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Por Nacer Mujer (página 2)


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¿Cómo es posible que puedan suceder estas cosas? Tal vez porque el peso de una creencia ancestral, si además otorga poder y satisface motivos psicológicos, no se elimina por una posición oficial al respecto. Erich Fromm en sus estudios sobre el carácter social que conforma las creencias y la conducta social de un colectivo, afirmaba que son necesarias varias generaciones para su modificación.

Entrar en un análisis profundo de los motivos que subyacen a las conductas y que son mantenidos por la presión de las creencias, y en este sentido las que se relacionan con la violencia de género, es una tarea complicada.

Japón tiene a una Diosa principal en sus ancestros míticos, sin embargo en el país moderno, clave en electrónica, las mujeres trabajadoras cobran la mitad del sueldo que obtienen los varones y éstos tienen primacía en muchos aspectos de la vida. Un ejemplo gráfico es el "derecho" masculino a la hora de escoger asiento primero en el transporte público.

En India, como sucedió en Mesopotamia, Grecia o Roma, vemos aparecer diosas fuertes en el estudio simbólico de sus ancestros míticos y Kali es solo un llamativo ejemplo. Pero aún con todo su poder los mitos nos cuentan cómo Parvati, en su origen diosa de las montañas, capaz de crear sin concurrencia de varón (en una clave ella y Kali son la misma, y esta última un aspecto sombrío de la primera), aparece en muchas representaciones agradando sumisamente a su esposo, cuando en realidad Shiva, el consorte, es su contraparte, y ella, Shakti, su energía y su poder. Aquí, como en la mayoría de los casos, vemos cómo la esencia del mito se ha mezclado con la tradición, el prejuicio y la costumbre, todos de orden patriarcal, que han marcado un comportamiento determinado en lo social y unas normas que han afectado a la estructuración de la personalidad en lo individual. Parvati es enseñada por Shiva y en los Vedas se especifica que el marido es el maestro espiritual de la mujer. En la Grecia antigua también se admitía que el esposo enseñara a la esposa.

En India se ha esperado tradicionalmente (y en ámbitos rurales aún se espera y, lo que es peor, se practica) que una buena esposa "accediera" a incinerarse en la pila funeraria junto a su bienamado marido muerto. No tenemos datos de la costumbre inversa. También en Roma, en algunos momentos de su historia, se valoró tal sacrificio por parte de la mujer ideal.

Analizar el sistema de las dotes en India es una especialidad que requiere el aporte interdisciplinar, pero como la dote puede ser un desencadenante de violencia hacia la mujer es en primer lugar un asunto judicial, aunque también antropológico y psicológico. Oscuros crímenes contra la esposa parecen estar relacionados con esta costumbre. Según la versión pública, ellas "se queman cocinando". Podría pensarse que cocinar es una tarea peligrosa y que puede causar la muerte, pero al constatar que tal peligro no afecta a la suegra, hermanas u otros miembros femeninos de la familia del varón con la que convive la mujer casada, ya tenemos elementos para formularnos preguntas. En familias más modernizadas, muchas esposas "se suicidan" por diversos motivos. Si profundizamos en uno u otro caso, vemos que subyacen querellas entre las familias del novio y de la novia por compromisos de dote no cumplidos. Hay que señalar que el matrimonio de una hija puede entrampar de por vida a sus padres. En un acuerdo de dote moderno el novio puede pedir a los suegros una moto, un coche, ambos, un video, un frigorífico, un televisor, una cámara fotográfica o todo junto. Casarse puede ser una buena inversión. Y al ver la abrumadora frecuencia en que parecen concordar los accidentes domésticos o los suicidios de las recién casadas y la insatisfacción frente a los acuerdos de dote, no puede dejar de pensarse en la relación entre un hecho y el otro que, aunque es reconocido privadamente por instituciones sanitarias y legales, y en teoría penalizado judicialmente, por falta de medios y por la tendencia a tratar el tema como un asunto privado, no se le presta la atención necesaria. Cada día aparecen nuevos crímenes que cortan por lo sano malestares con las esposas y sus familias políticas y abren la vía a nuevos esponsales.

En China y en India se ha practicado y se practica el infanticidio femenino. Parece que también fue una práctica común en la Grecia clásica. En cualquiera de estos lugares se prefirió y se prefiere la descendencia masculina a la femenina. "Nacer mujer ha sido y sigue siendo considerado en algunos ámbitos como una desgracia". El problema a la hora de estudiar el infanticidio femenino es el de los censos. Estudios demográficos en la Grecia antigua han mostrado la dificultad a la hora de cuantificar a las mujeres porque muchas veces no estaban censadas. Un trabajo sociológico moderno en la zona del Ática muestra que de 346 familias, 271 tenían más hijos que hijas y que la proporción entre varones y hembras era de 5 a 1. Dato que da que pensar. También en muchos países árabes tenemos problemas similares con la demografía femenina. En el ámbito islámico, Mahoma atacó el infanticidio y el maltrato femenino: A aquel que tenga una hija y no la entierre viva, ni la regañe, ni prefiera sus hijos varones a ella, Dios le llevará al Paraíso. Parece que las palabras del profeta no han sido tenidas en mucha consideración porque en el mundo musulmán, ser mujer es, en la práctica, ser un humano de segunda categoría.

4. Grecia y Roma

En los mitos griegos tenemos dos principios primordiales, polares, opuestos y complementarios en Gea y Uranos. Nos encontramos con diosas libres e independientes como Hestia, Artemisa, Atenea o Afrodita. Esta última no sufrió violencia por parte del varón. No fue raptada, seducida, ni objeto de violación como vemos en tantos otros ejemplos de diosas y ninfas. Afrodita es también un ejemplo de ejercicio de la propia libertad a la hora de escoger marido, pareja o amante. Pero la vida de las mujeres fue en general bastante diferente de estos modelos. De los valores y posibilidades del arquetipo femenino que detentaban las diosas a la conducta admitida para las mujeres reales, mediaba un abismo. Salvo la libertad de las espartanas, que además, debido a las frecuentes guerras pasaban largo tiempo lejos de los hombres, o de las mujeres de Gortima, que, frente a la también dedicación exclusivamente guerrera de los hombres, administraban casas y propiedades, y su trabajo era reconocido como generador de riqueza, la vida de las griegas era sumamente restrictiva de hecho y de derecho.

El mito como modelo y guía, en ocasiones, de las vicisitudes humanas y el orden social, son muchas veces contrapuestos, aunque otras, podemos encontrar elementos confluyentes. A Pandora no la pintan los griegos con demasiada inteligencia, aunque sí con excesiva curiosidad. Hesiodo no tenía en mucha consideración a las mujeres. Para el poeta, la mujer es una necesidad, sí, pero también una responsabilidad económica cuyos vicios se parecen a los de la primera mujer, Pandora. Otros poetas y filósofos tampoco parecen cantar positivamente las virtudes femeninas, salvo los ejemplos de Platón, Zenón, de los epicúreos y los cínicos; y es Aristóteles, por desgracia, el que va a perpetuar para el occidente culto y para el futuro, la sumisión femenina al orden patriarcal. Teofrasto, uno de sus discípulos, en la más pura tradición peripatética, pontificaba sobre el puesto secundario de las mujeres. Decía que demasiada educación haría de ellas seres pedantes, perezosos, charlatanes y curiosos entre otros frutos de la instrucción que, al parecer no afectaba tan negativamente si se trataba de desarrollar una mente masculina.

En la Atenas clásica, la mujer estaba sometida a la tutela del padre o pariente más cercano en su defecto, y luego a la del marido, como veremos en Roma posteriormente y más adelante en las culturas cristiana y musulmana. Esta costumbre no nos resulta demasiado lejana porque es ahora cuando deja de valorarse y practicarse en Europa, que no en el mundo islámico, donde todavía permanece activa. En Atenas clásica se consideraba razonable que el matrimonio se celebrara a los 30 años del varón y a los 13 o 14 para ella. La admisión social de una mayor edad para el marido respecto a la esposa ha estado y está ampliamente difundida y ha durado hasta nuestros días, aunque el novio pueda doblar o triplicar, como en el ejemplo anterior, la edad de su compañera, dándose el caso de ancianos desposados con niñas. Dos consideraciones respaldan esta práctica: una, la de aprovechar la etapa fértil de la mujer y la otra, de orden exclusivamente patriarcal. Porque entre otros factores se prima la experiencia de él, frente a la vida aún no vivida de ella y se potencia la autoridad del marido.

Si hacemos caso a Eurípides, sus descripciones de la vida cotidiana de las mujeres de la Atenas clásica podrían servir, salvo detalles, para describir la de la China imperial, la de las mujeres judías de los tiempos bíblicos, la de las nativas de algunos de los países islámicos más conservadores en la actualidad y hasta hace pocos decenios, la de la España rural y de provincias. Nos cuenta el dramaturgo que las mujeres, especialmente las solteras, permanecen en el interior de sus casas, no se adornan ni salen fuera mientras sus maridos no están en casa. Llevan velo, no conversan en público con otros hombres y no los miran directamente al rostro, aunque se trate de su marido. Demóstenes informa que algunas mujeres eran aún demasiado modestas para ser vistas por sus familiares. Existían, como luego pasó con otras culturas como en India, China y mundo islámico, alojamientos separados para hombres y para mujeres, aún siendo matrimonio. El que un hombre extraño penetrara en los gineceos de mujeres libres era equiparable a una acción criminal. No es una cuestión de violencia física, desde luego, pero sí de restricciones que suponen un control de la conducta femenina, y exhaustivo.

En Roma la hija también estaba bajo el dominio del varón de más edad de su familia, el Pater Familias, cuyo poder excedió incluso al de la potestad masculina griega, ya que tenía el poder de la vida y la muerte sobre todos los miembros de su familia (esposa, hijos y siervos). Las únicas que podían librarse de tal autoridad eran las vestales. En ausencia del Pater Familias, la custodia de las hijas pasaba a un tutor, costumbre que veremos en muchos otros países. Tal tutoría continuó vigente hasta los tiempos de Diocleciano, conforme transcurría el tiempo, cada vez más como una cuestión formal. El Pater Familias romano decidía si sus hijas se casarían y en qué condiciones. El matrimonio con o sin manus determinaba si el padre continuaba con su tutela o si ésta pasaba al marido. Tenemos tradiciones que nos hablan de crímenes perpetrados por hermanos de mujeres bajo el beneplácito del padre o por el propio padre, a veces para prevenir una afrenta contra la castidad de su hija. Catón el Censor nos dice que el marido tenía un derecho ilimitado para juzgar a su mujer. Los esposos podían matar a sus cónyuges por adulterio o por ebriedad. La ingesta de vino estaba prohibida para las romanas. Tenemos menciones de maridos que asesinaron a sus mujeres por beber y las ejecuciones no fueron censuradas porque, ante la presión social, la mujer había dado mal ejemplo. Las leyes sobre adulterio eran distintas para hombres y para mujeres, a pesar de las críticas de algunos filósofos, como los estoicos, por ejemplo, a quienes les parecía injusto el requisito de doble moralidad. Otras cuestiones debatidas eran las violaciones y el posible consentimiento otorgado y las relaciones sexuales con personas libres o esclavas.

5. Países musulmanes

Si bien Egipto tenía estipulada la pena de muerte para los casos de violación femenina, otras culturas no han sido tan drásticas, a pesar de que por lo habitual la mujer se consideraba "deshonrada". Muchos suicidios femeninos, aplaudidos por cierto, pretendían "lavar el honor" de la afectada. Guerras ayer y hoy, permisividad en el caso masculino, firme censura en el femenino han rodeado el ámbito de la violación. Ésta ha existido y existe fuera y dentro del matrimonio. Las cifras actuales también son alarmantes y una expresión del uso y abuso de la fuerza y del desprecio de lo femenino.

Los matrimonios concertados entre niños, la violencia contra las mujeres, muchas veces considerada como cuestión de "justicia" frente a delitos contra el honor se practican ahora mismo en diversas partes del mundo aunque en teoría constituciones y leyes no lo permitan. Los delitos contra mujeres, considerados "de honor", son comunes en muchos países actuales, sobre todo del ámbito musulmán. Tienen que ver fundamentalmente con la castidad femenina. Si la mujer no se ha casado, son los familiares varones (el padre, los hermanos, los cuñados) los que se toman la justicia por su mano; y si está casada, el marido. Estos castigos, de nuevo, pertenecen al ámbito privado, son difíciles de descubrir, más aún de prevenir y por supuesto, de detectar y de tratar públicamente; lo que se constata en los pocos casos de atención sanitaria de las afortunadas que han escapado de una muerte segura. Gracias a vecinos misericordiosos, a ONG’s que trabajan en tales zonas, algunas víctimas de los prejuicios y del fanatismo han podido recibir ayuda médica que las ha librado por esa vez de morir quemadas vivas, arrojadas a pozos, estranguladas con cables telefónicos o cuerdas de tender la ropa, encarceladas de por vida en la propia casa o en la de algún tutor masculino en habitaciones tapiadas con ladrillos, sin luz y con un pequeño agujero para pasar la comida. Poquísimas son las que han logrado "desaparecer" para comenzar una nueva vida en un nuevo lugar lejos de su ambiente. Los países que cuentan ahora mismo con inmigración de procedencia asiática y africana influidos por la tradición del Islam, tienen en su haber casuísticas de este tipo, además de las relativas a la mutilación genital de las mujeres, a la desescolarización de las púberes, la desigualdad en temas laborales, la desatención en asuntos sanitarios y sociales y la discriminación frente al varón que se genera y transmite en la propia familia, sin hablar, por supuesto, de las "simples palizas". Todos estos casos, atendidos por mediadores, trabajadores sociales, psiquiatras, psicólogos, abogados, etc., son, desafortunadamente, la punta de un iceberg en cuyo fondo está instalada una ideología que sobrevalora la masculinidad. Un tema que no nos resulta desconocido: no ha sido raro que en nuestro país se primara la educación masculina sobre la femenina. En la España de hace pocos años se atenuaba el asesinato de la esposa si era culpable de adulterio, por supuesto por tratarse de un asunto de honor. Entre nosotros, una mujer violada, o una embarazada fuera del matrimonio (también considerada como deshonrada), podían ser echadas de casa por el padre y aún ahora es posible ver cómo muchas niñas sirven a los hermanos, aunque sean menores, que se dejan atender en cuestiones domésticas.

En Arabia Saudí, uno de los países más reaccionarios hacia las mujeres, la autoridad del varón es ilimitada e incuestionable. Su esposa y sus hijos sobreviven solo si él lo quiere. Los mutawas, celosos veladores de la ley islámica, vigilan cualquier infracción a la norma como, por ejemplo, que las mujeres no vayan debidamente cubiertas con la abaya; al igual de lo que sucede con el chador en Irán o la burka en Afganistán. En este último país, bajo el dominio de los talibanes, la situación se hizo tan crítica para las mujeres que tuvieron que dejar sus puestos de trabajo, suspender el ejercicio de sus carreras y profesiones y sufrieron grandes dificultades para poder mantenerse, mantener a su familia, y a la hora de recibir atención sanitaria, pues no podían descubrirse ni mucho menos ser tocadas por el médico, varón, por supuesto.

En Arabia, actualmente, no pueden conducir ni testificar en procesos penales. Con la primera Guerra del Golfo, 47 mujeres se atrevieron a desafiar las convenciones y desfilaron conduciendo por Riad. Muchas de ellas eran profesoras. Como resultado de su osadía les quitaron el pasaporte, perdieron sus empleos y sus familias se vieron afectadas. Legalmente el testimonio de una mujer no es valorado como un hecho, sino como una presunción y el Tribunal decide, según cada caso y circunstancia, si lo toma o no por válido. Los Tribunales saudíes invalidan el testimonio de las mujeres por los siguientes motivos:

1. – Las mujeres son mucho más emocionales que los hombres y sus emociones les harían distorsionar su testimonio.

2. – Las mujeres no participan en la vida pública, por lo que no son capaces de reconocer lo que observan.

3. – Las mujeres están completamente dominadas por los hombres quienes, por la gracia de Dios, son tenidos por superiores; por consiguiente, darán testimonio según lo que les contara el último hombre que hablara con ellas.

4. – Las mujeres son olvidadizas y su testimonio no puede ser considerado digno de confianza.

Respecto a la violencia física, en el Islam tenemos dos ejemplos muy llamativos y es que recientemente, dos imanes, uno en España y otro en Francia, han sido acusados de fomentar el maltrato enseñando cómo pegar a una mujer, aunque, eso sí, donde no se note demasiado.

6. Tradición Judeo-Cristiana

Dos mitos justifican la subordinación de las mujeres, el de Lilith primero y el de Eva después. Este último es el que figura en la Biblia; aquí no hay una Magna Dea, madre de Todo, dioses, hombres y seres vivos, sino Jehová, el Creador, una deidad masculina. Lilith, que conserva muchos de los atributos de la Diosa, fue la primera esposa de Adán, creada al mismo tiempo que él, que se negó a mantener una posición secundaria, desafió a Dios, huyó del Paraíso y fue considerada contraria al orden establecido, enemiga del matrimonio y de los hijos. Eva surgió después que Adán, de su costado, según dice la Biblia, para que fuera una ayuda semejante a él porque no es bueno que el hombre esté solo. Posteriormente, por haber probado el fruto del árbol del conocimiento y habérselo ofrecido a su compañero, fue condenada a parir con dolor a los hijos y a buscar con ardor al marido, que la dominará. Una maldición que afecta a todos sus descendientes por los siglos de los siglos y que ha hecho correr ríos de tinta, torrentes de palabras y sobre todo mucho desprecio, mucha culpa, y aún mas, si cabe, desvalorización hacia lo femenino, al justificar la dependencia de la mujer por haberse tomado el mito al pie de la letra obviando su contenido simbólico.

Entre los judíos, la novia estaba obligada por ley y por costumbre a obedecer a su marido al igual que en las culturas anteriores. También debía llegar virgen al matrimonio, de lo contrario, según sentencia la Torá sacarán a la mujer a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera. La ley judía permitía al hombre abandonar a la esposa si descubre algo vergonzoso en ella; por ejemplo, el adulterio, la inmodestia, la desobediencia y la esterilidad. Los varones estaban exentos del castigo por adulterio. Si la mujer judía quería (y aún ahora quiere) divorciarse, deberá obtener primero el consentimiento de su marido.

El cristianismo, por su parte, desaprueba el divorcio para ambos cónyuges, no permite el adulterio para ninguno de los esposos y Jesús criticó el castigo a muerte por lapidación: …el que esté libre de pecado, que lance la primera piedra.

En el Nuevo Testamento tenemos a San Pablo repitiendo hasta la saciedad la obligación de la sumisión femenina y del poder masculino, para satisfacción de los defensores del patriarcado. En su epístola a los romanos (7:2) vemos: …porque la mujer casada está sujeta por Ley al marido mientras éste viva; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. En sus cartas a los Corintios (11:8-9) dice: Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Y en 14:34-35: Vuestras mujeres callen en las congregaciones, porque no les está permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos. A los Efesios (5:22-23) les dice: Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, la cuál es su cuerpo y Él es su salvador. Y en Timoteo (2:11-15) continúa San Pablo: La mujer aprenda en silencio, con toda sumisión. Porque no consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, pues primero fue formado Adán y después Eva. Y no fue Adán el seducido sino Eva, que, seducida, incurrió en la trasgresión.

Pensadores, educadores y sacerdotes de los diversos credos cristianos se han apoyado en estas palabras para definir la posición de los hombres y las mujeres de manera que, veinte siglos después, todavía están enraizadas en la cultura. Cerca de nuestros días, en la España franquista, Doña Matilde Ruiz García, inspectora de enseñanza primaria, en su libro La mujer y su hogar, afirma: No haga gala la mujer de sus conocimientos, si es que posee una formación intelectual mejor que la del esposo. Al hombre le gusta sentirse siempre superior a la mujer que ha elegido como compañera. El jesuita D. Vicente Lousa en El marido y tú sigue en la misma línea: Si le niegas este derecho a sentirse superior que tienen todos los hombres, entonces, a cada cosa que propongas te responderá con una negativa, para hacerte ver su superioridad. No podrás con él. Tirará las cosas de cualquier manera para hacértelas recoger y ver como estás a su servicio. Tratará de molestarte en todo momento para sentir la satisfacción de que hace lo que quiere aunque te disguste. Sé inteligente, hazle sentir como tu dueño, hazle sentir señor de todo y entonces no te lo hará sentir él a ti.

En la misma tónica, el presbítero Ricardo Aragó indica en su libro El matrimonio: El marido es superior, es cabeza de la mujer, y ella, no obstante, es su igual; y así, el marido la ha de tratar como inferior mas sin lesionar los deberes de la amistad. Y la ha de tratar como igual, sin perder los derechos de la superioridad. La mujer es súbdita, está supeditada al hombre. Otro jesuita, David Mesenguer y Murcia, en Juventud y moral insiste en el mismo argumento: El esposo y la esposa son el anverso y el reverso de una misma medalla, dos mitades de un corazón, un comando de dos personas. Indiscutiblemente el marido tiene el primer puesto; lo está pidiendo su misma conformación física, su papel de agresor o agente activo. En el matrimonio se le concede el derecho positivo. Para colofón de argumentos patriarcales y de misoginia, el médico y jesuita Federico Arnau sentencia en La virilidad y sus fundamentos sexuales: El organismo de la mujer está puesto al servicio de una matriz, mientras que el organismo de un hombre se dispone para el servicio de un cerebro.

Y los tópicos han proliferado, no solo aquí, sino "allende los mares". En la América del Norte cristiana ya fueran monárquicos o republicanos, católicos, calvinistas, anglicanos, metodistas o puritanos, la Biblia ha sido y sigue siendo un referente. Las mujeres han sido compañeras sexuales y sentimentales del marido, indiscutiblemente madres, y sin excepción, amas de casa con obligaciones que durante mucho tiempo han absorbido todo su tiempo y energía. En la colonización de los territorios americanos vivieron situaciones extremas, se adaptaron a lugares inhóspitos, a condiciones precarias, y sin embargo tuvieron que callar en los servicios religiosos, no inmiscuirse en las cuestiones políticas y mantenerse al margen, salvo minorías y hasta tiempos relativamente recientes, de una educación amplia y sólida.

Las pautas imperantes de una cultura se transmiten por la socialización y la educación. Los padres primero, también los familiares en las familias extensas, y después los diversos ámbitos educativos, se encargan de ello. El Patriarcado puede mermar el desarrollo integral de los dos sexos al inhibir, frustrar o reprimir en hombres y mujeres características consideradas como indeseables para cada uno de ellos; y forzar en las mujeres, por el peso de la ley, la costumbre y la autoridad masculina determinados comportamientos esteriotipados, afines a los supuestos que el propio Patriarcado considera propios de la identidad femenina. Mas, aunque el Patriarcado facilite la violencia hacia la mujer dentro y fuera de la vida doméstica al generar ideologías descompensadas para ambos sexos y leyes coercitivas, hacen falta también ciertas características psicológicas que, en el ámbito particular permitan, expresen y potencien los actos agresivos, sobre todo los físicos. Dicho sea de otra forma: si el poder ha estado oficialmente al lado del varón, no todos los varones han ejercido conductas violentas y han llegado al extremo de infringir la muerte física a sus compañeras.

7. Breve recorrido histórico por el mundo de la paliza en el ámbito cristiano

En los lugares de habla germana del medioevo, los derechos de los maridos sobre las mujeres se extendían a su persona y a sus propiedades, incluso vestidos, joyas y hasta ropa de cama. El esposo tenía derecho legal a pegar a su mujer si no accedía a sus deseos. Según historiadores las palizas eran una práctica habitual, aprobada por la ley y la costumbre, que se podía ejercer sin más límite que el de no llegar a matar. Documentos de los tribunales nos muestran que se solían perdonar tales actos agresivos de los maridos considerándolo algo normal. Los casos más flagrantes de maltrato se castigaban con una pequeña multa y la orden de recibir a la mujer en casa (cuando había abandonado el hogar) y tratarla de buena manera.

Tenemos datos procedentes de Inglaterra en las épocas Tudor y Estuardo sobre el maltrato corporal. William Gonge, un teólogo protestante, en su tratado de 1662 Las obligaciones domésticas condenó el derecho de pegar a las mujeres como forma de castigo, aunque defendía (¡cómo no!) el, al parecer, inmutable orden patriarcal. Un poco antes, en 1614, otro autor había dicho en Una forma divina de gobierno del hogar que un marido sabio que busque vivir en paz con su esposa debe observar las tres reglas siguientes: aconsejarla con frecuencia, censurarla poco y no golpearla jamás. A finales del siglo XVI, los tribunales eclesiásticos perseguían regularmente el abuso corporal, aunque con pocos resultados según la documentación médica y judicial que consta en los archivos. Hay registros de palizas propinadas a mujeres. Éstas, por su parte, poco podían hacer para evitarlas porque el divorcio en forma de separación de lecho y de casa, era sumamente costoso y difícil de obtener. En los comienzos del siglo XVII, anglicanos y puritanos progresistas se oponían al castigo físico de las mujeres y lo permitían en los niños y los criados. Ser mujer y criada en aquel contexto debió suponer una doble desgracia. Los puritanos fueron los más fervientes defensores de la autoridad bíblica tradicional; la de los padres sobre los hijos y la de los esposos sobre sus mujeres. Fieles a la tradición, hombres y mujeres entraban en los templos por puertas separadas y se sentaban según sexo y rango, hombres con hombres y mujeres con mujeres. Sin embargo esta misma comunidad censuraba el concierto de los matrimonios sólo por interés y abogaban por la afinidad espiritual y los sentimientos mutuos como base de la unión. Además, fueron de los primeros en admitir la paridad de los esposos en asuntos sexuales.

Si bien en muchos aspectos la colonización americana supuso innovaciones y nuevas libertades, respecto a la mujer se realizó un estricto trasplante de costumbres a la nueva tierra, incluidos los abusos de poder y los maltratos. La ley angloamericana los seguía permitiendo. Clérigos, médicos y moralistas coinciden en determinar que la Providencia diseñó a la mujer para un estado de dependencia y por tanto de sumisión. Así lo indica en Londres James Jordice, varón, naturalmente, en su publicación El carácter y la conducta del sexo femenino. Si una mujer no mostraba la conducta correcta (lo que incluía la desobediencia), el marido podía imponer un "moderado correctivo", de nuevo con el aval de la citada ley angloamericana, o sea, una paliza o el encierro en su habitación como ya hicieron y hacen los musulmanes; pero, eso sí, como ha venido siendo tradición en el cristianismo, sin que de ello resultara una lesión permanente o el riesgo de su vida. Todo un detalle.

En la South Carolina Gazzette del 12 de Julio de 1770 aparece el siguiente anuncio insertado por Sarah Cantwell: John Cantwell ha tenido la desfachatez de poner un anuncio advirtiendo que nadie me dé crédito, pero él no tuvo ningún crédito hasta que se casó conmigo. En cuanto a cama y casa, él no tenía nada de esto cuando la boda. Y nunca me escapé: me fui en su presencia cuando él me pegó. A pesar de este acto de valentía y de denuncia por parte de la dama, las leyes siguieron permitiendo que el marido administrara ese "correctivo moderado" y que pegara a su mujer con un palo siempre que no fuera más largo que un dedo ni más ancho que el pulgar. Aunque los miembros de las clases altas afirmaban que el castigo corporal era un asunto de la plebe, lo cierto es, entonces como ahora, que no había distinciones de clases sociales en cuestiones de maltrato. Y lo peor de todo es que a la mujer no se le permitía la separación si el marido no estaba de acuerdo. Una sentencia judicial de 1840 reza: …según la general potestad que la ley inglesa atribuye al marido sobre la esposa, el demandado tiene derecho a evitar a su esposa los peligros de una relación peligrosa con el mundo obligándola a cohabitar en una residencia común.

La Ley de Divorcio o de Causas Matrimoniales de 1857 transfirió las causas de los tribunales eclesiásticos a los civiles. La solicitud de divorcio debía basarse en crueldad o en adulterio. Pero mientras que el hombre podía alegar adulterio simple, la mujer debía probar adulterio agravado por abandono, crueldad, violación, sodomía o bestialismo. Además los divorcios eran sumamente caros. Solo un 3% de las mujeres casadas lo solicitaron en esa época.

A partir de entonces se han sucedido enmiendas legales y cambios sociales que han modificado en toda Europa los usos y las costumbres. A comienzos del siglo XXI oficialmente se reconoce la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y, al menos en teoría, el derecho a la libertad y la dignidad de las personas independientemente de su color de piel, creencia, sexo o condición social. Sin embargo, los medios de comunicación informan casi a diario en España de casos de violencia de género cuyas víctimas son mujeres, aunque no tenemos la exclusiva. Proliferan en nuestra cultura occidental así como se siguen dando en las orientales y en el marco musulmán. Veintinueve muertes se llevan contabilizadas en España a finales de Mayo, unas seis por mes y muchas de ellas "muertes anunciadas" sobre víctimas que habían denunciado este peligro y reclamado protección que, o no llegó a tiempo, o resultó ineficaz. Sin contar las agresiones que no tienen un desenlace tan fatídico y de las que tenemos noticias y todas aquellas que no han llegado a los medios de comunicación y las que se han sufrido en privado sin llegar a denunciarse.

El ensañamiento de muchos de estos ataques, que han sido calificados como "terrorismo doméstico", como el rociar con gasolina y prender fuego, atropellar varias veces a la mujer, incendiar su vivienda con ella y sus hijos dentro, verterle ácido o apuñalarla repetidamente en la vía pública, subraya las altísimas cotas de violencia que, sin ningún intento de justificar estas deleznables opciones, dejan la paliza y demás castigos físicos y "correctivos" como los mencionados, casi en la cruel anécdota. No sólo nos da que pensar. No solo nos muestra la magnitud y la profundidad del problema, sino que exige y obliga a una intervención eficaz, multidisciplinar, interinstitucional que aborde desde diversos frentes la violencia, el maltrato y la devaluación de lo femenino y brinde soluciones y medidas preventivas que incidan desde sus muchos factores, a castigar, contener y erradicar esta lacra.

Paloma de Miguel –

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