La serpiente Uroboros, por Eric Rucker Eddison (página 5)
Enviado por Ing.Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
Al caer la tarde del tercer día, cuando llegaron a la vista de la costa de Brujolandia, recogieron las velas[124]y esperaron a la noche, para poder tocar tierra de noche; pues poco querían que el rey tuviera noticia de su viaje. Éste era su plan: varar sus naves en la playa solitaria que está a unas dos leguas al norte de Tenemos, desde donde Carcé sólo estaba a dos horas de marcha a través de la marisma. Así, cuando el sol se puso y todos los caminos quedaron oscuros, forraron los remos para silenciarlos y remaron calladamente hasta la playa baja, que, en la oscuridad, se veía extrañamente próxima, pero parecía que siempre huía de ellos y mantenía su distancia cuando remaban hacia ella. Llegaron al fin a la playa y vararon en ella las naves. Quedaron unos cincuenta hombres de los goblins para guardar las naves, y los demás se marcharon con sus armas. Y, cuando estuvieron en orden, marcharon hacia el interior sobre las dunas arenosas y de ahí a la marisma abierta; y, viendo que la gran mayoría de ellos eran de Goblinlandia, acordaron entre los tres, Juss, Brándoch Dahá y Gaslark, que Gaslark tomase el mando de aquella empresa. Así caminaron en silencio a través de las marismas, que eran lo bastante firmes para caminar sobre ellas si se hacía con circunspección, rodeando los peores lodazales y las pequeñas lagunas que estaban repartidas aquí y allá. Pues había hecho buen tiempo últimamente y había poca agua nueva en la marisma. Pero, cuando se acercaron a Carcé, el tiempo empeoró y empezó a caer lluvia fina. Y aunque marchar a través de la oscuridad de la noche con la llovizna y hacia aquella fortaleza tan mal afamada tenía poco de cómodo, con todo, el señor Juss se alegró de la lluvia, ya que favorecía la sorpresa, y todas sus esperanzas dependían de la sorpresa.
Hacia la medianoche se detuvieron a cuatrocientos pasos de las murallas exteriores de Carcé, que se cernían espectralmente a través de la cortina de agua, silenciosas como si fueran una tumba donde yaciese muerta Brujolandia, y no la concha blindada donde les aguardaba un poderío tan grande. La visión de aquella vasta mole tendida entre sombras bajo la lluvia encendió en el pecho de Gaslark el fuego de la batalla, y no aceptaba más acuerdo que el de avanzar hasta las murallas con toda su tropa y rodearlas buscando por dónde podrían entrar de improviso y tomar la fortaleza. No quiso escuchar el consejo del señor Juss, que prefería enviar destacamentos para que eligiesen un punto de ataque y volviesen con la información antes de que avanzasen todas las tropas.
-No dudes -dijo Gaslark- que allí dentro están todos beodos y azorrados[125]por tercera noche a fuerza de beborrotear vino en honor de la victoria que han logrado por medio de su enviado, y que en tal noche sólo se monta una guardia mezquina. Pues (dirán ellos) ¿quién ha de venir contra Carcé ahora que el poderío de Demonlandia está hecho pedazos? ¿Los ridículos goblins? ¡ja! Sólo sirven para causar risa y regocijo. Pero el destacamento avanzado que propones podría alertarlos antes de que nuestra fuerza principal pudiera aprovechar la ocasión. No, antes debemos hacer como los ghouls cuando en un mal día cayeron de improviso sobre mí en Zajé Zaculo y tomaron mi palacio antes de que supiéramos de su venida; así debemos tomar nosotros esta fortaleza de Carcé. Y si tú temes que hagan una salida, yo lo deseo ardientemente. Pues, si abren la puerta, somos bastantes para forzar la entrada por muchos que sean los que queden dentro.
A Juss no le pareció bien este acuerdo, pero, a causa de una extraña flojedad del juicio que todavía le perduraba, no quiso contradecir a Gaslark. Así, se deslizaron en secreto hasta las grandes murallas de Carcé. La lluvia seguía cayendo blandamente, y los cipreses se erguían sin aliento dentro del patio exterior, y las murallas de aquel castillo dormido fruncían el ceño, sin expresión, mudas y vacías. Y la medianoche severa se cernía sobre todo.
Gaslark dio órdenes y les mandó que marchasen con cuidado alrededor de las murallas y hacia el norte, pues no había camino entre las altas murallas y el río por el sur y por el este, pero confiaba en encontrar al noroeste un lugar practicable por donde ganar la entrada a la fortaleza. Avanzaron ordenados de este modo: Gaslark abría la marcha con cien de sus mejores hombres, y luego venían los demonios. Después los seguía el grueso de los goblins, con Teshmar como capitán. Marchaban con precaución, y alcanzaron el terreno en pendiente que se extendía desde el precipicio de Carcé hasta las marismas. Los de Goblinlandia estaban llenos de afán y enardecidos con la embriaguez de la batalla próxima, y los de la vanguardia andaban aprisa, dejando atrás a los demonios, por lo que Juss tuvo que apresurarse tras ellos por miedo a que perdieran contacto y cayeran en la confusión. Pero los hombres de Teshmar tenían mucho miedo a quedarse atrás, y éste no era capaz de retenerlos, sino que querían correr entre los demonios y las murallas para reunirse con Gaslark. Juss maldijo entre dientes y dijo:
-Así es la turba indisciplinada de Goblinlandia. Serán la causa de nuestra perdición.
Así estaban, y los de Teshmar a menos de veinte pasos de las murallas, cuando, tan de improviso como un relámpago en plena noche, se encendieron llamaradas a lo largo de las murallas, que deslumbraron a los goblins y a los demonios, y los iluminaron brillantemente a la vista de los que ocupaban las murallas, que se pusieron a arrojarles lanzas y flechas y a tirarles piedras. En aquel mismo instante se abrió una poterna, por la que salió el señor Corinius con ciento cincuenta fuertes mocetones de Brujolandia, gritando:
-¡El que quiere comerse el cangrejo de Brujolandia para cenar tiene que habérselas con las pinzas antes de intentar quebrar el caparazón!
Y cargando sobre el flanco del ejército de Gaslark, lo partió limpiamente en dos. Corinius luchaba como un enajenado, golpeando a ambos lados con un hacha de dos manos cuyo astil estaba forrado de bronce; y, aunque los hombres de Gaslark lo superaban mucho en número, los había tomado tan por sorpresa y confundido tanto la acometida repentina de Corinius, que no fueron capaces de resistirlo y retrocedieron ante su ataque. Y muchos resultaron heridos, y algunos, muertos; y uno de éstos fue Teshmar de Goblinlandia, patrón del barco de Gaslark. Pues, queriendo golpear a Corinius y habiendo fallado el golpe, cayó hacia delante con el
impulso, y Corinius lo golpeó con el hacha, y el golpe dio en el cuello de Teshmar, y le cortó la cabeza. Gaslark, con sus mejores hombres de armas, había llegado más allá de la poterna, pero, cuando entraron en combate, se volvió atrás inmediatamente para llegarse a Corinius, gritando a sus hombres que se reunieran con los brujos y los hicieran volver dentro de las murallas. Y cuando Gaslark se abrió camino entre la multitud y llegó al alcance de Corinius, lanzó a Corinius una lanza y lo hirió en el brazo. Pero Corinius partió en dos el asta de la lanza con su hacha y saltó sobre Gaslark, y le hizo una gran herida en el hombro. Y Gaslark tomó la espada, y se cruzaron muchos golpes que hacían vacilar a ambos, hasta que Corinius dio a Gaslark en el yelmo un gran tajo con su hacha, de arriba abajo, como quien clava una estaca con un mazo de madera. Y Gaslark se salvó gracias al buen yelmo que llevaba, que le había dado el señor Juss en días pasados como regalo de amor y amistad, y gracias a él no le abrió la cabeza en dos; pues el hacha de Corinius no pudo tajar aquel yelmo. Pero, con el gran golpe, Gaslark perdió el sentido durante un tiempo, y cayó a tierra sin conocimiento. Y, con su caída, los de Goblinlandia desmayaron.
Todo esto sucedió en los primeros encuentros de la batalla, y los señores de Demonlandia no se habían incorporado del todo a la lid, pues la gran turba de los hombres de Gaslark se interponía entre los brujos y ellos; pero Juss y Brándoch Dahá se adelantaron poderosamente con sus seguidores y recogieron a Gaslark, que yacía como muerto, y Juss encargó a un grupo de goblins que lo llevaran a los navíos, y llegó allí sano y salvo. Pero los brujos gritaron a grandes voces que el rey Gaslark había muerto, y, en aquel preciso instante, Córund, que había salido en secreto con cincuenta hombres por una puerta escondida en la parte oeste de Carcé, tomó con gran poderío por la retaguardia a los goblins. Con lo cual, ellos, retrocediendo todavía ante Corinius y Córund, y con los corazones encogidos por la supuesta muerte de Gaslark, quedaron llenos de duda y desánimo; pues, en la oscuridad húmeda, no eran capaces de advertir cuánto superaban en número a los hombres de Brujolandia. Y se apoderó de ellos el terror, de modo que se dispersaron y huyeron ante los brujos, que cayeron sobre ellos con decisión, como cae la fuina[126]sobre el conejo, y los mataron de veinte en veinte y de cincuenta en cincuenta mientras huían de Carcé. Apenas sesenta hombres de aquella valerosa compañía de Goblinlandia que había subido contra Carcé con Gaslark pudieron abrirse camino por las marismas hasta los navíos y escapar de una destrucción despiadada. Pero Córúnd y Corinius y el grueso de sus fuerzas se volvieron sin más contra los demonios, y dura fue la batalla que mantuvieron, y grande fue el resonar de sus golpes. Y la ventaja cambió completamente de manos al quedar fuera del combate los goblins, ya que eran pocos los que habían caído del bando de Brujolandia, y eran como cuatro contra uno contra los demonios, acosándolos y acometiéndolos por todos los flancos. Y algunos les arrojaban proyectiles desde la muralla, hasta que cayó un proyectil que estuvo a punto de darle a Córund en el yelmo, y éste mandó decirles inmediatamente que, cuando acabara el combate, haría empanadas con el mentecato cabeza de chorlito, quienquiera que fuese, que les había mandado disparar así, estropeando la fiesta a sus camaradas y poniendo en peligro sus vidas. Con eso, cesaron los disparos desde la muralla.
Y entonces la batalla se volvió torva y sangrienta, pues los demonios resistieron poderosamente el ataque de los brujos, y el señor Brándoch Dahá atacaba a Córund o a Corinius hiriendo a diestro y siniestro, y ninguno de estos dos grandes capitanes era capaz de resistirle largo rato, sino que retrocedían cada vez ante el señor Brándoch Daba; y se maldecían amargamente el uno al otro cuando cada uno de ellos buscaba la salvación entre la masa de sus hombres de armas. Y nadie puede soñar con hacer en el espacio de una noche tales hechos de armas como hizo aquella noche el señor Brándoch Dahá, que manejaba la espada como se maneja una vara de mimbre; pero en su punta estaba la muerte. De tal modo que quince fuertes guerreros de Brujolandia cayeron muertos bajo su espada, y otros quince quedaron malheridos. Y, por fin, Corinius,picado por las pullas de Córund como por un tábano, y casi reventando de dolor y de vergüenza por su huida, saltó ante el señor Brándoch Dahá como hombre que ha perdido el juicio, dirigiéndole un gran tajo a dos manos que bien podía haberlo abierto en dos hasta la falda de la armadura. Pero Brándoch Dahá hurtó el cuerpo al golpe con la ligereza con que un martín pescador que vuela sobre un arroyo a la sombra de los alisos evita una rama en pleno vuelo, y cortó a Corinius la muñeca derecha con su espada. Y Corinius quedó fuera del combate. Tampoco salieron mejor con su intento los que atacaron al señor Juss, que los segaba a grandes tajos, descabezando a unos y partiendo en dos a otros, hasta que optaron por permanecer fuera de su alcance. Así lucharon los demonios en la niebla acuosa e iluminada, en gran desventaja, hasta que todos cayeron salvo aquellos dos señores, Juss y Brándoch Dahá.
El rey Gorice estaba en los bastiones exteriores de Carcé, con su armadura completa damasquinada en oro; y contempló cómo luchaban espalda con espalda aquellos dos, y cómo los brujos los acometían por todas partes sin que pudieran someterlos de manera alguna. Y el rey dijo a Gro, que estaba a su lado sobre la muralla:
-Se me deslumbran los ojos[127]en la niebla y con la luz de las antorchas. ¿Quiénes son aquellos que se defienden de mis campeones con ventaja tan sangrienta?
-Sin duda, oh rey, no son otros que el señor Juss y el señor Brándoch Dahá de Krothering -le respondió Gro.
-Así, por grados, viene a mí mi enviado -dijo el rey-. Por medio de mis artes he sabido, aunque no con certeza, que mi enviado se llevó a Goldry; así he hecho lo que quería con el que más odiaba. Y éstos, que se salvaron de la misma perdición por sus encantamientos, se han vuelto locos y se han arrojado a la boca abierta de mi venganza.
Y, cuando hubo observado durante un rato, el rey se rió burlonamente y dijo a Gro:
-Es un dulce espectáculo contemplar cómo cien de mis mejores hombres retroceden y hurtan el cuerpo ante estos dos. Yo había creído hasta ahora que en Brujolandia había una espada, y que Corinius y Córund eran algo más que unos simples fanfarrones sin fuerzas ni valor, como aparecen aquí; pues parecen niños bien azotados que huyen de las espadas relucientes de Juss y del vil advenedizo de Krothering.
Pero Corinius, que ya no luchaba en la batalla, sino que estaba junto al rey, lleno de melancolía y con la muñeca llena de sangre, exclamó:
-Nos juzgáis mal, oh rey. Más justo sería que alabaseis mi gran hazaña al tomar por sorpresa a esta poderosa compañía de enemigos nuestros y matarlos a todos. Y no se maraville vuestra majestad de que yo no pudiera vencer a este Brándoch Dahá, ya que venció con facilidad a otro más poderoso que yo, a Gorice X, de siempre gloriosa memoria. Por lo cual, creo que yo he tenido más suerte que él, pues he salido vivo, aunque con la muñeca acuchillada. Y a esos dos no es posible herirlos con punta ni filo, por más que se intente, pues este Juss es un gran hechicero.
-Antes creo que todos os habéis vuelto gallinas -dijo el rey-. Pero ya no soporto esta comedia; quiero acabar con ella enseguida.
Entonces el rey hizo llamar al viejo duque Corsus, y le mandó que tomase redes y atrapase con ellas a los demonios. Y Corsus salió con redes y al cabo consiguió hacerlo por pura ventaja numérica y con la muerte de casi una veintena de los brujos. El señor Juss y el señor Brándoch Dahá quedaron bien envueltos en las redes y se agitaban como gusanos de seda en sus capullos, y así los hicieron entrar en Carcé. Los arrastraron por el suelo dándoles grandes golpes, y bien se alegraron los brujos de haber atajado por fin a aquellos grandes luchadores. Pues Córund y sus hombres estaban completamente exangües, y a punto de caerse de puro cansancio.
Cuando los introdujeron en Carcé, el rey mandó buscar con antorchas y hacer entrar a los de Brujolandia que estaban heridos ante las murallas, y a los demonios y goblins que se encontraban en el mismo caso los mandó matar con la espada. Y mandó que el señor Juss y el señor Brándoch Dahá, todavía envueltos estrechamente en sus redes, fueran arrojados a un rincón del patio interior del palacio como dos fardos de mercancías estropeadas, y les puso una guardia hasta la mañana.
Cuando los señores de Brujolandia iban a acostarse, contemplaron un resplandor rojo al oeste, junto al mar, y lenguas de fuego que ardían en la noche. Corinius dijo al señor Gro:
-He ahí dónde tus paisanos los goblins queman sus naves, para que no los persigamos en ellas en su huida vergonzosa hacia sus casas en la única nave que dejan sin quemar. Una les basta, pues los más están muertos.
Y Corinius, cargado de sueño, se dirigió a su lecho, y por el camino se detuvo a dar una patada al señor Brándoch Dahá al que tenía bien envuelto en su red y era incapaz de hacerle daño por entonces.
De los dos salones de banquetes que había en Carcé, el viejo y el nuevo,
y del agasajo que ofreció el rey GoriceXII
al señor Juss y al señorBrándoch Dahá en uno de ellos,
y al príncipe La Fireez en él otro,
y de cómo pidieron licencia para retirarse al final del banquete.
La mañana siguiente a aquella batalla amaneció hermosa en Carcé. La gente se quedó en el lecho hasta muy tarde para descansar de sus trabajos, y nada se movió ante las murallas hasta que el sol estuvo alto. Pero hacia el mediodía salió una partida enviada por el rey Gorice para recoger el botín; y tomaron los cuerpos de los muertos y los pusieron en una depresión del terreno en la orilla derecha del río Druima, media milla más abajo de Carcé; pusieron juntos a los brujos, a los demonios y a los goblins en una tumba común, y alzaron sobre ellos un gran túmulo.
El sol ya calentaba con fuerza, pero la sombra de la gran torre del homenaje todavía caía sobre la terraza exterior al muro del palacio. Aquella terraza era fresca y amena, un lugar de suave reposo; estaba pavimentada con baldosas de jaspe rojo, y en las junturas crecían polipodios[128]asafétidas[129]setas pálidas, dientes de dragón y lunarias amargas. En el borde exterior de la terraza había arbustos de arbor vitae[130]plantados en hilera, bajos y redondos como marmotas dormidas, con grupos de acónitos[131]entre ellos. La terraza medía muchos centenares de pies de longitud, de norte a sur, y a cada extremo tenía una escalinata de mármol negro que conducía al nivel de la fortaleza interior y su muralla almenada.
Contra la muralla del palacio que daba al oeste había pesados bancos de jaspe verde y cubiertos de cojines de terciopelo de muchos colores, y en el banco más próximo a la torre de hierro estaba sentada a sus anchas una dama. que desayunaba barquillos de crema y un dulce de membrillo que le servían sus doncellas. Alta y esbelta era la dama, y en ella destacaba la belleza como destaca la luz del sol en el suelo rojo y en los troncos grises verdosos de un bosque de bayas al principio de la primavera. Tenía el pelo rojizo, recogido en grandes mechones sobre su cabeza y sujeto con grandes alfileres de plata que tenían diamantes de anaquita engastados en las cabezas. Su vestido era de tela de plata cubierto de bordados de canutillo de seda negra y tachonado por todas partes de pequeñas piedras de la luna, y sobre él llevaba un manto de satén con figuras, del color del ala de la paloma torcaz, entretejido con hilos de oro y plata. Tenía la tez blanca y la gracia del antílope. Sus ojos eran verdes, con fulgores amarillos ardientes. Comía con donaire el dulce de membrillo y los barquillos, bebiendo a veces de una copa de ámbar tallada con artificio, que contenía vino blanco con el frescor de las bodegas que estaban bajo Carcé, y una doncella que estaba sentada a sus pies tocaba un laúd de siete órdenes y cantaba muy dulcemente esta canción:
No me preguntes más dónde envía Júpiter
La rosa marchita después de junio;
Pues en el profundo oriente de tu belleza
Duermen estas flores, como causa suya.
No me preguntes más dónde se pierden
Los átomos dorados del día;
Pues en amor puro preparó el cielo
Aquellos polvos para adornar tu pelo.
No me preguntes más dónde viaja
La golondrina cuando ha pasado mayo;
Pues en tu garganta dulce y gustosa
Inverna y abriga sus notas.
No me preguntes más dónde caen las estrellas
Que vemos caer en plena noche;
Pues se posan en tus ojos, y allí
Se quedan fijas como en su esfera.
No me preguntes más si a oriente u occidente
Construye el fénix su nido especioso;
Pues vuela por fin hasta ti
Y muere en tu pecho fragant[132]e.
-Basta -dijo la dama-; esta mañana tienes la voz quebrada. ¿Todavía no puedes encontrar a nadie en pie para que me cuente los sucesos de anoche? ¿O están todos de la guisa de mi señor, que dejé durmiendo como si todas las adormideras de todos los jardines de la tierra soplaran el sueño en su cabeza?
-Viene uno, señora -dijo la damisela.
-El señor Gro -dijo la dama-. Puede sacarme de dudas. Pero gran maravilla sería que él participara del combate de anoche.
Gro llegó por la terraza desde el norte, vestido de un manto de terciopelo de color pardo con un collar de oro labrado, con hilo de plata; y su barba negra, larga y rizada, estaba perfumada con agua de azahar y angélica. Cuando se hubieron saludado y la dama mandó a sus servidoras que se apartaran, dijo:
-Señor, tengo sed de noticias. Cuéntame todo lo que aconteció desde la puesta del sol. Pues dormí profundamente hasta que los rayos de la mañana asomaron por las ventanas de mi aposento, y entonces me desperté de un sueño de fanfarrias[133]que llamaban al combate, y antorchas en la noche, y rebatos[134]bélicos. Y verdaderamente entraron antorchas en mi aposento que acompañaron a mi señor hasta el lecho, pero él no me dijo palabra y cayó dormido como exangüe. Tiene algunos rasguños, pero por lo demás está indemne. No quise despertarle, pues el sueño es un bálsamo; además, tiene mal humor cuando se le despierta así. Pero las parlas y las conjeturas descabelladas de los criados alcanzan extremos maravillosos: que una gran armada de Demonlandia ha desembarcado en Tenemos, y que todos fueron vencidos anoche por mi señor y por Corinius, y que Goldry Bluszco murió en combate singular con el rey. O que Juss ha hechizado a Laxus y a toda nuestra armada, haciéndoles que naveguen contra esta tierra como parricidas, bajo el mando de Juss y de los otros demonios; y que todos están muertos salvo Laxus y Goldry Bluszco, a los que se ha traído atados a Carcé, locos de remate y echando espuma por la boca, y que Corinius murió de sus heridas tras matar a Brándoch Dahá. O dicen insensatamente -añadió, con un brillo amenazador de sus ojos verdes- que fue mi hermano el que se alzó en rebeldía para liberar a Trasgolandia del gobierno de Gorice, y para ello se alió con Gaslark, y que su ejército quedó derrotado y ambos fueron cautivados.
Gro rió y dijo:
-En verdad, oh mi señora Prezmyra, la verdad se enmascara con muchos disfraces extraños cuando cabalga en la escoba del rumor por los palacios de los reyes. Pero te ha mostrado algo de sí misma, si es que has concluido que entre la puesta del sol y su salida ha surgido un hecho que pasmará al mundo, y que el poderío de Brujolandia ha florecido esta noche hasta alcanzar una gloria nunca vista.
-Dices altas palabras, mi señor -dijo la dama-. ¿Estuvieron en ello los demonios?
-Señora, sí-dijo él.
-¿Y fueron vencidos y muertos?
-Muertos todos, salvo Juss y Brándoch Dahá, y éstos fueron presos -dijo Gro.
-¿Fue obra de mi señor? -preguntó ella.
-En gran parte, creo yo -dijo Gro-, pero Corinius reclama, como suele, la mayor parte de la gloria.
-Reclama demasiado -dijo Prezmyra, que añadió-: ¿No hubo en ello sino demonios?
Gro le leyó el pensamiento, sonrió y respondió:
-Señora, también hubo brujos.
-Señor Gro -exclamó ella-, haces mal en burlarte de mí. Eres amigo mío. Sabes que el príncipe, mi hermano, es orgulloso y se encoleriza con presteza. Sabes que le mortifica tener a Brujolandia sobre él. Sabes que ya hace muchos días que debía haber llegado su tributo anual al rey.
Los grandes ojos de buey de Gro estaban enternecidos cuando miró a la señora Prezmyra y le dijo:
-De seguro que soy tu amigo, señora. A decir verdad, tu señor y tú sois los únicos amigos verdaderos que tengo en la acuosa Brujolandia. vosotros dos y el rey, pero ¿quién duerme seguro en el favor de los reyes? Ay, señora, en la batalla de anoche no hubo nadie de Trasgolandia. Descansa tu alma, por lo tanto. Pero yo tuve que cargar con la tarea de sonreír y sonreír de pie junto al rey en el adarve mientras Corinius y nuestros hombres de guerra hacían una matanza sangrienta de cuatro o cinco centenares de mis compatriotas.
Prezmyra contuvo el aliento y calló un momento. Luego dijo:
-¿Gaslark?
-Parece que el grueso de las fuerzas era suyo -respondió el señor Gro-. Corinius se jacta de haberlo matado, y es cierto que lo derribó por tierra. Pero me han confiado en secreto que no estaba entre los muertos que se recogieron esta mañana.
-Señor -dijo ella-, mi sed de noticias se sacia abundantemente mientras tú estás en ayunas. Id algunas por carne y vino para mi señor Gro -y dos damiselas corrieron y volvieron con vino dorado y chispeante en un cuenco y un plato de lampreas con salsa de hipocrás[135]
Y Gro se sentó en el banco de jaspe y, mientras comía y bebía, repitió a la señora Prezmyra los sucesos de la noche.
Cuando hubo concluido, dijo ella:
-¿Qué ha hecho el rey con esos dos, con el señor Juss y el señor Brándoch Dahá?
-Los tiene aherrojados en el salón de banquetes viejo de la torre de hierro -dijo Gro. Se le oscureció el ceño, y añadió-: Es una pena que tu señor yaciera tan largo rato en el lecho, y que no viniera al consejo, donde Corsus y Corinius, apoyados por tus hijastros y por los hijos de Corsus, insistieron al rey para que tratase vergonzosamente a aquellos señores de Demonlandia. Bien dice aquel dístico que nos advierte:
Sabe cuándo hablar, pues es acostumbrado
Que el rey castigue mal un buen consejo dado.
»Y poco hubiera ganado yo, y poco mi salud, si en aquella ocasión me hubiera enfrentado abiertamente con ellos. Corinius siempre está dispuesto a arrojarme a la cara el nombre de «goblin». Pero Córund tiene peso en sus consejos, como tiene peso su mano en las batallas.
Mientras estaba hablando Gro, llegó a la terraza el señor Córund, y pidió vino no espumoso para refrescarse la garganta. Prezmyra se lo sirvió, y dijo:
-Es culpa tuya por quedarte en el lecho, señor mío, cuando debías haber estado decidiendo junto al rey lo que se debía hacer con nuestros enemigos cautivados la noche pasada.
Córund se sentó en el banco junto a su dama y bebió.
-Si eso es todo, señora -dijo-, tengo poco cargo de conciencia por ello. Pues nada es más fácil que cortarles la cabeza, y con eso acabará todo feliz y debidamente.
-Muy distinto es lo que ha mandado el rey -dijo Gro-. Hizo arrastrar ante él al señor Juss y al señor Brándoch Dahá y, entre muchas pullas y mofas, les dijo: «Bienvenidos seáis a Carcé. No faltarán manjares deliciosos en vuestra mesa mientras seáis mis huéspedes; y ello a pesar de que habéis venido sin ser invitados». Después, los hizo arrastrar al salón viejo de banquetes. Y mandó a sus herreros que clavasen en la pared grandes clavos de hierro, de los que hizo colgar a los demonios por las muñecas, con los brazos abiertos contra la pared, encadenándoles las muñecas y los tobillos a los clavos con grillos[136]de hierro. Y el rey mandó poner la mesa a sus pies como para un banquete, para que su vista y su olor los atormentase. Y nos llamó a todos a su consejo para que alabásemos su invención y volviésemos a burlarnos de ellos.
-Un gran rey debe ser como un perro que mata limpiamente -dijo Prezmyra-, más que como un gato que juega con su presa y la atormenta.
-Es verdad que sería más seguro matarlos -dijo Córund. Se alzó de su asiento, y añadió-: No estaría de más que hablase con el rey.
-¿Y por qué? -preguntó Prezmyra.
-El que se levanta tarde -dijo Córund, contemplándola con humor- puede dar noticias a veces a la que madruga para sentarse en la terraza occidental. Y venía a decirte esto: que hace un momento contemplé desde la ventana de nuestro aposento que por el oriente venía de Trasgolandia, cabalgando hacia Carcé por el camino de los reyes…
-¿La Fireez? -preguntó ella.
-Mis ojos son harto fuertes y claros -dijo Córund-, pero no hace falta que jure que conozco a mi propio hermano a tres millas. Y si se trata del tuyo, señora, dejaré que lo jures tú.
-¿Quién había de cabalgar por el camino de los reyes desde Trasgolandia sino La Fireez? -exclamó Prezmyra.
-A eso, señora, dejaré que responda Eco -dijo Córund-. Y está grabado en mi pensamiento que el príncipe mi cuñado es hombre que guarda en las entretelas de su corazón el recuerdo de los favores pasados. Y que nadie le hizo jamás un favor como el que le hizo Juss cuando le salvó la vida hace seis inviernos en Duendelandia Mayor[137]Por tanto, si La Fireez ha de compartir nuestros placeres esta noche, es preciso que el rey mande a esos charlatanes que guarden silencio acerca del agasajo que se ofrece a aquellos señores en el salón viejo de banquetes, y acerca de todo lo relacionado con la parte que tuvo Demonlandia en este combate.
-Vamos, iré contigo -dijo Prezmyra.
Encontraron al rey en el adarve superior sobre las compuertas, rodeado de sus señores, mirando al este hacia las largas colinas bajas tras las que estaba Trasgolandia. Pero, cuando Córund empezó a exponer al rey su consejo, el rey le dijo:
-Te haces viejo, oh Córund, y eres como un buhonero torpe que lleva sus mercancías al mercado cuando ya se ha marchado la gente. Ya he dado mis órdenes sobre esto, y he conminado terminantemente a mi gente que sólo digan que anoche los goblins atacaron Carcé y fueron derrotados, y que los perseguí hasta el mar con gran matanza. El que revele a La Fireez, de palabra o por señas, que los demonios estuvieron en ello, y que estos enemigos míos están recibiendo ese agasajo mío, incómodo para ellos, en el salón viejo de banquetes, no perderá más que la vida.
-Bien está, oh rey -dijo Córund.
-Capitán general, ¿qué fuerzas tenemos? -dijo el rey.
-Setenta y tres fueron muertos -respondió Corinius-, y los más de los otros fueron heridos; y entre éstos me cuento yo, que sólo tengo una mano sana de momento. Oh rey, no me comprometo a encontraros en Carcé cincuenta hombres sanos.
-Señor Córund -dijo el rey-, tus ojos siempre alcanzaron una legua más lejos que los mejores de los nuestros, jóvenes o viejos. ¿Cuántos cuentas en aquella compañía?
Córund se apoyó en el parapeto y se protegió los ojos con la mano, que era ancha como un abadejo ahumado y tenía el dorso cubierto de pelos amarillos que crecían algo ralos, como los pelos de la piel de un elefante joven.
-Cabalga con sesenta jinetes, oh rey. O diría que uno o dos más para no equivocarme, pero ¡pierda yo vuestro amor si lleva un jinete menos de sesenta!
El rey murmuró una imprecación.
-Es la maldición de la suerte la que lo trae así precisamente cuando tengo fuera mis fuerzas y tengo demasiadas pocas para asustarle si se pone difícil. Córund, que uno de tus hijos cabalgue hacia el sur, a Zorn y a Permio, y reclute algunas veintenas de hombres de armas entre los pastores y labradores tan presto como pueda. Es una orden.
Caía la tarde cuando el príncipe La Fireez llegó con toda su compañía. Intercambiaron saludos, entregaron debidamente el tributo y se les designaron lugares para dormir. Y todos se reunieron en el gran salón de banquetes que había construido Gorice XI cuando había subido al trono, en el extremo suroeste del palacio; y superaba con mucho en grandeza y magnificencia al salón viejo, donde estaban presos el señor Juss y el señor Brándoch Dahá entre tormentos. Tenía siete paredes iguales de jaspe verde oscuro moteado con puntos de color de sangre. En el centro de una de las paredes estaba la alta puerta, y, en las paredes a la derecha y a la izquierda de ésta y en las que formaban el ángulo opuesto a la puerta, había grandes ventanas a mucha altura que daban luz al salón de banquetes. En cada uno de los siete ángulos de la pared había una cariátide[138]tallada a partir de un enorme bloque de serpentina negra a semejanza de un gigante de tres cabezas que se inclinaba bajo la masa de un cangrejo monstruoso esculpido en la misma piedra. Las pinzas poderosas de aquellos siete cangrejos se abrían hacia arriba y sostenían la cúpula del techo, que era lisa y estaba toda cubierta de pinturas de batallas, de escenas de cacerías y de representaciones de combates de lucha libre, en colores oscuros y ahumados, a juego con la grandeza severa de aquella cámara. En las paredes, bajo las ventanas, relucían armas de guerra y de caza, y en las dos paredes que no tenían ventana estaban clavadas por su orden las calaveras y los huesos de los campeones que habían luchado sin armas contra el rey Gorice XI antes de que éste acordase en mala hora luchar con Goldry Bluszco. A través del ángulo interior que daba a la puerta, había una mesa larga, y tras ella un banco tallado, y de ambos extremos de dicha mesa y a ángulos rectos con la misma había otras dos mesas más largas todavía, que llegaban casi hasta la puerta, y junto a ellas había bancos en los lados hacia la pared. En el centro de la mesa colocada a la derecha de la puerta había un sitial de honor de madera vieja de ciprés, grande y hermoso, con cojines de terciopelo negro bordados de oro, y frente a éste, en la mesa opuesta, había otro sitial de honor más pequeño, cuyos cojines estaban bordados de plata. En el espacio entre las mesas estaban en fila cinco braseros de hierro enormes, cuyos pies eran como garras de águila, y tras los bancos de los dos lados había nueve grandes soportes para hachones para iluminar el salón por la noche, y tras el banco transversal había siete, a intervalos regulares y siguiendo las paredes. El suelo era de esteatita blanca y cremosa, con venas de ricos colores pardos, negros y
púrpuras, y manchas de escarlata. Las mesas, apoyadas en grandes caballetes, eran gruesas losas de una piedra oscura y pulida, moteada de puntos de oro pequeños como átomos.
Las mujeres se sentaban en el banco transversal, y en el centro de ellas estaba la reina Prezmyra, que superaba en belleza y majestad a las demás como supera Venus a los planetas menores de la noche. Zenambria, la esposa del duque Corsus, se sentaba a su izquierda, y a su derecha Sriva, hija de Corsus, de extraña belleza para ser hija de tal padre. En el banco superior, a la derecha de la puerta, se sentaban los señores de Brujolandia, por arriba y por debajo del sitial de honor del rey, vestidos con ropas de fiesta, y los de Trasgolandia tenían sus asientos frente a ellos, en el banco inferior. El sitial de honor del banco inferior estaba dispuesto para La Fireez. Se dispusieron en orden, sobre las mesas, grandes platos y fuentes de oro y plata y de porcelana pintada, cargados de manjares exquisitos. Cuando las puertas brillantes se abrieron y entró en el salón el rey Gorice seguido del príncipe su huésped, las arpas y las cornamusas tocaron una música bárbara[139]y los invitados se pusieron de pie.
El rey pasó con majestuosidad, como un águila negra que vigila la tierra desde una montaña alta. Su loriga era de cota de malla negra, con el cuello, las mangas y el faldellín bordeados de placas de oro mate engastadas de jacintos y ópalos negros. Sus calzas eran negras, con jarreteras cruzadas que eran tiras de piel de foca adornadas con diamantes. Llevaba en el pulgar izquierdo su gran anillo con sello, hecho de oro a semejanza de la serpiente Uróboros, que devora su propia cola: el sello del anillo era la cabeza de la serpiente, hecha de un rubí de color de melocotón y del tamaño de un huevo de golondrina. Su capa estaba hecha de pieles de cobras negras cosidas entre sí con alambre de oro, y estaba forrada de seda negra salpicada de polvo de oro. La corona de hierro de Brujolandia le ceñía la frente, con las garras del cangrejo erguidas como cuernos; y el brillo de sus joyas era tan multicolor como los rayos de Sirio en una noche clara de viento y helada cerca de Navidad.
El príncipe La Fireez llevaba un manto de cendal negro salpicado por todas partes de lentejuelas de oro, y la túnica que llevaba bajo el mismo era de seda rica con figuras, teñida del color púrpura oscuro de la flor de Pascua[140]De la pequeña corona de oro que llevaba en la cabeza se alzaban dos alas exquisitamente formadas de chapas de cobre martillado con incrustaciones de joyas y esmaltes y chapado con metales preciosos, para darles el aspecto de las alas de la polilla halcón de la adelfa[141]Era un poco más bajo de lo común, pero sólido y fuerte y de complexión recia, con pelo rojo, duro y rizado, rostro ancho y rojizo, afeitado completamente, nariz con anchas ventanas y cejas rojas, pesadas y espesas, desde las cuales sus ojos, muy parecidos a los de su señora hermana, de color verde mar y ardientes, dirigían miradas como las del león.
Cuando el rey llegó a su sitial de honor, con Córund y Corinius a su izquierda y a su derecha en honor a sus grandes hechos de armas, y La Fireez ante él en el sitial del banco inferior, los esclavos se apresuraron a traer platos de anguilas en vinagre, ostras en sus conchas, cercetas[142]caracoles y berberechos fritos en aceite de oliva y flotando en hipocrás rojo y blanco. Y los comensales no dudaron en caer sobre estos bocados exquisitos, mientras el copero llevaba de un lado a otro un cuenco enorme de oro martillado lleno de vino chispeante del color del zafiro amarillo, y provisto de seis cazos de oro que colgaban de seis muescas en forma de media luna en el borde del gran cuenco. Cuando el cuenco llegaba a cada comensal, éste debía llenar su copa con el cazo y beber por la gloria de Brujolandia y de sus gobernantes.
Corinius miraba al príncipe con algo de envidia, y dijo susurrando al oído de Heming, hijo de Córund, que estaba sentado a su lado:
-No cabe duda de que La Fireez es el más presumido de los hombres en cuanto a atavíos y alhajas costosas. Mira con qué exceso ridículo se jacta ante Demonlandia de la gran carga de joyas que ostenta, y con qué insolencia de simio se sienta a la mesa. Y, con todo, este engreído sólo vive gracias a nuestra tolerancia, y veo que no ha olvidado traer consigo a Brujolandia el precio por medio del cual nuestra mano no le retuerce el pescuezo.
Después sehicieron pasarplatos redondos de carpas, boquerones y langostas, y después una gran variedad de carnes: un grueso cabrito asado entero y con guarnición de guisantes sobre una ancha fuente de plata, empanadillas de cabrito, platos de lenguas y mollejas de ternera, menudillos de cerdo, carbonados[143]salchichas y empanadas de marmota. Estas y otras carnes deliciosas se hacían circular continuamente por esclavos que se movían en silencio con los pies desnudos, y la charla fue alegre cuando se calmaron un poco el hambre, y las entretelas de los corazones de los hombres se calentaron con el vino.
-¿Qué hay de nuevo en Brujolandia? -preguntó La Fireez.
-No he oído nada más reciente -dijo el rey- que la muerte de Gaslark.
Y el rey contó la batalla nocturna, refiriendo con franqueza y sinceridad todos los detalles en cuanto a números, horas, idas y venidas; salvo que nadie podría haber imaginado por su relato que ninguno de Demonlandia tomara parte o interés en aquella batalla.
-Es extraño que os atacase así -dijo La Fireez-. Un enemigo podría barruntar que detrás de ello había algún motivo.
-Nuestra grandeza -dijo Corinius, mirándolo altivamente- es una lámpara donde se han ido a quemar otras polillas. No me parece cosa extraña en absoluto.
-Sería extraño en verdad -dijo Prezmyra- si se hubiera tratado de otro y no de Gaslark. Pero con él era seguro que la más loca fantasía repentina, por ligera que fuese, lo haría volar como el plumón de cardo[144]al mismo cielo de las tormentas.
-Era una pompa de jabón en el aire, señora: colores muy hermosos por fuera y viento vacío dentro. Otros he conocido así -dijo Corinius, dirigiendo todavía su mirada sobre el príncipe, con estudiada insolencia.
Los ojos de Prezmyra bailaron.
-Oh Corinius, señor mío -dijo-, cambia primero tu propio atuendo, te lo ruego, antes de que acuses de locura interior a los que llevan atuendos alegres, no sea que, al contemplarte, dudemos de tus preceptos… o de tu sabiduría.
Corinius bebió su copa hasta el fondo y rió. Su cara hermosa e insolente estaba algo enrojecida en las mejillas y en la mandíbula afeitada, pues no cabía duda de que no había en el salón nadie más ricamente vestido que él. Su amplio pecho estaba encerrado en un coleto[145]de ante sin teñir, recamado de escamas de plata, y llevaba un collar de oro lleno de esmeraldas y un largo manto de brocado de seda azul celeste, forrado de tejido de plata. En la muñeca izquierda llevaba un gran anillo de oro, y en la cabeza una corona de brionia negra[146]y de belladona[147]Gro susurró al oído de Córund:
-Está bebiendo aprisa, y todavía es temprano. Esto presagia males, pues cuando está borracho, le pisa los talones en él la indiscreción al mal humor.
Córund asintió con un gruñido, y dijo en voz alta:
-Gaslark podía haber alcanzado las cumbres más altas de la fama si no hubiera sido por aquella precipitación suya. No hemos oído historia más desdichada que la de su gran expedición a Duendelandia hace diez años, cuando tuvo de improviso la idea de que debía sojuzgar bajo sus pies a toda Duendelandia y convertirse en el mayor rey de todo el mundo, y contrató a Zeldornius, a Helteranius y a Jalcanaius Fostus…
-Los tres capitanes más notables del mundo -dijo La Fireez.
-Nada más cierto -dijo Córund-. Los contrató, y les entregó navíos, soldados, caballos y tal cúmulo de máquinas de guerra como no se ha visto en este siglo, y ¿dónde los envió? ¿A las tierras ricas y amenas de Beshtria? No. ¿A Demonlandia? Nada de eso. ¿A esta Brujolandia, donde ha arriesgado todo ahora con la vigésima parte de fuerzas y ha sufrido muerte y perdición? ¡No! Los envió a aquel desierto infernal de Duendelandia Superior, sin árboles, sin agua, sin un alma que le pagase tributo si la hubiera conquistado, salvo bandas errantes de duendes salvajes, con más pulgas en su piel que monedas en sus bolsas, os lo aseguro. ¿O es que quería ser rey entre los espíritus del aire, los fantasmas y los hobtruses que se encuentran en aquel desierto?
-Sin discusión alguna, hay diecisiete especies diferentes de espíritus en el Moruna -dijo Corsus de pronto y en voz muy alta, de manera que todos se volvieron a mirarle-: espíritus ardientes, espíritus del aire, espíritus terrestres, por así decirlo, y espíritus de agua, y espíritus subterráneos. Sin discusión alguna, hay diecisiete especies, diecisiete especies diferentes de hobtruses y varias especies de espíritus, y, si tuviera humor para ello, podría decir de coro todos sus nombres.
El rostro pesado de Corsus estaba muy serio: sus ojos, algo inyectados en sangre y con bolsas, sus mejillas flácidas, su grueso bezo superior y sus bigotes grises y erizados. Había comido, sobre todo para provocar la sed, aceitunas en salmuera, alcaparras, almendras saladas, anchoas, pescado ahumado y boquerones fritos con mostaza, y ahora esperaba que el espinazo de buey salado le sirviera de almohada y lecho para nuevas potaciones[148]
-¿Alguien sabe de seguro cuál fue la suerte de Jalcanaius, de Helteranius y de Zeldornius y de sus ejércitos? -preguntó la señora Zenambria.
-¿No he oído decir -dijo Prezmyra- que fueron llevados por los fuegos fatuos a las regiones hiperbóreas[149]y que allí fueron hechos reyes?
-Me temo, hermana, que te lo dijo una urraca mentirosa -dijo La Fireez-. Cuando atravesé Duendelandia mayor hace seis años, me contaron muchos cuentos fantásticos sobre ello, pero ninguno digno de creer.
Entonces sirvieron el espinazo entre chalotas sobre una gran fuente de oro que portaban cuatro servidores, tan pesada era la fuente y su carga. Los ojos apagados de Corsus brillaron con algo de luz al verlo aparecer, y Córund se puso de pie con la copa llena, y los brujos gritaron: «¡La canción del espinazo, oh Córund!». Córund estaba de pie, gordo como una nutria en su ciclatón de terciopelo pardo, ceñido con un ancho cinturón de piel de cocodrilo bordeada de oro. Colgaba de sus hombros un manto de piel de lobo con el pelo por dentro, la parte exterior curtida y
adornada de seda púrpura. Ya faltaba la luz de día hacía tiempo, y, a través de una niebla de sabores que se alzaban del banquete, los hachones le relucían en la cabeza calva rodeada de rizos gruesos y grises, y en los ojos grises y penetrantes, y en la barba larga y poblada.
-¡Animadme, señores! Y si alguno no me sigue en el estribillo, no volveré a quererle.
Y cantó esta canción del espinazo con una voz como el repicar de un gong; y todos gritaron el estribillo hasta que resonaron los platos apilados en las mesas de servicio:
Sacadme el viejo espinazo, el espinazo frío,
Y le pediré que venga a verme.
Carne asada, carne bien guisada,
Con una copa de Muscadino precioso:
¿Cómo cantaré, cómo me pondré
En honordel cocinero jefe?
El cerdo se volverá y me responderá
¿No te sobra un codillo? Fuera, fuera.
El pato, el ganso y el capón, buenas piezas,
Te bailarán alegremente, como el pavo,
Pero ¡oh, el espinazo, el espinazo para mí!
¿Cómo cantaré, cómo me pondré
En honordel cocinero jefe?
Con bebidas te ungiré de pies a cabeza,
Te haré correr mejor que la rueda recién engrasada;
Con pasta de empanada haré que seas
El octavo sabio de Grecia.
Pero ¡oh, el espinazo, el espinazo para mí!
¿Cómo cantaré, cómo me pondré
En honor del cocinero jefe?[150]
Cuando se trinchó el espinazo y se llenaron las copas, el rey
mandó y dijo:
-Llamad aquí a mi enano, y que haga ante nosotros sus gestos y sus gracias.
Entonces entró en el salón el enano, haciendo muecas y gestos, vestido con un jubón sin mangas de mocado[151]amarillo y rojo. Y su cola larga y sin nervio arrastraba por el suelo detrás suyo.
-Algo sucio es este enano -dijo La Fireez.
-Mide tus palabras, oh príncipe -dijo Corinius-. ¿No sabes que es persona de calidad? Ha sido embajador extraordinario del rey Gorice XI, de siempre gloriosa memoria, ante el señor Juss de Galing y los señores de Demonlandia. Y fue la mejor cortesía que pudimos hacerles, enviarles a este bufón como embajador.
El enano actuó ante ellos con gran contento de los señores de Brujolandia y de todos sus invitados, salvo que se burló de Corinius y del príncipe, y les llamó pavos reales, tan parecidos en sus plumajes brillantes que nadie sería capaz de distinguirlos; cosa que molestó bastante a ambos.
Y el rey tenía el corazón alegre con el vino, y repitió a Gro su promesa, diciéndole:
-Alégrate, Gro, y no dudes que cumpliré la palabra que te di y que te haré rey en Zajé Zaculo.
-Señor, vuestro soy para siempre -respondió Gro-. Pero creo que no estoy hecho para ser rey. Creo que siempre fui mejor artífice de la suerte de los demás que de la mía propia.
Cuando oyó esto el duque Corsus, que estaba caído sobre la mesa y casi dormido, exclamó con voz estruendosa pero hosca a la vez:
-¡Que una bandada de espíritus me guisen si no has dicho verdad! Que no te importe un comino si tu propia suerte sale torcida. Dadme vino, una copa a rebosar. ¡ja, ja! ¡Tú vencerás! ¡ja, ja! ¡Brujolandia! ¿Cuándo os ponéis la corona de Demonlandia, oh rey?
-¿Cómo, Corsus? -dijo el rey-. ¿Estás borracho?
Pero La Fireez dijo:
-Jurasteis la paz con los demonios en las islas de Foliot, y estáis obligados por fuertes juramentos a renunciar para siempre a vuestras aspiraciones al señorío de Demonlandia. Yo confiaba en que estuvieran concluidas vuestras disputas.
-Pues lo están -dijo el rey.
-Decís bien: muy bien, oh rey; muy bien, La Fireez -dijo Corsus, riendo débilmente-. Pues Demonlandia es una fruta madura dispuesta a caerme en la boca como esto: mirad.
Y, reclinándose hacia atrás, abrió mucho la boca, sosteniendo sobre la misma por una pata un verdecillo[152]guisado en su propia salsa. El pájaro se le deslizó de entre los dedos y le cayó sobre la mejilla, y de allí al pecho, y de éste al suelo, y su loriga de malla de bronce y las mangas de su ciclatón verde pálido quedaron manchadas de salsa.
Al verlo Corinius, soltó grandes risotadas; pero La Fireez enrojeció de ira y dijo con gesto ceñudo:
-Señor mío, la embriaguez es una gracia que sólo hace reír a los esclavos.
-Entonces siéntate y calla, príncipe -dijo Corinius-, no sea que pongamos en duda tu calidad. Yo me río de mis pensamientos, que son muy escogidos.
Pero Corsus se limpió la cara y rompió a cantar:
Cuando bebo del vino,
Caen dormidos mis cuidados.
Una higa a los trabajos,
Una higa a los sudores,
Una higa hago a los cuidados.
Si ha de venir la muerte aunque yo lo niegue,
¿Para qué cargar los días de mi vida con labores?
vamos, bebamos entonces el vino
De Baco, hermoso a la vista;
Pues, siempre que estamos bebiendo,
Caen dormidos nuestros cuidados[153]
Con eso, Corsus se derrumbó pesadamente hacia delante, sobre la mesa. Y el enano, cuyas burlas habían aceptado bien todos los presentes incluso cuando recaían sobre ellos mismos, saltaba arriba y abajo exclamando:
-¡Oíd una maravilla! Esta morcilla canta. ¡Esclavos! ¡La habéis puesto en la mesa sin plato! No hubo plato que bastara para contener tanta sangre de buey y grasa. Aprisa, trinchadla antes de que los vapores le revienten la piel.
-Yo sí que te trincharé, basura-dijo Corsus poniéndose de pie de un salto; y, agarrando al enano de la muñeca con una mano, le dio un gran puñetazo en la oreja con la otra.
El enano chilló y mordió a Corsus el pulgar hasta el hueso, de manera que le hizo soltar la presa; y el enano huyó del salón, mientras los presentes reían divertidos.
-Así huye la locura ante la sabiduría del vino -dijo el rey-. La noche es joven; traedme botargas[154]caviar y tostadas. Bebe, príncipe. El vino de Thramnia, que es como miel espesa, atrae el alma a la filosofía divina. ¡Qué vana es la ambición! Fue la perdición de Gaslark, cuyas empresas de tanto empuje y momento han terminado así, como en una nada[155]O ¿qué crees tú, Gro, que eres filósofo?
-Oh, pobre Gaslark -dijo Gro-. Se le había subido todo a la cabeza, y, si nos hubiera derrotado, contra todo pronóstico, no estaría más cerca de saciar los deseos de su corazón que cuando salió de su casa. Pues hacía mucho tiempo que tenía en Zajé Zaculo comida y bebida y tesoros y músicos y una bella esposa, suaves comodidades y contentos para todos los días de su vida. Y al final, comoquiera que dirijamos nuestra carrera, viene la adormidera que nos espera a todos en el puerto del olvido, difícil de limpiar. Hojas mustias y secas de laurel o de ciprés y un poco de polvo. No queda nada más.
-Lo digo con ceño triste -dijo el rey-: tengo por sabio al que se queda tranquilo y feliz, como el Foliot Rojo, y no tienta a los dioses con una ambición desmesurada buscando su perdición.
La Fireez se había recostado en su sitial de honor con los codos apoyados en sus altos brazos y las manos caídas descuidadamente a cada lado. Acogió las palabras del rey Gorice con la cabeza alta y con una sonrisa incrédula.
Gro dijo al oído de Córund:
-Extraño humor ha encontrado el rey en la copa.
-Creo que tú y yo estamos fuera de lugar aquí -respondió Córund cuchicheando-, pues todavía no estamos borrachos; la causa de ello es que tú bebes con mesura, y haces bien, y yo llevo en el cinturón esta amatista que me mantiene sobrio por henchido que esté de vino.
-Os holgáis en burlaros, oh rey -dijo La Fireez-. Por mi parte, antes preferiría sostener este melón entre los hombros que tener una cabeza tan cerrada como la de aquel al que le falta la ambición.
-Si no fueras príncipe y huésped nuestro -dijo Corinius-, diría que has hablado como corresponde a un hombrecillo. Brujolandia no tiene que afectar esos aires, y puede permitirse hablar como el rey nuestro señor, con humildad digna. Los pavos gluglutean y andan pavoneándose; muy otra cosa hace el águila, que tiene el mundo a su alcance.
-Lo siento por ti -exclamó el príncipe-, si esta victoria tan fácil se te ha subido a la cabeza. ¡Goblins!
Corinius torció el gesto. Corsus se rió entre dientes y dijo, hablando para sí pero de modo que todos lo pudieron oír:
-¿Goblins, dice? Habría sido caza menor si sólo hubieran estado ellos. Sí, eso es: si sólo hubieran estado ellos.
El ceño del rey estaba como una nube negra y temible. Las mujeres contuvieron la respiración. Pero Corsus, plácidamente inconsciente de toda aquella tormenta que se avecinaba, se acompañaba dando golpes en la mesa con su copa mientras cantaba ebriamente con una música muy lúgubre:
Cuando las aves naden por el mar profundo,
Y los pescados vuelen por el aire;
Cuando el agua queme y el fuego hiele,
Y las ostras nazcan en los árboles…[156]
Un sonoro ataque de hipo le hizo callar.
La conversación había languidecido; los señores de Brujolandia, incómodos, procuraban ajustar sus expresiones al aspecto del rey. Pero Prezmyra habló, y la música de su voz llegó como una lluvia refrescante:
-Esta canción de mi señor Corsus -dijo- me hizo esperar la respuesta a una cuestión filosófica; pero veis que Baco se ha llevado su alma al Elíseo durante una temporada, y temo que hoy no ha de salir de su boca verdad ni sabiduría alguna. Y ésta era mi cuestión: si es cierto que todos los animales de la tierra tienen sus correspondientes en el mar. Mi señor Corinius, o tú, príncipe y hermano mío, ¿puedes resolverla?
-Vaya, así se cree, señora -respondió La Fireez-. Y, si lo estudias, descubrirás muchos buenos ejemplos: la rana de mar, la zorra de mar, el caballito de mar, el león marino, el oso de mar… Y sé que los bárbaros de Esamocia comen una conserva de ratones de mar, machacados y mezclados en un mortero con la carne de aquella bestia que llaman bos rnannus, condimentada con ajos y sal.
-¡Puah! Habladme de otra cosa, pronto -exclamó la señora Sriva-, antes de que mi imaginación se represente el sabor de esa carne tan mala. Os lo ruego, alcanzadme aquellos melocotones dorados y esas pasas del sol como antídoto.
-El señor Gro te instruirá mejor que yo -dijo La Fireez-. Por mi parte, aunque poseo un noble concepto de la filosofía, tengo poco tiempo libre para estudiarla. He cazado tejones muchas veces, pero jamás he indagado esa cuestión de los doctos, que se preguntan si es verdad que tienen las patas de un lado más cortas que las del otro. Y tampoco sé, a pesar de todas las lampreas que he comido, cuántos ojos tiene la lamprea, si son nueve o son dos.
Prezmyra sonrió y dijo:
-Oh hermano mío, me temo que estás demasiado anublado con el polvo del combate y del campo de batalla para que te agraden estas bonitas investigaciones. Pero, mi señor Gro, ¿hay pájaros en el fondo del mar?
-En los ríos sí, sin duda -respondió Gro-, aunque sólo son los pájaros del aire que pasan allí una temporada. Y yo mismo los he encontrado en Duendelandia Exterior, dormidos durante el invierno en el fondo de los lagos y de los ríos de dos en dos, pico con pico y ala con ala. Pero vuelven a revivir en la primavera, y poco a poco se llenan de sus cantos los bosques. Y en cuanto al mar, existen verdaderos cuclillos de mar, zorzales de mar, golondrinas marinas y muchos más.
-Es harto extraño -dijo Zenambria.
Corsus cantó:
Cuando los hechiceros pierdan sus encantamientos,
Cuando las arañas no hagan daño a las moscas.
Prezmyra se volvió a Córund y dijo:
-¿No tuvisteis una discusión amistosa entre vosotros, mi señor, acerca del sapo y la araña[157]en la que tú mantenías que se destruyen ponzoñosamente el uno a la otra, y el señor Gro decía que te mostraría lo contrario?
-Así fue, señora mía -dijo Córund-, y todavía está pendiente la cuestión.
Corsus cantó:
Y cuando el mirlo deje de cantar,
Y se ponga como serpiente a picar,
Entonces podréis decir, y con justicia,
Que el mundo viejo se ha vuelto nuevo.
Y con esto se volvió a hundir en un silencio pomposo.
-Rey y señor -exclamó Prezmyra-, os suplico que mandéis que se concluya esta diferencia entre dos miembros de vuestro consejo, antes de que se encone peligrosamente. Que les traigan sin tardanza un sapo, oh rey, y arañas, para que puedan hacer la experiencia ante esta buena compañía.
Con eso, todos se echaron a reír, y el rey dio órdenes a un esclavo, que trajo en poco tiempo hasta siete gruesas arañas, y una copa de cristal de roca, y encerrado con ellas, bajo la copa, un sapo, y lo puso todo ello ante el rey. Y todos lo contemplaron con interés.
-Apostaré dos firkins de vino blanco de Permia contra un manojo de rábanos -dijo Córund- a que las arañas se alzan con la victoria. Mirad cómo se sientan en su cabeza y se pasean por todo su cuerpo sin resistencia alguna.
-Apostado -dijo Gro.
-Perderás la apuesta, Córund -dijo el rey-. A este sapo no le hacen daño las arañas, y está quieto por astucia suya, para que se confíen y así poder tragárselas.
Mientras observaban esto, se sirvieron frutas: manzanas reinetas, almendras, granadas y pistachos, y nuevos cuencos y .jarras de vino, y entre ellos un frasco de cristal de vino de Krothering, de color de melocotón, cosechado hacía muchos veranos en los viñedos que se extienden al sur del castillo del señor Brándoch Dahá, hacia el mar.
Corinius bebió copiosamente y exclamó:
-¡Este vino de Krothering es una bebida digna de reyes! Dicen las gentes que estará muy barato este verano.
La Fireez le dirigió una mirada al oír esto, y el rey, al advertirlo, dijo a Corinius al oído:
-¿Quieres ser prudente? Que tu orgullo no te haga creer que te trataré mejor que al más vil de mis esclavos si este príncipe barrunta mis secretos por tu causa.
Ya se hacía tarde, y las mujeres pidieron licencia para retirarse y se dirigieron a la puerta acompañadas con gran pompa por esclavos con hachones. Al cabo de un tiempo, cuando ya se habían marchado, Córund exclamó:
-¡La peste se lleve a todas las arañas! Tu sapo ya se ha tragado una.
-¡Dos más! -dijo Gro-. Presto sucumbe tu filosofía[158]oh Córund, se ha tragado dos de un bocado, y no quedan sino cuatro.
El señor Corinius, cuya tez ya estaba inflamada por haber bebido desaforadamente, alzó su copa y exclamó, mirando a los ojos al príncipe:
-Advierte bien, La Fireez, este agüero y esta profecía. Primero, una; luego, dos de un bocado; y creo que, poco tiempo después, las cuatro que restan. ¿No temes ser araña tú también cuando llegue la hora del combate?
-¿Estás rematado[159]por la bebida, Corinius? -dijo el rey sin aliento, con la voz temblando de ira.
-Es el comedor de mermelada más agudo con el que he conversado jamás -dijo La Fireez-, pero no sé de qué diablos habla.
-Hablo -respondió Corinius- de cosas que deberían borrarte del rostro esa sonrisita. Hablo de nuestros antiguos enemigos, esos perros inmundos de Demonlandia. Del primer bocado, Goldry, llevado el cielo sabe dónde por el enviado del rey, en una ráfaga mortal…
-¡El diablo te lleve! -exclamó el rey-. ¡.Qué parlerías de borracho son ésas?
Pero el príncipe la Fireez se puso rojo como la sangre, y dijo:
-¡Conque esto es lo que hay detrás de tantos enigmas! ¿Y hacéis la guerra a Demonlandia? No contéis con mi ayuda en ella.
-Eso no nos quitará el sueño -dijo Corinius-. Tenemos la boca lo bastante grande para tragarnos un bocado de mazapán como tú, si te pones difícil.
-La tuya, al menos, es lo bastante grande para chismorrear el mayor de los secretos, como advertimos ahora entre risas -dijo La Fireez-. Si yo fuera el rey, te pintaría en la piel unos bigotes de langosta por beodo y por papagayo parlanchín[160]
-¡Me insulta! -exclamó el señor Corinius, poniéndose de pie de un salto-. No tolero un insulto ni a los dioses del cielo. ¡Muchacho, alcánzame una espada! Le haré recortes beshtrianos en las tripas[161]
-¡Quietos, por vuestras vidas! -dijo el rey en voz alta, mientras Córund se dirigía a Corinius, y Gro al príncipe para tranquilizarlos-. Corinius está herido en la muñeca y no puede pelear, y parece que la herida también le ha dado fiebre en el cerebro.
-Curadlo, pues, de este tajo que le dieron los goblins, y yo lo trincharé como a un capón[162]-dijo el príncipe.
-¡Goblins! -dijo Corinius ferozmente-. Has de saber, vil sujeto, que esta herida me la hizo el mejor esgrimidor del mundo. Si hubieras sido tú el que estabas ante mí, te habría hecho tajadas, a ti que ya eres capón.
Pero el rey se puso de pie majestuosamente y dijo:
-¡Silencio, por vuestras vidas! -Y los ojos del rey relucieron de ira, y dijo-: En cuanto a ti, Corinius, ni tu juventud ardiente, ni tu sangre rebelde, ni aun el vino con que has henchido ese vientre ávido tuyo, harán que modere el rigor de mi cólera. Dejo para mañana tu castigo. Y tú, La Fireez, cuida de portarte con mayor humildad en mis salones. El mensaje que tu heraldo me trajo cuando llegaste aquí esta mañana fue demasiado altanero, y olía demasiado a saludo de igual a igual, y llamabas a tu tributo «don», aunque éste, y tú, y todo tu principado sois míos, y tengo derecho a hacer de vosotros como me plazca. Pero lo toleré; y creo que hice mal, pues tu altanería, alimentada con mi tolerancia, se alza en mi mesa con mayor
desacato, e insultas y suscitas reyertas en mis salones. Ten cuidado, no sea que mi ira forje rayos contra ti.
El príncipe La Fireez respondió y dijo:
-Guarda tu ceño fruncido y tus amenazas pára tus esclavos cuando te ofendan, oh rey, pues a mí no me dan miedo y me río de ellas. Y tampoco me cuido de responder a tus palabras injuriosas, pues bien conoces, oh rey, mi amistad antigua con tu casa, y con Brujolandia, y los lazos de matrimonio que me hacen amar al señor Córund, al que entregué a mi señora hermana. Si yo no tengo estómago para proclamar tu soberanía como un ministro servil, no debes enfadarte por ello, pues te he pagado tu tributo; sí, y con creces. Pero estoy vinculado con Demonlandia, como todo el mundo sabe, y podrás convencer a las luminarias del cielo de que bajen y luchen a tu lado contra los demonios antes que me convenzas a mí. Y a Corinius, que tanto se vanagloria, le digo que Demonlandia siempre ha sido demasiado dura de roer para vosotros los brujos. Goldry Bluszco y Brándoch Dahá os lo han demostrado. Este es el consejo que te doy, oh rey: que hagas las paces con Demonlandia. Mis razones son, primera, que no tienes causa justa para disputar con ellos, y segunda (y ésta deberá moverte más), que si insistes en luchar
contra ellos, será tu ruina y la de toda Brujolandia.
El rey se mordió los dedos con muestras de una cólera extraordinaria, y no se oyó ningún ruido en el salón durante un minuto. Sólo Córund habló en secreto con el rey y le dijo:
-Señor, os ruego, por lo que más queráis, que moderéis vuestra real ira. Podréis darle de latigazos cuando regrese mi hijo Hacmon, pero hasta entonces nos supera en número, y los de vuestro bando están tan tomados del vino que, creedme, no apostaría el valor de un nabo por nuestras posibilidades de victoria si llegamos a las manos.
Córund estaba afectado de corazón, pues sabía bien que su señora esposa deseaba, sobre todas las cosas, el mantenimiento de la paz entre La Fireez y los brujos.
En aquel momento, Corsus, algo despabilado de su letargo en mala hora por las voces y movimientos, empezó a cantar:
Cuando todas las cárceles de por acá
Hayan soltado a todos sus presos,
Porque no encuentren causa alguna
Para encerrarlos según las leyes…
Al oír esto Corinius, en quien el vino y las disputas y la reprimenda del rey habían prendido una hoguera de malicia temeraria y descabellada, ante la cual todos los acuerdos de prudencia y de mesura se disipaban como la cera en un horno, dijo a grandes voces:
-¿Quieres ver a nuestros prisioneros en el salón viejo de banquetes, oh príncipe, para convencerte de que eres un asno?
-¿Qué prisioneros?-exclamó el príncipe poniéndose de pie de un salto-. ¡Furias infernales! Estoy cansado de estos enigmas oscuros y quiero conocer la verdad.
-¿A qué viene esa rabia bestial tuya? -dijo el rey-. El hombre está borracho. Basta de palabras desenfrenadas.
-No puedes engañarme con eso. Quiero conocer la verdad -dijo La Fireez.
-Y la conocerás -dijo Corinius-. Es ésta: que nosotros los brujos somos mejores que tú y que tus trasgos de corazón de gallina, y mejores que los demonios malditos. Es inútil seguir ocultándolo. Hemos apresado a dos de esa ralea y los hemos clavado a la pared del salón viejo de banquetes, como clavan los granjeros las comadrejas y los turones en las puertas de los graneros. Y allí se quedarán hasta que mueran: Juss y Brándoch Dahá.
-¡Oh mentira vil! -dijo el rey-. Haré que te despedacen.
Pero Corinius dijo:
-Velo por vuestro honor, oh rey. Basta de encogernos ante estos trasgos.
-Mientes -dijo el rey-, y te costará la vida.
Hubo un silencio mortal durante un rato. Por fin, el príncipe se sentó lentamente. Tenía el rostro pálido y contraído, y habló al rey, despacio y con voz calmada:
-Oh rey, perdonad que me acalorase algo con vos. Y, si he omitido alguna fórmula de pleitesía que os debo, pensad que ha sido por ser propio de mi sangre despreciar tales ceremonias, y no por falta de amistad con vos ni porque haya soñado jamás con dudar de vuestro señorío. Todo lo que pidáis de mí y que no vaya en contra de mi honor, toda ceremonia o pleito homenaje, lo llevaré a cabo con alegría. Y mi espada está dispuesta contra vuestros enemigos, salvo contra Demonlandia. Pero aquí, oh rey, hay una torre que se tambalea y amenaza con caer sobre nuestra amistad y hacerla pedazos. Bien sabes, oh rey, y bien saben todos los señores de Brujolandia, que mis huesos llevarían seis años blanqueándose al sol en Duendelandia Mayor si el señor Juss no me hubiera salvado de los duendes bárbaros que seguían a Fax Fay Faz y que me sitiaron durante cuatro meses, rodeado con mis pequeñas huestes en Lida Nanguna. Tendréis mi amistad, oh rey, si me entregáis a mis amigos.
Pero el rey dijo:
-No tengo a tus amigos.
-Mostradme entonces el salón viejo de banquetes -dijo el príncipe.
-Presto te lo mostraré -dijo el rey.
-Quiero verlo ahora mismo -dijo el príncipe, y se levantó de su asiento.
-No quiero fingir contigo más tiempo -dijo el rey-. Te quiero bien. Pero, cuando me pides que te entregue a Juss y a Brándoch Dahá, pides una cosa que toda Trasgolandia y la sangre de tu corazón querido no podrían conseguir de mí. Son mis peores enemigos. No sabes con cuántos trabajos y peligros he conseguido ponerles la mano encima por fin. Y ahora, no vayas a dejar de creer en mi palabra movido de tu esperanza cuando te juro que Juss y Brándoch Dahá se pudrirán en su prisión y morirán en ella.
Y La Fireez no fue capaz de persuadir al rey ni con palabras dulces, ni con ofertas de riquezas y de grandes ventajas, y de apoyo en la paz y en la guerra. Y el rey dijo:
-Paciencia, La Fireez, o me harás cansar. Deben pudrirse.
Y cuando el príncipe La Fireez se dio cuenta de que no podía persuadir al rey con palabras dulces, tomó su hermosa copa de cristal de roca, que tenía forma de huevo y tres garras de oro que le servían de soporte, unidas a una banda de oro engastada de topacios que la rodeaba por el centro, y se la arrojó al rey Gorice, de tal modo que la copa le golpeó en la frente, y el cristal se rompió con la fuerza del golpe, y descalabró al rey y lo dejó sin sentido.
Entonces se formó un gran tumulto en el salón de banquetes; y Córund no consintió que nadie fuera más ligero de manos que él, y, tomando su mandoble, exclamó: «¡Cuida del rey, Gro!», y saltó sobre la mesa. Y sus hijos y Gallandus y los demás brujos hicieron lo mismo y tomaron sus armas, y otro tanto hicieron La Fireez y sus hombres; y se combatió en el gran salón de Carcé. Corinius, que sólo podía blandir un arma con la mano izquierda, no dejó por ello de saltar al combate muy valerosamente, y gritó al príncipe con muchas palabras injuriosas que se midiera con él. Pero los vapores de la bebida desmedida, que lo habían vuelto loco furioso al subírsele a la cabeza, le habían aflojado las piernas, privándolas de su agilidad acostumbrada. Y Corsus, que estaba por entonces casi sin habla y atontado por la bebida, de tal manera que no entendía la causa de aquel alboroto más que la hubiera entendido un niño de pecho, se tambaleaba con la copa en la mano gritando:
-¡La embriaguez es mejor para el cuerpo que la medicina! ¡Bebed siempre, y jamás moriréis!
Gritando así, recibió en plena boca el golpe de una tajada de ternera que le arrojó Elaron de Trasgolandia, capitán de la guardia de corps del príncipe, y cayó como un puerco sobre Corinius, y quedó tumbado sin sentido ni movimiento. Las mesas se volcaron, y se dieron y recibieron heridas, y los brujos empezaron pronto a llevar la peor parte. Pues, aunque los trasgos no eran tan buenos guerreros como los de Brujolandia, tenían la ventaja de que estaban casi serenos, y sus enemigos eran otros tantos barriles de vino, y los más se tambaleaban y desvariaban de tanto beber y trasegar. Tampoco le sirvió del todo a Córund su amatista, pues el vino le embotaba las venas de modo que le faltaba el aliento, y sus golpes eran más ligeros y más lentos de lo debido.
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