La serpiente Uroboros, por Eric Rucker Eddison (página 4)
Enviado por Ing.Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
-Tú fuiste en tu juventud criado del rey Gaslark -dijo el Foliot Rojo-, goblin de nacimiento y de crianza, hermano suyo de leche, criado al mismo pecho. ¿Por qué debo hacerte caso a ti, a un traidor probado contra un rey tan bueno? Cuya perfidia reprobaba abiertamente la gente común (como advertí bien en fecha tan próxima como el otoño pasado, cuando visité la ciudad de Zajé Zaculo en ocasión de sus fiestas por los desposorios de la prima hermana del rey, la princesa Armelina, con el señor Goldry Bluszco), y portaban por las calles retratos tuyos repulsivos, y cantaban así de ti:
Es gran pena:
Tan discreto
Y descontento;
Y, sin razón,
A la traición
Está dispuesto.
Pero sus prendas
Eran mañas
Y no gracias.
Y su valor,
Bellaquería
vil y baja[97]
Gro dio alguna muestra de dolor en el gesto y dijo:
-Son unos versos tan artísticos como sentidos, y dan buena muestra de la condición de los que los pergeñaron. No creo que un príncipe tan noble como tú despliegue las velas al viento de los odios y envidias partidistas de la plebe. Pues ese epíteto vil de traidor lo rechazo y lo escupo. Pero es verdad que, sin dar fe al dios de los bobos y de las mujeres, que es la buena opinión, me guío por mi propia estrella fija[98]Pero no he venido aquí a arengarte sobre una materia tan poco importante como soy yo mismo. Una cosa te querría decir con insistencia seria y triste: no te engañes creyendo que los demonios dejarán en paz el mundo: eso está muy lejos de su intención. No quisieron escuchar tus palabras dulces ni sentarse a comer a nuestro lado: tan empeñados estaban en imaginar males contra nosotros. ¿Qué dijo Juss? «Brujolandia era como una pulga»: sí, como una pulga que quiere aplastar entre sus uñas. Oh, si estás enamorado de la paz, hay abierto un camino corto a los deseos de tu corazón.
Nada dijo el Foliot Rojo, que seguía contemplando los reflejos apagados de la puesta del sol, que todavía perduraban bajo un cielo que se oscurecía y en el que nacían estrellas. Gro dijo suavemente, como un gato que ronronea:
-Donde fracasan los ungüentos suavizadores, la cirugía afilada es el remedio más rápido. ¿Lo dejarás en mis manos?
Pero el Foliot Rojo le miró con enfado diciendo:
-¿Qué tengo yo que ver con vuestras enemistades? Habéis jurado guardar la paz, y no toleraré violencias ni quebrantamientos de juramentos por vuestra parte en mi reino tranquilo.
-Los juramentos son del corazón -dijo Gro-, y el que los rompe en los hechos, muchas veces, como ahora, no los rompe de verdad, pues sus contrarios ya los despreciaron y allanaron.
Pero el Foliot Rojo dijo otra vez:
-¿Qué tengo que ver yo con vuestras enemistades, que os hacen morderos de las orejas como perros de pelea? Todavía no sé cómo nadie que tenga el corazón justo y las manos limpias y que no tenga odios está obligado a intervenir en las riñas y matanzas de gentes como vosotros y los demonios.
El señor Gro lo miró de cerca y dijo:
-¿Crees que sigue abierto para ti el camino estrecho del que no apoya a ningún bando? Si eso querías, deberías haberlo pensado antes de pronunciar tu juicio sobre el segundo asalto. Pues fue tan claro como el día para nosotros y para tu propia gente, y sobre todo para los demonios, que el rey usó de fullerías en el segundo asalto, y, cuando lo proclamaste vencedor, te anunciaste a ti mismo en altavoz como amigo suyo y enemigo de Demonlandia. ¿No advertiste, cuando salieron del salón, con qué ojo de serpiente te miraba el señor Juss? No sólo se negó a comer con nosotros, sino también contigo, para no padecer escrúpulos supersticiosos cuando proceda a destruirte. Pues están decididos a llevarlo a cabo. No hay cosa más segura.
El Foliot Rojo hundió la barbilla en el pecho y quedó callado durante un rato. Los tonos de muerte y silencio se extendieron por donde acababan de arder los fuegos de la puesta del sol, y grandes estrellas se abrieron como flores en los campos sin límite del cielo de la noche: Arturo, Spica, Gémini, Sirio y Capella con sus cabritillas.
-Brujolandia está a mis puertas -dijo el Foliot Rojo-. Y Demonlandia: ¿cómo estoy con Demonlandia?
-También el sol de mañana sale de Brujolandia -dijo Gro.
Pasaron un rato sin hablar. Después, el señor Gro sacó del seno un rollo y dijo:
-La cosecha de este mundo es para los decididos, y al que es débil de propósitos[99]lo muelen entre la piedra superior y la inferior del molino. Tú no puedes volverte atrás: se burlarían de ti y te despreciarían, y nosotros los brujos haríamos lo mismo. Y bien, sólo por estos medios puede conseguirse la paz duradera, a saber: poniendo a Gorice de Brujolandia en el trono de Demonlandia y humillando completamente a esa ralea bajo el pie de los brujos.
-¿No está muerto Gorice -dijo el Foliot Rojo-, y no hemos bebido sus animalias, muerto por manos de un demonio? Y ¿no es el segundo sucesivamente en su línea que ha muerto así, a manos de un demonio?
-En este momento se sienta un duodécimo Gorice como rey en Carcé -dijo Gro-. Oh, Foliot Rojo, has de saber que soy lector de los planetas de la noche y de los poderes ocultos que tejen la tela del destino. Por los cuales, sé que este rey duodécimo de la casa de Gorice en Carcé será un hechicero muy astuto, lleno de astucias y ardides, que, por el poder de su necromancia[100]y de la espada de Brujolandia, excederá a todos los poderes terrenales. Y su ira contra sus enemigos es tan ineludible como la centella del cielo.
Diciendo esto, Gro se agachó y tomó de la hierba una luciérnaga, diciéndole amablemente: «Querida, déjanos un momento tu lámpara», y le echó el aliento, y la acercó al pergamino y dijo:
-Firma ahora con tu real nombre estos artículos, que no te obligan para nada a ir a la guerra, sino sólo (si estalla una guerra) a ser de nuestra parcialidad y a estar en contra de esos demonios que aspiran en secreto a quitarte la vida.
Pero el Foliot Rojo preguntó:
-¿Cómo sé que no me mientes?
Entonces, Gro sacó de su bolsa un escrito y enseñó sobre el mismo un sello como el del señor Juss, y en él estaba escrito:
«A Volle. Amor y confianza, y, cuando te hagas a la mar hacia Brujolandia, no olvides enviar III o IV navíos a las islas de Foliot para que los despachen y quemen al Foliot Rojo en su casa. Pues, si no arrancamos las vidas a estos gusanos, nos quedará el oprobio para siempre».
Y Gro dijo:
-Mi criado se lo robó mientras hablaban contigo en tu salón esta noche.
Y el Foliot Rojo lo creyó, y tomó de su cinturón su tintero y su pluma, y firmó con su real nombre los artículos del tratado que se le proponía.
Entonces, el señor Gro se guardó el pergamino en el seno y dijo:
-Cirugía rápida. Es preciso que los sorprendamos esta noche en sus camas; así, la aurora de mañana traerá gloria y triunfo a Brujolandia, que ahora está eclipsada, y traerá a todo el mundo paz y suave contento.
Pero el Foliot Rojo le respondió:
-Mi señor Gro, he firmado esos artículos, y por ellos estoy obligado a ser enemigo de Demonlandia. Pero no traicionaré a mis huéspedes, que han comido de mi sal, por enemigos míos jurados que sean. Has de saber que he puesto guardianes en vuestras tiendas esta noche, y en las de los de Demonlandia, para que no sucedan actos violentos entre vosotros. Esto he hecho, esto guardaré, y ambos saldréis mañana en paz, tal como vinisteis. Como soy vuestro amigo y partidario jurado, mis foliots y yo estaremos de tu parte cuando haya guerra entre Brujolandia y Demonlandia. Pero no toleraré muertes nocturnas ni homicidios en mis islas.
Con estas palabras del Foliot Rojo, el señor Gro se sintió como el que se dirige a su descanso por un sendero de flores y, en los últimos pasos, se le abre de pronto un abismo en mitad del sendero y se queda en el borde, boquiabierto y frustrado. Pero era tan sutil, que no dio señal alguna de ello, sino que respondió inmediatamente:
-Bien y sabiamente has mandado, oh Foliot Rojo, pues con razón se dijo:
Que las almas dignas nunca retrocedan con desconfianza
Por miedo a la muerte o a la vergüenza por lo que es justo,
y lo que sembramos en la oscuridad debe abrirse a plena luz del día, no sea que se encuentre marchito cuando debía madurar. Y yo tampoco te hubiera pedido otra cosa si no fuera por el miedo que tengo a estos demonios, y lo único que quería era adelantarme a sus planes. Entonces, haz por nosotros una sola cosa. Si navegamos hacia nuestra tierra y ellos salen tras nosotros, nos caerán encima con desventaja, pues su barco es el más veloz. O si se hacen a la mar antes que nosotros, nos esperarán en alta mar. Por lo tanto, permítenos navegar esta noche, y a ellos reténlos aquí con algún pretexto durante sólo tres días, para que podamos llegar a nuestra tierra antes de que ellos hayan partido siquiera de las islas de Foliot.
-No te negaré esto -respondió el Foliot Rojo-, pues no hay en ello nada que no sea justo y honesto, y lícito para mi honor. Acudiré a vuestras tiendas a medianoche y os acompañaré hasta vuestro navío.
Cuando Gro llegó a las tiendas de los brujos, las encontró guardadas como había dicho el Foliot Rojo, y las tiendas de los de Demonlandia del mismo modo. Así que entró en la tienda real, donde estaba expuesto el cuerpo del rey sobre unas andas hechas de astas de lanzas, vestido con sus vestiduras reales sobre su armadura, que estaba pintada de negro y damasquinada en oro, y llevaba en la cabeza la corona de Brujolandia. Ardían dos cirios a la cabeza del rey Gorice y otros dos a sus pies; y el viento de la noche, que entraba por los resquicios de la tienda, hacía oscilar y vacilar sus llamas, de manera que las sombras bailaban sin cesar sobre la pared y el techo y el suelo. En los bancos que rodeaban las paredes, estaban sentados los señores de Brujolandia con gestos afligidos, pues ya se les habían pasado los efectos del vino. Dirigieron miradas siniestras al señor Gro cuando entró, y Corinius se irguió en su asiento y dijo:
-Aquí está el goblin, padre y promotor de nuestras desventuras. Vamos, matémoslo.
Gro se quedó de pie entre ellos con la cabeza erguida y sostuvo la mirada de Corinius, diciendo:
-Nosotros los de Brujolandia no nos hemos vuelto locos, mi señor Corinius, para darles ese gusto a los demonios y ponernos a mordernos el cuello entre nosotros mismos como lobos. Creo que, a pesar de que Brujolandia no es sino mi tierra adoptiva, no soy el que menos ha hecho de entre vosotros para apartar de ella la destrucción completa en el trance en que nos hallamos. Si tenéis algo contra mí, dejad que lo oiga y que responda a ello.
-íOíd a este necio! -dijo Corinius, riendo con voz amarga-. ¿Crees que somos niños de teta y gallinas, y no está claro como el día que impediste que cayésemos sobre los demonios cuando podíamos haberlo hecho, aduciendo no sé qué consejos estúpidos a favor de hacerlo por la noche? Y ahora es de noche y estamos presos estrechamente en nuestras tiendas, y sin ocasión de atacarlos sin llevar en las orejas un avispero de foliots que avise de nuestro intento a los demonios y a toda alma viviente de esta isla. Y todo ha sucedido desde que te escabulliste para intrigar con el Foliot Rojo. Pero te ha alcanzado tu propia malicia, y ahora te mataremos para acabar contigo y con tus intrigas.
Al decir esto, Corinius se levantó de un salto y sacó la espada, y con él los otros brujos. Pero el señor Gro no pestañeó siquiera; tan sólo dijo:
-Escuchad primero mi respuesta. Tenemos toda la noche por delante, y matarme es tarea de un momento.
Entonces se interpuso la gran mole del señor Córund entre Gro y Corinius, y dijo aquél con fuerte voz:
-Quienquiera que le apunte con un arma tendrá que vérselas conmigo primero, aunque sea uno de mis hijos. Le escucharemos. Si no rebate la acusación, lo haremos pedazos.
Se sentaron entre murmullos. Y Gro habló y dijo:
-Contemplad primero este pergamino, que contiene los artículos de un tratado y alianza solemne, y contemplad dónde lo ha firmado de su mano el Foliot Rojo. Verdad es que se trata de un país sin fuerza de armas, y que podríamos pisotearlo sin sentir siquiera que los restos se nos pegan a las botas, y que de poco nos puede servir su débil socorro en el día de la batalla. Pero en estas islas hay un buen camino y un buen puerto para los navíos; si lo ocuparan nuestros enemigos, su escuadra quedaría muy bien situada para hacernos todo el mal imaginable. ¿Es, entonces, este tratado un beneficio pequeño tal como estamos ahora? Sabed, además, que, cuando os aconsejé que sorprendiésemos a los demonios en sus camas en lugar de caer sobre ellos en el salón de los foliots, lo hice advertido de que el Foliot Rojo había mandado a sus soldados volverse contra nosotros o contra los demonios, contra el primero que sacara la espada para el otro. Y, cuando salí del salón, sí era para intrigar con el Foliot Rojo, como ha adivinado con tanta penetración Corinius; pero ya os he enseñado el fruto de mis maquinaciones, que es este tratado de alianza. Y, en verdad, si fuera cierto que yo hubiera maquinado contra Brujolandia con el Foliot Rojo, tal como me acusa vilmente Córund, no hubiera sido yo tan simple de regresar a la boca de mi destrucción, cuando podía haberme quedado con seguridad en su palacio.
Y cuando Gro advirtió que la ira de los brujos contra él se aplacaba por su defensa, en la que mezclaba astutamente palabras verdaderas y falsas, volvió a hablarles diciendo:
-Poco he ganado con todos los trabajos y pensamientos que he dedicado a Brujolandia. Y a Brujolandia le irían mejor las cosas si se hiciera más caso de mis consejos. Córund sabe cómo, con peligro por mi parte, aconsejé al rey que no luchara más después del primer asalto, y, si hubiera seguido mi consejo en lugar de sospechar de mí y de amenazarme con la muerte, ahora no tendríamos que llevarlo muerto a las catacumbas reales de Carcé.
-Dices verdad -dijo Córund.
-Sólo en una cosa he fracasado -dijo Gro-, y se puede arreglar en poco tiempo. El Foliot Rojo es de nuestra parcialidad, pero no pude convencerlo de que nos dejase atacar a los demonios con engaños, ni nos permitirá que los acometamos en estas islas. Tiene en la mente ciertos escrúpulos necios que le cuelgan como telarañas, y es testarudo en cuanto a esto. Pero pude convencerlo de que los hiciera quedarse aquí por espacio de tres días, mientras nosotros nos hacemos a la mar esta misma noche, diciéndole que tememos a los demonios, cosa que creyó con gran inocencia, y que queremos huir a nuestra tierra antes de que ellos puedan salir a sus anchas para tomarnos en desventaja en alta mar. Y bien que llegaremos a casa, incluso antes de que ellos suelten amarras, pero no por miedo a ellos, sino para que podamos urdir un golpe mortal contra ellos antes siquiera de que alcancen su tierra de Demonlandia.
-¿Qué golpe, goblin? -preguntó Corinius.
Y Gro respondió y dijo:
-Un golpe que urdiré con el señor Gorice XII nuestro señor, que ahora nos espera en Carcé. Y no se lo contaré a un beodo y a un tahúr que acaba de sacar la espada contra uno que quiere de verdad a Brujolandia.
Al oír esto, Corinius saltó con ira grande para atravesar a Gro con su espada. Pero Córund y sus hijos se lo impidieron.
Las estrellas giraron hasta señalar la medianoche a su debido tiempo, y el Foliot Rojo llegó secretamente con sus guardias a las tiendas de los brujos. Los señores de Brujolandia tomaron sus armas, y los hombres de armas portaron sus equipajes, y el rey iba en el centro en sus andas de astas de lanza. Así se dirigieron tanteando el camino en la noche sin luna, alrededor del palacio y bajando el sendero tortuoso que llevaba al lecho del valle glaciar, y luego bajaron hacia el oeste por la torrentera hacia el mar. Allí les pareció seguro encender una antorcha para ver el camino. Las laderas del valle aparecían tristes y desoladas a la luz de la llama sacudida por el viento; y la llama se reflejaba en las joyas de la corona real de Brujolandia, y en los borceguíes metálicos de los pies del rey, que se veían asomar nítidamente por debajo de su manto de piel de oso, con las puntas de los pies apuntando hacia arriba; y en las armaduras y armas de los que lo llevaban y andaban junto a él, y en la superficie negra y fría del pequeño río que corría eternamente hacia el mar sobre su lecho de cantos rodados. El camino era accidentado y pedregoso, y marchaban despacio por miedo a tropezar y dejar caer al rey.
Conjuros en la torre de hierro
De la fortaleza de Carcé, y de las prácticas
a que se entregaba el rey Gorice XII a medianoche en la antigua cámara,
preparando daño y perdición para los señores deDemornlandia.
Cuando los brujos subieron a bordo de su navío y estibaron todo y los remeros se colocaron por orden en los bancos, se despidieron del Foliot Rojo y remaron hasta el mar profundo, y allí izaron velas y colocaron el timón y navegaron hacia el este a lo largo de la costa. Las estrellas giraron sobre sus cabezas, y el oriente palideció, y el sol salió del mar por la banda de babor. Navegaron así dos días y dos noches, y al tercer día hubo tierra a proa, y la mañana salió apagada por la bruma y las nubes, y el sol era como una bola de fuego rojo sobre Brujolandia, al este. Pasaron cierto tiempo ante Tenemos esperando la marea, y en la pleamar cruzaron la barra y subieron el Druima más allá de las dunas, de los bancos de arena y de las marismas ergaspianas, hasta que llegaron al meandro del río más abajo de Carcé.. A ambos lados había marismas solitarias hasta donde alcanzaba la vista; sobre el llano se apreciaban raros grupos de sauces y asentamientos de personas. Al norte, más arriba del meandro, había tierra firme que caía como un acantilado cortado a pico sobre el recodo del río, y por el otro lado formaba una ladera suave que se extendía algunas millas hasta que se confundía con la planicie de las marismas. En la cara sur del precipicio, monstruoso como una montaña en esas tierras bajas de matorrales, se hallaba colgada, negra y cuadrada, la fortaleza de Carcé. Estaba construida de mármol negro, tallado toscamente y sin pulir; las fortificaciones exteriores abarcaban muchas fanegas de tierra. Una muralla interior con una torre en cada esquina formaba el reducto principal, en cuya esquina suroeste estaba el palacio, que dominaba el río. Y en la esquina suroeste del palacio, a setenta codos de altura en vertical sobre el agua y más contados desde las almenas, estaba la torre del homenaje, una torre redonda revestida de hierro, que llevaba en la ménsula[101]bajo su parapeto la figura tallada del cangrejo de Brujolandia, de diversas formas y repetido incontablemente. El muro exterior de la fortaleza estaba oscuro de cipreses: llamas negras que ardían sin cambios hacia el cielo desde un mar de pesadumbre encrespado. Al este de la torre del homenaje estaban las compuertas, y junto a ellas había un puente con su cuerpo de guardia al otro lado del río, muy fortificado con torretas y matacanes[102]y dominado por los bastiones de la torre del homenaje. Esta fortaleza de Carcé era triste y temible de ver, se parecía al alma encarnada de la noche temible mirándose en las aguas de aquel río perezoso: de día, una sombra en plena luz del sol, semejante a la violencia despiadada sentada en el trono del poder, oscureciendo la desolación de las marismas tristes; de noche, una negritud más negra que la misma noche.
Amarraron el barco cerca de las compuertas, y los señores de Brujolandia y sus hombres de armas saltaron a tierra, y les abrieron las puertas, y entraron con duelo y subieron por el acceso empinado al palacio, llevando consigo la triste carga del rey. Y expusieron a Gorice XI en el gran salón para que pasara allí la noche; y el día iba cayendo. Del rey Gorice XII no tuvieron noticias.
Pero, cuando caían las sombras de la noche, un chambelán se llegó al señor Gro mientras paseaba por la terraza exterior al muro occidental del palacio, y le dijo:
-Señor, el rey os manda que le sirváis en la torre de hierro, y os encarga que le llevéis la corona real de Brujolandia.
Gro se apresuró a cumplir la orden del rey, y fue al gran salón de banquetes y, con toda reverencia, tomó la corona de hierro de Brujolandia, cuajada de gemas inapreciables, y subió a la torre por una escalera de caracol, y el chambelán iba delante suyo. Cuando llegaron al primer rellano, el chambelán golpeó una puerta voluminosa que abrió inmediatamente un guarda, y dijo:
-Señor, es voluntad del rey que sirváis a su majestad en su cámara secreta en lo alto de la torre.
Y Gro se quedó maravillado, pues nadie había entrado en aquella cámara desde hacía muchos años. Hacía mucho tiempo, Gorice VII había practicado en ella artes prohibidas, y las gentes decían que en aquella cámara había resucitado los espíritus que lo perdieron. Desde entonces estaba sellada la cámara, ni tampoco la habían necesitado los últimos reyes, pues ponían poca fe en el arte mágica, confiando más en el poderlo de sus manos y en la espada de Brujolandia. Pero Gro se alegró en su corazón, pues la apertura de esta cámara por el rey coincidía plenamente con sus propósitos. Subió sin miedo la escalera de caracol, tenebrosa con las sombras de la noche que se aproximaba y llena de telarañas y cubierta del polvo del abandono, hasta que llegó a la puerta pequeña y baja de aquella cámara, y, deteniéndose, la golpeó y esperó la respuesta.
Y dijo alguien desde dentro: «¿Quién llama?», y Gro respondió: «Señor, soy yo, Gro», y se corrieron los cerrojos y se abrió la puerta, y dijo el rey: «Entra», y Gro entró y quedó en presencia del rey.
La cámara era redonda, y llenaba todo el espacio del piso superior de la torre redonda del homenaje. Ya había acumulado polvo, y sólo entraba una penumbra débil a través de las troneras profundas de las ventanas, que atravesaban los muros de la torre apuntando a los cuatro puntos del cielo. Un horno que ardía en el gran hogar arrojaba resplandores caprichosos a los rincones de la cámara, iluminando formas extrañas de instrumentos de vidrio y de barro, frascos y retortas[103]balanzas, relojes de arena, crisoles y astrolabios[104]un monstruoso alambique[105]de tres cuellos de vidrio fosforescente suspendido sobre un baño de María[106]y otros instrumentos de aspecto dudoso e ilícito. Bajo la ventana norte, junto a la puerta, había una gruesa mesa oscurecida por el tiempo, sobre la que estaban grandes libros encuadernados en piel negra, con guardas de hierro y pesados candados. Y en un enorme sillón junto a esta mesa estaba el rey Gorice XII, vestido con su ropón negro y dorado de los conjuros, apoyando la mejilla en la mano, que era delgada como la garra de un águila. La luz baja, madre de las sombras y del secreto, que se cernía en aquella cámara, se movía alrededor de la figura estática del rey, que tenía la nariz ganchuda como el pico del águila, el pelo recortado, la barba corta y espesa, y el labio superior afeitado, con los pómulos salientes y la mandíbula pesada y cruel, y con los aleros oscuros de las cejas, de donde el brillo de sus ojos verdes no parecía precisamente una lámpara amistosa para los que los veían. La puerta se cerró sin ruido, y Gro se quedó de pie ante el rey, y el rey se inclinó hacia delante sin mover la mano, acercando su frente hacia Gro; y hubo un silencio absoluto, salvo el suave ronroneo del horno.
Al cabo de un rato, el rey dijo:
-Te he hecho llamar porque fuiste el único que tuviste el valor suficiente para insistir hasta el final con tus consejos ante el rey que ahora está muerto, Gorice XI, de siempre gloriosa memoria. Y porque tus consejos eran buenos. ¿Te maravilla que sepa de tus consejos?
-Oh, rey y señor mío -dijo Gro-, eso no me maravilla. Pues yo sé que, aunque el cuerpo muera, el alma permanece.
-Cuida de que tus labios no hablen demasiado -dijo el rey-. Esos son misterios que sólo pensarlos te puede poner en peligro, y el que habla de ellos, aunque sea sólo conmigo y en lugar tan secreto como éste, habla con gran peligro por su parte.
-No hablé con ligereza, oh rey -respondió Gro-, además, vos me tentasteis con vuestra pregunta. Pero obedeceré absolutamente la advertencia de vuestra majestad.
El rey se alzó de su sillón y se acercó lentamente a Gro. Era alto sobremanera, y delgado como un cormorán[107]muerto de hambre. Puso las manos sobre los hombros de Gro e inclinó su cara hacia la de éste.
-¿No tienes miedo de estar conmigo en esta cámara al caer el día? -dijo-. ¿0 no lo has pensado; y en estos instrumentos que ves, en su destino y propósito, y en el destino antiguo de esta cámara?
Gro no palideció un ápice, sino que dijo firmemente:
-No tengo miedo, oh rey y señor mío, sino que tu llamada me alegró. Pues coincide con mis propios designios, cuando tomé acuerdo secretamente en mi corazón tras las desgracias que traje ron las Parcas a Brujolandia en las islas de Foliot. Pues en aquel día, oh rey, cuando vi oscurecerse la luz de Brujolandia y abatirse su poderío con la caída del rey Gorice XI, de gloriosa memoria, pensé en vos, señor, el duodécimo Gorice alzado por rey en Carcé, y mi mente tuvo presentes las palabras del antiguo augur, cuando cantó:
Diez, once, doce veo
En variedad creciente
De poder y maestría,
Con espada, fuerza y magia,
En la torre de Carcé,
Gobernando como reyes[108]
Y, recordando que os señala a vos, el duodécimo, como poderoso en la magia, mi único cuidado fue procurar que esos demonios se quedaran detenidos al alcance de vuestros hechizos hasta que tuviésemos tiempo de llegar a vos y haceros saber su paradero, para que usaseis de vuestro poder y los destruyeseis por artes mágicas antes de que pudieran regresar en seguridad a Demonlandia, la de las muchas montañas.
El rey abrazó a Gro contra su pecho y lo besó, diciéndole:
-¿No eres una joya de sabiduría y de discreción? Deja que te abrace y te ame para siempre.
Después, el rey se aparto de él, manteniendo sus manos en los hombros de Gro, y lo contempló en silencio durante un rato con mirada penetrante. Luego, encendió una vela que había en un candelero de hierro junto a la mesa donde estaban los libros, y la acercó al rostro de Gro. Y el rey dijo:
-Sí, eres sabio y discreto, y tienes algún valor. Pero, si has de servirme esta noche, conviene que te pruebe primero con espantos hasta que te hagas a ellos, como oro contrastado que fluye en el crisol; o para que te devoren si no eres más que un metal bajo.
-Señor -dijo Gro al rey-, durante muchos años, antes de llegar a Carcé, recorrí el mundo de una parte a otra, y los objetos de espanto me resultan tan familiares como a un niño sus juguetes. He visto en los mares del sur, a la luz de Aquernar y Canopo, caballos marinos gigantes que luchaban contra calamares de ocho tentáculos, en los remolinos del Korsh. Y no tuve miedo. Estaba en la isla Ciona cuando estalló la furia del volcán de aquella isla y la quebró como se quiebra con un hacha el cráneo de un hombre, y los golfos verdes del mar se tragaron aquella isla, y el mal olor y el vapor quedaron en el aire durante varios días donde habían chisporroteado en el mar las rocas y la tierra candente. Y no tuve miedo. También estuve con Gaslark en la huida de Zajé Zaculo, cuando los ghouls tomaron el palacio que nos cobijaba, y anduvieron figuras prodigiosas por sus salones a plena luz del día, y los ghouls hicieron desaparecer del cielo el sol con un hechizo. Y no tuve miedo. Y durante treinta días y treinta noches vagué yo solo por el moruna, en
Duendelandia Superior, donde apenas había estado jamás un alma viviente; y allí, los seres malvados que pueblan el aire de aquel desierto me seguían los pasos y se mofaban de mí en la oscuridad. Y no tuve miedo; y llegué a su tiempo a Morna Moruna, y allí, de pie sobre el borde del precipicio como si fuera el borde del mundo, miré hacia el sur, hacia donde ningún mortal había dirigido la vista antes, sobre los bosques no hollados de Bhavinan. Y, en aquella distancia del cielo, contemplé dos picos entronizados para siempre entre la tierra firme y el cielo, de belleza más que terrenal, dominando cordilleras y más cordilleras de montañas vestidas de nieve: las agujas y los riscos airosos del Koshtra Pivrarcha, y los precipicios salvajes que se alzan de los abismos hasta la cúpula de nieve del Koshtra Belorn, silencioso y soberano.
Cuando Gro calló, el rey lo apartó de sí y, tomando de un estante una retorta llena de un fluido azul oscuro, la colocó sobre un baño de María, y puso bajo ella una lámpara. Del cuello de la retorta salieron vapores de color púrpura desvaído, y el rey los recogió en un frasco. Trazó unos signos sobre el frasco, y sacudió el mismo
dejando caer en su mano un polvo fino. Luego, dijo a Gro, sosteniendo el polvo en la palma abierta de su mano:
-Mira fijamente este polvo.
Y Gro lo miró. El rey murmuró unas fórmulas mágicas, y el polvo se movió y se sacudió, y era como una masa bullente de gusanos en un queso pasado. Aumentó de volumen en la mano del rey, y Gro advirtió que cada grano tenía patas. Los granos crecieron ante sus ojos y adquirieron el tamaño de granos de mostaza, y luego de granos de cebada que hormigueaban rápidamente unos sobre otros. Y, cuando se maravilló de esto, se hicieron tan grandes como judías, y pudo advertir claramente su forma y aspecto, y vio que eran ranas y sapos pequeños; y, al crecer rápidamente de tamaño, no cabían en la mano del rey y se derramaron al suelo. Y no dejaron de aumentar y de crecer, y se hicieron tan grandes como perros pequeños, y el rey no podía sostener más que uno, poniéndole la mano en el vientre mientras sacudía las patas en el aire; y andaban sobre las mesas y se aglomeraban por el suelo. Eran pálidos y translúcidos como el cuerno fino, y su color era púrpura desvaído, como el color del vapor del que se habían engendrado. Y la cámara se llenó de ellos tanto, que tenían que subirse por fuerza unos en los hombros de otros, y eran tan grandes como cerdos bien cebados; y miraban a Gro con ojos saltones y croaban. El rey miraba a Gro detenidamente, y éste estaba de pie ante dicho espectáculo, con la corona de Brujolandia en sus manos; y el rey advirtió que la corona no temblaba ni un ápice en las manos de Gro, que la sostenían. Así que pronunció cierta palabra, y los sapos y las ranas se hicieron pequeños de nuevo, encogiéndose con más rapidez que habían crecido, y así desaparecieron.
El rey tomó entonces del estante una bola del tamaño del huevo del avestruz, de vidrio verde oscuro. Dijo a Gro:
-Mira bien este vidrio y dime lo que ves en él.
-Veo una sombra movediza dentro de él -le respondió Gro.
Y el rey le mandó:
-Arrójalo al suelo con toda tu fuerza.
El señor Gro alzó la bola con ambas manos, y pesaba como una bola de plomo, y, cumpliendo el mandato del rey Gorice, la arrojó al suelo de manera que se hizo pedazos. Y he aquí que de los fragmentos de la bola se alzó una nube de humo grueso que tomó forma de un ser de figura humana y de aspecto temible, cuyas dos
piernas eran dos serpientes que se retorcían; estaba de pie en la cámara y era tan alto que su cabeza tocaba el techo abovedado; miraba con malevolencia al rey y a Gro y los amenazaba. El rey tomó una espada que estaba colgada en la pared y la puso en la mano de Gro, diciendo:
-¡Córtale las piernas! ¡Y no pierdas tiempo, o muerto eres!
Gro golpeó con la espada y le cortó al ser malvado la pierna izquierda, con facilidad, como quien corta mantequilla. Pero del muñón salieron dos nuevas serpientes que se retorcían; y lo mismo sucedió con la pierna derecha; pero el rey gritaba:
-¡Golpea y no cejes, o no eres más que un perro muerto!
Y siempre que Gro partía en dos una serpiente, salían dos de la herida, hasta que la cámara era un laberinto de sus cuerpos que se retorcían. Y Gro seguía cortando con tesón, hasta que le sudaba la frente, y dijo resollando entre los golpes:
-Oh rey, ya lo he hecho ciempiés; ¿debo convertirlo en milpiés antes de que acabe la noche?
Y el rey sonrió y pronunció una palabra de significado oculto; y con ello desapareció la confusión como se marcha una ráfaga de viento, y no quedó nada salvo los trozos de la bola verde en el suelo.
-¿No tuviste miedo?-preguntó el rey, y, cuando Gro respondió que no, el rey dijo-. Creí que estas visiones de espanto debían afectarte mucho, pues sé bien que no estás versado en las artes mágicas.
-Pero soy filósofo -respondió el señor Gro-, y algo sé de la alquimia y de las propiedades ocultas de este mundo material: las virtudes de las hierbas, las plantas, las piedras y los minerales; los caminos de las estrellas en sus cursos, y las influencias de aquellos cuerpos celestiales. Y he conversado con las aves y con los peces, poniéndome a su nivel, y no desprecio la generación que se arrastra por la tierra, sino que suelo hablar en buen amor y compañía con el tritón de los estanques, con el gusano de luz y con la mariquita, y con la hormiga y los de su especie, haciendo que sean mis pequeños confidentes. Así, tengo una cierta sabiduría que me ilumina en el patio exterior del templo secreto de la necromancia y del arte prohibido, aunque no me he asomado al interior de dicho templo. Y por mi filosofía, oh rey, estoy seguro de que estas apariciones que habéis suscitado ante mí no son sino ilusiones y fantasmas, que sólo pueden espantar el alma del que no conoce la filosofía divina, pero que no tienen poder ni esencia corpórea. Y nada hay que temer en ellas, si no es el miedo mismo que producen en el simple.
-¿Por qué señales conoces tú esto? -dijo entonces el rey.
Y el señor Gro le respondió:
-Oh rey, suscitasteis estas formas de espanto con la facilidad con que un niño teje una guirnalda de margaritas. No lo hace así el que invoca de lo profundo el verdadero terror mortífero, sino con trabajos y sudores, y forzando su pensamiento, su voluntad, su corazón y su vigor.
El rey sonrió.
-Dices bien. Y dado que las fantasmagorías[109]no hacen temblar tu corazón, te presento un horror más material[110]
Y encendió las velas de los grandes candeleros de hierro y abrió una pequeña puerta secreta en la pared de la cámara cerca del suelo; y Gro vio barrotes de hierro detrás de la puertecilla y oyó un silbido que venía de detrás de los barrotes. El rey tomó una llave de plata de hechura delicada y abrió la puerta de barrotes de hierro. Y el rey dijo:
-Mira y contempla lo que salió del huevo de un gallo que incubó la víbora sorda. La mirada de sus ojos basta para volver de piedra cualquier cosa viva que está ante ella. Si yo perdiera por un momento el poder de los hechizos por los que la tengo sujeta, en ese mismo momento acabarían los días de mi vida y los de la tuya. Tan poderosa es en propiedades dañinas esta serpiente, que ha colocado en esta tierra el Enemigo antiguo que vive en la oscuridad para que sea la perdición de los hijos de los hombres, pero instrumento de poder en manos de encantadores y magos.
Entonces salió de su agujero aquel engendro de perdición, pavoneándose muy tiesa sobre sus dos patas, que eran como patas de gallo; tenía cabeza de gallo, con cresta y barba rosadas, pero su cara no era como la cara de ningún ave de la tierra media, sino más bien como la de una gorgona[111]salida del infierno. En el cuello le crecían
plumas negras y brillantes, pero su cuerpo era como el cuerpo de un dragón con escamas que relucían a la luz de las velas, y tenía en la espalda una cresta escamosa, y sus alas eran como alas de murciélago, y su cola como la cola del áspid, con un aguijón en la punta, y de su pico le temblaba venenosamente la lengua bífida. A causa de los encantamientos con que la tenía hechizada el rey Gorice, no podía arrojar su mirada mortal sobre él ni sobre Gro, pero anduvo de un lado a otro a la luz de la luna, apartando de ellos la mirada. Las plumas de su cuello estaban hinchadas de ira, y su cola escamosa se enroscaba con rapidez maravillosa, y silbaba de manera cada vez más fiera, encolerizada por las ataduras del encantamiento del rey; y su aliento era nocivo y flotaba por la cámara en espirales perezosas. Así anduvo ante ellos durante algún tiempo, y, cuando miraba de reojo al pasar ante Gro, éste contempló la luz de sus ojos, que eran como lunas enfermizas que relucían venenosamente a través de una niebla amarilla verdosa en la oscuridad de la noche. Y se apoderó de él una repulsión poderosa, de manera que se le alteró el estómago al contemplar aquello, y se le humedeció la frente y las palmas de las manos, y dijo:
-Rey y señor mío, he mirado firmemente a este basilisco y no me asusta un ápice, pero es repugnante a mis ojos y me revuelve el estómago -y, dicho esto, se puso a vomitar.
Y el rey mandó a aquella serpiente que volviese a entrar en su agujero, adonde regresó silbando con odio.
El rey escanció vino pronunciando un encantamiento sobre la copa, y, cuando el vino brillante reanimó al señor Gro, el rey habló y dijo:
-Es buena cosa, oh Gro, que te hayas mostrado como un verdadero filósofo e intrépido de corazón. Pero, como ninguna espada está verdaderamente probada hasta que se prueba en la batalla misma, donde, si se rompe, trae daño y perdición a la mano que la blande, así debes sufrir tú esta medianoche el calor de un horno de espanto todavía más ardiente, y, si te reduces en él, nos perderemos los dos eternamente, y esta Carcé y toda Brujolandia se quemarán con nosotros para siempre en la ruina y en el olvido. ¿Te atreves a someterte a esta prueba?
-Estoy dispuesto a obedecer vuestra palabra, oh rey -respondió Gro-. Pues sé bien que es ocioso confiar en espantar a los demonios con fantasmas e ilusiones, y que en vano dirigiría tu basilisco su mirada mortal a los demonios. Son valientes de corazón, y sabios en todas las ciencias, y Juss es un hechicero de poder antiguo, que conoce encantos para embotar la mirada del basilisco. El que quiera vencer a los demonios debe hacer grandes conjuros.
-Es grande la fuerza y la astucia de la semilla de Demonlandia -dijo el rey-. Han dado muestra de poder sobre nosotros por la fuerza, como lo muestra tristemente el derrocamiento de Gorice XI, contra el que ningún mortal era capaz de luchar sin armas y salir vivo del combate, hasta que ese maldito Goldry, borracho de melancolía y de envidia, lo mató en las islas de Foliot. Y tampoco existía antes nadie capaz de superarnos en hechos de armas, y Gorice X, victorioso en incontables combates singulares, dio gloria por todo el mundo a nuestro nombre. Pero al final le llegó la muerte, de manera inesperada y por no sé qué maña traicionera, en combate singular contra aquel bailarín con ricitos que venía de Krothering. Pero yo, hábil en la necromancia, opongo a los demonios una máquina más poderosa que los brazos fuertes o la espada cortadora. Aunque mi máquina es peligrosa para el que la usa.
Entonces el rey abrió el candado del mayor de aquellos libros que estaban a su lado, sobre la enorme mesa, diciendo al oído de Gro, como quien no quiere que le oigan:
-Este es aquel libro tremendo de necromancia por el cual, en esta misma cámara, Gorice VII removió las vastas profundidades cierta noche. Y has de saber que esa misma circunstancia fue la única perdición del rey Gorice VII, pues, habiendo conjurado con su ciencia infernal algo que procedía de la oscuridad primigenia, y estando absolutamente agotado de los sudores y los trabajos de sus conjuros, se le nubló la mente un momento, de tal modo que olvidó las palabras escritas en su libro, o la página en que estaban escritas, o le faltó el habla para pronunciar las palabras que se deben pronunciar, o las fuerzas para hacer las cosas que se deben hacer para completar el hechizo. Por lo cual, no conservó su poder sobre lo que había suscitado de las profundidades, sino que se volvió contra él y lo descuartizó. Yo evitaré tal perdición renovando en nuestros días aquellos mismos hechizos, si tú estás a mi lado sin desmayo mientras yo pronuncio mis fórmulas. Y si me ves flaquear o dudar antes de que todo se lleve a cabo, entonces echarás mano del libro y del crisol, y cumplirás todo lo necesario, de la manera que yo te enseñaré de antemano. ¿0 tiemblas de pensarlo?
-Señor, mostradme mi tarea -dijo Gro-. Y la cumpliré aunque todas las furias del abismo acudan a esta cámara para prohibírmelo.
Y el rey instruyó a Gro, repasando con él los actos necesarios y dándole a conocer las diversas páginas del libro de magia en que estaban escritas las palabras que se deben pronunciar en su debido orden y sazón. Pero el rey no pronunciaba aquellas palabras, y se limitaba a señalarlas en el libro, pues el que pronuncia esas palabras en vano y fuera de sazón está perdido. Y cuando colocó en orden las retortas y los frascos con sus diversos cuellos y tubos y sus accesorios, y cuando se acercaban a su madurez los procesos pecaminosos de fijación, conjunción, deflagración, putrefacción y rubificación[112]y la estrella funesta Antares estaba a poca distancia del meridiano según el astrolabio, señalando la próxima llegada de la medianoche, el rey trazó en el suelo, con su vara mágica, tres pentáculos inscritos en una estrella de siete puntas, con los signos de Cáncer y Escorpio unidos por ciertas runas. Y en el centro de la estrella pintó la imagen de un cangrejo verde que se comía el sol. Y, dirigiéndose a la página setenta y tres de su gran libro negro de magia, el rey recitó, con voz poderosa, palabras de significado oculto, invocando el nombre que es pecado pronunciar.
Cuando hubo pronunciado el primer conjuro y calló, hubo un silencio mortal en aquella cámara, y un frío como de invierno en el aire. Y, en el silencio, Gro oyó la respiración del rey, que subía y bajaba como la de un remero tras una regata. A Gro le fluyó la sangre al corazón, y se le quedaron frías las manos y los pies, y le acudió a la frente un sudor frío. Pero, con todo, mantuvo firme su valor y dispuesta su mente. El rey indicó a Gro que rompiera la punta de cierta gota de vidrio negro que estaba sobre la mesa; y, al romper esa punta, toda la gota se deshizo y se disgregó en un polvo grueso y negro. Gro reunió aquel polvo, por indicación del rey, y lo dejó caer en el gran alambique, donde bullía y borboteaba un líquido verde sobre la llama de una lámpara; y el líquido se puso rojo como la sangre, y el cuerpo del alambique se llenó de un humo rojizo, y a través del humo saltaron y relucieron chispas de brillo como el del sol. Entonces se destiló del cuello del alambique un aceite incombustible blanco, y el rey mojó su vara en aquel aceite y dibujó, alrededor de la estrella de siete puntas que había en el suelo, la figura de la serpiente Uróboros, que se come su propia cola. Y trazó la fórmula del cangrejo bajo el círculo, y pronunció su segundo conjuro.
Cuando concluyó éste, el aire de la noche pareció más cortante, y el silencio de la cámara se asemejó más al del sepulcro. La mano del rey temblaba como si tuviera fiebres cuando pasaba las páginas del gran libro. A Gro le castañetearon los dientes. Los apretó y esperó. Y entonces, por cada ventana entró una luz como si los cielos se aclararan con la aurora. Pero no era así: pues nunca se ha visto venir la aurora a medianoche, ni que viniese de los cuatro puntos del cielo a la vez, ni a tales pasos gigantes de luz creciente, ni con una luz tan espantable. Las llamas de las velas ardían transparentes al aumentar el resplandor de fuera: una luz pálida y maligna de dolor y corrupción, en la cual las manos y los rostros del rey Gorice y de su discípulo se veían con una palidez mortal, y sus labios negros como la piel negra de una uva cuando se le ha limpiado el polvo. El rey gritó de manera terrible: «¡Llega la hora!», y tomó un pomo[113]de cristal de roca que contenía una decocción[114]de gelatina de lobo y sangre de salamandra y dejó caer en el pomo siete gotas del alambique, y derramó aquel licor en la figura del cangrejo que había dibujado en el suelo. Gro se apoyó en la pared, débil de cuerpo pero firme de ánimo. El frío era tan intenso, que tenía entumecidas las manos y los pies, y el licor del pomo se congeló donde había caído. Pero el rey tenía perlas de sudor en la frente a causa de la poderosa lucha que sostenía, y, bajo el resplandor poderoso de aquella luz de los cielos inferiores, se mantenía firme y tieso, con los puños cerrados y los brazos extendidos, y pronunció las palabras LURO VOPO VIR VOARCHADUMIA.
Y, cuando se pronunciaron esas palabras, la luz vívida desapareció como una lámpara que se apaga, y afuera volvió a cernirse la medianoche. Tampoco se oía sonido alguno salvo el pesado resuello del rey; pero era como si la noche contuviera la respiración esperando lo que había de suceder. Y las velas chisporrotearon y ardieron con llama azul. El rey vaciló y asió la mesa con su mano izquierda, y volvió a pronunciar con voz terrible la palabra VOARCHADUMIA.
Después, durante diez latidos del corazón, el silencio se cernió como un cernícalo[115]en la noche atenta. A continuación, se oyó un golpe por todo el cielo y la tierra, y una llamarada cegadora atravesó la cámara como si hubiera caído un rayo. Toda Carce tembló, y la cámara se llenó de un aleteo como de las alas de alguna ave monstruosa. El aire, en el que antes hacía un frío invernal, se volvió de pronto cálido como el aliento de una montaña ardiente, y Gro estuvo a punto de ahogarse con el olor de hollín y de azufre. Y la cámara osciló como un navío que atraviesa una marejada con el viento contra la corriente. Pero el rey, apoyándose en la mesa y asiendo su borde hasta que las venas de su mano delgada parecían a punto de estallar, gritó haciendo pausas frecuentes y con la voz alterada:
-Por estas figuras dibujadas y por estos conjuros encantados, por la unción del lobo y la salamandra, por el signo no bendito de Cáncer que ahora se inclina hacia el sol y por el corazón ardiente de Escorpio que se abrasa en esta hora en el meridiano de la noche, tú eres mi esclavo y mi instrumento. Rebájate a servirme, serpiente del pozo. De lo contrario, suscitaré de la noche antigua a inteligencias y dominios mucho más poderosos que tú, y servirán a mis fines, y a ti te encadenarán con cadenas de fuego inextinguible y te arrastrarán por lo profundo de tormento en tormento.
Entonces se calmó el terremoto y no quedó sino una vibración de las paredes y del suelo y el viento de las alas invisibles y el olor caliente de hollín y azufre ardiente. Y salió una voz extrañamente dulce del aire cargado de aquella cámara, y dijo:
-Miserable maldito que agitas nuestra paz, ¿cuál es tu voluntad?
El terror de aquellas palabras secó a Gro la garganta, y se le erizaron los cabellos.
El rey tembló en todos sus miembros como un caballo asustado, pero su voz fue regular y su gesto imperturbable cuando dijo roncamente:
-Mis enemigos navegan al romper el día desde las islas de Foliot. Te suelto sobre ellos como si soltase a un halcón posado en mi puño. Te los entrego. Haz de ellos lo que quieras: no importa el cómo o el dónde, siempre que los desbarates y los borres de la faz de este mundo. ¡Vete!
Pero entonces se agotó del todo la resistencia del rey, de manera que le flaquearon las rodillas y se derrumbó en su gran sillón como un enfermo. La estancia se llenó de un tumulto como de aguas que corren, y sobre el tumulto se oía una risa como la risa de las almas condenadas. Y el rey recordó que no había pronunciado la palabra que debía despedir a su enviado. Pero era presa de tal cansancio y había agotado de tal manera sus fuerzas en el ejercicio de sus conjuros, que se le pegó la lengua al cielo de la boca, de modo que no podía pronunciar la palabra; y puso los ojos en blanco horriblemente haciendo señas a Gro, mientras sus dedos sin fuerzas intentaban pasar las páginas del libro de magia. Entonces, Gro saltó a la mesa y cayó sobre ella, pues la gran torre del homenaje de Carcé volvía a sacudirse como se sacude un cubilete, y el cielo se abría en relámpagos, y los truenos rugían sin cesar, y el sonido de las aguas ensordecía los oídos en aquella cámara, y las carcajadas seguían sonando sobre la confusión. Y Gro supo que al rey le sucedía lo mismo que había sucedido a Gorice VII años atrás, cuando se le había agotado la fuerza, y el espíritu lo había hecho pedazos, y había untado de su sangre aquellas paredes de la cámara. Pero Gro, aun en aquella tormenta repugnante de terror, recordó la página noventa y siete, donde el rey le había mostrado la palabra de despedida, y arrancó el libro de las manos paralizadas del rey y buscó la página. Apenas había encontrado la palabra con la vista cuando un remolino de granizo y de aguanieve barrió la cámara, y las velas se apagaron y las mesas se volcaron. Y, en la oscuridad profunda bajo el retumbar del trueno, Gro sintió que caía hacia delante y que unas garras le apresaban la cabeza y el cuerpo. Gritó en su angustia la palabra, que era TRIPSARECOPSEM, y cayó desmayado.
Era mediodía cuando el señor Gro volvió en sí en aquella cámara. La fuerte luz primaveral se derramaba por la ventana del sur iluminando los destrozos de aquella noche. Las mesas estaban volcadas, y el suelo estaba abarrotado de objetos y salpicado de esencias costosas[116]y de polvos derramados de los pomos, jarras y frascos destrozados: afroselmia, pan de oro, azafrán de oro, asem, alumbre, estipteria de Melos, confundidos con la mandrágora, el vinum ardens, la sal amoniaco, el agua regia corrosiva, pequeños charcos y gotas dispersas de azogue, decocciones venenosas de setas y de bayas de tejo, napelo, manzana de espino, matalobos y eléboro negro, quinta esencias de sangre de dragón y bilis de serpiente; y con ellas, revueltas y echadas a perder, elixires a cuya búsqueda infructuosa han dedicado sus vidas enteras hombres sabios: spiritus mundi, y el alcaesto, que disuelve toda sustancia que se sumerge en él, y aquel aurum potabile[117]que, siendo en sí mismo perfecto, induce la perfección en el cuerpo vital. Y en este revoltijo de tesoros perdidos estaban los grandes libros de magia, lanzados sobre la ruina de retortas y aludeles de vidrio, de plomo y de plata, baños de arena, matraces, espátulas, atanores y otros innumerables instrumentos de formas extrañas[118]arrojados sobre el suelo de la cámara y rotos. El sillón del rey había sido arrojado contra el horno, y el rey estaba acurrucado contra la mesa, con la cabeza hacia atrás y la barba negra apuntando al cielo, mostrando el cuello fuerte y velludo. Gro lo miró de cerca; vio que estaba indemne, al parecer, y que dormía profundamente; y, sabiendo bien que el sueño es un poderoso remedio para todos los males, contempló al rey todo el día hasta la hora de la cena, a pesar de que sentía un hambre atroz.
Cuando el rey se despertó por fin, miró a su alrededor maravillado.
-Creo que tropecé en el último paso del viaje de anoche -dijo-. Y un tumulto verdaderamente extraño ha dejado sus huellas en mi cámara.
-Señor -respondió Gro-, padecí duras pruebas, pero cumplí vuestra orden.
El rey rió como quien tiene el alma en paz, y, puesto de pie, dijo a Gro:
-Toma la corona de Brujolandia y coróname. Tendrás ese alto honor porque te amo por lo que ha sucedido esta noche pasada.
Los grandes señores de Brujolandia estaban reunidos afuera, en el patio, y se dirigían al gran salón de banquetes para comer y beber; el rey salió ante ellos por la puerta de la torre del homenaje, vestido con su ropón de los conjuros. Las gemas de la corona de hierro de Brujolandia relucían con un brillo maravilloso sobre el ceño y los pómulos marcados y el labio fiero y desdeñoso del rey, que se quedó allí de pie con majestuosidad, y Gro se quedó en la sombra de la puerta con la guardia de honor. Y el rey dijo:
-Señores Córund y Corsus y Corinius y Gallandus, y vosotros, hijos de Corsus y de Córund, y demás brujos: contemplad a vuestro rey, el duodécimo Gorice, coronado con esta corona en Carcé para ser rey de Brujolandia y de Demonlandia. Y todos los países del mundo y sus gobernantes, todos los que ilumina el sol con sus rayos, me rendirán pleitesía y me llamarán rey y señor.
Todos dieron gritos de aprobación, alabando al rey e inclinándose ante él.
Entonces dijo el rey:
-No penséis que los juramentos pronunciados con los demonios por el rey Gorice XI, de siempre gloriosa memoria, me obligan un ápice. No tendré paz con Juss y sus hermanos, sino que los contaré a todos por enemigos míos. Y esta noche he despachado un enviado que los tomará en el desierto de las aguas cuando naveguen hacia sus casas en Demonlandia, la de las muchas montañas.
-Señor, tus palabras son como vino para nosotros -dijo Córund-. Y bien supusimos anoche que los príncipes de la oscuridad andaban sueltos, al ver que toda Carcé temblaba y sus cimientos subían y bajaban como si estuviera respirando el pecho de la gran tierra.
Cuando entraron en el salón de banquetes, el rey dijo:
-Gro se sentará esta noche a mi derecha, pues me ha servido con hombría.
Y, cuando pusieron mal gesto al oír esto y se hablaron unos a otros al oído, el rey añadió:
-Cualquiera de vosotros que me sirva tan bien y riegue del mismo modo el crecimiento de esta Brujolandia como lo ha hecho Gro en esta noche pasada, recibirá el mismo honor de mi parte.
Pero a Gro le dijo:
-Te llevaré a Goblinlandia con triunfo, a ti que saliste desterrado de ella. Arrancaré a Gaslark de su trono y te alzaré por rey en Zajé Zaculo, y gobernarás toda Goblinlandia como feudo mío, con dominio sobre ella.
Del rey Gaslark, y de la caída del enviado sobre los demonios en alta mar,
de cómo el señor Juss consintió una temeridad imprudente
por la insistencia de sus compañeros.
Ala mañana siguiente a la noche en que Gorice XII se sentó en Carcé como rey coronado, como queda dicho, Gaslark navegaba por el mar medio procedente del este y con rumbo a su casa. Tenía siete barcos de guerra, que iban formados en columna hacia el suroeste ciñéndose mucho a estribor. El mayor y el más hermoso de todos era el que navegaba en cabeza de la columna, un gran dragón de guerra pintado del azul del mar del verano, con la alta cabeza de una serpiente que abría las fauces con desafío en la proa, revestida de oro y labrada de escamas superpuestas, y con la cola erguida de una serpiente en la popa. Setenta y cinco hombres escogidos de Goblinlandia navegaban en aquella nave, vestidos de alegres ciclatones[119]y cotas de malla, y armados de hachas, lanzas y espadas. Sus escudos estaban colgados de las bordas, cada uno con su emblema. En la alta popa se sentaba el rey Gaslark asiendo con sus manos fuertes el gran gobernalle. Todos los de Goblinlandia que iban en aquel gran navío eran de buen porte y bien formados, pero Gaslark los superaba a todos en valor, en fuerza y en soberanía. Llevaba un ciclatón de seda, teñido de púrpura de Tiro[120]En las muñecas llevaba brazaletes de oro trenzado. Tenía la piel oscura, como quien ha vivido toda la vida al calor del sol; era de rasgos correctos, con la nariz un tanto ganchuda, ojos grandes y dientes blancos, y bigotes negros y rizados. En su porte y en su presencia no había reposo, sino fuego impulsivo e impetuoso; y era bravío a la vista, veloz y hermoso como un ciervo en otoño.
A su lado estaba Teshmar, que era el patrón de su nave. Gaslark le dijo:
-¿No es verdad que uno de los tres espectáculos gallardos a la vista en este mundo es un buen navío que camina por los surcos veloces del mar como una reina llena de gracia y belleza, dispersando ante su proa las crestas de las olas en una lluvia resplandeciente?
-Sí, señor -respondió él-; y ¿cuáles son los otros dos?
-Uno que dejé de ver por mi desgracia, y del que sólo ayer tuvimos noticias: contemplar tal batalla de grandes campeones y una victoria tal como la que obtuvo el señor Goldry sobre aquel tirano fanfarrón.
-Creo que veremos la tercera -dijo Teshmar- cuando el señor Goldry Bluszco se case en tu palacio real de Zajé Zaculo entre pompas y grandes fiestas con la joven princesa tu prima; afortunado señor, que lo será de ella a quien todos reconocen como ornato de la tierra, dechado de los cielos y reina de la belleza.
-Los dioses bondadosos hagan llegar con prontitud tal día -dijo Gaslark-. Pues es linda moza en verdad, y esos parientes de Demonlandia son mis amigos más queridos. ¿Dónde estaría hoy yo, y dónde mi reino, y dónde tú y todos vosotros, si no fuera por su gran apoyo en tantas ocasiones?
Al rey se le oscureció algo el ceño por algún pensamiento. Al cabo de un tiempo, empezó a decir:
-Debo tener más grandes hechos: estas empresas triviales, los despojos de Nevria, la persecución de los escamocianos de piel oscura, son juegos indignos de nuestro gran nombre y fama entre las naciones. Quisiera hacer algo que pasme y aturda al mundo, como hicieron los demonios cuando limpiaron la tierra de ghouls, antes de que yo baje al silencio.
Teshmar miraba hacia el sur. Señaló con la mano:
-Allí navega un gran navío, oh rey. Y creo que tiene un aspecto extraño.
Gaslark lo miró detenidamente un instante y viró inmediatamente el timón y navegó hacia él. No dijo palabra, mirándolo siempre mientras navegaba, advirtiendo cada vez más detalles de aquel navío al reducirse la distancia. La vela de seda le colgaba de la entena hecha jirones; remaban débilmente, como el que anda a tientas en la oscuridad, apenas con la fuerza suficiente para evitar que fuese a la deriva arrastrado por el viento con la popa por delante. Así se movía por la superficie del mar, como alguien atontado por un golpe, dudando su derrota o el rumbo hacia su puerto. Parecía un objeto que ha pasado por la llama de una vela monstruosa, pues estaba quemado y sucio de hollín. Su orgulloso mascarón de proa estaba aplastado, como aplastado estaba su alto castillo de proa, y el maderamen tallado de la popa, y los hermosos asientos que había en la misma estaban quemados y astillados. Hacía agua de tal manera, que veinte de la tripulación tenían que estar siempre achicando para mantenerlo a flote. De sus cincuenta remos, la mitad estaban rotos o se habían perdido a la deriva, y muchos de los que navegaban en el navío estaban heridos, y algunos estaban muertos bajo los bancos.
Y, al acercarse, el rey Gaslark advirtió que allí estaba el señor Juss, en la popa destrozada, manejando el gobernalle, y junto a él estaban Spitfire y Brándoch Dahá. Sus brazos enjoyados y sus ricos atuendos estaban negros de hollín apestoso, y parecía que en ellos se unían y se combinaban tan completamente la admiración, el dolor y la ira, que ninguna de las tres pasiones era capaz de abrirse camino entre las demás y manifestarse en sus gestos helados.
Cuando estuvieron al alcance de la voz, Gaslark los saludó. No le respondieron, y se limitaron a mirarle con ojos ausentes. Pero detuvieron la nave, y Gaslark se amarró a su banda y subió a bordo, llegó a la popa y les saludó. Y dijo:
-Bien hallados seáis en una mala hora. ¿Qué ha sucedido?
El señor Juss hizo gesto de hablar, pero no pronunció sonido alguno. Tomó a Gaslark de ambas manos y se sentó en la popa con un gran gemido, apartando la mirada. Gaslark dijo:
-Oh Juss, después de tantas veces como has participado de mis males y me has socorrido, ¿no es justo que yo participe de los tuyos?
Pero Juss respondió con voz alterada:
-¿Míos dices, oh Gaslark? ¿Qué hay en el mundo establecido que sea mío, cuando yo me quedo así en un momento sin el que era las entretelas de mi corazón, mi hermano, la fuerza de mi brazo, la ciudadela principal de mis dominios? -y rompió a llorar con gran pasión.
Al rey Gaslark se le clavaron los anillos en la carne de los dedos por la fuerza con que lo asía Juss con sus fuertes manos. Pero apenas advirtió el dolor, tal era la agonía de su dolor por la pérdida de su amigo, y la amargura y la maravilla de contemplar a aquellos grandes señores de Demonlandia llorando como mujeres asustadas, y con ellos a toda la tripulación del navío, hombres probados en la guerra, llorando y gimiendo. Y Gaslark vio claramente que sus ánimos señoriales habían quedado desconcertados durante cierto tiempo por algún hecho tremendo, cuyos destrozos contemplaba terriblemente con sus propios ojos, pero cuyos detalles todavía le resultaban oscuros, con un espanto dentro de su oscuridad que bien podía hacer temblar su corazón.
A fuerza de muchas preguntas, acabó por enterarse de lo que había acaecido: cómo, el día anterior, en pleno mediodía, en un mar de verano como aquél, habían oído un ruido como el batir de unas alas que abarcasen de un extremo del cielo al otro, y en un momento el mar tranquilo se había levantado y vuelto a caer, y todo el mar había golpeado y rugido, pero la nave no se había hundido. Y había habido a su alrededor un tumulto de truenos y aguas tempestuosas, y noche negra y relámpagos en la noche; y, después de pasar aquello y una vez disipada la oscuridad, el mar había quedado solitario hasta donde alcanzaba la vista.
-Y nada es más cierto -dijo Juss- que era un enviado del rey Gorice XII, del que dijeron los augures que sería un gran artífice de la necromancia, mayor que ningún otro que se haya visto en este mundo. Y ésta es su venganza por los males que causamos a Brujolandia en las islas de Foliot. Contra estos peligros, yo había preparado ciertos amuletos hechos de la piedra alectoria[121]que crece en el buche de un gallo salido del cascarón en una noche sin luna, cuando Saturno arde en un signo humano y el señor de la tercera casa está en el ascendiente. Estos nos salvaron de la destrucción, aunque muy maltratados; a todos salvo a Goldry. Por algún azar maldito, ya fuera porque olvidase ponerse el amuleto que le di, porque se le rompiese la cadena con las sacudidas de la nave, o porque se le perdiera por otra causa cualquiera, cuando volvió la luz del día, sólo estábamos tres en esta popa, donde habíamos estado cuatro. No sé más.
-Oh Gaslark -dijo Spitfire-, nos han robado a nuestro hermano; sin duda, es misión nuestra buscarlo y liberarlo.
Pero Juss gimió y dijo:
-¿Por cuál estrella del cielo jamás escalado quieres empezar tu búsqueda? ¿0 por cuál de las corrientes secretas del océano, donde los últimos rayos verdes se ahogan en la oscuridad cenagosa?
Gaslark guardó silencio durante un rato. Después dijo:
-Creo que lo más probable es esto: que Gorice ha arrastrado a Goldry Bluszco a Carcé, donde lo tiene cautivo con fuertes prisiones. Y allí debemos dirigirnos.
Juss no respondió palabra. Pero Gaslark le tomó la mano y dijo:
-Nuestro antiguo amor y vuestros frecuentes socorros a Goblinlandia en días pasados hacen que ésta sea también empresa mía. Oíd ahora mi consejo. Cuando navegué desde el este a lo largo del estrecho de Rinath, contemplé una poderosa armada de cuarenta velas que se dirigía hacia el este, a la mar Beshtriana. Felizmente, no nos vieron a nosotros, ya que estábamos refugiados junto a las islas de Ellien y caía la tarde. Al fondear luego en Norvasp de Trasgolandia, supimos que se trataba de Laxus con toda la flota de Brujolandia, que pretendían hacer maldades entre las ciudades pacíficas de la costa beshtriana. Y tan feliz encuentro sería el de un antílope con un león devorador, como hubiera sido el mío y de mis siete navíos en alta mar con aquellos malvados tan fuertes. Pero contemplad ahora lo abierta que queda la puerta para nuestros deseos. Dudo que queden ahora en Carcé más de ciento ochenta o dos centenares de hombres de armas. Yo tengo aquí casi quinientos de los míos. Jamás hubo oportunidad mejor que ésta de encontrar al
de Brujolandia con las garras debajo de la mesa, y podemos arañarle la cara soberanamente antes de que los haga volver. -Y Gaslark se rió por la alegría del combate, y exclamó-. Oh Juss, ¿no sonríes al oír este consejo mío?
-Gaslark -dijo el señor Juss-, has presentado esta oferta con nobleza y con esa mano y corazón abiertos que he amado en ti desde hace mucho tiempo. Pero no se vencerá así a Brujolandia, sino tras largos días de trabajos, y de trazas, y de construir navíos, y de reunir huestes iguales a la fuerza que tuvimos hace poco contra los ghouls cuando los destruimos.
Ni con toda su insistencia pudo Gaslark convencerle en lo más mínimo.
Pero Spitfire se sentó junto a su hermano y le dijo aparte:
-Deudo, ¿qué tienes? ¿Se ha aplastado todo el corazón de Demonlandia y su presteza, y no nos queda sino la piel inútil y sin sustancia? Eres muy distinto de como has sido siempre, y, si el de Brujolandia nos viera, bien podría juzgar que se ha apoderado de nosotros un miedo vil, al ver que, teniendo tan afortunadamente de nuestra parte la ventaja de fuerzas, dudamos en golpearlos.
-Lo que sucede es que dudo de la constancia de los goblins -dijo Juss al oído de Spitfire-. La llama repentina de su valor se parece demasiado al fuego de hojas secas, y no es de fiar en cuanto se encuentren con resistencia. Por eso me parece una locura confiar en ellos como fuerza principal para atacar Carcé. Además, es una loca fantasía creer que Goldry haya sido transportado a Carcé.
Pero Spitfire dio un salto entre juramentos y exclamó:
-Oh Gaslark, mejor harías en volverte a tu casa de Goblinlandia. Pero nosotros navegaremos abiertamente a Carcé y pediremos audiencia al gran rey, suplicándole que nos permita besarle el pie, y reconociendo que él es nuestro rey y nosotros sus hijos malcriados y desobedientes. Así, quizá nos devuelva a nuestro hermano cuando nos haya castigado, y quizá tenga la misericordia de enviarnos a nuestros hogares en Demonlandia, para que allí sirvamos a Corsus o al vil Corinius, o al que haya instalado en Galing como virrey suyo. Pues con Goldry se ha marchado de Demonlandia toda la hombría, y los que quedamos somos unos gallinas y dignos de burlas y de que nos escupan.
Mientras Spitfire hablaba así, con ira y dolor de corazón, el señor Brándoch Dahá caminaba de proa a popa por la crujía y se revolvía como hace la pantera enjaulada cuando se retrasa mucho la hora de su comida. Y a veces echaba mano de la empuñadura de su espada larga y reluciente y la hacía sonar dentro de la vaina. Al fin, puesto de pie ante Gaslark y contemplándolo con mirada burlona, dijo:
-Oh Gaslark, esto que ha acaecido engendra en mí una perturbación cruel que saca mi espíritu fuera de mí, suscita una tempestad en mi mente y prepara mi cuerpo para la melancolía y para la misma locura[122]La única cura de esto es el combate. Por lo tanto, si me amas, Gaslark, saca la espada y defiéndete. Debo pelear, o esta pasión me matará del todo. Es lástima sacar la espada contra el amigo, pero, si no podemos pelear con nuestros enemigos, ¿qué nos queda?
Gaslark rió y lo tomó de los brazos alegremente, diciendo:
-No lucharé contra ti por bien que me lo pidas, Brándoch Dahá, que salvaste a Goblinlandia de los brujos. -Pero luego se volvió a poner serio y dijo a Juss-: Cede, oh Juss. Ya ves el ánimo de tus amigos. Todos nosotros estamos como sabuesos, tirando de la correa esperando que nos suelten contra Carcé en este momento feliz que es difícil que vuelva a venir.
Y, cuando el señor Juss advirtió que todos estaban contra él y que pedían con ardor emprender aquella empresa, sonrió y dijo:
-Oh hermano y amigos míos, ¿qué ecos y qué reclamos de codornices os habéis vuelto, pues intentáis adquirir la sabiduría imitando su voz? Pero estáis locos como las liebres en marzo, todos y cada uno de vosotros, y yo también lo estoy. Si rompemos el hielo en una parte, se rajará en las demás. Y en verdad que no me importa mucho mi vida ahora que ya no está Goldry conmigo. Echemos suertes, por lo tanto, para decidir cuál de nosotros tres navegará hacia nuestra tierra de Demonlandia en este navío, que ya no es sino un pato herido desde la llegada de aquel enviado. Y al que caiga la suerte deberá navegar hacia casa y allí concertará la reunión de una armada poderosa y de fuerzas para llevar adelante nuestra guerra contra los brujos.
Así habló el señor Juss, y a los que no hacía sino una hora corta se sentían en tal extremo que no tenían esperanza de sanar ni de vivir, se les elevaron los ánimos como en una embriaguez, y sólo pensaban en la alegría del combate.
Los señores de Demonlandia marcaron cada uno su piedrecilla y la arrojaron en el yelmo de Gaslark, y Gaslark sacudió el yelmo, y saltó de éste la piedrecilla del señor Spitfire. Grande fue su furia. Y los señores de Demonlandia se quitaron las armaduras y los arreos costosos que estaban negros de hollín, y mandaron que los limpiasen. Sesenta de sus hombres de armas que habían salido indemnes de manos del enviado subieron a bordo de uno de los navíos de Gaslark, y la tripulación de dicho barco se hizo cargo del navío de Demonlandia, y Spitfire tomó el gobernalle, y los demonios que estaban heridos yacían en la bodega de la cóncava nave. Sacaron una vela de repuesto y la izaron en lugar de la que estaba destruida; así, con gran descontento pero con rostro alegre, el señor Spitfire navegó hacia el oeste. Y el rey Gaslark se sentó junto al gobernalle de su hermoso dragón de guerra, y junto a él el señor Juss y el señor Brándoch Dahá, que era como un caballo de guerra impaciente por entrar en combate. Su proa apuntó al norte y fue girando hasta dirigirse al este, y su vela bordada de flores del vientos[123]golpeó el mástil y se hinchó con el viento del noroeste, y los otros seis lo siguieron en línea, hacia delante, con las seis velas blancas desplegadas, marchando con majestad sobre las anchas olas.
De cómo el reyGaslark dirigió el ataque a Carcé en la oscuridad,
y de cómo le fue en el mismo,
y de la gran resistencia del señor Juss y el señor Brándoch Dahá.
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