La fuente del poder, en el Islam, no se encuentra entre los hombres, no es de origen humano, pues proviene de Dios. La Ley bajo la cual deben gobernarse los hombres, no es de origen humano sino divino, y por lo tanto es eterna, perfecta, infalible. No existe un Estado que se legitime a sí mismo y posea capacidad para autolegitimarse. La Ley está revelada en el Corán. El artículo 56 de la Constitución señala lo siguiente: "La soberanía absoluta sobre el hombre y el universo pertenece a Dios y es El quien hace al hombre soberano sobre su destino social. Nadie puede privar al ser humano de este derecho divino ni ejercerlo para beneficio de un individuo o de un grupo específico pues el pueblo ejerce este derecho otorgado por Dios". Entonces, el manantial de donde fluye la soberanía no es el propio pueblo, sino el Altísimo, quien se lo delega a los hombres para su ejercicio en la tierra.
El camino revelado por Dios (Shari´ah) es el basamento sobre el cual se levantan los principios de gobierno y su sistema de reglas, son los Mandatos Divinos los que determinan los parámetros estructurales de la sociedad y el gobierno islámicos. La voluntad popular carece de todo poder para originar el cuerpo de normas legales que rigen a un estado islámico, pues la voluntad de Allah expresada a través del Profeta Muhammad, revelada en el Corán, es el principio legitimador del régimen político islamista. La diferencia fundamental entre el gobierno islámico y las monarquías constitucionales y repúblicas es ésta: en el Islam, el poder legislativo y la competencia para el establecimiento de las leyes pertenece en exclusiva a Dios Todopoderoso, mientras que en otras formas de gobierno, son los representantes del pueblo, o el monarca, quienes establecen la legislación. El único poder legislativo en el Islam es su Sagrado Legislador. Si bien la voluntad popular participa en la determinación de las autoridades gubernamentales, no puede oponerse a los preceptos de la Shari´ah. Todos los asuntos de Estado se deben basar en el criterio de las leyes del Islam y las reglas de la Shari´ah. Dios Altísimo, además de revelar un cuerpo de leyes (las regulaciones de la Shari´ah) ha establecido una forma peculiar de gobierno, así como instituciones ejecutivas y administrativas. El Más Noble Mensajero (Bendiciones y Paz sobre él y su familia), emprendió la aplicación de la ley y el establecimiento de las leyes del Islam, creando así el Estado Islámico. La naturaleza y carácter de las leyes islámicas y de las instituciones divinas de la Shari´ah, aportan una prueba adicional a la necesidad de establecer un gobierno, pues indican que las leyes están concebidas con el propósito de crear un estado y administrar los asuntos políticos, económicos y culturales de la sociedad. Por lo tanto, un gobierno realmente islámico no puede bajo ningún pretexto rechazar el llevar a cabo totalmente los mandatos de la Shari´ah. El deber singular de un gobierno islámico es tomar decisiones por medio de la consulta dentro de los límites establecidos por la Shari´ah y de acuerdo con los requerimientos del momento. Puede definirse el gobierno islámico como el gobierno de las leyes divinas sobre los hombres.
Este estado islámico, en el cual lo político, religioso y social se encuentran unificados bajo la Ley revelada por Dios, tiene como paradigma de "estado ideal" a la sociedad de Medina, instaurada por el Profeta, donde se establecen los principios jurídicos e ideológicos del Islam, constituyendo una cultura que va más allá del aspecto cúltico o devocional de la religión islámica. La sociedad de Medina es modelo de constitución política islámica, un legado jurídico y político que esclarece la naturaleza del gobierno islámico, es una guía modelo para el resto de los gobiernos islámicos por venir. Es el principal modelo, y el más antiguo, de un código elemental para la vida civil islámica. Recordemos que la ciudad de Medina (antigua Yathreb), fue la ciudad hacia donde emigró el Profeta Muhammed en el año 622, huyendo de la persecución de los qurayshies de La Meca, dando así comienzo a la Hégira o era musulmana.
La ley divina ocupa tanto el ámbito individual como el colectivo, no queda relegada al primero, como mera fórmula de relacionarse con la Divinidad. En su carácter de normas de cumplimiento público, que rige la vida social de una comunidad, la Shari´ah se encuentra expresamente consagrada en la Constitución iraní. En su artículo 4°, el principio islámico del gobierno iraní establece que "todo lo civil, penal, financiero, económico, administrativo y cultural, deben estar basadas en la Ley Islámica". Asimismo, debe aplicarse a todos los artículos del texto constitucional, a todas las leyes y demás normas jurídicas. Además, el art. 61 establece que las cortes de justicia llevarán a cabo las funciones de la Magistratura, y se formarán de acuerdo a la Ley Islámica, y se halla investida de autoridad para promulgar justicia e implementar los límites Divinos. Toda dimensión de la vida humana debe regirse de acuerdo a los sagrados principios de la Shari´ah, la Ley revelada por Dios, fuente de todo poder sobre la tierra. Y el estado islámico es el instrumento del cual se sirve Allah para hacer realidad sus mandatos.
A diferencia de lo acontecido a nivel constitutivo en el mundo sunnita, la clerecía shiíta alcanzó un elevado nivel de organización, que le permitió contar con una estratificación jerárquica y diferenciación estructural muy desarrolladas. El clero fue más autónomo con la Shía que con la Sunna (las dos grandes escuelas doctrinales del mundo islámico, originadas en el problema de la sucesión del mando tras la muerte de Muhammed: los seguidores (Shiah) de Alí, el yerno del Profeta y el último de los cuatro califas "bien guiados", y los partidarios de la tradición en designar al sucesor por el consenso de la comunidad islámica. Se constituyó como un cuerpo social distinto, con autonomía financiera e institucional del Estado. Si no se suele hablar de "clero" en el sunnismo, es porque en él los ulemas (sabios) no constituyen un magisterio, ya que dependen financieramente del orden político, y su legitimidad también deriva de él, porque los sunníes consideran generalmente el orden político como representante del orden califal, del orden social querido por Dios. Tal es lo que ocurre en Arabia Saudita y Marruecos.
Es preciso tener presente que dentro la escuela shiíta del Islam, la gran mayoría son duodecimanos. Salvando las ramas de los Zayditas (seguidores del quinto Imam Zayd al-Shahid, que no limitan el número de imames a doce) y los Ismailitas (quienes sostienen que Ismail Ibn Yafar, hijo mayor del sexto Imam Yafar al-Sadiq, es el Mahdi prometido), la casi totalidad adscriben a la tradición duodecimana, es decir, son quienes sostienen la creencia en los doce imames y en la parusía del último de ellos (el Mahdi).
La jerarquía clerical de Irán, sólidamente organizada e ideológicamente independiente, hizo de contrapeso al poder político, lo que les permitió construir una contrahegemonía de tal magnitud que les convirtió en la institución central del estado. Un cuerpo de ulemas (ruhaniyat) bien organizado, que permanecía en contacto directo con el pueblo y que utilizaba a la mezquita como cuartel general del comité revolucionario, centro de distribución de víveres de primera necesidad y de movilización popular, produjo la existencia de la república islámica.
La clerecía siempre fue una organización fuerte y tradicionalmente implicada en la vida política iraní, acostumbrada a funcionar como dirección política. De 1963 a 1979, el clero dirigió la resistencia bajo la conducción del ayatollah Khomeini. Cuando los mollahs (sacerdotes) llegan a la conclusión de que podían y debían ejercer directamente el poder en beneficio de la sociedad, pasaron a actuar como intelligentsia del movimiento revolucionario, en su calidad de intermediarios entre la voluntad divina y los creyentes.
En el Islam sunnita no existe ninguna institución con autoridad que pueda ejercer las prerrogativas de la soberanía divina ("la soberanía sólo pertenece a Dios"), y por lo tanto, susceptible de monopolizar el poder en nombre de lo sagrado, como ocurre con la clerecía shiíta de Irán. Junto a las características mencionadas (organización y autonomía), como hechos claves que explican el papel desarrollado por el clero shiíta iraní a lo largo de la historia, se halla la tercer variable que es la politización, de la cual su principal mentor fue el ayatollah Khomeini. "La maligna propaganda de la politización del clero, busca que ustedes eviten la política, olvidando que el Profeta fue una persona política también", señalaba el religioso revolucionario a los clérigos iraníes.
El Líder de la Revolución remarcaba el deber de considerar como cuestiones santas de valor divino a los asuntos de gobierno. Muchos clérigos creyeron que intervenir en política era un pecado y corrupción, como consecuencia de la propaganda colonialista. Además sostenía: "A veces, con idiota pero nociva y satánica intención disfrazada bonitamente de propaganda proislámica, reivindicaron la santidad del Islam junto con otras religiones monoteístas, sosteniendo que las religiones tienen la noble tarea de purgar las almas, invitar a los hombres al ascetismo, al claustro, la moralidad y reprender al pueblo por sus deseos mundanos, que las oraciones y súplicas acercan al hombre a Dios y lo distancian del mundo material. Sostienen que mezclarse en la administración del estado, la política y el gobierno se opone a la sublime meta espiritual, ya que estas actividades pertenecen al mundo material y están contrapuestas a las enseñanzas de los grandes profetas. Desafortunadamente, esta propaganda impresionó a ciertos clérigos musulmanes y algunas personas religiosas malinformadas sobre el Islam, quienes arribaron a la conclusión de que intervenir en política es un pecado y es corrupción. Esta errada concepción acarreó sobre el Mundo Islámico una gran calamidad". Por su parte, el sucesor del Liderazgo y actual jefe de estado iraní, el ayatollah Alí Khamenei, afirmaba lo siguiente: "El enemigo de la Revolución padecerá a la sociedad clerical en el caso de que el clero deje de intervenir en los asuntos políticos y presenciar en las escenas de la Revolución y que se convierta esta sociedad en un grupo de los clérigos desinformados, petrificados y obsoletos, como algunos que vimos en el presente y en el pasado, se dediquen a ensimismarse en un rinconcito de las escuelas y mezquitas, y que les entreguen la vida cotidiana y la administración del país… El aislamiento y evitar de la actividad política deseado por los enemigos, aunque siendo contradictorio al deber islámico, que nunca se adopte y aplique como medida en la vida cotidiana y en los centros de estudios teológicos por los clérigos y discípulos de dichas escuelas, y que siempre se alisten en especial y en tiempos de peligro enfrente de las filas del pueblo, dedicándose a un esfuerzo honesto e incansable… En la Revolución no es suficiente con hablar, decir y escribir, sino correr mucho y avanzar de trinchera en trinchera, para que todo lo escrito y dicho sirva al movimiento hasta llegar a destino, es decir, hacer que domine la religión de Dios y de trozar el poder diabólico de Tagut".
Por el contrario, los ulemas y estudiosos de la religión debían esforzarse para afirmar el pensamiento y las leyes islámicas, y dejar de aguardar al Mahdi, el Salvador –duodécimo y último de los Imames que desapareció hace más de mil años- que vendrá a la tierra cuando la humanidad haya caído en la más absoluta miseria y oscuridad, para imponer su reinado de paz y justicia (equivalente al Mesías judeocristiano y al Sosiosh de los persas zoroastrianos) con los brazos cruzados, terminar con esa infinita espera del Imam oculto. Antes que ello, Khomeini instaba a todos los shiítas a luchar por el establecimiento inmediato de un gobierno islámico, aquí y ahora.
El renacimiento del Islam aspira a la unidad entre religión y política, contrariamente a lo que ocurre en el mundo occidental democrático, donde ambas esferas se mantienen separadas. El objetivo es retomar los fundamentos religiosos para aplicarlos a la sociedad, vía organización estatal, rompiendo con la yahiliya, el período de ignorancia y oscuridad imperantes en la Arabia preislámica. El hombre solo puede salvarse mediante una sociedad gobernada por la palabra de Dios, depositando la jefatura política en los ulemas e instaurando la Ley Islámica (Shari´ah) como derecho de Estado. El retorno de la religión a la esfera política es condición indispensable para llevar a cabo el ideal de una sociedad islámica.
El Islam político busca terminar con la yahiliya, pues es una religión preocupada por la vida social. El estado es un fenómeno profético, una continuación y ampliación de la tarea que el Profeta había empezado en un cierto estadio de la vida de la humanidad. El gobierno es una rama de la Tutela Absoluta del Profeta, y junto al ejercicio del mando, adquieren valor sólo cuando devienen en instrumento para aplicar la ley islámica y establecer el justo orden del Islam.
La audacia política de Khomeini llevó a contemplar al Islam como un sistema de poder y una forma de organización social, como "la" forma de hacer política para instaurar el estado ideal de los tiempos del Profeta. La política y la religión son la misma cosa. Adaptó el Islam a los tiempos modernos, inyectándole el ímpetu revolucionario que lo llevaría a erigir el primer estado islámico-teocrático del mundo. El Corán no está hecho para rezar sino para organizar la sociedad, y los dirigentes religiosos se forman no para rezar sino para gobernar. Dice Khomeini: "El Islam y el gobierno islámico son fenómenos divinos, y sus prácticas garantizan prosperidad en este mundo y salvación en el próximo. Pueden poner fin a la injusticia, a la tiranía, depredación y corrupción, y ayudan a la humanidad a alcanzar la perfección ideal. Contrario a las escuelas no monoteístas de pensamiento, el Islam se preocupa y supervisa al hombre en todos sus aspectos, tanto el individual como el social, el material, el espiritual, cultural, político, económico y militar. No pasa por alto ni el más insignificante de los asuntos que afecte la educación y el progreso espiritual y material del hombre y su sociedad. El Islam ha señalado los obstáculos en el sendero hacia la perfección, y ha ofrecido soluciones para suprimirlos".
Recordando que Muhammad fue además de Profeta, el fundador de un Estado (la sociedad de Medina), Khomeini se rebela contra la apoliticidad y el quietismo tradicionales del shiísmo. Habla del Imam Hoseyn (tercero en el imamato, masacrado en su epopéyico combate librado en Kerbalá) no como un mártir sino como de un líder heroico que supo enfrentar a la tiranía e injusticia de un gobierno usurpador (el califa omeya Yazid). Los ulemas no sólo deben denunciar y convertirse en árbitros morales de la sociedad, también deben dirigir a los fieles en la lucha contra el orden injusto. Se produce una ruptura teológica con el propósito inmediato de tomar el poder político, elaborando un conjunto de ideas-fuerza tendientes a legitimar la búsqueda mundanal del poder estatal. Este pragmatismo khomeinista se contrapone a la inacción fatalista, producto de la errónea interpretación en cuanto a la aceptación del Destino divino (Qadr, estrella o sino que antes de nacer tiene asignado cada hombre), y que todo lo existente se halla dispuesto de acuerdo a la voluntad de Allah, y que por lo tanto así debe ser.
La verdadera religión no debe estar separada de la política, pues de estarlo carecería de veracidad y sería el auténtico opio del pueblo. En su Mensaje al presidente Mijail Gorbachov, dice Khomeini: "¿Es una religión –el Islam- deseosa de administrar justicia en el mundo y de librar al hombre de las cadenas materiales y espirituales el opio del pueblo? La realidad es que una religión que pone el capital material y espiritual de países islámicos y de los que no lo son a disposición de las superpotencias y de otras naciones poderosas, y que al mismo tiempo vocifera que la religión debe estar separada de la política, ésa es ciertamente el opio del pueblo. Tal no es la verdadera religión y, en efecto, nuestro pueblo califica así a una religión patrocinada por los norteamericanos". El aparato propagandístico de los colonialistas ha insistido en persuadir a los musulmanes de que la religión y la política deben marchar por distintos senderos, no deben juntarse. "Durante el período del dominio del imperialismo, debido a la negligencia sobre el para-monoteísmo islámico y el sentido de vida inserto en él, se abrió el camino para los ídolos del colonialismo, dándose una gran oportunidad para los poseedores del dinero y el poder de galopar e invadir los países islámicos. Los enemigos, con sus planes ya previstos, apartaron a la religión de la política en el ámbito de esos territorios, quitando la religión del modo de vida de las poblaciones de dichos países", manifiesta Khamenei. Y es justamente contra ese Islam anquilosado y caduco, que la revolución islámica opone el Islam de la religión y la política, como sostiene el actual Guía de la Revolución y Jefe de Estado: "En la Revolución Islámica, el Islam del Libro y de la tradición fue reemplazado por el de la superstición y de la innovación. El Islam de la Santa Guerra y del martirio, en lugar de aquel del cautiverio y de la sumisión. El Islam del reto y del razonamiento, en lugar del de la ignorancia. El Islam de este mundo y del otro mundo en lugar del materialista o monástico. El Islam de la ciencia y de la sabiduría en lugar de retrogresión y de la negligencia. El Islam de la religión y de la política en lugar del Islam del desatino e indiferencia. El Islam del levantamiento y de la acción en lugar del de la pereza y de la depresión. El Islam del individuo y de la sociedad en vez del protocolar e inútil. El Islam salvador de los oprimidos en cambio del Islam como medio en manos de los poderes, y finalmente el noble Islam de Mohammad (PB) reemplazando al norteamericano".
El derecho político islámico es producto de un sentimiento religioso politizado, oponiendo a la ley humana la divina Ley Islámica, basada en la razón y la revelación, garantía de estabilidad, justicia y orden. La república islámica es un sistema de gobierno dirigido por el Guía de la Revolución (actualmente es el Sayed Alí Khamenei, descendiente de la Casa del Profeta y sucesor del ayatollah Khomeini), un jurista experto en el conocimiento de la Ley Divina, que se constituye en la cabeza suprema del estado. Este custodio del gobierno, el faqih, posee las aptitudes necesarias para dirigir el gobierno islámico y aplicar la Shari´ah. La autoridad legítima de este mundo, según tradición shiíta, puede ser ejercida por lugartenientes del Imam oculto hasta su regreso. El faqih es el único que posee el conocimiento adecuado para dirigir al gobierno islámico y aplicar la Shari´ah y la comunidad debe obedecer segura de que las cualidades morales intachables del jurisconsulto impedirán un régimen despótico, aunque no es infalible porque carece de las cualidades superiores de los Imames, salvo las que se refieren al ejercicio de la autoridad terrenal en el gobierno y la política. Khomeini señala que el estatus espiritual del Imam es el de representante divino en el universo, todos los átomos del universo se someten al Wali ul-Amr, y nadie puede alcanzar la jerarquía espiritual de los Imames. Estos ejercen un Gobierno Cósmico (Wilaiah Takwini), "existían desde antes de la creación del mundo en forma de luces situadas bajo el Trono Divino; eran superiores a los otros hombres, incluso en el esperma con el que fueron engendrados y en su composición física".
El gobierno es una guarda de menores que los guía, representa a Dios en la tierra. El faqih y los jurisconsultos, deben tener la guarda de la comunidad hasta la aparición del Mahdi (quien dirige la vida espiritual del ser humano y orienta al aspecto íntimo de la acción humana hacia Dios; está en comunión con las almas y espíritus de los seres humanos, incluso aunque se oculte a sus ojos físicos). Tras la Ocultación (mediados del siglo X) del duodécimo Imam, el faqih justo tiene la misma autoridad que el Más Noble Mensajero y los Imames: autoridad de gobierno, la administración del país y la aplicación de las sagradas leyes de la Shari´ah. Un poderoso sentimiento paternalista se percibe en la definición del gobierno del faqih: "La Wilaiat ul-Faqih es una cuestión formal, racional; existe solamente como una clase de elección, como la elección de un tutor para un menor. Respecto al deber y la posición no existe, de hecho, diferencia entre el guardián de una nación o el tutor de un menor. Es como si el Imam (sobre él la Paz) hubiera elegido a alguien para la custodia de un menor" (Khomeini).
El artículo 5° de la Constitución señala que "en ausencia del Mahdi (quiera Dios acelerar su llegada) la salvaguarda de los asuntos de la comunidad estará a cargo del justo faqih", quien tiene el derecho a actuar como gobernante político, y ejercer su poder de veto o control parlamentario sobre las medidas legislativas del Majlis (Parlamento), donde se expresa la voluntad popular. En esta sacralización de la política, el faqih se instala como el viceregente del Imam oculto, preparando su parusía o retorno. La función que desempeña el jurisconsulto, velayat-e-faqih (guardián de la jurisprudencia), algo totalmente nuevo en el Islam, excelsa innovación introducida por Khomeini en la teoría política shiíta, ya que la noción original de faqih alude al custodio de niños y desvalidos dentro de la Ummah (comunidad islámica), cuya función es la de vigilar y supervisar la aplicación de la ley, es el intérprete legal legitimado para ejercer la autoridad religiosa entre los musulmanes shiítas, y establecer un gobierno islámico mediante el ejercicio de potestades emanadas del Mandato Divino. Tradicionalmente, el término velayat-e-faqih no significa más que el protector legal de los clérigos mayores sobre aquellos juzgados incapaces de cuidar sus propios intereses, como son los menores, viudas e insanos. Significa además que los clérigos mayores poseían el derecho de entrar a la arena política, pero solo temporalmente y cuando el monarca ponía claramente en peligro los asuntos de la comunidad. No obstante la persistente y tradicional noción acerca de los clérigos que debían permanecer dentro de sus seminarios y no entrometerse en las controversias políticas, insistiendo en la referencia al faqih como el guarda de viudas, huérfanos y de incompetentes mentales, Khomeini sorteó esos obstáculos afirmando a los religiosos iraníes que los clérigos se habían sublevado en los tiempos de crisis para proteger al Islam e Irán del imperialismo y el despotismo real: durante la crisis del tabaco de 1891, en la revolución constitucional de 1906 y contra las reformas occidentalizadoras del Shah Reza Pahlevi en 1963.
El fundador de la república islámica fue quien produjo la transformación del tradicional significado del faqih. El resultado de la doctrina teocrática de Khomeini, sobre el Mandato del Jurista (Velayat-e-faqih), es una modificación radical de la tradicional teoría shiíta sobre la autoridad. Pero ante la necesidad de un liderazgo terrenal, de un mando político, Khomeini establece una "regencia por delegación", hasta la llegada del Imam oculto. "El faqih es un delegado del Profeta y durante la Ocultación del Imam, es el líder de los musulmanes y el jefe de la comunidad".
El Guía es el depositario del "sentido oculto" del mensaje coránico, preparando el retorno (parusía) del Imam oculto. Pero es el Imam quien enseña el sentido esotérico (batín) de la letra coránica, él guía a los fieles hacia el sentido espiritual, interior de la revelación literal (zahir) enunciada por el Profeta. Sus decretos, análogamente a las encíclicas papales, son divinos y en consecuencia, de carácter infalible. El gobierno de Dios se ejerce a través del velayat-e-faqih, es su aplicación terrenal, y el faqih asume la máxima autoridad de este estado islámico hasta tanto Dios disponga la ansiada parusía del duodécimo Imam.
Los poderes constitucionalmente atribuidos al faqih, son en gran medida similares a las potestades de las que gozan la mayoría de los jefes de estado de numerosos países que cuentan con una constitución escrita. Las funciones que desempeña se encuentran consignadas en el artículo 110 de la constitución iraní: delinear las políticas generales de la República Islámica, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y del cuerpo de Guardianes de la Revolución (basijs), declarar la guerra y la paz, dicta amnistías, etc. Además, firma el decreto que formaliza la elección popular del presidente de la República.
Como ocurre en las repúblicas democráticas, el estado iraní se divide en tres poderes, independientes entre sí: 1) ejecutivo: al Guía le sigue el Presidente, elegido en votación libre, secreta y directa por todos los ciudadanos cada cuatro años; 2) legislativo: compuesto por 290 diputados, en una sola Cámara (Majlis), cuyas leyes no deben contradecir a la Ley Islámica; 3) judicial: regido por el presidente del Consejo Supremo de Justicia, designado por el faqih. Conjuntamente a la división tripartita del estado, se encuentra el Consejo de Vigilancia o de Guardianes, quienes controlan las leyes y los actos de los demás poderes, para que se adapten a la Shari´ah, y la Asamblea de Expertos, compuesto por 80 ulemas elegidos por voto popular, quienes determinan la sucesión del Guía.
Por el artículo 72 de la Constitución, el Parlamento no puede promulgar leyes contrarias a la misma ni a la religión oficial del país; y de acuerdo al artículo 91, la salvaguarda de las ordenanzas islámicas y de la Constitución recae en el Consejo de Guardianes, una especie de Senado compuesto por doce juristas que examina la compatibilidad de la legislación promulgada por el Majlis con los preceptos islámicos y constitucionales. El líder revolucionario solicitó a los miembros del Parlamento a "no sancionar ninguna ley antiislámica y a observar los decretos celestiales para obtener la felicidad en este mundo y en la Vida Eterna", e instó al Consejo de Guardianes a "vetar sin hesitación toda ley, decreto o reglamento que se oponga al puro Islam y a la Constitución" (Testamento Político y Religioso). El Guía supremo es quien tiene la última palabra, y posee las llaves legales para bloquear las leyes que pudieran llegar a contrariar los principios fundamentales de la república islámica. El andamiaje institucional permite que los mandatos divinos sean de prescripción obligatoria para la comunidad. "Es imposible cumplir el deber de ejecutar las órdenes de Dios sin haber establecido adecuados y amplios organismos administrativos y ejecutivos" (Khomeini).
Como se señala al principio, el artículo 56 establece el derecho divino de soberanía, un principio de autoridad sagrada que se coloca por encima de los hombres y que toma al Corán como fuente de la Ley. La soberanía es un atributo que sólo pertenece a Dios. La tríada de la Ley Divina, gobierno islámico y custodia del faqih se une para formar las bases de un gobierno ideal.
La estrategia modernizadora de Khomeini, con su denodado propósito de adaptar el Islam a los tiempos actuales, les permitió a los iraníes contar con una Constitución escrita, como ocurre en la mayor parte de los estados democráticos de Occidente. Si bien las instituciones republicanas son cuerpos consultivos imbuídos de un espíritu -la ley islámica- ajeno a su naturaleza occidental, el gobierno islámico es un Estado de Derecho con la particularidad de que las leyes vigentes son de origen divino, por lo cual el aparato legislativo solo debe planificar las tareas ministeriales y la formación del gobierno.
La combinación de instituciones republicanas con aquellas de ideología islámica, dan lugar a la conformación del sistema político iraní. Khomeini señala que el gobierno islámico es constitucional en el sentido de que los gobernantes están sujetos a ciertas condiciones en las tareas de gobierno y la administración de su país. El gobierno islámico es un gobierno de derecho. En esta forma de gobierno, la soberanía pertenece sólo a Dios y la ley es Su Decreto y Orden. El gobierno en el Islam significa adhesión a la Ley. Y es ésta la única en gobernar la sociedad.
Indudablemente que el régimen iraní contiene importantes preceptos propios de un estado republicano de derecho, como lo es la elección periódica de sus autoridades, desde el presidente de la nación hasta los representantes de distrito, y de manera indirecta -a través del Consejo de Ulemas- al Jurisconsulto o faqih. El khomeinismo es republicano.
En su Testamento Político y Religioso, Khomeini aconsejaba al pueblo iraní a "que participe activamente en la escena política en ocasión de las elecciones presidenciales, parlamentarias y para elegir la Asamblea de Expertos, que tiene la responsabilidad de determinar el Consejo de Liderazgo o el Líder". En el mismo documento, el fundador de la república islámica subrayaba además que "la elección y nominación de estos representantes deben fundarse en criterios sólidos y la consulta con los sabios más eminentes de la época", y afirmaba que la no participación en las elecciones "de todo el pueblo, desde los ulemas hasta otros estratos, pasando por los obreros, campesinos, comerciantes y empleados administrativos, quienes son responsables del destino del Islam y de la patria, es un pecado cardinal".
Históricamente ha habido dentro del clero shiíta una clara división entre los que pretendían ejercer el poder en nombre de Dios sin distinguir entre religión y política, y los que apoyan un régimen democrático en el que el clero sirva como "fuente de imitación" (marja-e-taqlid) a la sociedad en el plano moral, aferrándose además al concepto tradicional de velayat-e-faqih, entendido como una figura paternal encargada de velar por los huérfanos y los pobres, y no como lugarteniente del Imam oculto sobre la tierra.
Entre las demandas de cambio que se plantea a partir de la era reformista del presidente Muhammad Khatami (Hoyatoleslam y Sayed, es decir, Doctor en la Ley Islámica y descendiente de la Casa del Profeta) se incluye la propuesta de separar el poder político del religioso. Los clérigos reformistas piden que se deje la política en manos de los seglares y que todos los ulemas vuelvan a sus piadosas labores en los seminarios. Importantes sectores de la jerarquía religiosa de la ciudad sagrada de Qom, no ven con agrado que la política y la religión marchen juntas.
Algunos clérigos consideran que la propia institución del Guía debe relegarse al tradicional ámbito espiritual, y que los poderes políticos deben recaer sobre el presidente de la república. Sostienen que el máximo Líder "sólo debe observar los asuntos del país y no interferir en ellos". Khamenei declaró entonces que el enemigo había entrado en escena a través de grandes líderes con el principal objetivo de convulsionar el Irán islámico y romper la unidad del país. El principio del liderazgo supremo del velayat-e-faqih está en el corazón del sistema islámico shiíta, es el símbolo del poder de la nación, y su cuestionamiento es considerado un insulto a la nación islámica. La autoridad del Guía Supremo es el núcleo básico de la teocracia iránica.
Si bien existe la idea generalizada de que una de las pretensiones de los partidarios de la política reformista de Khatami consistiría en abrir el debate para separar el poder político del religioso, intentando crear una sociedad laica sin vigilancia del poder clerical, y que se estaría instalando un debate central entre conservadores y reformistas en torno a la impugnación del carácter teocrático de la república islámica, cuestionando la legitimidad del Líder supremo, los enfoques empleados no siempre responden a la realidad de los fenómenos en cuestión. Dicho en otros términos, cuando se habla de crear una sociedad civil, se lo hace de acuerdo a los parámetros valorativos de Occidente, a partir de conceptos elaborados por formas de pensamiento propias de las democracias occidentales.
A pesar de las eventuales disidencias que se producen en el seno del régimen iraní, existe una marcada preeminencia en cuanto a que la sociedad sea liderada por el clero. Afirmaba Khomeini: "Esta consigna sobre la separación de religión y política, y la exigencia de que los sabios islámicos no intervengan en asuntos políticos y sociales, ha sido formulada y extendida por los colonialistas".
Las medidas judiciales tomadas contra los promotores de "desviaciones antiislámicas", encuentran un sólido fundamento en su Testamento Político y Religioso: "Mi última advertencia a ese sector de religiosos y pseudoclérigos que se oponen a la República Islámica por distintas razones, que consumen sus vidas en proyectos subversivos, que colaboran con conspiradores y políticos intrigantes, y como se ha informado, que han percibido colosales sumas de dinero provenientes de los impíos capitalistas en pago de estas acciones, es la siguiente: no habéis ganado nada hasta ahora con estos actos perversos, y pienso que tampoco lograréis nada en el futuro si continuáis así. Por cuanto, si os empecináis en estas patrañas, Dios no os dejará ganar nada. Es, por lo tanto, más beneficioso que os arrepentáis mientras hay todavía una oportunidad; rogad por el perdón al Altísimo y uníos a la causa de la oprimida y empobrecida Nación, y respaldad a la República Islámica, que os garantiza el bien en este mundo y en la Vida Eterna".
En general, y de manera más o menos periódica, los sistemas políticos soportan tensiones que amenazan su normal funcionamiento, momento en el que comienzan a emplear la capacidad adaptativa inherente a los mismos, con el fin de enfrentar a esas tensiones y reciclarlas para la reproducción sistémica. Lo que se busca es resguardar las funciones fundamentales necesarias para que los sistemas subsistan. Pese a que la República Islámica de Irán tuvo que enfrentar desde 1979, una serie de conflictos de intensa gravedad, como lo fue la guerra con Irak y la hostilidad de poderes internacionales durante el período revolucionario, han comenzado a disiparse. Aún con reformas, persisten los parámetros básicos del régimen político. Este se encuentra dotado de recursos homeostáticos (asimilativos) que le permiten resistir las tensiones. Los sistemas políticos pueden controlar que los cambios ambientales no se vuelvan tensivos. De lo que se trata es de estabilizar el sistema desde dentro, con sus propios recursos, sin necesidad de recurrir a la emulación de otros modelos de gobierno o de llegar a situaciones institucionales que pongan en peligro la estabilidad del sistema. Son justamente las nuevas circunstancias que atraviesa la vida económica, social y política de Irán, las que conducen a las autoridades iraníes a aplicar políticas de corte reformista, con la finalidad de mantener la tensión -natural en todo sistema político- dentro de las fronteras del mismo.
Los sistemas políticos no están necesariamente indefensos frente a las perturbaciones que los pueden afectar. Pueden persistir incluso en un mundo de rápido cambio. La persistencia no es incompatible con el cambio pues un sistema debe poder cambiar o adaptarse a circunstancias fluctuantes para persistir. Un sistema puede perdurar aún sufriendo en algunos de sus aspectos cambios sustanciales y significativos. En realidad, todos los grupos que contienden en la vida política iraní se reconocen como partidarios de la República Islámica, todos proceden de la corriente política que los originó. Por ello resulta difícil hablar de "modernizadores pragmáticos" frente a "clérigos integristas". Si bien existen diferencias entre los distintos sectores del gobierno iraní, fundamentalmente están unidos por la necesidad de defender los intereses comunes que hacen al sostenimiento del régimen político. De hecho, existe una unidad fundamental entre las denominadas "facciones antagónicas" del Jefe de Estado y Guía de la Revolución, el ayatollah Alí Khamenei y el Presidente Muhammad Khatami, respectivamente. La búsqueda de combinar estructuras heredadas de la Revolución con la inevitable apertura reformista, no ha planteado hasta el momento un grave enfrentamiento entre ambos sectores.
Todos los sistemas políticos sufren cambios. En toda la historia de las instituciones políticas difícil es hallar sistemas que permanezcan inmutables. Y son los cambios que periódicamente se introducen al interior de los mismos, los que deben encauzarse institucionalmente para permitir la persistencia del mismo. Ante una ciudadanía que anhela cambios, la política reformista es una buena manera de contener estas aspiraciones en el marco de la república islámica.
Un sistema social que mantiene sus límites se sitúa en un equilibrio estable que gracias a mecanismos integradores mantiene las variaciones dentro del sistema, entre límites compatibles con la preservación de los principales componentes estructurales. Los procesos de cambio dentro del sistema son en realidad cambios para que "nada" cambie. Para contrarrestar los "desvíos" y frenar los procesos acumulativos de cambio, los mecanismos de control impiden que los cambios intrasistémicos se deriven en un cambio del sistema, neutralizando estados alejados de pautas institucionalizadas. El cambio dentro del sistema es posible, para que el mismo vaya abriendo sus puertas a los nuevos tiempos, haciendo una transición incruenta y controlando que la situación no se desborde. Estas apreciaciones nos indican que la política reformista está clara y expresamente enmarcada dentro de los parámetros establecidos por la república islámica, y precisamente por ello, constituyen cambios intrasistémicos.
El foco crucial del problema del cambio descansa en la estabilidad del sistema de valores. El cambio en los valores supremos del sistema es muy raro que tenga lugar. El único cambio cualitativo posible se define, precisamente, a partir de un cambio en los valores. La dinámica del equilibrio sólo da razón de los cambios dentro del sistema que no son verdaderos cambios cualitativos. En verdad, una de las cuestiones más importantes a preservar por un sistema político, que hace a su misma identidad y que le confiere su singularidad, es el sistema de valores, las creencias y la cultura política de una sociedad. Los fundamentos básicos del sistema político iraní se basa en los cánones islámicos, y en la teoría política khomeinista. Y es justamente bajo la conservación de los valores fundamentales islámicos, que las reformas deben tener lugar. El cambio debe darse pero de manera gradual, para prevenir que las reformas puedan diluir los valores islámicos y revolucionarios.
Las políticas reformistas del gobierno de Khatami, se encuadran dentro del paradigma teocrático trazado por el fundador de la república islámica. El khomeinismo debe ser visto como un pensamiento político flexible, como un movimiento popular que contiene el potencial para el cambio y la aceptación de la modernidad. La esencia misma del régimen iraní, con su singular y revolucionaria teoría política de la "regencia por delegación" del Mahdi a través del faqih, continúa siendo el principio legitimador del orden político. A fin de dar término al presente trabajo, importa destacar:
1) La existencia de un bipartidismo de facto, puesto que los diversos grupos que pugnan entre sí, por diferencias entre las peticiones de modernización y el deseo de mantener la pureza cultural, y entre la eficiencia económica que defienden los pragmáticos y la justicia social de los principios fundamentales de la revolución iraní, se reconocen como partidarios de la República Islámica. Reformistas y conservadores, izquierda y derecha ("demócratas" y "republicanos") están igualmente comprometidos con lo esencial del régimen islámico.
2) El poder atribuido al faqih y Jefe de Estado para colocar límites a la legislación reformista. Aunque el Parlamento promulgue leyes de contenido reformista, éstas deben ser supervisadas por el Consejo de Guardianes, estructura gubernamental integrada por clérigos de alto rango, que actúan a nivel senatorial cumpliendo con el mandato expreso de Khomeini de vetar a toda ley opuesta al Islam y a la Constitución.
3) El combinado equilibrio entre cambio y persistencia. Tras el proceso de afirmación revolucionaria inaugurado con el derrocamiento de la dinastía Pahlevi, se produce un período de distención que se evidencia en las reformas a la Revolución. Los cambios que procura implementar la política reformista de Khatami no son rechazados por el sector que lidera el ayatollah Khamenei, pues también los llamados "conservadores", sostienen la necesidad de los mismos. El problema reside en las formas que deben revestir tales cambios. Ambos sectores, tal como lo remarca el encargado de negocios de la embajada iraní en Argentina, Abdolrahim Sadatifar, comparten los mismos objetivos: "El sistema político no va a cambiar porque ganen los reformistas o los conservadores. Si pueden llegar a variar algunas tácticas, pero la estrategia, el objetivo de ambos frentes es el mismo: gobernar el país bajo las leyes islámicas" (La Nación, 19/02/2000).
Finalmente, es importante tener presente que, más allá del respaldo constitucional que pudieran tener determinadas reformas, la Constitución iraní concluye -artículo 177-, estableciendo que el contenido de los artículos del texto constitucional relativos al carácter islámico del sistema político, el fundamento religioso, el principio santo, y la religión oficial del país, son inalterables.—
- ABRAHAMIAN, Ervand: "Khomeinism. Essays on the Islamic Republic". University of California Press, Berkeley, Los Angeles, London, 1993.
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Enrique Mazaeda
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