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Por Nacer Mujer

Partes: 1, 2

    1. Planteando la cuestión

    La conducta violenta es equiparable al uso de la fuerza para conseguir un propósito. En sentido amplio, podemos entender como violencia doméstica cualquier acto que atente física, psíquica, moral o espiritualmente dentro de una comunidad familiar contra el derecho a la vida y a la libertad personal de cualquiera de sus miembros; y además afecte o interfiera con el debido respeto que cada persona merece, con su personalidad y sus características propias, con sus necesidades particulares de realización, de desarrollo personal y de expresión de las propias capacidades personales.

    Si bien esta perspectiva general abre un amplio abanico de casuística, por el contrario es difícil de detectar y de cuantificar salvo en los casos más obvios y llamativos, por otra parte más divulgados, que son los que corresponden al maltrato físico, que puede llegar hasta la muerte. Aquí, los niños y las mujeres ofrecen las estadísticas más altas. Por nuestra parte, nos vamos a ocupar en particular de la violencia contra la mujer, generalmente llevada a cabo por el marido o el compañero sentimental.

    Las causas son múltiples e interinfluyentes. Podemos clasificarlas en socioculturales, históricas y psicológicas. Las socioculturales incluyen una determinada visión del mundo, de las atribuciones otorgadas a cada género, de las relaciones entre los mismos, etc., que se conforman y se amparan en ideologías que a su vez se nutren y son nutridas por mitos, leyendas, tradiciones, creencias religiosas, etc, mantenidas por amplios grupos de personas y de países, y que se expresan en leyes y costumbres que rigen las conductas colectivas e individuales.

    Las históricas son aquellas que nos muestran en su origen y desarrollo temporal la práctica de tales sistemas de creencias.

    Las psicológicas nos muestran por una parte la introducción de los supuestos socioculturales, su ejecución y transmisión a través de la interacción familiar, la socialización infantil y la consolidación de la identidad personal y sexual del niño; el desarrollo de la autoestima, del carácter y su capacidad de aceptación y respeto de los otros y de las diferencias entre las personas.

    2. El patriarcado y sus prerrogativas

    Hay mitos, cuentos, leyendas y tradiciones universales que nos muestran los orígenes del ser humano y las diferencias sexuales, que nos explican las diferentes características psicológicas y mentales de cada sexo y los diferentes comportamientos que son deseables y valorables en uno u otro. También los hay que justifican el predominio de un sexo sobre el otro y ello, a veces, por una decisión divina, valorando las características de unos como mejores que la de los otros y el dominio de los primeros sobre los segundos. Si bien ejerciendo una especie de arqueología mítica encontramos en el tronco del simbolismo de muchos mitos, cuentos o leyendas un aparente sustrato matriarcal, lo que se ha llamado "patriarcado" es evidente y ha primado, al menos en lo que llamamos "mundo civilizado", desde que tenemos constancia histórica. El patriarcado se ha sustentado (y ha explotado) la lectura de tales mitos, leyendas y cuentos que otorgan primacía a lo masculino sobre lo femenino; las costumbres, las normas y las leyes se han apoyado en ellos y a su vez han alimentado tales constelaciones simbólicas. El prejuicio se ha encargado por su parte de sostener y ahondar tales supuestos.

    3. Algunos apuntes desde oriente

    Si en China nos encontramos con dos principios universales equiparables y complementarios (el Yin y el Yang), la organización social que quiere basarse en el orden natural, y que conocemos a partir de Confucio, es estratificada, jerárquica y de claro dominio patriarcal, cuyos sustratos han perdurado incluso bajo el pensamiento maoísta. El comportamiento deseable para varones y mujeres y lo permitido explícita o tácitamente para unos y otras, ha posibilitado que milenios después, en plena revolución cultural, los guardias rojos se permitieran violar a mujeres con el pretexto de reeducarlas y adjudicaran camaradas femeninos como esposas de sus mandos, sin el consentimiento de éstas tal como antaño se pactaban los matrimonios. Aún peor, pues llamaban "una misión especial" a tal emparejamiento, impuesto y exigido a muchachas militantes que, por otra parte, ejercían cargos técnicos o científicos equiparables en conocimientos o responsabilidad a los que pudieran demostrar y ejercer los varones. Sin contar otros abusos perpetrados por una ideología que pretendía destruir viejos yugos y proclamaba libertad y emancipación.

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