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Un proyecto de vida: Realizarse como persona (página 5)


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Es necesario, entonces, que los latinoamericanos apoyemos toda propuesta que lleve, de manera implícita y explícita, la actividad física en todas las edades y generaciones; esto posibilitará trascender muchas de nuestras problemáticas, en forma especial la dependencia histórica, esa concepción que tenemos que para "ser nosotros" debemos esperar a que otros nos lo digan. Cada hombre debe emprender y aprender a ser un héroe para sí mismo, para su comunidad y su país; debemos pasar a los campos de la actividad física para emprender la travesía personal consciente, aquella que nos llevará a conquistar, de manera integral, nuestra libertad autónoma y, al mismo tiempo, responsable.

La familia es el núcleo primario en que la actividad física debe ser un aspecto importante de la vida diaria; hay que motivar con el ejemplo a los niños para que gocen de libertad de la experimentación corporal a través del juego y el deporte "limpio". La escuela, el colegio y la universidad también deben de ser escenarios donde la cultura de la actividad física encuentre su papel protagónico e histórico en su labor formadora y transformadora de seres humanos integrales, de personas auténticas, sensibles, humildes, libres, comprometidas consigo mismas y con su entorno social y ambiental.

En el ámbito laboral es primordial fortalecer los espacios para el encuentro humano a través de la cultura organizacional de la actividad física, lo que posibilitará trascender la idea esclavista del cuerpo como productividad total, de sometimiento a los mecanismos de producción dominantes, en que la persona no es tratada como tal y, al contrario, se manipula como una mercancía más, con un precio en términos de salario y no como un "valor" en términos de lo que es como ser personal. Así como todas las empresas necesitan del tiempo de todos sus trabajadores, ellos requieren tiempo de sus empresas para re-crearse a través del encuentro humano que permite la actividad física y el juego. Una empresa que no tiene en cuenta los hijos y esposa no puede ni debe hablar de calidad y excelencia en su papel constructor de patria y menos en su tarea de mejorar la calidad de vida de sus empleados y familias.

Compromiso comunitario y social: como aporte al proyecto de vida

El ser humano necesita de las otras personas para desarrollarse y lograr su realización personal. La persona construye su identidad a partir de las relaciones que crea y en las que participa, pues sólo el convivir en sociedad nos hace posible desarrollar nuestras características como seres humanos.

Podemos afirmar que el grupo familiar al cual pertenecemos (familia, región, país) nos posibilita realizar nuestros objetivos y metas y nos brinda el espacio para crecer integralmente en forma biológica, psicológica e intelectual.

Todos compartimos unos lazos comunes, no sólo como familia sino también como pueblo, es decir, pertenecemos a una región y tenemos una nacionalidad que nos permite identificarnos con una cultura e historia que nos es común.

Podríamos decir, por ejemplo, que como latinos compartimos lo que el psicólogo suizo Carl Jung denominó "inconciente colectivo". Nuestra cultura era rica por la diversidad de valores de carácter humano que prevalecían en nuestras relaciones, donde, la vida era el valor supremo y se expresaba en todas las dimensiones del quehacer cotidiano, esta forma de percepción de la realidad procede de los pueblos indígenas, que constituyen nuestras raíces. También compartimos una historia de dolor y avasallamiento que se desencadenó a partir del proceso de conquista y colonización de nuestros pueblos y tierras, llevado a cabo por parte de las culturas extranjeras que atropellaron nuestra identidad, y dejaron un sello de agresividad para conseguir la supremacía individual; esto también quedó grabado en nuestro "inconciente colectivo"; por ello, como pueblo necesitamos aprender a construir desde nuestra realidad actual, para relacionarnos de una manera más sana que haga posible nuestro avance personal respetando el espacio de otros para crecer, esto significa que cada persona tiene los mismos derechos que yo poseo, al igual que cada pueblo o nación tiene los mismos derechos para desarrollarse con su singularidad (Rodríguez, 2005).

Por ello, cuando participamos y cooperamos en el desarrollo de las personas con las cuales compartimos, sean estas hermanos, amigos, o compañeros de trabajo o, más aún, cuando nos sensibilizamos frente a la realidad de otros seres humanos, aunque con ellos no tengamos ningún vínculo o lazo que nos una, también estaremos avanzando para realizar nuestro proyecto de vida, ya que cada meta personal no puede separarse o aislarse de nuestra vivencia e interacción con los demás. Necesitamos reconocer esta realidad desde la convivencia con la familia en la cual crecemos.

El amor que trasmitimos y aprendemos en el hogar tiene como base el respeto por las diferencias individuales y la singularidad que caracteriza a cada uno de sus miembros, y aprendemos a amar cuando respetamos esta diversidad.

Del mismo modo, cuando nos relacionamos influimos sobre los demás, mientras ellos retroalimentan lo que somos.

Cada individuo tiene necesidades de diferente orden que para solucionar requieren la presencia de otras personas; pero, en muchas ocasiones, la forma como nos relacionamos conlleva la negación o la destrucción del otro, aparentemente "a favor" de lo que son nuestros intereses.

El medio social en que nos desenvolvemos nos ha hecho creer, que esta es la forma correcta de lograr nuestras metas, y también una "huella" de nuestro "inconciente colectivo"; sin embargo, es importante recordar aquellos acontecimientos que han permitido que aflore lo mejor de cada pueblo, por ejemplo, frente a las calamidades naturales, cuando hemos estado presentes para apoyar a nuestros "hermanos"; o cuando las comunidades y grupos han logrado reunirse en torno a objetivos comunes (como la creación de una empresa; cuando mujeres cabeza de familia crean talleres de trabajo en manualidades; el acuerdo para un barrio; patrocinio de empresas para estimular el deporte; grupos ecológicos que desean proteger alguno de nuestros recursos; jóvenes que atienden ancianos), el coraje, la eficacia y la fuerza de voluntad de un pueblo o comunidad pueden construir esperanzas de vida donde no existían, o crear las oportunidades de vivir que todos merecemos.

Por ello, en las manos de cada familia, de cada grupo o individuo, está aprender a crear con los otros unas condiciones de vida digna para todos, empleando nuestro esfuerzo, pasión, y lo mejor de cada uno (Rodríguez, 2005).

Compromiso ecológico: como integrador del proyecto de vida

La existencia del ser humano y la del resto de los seres vivos que pueblan nuestro planeta Tierra forman parte del ciclo vital, y está gobernada por las leyes naturales que rigen la vida en general; hemos olvidado que esta conexión con la naturaleza se da dentro del proceso de socialización en el que participamos.

Hemos aprendido que nos corresponde "gobernar" el orden de la vida, y que se nos otorga con ello el derecho a devastarla en todas sus formas; creemos que tenemos esa potestad gracias a la "facultad" que la naturaleza nos ha concedido y que hemos desarrollado a lo largo de siglos de evolución: nuestra conciencia. Ella nos ha posibilitado lanzarnos más allá de la vida natural, nos ha permitido desarrollar nuevas tecnologías, refiriéndonos como "reyes" de la Tierra, y nos ha hecho pensar que no necesitamos de ella para sobrevivir y se ha creado así la negación de nuestro lugar en la naturaleza (Rodríguez, 2005).

Hemos logrado hacer una división en nuestro interior, donde rechazamos aquellas características propias que nos recuerdan el lazo común que nos une con el resto de los seres vivos (nuestros olores corporales los enmascaramos con productos perfumados, las expresiones de afecto se cambian por la racionalización que hacemos de ellas y nuestros cuerpos corresponden al modelo adoptado por la cultura del momento).

Nuestra relación con la naturaleza se caracteriza por el afán de poseerla, explotarla y apropiarnos de sus recursos sin importar los medios para conseguirlos. Esto nos diferencia de las culturas indígenas, cuyo sistema de vida estaba en perfecto equilibrio con la tierra; al comprender el lugar que ocupaban y asumir un cuidado y hermandad con todas las formas de vida que la habitan, los indígenas tenían y tienen una percepción de la tierra, en la que el respeto por ella hace que la consideren como la proveedora de la vida; por ello la llaman "pacha mama" (la madre tierra); al concebirla de esta forma, ven a todas las criaturas que la habitamos con igual respeto; su relación con la naturaleza está impregnada de un hondo sentimiento de afecto: los indígenas caminan y recorren la tierra para acariciarla, no para "explotarla"; la cultivan y la cuidan, ya que de ella depende su existencia; aprenden de ella y la honran en cada acontecimiento que hacen parte de su vida.

Esta actitud de explotación y sometimiento que caracteriza nuestra relación con la naturaleza la hemos trasladado a nuestra relación con los seres queridos; por ello, nuestras relaciones hoy presentan el mismo panorama de resequedad, debilitamiento y deterioro progresivo.

Podríamos afirmar que la contaminación, la explotación, el abuso en el uso de los recursos, hace parte integral de nuestra forma de asumir las relaciones en la vida diaria.

Los seres vivos protegen hasta con su vida el lugar donde viven, su nido o su madriguera, pues "saben" que allí es posible su desarrollo y es el lugar donde, junto con los congéneres, comparten sus expresiones de afecto y sobreviven. Nosotros, al contrario, utilizamos un estilo de relación caracterizado por la dominación y sometimiento de la otra persona a la que "amamos"; el dar afecto implica un intercambio "amenazante", en el que perdemos parte de nuestra identidad para recibir un poco de reconocimiento a cambio; así hemos aprendido a desconfiar y a estar a la defensiva en las interacciones; el lenguaje afectivo se empobrece, y nuestras relaciones pierden su valor como fuente de enriquecimiento interpersonal y de crecimiento mutuo; vemos entonces que las relaciones de violencia con nuestra madre tierra la hemos trasladado también a nuestras relaciones más íntimas (Rodríguez, 2005).

Otro elemento que está presente en nuestra percepción de la realidad es la negación que hacemos de la diversidad que nos rodea. La sociedad de consumo es un instrumento que busca uniformar la expresión de la vida para hacer personas más fáciles de manipular. Vemos como en la naturaleza no hay un solo ser que, aunque de la misma especie, sea igual a otro; este elemento permite que la especie evolucione. En la vida humana, la cultura estimula las modas, discrimina y estigmatiza la diferencia de todas sus formas; inclusive hemos aprendido a sentirnos incómodos con nuestro cuerpo y con nuestra imagen si esta no corresponde al modelo imperante; todos los ámbitos de nuestra vida están regidos por esta misma dificultad: hemos perdido nuestra capacidad creativa y de innovación; todo lo copiamos y lo reciclamos, no tenemos iniciativa para asumir riesgos; nos está vedado ser diferentes; de ello resultan personas sumisas, que pierden su capacidad "esencial" como seres humanos, es decir, su capacidad para "elegir", para vivir la "singularidad" con la que la vida los ha dotado (Rodríguez, 2005).

La relación con otros seres humanos es fundamental para desarrollarnos integralmente. Sin embargo, necesitamos aprender a descontaminar, a limpiar los espacios de interacción; es indispensable que logremos asumir una relación de interdependencia para comprender que cada persona tiene el derecho a ejercer su autonomía, la capacidad para determinar el curso de la historia personal y vivir de acuerdo con los parámetros elegidos, asumiendo con responsabilidad nuestra singularidad y respetándola en los demás; que aprendemos a valorar el misterio que guarda el otro; cuidemos las relaciones de las cuales nos nutrimos, sean estas familia, pareja o trabajo, creando también la cultura del "encuentro" en la que la relación, como fuente de reconocimiento interpersonal, pueda cobrar vida en nuestra cotidianidad, y de un sentido humano a las relaciones, para ver realmente que podemos compartir nuestro afecto y lo que somos con cada ser humano en nuestro entorno.

Las ciudades, grandes urbes donde como seres incógnitos caminamos, crean las condiciones para que nos insensibilicemos. Si queremos progresar como humanidad tenemos que humanizar la calidad de nuestros encuentros, para "aprender" a reconocer el "valor de la vida".

¿Con qué sensibilidad vamos a pretender hablar de salvar las especies que están en vías de extinción, si no empezamos a recuperar la conexión con nosotros mismos como raza humana, recuperando el sentido real de lo que significa ser persona?

Resulta difícil valorar y emprender una acción eficaz y clara para lograrlo, si no percibimos la magnitud del problema en sus dimensiones reales; la solución del problema está en nuestras manos, pues la "primera" especie que está en vías de extinción es la "humana", debido a la pérdida total del sentido y el significado de lo que es su vida; bien sabemos que nosotros no hemos creado la vida, sólo formamos parte de ella, pero al tener esta facultad especial que es la "conciencia", tenemos también el poder de destruirla, y cuando lo hagamos nos habremos destruido a nosotros mismos; tristemente estamos dando pasos agigantados hacia esa realidad.

Si se parte de las relaciones familiares se puede empezar a construir un espacio donde el respeto por la singularidad, nuestra naturaleza humana y el entorno, se sitúen como una pieza clave en nuestro proyecto integrador de la vida personal, familiar y social, que nos devuelva la esperanza de recuperar el "rumbo" para ser "dignos" de ocupar nuestro lugar en el círculo de la vida y colaborar para que la evolución y el plan de "Dios", o de la fuerza vital, siga llevándose a cabo en su justa medida.

Travesía de la vida (A modo de conclusión)

La persona es un proyecto que día a día se construye a partir de la convivencia, la apropiación de sus talentos, madurez progresiva y de su capacidad para soñar y establecer metas que le permitan ampliar su horizonte personal y reconocerse en forma plena como el protagonista y conductor de su vida.

Para ello, cada ser humano lleva en su interior la posibilidad de desplegar lo mejor de si mismo, como "una semilla" que se irá desarrollando a lo largo de su vida, si la cultiva con una cuidadosa atención desde que nace.

El "hacerse persona" es un proceso que va más allá de crece r en forma biológica y cumplir con el ciclo vital, que es inherente a todas las criaturas vivas; sólo conforme descubramos lo que nos hace únicos, singulares, auténticos y nos permitamos vivir de acuerdo con esta realidad, aprendiendo a responsabilizarnos de nuestras decisiones, podremos conseguir que cada día de nuestra vida tenga un sentido y valor, el que hemos querido darle.

Este proceso no es sencillo, ya que existe la confrontación permanente con nosotros mismos y nuestras aspiraciones; además va unido al desarrollo de las capacidades para compartir, acompañar y estimular también el mejoramiento de las personas con las cuales compartimos la vida.

La vida humana es diferente a la de otros seres de la naturaleza, no está determinada; sin embargo, debemos conquistar como un don la posibilidad de ser libres, pues sólo cuando aprendamos a ganar nuestros espacios al superar nuestras limitaciones y fortalecer nuestra actitud para ser flexibles y abiertos al aprendizaje que la vida nos ofrece en cada acto cotidiano, podremos honrar nuestra travesía personal como el camino que emprendemos para vivir de acuerdo con lo que somos y lo que estamos llamados a "ser" (Rodríguez, 2005).

Este proceso se inicia desde la infancia y, podríamos decir, en forma integrada a la madurez biológica, también se va dando un despertar interior, que implica la vivencia plena de las emociones y la atención a los llamados que a través de las diferentes etapas de crecimiento nos hace la vida.

La familia ejerce una influencia significativa, ya que recibe de la vida, para su cuidado y guía, una pequeña criatura que depende por completo de las personas que la cuidan; por ello, es vital que se proporcione la atención y singularidad básica que le permitirá desarrollarse en forma sana; el niño recibe de estas primeras relaciones afecto y aceptación en su mundo individual, aprenderá a desarrollar confianza en su entorno, lo que le permitirá crecer y aprender lo que necesita (Rodríguez, 2005).

En el transcurso de su vida, la persona requerirá aprender a buscar su independencia, y por ello va a experimentar soledad, acompañada de un sentimiento de desprotección; sin embargo, esto le posibilitará confiar en sí misma y desarrollar los recursos que son indispensables para afrontar las situaciones del diario vivir.

Cuando el individuo aprende a confiar en sí mismo también comienza a desarrollar estrategias para lograr sus objetivos. Es importante que la familia sea un modelo que estimule su capacidad de "empatía", para que aprenda a reconocer a las otras personas que le rodean en cuanto a sus derechos y opiniones diferentes y logre resolver la búsqueda de sus metas, teniendo en cuanta también los demás seres humanos con quienes comparte; por ello, la familia puede estimular la capacidad de "apertura al otro" al actuar en forma congruente con sus necesidades y sentimientos, respetar sus aportes y diferencias individuales, tener a todos en cuanta en cuanto al tomar decisiones familiares y reconocer su importancia para el grupo familiar.

Cuando la persona ha logrado fortalecer una identidad personal, enriquecida por la experiencia que le permite movilizarse con relativa seguridad en las diversas áreas de la vida, se inicia entonces una búsqueda interior para fortalecer ese proceso de identidad. Es en este momento cuando empieza a sentir que su forma de vida actual requiere cambios y trasformaciones; esto sucede generalmente cuando experimenta cambios de inconformidad personal que se van haciendo cada vez más agudos, los cuales pueden asumirse en forma positiva, como llamados interiores para continuar avanzando, para lo cual es indispensable adquirir conciencia y tomar como referencia nuestros deseos o aspiraciones (Rodríguez, 2005).

Lo que sigue es un periodo de "metamorfosis" profunda, en que nuestro sistema de valores es revaluado y toda nuestra energía se concentra para lograr nuevas metas o fortalecer las anteriores.

Una vez superado este momento, vemos con claridad lo que deseamos y cómo conseguirlo; sin embargo, seguimos necesitando fortalecer las áreas de nuestra vida que necesitan atención.

Cada persona, cuando se identifique con lo que hace, logra plasmar lo mejor de sí misma en ello; por esta razón no podemos contentarnos por vivir de una forma que no colme nuestras expectativas, que precisamente lo que nos hace humanos es nuestra capacidad y posibilidad para transformar la realidad; vivir sin honrar sus singularidad representa para le ser humano un costo muy grande, es una fuente de tensión y malestar interior que genera un gran vacío, limita la posibilidad de desarrollo personal y desmejora nuestra calidad de vida.

Cuando nos sentimos conectados con nosotros mismos, nuestros actos recobran su vitalidad y somos capaces de tener éxito en grandes empresas, si así lo deseamos. Vivir de forma congruente requiere de gran coraje, ya que la sociedad en la que vivimos nos impone modelos de vida y pretende homogeneizar la voluntad de todos los seres humanos; además nos hace creer que si se piensa o actúa de una forma diferente a lo establecido es porque algo no funciona bien, y nos rotula con adjetivos como "desadaptados", "raros" u otros que pretenden conducir a los seres humanos por el camino "correcto" y "encauzar" su conducta (Rodríguez, 2005).

Necesitamos contar con una adecuada autoestima y con mucha fe para buscar nuestro camino; si lo hacemos así, lo más seguro es que encontremos grupos y relaciones con las cuales nos sentiremos más identificados; para ello, debemos seguir siendo fieles a nosotros mismos.

Aprender a disponer de nuestros recursos y fortalezas nos permitirá conectar con más facilidad lo que deseamos y crear las condiciones para que paso a paso alcancemos lo que anhelamos.

Conforme construimos nuestro proyecto de vida, también encontraremos "verdades" que serán importantes y valoradas; sin embargo, hemos de aprender a valernos de ellas con precaución y a usarlas hasta el momento en que aporten en forma positiva a nuestras vidas; luego necesitamos evaluarlas y actualizar nuestras creencias para dar paso a la renovación indispensable.

Finalmente, para que nuestra travesía se viva en forma plena, necesitamos aprender a disfrutarla y a confiar en nosotros mismos y en la capacidad que hemos desarrollado para crearla.

Anexo

Sueño de un padre: Los valores autóctonos

Sueño con una patria donde se respeten los valores autóctonos. Patria que no tenga que prestarle el extranjero ciertos rasgos para poder definir su propia identidad.

Sueño con una patria que delinee su horizonte con pinceladas sacadas de su propia cultura.

Una patria que renueve su sangre mestiza, que sienta, en admirable síntesis, los anhelos e ilusiones de un Quijote y la nostalgia triste y cadenciosa de un nativo.

Quisiera una patria donde todos pudiéramos interpretar la partitura de nuestra vida en tono latinoamericano.

Una patria que exprese con pujanza y alegría los sentimientos de su espíritu tropical.

Una patria que, al vaivén de sus olas, en noches de luna, imprima a todas sus palmeras el ritmo de la música del lugar.

Una patria que sepa puntear en la guitarra de sus sueños el sonido de sus amores.

Quisiera ver a mi patria en romería tumultuosa, rasgando en su guitarra la música que expresa la fe en su destino.

Una patria que avive con un baile la monotonía del sol y la llanura.

Una patria que centre en las teclas de su instrumento musical, sus leyendas, sus tradiciones y sus fantasías.

Una patria que caliente sus fiestas tradicionales con el licor regional y sus danzas folklóricas.

Una patria que, fiel a su tradición negra, desafié los océanos Atlántico y Pacífico, con el movimiento que estremece las coyunturas.

Quisiera una patria que recuerde más el Dorado que sirvió de brújula para muchas conquistas heroicas.

Una patria que aprecie mucho más sus expresiones, sus sombreros de paja, sus mantas, la ruana, el oro, el carbón, las piedras preciosas y los caballos de paso.

Una patria que nunca se ruborice frente a las etiquetas que definen su propia nacionalidad.

Quisiera que nuestros aviones cubrieran todas las rutas y proyectaran sobre todas las naciones su divisa latinoamericana.

Quisiera que nuestros barcos cruzaran todos los mares y dejaran una estela siempre dirigida nuestras costas.

Quisiera que en todos los países se disgustara el aroma suave de nuestras bebidas típicas.

Quisiera que de todas las mujeres del mundo delinearan su silueta con el corte elegante de nuestras telas.

Quisiera ver en las vitrinas de licores de todo el mundo la etiqueta de nuestro ron y en todos los almacenes de discos la estampa de nuestras indígenas y campesinas.

Quisiera ver a mi patria con una imagen tan definida como lo son los colores de su tierra.

En los bancos de nuestras escuelas y colegios se va delineando el cuadro que identifica nuestra nacionalidad y nuestra propia cultura.

Por eso tengo que decirles, con insistencia, que amen a Pacha Mama, que cada pedazo de nuestro suelo es parte es parte de la misma heredad.

Que no se dejen ilusionar tanto por la marca extranjera, que, muchas veces, la calidad de ciertos productos no de define por la etiqueta en otros idiomas.

Que nuestra lengua es muy rica en matices y que no tenemos que acudir a otros diccionarios para enriquecer el nuestro.

Que tenemos en nuestro horizonte suficientes elementos para retratar nuestro propio panorama.

Tengo que decirles que gusten más de nuestra poesía, nuestra novela y nuestro folclor, que se identifiquen más con lo nuestro.

Que nuestra bella lengua castellana da para todo: con ella podemos expresar con toda propiedad nuestros sentimientos de alegría o de tristeza; con ella podemos recorrer la tierra o volar por los espacios, acariciar a nuestro perro y bendecir al Creador.

Tenemos que corregir todo lo que estropee la limpieza de nuestro lenguaje; ciertos extranjeros que se admiten, por purito de modernismo, van minando los rasgos que nos definen como latinoamericanos.

Tengo que decir que no hay que ser tan amigos de Michael Jackson; que hay ritmos que expresan mejor nuestra indiosicrasia latina, que se pueden distraer con menos ruido, menos estridencia de luces y más equilibrio en el compás de sus movimientos.

Hay que darse cuenta de que el diapasón de nuestras orquestas marca un ritmo más de acuerdo con nuestros propios instrumentos musicales.

Tengo que decir que debemos conocer mejor nuestra patria. Que Miami no puede ser el único objetivo para pasar unas vacaciones de verano. Que hay bellos rincones todavía de nuestra tierra inexplorados.

Que también por aquí hay playas sombreadas de palmeras, climas para todos los gustos, monumentos históricos, parques naturales donde se pueden apreciar las maravillas del trópico, montañas para escalar, ríos para navegar y valles para recorrer.

Tengo que decir que tenemos mucha historia propia por recordar, mucha literatura para gustar y muchos aspectos de nuestra tierra todavía por estudiar.

Debemos comprender que la "malicia indígena" es el rasgo que mejor define nuestra personalidad; rasgo que hermana la hidalguía española con la profundidad sentimental del alma latinoamericana; que es el salero español pero con la malicia india, un abordar los problemas con superficial trascendencia, intuición que adivina con rapidez el desenlace de la ocurrencia.

Comprender, desde la escuela, que somos parte de una patria digna y respetable y que toda nuestra cultura ha sido amasada con sudores y esfuerzos de varias generaciones.

Que no se puede olvidar o despreciar sin más, ciertos rasgos que nos definen como pueblo.

Ojala que todos supiéramos dibujar el pentagrama donde pudiéramos entonar el himno latinoamericano (Rodríguez, 2005).

Sueño de un padre: La dignidad de la persona humana

Sueño con un lugar, una patria, un planeta donde exista, de veras, respeto por la dignidad de la persona humana.

La vida, valor fundamental de nuestra existencia, no se respeta en ningún lugar.

La desaparición de una persona no significa ya noticia en las páginas ni noticieros diarios.

La inseguridad está por todos los rincones.

Ya no se puede estar seguro ni en el propio ámbito del hogar, tenemos que poner en la puerta de nuestras casas un lente a través del cual podamos observar con recelo a la persona que nos visita.

Salir por nuestras calles en las noches es una temeridad.

Tenemos que conducir nuestros automóviles con los vidrios arriba porque, en un instante, nuestro reloj de pulsera desaparece.

Están de moda y son necesarios los guardaespaldas para los gerentes de empresas y los políticos de renombre.

En cada recodo de nuestros caminos, se presiente una vil emboscada.

Nos pueden disparar desde cualquier lugar y a plena luz del día.

El secuestro se ha convertido en uno de los negocios más fructíferos, descartando el hecho de las torturas como medio para lograr ciertas confesiones en los procesos judiciales.

Hay días en los cuales el bello panorama del planeta y de los países se asemeja a un campo de batalla donde los salvajes se destrozan a dentelladas.

Una patria, y un planeta así se han vuelto invivibles, pesados. Es un lugar en donde todo lo envuelve el recelo, la sospecha. La amenaza, la incertidumbre, la represalia el miedo; no se puede disfrutar de la convivencia franca y abierta. No es posible vivir a puerta cerrada y con el pulso acelerado, con la mano en el gatillo y con la zozobra de un peligro continuo.

Sueño con un mundo donde la vida sea un don intocable.

Quiero ver en mi patria menos "ricos epulones", menos "Lazaros" que deseen calmar su hambre con las migajas que caen de las mesas repletas de manjares.

Quisiera oír sobre todos nuestros sembrados la llamada de nuestras campanas.

Quisiera que la cruz que corona las torres de todas nuestras iglesias proyectaran su sombra sobre la amplitud de nuestros paisajes.

Quisiera ver a mi patria en romería camino del santuario en donde veneramos a la Virgen.

Patria en donde todos nuestros abuelos pudieran rezar con su serena resignación su rosario de bienaventuranza.

Quisiera una patria en donde todos fuéramos como verdaderos hermanos, en donde todos rezáramos el Padre Nuestro y todos nos ayudáramos para lograr el mismo destino.

Yo quisiera plantar en el punto central de mi patria una cruz inmensa, cuya vertical llegara hasta el cielo y cuya horizontal cubriera nuestros linderos.

Sueño con una patria donde los rasgos más característicos de su cultura se expresaran en sus manifestaciones de su religiosidad popular.

Este sueño podrá ser realidad en un futuro si yo les digo a mis hijos y amigos que existe un solo ser absoluto, principio y fin de todas las cosas.

Que tenemos que creer en una persona llamada Jesucristo, Dios encarnado entre nosotros. Que esa fe que debemos tener en Jesucristo implica compromisos de vida completos, entre otros, sincero amor a todos, inclusive a los enemigos, debido perdón de las ofensas y ayuda fraternal al necesitado.

Mis hijos y amigos tienen que darse cuenta de que hay un Dios bondadoso con el cual debemos vivir agradecidos.

Tienen que darse cuenta de que en mayo recordamos en forma muy especial ala Madre de la Tierra y a la Madre del cielo.

En las escuelas los alumnos tienen que recibir una verdadera formación integral en que cuenten lo físico y lo intelectual, como también lo moral y lo religioso.

Tengo que decirles que sus vidas y la historia tienen una dimensión trascendente.

Que se deben sentir integrados a una gran familia que se llama Iglesia, con unos postulados muy precisos de amor y de justicia.

Tienen que saber que, desde un monte, Jesucristo lanzó un mensaje de bienaventuranza que se debe convertir en un bello programa para realizar en sus vidas.

Se tienen que convencer de que no se puede devolver mal por mal, sino siempre se debe de dar bien, e incluso devolver bien por mal, practicar esta doctrina.

Tengo que recordarles que en su bautismo se les entregó una luz como un símbolo de lo que deberían ser en el futuro: luz de amor y de justicia frente a las tinieblas de una sociedad cada día más desarticulada.

Tengo que recordarles algunas de las máximas evangélicas:

  • Que no se puede servir a Dios y al dinero.

  • Que Cristo no vino a ser servido sino a servir.

  • Que el fuego tiene que arder.

  • Que no podemos ser como sepulcros blanqueados.

  • Que Cristo es camino, verdad y vida.

  • Que tenemos que obrar como el samaritano.

  • Que existe un agua que apaga la sed de infinito.

  • Que la verdad nos hará libres.

  • Que hay un mandamiento nuevo.

  • Que los talentos hay que hacerlos rendir.

  • Que hay que dar al cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios.

  • Que tenemos que perdonar setenta veces siete.

  • Que todo obrero es digno de su paga.

  • Que seremos felices cuando nos desprecien e insulten, y no guardemos resentimiento.

Tienen que saber que sus vidas poseen el destino, que con su obrar cristiano está construyendo un reino, y que hay compromisos de justicia que no puede eludir un católico.

A la entrada de mi escuela hay una pequeña estatua de María; veo que los alumnos, por fuerza de hábito cotidiano, la saludan a fuerza de instinto al inicio y al final de su jornada de estudio.

Cuando terminen su bachillerato, esa misma imagen de María los verá partir en forma definitiva, al tomar por diversos senderos; yo tengo la fundada esperanza de que su mirada seguirá sus pasos por los caminos de una patria más cercana a Dios (Rodríguez, 2005).

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Autor:

José Luis Villagrana Zúñiga

[1] San Francisco, EE. UU).

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