuela y en el compromiso social de sus discípulos.
De la destacada labor de nuestros médicos en su lucha contra plagas como la tuberculosis, la peste bubónica, la fiebre tifoidea y otras, ha dicho Basadre (1983: 325): "Las preocupaciones higiénicas y sanitarias que se fueron desarrollando a lo largo de esta centuria (1800) y se acentuaron en la siguiente (1900), contribuyeron a que los médicos formaran un grupo respetado, de sólida influencia, muy activo en la vida política y científica, colocado no pocas veces a la vanguardia de esta última. Consultorios y visitas les sirvieron en múltiples ocasiones para el despliegue de una generosidad, un sentido humano y una abnegación notables. No faltaron estudios en estas ciencias que rozaron las condiciones sociales en relación con la miseria, la mala alimentación y la deficiente vivienda…". Como vemos, el de los médicos fue uno de esos raros casos de un colectivo profesional respetado y de opinión influyente en torno a las condiciones de vida de los estratos más deprimidos de la población.
Este protagonismo de los médicos al destacar severos problemas de nuestra realidad fue fruto también de la profunda impronta dejada por el positivismo en una serie de ciencias como el Derecho, la Historiografía, la Sociología y la propia Medicina (Sobrevilla, 1980, Salazar, 1967). Fue justo en la etapa de entre siglos que aparecen los primeros estudios serios que aspiraban a brindar una visión lo más certera posible de nuestra sociedad.
Recordemos además que en aquel momento la capital empezaba a mostrar lo amenazador para la salud de sus botaderos de basura, sus letrinas, sus cloacas, acequias y albañales (Basadre, 1983).
La paulatina expansión de la ciudad de Lima, el crecimiento de su población y el incremento de una inicial masa obrera generan entre los higienistas viva preocupación, no sólo derivada de un loable altruismo o compromiso social. Hubo también, como lo ha señalado Ruiz Zevallos (1993), un poco disimulado afán controlista o de contención de las clases bajas. Dicho autor ha mostrado lo prejuiciado de las explicaciones que algunos célebres galenos daban al modo de vida de los menos favorecidos.
Dice Ruiz Zevallos (1993: 43) que desde mediados del siglo XIX: "La utopía controlista -(subrayado en el original)- de las élites modernizadoras se manifestó, en principio, en el intento obsesivo de transformar el ambiente urbano en un espacio puro y a sus habitantes en dóciles y eficientes trabajadores". Citando a la historiadora Cecilia Méndez agrega que las autoridades de entonces: "intentaban regular asimismo, el comportamiento cotidiano de las gentes comunes, imponiéndoles restricciones sobre sus horas, lugares y modos de diversión y hasta de libre tránsito por las calles" (Ruiz, 1993: 43). Por lo tanto, los pobres y despreciados son objeto de curiosidad y estudios porque eran considerados una amenaza latente que debía ser conjurada.
A los primeros trabajos de sociología, criminología y psiquiatría realizados en Lima, hay que sumar la creación de la Inspección de Higiene y Seguridad Industrial en el Ministerio de Fomento, en 1926. Esta es la primera tentativa por realizar un trabajo sistemático en el campo de la salud de los trabajadores. La jefatura de esta dependencia recayó en el psiquiatra Baltazar Caravedo Prado (1884-1953). Y el Director General de Salubridad por entonces fue su colega Sebastián Lorente (1884-1972).
Dicha Inspección de Higiene Industrial inició sus labores haciendo visitas a las empresas de la capital. Su misión consistió en "dictar las medidas indispensables para la defensa de la salud de los obreros que trabajan en fábricas, talleres e industrias en general, vigilar el cumplimiento de las disposiciones vigentes y llevar a la práctica los medios que tienden a prevenir los accidentes derivados del trabajo" (Caravedo P., 1985: 199).
Uno de los primeros hallazgos de Caravedo y sus colaboradores fue que muchas empresas funcionaban en locales inadecuados. De ahí que sus primeras recomendaciones a sus directivos giraran en torno a la mejora de la ventilación, iluminación, aseo y servicios indispensables con que debían contar tales centros. Advirtieron también en torno al respeto de la jornada de trabajo, de los descansos, de medidas elementales para la prevención de accidentes, etc. Sugieren asimismo mayor participación de los médicos "en la organización científica del trabajo, porque el rendimiento económico del obrero depende de factores higiénicos, fisiológicos y psicológicos, y porque los temas conexos –previsión, asistencia, seguro social, casas para obreros, subsistencias, salarios, selección y orientación profesional, reeducación de mutilados, evaluación de incapacidades, enfermedades profesionales- pertenecen o caen dentro del campo de la higiene industrial" (Caravedo P., 1985: 213).
Este equipo se hace eco también de la necesidad de evaluar lo mejor posible a un individuo antes de ser admitido en un trabajo "para determinar sus aptitudes a fin de colocarlo en las mejores condiciones". Agregan que el "concepto de aptitud profesional supone capacidad positiva y específica con relación a un trabajo o grupo de ocupaciones. El examen orientador tendrá por objeto definir el tipo de actividad profesional, las disposiciones y tendencias y alejar de determinados trabajos a aquellos individuos que ofrezcan para los mismos alguna especial receptividad morbosa" (Caravedo P.,1985: 212). Se considera que la "defensa primordial contra los daños que derivan de la debilidad orgánica o de las malas condiciones de la salud de los trabajadores consiste en una cuidadosa selección de ellos en el acto de admitirlos" (pag. 205). Aunque éste, uno de los primeros testimonios a favor de la selección de personal en el país tiene un marcado sesgo médico o somaticista –como era natural en aquella época-, no puede negarse su carácter de pionero. Hay que decir, por cierto, que Caravedo era miembro del equipo de psiquiatras que dirigía el Hospital "Larco Herrera" para enfermos mentales. Es ahí donde conoció y experimentó con una serie de técnicas llegadas del extranjero, como los tests mentales (Orbegoso,1993) y otras (Caravedo P., 1985).
En el mismo informe de 1929 Caravedo Prado (1985) revela dos cosas más igual de interesantes. Dice que patronos y obreros aceptaron de buen grado las visitas y recomendaciones de los inspectores, sobre todo los trabajadores que, subraya el psiquiatra, recibieron con beneplácito esta preocupación del régimen de Leguía. Esto último parece más bien una loa al gobierno de entonces o un testimonio de lo intervensionista del Estado en la sociedad del oncenio, en donde no eran extrañas las medidas populistas y efectistas pero con poco sustento real. De hecho, Basadre (1983) apunta que la situación de los obreros varió muy poco en esta etapa. Una sugerencia final de Caravedo al Director de Salubridad fue la de crear un Instituto para la Selección y Orientación Profesional, lo que constituye otro antecedente valioso para esta reseña.
Caravedo Prado será también, en los años veinte, el primer jefe de la Inspección de Higiene Industrial de la Municipalidad de Lima, oficina creada para supervisar las condiciones de trabajo en las empresas de la capital.
Antes de hablar de los primeros procesos de selección en el país debe decirse que Caravedo une a sus méritos como innovador cierto fatalismo o pesimismo sobre la condición de algunas personas. Sobre ello Ruiz Zevallos (1993) señala que para este médico un comerciante no se volvía loco porque quebraba. Al contrario, quebraba porque estaba loco.
Los primeros procesos de selección en el Perú
No hay mucha evidencia escrita sobre cómo y cuándo exactamente se inicia la selección de personal en nuestro medio. Sí resulta atinado suponer que se inició con el auxilio de pruebas traídas del extranjero, las que paulatinamente fueron adaptadas debidamente a nuestra cultura.
Puede citarse, no obstante, los hechos siguientes. En 1929 se dispuso la evaluación psicológica obligatoria para todos aquellos pretendientes a obtener credencial de chofer profesional (Orbegoso, 1993). En 1928, tras crearse el Departamento de Higiene Mental y Neuro-Psiquiatría en el Ejército se proyecta también dotarlo de un Departamento de Psicotecnia. Al año siguiente el psiquiatra Hermilio Valdizán manifiesta en documento escrito la necesidad de una previa selección del aspirante a universitario en San Marcos, quien debía contar con una "aptitud integral, resultado de una aptitud orgánica, de una aptitud intelectual y de aptitud moral" (Caravedo P., 1985: 85). Ese mismo 1929 se implanta la selección mental de los postulantes a la Escuela de Farmacia. Por la misma fecha, en la revista Amauta, publicación de avanzada, algunos articulistas defienden la adopción de los nuevos métodos en psicología, entre ellos los que tienen que ver con la orientación vocacional y con la selección de personal (Orbegoso, 1993).
Los accidentes y la Escuela de Artes y Oficios
En 1904 se producen varias manifestaciones de descontento popular. El civilismo se mostró interesado en tales reivindicaciones y, para darles forma de ley, encomendó su estudio al diputado José Matías Manzanilla (1867-1947). Este solicitó la asesoría de algunos profesionales, entre ellos el médico Oswaldo Hercelles Monterola (1873-1938), quien lo aconsejó acerca de los accidentes de trabajo y sobre las incapacidades producidas por éstos (Basadre, 1983). Manzanilla, profesor de Economía en San Marcos, presentó en 1905 su proyecto de ley sobre la responsabilidad por los accidentes de trabajo, que fue aprobado años después por el Congreso (Sobrevilla, 1980).
Por otro lado, desde 1896 se produjo un debate en torno a la necesidad de mejorar la educación pública. Dentro de éste, surgió la iniciativa de tecnificarla en alguna medida. Así surgió la Escuela Nacional de Artes y Oficios, abierta el 24 de septiembre de 1905, que impartió conocimientos agrícolas e industriales. Su primer director, Pedro Paulet, adoptó para ella los modelos alemán y norteamericano de enseñanza técnica (Basadre, 1983).
En esta institución se dictó, entre otras, la asignatura de Higiene Industrial, a cargo de médicos y docentes sanmarquinos. El más destacado de ellos fue Juan Voto Bernales (1877-1956), profesor del curso en 1914 y quien incluso llegó a publicar un libro sobre la materia (Basadre, 1983).
Tiempo después, en 1934, se dispuso la evaluación psicológica de aquellos que postularan a dicha Escuela de Artes y Oficios (Caravedo P., 1985).
Otros antecedentes sobre psiquiatría, psicología y empresa
En 1935, a poco de llegar al Perú el psicólogo alemán Walter Blumenfeld, se le solicita participar en la elaboración de una prueba de admisión a San Marcos. Conviene recordar que uno de los objetivos que se buscaba al invitar a este experto al país era nombrarlo Director del Instituto de Psicología y Psicotecnia de dicha Universidad, fundado ese año y cuya función sería realizar exámenes psicotécnicos en la industria y en entidades educativas. Pero, como se sabe, Blumenfeld centró sus esfuerzos en estas últimas.
El citado Blumenfeld es también autor de algunos escritos de interés para este recuento. Como se sabe, este psicólogo germano es el introductor de la psicología experimental en el país y autor de una serie de trabajos considerados innovadores en nuestro medio. Destacan, para esta nota, sus artículos La psicología comercial (1937) y Algunos fundamentos de la psicología del anuncio comercial (1939), aparecidos ambos en la Revista de la Facultad de Ciencias Económicas de San Marcos.
La preocupación por el vínculo entre salud mental y empresa reaparecerá con fuerza años después, como producto de los cambios que continuó sufriendo la sociedad peruana.
Pinilla y las relaciones del trabajo
La década del cincuenta sorprende al Perú bajo un régimen militar, el encabezado por el general Odría. A la férrea restricción de libertades que trajo esta etapa hay que sumarle cierta estabilidad económica y, central para el tema tratado, un resurgir de la industria minera y otras debido a lo favorable que resultó para nuestras exportaciones la Guerra de Korea.
Un personaje digno de mención es el filósofo y abogado Antonio Pinilla Sánchez-Concha, quien fuera profesor de las universidades de San Marcos, Católica y rector de la universidad de Lima. Por esos años, junto a la docencia, empieza a impartir cursos sobre relaciones humanas en empresas.
En 1956 publica su libro Psicología de la Actitud y Relaciones del Trabajo (Pinilla, 1956). En esta obra expone algunas tesis novedosas para la época. Postula el cambio de estilo de dirección en las empresas peruanas, propone pasar del estilo autoritario a un trato más democrático. Resalta la necesidad de un cambio de actitud en gerentes y trabajadores. Para probar esto presenta un estudio empírico en el que se concluye que las actitudes de los directivos repercuten directamente sobre las de sus subordinados. En el mismo volumen Pinilla publica el programa de actividades que habría de cumplir un Instituto de Relaciones Humanas en la Universidad de San Marcos. Su anhelo es conectar este organismo con las esferas académica y productiva del país:
"En el Perú, que tan necesitado se halla de profesionales en el novísimo dominio de las RELACIONES INDUSTRIALES, es casi imposible encontrarlos. Me refiero a los especialistas que demanda la industria moderna: directores de relaciones industriales, técnicos en negociaciones individuales y de grupo, gerentes de personal, psicólogos industriales, directores de programas de adiestramiento, administradores de negocios, ingenieros industriales y analistas de costos. Muchas empresas se ven obligadas a contratar a profesionales extranjeros (norteamericanos, suizos o alemanes) o enviar al extranjero a estudiantes peruanos para que allí se capaciten. El esfuerzo educativo de nuestros Centros de Formación Profesional, y me refiero específicamente a nuestras Universidades, no cuenta con los medios necesarios para satisfacer las urgentes necesidades de la comunidad, en términos de este tipo de profesionales. La Universidad y el Ministerio de Educación desconocen qué clase y qué número de profesionales necesita la industria, la agricultura, la administración pública, etc., y por tanto no cuenta con las informaciones indispensables para planear sus esfuerzos pedagógicos sobre una base realista y eficaz" (Pinilla, 1956: 151).
Por ello pretende reformar los planes de estudio de varias carreras con el fin de incluir los temas empresariales. Entre los cursos que cita como urgentes están: selección de personal, organización de personal, técnicas de asesoramiento individual, psicología de la actitud y del comportamiento, técnicas de dirección, sociología industrial, psicología de la venta, etc. Resulta muy interesante que Pinilla pretenda una nueva especialidad en la Facultad de Filosofía y Letras, la de Psicólogo Industrial (Pinilla,1956). Pinilla, autor también de varios libros referidos a la psicología social, la dirección de empresas y las relaciones industriales, fue el fundador y primer director de dicho Instituto de Relaciones Humanas de San Marcos. (Pinilla, 1982).
En estos años se consolida la masiva migración del campo a la ciudad, una tendencia iniciada una década antes, especialmente a la capital. Ello generó cinturones de pobreza a modo de pueblos jóvenes y barriadas, y dio pie, además, a fenómenos no considerados antes: el choque de culturas y la transculturación (Caravedo Carranza y otros, 1963).
Renacen así los estudios sociológicos y antropológicos. Un equipo de psiquiatras asume la tarea de estudiar una población mestiza pobre de Lima. Este grupo estuvo integrado por los psiquiatras Baltazar Caravedo Carranza (hijo de Caravedo Prado), Humberto Rotondo, Oscar Valdivia y Javier Mariátegui. Varios de sus trabajos, realizados desde mediados de los cincuenta, aparecieron a modo de libro en 1963 bajo el título Estudios de psiquiatría social en el Perú.
En la sección titulada Industria y Salud Mental, dicho texto presenta estudios sobre salud psicológica, personalidad y depresión en una muestra de obreros. Hay también un estudio sobre actitudes y relaciones interpersonales en los mismos sujetos (Caravedo Carranza y otros, 1963). Según revelan sus autores, estos escritos y los del ya citado Pinilla son las primeras incursiones propiamente psicológica y psiquiátrica en la industria.
Entre las consecuencias surgidas del proceso industrial estos psiquiatras citan las siguientes: problemas familiares; alcoholismo creciente; delincuencia juvenil; conflictos entre padres e hijos; delincuencia común creciente; alta incidencia de accidentes de tránsito; suicidios; problemas sexuales y otros.
Cuadro N° 1. Empresas manufactureras urbanas creadas y existentes hasta 1905
Período | Número | % del total | Tasa anual |
Hasta 1883 | 22 | 20% | —- |
1884-1889 | 12 | 11% | 7.5% |
1890-1899 | 42 | 38% | 8.4% |
1900-1902 | 11 | 10% | 4.6% |
1903-1905 | 24 | 21% | 8.5% |
Total | 111 | 100% |
|
Cuadro N° 2. Crecimiento de la PEA de Lima entre 1876 y 1908
1876 1908
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ALARCÓN, R. (1980), Desarrollo y estado actual de la psicología en el Perú. En Revista Latinoamericana de Psicología N° 12. Pp. 205-235.
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KLAREN, P. (1976), Formación de las haciendas azucareras y orígenes del APRA. Lima: IEP.
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SULMONT, D. (1980), El movimiento obrero peruano (1890-1980). Reseña histórica. Lima: Tarea.
Sectores | Empleados/ Obreros | Educación técnica |
Industria textil | 23,000 | |
Cueros y pieles | 6,500 | |
Gaseosas y alcohólicas | 6,000 | |
Maderas y aserraderos | 5,000 | 900 |
Alimentos | 16,000 | |
Cemento y otros | 5,500 | |
Químicos | 5,000 | |
Imprenta, papel, cartón | 4,500 | 8 |
Vestidos, confección | 6,000 | |
Vidrios | 2,000 | |
Construcción | 20,000 | 196 |
Fundiciones y mecánica | 7,000 | 2869 |
Electricidad, radio | 700 | 1015 |
Platería y otros | 3,500 |
Para Fabiola
ARTURO ORBEGOSO G.
Psicólogo Organizacional
Perú