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Consideraciones sobre el concepto de Edad Media (página 2)


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Mucho más compleja, pero a la vez muy interesante es la idea de Edad Media que ha arraigado en la cultura popular; la forja de esta mentalidad general ha tenido también un largo trayecto, pero se puede afirmar sin tapujos que al menos una buena parte viene del Romanticismo decimonónico, que elevó la Edad Media a la categoría de paraíso perdido para dejar escapar la mente ante la angustia vital tan característica del Romántico. De ahí viene la concepción popular del medievo como época de gentiles caballeros, bellas damas y vida cortesana asociada; sin embargo, existe otra idea de Edad Media en el imaginario colectivo, y es precisamente la que deriva de los conceptos planteados en los siglos XVII y XVIII: la concepción del medievo como algo oscuro, decadente y por suerte superado, aunque siempre bajo amenazas de regresión en nuestra sociedad actual. No es extraño que en cualquier medio de nuestra cultura de masas (televisión, radio, prensa, etc.) se use un término, que seguramente todos hemos leído u oído alguna vez: "medieval"; nuevamente, la palabra evoca las dos vertientes. Los comportamientos retrógrados, las injusticias sangrantes o las matanzas indiscriminadas son medievales, pero también lo son los comportamientos valerosos ("caballerosos", si se prefiere); esta ambivalencia está presente en prácticamente todas las referencias a la Edad Media de nuestra cultura popular actual, un puro imaginario colectivo donde caben visiones y conceptos contrapuestos pero parece ser que compatibles.

Como mera curiosidad voy a permitirme comentar un curioso "trabajo de campo" realizado por el que escribe estas líneas. Cuando pensaba en comenzar a hacer este trabajo, les pregunté (en un ambiente distendido y sin decir a ninguno de los consultados para que era) a seis personas de mi entorno, de edades comprendidas entre los 21 y los 78 años, con qué palabra asociaban "Edad Media"; dos personas respondieron "caballeros y castillos", una "pobreza", otra "monjes", otra "señores feudales" y el último encuestado respondió "guerras"; véase de nuevo la doble visión, donde caballeros y castillos parece evocar de manera lejana una época de gestas y vida de corte, mientras que las otras acepciones recogen una asociación del medievo con la religiosidad, el feudalismo y la brutalidad y desgarro de las guerras y la pobreza.

Esta doble idea tiene sin duda procedencias profundas, como he señalado antes; la forja de conceptos y actitudes en el ideario popular es muy fuerte y es difícil, si acaso imposible, de modificar desde el conocimiento científico; de hecho, a pesar de los notables avances, de todo lo que hemos podido llegar a conocer sobre el medievo, las ideas expuestas subsisten, y muy posiblemente nunca desaparezcan; por otra parte, es (tristemente) evidente que el imaginario colectivo ha sido forjado a lo largo de generaciones, con unas arraigadas estructuras que pesan sobre la masa muchísimo más de lo que el individuo admite. Se nos presenta una dualidad a la que la Historia académica parece no saber responder, aunque sí que puede.

Finalmente, para acabar esta exposición sobre el estado de la cuestión del tema que tratarán los siguientes capítulos, debemos mencionar la utilización de la Edad Media como "interés", entendiendo esta denominación, por supuesto, en el campo de la manipulación y el uso interesado. Esta concepción interesada del medioevo es muy típica de la historiografía alemana del siglo XIX, de un carácter puramente nacionalista, y que ya de por sí obedecía a numerosas motivaciones; en ese contexto, se tomó la costumbre de acudir a la Edad Media para explicar la formación de las "identidades nacionales", así como de primar en primer lugar la individualidad como motor de la Historia; esta actitud ante el estudio histórico, con claros fines adoctrinantes y políticos, convirtió al periodo medieval en una escuela en la que Europa había quedado configurada; esta afirmación es muy discutible, y a la hora de analizarla partimos de la base de su intencionalidad; sin embargo, volviendo al tema de la conciencia colectiva, esto parece estar también bastante arraigado. Sin embargo, y por tentador que sea, no se debe juzgar este uso de una forma estrictamente negativa, ya que efectivamente las formulaciones decimonónicas en el campo del estudio histórico, englobadas genéricamente bajo el concepto de positivismo, responden a un contexto histórico y social determinado, y por él se rigen; baste decir que al menos en el campo de la Historia académica, estas concepciones, a pesar de las huellas que han dejado, está más que superadas.

Aún así, un somero análisis del periodo medieval nos permite ver como este concepto flojea; el medioevo, más que a la unificación de identidades, tiende más bién a ser un "campo de batalla de fuerzas opuestas", y no es aceptable su concepción como origen de las identidades nacionales del siglo XIX.

Eso sí, no se puede negar que durante la Edad Media se forjó un cierto concepto de "Europa", como encontramos en fuentes primarias, pero ya incluso en el propio medioevo la noción muta y cambia, y está sujeta a numerosos conflictos, choques y contradicciones; no es, ni mucho menos, una formación de ninguna "identidad nacional", sino más bién un concepto vago e impreciso, sin mucho fondo ni argumentación, y que tiene más un carácter de reacción que de afirmación.

A lo largo de los siguientes capítulos veremos los vaivenes experimentados por un concepto de por sí impreciso y ambiguo, delimitado académicamente tras un azaroso devenir por los gustos historiográficos dominantes en cada época, y que aún hoy presenta, a la hora de delimitarlo, analizarlo y comprenderlo, un reto para cualquier historiador, incluso para los propios medievalistas; no en vano, como acertadamente afirma Sergi, "Todo puede servir, o casi, pero no hay que molestar a la Historia".

2 El Siglo XVI.

La llegada de la Edad Moderna supuso un profundo cambio en Europa en todos los órdenes, innegable e indisolublemente ligado a la eclosión del humanismo y el Renacimiento. Para estos primeros humanistas, que se consideraban herederos de la Antigüedad grecorromana, el periodo comprendido entre ésta y su tiempo fue la "Edad del Medio", e inmediatamente tuvo una connotación eminentemente negativa. La connotación de algo por suerte superado.

Uno de los primeros historiadores en empezar a utilizar una división por edades de la Historia fue Vasari, que en 1550 comenzó a utilizar una concepción tripartita que ha llegado sin excesivos cambios hasta nuestros días: Edad Antigua, Media y Moderna, si bien esta periodización iba aplicada a un campo de conocimiento concreto, el de la Historia del Arte. Haciendo una rápida lectura de esta división, se comprueba como el concepto de "modernidad" es aplicado al tiempo del autor, en clara ruptura con el periodo anterior, el Medio. Antes de Vasari, otros autores habían usado conceptos similares para referirse al lapso entre la Antigüedad y el Renacimiento, como "media aetas" o "media tempora". El término "medievo" o el más común de "middle age" se consolidarán en el siglo XVII. Otro ejemplo, aunque nunca llegó a usar explícitamente el término "Edad Media", es el del humanista Flavio Biondo, que historió los sucesos desde el 412 hasta su tiempo, de una forma estrictamente cronológica. En líneas maestras, su periodización coincide con la posterior y más comúnmente aceptada (476-1453).

En líneas maestras, en todo el periodo renacentista se observa una constante con respecto al periodo medieval: es oscuro, indeseable y conviene que no vuelva a repetirse. Para estos "herederos de la Antigüedad" el lapso de más o menos diez siglos desde la deposición de Rómulo Augústulo como último emperador del Imperio Romano de Occidente hasta su propio tiempo, la Europa del Quinientos, iba indisolublemente unido a una noción: decadencia. Decadencia de los valores grecorromanos. Y no sólo afectaba a lo político, sino que por el contrario, el decaimiento afectaba a todos los ámbitos de la vida humana, en tanto el ideal antropocentrista del mundo clásico se había venido abajo a favor de una interpretación estrictamente, por llamarlo de alguna manera, "ortodoxa" del cristianismo y un retroceso urbano y comercial, así como una sociedad desgarrada por continuas revueltas y guerras. Así, la "Edad del Medio" no era más que un paréntesis entre el ideal clásico y su recuperación.

Sin embargo, en muchos aspectos los propios humanistas del XVI parecen contradecirse. El propio concepto que utilizaban a la hora de definir su tiempo, "modernidad", se opone etimológicamente al de "antiguo", que es lo que pretendían recuperar. No parece muy claro como lo moderno puede revivir lo antiguo, como se venía propugnando en ciertos círculos europeos desde el siglo XV, con la "devotio moderna". La ruptura con la escolática medieval con el objeto de dar un paso hacia la modernidad termina por acudir a los Padres de la Iglesia, lo antiguo.

No es por cierto el único conflicto que presentan las nociones de "antiguo" y "moderno" aplicadas al pensamiento del XVI. El propio concepto de "Renacimiento" parece presentar un problema, ya que una vez más parece intentar definir lo moderno a través de lo antiguo, además de alejarse en muchos aspectos (especialmente en los temas religiosos relativos al cristianismo) de los patrones paganos del mundo grecorromano. Analizando este choque conceptual, se puede afirmar que "lo moderno tiene preferencia sólo si imita a lo antiguo".

Lo que es evidente es que todo este conjunto de forzoso entendimiento entre lo viejo y lo nuevo se hace a espaldas de la Edad Media, y desde luego que entre los humanistas europeos no faltaron voces que cuestionaran esa enorme superioridad atribuida a los antiguos. Luís Vives, por ejemplo, criticó esa idea en la primera mitad del siglo XVI, afirmando en su De causis corruptarum atrium que los hombres de su tiempo no eran enanos, ni los antiguos gigantes . No obstante, otros humanistas como Petrarca llegaron a afirmar que entre la antigüedad y su tiempo se extendían las tenebrae, las tinieblas.

Por otra parte, es necesario considerar el propio concepto de Humanismo y lo imaginario de su "modernidad"; si entendemos el Humanismo como un "movimiento intelectual que, apoyado en el mejor conocimiento de los clásicos, recorrió Europa en los siglos XV y XVI" , definición a todas luces acertada, debemos considerar justamente eso: su carácter de movimiento intelectual. Y como todo movimiento intelectual, pecó de un cierto alejamiento de la realidad, lo que nos lleva inevitablemente a considerar lo imaginario de su pretendida "modernidad". El pensamiento humanista se movía en un bipartidismo, en el cual se encontraban las élites intelectuales que defendían y propugnaban los ideales de la recuperación grecorromana, y por otro lado, el pueblo llano. Evidentemente ambos se movían en planos distintos, y es en este hecho donde se encuentran muchas de las cuestiones clave.

La cuestión de la recuperación de la Antigüedad es, a todas luces, compleja y fácilmente discutible. Como hemos señalado antes, la recuperación no existió en muchos campos, como el del arte, en base a la continuación de temas religiosos. Además, no se puede afirmar ni mucho menos que las estructuras sociales o políticas presentaran una vuelta real al mundo grecorromano. Tanto en el campo del arte como en el resto se produjo una "relectura" de lo antiguo, no una "recuperación", obviamente imposible. Los avances y cambios intelectuales, encarnados en los humanistas, rompieron hasta cierto punto con el medievo, pero no trajeron la Antigüedad de vuelta, simplemente porque no se puede. En el otro lado de la balanza tenemos el mundo político y social, en cuyo orden persisten numerosas características que no son nuevas, sino que evolucionan desde la Edad Media, como el papel preponderante de la ciudad o el nuevo alza comercial, estimulado por elementos nuevos y propios de la Edad Moderna como los descubrimientos geográficos, a pesar de que fueron las mejoras en la navegación y el renacimiento comercial de finales del medievo los que los hicieron posibles. En otros órdenes se vuelve a encontrar la "relectura", como puede ser la integración del pensamiento antropocentrista en el cristianismo.

De este modo, parece que la propia concepción del medievo en el siglo XVI viene lastrada desde un principio por un contexto de justificación, basado en una pretendida recuperación del mundo grecorromano frente a la barbarie del lapso transcurrido hasta el momento humanista; de ahí que nos podamos explicar su concepción negativa, apoyada además, como bién señala Sergi, en la Baja Edad Media (siglos XII-XV), con sus revueltas sociales y guerras en el entorno de una Europa azotada por la Peste Negra; con una natural tendencia humana, la de considerar el pasado con una "deformación de perspectiva" , consideraron, en base a los textos clásicos (conservados y traducidos, por cierto, durante la Edad Media) que la decadencia y la barbarie en Europa se desataron desde la caída de Roma ante los bárbaros hasta el tiempo que les tocó vivir, proyectando mucho más atrás la convulsa Europa de los siglos XIV y XV.

En el siglo XVI, se pone por tanto una primera definición de Edad Media, acorde con un sentimiento imperante de contraponerla a una Antigüedad que se pretendía recuperar, para superar un tiempo oscuro, de decadencia y barbarie. El concepto que tiene el Quinientos del periodo medieval arrastra un claro matiz peyorativo, en tanto que sus desarrolladores lo oponen frontalmente a lo que bajo su criterio es el ideal a revivir, el mundo grecorromano.

3. Los siglos XVII y XVIII.

Los siglos XVII y XVIII representan un punto de inflexión en la historia de Europa, tanto por la consolidación de las formas de Estado absolutistas como por su desaparición, traída a partir del comienzo de las revoluciones liberales. En otro orden de cosas, significó, sobremanera el XVII, la emancipación de la mente humana frente al dogma, con la Revolución intelectual y científica, que condujo al nacimiento de la Ilustración.

En lo que toca al tema de este trabajo, sin embargo, no se aprecian muchos cambios respecto al pensamiento expuesto en el capítulo anterior; la Europa del XVII presentó, en lo que toca al concepto de Edad Media, una curiosa coyuntura; por una parte, la Revolución científica rompió la tendencia, ya presente desde la propia Edad Media, a no separar ciencia y religión; tanto para los eruditos medievales como para los del siglo XVI, conocer la naturaleza equivalía a conocer a Dios, a través de sus creaciones más bellas. Las aportaciones y descubrimientos de científicos como Newton y Descartes, y la eclosión de la filosofía moderna a través de Hume o Locke puso en tela de juicio muchos dogmas, a pesar de los intentos de la Iglesia por contrarrestarlos, y terminó por separar ciencia y religión; de este modo, muchos campos del conocimiento quedaron libres de las referencias a la escolástica medieval. Por otra parte, el papel predominante de la antigüedad clásica en muchos campos se rebajó. En este contexto, se podría esperar que la idea presente en el siglo anterior sobre los tiempos medievales se adaptase a las nuevas circunstancias, con análisis más rigurosos y críticos, a la par de aprovechar el método científico en el enfoque del estudio; sin embargo, no fue así, y pervivió una concepción más bién oscura, a lo que se añadió una cierta concepción de la Historia acuñada por los adalides de la revolución científica, principalmente Descartes.

El siglo XVII fue a todas luces el siglo de las ciencias naturales, eclipsando a muchas otras disciplinas, entre ellas la historia. Sin ir más lejos, Descartes afirmaba que "la Historia, por más interesante, más instructiva y más valiosa que fuera para la formación de una actitud práctica en la vida, no podía, sin embargo, aspirar a la verdad, ya que los acontecimientos que relataba nunca sucedieron exactamente en la manera en que los relataba". Para Descartes, la propia concepción del método científico dejaba fuera a la Historia. Sin embargo, autores como el gran historiador Vico, más que sentirse desalentados, criticarían a Descartes y plantearían su propio método para el estudio histórico. Vico sí se refirió a la Edad Media, pero como ejemplo a la hora de ilustrar su teoría de que muchos periodos históricos repiten o al menos son similares en sus rasgos generales. Comparaba concretamente la Grecia homérica con la Edad Media europea. Por su parte, otros autores como Berkeley y Locke se sumaron en sus críticas al cartesianismo.

De este modo, se podría afirmar que el siglo XVII es un periodo de transición en lo tocante al tema de este trabajo. El despegue imparable de las ciencias naturales eclipsó en gran medida el estudio de los problemas históricos, centrando el debate en el método más que en el fondo de los problemas planteados por la historiografía. El concepto de Edad Media estará sin embargo muy presente en el siglo siguiente.

El siglo XVIII, el siglo de la Ilustración que verá el fin del Antiguo Régimen en Francia nos trae de nuevo a primer plano la Edad Media. Y nuevamente la valoración es negativa, mucho más negativa aún que la mostrada en el capítulo anterior.

Esta visión negativa procede de la propia retórica del movimiento ilustrado y su continua búsqueda del modelo de gobierno ideal. Para los Ilustrados, el sistema político y social del siglo XVIII estaba destinado a ser derribado por los ideales que ellos defendían: libertad, igualdad y fraternidad. De este modo, tenemos a Montesquieu con "El espíritu de las leyes", los estudios históricos de Voltaire y los ensayos de Herder. El pensamiento ilustrado, sin embargo, presenta un patrón común: suelen situar el origen de todos los males del sistema imperante en la Europa del Setecientos en la Edad Media; más concretamente, es digno de análisis la conceptualización y el pensamiento ilustrado sobre el fenómeno del feudalismo y su propia concepción del método histórico aplicado en concreto a la Edad Media.

Empezando por esta última cuestión, parece plausible llegar a afirmar que en líneas generales los ilustrados no tenían una perspectiva verdaderamente histórica de los problemas que pretendían erradicar. Si entendemos perspectiva histórica como "ver que todo en la Historia tiene su razón de ser y que todo existe en beneficio de los hombres cuyas mentes han creado comunitariamente esa historia" nos encontramos con una visión manipuladora y panfletaria por parte de los Ilustrados; para Voltaire, Hume y una buena parte de las élites Ilustradas, palabras como "Edad Media", "barbarie" o "feudalismo" no parecen haber tenido un sentido histórico, filosófico o sociológico. Eran más bién "palabras de injuria que tenían un sentido emocional". Pensar que una época del pasado fue irracional equivale a considerar la historia como un mero polemista, no un historiador. Afirmar que la historia pasada es irracional y bárbara hasta la llegada del espíritu científico moderno no es ser historiador, y aún menos desde la óptica actual. Collingwood afirma en este sentido que "su historia no es sino el relato debido a algún idiota, lleno de ruido y furor, pero que nada significa".

En un sentido algo más moderado y racional se mostraron otros Ilustrados como Montesquieu y Gibbon, quienes aportaron mediante sus obras de análisis de la Europa del XVIII, alejadas del panfletarismo de otros coetáneos suyos, una valiosa base para el desarrollo de la Historia científica en el siglo siguiente. Muy especialmente el primero, con su convencimiento de la racionalidad de la Historia, muy bien reflejado en sus "Considérations sur les causes de la grandeur des Romáins et de leur décadence" , donde se muestra como un historiador innovador y adelantado a su tiempo, negando definitivamente la Providencia y el papel de Dios en el devenir de la Historia, y añadiendo una declaración sobre la necesidad de que el investigador indague las causas del devenir de los gobiernos.

El concepto y tratamiento del fenómeno del feudalismo por parte de la Ilustración es asimismo digno de análisis. Desde un primer momento, el feudalismo fue para la Ilustración un oscuro residuo de tiempos medievales, que había que erradicar. El hecho de que el feudalismo presente en su época se pareciera más bién poco al medieval no entró en sus consideraciones. Efectivamente, como ya hemos expuesto en el capítulo introductorio, el sistema feudal que existía en el siglo XVIII poco o nada tenía que ver con el sistema feudo-vasallático, típico de la Edad Media, sino que era un sistema que se había ido forjando en la propia Edad Moderna. Puede que sus primeras raíces las tuviera en el feudalismo medieval, pero había evolucionado sin duda lo suficiente como para diferenciarlo claramente. Lo que tendió a hacer la Ilustración fue juzgar el modelo feudal medieval en base a la experiencia vivida por ellos, equiparando el feudalismo del XVIII ("carente de estructura piramidal y sin delegaciones de poder vinculadas a la investidura") al medieval.

En síntesis, parece que los siglos XVII y XVIII, considerados en su conjunto, ahondaron más aún en una Edad Media negativa, pese a las aportaciones de autores como el propio Montesquieu a favor de un método histórico que eclosionará en el XIX. Pero al igual que "un fenómeno histórico nunca puede ser explicado en su totalidad fuera del estudio de su momento", el análisis de una evolución conceptual no puede ser aislado de su contexto histórico. No es difícil imaginar, en el contexto político y social de la Francia de la Ilustración, las causas que motivaron la búsqueda de todos los males de la sociedad en la Edad Media. Hubo que buscar algo en lo que encarnar el polo opuesto a los ideales de la Ilustración, y visto el desarrollo que la concepción del medievo había tenido desde el siglo XVI, terminó por encarnarlos.

No obstante, pese a lo eminentemente negativo de la Edad Media para los Ilustrados, el concepto cambiará radicalmente en el siglo XIX, con una nueva concepción. No necesariamente mejor, sino nueva.

4 El siglo XIX.

En el Ochocientos europeo se produjo una curiosa paradoja en lo que respecta al tema de este trabajo: lo mismo que la Ilustración condenó, la nueva Europa de los Estados nacionales lo revalorizó. Este proceso de revalorización se dio tanto en el área de la Historia como en corrientes literarias como el Romanticismo, y lógicamente obedece a unas causas concretas. Pero para poder analizarlas a fondo es básico antes hacer una reflexión sobre el contexto histórico e historiográfico en el que habremos de movernos, basado principalmente en el concepto y desarrollo de los nacionalismos y el desarrollo de la Historiografía positivista y marxista; ambos factores que forman el contexto van relacionados, sobremanera el positivismo y nacionalismo.

Sucintamente, el contexto histórico a lo largo del XIX se puede resumir en una lucha entre lo viejo y lo nuevo; lo viejo está representado por las Restauraciones absolutistas derivadas del Congreso de Viena, tras la caída de Napoleón Bonaparte, quien había encendido los sentimientos nacionales en los países que había dominado o en los que había influido. Lo nuevo viene precisamente dado por este surgimiento de las conciencias nacionales, proceso plasmado en los sucesivos procesos revolucionarios de corte liberal que se expanden por Europa, concentrados en 1830 y 1848. Socialmente, asistimos al nacimiento y consolidación del proletariado como nueva clase emergente en el nuevo orden, alejado del estamental típico de la época anterior.

El desarrollo de la historiografía, pese a que no se pueda comprender sin su correspondiente contexto histórico, es mucho más interesante de cara al problema que nos ocupa. Durante el XIX eclosiona en Europa la historia positivista de corte nacional; especialmente en Alemania, debido a circunstancias locales muy peculiares, y algo más tarde en Francia e Inglaterra. El estudio de la Historia tomaba así una nueva doble orientación, muy importante en el método en el que se fundamentaba, pero lastrado en la orientación de estos nuevos estudios, impregnados por el Romanticismo alemán de la época; fue precisamente este impulso romántico el que sacó a la Edad Media del oscuro concepto en que había convertido.

De este modo, durante el siglo XIX, el espíritu romántico y nacional resucitará a la Edad Media de un modo muy particular, aunque en un análisis más profundo puede verse que el método es el mismo, por ejemplo, que el usado por los ilustrados del XVIII: éstos habían usado la Edad Media para explicar la proveniencia de todo lo malo de su época. La historiografía romántica y positivista la utilizaría para explicar el surgimiento de los pueblos, de acuerdo con su orientación nacionalista. Esto se dio de un modo muy particular en Alemania, aunque no deja de poder ser extrapolable a otras realidades europeas de la época.

Veamos ahora la esencia del método positivista. El positivismo postula un método de investigación histórico basado en el empirismo más absoluto; es, de algún modo, la transposición del método científico al área de los estudios históricos. Ante la imposibilidad de la observación directa de los acontecimientos, el hecho sustituye a la experiencia, ya que habla por sí mismo.

El método positivista está apoyado en la sumisión al documento, fechado, analizado y comparado con los hechos ya conocidos con el fin de establecer su veracidad; de este modo, concibe el hecho histórico como único motor de la Historia. Generalmente, la visión de este método y de la escuela positivista ha sido, por lo general, ambivalente. La crítica, argumentada en su estrechez de miras y "la paralización producida por su negativa a la emisión de juicios críticos" ha sido notable, muy especialmente por la "Nueva Historia" del siglo XX. Por otra parte, se reconoce su valor en su convicción de escribir una Historia basada en la exigencia científica.

No obstante, en los positivistas del XIX es fácilmente visible su sumisión a los valores de los Estados-naciones europeos. Y fue precisamente en Alemania donde se dio una curiosa circunstancia con respecto a la Edad Media: los historiadores alemanes de la época comenzaron a acudir al medievo con objetivos políticos: la unificación de Alemania.

En este contexto, se buscó en la Edad Media el origen del pueblo alemán, encarnado en los germanos. De este modo, llegó a leerse la Edad Media alemana como una historia de progresiva corrupción por haber tenido que pactar los germanos con civilizaciones demasiado distintas de la suya. Sin embargo, y pese al aparente panorama, el innegable rigor positivista de sumisión al documento se equilibró con el candente espíritu romántico, para dar como resultado una serie de estudios que despertaron, dentro de las directrices de la época, un fervor por el medievo sin parangón hasta la época. No obstante, también es justo decir que el fervor "nacional-medieval" alemán no fue tan generalizado como parece a simple vista (existieron nacionalistas no medievalistas y medievalistas no nacionalistas) ni único en Europa.

Tenemos, en otros territorios europeos, ejemplos de que cada uno de ellos encontró su propio elemento nacional en los siglos medievales; la única salvedad podría ser Italia, apegada al mundo clásico con el mismo fervor nacionalista, por causas similares a las alemanas, basadas en el ansia de unificación de la Península; por su parte, Francia pareció encontrar en Carlomagno, "nacionalizado" pese a los continuos debates sobre el componente germano de los francos, su elemento en el que fijar las ansias nacionalistas.

Sin embargo, el caso alemán es particular, ya que establece una concepción de Europa netamente germana, en oposición a la concepción típicamente latina. Esta dualidad de interpretaciones será la tónica del siglo. Por un lado, la historiografía alemana se basa en un razonamiento que Sergi ha resumido muy acertadamente del siguiente modo: "Europa se forma progresivamente en la Edad Media. La Edad Media es esencialmente germana. Por tanto, Europa es una construcción germana". Frente a ella, se situaban una serie de teorías e interpretaciones basadas en la simbiosis latino-germana, alejada de las tesis alemanas basadas en el germanismo europeo.

Sin embargo, a esta dualidad entre medievalismo y nacionalismo para el siglo XIX se le sumaría otra interpretación de la Edad Media no menos importante, dentro del marco general de una de las principales corrientes historiográficas contemporáneas: la interpretación marxista.

La visión marxista del medievo ha marcado profundamente la visión actual de la Edad Media en la cultura popular. Tanto, que debido en gran parte a su concepción del medievo y su asociación tan profunda al feudalismo, además de por su interpretación, la unión de "Edad Media" y "feudalismo" se ha integrado tan profundamente en la conciencia colectiva que se mezclan y se hacen una; analizar el porqué es complejo, pero podemos dar algunos apuntes.

Dentro del sistema marxista de la Historia, basado en las relaciones de producción, la Edad Media se analizó orientada al análisis del feudalismo, definido como una fase previa al capitalismo. Se concibe así la idea del sistema feudal medieval como una explotación de campesinos no asalariados, sometidos a la dependencia y obligados a la obediencia; de hecho, sólo lo distinguía del sistema esclavista en tanto que éste último contemplaba la propiedad de los señores sobre la tierra y los hombres, mientras que lo que él denominó feudalismo contemplaba la propiedad únicamente de la tierra; además, lo extendió en el tiempo entre el final del Imperio Romano de Occidente y las Revoluciones burguesas, es decir, no lo limita exclusivamente a la Edad Media .Para el marxismo, el feudalismo pasó a ser prácticamente una etapa más de la Historia, a medio camino entre las aristocracias del mundo antiguo y los Estados administrativos contemporáneos.

Este desplazamiento del sistema feudal del plano jurídico-militar al socioeconómico ha sido un legado de la historiografía marxista al concepto de Edad Media, que a partir de aquí se mezclará y fusionará con el de "feudalismo"; de hecho, hoy en día son inmediatamente asociados como sinónimos, obviando que los diez siglos medievales fueron mucho más que feudalismo, y asimismo ignorando el poco parecido existente entre el sistema feudo-vasallático, típico de la Edad Media, y el piramidal, propio de la Edad Moderna y derribado por la Revolución Francesa, que también acudió al feudalismo medieval buscando sus razones, como se ha expuesto en el apartado anterior.

Un último apartado a analizar es el papel del movimiento romántico en la valoración de la Edad Media en el XIX, que también ha echado raíces que llegan hasta nuestros días; el propio concepto de Romanticismo es complejo y ambiguo, pero en general es un modo global de contemplar la realidad, y estuvo claramente asociado a la burguesía. Exaltaba un gusto por lo irracional y lo subjetivo, y volvía su mirada hacia mundos lejanos y remotos, bellos por extraños. Dentro de estas directrices, la Edad Media tomó el sesgo de "paraíso perdido", un lugar idealizado de gestas heroicas y vida de corte, tendiendo a la deformación e idealización del periodo medieval, combinado con un nuevo gusto (llamémosle redescubrimiento) por el arte gótico; considerando además que una de las principales cunas del Romanticismo europeo fue Alemania, es fácil deducir el calado que tuvo este entusiasmo por el medievo en los estudios históricos positivistas, estimulados por los sentimientos nacionales: un auténtico polvorín. Sin embargo, el entusiasmo romántico no se limitó exclusivamente a Alemania, sino que otros países como Inglaterra, Francia y España se vieron inundados por el entusiasmo por este movimiento, claramente evasionista. Se producía así un auténtico Medieval Revival. Esta visión del medievo ha llegado, como hemos señalado, hasta nuestros días. Como nos referíamos al principio, es una de las Edades Medias de la cultura popular, junto a la oscura y decadente.

A modo de colofón debemos considerar el papel global del concepto de Edad Media en el Siglo XIX europeo; como hemos señalado, es innegable que, frente a las concepciones oscuras de siglos anteriores, la Edad Media fue objeto de una revalorización durante el Ochocientos; no obstante, el valor de ese redescubrimiento es más que discutible; pese a la aparente y pretendida objetividad científica del positivismo, su orientación nacionalista y su cierta impregnación del espíritu romántico de la época vuelven a dar como resultado una visión distorsionada dentro de un cierto gusto por la época. Por otra parte, la propia dinámica intelectual burguesa del Romanticismo creó un imaginario de la Edad Media como paraíso donde refugiarse de la vida terrenal; un tercer factor para valorar el medievo fue la interpretación marxista, que provocó una incierta y exclusiva identificación de la Edad Media con el feudalismo, considerando además que la propia idea de feudalismo planteada por Marx no se corresponde con la realidad del sistema feudal medieval.

La combinación de estos tres factores ha creado la imagen actual del periodo medieval, en la que encontramos varias Edades Medias: una tenebrosa, época de barbarie, injusticias y explotación; una segunda como mundo de heroicas gestas, torneos caballerescos y vida de corte; y, por último, una tercera donde se observa la Edad Media como cuna de lo que hoy es Europa. Ninguna de las tres responde en algún modo a la realidad medieval, pero no deja de ser curioso como de un modo u otro las tres concepciones han llegado hasta nuestros días, pese a los avances y nuevas perspectivas introducidas en los estudios sobre la Edad Media en el siglo XX, tema del que trata el capítulo siguiente.

5. Hacia una "Nueva Historia".

Con la llegada del siglo XX, se fue abriendo paso una profunda renovación del ámbito historiográfico, que pese a su enorme novedad filosófica y epistemológica hundía sus raíces en el siglo pasado.

La historia de sesgo positivista, como hemos visto en el capítulo anterior, marcó el devenir historiográfico del siglo XX; a comienzos de siglo, sus postulados y su desarrollo constituyeron la primera piedra del desarrollo de una nueva mentalidad historiográfica, que aunque mayormente fundamentada en la crítica al positivismo y en un afán de su superación, hunde sus raíces en el espíritu cientifista de la Historia del siglo XIX. Parecían considerar estos nuevos historiadores que la base, la piedra angular positivista no dejaba de ser mala, pero que era una base que había que ampliar. La sumisión al documento y las fuentes no era el eje exclusivo de la investigación histórica, pero en todo caso era innegable que, aunque fuera a otro nivel, no dejaba de ser necesaria.

De este modo, hacia los años veinte, con una disciplina histórica ya profesionalizada, que al fin y al cabo fue otro legado que dejó el positivismo, surgen los primeros nuevos enfoques en la disciplina. Precisamente uno de estos nuevos adalides del giro epistemológico en la investigación histórica fue uno de los más destacados medievalistas que han existido: Henri Pirenne.

Antes de comentar su obra, debemos referirnos a las directrices que esta "Nueva Historia" planteaba; frente a la dinámica positivista, los nuevos planteamientos asumían un método de investigación histórica basado en una complementariedad de las meras fuentes catalogables como meramente diplomáticas o referentes a episodios puramente políticos con otro tipo de recursos para la investigación, referidos a aspectos económicos y sociales. Lo que buscaban no era sino plantear una visión mucho más global, alejando el protagonismo del relato histórico del personaje o el documento; de este modo se lograría entender mejor el devenir histórico de las civilizaciones y periodos analizados. Esta concepción, que sería aún más matizada e incluso llevada a más altos extremos con el nacimiento de Annales, constituía una nueva concepción epistemológica que tomaba lo precedente y lo enriquecía y ampliaba, dando un verdadero sentido al estudio de la Historia.

Con respecto a Henri Pirenne, fue uno de los máximos exponentes de estas nuevas concepciones; su obra, referida al estudio de la Edad Media, marcó a varias generaciones de historiadores, y supuso un avance en romper el concepto negativo que se venía arrastrando desde el siglo XVI; pese a lo ciertamente matizable y discutible de sus teorías, es innegable que Pirenne fue uno de los primeros en presentar la Edad Media como un conjunto global de política, economía y sociedad, por encima de concepciones sesgadas o simplistas; por otra parte, muchas de sus investigaciones abrieron camino a la hora de plantear nuevos problemas y retos al estudio de la Edad Media .

Su obra y sus planteamientos, hoy ampliamente superados, suelen centrarse en el estudio de la Europa medieval, con una marcada preferencia por el estudio del comercio, y el planteamiento de una visión personal del declive comercial de la Alta Edad Media. Plantea Pirenne que este declive vino en base al control musulmán de las rutas mediterráneas, lo que dio como resultado que el continente europeo se cerrara sobre sí mismo. Esto provocó una paralización del progreso europeo, lo que dio lugar a nuevas formas políticas basadas en la tierra y la propiedad, como el Imperio Carolingio. De hecho, para Pirenne, Carlomagno no es más que una consecuencia de Mahoma. El renacimiento urbano europeo se fue produciendo conforme se mantenían y ampliaban las relaciones Oriente-Occidente, con un destacado papel de la Constantinopla bizantina. Esta concepción está hoy ciertamente superada, pero no deja de tener un gran valor en tanto es una de las primeras concepciones de la Edad Media que contempla el conjunto del periodo como un proceso, no como una sucesión de hechos concatenados; esta visión influirá en buena medida en los postulados de la escuela de Annales, el verdadero elemento renovador de la historiografía del Siglo XX.

De este modo, tenemos en Pirenne una buena muestra del cambio en la orientación de la historiografía del siglo XX, que busca superar el positivismo, no tanto apartándolo definitivamente de la práctica historiográfica, sino buscando integrarlo en una visión más amplia de la disciplina histórica, que verá su máxima expresión a partir de la década de los 30 con la fundación de la revista y la corriente de "Annales". Por otra parte, es plausible decir que con Pirenne se comienza a fraguar un cambio en la concepción del Medievo, si bien es un cambio que en global afectará a la concepción de la Historia en sí misma; con los estudios de Pirenne se nos muestra una Edad Media rica en matices, donde lo "oscuro", sin dejar en ocasiones de serlo, al menos presenta una cuidada fundamentación acerca de los porqués de esa oscuridad, y no la contempla como algo surgido de un caos, sino como la consecuencia de una serie de procesos que interactúan y se proyectan hacia delante en el tiempo (es decir, los hechos tienen una o varias causas y producen consecuencias). Además, concibe el periodo medieval como un contexto pleno, donde interactúan distintos planos, y no meramente el de las relaciones internacionales y la diplomática.

Ciertamente, algo empezaba a cambiar en la historiografía y en su concepción de la Edad Media.

6 Visión general del planteamiento de la "Escuela de Annales".

Antes de entrar plenamente en la concepción y tratamiento que la "Escuela de Annales" (a partir de este punto, nos referiremos simplemente a "Annales") le dio al periodo medieval, es conveniente hacer una breve recapitulación tanto de lo que el nacimiento de esta tendencia historiográfica supuso en el contexto de la ciencia histórica de su época como de sus líneas generales de pensamiento y estudio.

"Annales" se ha venido llamando desde hace ya cierto tiempo la "Revolución Historiográfica Francesa"; este término, pese a parecer algo exagerado, no es en absoluto desmerecido, dado el calado y el significado de las concepciones de sus colaboradores, que formaron una línea de investigación histórica sólida y coherente, superando (que no eliminando sus concepciones básicas) definitivamente al positivismo en tanto que se sustituye "la historia basada en la narración de acontecimientos por una historia analítica orientada por un problema", además de primar una historia que estudia el conjunto de las relaciones humanas, en toda su amplitud, frente a una historia dominada por la política. En tercer lugar, una orientación epistemológica basada en la interdisciplinariedad, por encima de las tradicionalmente llamadas "ciencias auxiliares de la Historia", como la paleografía la diplomática, etc. Es decir, Annales integra una serie de tendencias que se habían venido configurando desde principios del siglo XX, y que bajo sus directrices se consolidarán como un nuevo paradigma historiográfico. Por una parte, relega la típica concepción positivista exclusivamente basada en la narración política y diplomática, para presentar una nueva serie de líneas de investigación que sin excluir la historia política, la convierte en un mero marco de referencia e hilo conductor del devenir humano, verdadero objeto de estudio de la Historia. No se renuncia al positivismo, se le matiza (pese a que determinados investigadores del círculo de Annales, especialmente Bloch y Febvre, se mostraron abiertamente críticos con la escuela positivista, el "Antiguo Régimen historiográfico" según Burke). Por otra, estrechamente relacionado con lo anterior, se orienta la investigación desde ópticas explicativas y analíticas, no meramente narrativas; entra en juego el análisis y la crítica. En un tercer orden, la multidisciplinariedad se convierte en paradigma, sobrepasando el papel que las ciencias auxiliares ya habían venido jugando desde hacía tiempo. Ahora se integran disciplinas dispares y de las más diversas áreas de conocimiento, desde el Derecho hasta la Geología, pasando por la en aquel entonces naciente sociología, la economía o la antropología social. Febvre solía decir, de un modo imperativo, dentro de su política de "Abbatre les cloisons" : "Historiadores, sed geógrafos. Sed juristas también, y sociólogos, y psicólogos". Braudel, de un modo similar, abogaba por la interdisciplinariedad como mejor fórmula para combatir una para él estéril especialización. Su obra "Mediterráneo" fue concebida con el objeto de demostrar "que la Historia puede estudiar algo más que jardines cercados".

De este modo, tenemos los fundamentos de una nueva manera de hacer historia, desde una óptica globalizadota, con el devenir humano como eje de la misma y desde la fusión de la ciencia histórica con otras disciplinas, que enriquecen y completa los resultados finales. Además, surge una concepción de la Historia como una "Historia de problemas", por encima del mero aspecto cronológico y narrativo. Y, lo más importante, se trata de una visión y un método que se puede aplicar a cualquier periodo objeto de estudio.

Annales revitalizó la historiografía del siglo XX introduciendo líneas de investigación nuevas, la mayoría de las cuales habían sido ignoradas o relegadas a segundo plano hasta ese momento. Historia de la población, de la alimentación, de los grupos sociales, marítima, económica, cultural… por primera vez el devenir humano en el pasado cobraba un aspecto global y pleno, con estudios que aportaban una visión total de cada periodo y se complementaban unos a otros, contribuyendo a un conocimiento mucho más globalizador, además de completo.

Lógicamente, florecieron también los estudios sobre el periodo medieval, dando lugar a "otra Edad Media", que se demostró alejada del concepto que se había venido forjando desde el siglo XVI.

7 Annales y la Edad Media.

La aplicación de la óptica de Annales al estudio de la Edad Media cambió la concepción clásica de un concepto oscuro y de matices altamente peyorativos, así como de la idea romántica y positivista del periodo medieval que dominó el siglo XIX; a través de las líneas de investigación abiertas por los investigadores asociados a la escuela, comenzó a vislumbrarse una Edad Media más completa, que integraba la documentación diplomática y política analizada mayormente durante el siglo XIX en su nueva óptica globalizadota y multidisciplinar.

Los temas que estudiaron los investigadores asociados a Annales, como era costumbre dados sus planteamientos, abarcaron todos los sectores de la vida humana: desde los grupos sociales y sus relaciones hasta la evolución de los precios, pasando por pautas alimenticias, historia del comercio, historia de la familia y un largo listado de temas que dieron un carácter más "pleno" al periodo medieval. Además, varias de las principales personalidades de Annales fueron muy destacados medievalistas, como el mismo Marc Bloch, cuyos estudios cambiaron y ampliaron en gran medida el concepto y el alcance del polémico término "feudalismo". En otra línea no menos reveladora, autores como Duby o Le Goff han aportado brillantes trabajos sobre aspectos culturales y sociales del ya no tan oscuro medievo. El propio Duby, por su parte, analizó también el feudalismo.

De este modo, y modo de recapitulación, es necesario valorar la aportación de Annales al conocimiento real de la Edad Media. La denominación de "otra Edad Media" no es en absoluto casual, ya que hasta la ampliación de líneas de investigación y la aplicación de una óptica conforme a los nuevos planteamientos del siglo XX, la Edad Media había sido vista no sólo como algo negativo, sino como una época con importantes carencias en el ámbito cultural, pese a que sin embargo se conocía y transmitía la obra de los antiguos. Como un periodo lleno de violencia y revueltas populares, pese a que estas últimas se concentran en la Baja Edad Media, la última y más tardía subdivisión interna de la Edad Media. Como una época con una sociedad injusta y desigual, aspecto más matizable, pero que al estar la línea argumental en las continuas referencias al feudalismo, pierde una gran parte de su validez como crítica, debido al carácter eminentemente jurídico del feudalismo medieval. No obstante, este último aspecto es quizá el más discutible de todos, ya que el sistema feudal tenía muchísimos matices y planos en los que se desarrollaba. Los otros, pese a la conveniencia de discutirlos, matizarlos y debatirlos, tienden inevitablemente a lo falso.

Así, en el siglo XXI tenemos una Edad Media muy distinta a la definida en el siglo XVI. Sin embargo, pese a que como todo concepto historiográfico ha evolucionado, no parece que en la conciencia popular hallamos pasado de los siglos XVIII o XIX en lo que valoración y construcción de una concepción de la Edad Media se refiere. Lejos de la certeza (o al menos, conocimiento) sobre la Edad Media real mostrada por los estudios históricos del pasado siglo, tenemos esa "Edad Media inventada", anclada en concepciones construidas a lo largo de siglos, y que pese a los intentos de deconstrucción de esa fatal visión que las investigaciones históricas realizan, es muy posible que nunca cambie. Por algún motivo, la conciencia colectiva se resiste a acercarse al periodo medieval tal y como realmente fue.

8. CONCLUSIONES

Para cerrar el trabajo, recapitularé sobre todo lo expuesto anteriormente y añadiré las conclusiones extraídas de este modesto estudio sobre el devenir de un denso y complejo concepto historiográfico, que desde sus primeras formulaciones ha recorrido hasta nuestros tiempos un largo y tortuoso camino.

Es obvio que los conceptos evolucionan y se perfeccionan, se redefinen y mutan constantemente; los relativos a disciplinas humanísticas aún más, debido a la constante y necesaria presencia de nuevas relecturas, interpretaciones y matizaciones que perfilan a la vez que enriquecen los conceptos; en el área de la historiografía, es común la ampliación de conocimientos sobre una línea de trabajo o un área de conocimiento determinada mediante la investigación, que generalmente comienza donde han quedado los otros y se amplía cada vez un poco más. De este modo, piedra sobre piedra, se profundiza, matiza y acota el periodo o proceso objeto de estudio, se definen mejor sus causas, se repasa su desarrollo y se formulan sus consecuencias.

En el caso de la Edad Media, el concepto ha caminado mucho desde sus primeras formulaciones en el XVI, y aún hoy es un concepto lleno de visiones diversas y numerosas ambigüedades; a lo largo de estas páginas, hemos visto como toma un matiz negativo hasta el siglo XIX, e el que perece revalorizarse. Pese a que esta revalorización viene acompañada de avances significativos en el campo de la investigación histórica, con el surgimiento de la profesionalización de la Historia, la conceptualización de lo medieval se ve sujeta en este punto a intereses nacionalistas, desluciendo ese nuevo valor. A su vez, la cultura de la época, el Romanticismo, toma un nuevo concepto de Edad Media, el del "paraíso perdido", evocándolo en sus ansias de escapismo de un mundo que les pesa demasiado. Lejos de mantenerse alejado del concepto meramente historiográfico, hoy parece que por el contrario se ha fusionado a él, lo que nos da como resultado las "dos Edades Medias" referidas al principio.

En el siglo XX por fin se define, mediante una profunda renovación historiográfica, una Edad Media real, global, que abarca todos los aspectos de la vida del hombre en esos diez siglos desde el fin del Imperio Romano en Occidente hasta la caída de Constantinopla ante los otomanos. Sin embargo, este conocimiento global del medievo no parece haber modificado en modo alguno las ideas presentes en la conciencia colectiva, que sigue viendo una Edad Media doble: la de la oscuridad, las guerras y el hambre por un lado y la de las princesas y los castillos por otro; una dualidad que ciertamente no responde a la realidad, pero que de separarse, tampoco lo hace ni por un lado ni por otro.

Por tanto, a partir de esta evolución, tenemos una construcción del medievo mal hecha desde la base; parece que las ideas más antiguas sobre el concepto son las que han quedado grabadas, hecho curioso por venir de varios siglos atrás y haber sido matizadas a lo largo de más de cincuenta años.

Pero parece que la Edad Media esta destinada a ser una época oscura, y un concepto no menos claro. Simplemente en su periodización ya ha habido numerosas discusiones. La cronología más aceptada para Occidente, que va desde el siglo V d.C., con la deposición del último Emperador romano occidental, el niño Rómulo Augústulo, por el jefe germano Odoacro hasta el siglo XV d.C., con la muerte del último Emperador de Bizancio y la caída de la capital imperial Constantinopla a manos de los por aquél entonces imparables turcos otomanos, se matiza constantemente cuando nos movemos a un nivel más regional y según se trate de un campo u otro del conocimiento; nos encontramos por tanto ante una cronología muy flexible, pero cabe preguntarse hasta que punto está sólidamente fundamentada y no sujeta a otros intereses, como lo estuvo en su día la cuestión de la visión de la Edad Media como la cuna de Europa, concepción más que discutible, pero a la que el concepto de Edad Media siempre ha ido ligada de un modo u otro.

De hecho, es notable al referirnos a este asunto observar como la construcción conceptual de qué y como fue y no fue la Edad Media parece, en algunas épocas, construirse paralelamente al concepto de Europa como mosaico de pueblos unidos por un pasado común; en el propio medievo, no existe en absoluto una conciencia de una Europa unida, salvo vagas referencias de algunos pensadores, siempre de forma aislada. Con la misma tónica de ambigüedad e indefinición continuaremos hasta el XIX, cuando los nacionalismos afloran en Europa y comienza la construcción de los Estados Nacionales contemporáneos. El concepto de Edad Media y su valoración cambia asimismo, con el tratamiento dado por el positivismo de corte nacionalista a la ecuación Edad Media-Europa. Nos encontramos así que en el medievo no sólo es variable su cronología, sino también su sentido y significado como época histórica.

Sobre la cuestión de la Edad Media como la cuna de Europa aún se deben hacer una serie de matizaciones, ya que es una cuestión clave en la actual concepción de la Edad Media. Es, sin duda, un asunto cuanto menos polémico, en tanto parece poder analizarse desde una doble óptica: la de compararla con la actual Europa de naciones o la de considerar la configuración básica que ha dado lugar a la Europa de hoy; desde ambas perspectivas, no parece que el medievo se nos revele como origen de ninguna de las dos, en tanto por un lado nunca hubo ni mucho menos una conciencia europea y por otro tenemos un enorme mosaico de mestizaje y movimientos de pueblos, siendo difícil que se configurara ningún grupo que responda a una identidad nacional.

De este modo, nos encontramos con una Edad Media que no fue oscura, ni atrasada, ni cuna de Europa. Como mucho fue (y este es un concepto que reconozco arriesgado por ser susceptible de ser considerado simplista) "claroscura"; o, al menos, ni tan oscura ni tan clara como cualquier otra etapa histórica.

Lejos de análisis simplistas, es importante considerar en este punto la necesidad de considerar los contextos históricos como marco fundamental a la hora de analizar cualquier conceptualización. Los humanistas del XVI tuvieron sus motivos para poner la primera piedra en la oscuridad y barbarie que ellos atribuyeron a la "Edad del Medio". Del mismo modo, los Ilustrados del XVIII y los positivistas del XIX también obraron por sus propias motivaciones, analizadas en sus apartados correspondientes; pero la profesionalización y enfoque multidisciplinar y abierto de la renovación historiográfica del siglo XX nos ha traído otra visión, muy alejada de concepciones generalistas como las anteriores al ampliar los campos de estudio y los profesionales y disciplinas implicadas en ellos. Sin embargo, observando hoy en día la idea general que la cultura popular continúa manteniendo sobre el medievo, la visión aportada por la historiografía del siglo XX continúa siendo la "otra Edad Media".

Es muy curioso como han pervivido los conceptos ambiguos, negativos o en todo caso con matices no muy claros sobre el rigor de las investigaciones históricas. Por otro lado, deben considerarse también otros factores, recordando que efectivamente no es posible reconstruir una conceptualización concreta en un momento dado sin considerar el contexto en el que surge. De este modo, podemos considerar la situación actual de la disciplina histórica y su relación con la cultura popular. No parece que la historia académica consiga acercarse a la cultura popular por lo que una reconstrucción de un concepto historiográfico parece desde la situación actual poco más que imposible.

A modo de conclusión final, señalar que si bien existen, obviamente, ideas preconcebidas sobre todo periodo histórico, pero a la luz de lo expuesto, parece que las ideas preconcebidas sobre la Edad Media son especialmente intensas y fijas, y no parece viable a corto plazo un cambio en la mentalidad popular, a pesar de los avances de la historia académica.

Bibliografía

Se incluyen tanto las obras citadas en nota a pié de página como las simplemente consultadas.

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  • Sergi, G.: "La idea de Edad Media". Ed. Crítica, 2000.

Información sobre el autor: Miguel Menéndez Méndez, natural de Gijón (Asturias, España). Estudiante de Historia en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Esta monografía fue presentada, con algunas modificaciones no incluidas (principalmente cuestiones de estructura) como trabajo de curso en la asignatura "Historia Medieval Universal", obteniendo la máxima calificación.

Lugar y Fecha de realización: Gijón (Asturias, España), marzo-mayo de 2007.

 

Miguel Menéndez Méndez

Partes: 1, 2
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