La serpiente Uroboros, por Eric Rucker Eddison (página 6)
Enviado por Ing.Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
Y, por el amor que tenía a su hermana Prezmyra y por su antigua amistad con Brujolandia, el príncipe mandó a sus hombres que sólo lucharan para dominar a los brujos, sin matar a ninguno si ello era posible, y les conminó a que no hicieran daño al señor Córund, so pena de la vida. Y, cuando los hubieron sobrepujado, La Fireez mandó a algunos de sus hombres que tomaran jarras de vino y lo arrojaran con fuerza a la cara de Córund y a sus hombres, mientras otros los amenazaban con las puntas de sus armas, hasta que cayeron derribados con la fuerza del vino que tenían tanto por fuera como por dentro. Y bloquearon la gran puerta del salón con los bancos y con las mesas y sus pesados caballetes de roble, y La Fireez encargó a Elaron que defendiera la puerta con la mayoría de los de su séquito, y puso guardias por fuera de cada ventana, para que nadie pudiera salir del salón.
El príncipe tomó hachones[163]y se dirigió con otros seis al salón viejo de banquetes, rindió a la guardia, forzó las puertas y se encontró ante el señor Juss y el señor Brándoch Dahá, que estaban colgados de las paredes por sus grillos uno junto al otro. Se quedaron algo deslumbrados por la luz de los hachones, pero el señor Brándoch Dahá habló y saludó al príncipe, y su tono burlón, altanero y descuidado apenas parecía hueco, a pesar de todo el hambre padecida y de su larga vigilia y de las cuitas y trabajos de su tribulación.
-¡La Fireez! -dijo-. Nunca rompió el alba hasta hoy[164]Creí que eras un turón fingido formado en henos y pantanos, engendro de Brujolandia, que volvía para dirigirnos burlas y rechiflas.
La Fireez le contó lo que había sucedido, y dijo:
-La ocasión vuela. Os libero con esta condición: que salgáis conmigo de Carcé inmediatamente, y que no busquéis vengaros de los brujos esta noche.
Juss asintió a esto, y Brándoch Dahá rió y dijo:
-Príncipe, te quiero tanto que no te puedo negar nada, aunque fuera que me afeitase la mitad de la barba, que vistiera de fustán hasta el tiempo de la cosecha, que durmiera vestido y que charlara de necedades piadosas con el perrillo faldero de mi dama durante siete horas cada día. Esta noche somos completamente tuyos. Espéranos sólo un instante: esta comida tiene tan buen aspecto, que no podemos dejar de probarla después de mirarla tanto tiempo. Además, sería una descortesía dejarla así.
Y, ya libre de sus cadenas, comió una gran tajada de pavo y tres codornices deshuesadas y servidas en gelatina, y Juss comió una docena de huevos de chorlito y una perdiz fría. El señor Brándoch Dahá dijo:
-Te lo ruego, Juss, rompe las cáscaras de los huevos cuando acabemos de comer, no sea que algún hechicero grabe o escriba en ellas tu nombre, para hacerte así algún mal. -Y, sirviéndose una copa de vino, se la bebió, y, mientras volvía a llenarla, dijo-: ¡Que me pierda si éste no es mi propio vino de Krothering! ¿Habéis visto algún huésped más solícito que el rey Gorice? -Y, antes de beber la segunda copa, la alzó ante el señor Juss, diciendo-: Volveré a beber contigo en Carcé cuando el rey de Brujolandia y todos sus señores estén muertos.
Después tomaron sus armas, que estaban sobre la mesa, allí colocadas para que afligieran sus almas y sin creer que pudieran volverlas a tomar; y, alegres de corazón, aunque algo entumecidos los miembros, salieron de aquel salón de banquetes con La Fireez. Cuando llegaron al patio, Juss habló y dijo:
-Aquí, nuestro honor podría contenernos incluso si no hubiéramos cerrado trato alguno contigo, La Fireez. Pues sería vergonzoso para nosotros caer sobre los señores de Brujolandia cuando están borrachos e incapaces de hacernos frente en combate igual. Pero, antes de irnos de Carcé, registremos esta fortaleza buscando a
mi deudo Goldry Bluszco, pues sólo por él y con esperanza de encontrarlo emprendimos este viaje.
-Convengo en ello, siempre que no toquéis cosa alguna sino a Goldry si dais con él -dijo el príncipe.
Y, después de encontrar unas llaves, registraron todo Carcé, llegando incluso ala cámara temible donde el rey había pronunciado sus conjuros, y a los sótanos y bodegas bajo el río. Pero de nada les sirvió.
Estaban de pie en el patio a la luz de las antorchas cuando salió a un balcón la señora Prezmyra con su vestido de noche, inquieta por el ruido del registro. Parecía etérea como una nube flotando por la noche balsámica, como una nube tocada del hálito de la luna que no ha salido.
-¿Qué transformación es ésta? -dijo-. ¿Demonios sueltos por el patio?
-Sosiégate, querida mía -dijo el príncipe-. Tu esposo está a salvo, y creo que todos los demás también; salvo el rey, que está descalabrado, cosa que lamento, y que se curará pronto sin duda alguna. Todos yacen esta noche en el salón de banquetes, pues están demasiado cargados de sueño por el festín para pasar a sus aposentos.
-Mis temores se hacen realidad. ¿Has roto con Brujolandia? -exclamó Prezmyra.
-Eso no puedo juzgarlo -respondió él-. Mañana les dirás que no hice nada movido por el odio, ni nada a lo que no me obligaran las circunstancias. Pues no soy tan cobarde ni tan villano de dejar enjaulados a mis amigos mientras me quedan fuerzas para luchar por su libertad.
-Debéis salir de Carcé de inmediato -dijo Prezmyra-, en este mismo instante. Mi hijastro Hacmon, que fue enviado a reunir fuerzas para asustarte si era preciso, ya cabalga hacia aquí desde el sur con una gran compañía. Tus caballos están frescos, y bien podéis ganar la delantera a los hombres del rey si os persiguen. Vete, si no quieres abrir entre nosotros un río de sangre.
-Entonces, adiós, hermana. Y no dudes que estas escisiones entre Brujolandia y yo pronto quedarán arregladas y olvidadas.
Así habló el príncipe con voz alegre, aunque afligido de corazón. Pues bien imaginaba que el rey nunca le perdonaría aquel golpe, ni que le hubiera robado la presa.
Pero ella dijo tristemente:
-Adiós, hermano mío. Y mi corazón me dice que no te veré más. Cuando sacaste de su prisión a estos dos, arrancaste dos mandrágoras que traerán dolor y muerte[165]a ti y a mí, y a toda Brujolandia.
El príncipe calló, pero el señor Juss hizo una reverencia a Prezmyra y dijo:
-Señora, estas cosas están en el regazo del destino. Pero no creas que, mientras tengamos vida y aliento, dejaremos de apoyar a tu hermano el príncipe. Sus enemigos serán enemigos nuestros, en recuerdo de esta noche.
-¿Lo juras? -preguntó ella.
-Señora, te lo juro a ti y se lo juro a él -respondió él.
La señora Prezmyra se retiró tristemente a su cámara. Y al poco tiempo oyó los cascos de sus caballos sobre el puente, y, asomándose, los vio galopar por el camino de los reyes, pálidos a la luz cobriza de la luna menguante que salía sobre Trasgolandia. Así quedó sentada junto a la ventana de la alta alcoba de Córund, mirando por ella, mientras transcurría la noche, mucho después de que los señores de Demonlandia y los hombres de su hermano se hubieran perdido de vista, mucho después de que hubiera dejado de resonar en el camino el último casco. Al cabo de un tiempo, se oyeron por el sur nuevos cascos de caballos, y un ruido como el de muchos que cabalgan juntos; y ella supo que era el joven Hacmon, que volvía de Permio.
La primera expedición a Duendelandia
De la llegada de los demonios a sus casas, y de cómo supo el señor Juss
por un sueño dónde debía buscar noticias de su querido hermano,
y de cómo se reunieron en consejo en Krothering
y decidieron emprender su expedición a Duendelandia.
La noche del solsticio de verano, de ambrosía, con ciclatón de estrellas, caminaba sobre el mar cuando el barco que conducía a los demonios a sus hogares se acercaba al final de su viaje. Los mantos del señor Juss y del señor Brándoch Dahá, que dormían en la popa, estaban húmedos de rocío. Navegaron apaciblemente durante aquella noche encantada, en la que los vientos se habían quedado dormidos y no se oía nada más que las olas que hablaban bajo la quilla del barco, la canción cadenciosa e invariable del timonel, y el crujido, el zambullido y el chapoteo de los remos, que seguían la cadencia de su canto. vega brillaba como un zafiro cerca del cenit, y Arturo estaba bajo hacia el noroeste, como un faro colocado sobre Demonlandia. Fomalhaut salía del mar en el remoto suroeste, esplendor solitario en la región oscura de Capricornio y de Piscis.
Así remaron hasta que rompió el día y surgió un viento ligero, fresco y potente. Juss despertó, y se puso de pie para recorrer con la mirada la superficie gris y vidriosa del mar que se extendía hasta vastas distancias en las que el cielo y el agua se confundían en uno. A popa, grandes nubes cubrían las puertas del día, hirviendo hacia arriba para formar riscos de vapores vinosos y penachos ardientes con la salida del sol. Por los espacios sin mancha del cielo, sobre éstos navegaba la luna bicorne, frágil y pálida como una flor blanca de espuma que el aire ha arrancado de las olas[166]Hacia el oeste, frente al humo tormentoso del alba, los riscos lejanos y delgados de Kartadza eran como cristal tallado contra el cielo: la primera isla centinela de Demonlandia, la de las muchas montañas, con sus acantilados más altos iluminados de oro pálido y amatista mientras las alturas inferiores estaban oscuras, envueltas entre los pliegues de la noche. Y, al despuntar el día, las neblinas que rodeaban las faldas de la montaña se levantaron en masas ondulantes que crecían, menguaban y volvían a crecer, perturbadas por los vientos
porfiados que la mañana despertaba en la ladera encajonada y desperdigadas por ellos en mechones y en jirones. Algunos eran arrastrados hacia arriba, ascendiendo por los grandes barrancos de las rocas bajo el pico, mientras de vez en cuando una bocanada de nube ondeaba libremente durante un rato, flotaba como dispuesta a volar al cielo, y luego volvía a caer indolentemente hasta la ladera de la montaña para cubrirla con una capa insustancial de vapor dorado. Y ya se veía claramente toda la costa occidental de Demonlandia, cincuenta millas o más desde Northhouse Skerries, pasando por los Drakeholms y las lomas bajas de Kestawick y de Byland,
más allá de las cuales se alzan las montañas del Scarf, pasando por la silueta quebrada de los Thombacks y los lejanos picos de Neverdale que dominan las costas boscosas de Onwardlithe y Tivarandardale inferior, hasta el promontorio de la tierra más al Sur, pálido y neblinoso por la distancia, donde la gran cordillera de Rimon Armon sumerge en el mar su último baluarte bravío.
Como un amante que contempla a su amada, así contemplaba el señor Juss a Demonlandia que surgía del mar. No pronunció palabra hasta que llegaron ante la ría de Lookinghaven y tuvieron a la vista el lugar donde, más allá del promontorio puntiagudo, se abría el estrecho entre Kartadza y la tierra firme. Aunque el mar exterior se hallaba en calma, el aire del estrecho estaba impregnado de la espuma de las aguas que se agitaban entre los arrecifes y los bajíos. Pues la marea corría por aquel estrecho como por el caz de un molino, y su rugido se oía a dos millas, donde navegaban ellos. Juss dijo:
-¿Recuerdas cómo conduje a la escuadra de los ghouls a aquellas fauces? No te lo quise decir por vergüenza, pero estaba fuera de mí. Hoy es el primer día, desde que cayó sobre nosotros el enviado, que no he deseado que me hubieran tragado a mí también los freos de Kartadza para terminar la vida junto a los ghouls malditos.
El señor Brándoch Dahá le dirigió una mirada rápida y calló. En poco tiempo llegó el navío a Lookinghaven y atracó junto al muelle de mármol. Allí estaba Spitfire entre su gente, diciendo:
-Tenía todo preparado para llevaros a casa en triunfo a los tres desde el barco, pero Volle lo desaconsejó. Me alegro de haber seguido su consejo y de haber guardado las cosas que tenía preparadas. Ahora me estarían hiriendo el corazón si las viera.
-Oh hermano mío -1e respondió Juss-, este ruido de martillos en Lookinghaven y esas diez quillas colocadas sobre las gradas de las atarazanas me muestran que, desde que llegaste a casa, te has ocupado de cosas más adecuadas a nuestras necesidades que las hojas de laurel y los instrumentos alegres.
Y montaron a caballo, y, mientras cabalgaban, relataron a Spitfire todo lo que había sucedido desde que salieron rumbo a Carcé. De aquel modo se dirigieron al norte, dejando atrás la bahía, y superaron la lengua de Havershaw hasta llegar a Beckfoot, donde tomaron el camino superior que asciende hasta Evendale, cerca de los despeñaderos del pico Starksty, y así llegaron a Galing un poco antes del mediodía.
La roca negra de Galing está al final de la estribación que desciende de la cresta sur del Drakeholm menor, separando a Brankdale de Evendale. Por tres lados de los muros del castillo caen en picado los precipicios hasta los bosques espesos de robles y de abedules y de serbales que alfombran las llanuras del fondo del valle de Moongarth y empluman las paredes de la hoz por donde se despeña el torrente de Brankdale en cascada tras cascada. Sólo por el nordeste podría llegar al castillo una criatura que no tuviese alas, por un paso montañoso suave y cubierto de hierba de menos de un tiro de piedra de ancho. Por aquel paso transcurre la senda empedrada que va del camino de Brankdale a la puerta del León, y detrás de esta puerta está el jardín con la avenida de césped entre los tejos donde había estado Lessingham con el martinete hacía nueve semanas, a su llegada a Demonlandia.
Cuando cayó la noche y hubieron cenado, Juss caminó solo por el adarve de su castillo, contemplando las constelaciones que brillaban en el cielo sin luna sobre las sombras poderosas de las montañas, escuchando el ulular de los búhos y el tañido lejano de los cencerros de las vacas, y respirando la fragancia que subía del jardín al viento de la noche, que incluso en pleno verano tenía el fuerte sabor de las montañas y del mar. Estas visiones y aromas y voces de la noche sagrada lo cautivaron tanto, que sólo faltaba una hora para la medianoche cuando bajó del adarve y llamó a los siervos soñolientos para que le iluminaran el camino hasta su cámara en la torre sur de Galirag.
Hermosa maravilla era la gran cama con dosel del señor Juss. construida de oro macizo y con cortinas de tapices azules oscuros en los que estaban representadas las flores del sueño.
En el dosel situado sobre la cama había un mosaico de piedras menudas[167]azabache, serpentina, jacinto oscuro, mármol negro, sanguinaria y lapislázuli, tan confundidas en un laberinto de tonos y lustres variados, que podían remedar el cielo palpitante de la noche. Y allí estaba la semejanza de la constelación de Orión, a la que Juss consideraba guardiana de sus fortunas, cuyas estrellas, como las que estaban bajo el palio dorado del salón de audiencias, eran joyas que brillaban con su luz propia y que relucían en la oscuridad. Pues Betelgeuse era un rubí brillante, y un diamante representaba a Rigel, y las demás estrellas eran topacios. Los cuatro postes de la cama eran del grosor del brazo de un hombre en su parte superior, pero su parte inferior era tan gruesa como la cintura de un hombre, y estaban tallados con imágenes de pájaros y de bestias: al pie de la cama había un león como símbolo de valor, y un búho como símbolo de sabiduría, y a su cabeza había un alano[168]que representaba la fidelidad del corazón y un martín pescador que re-
presentaba la felicidad. En la cornisa de la cama y en los paneles sobre la almohada y contra la pared estaban talladas las hazañas de Juss; y el último grabado representaba la batalla naval contra los ghouls. A la derecha de la cama había una mesa con libros antiguos de canciones, y libros sobre las estrellas, las hierbas y las bestias, y relatos de viajeros, y allí le gustaba a Juss dejar su espada, a su lado, mientras dormía. Todas las paredes estaban cubiertas de paneles de maderas de suave olor, en los que estaban colgadas armaduras y armas. Contra la pared había grandes cofres y bargueños herrados de oro[169]en los que guardaba sus ricos atavíos. Había ventanas abiertas al oeste y al sur, y en cada alféizar había un tiesto de jade paleste lleno de rosas blancas; y el aire de la alcoba estaba cargado de su aroma.
Hacia la hora de canto del gallo, vino un sueño al señor Juss, y se le puso junto a la cabeza y le tocó los ojos de manera que creyó que despertaba y dirigía la mirada alrededor de la cámara. Y le pareció que veía una bestia maligna que ardía como un dragón y que se movía por su cámara, con muchas cabezas, la más venenosa que había visto en su vida, y rodeada de cinco crías suyas, iguales a ella misma pero menores. A Juss le pareció que, en lugar de su espada, había en la mesa junto a su cama una gran lanza de buena labor, y le pareció en su sueño que aquella lanza había sido suya toda su vida y que era su mayor tesoro, y que con ella podría conseguir todas las cosas, y sin ella apenas nada. Intentó extender la mano hasta la lanza, pero alguna fuerza lo retenía de tal modo que no podía moverse por mucho que lo intentaba. La bestia tomo la lanza con sus fauces y salió con ella de la cámara. A Juss le pareció que la fuerza que lo retenía desaparecía al desaparecer la bestia, y saltó y tomó armas de la pared y atacó a las crías de aquella bestia feroz, que estaban rasgando las colgaduras tejidas y estropeando con su aliento de fuego la figura del martín pescador que estaba en la cabecera de su cama. Toda la cámara estaba llena de olor a quemado, y pensó que estaban con él en la cámara sus amigos, Volle y Vizz y Zigg y Spitfire y Brándoch Dahá, luchando contra las bestias, y las bestias los vencían. Entonces le pareció en su sueño que el poste de la cama que estaba tallado a semejanza de un búho le hablaba con voz humana; y el búho dijo:
-Oh necio, sufrirás grandes penas sin fin si no recuperas la lanza. ¿Has olvidado que es tu mayor tesoro y el más digno de tu cuidado?
Entonces regresó a la cámara aquella bestia torva y espantosa, y Juss la atacó mientras gritaba al búho:
-Búho descortés, ¿dónde debo encontrar la lanza que me ha escondido esta bestia?
Y le pareció que el búho respondía:
-Pregunta en el Koshtra Belorn.
El sueño del señor Juss fue tan tumultuoso, que se cayó de la cama y se despertó sobre las alfombras de piel de ciervo que había en el suelo, y su mano derecha asía el pomo de su gran espada, que estaba sobre la mesa junto a su cama, en el lugar donde había visto la lanza en el sueño. Quedó muy impresionado; y se vistió de inmediato y, atravesando los pasillos oscuros, llegó a la cámara de Spitfire, y se sentó en su cama y lo despertó. Y Juss le contó su sueño y dijo:
-Creo que estoy libre de toda culpa en esto, pues, desde aquel día, mi único cuidado ha sido cómo encontrar a mi querido hermano y cómo volver a traerlo a casa, y sólo entonces descargar mi furia sobre los brujos. Y ¿quién era la lanza de mi sueño sino Goldry? Esta visión de la noche nos enciende una luz que nos deberá guiar. Me invitó a que preguntase en el Koshtra Belorn, y no descansaré hasta que haya hecho eso, ni pensaré siquiera en otra cosa.
Spitfire respondió y dijo:
-Eres nuestro hermano mayor, y te seguiré y te obedeceré en todo lo que hagas.
Entonces Juss se dirigió a la cámara de invitados, donde dormía el señor Brándoch Dahá, y lo despertó y le contó todo. Brándoch Dahá se acercó a él bajo las sábanas y le dijo:
-Déjame quedarme aquí y dormir dos horas más. Después, me levantaré, me bañaré, me vestiré y me desayunaré, y luego tomaré consejo contigo y te diré algo que será para tu bien. No había dormido en cama de pluma de ganso con sábanas de holanda desde hacía muchas semanas. Si me incomodas ahora, voto a los dioses
que tomaré mi caballo y me iré a Krothering por el Stile, y dejaré que os vayáis al infierno tú y tus asuntos.
Juss rió al oír esto y lo dejó tranquilo. Y más tarde, cuando hubieron comido, pasearon por un lugar cubierto de emparrado, donde el aire era fresco y la sombra púrpura sobre el camino estaba moteada de jirones brillantes de luz del sol. El señor Brándoch Dahá decía:
-Sabes que el Koshtra Belorn es una gran montaña, junto a la cual nuestras montañas de Demonlandia parecerían simples colinas sin importancia, y que está en las partes más remotas de la tierra, más allá de los desiertos de Duendelandia Superior, y que se puede buscar durante todo un año entre los países poblados del mundo sin encontrar a un alma viviente que la haya visto de lejos siquiera.
-Todo eso lo sé -dijo el señor Juss.
-¿Está completamente empeñado tu corázón en este viaje? -preguntó el señor Brándoch Dahá-. ¿O no es absurdo, y agradable para nuestros enemigos, que huyamos así a tierras lejanas y peligrosas por la indicación de un sueño, más que vengarnos ahora mismo del de Brujolandia por el ultraje que ha cometido con nosotros?
-Mi cama -le respondió Juss- está bendecida con hechizos de tal virtud que ningún sueño malvado que haya volado a través de la puerta de marfil ni ninguna brujería dañina tienen poder para perturbar el sueño del que duerme en ella. Este sueño es verdadero. Hay tiempo de sobra para Brujolandia. Si no quieres venir conmigo al Koshtra Belorn, deberé ir sin ti.
-Basta -dijo el señor Brándoch Dahá-. Ya sabes que para ti yo ato mi bolsa con hilo de araña. Entonces, deberemos dirigirnos a Duendelandia, y allí quizá pueda ayudarte. Pues escucha lo que he de decirte. Cuando maté a Gorice X en Goblinlandia, Gaslark me dio, entre otros buenos presentes, una gran curiosidad: un libro o tratado copiado en pergamino por Bhorreon, su secretario, que trata de todos los caminos que van a Duendelandia y de los países y reinos que rayan con el Moruna y sus límites, y de las maravillas que encontró en aquellas tierras. Y todo lo que está escrito en ese libro fue registrado fielmente por Bhorreon según el relato de Gro, el mismo que es ahora de la parcialidad de los de Brujolandia. Mucho honró entonces Gaslark a Gro por sus viajes lejanos y por lo que está escrito en ese libro de maravillas; y éste fue lo primero que hizo concebir a Gaslark aquella expedición a Duendelandia que tanto le costó y que fracasó de manera tan desgraciada. Por lo tanto, si quieres llegar al Koshtra Belorn, ven hoy conmigo a mi casa y te mostraré mi libro.
Así habló el señor Brándoch Dahá, y el señor Juss mandó preparar inmediatamente los caballos y envió mensajeros a Volle, en Kartadza, y a Vizz, en Darklairstead, pidiéndoles que se reunieran con él en Krothering a la mayor brevedad que pudieran. Faltaban cuatro horas para el mediodía cuando Juss, Spitfire y Brándoch Dahá cabalgaron desde Galing y a través de los bosques del valle de Moongarth al pie del lago, tomando el camino principal del Breakingdale, que transcurre junto a la orilla del lago de la luna, bajo los contrafuertes del Scar£ Cabalgaban despacio, pues el sol les daba con fuerza en las espaldas. El lago era cristalino y como una turquesa, y en sus profundidades se reflejaban las laderas vestidas de abedules hacia el este y hacia el norte, y los riscos desnudos y abruptos del Stathfell y el Budrafell, que estaban más allá. A la izquierda de los jinetes, las estribaciones del Scarf se cernían desde las alturas en baluartes amontonados de pórfido negro, como castillos de gigantes; y pequeños valles obturados por rocas gigantescas, entre los que aparecían como pequeñas plantas de jardín los abedules plateados, subían escarpados entre las estribaciones. Al fondo de estos valles aparecían sucesivamente las cumbres principales del Scarf, salvajes y remotas, como si estuvieran frunciendo el ceño hacia abajo, entre sus propias rodillas: el pico Glaumry, el Micklescarf y el Illstack. A mediodía habían subido hasta la cabecera del valle de Breakingdale, y se detuvieron en el Stile, un poco más allá de la divisoria de aguas, bajo la ladera cortada a pico del Ill Drennock. Ante ellos estaba el puerto de montaña, que subía con gran pendiente hacia Amadardale. La orilla inferior del lago Switchwater brillaba desde quince millas al norte o más, casi escondida entre la calina producida por el calor. Más cerca, al noroeste, estaba el lago de Rammerick, en el seno de las colinas de Kelialand, de superficie llana, y las tierras altas orientales de los brezales de Shalgreth, con el mar al fondo; y desde lo profundo del valle, cerca del paraje donde el valle Transdale confluye con el de Amadardale, era posible divisar los tejados de la casa de Zigg, en muchos Arbustos.
Cuando llegaron allí abajo, Zigg había salido de caza. Por lo tanto, dejaron el mensaje a su señora esposa y bebieron una copa junto al caballo y siguieron cabalgando, subiendo el camino de Switchwater, y durante doce millas y más a lo largo de la orilla sur del Switchwater. Así llegaron al Gasthendale, y de allí, rodeando las laderas occidentales de Erngate End, alcanzaron la ladera de Krothering cuando las sombras se alargaban en el atardecer dorado del verano. La ladera descendía suavemente hacia el oeste durante una legua, poco más o menos, hasta llegar al lugar donde yacía bajo el sol la ría de Thunder como oro martillado. Al otro lado de la ría se alzaban los bosques de Westmark, antiguos como el mundo, hacia los riscos de Broksty y Gemsar: un amplio anfiteatro de precipicios desnudos y despeñaderos que cerraban la vista hacia el norte. Arribó, hacia la izquierda, se cernían los precipicios de Erngate End; hacia el sur y el sureste estaba
el mar. Así cabalgaron bajando la ladera, atravesando prados profundos y pacíficos adornados de margaritas de ojo de buey, campánulas, barbas de chivo amarillas y flores de cuchillo, gencianas azules oscuras, agrimonia, mejorana silvestre, y trébol rosado y enredadera y grandes ranúnculos amarillos disfrutando del sol[170]Y en una eminencia tras la cual la tierra caía hacia el mar con mayor pendiente, aparecían las torres de ónice[171]de Krothering, que se erguían sobre bosques y jardines, blancas como la leche contra el cielo y el mar hialino[172]
Cuando estuvieron a sólo media milla del castillo, Juss dijo:
-Mirad: la señora Mevrian nos ha visto de lejos y sale a caballo para acompañarte a tu hogar.
Brándoch Dahá se adelantó a un medio galope para reunirse con ella. Era una señora de complexión ligera, y muy hermosa de ver, de porte valeroso, como un caballo de guerra; de rasgos suaves, frente clara, ojos grises y orgullosos; dulce de habla, pero no era de aquellas que sólo son capaces de pronunciar dulzuras. Su vestido era de seda de color amarillo, con el cuerpo[173]cubierto de una tela como de araña de hilos finos de oro; y llevaba una gorguera de encaje con armazón de alambre de oro y de plata y tachonada de diamantes pequeños. Su cabello era negro como el ala del cuervo, y lo llevaba sujeto con alfileres de oro; y una rosa amarilla que se refugiaba en sus rizos era como la luna que se asoma entre las nubes espesas de la noche.
-Ha habido grandes sucesos, señora hermana mía -dijo el señor Brándoch Dahá-. Desde que nos hicimos a la mar desde aquí, hemos acabado con un rey de Brujolandia y hemos sido huéspedes de otro en Carcé, con poco gusto por nuestra parte. Pronto te referiré todas estas cosas. Ahora, nuestro camino es al sur, hacia Duendelandia, y Krothering no es para nosotros más que un caravanserrallo[174]
Ella hizo volver a su caballo, y cabalgaron todos juntos hasta la sombra de los antiguos cedros que se agrupaban al norte de las praderas de la casa y de sus jardines de placer, majestuosos, con brazos delgados y frente lisa, adustos contra el cielo. A la izquierda, un lago empedrado de lirios dormía fresco bajo olmos poderosos, con un cisne negro junto a la orilla, y sus cuatro pollos sesteando en fila, con las cabezas metidas bajo el ala, de modo que parecían bolas de espuma gris pardusca que flotaban en el agua. El sendero que conducía a la puerta del puente subía el terraplén en zigzag con pendiente pronunciada, entre balaustradas[175]bajas y anchas de ónice blanco, sobre las que había colocadas a intervalos jardineras cuadradas de ónice; en algunas de ellas había rosas amarillas, y en otras, flores maravillosas, grandes y delicadas, con pétalos blancos y frágiles como conchas. Aquellas flores tenían centros profundos y misteriosos, llenos de pelos blandos, y por dentro eran oscuras, de púrpura aterciopelado con rayas negras, de color de sangre y de polvo de oro.
El castillo del señor Brándoch Dahá, sobre el terraplén, estaba rodeado de un foso ancho y profundo. La puerta que estaba delante del puente levadizo era de hierro dorado y ricamente labrado. Las torres y el cuerpo de guardia de la puerta del puente levadizo eran de ónice blanco, como el castillo mismo, y a ambos lados, ante la puerta, había un hipogrifo colosal de mármol, de más de diez varas de altura hasta la cruz[176]y las alas, los cascos y los espolones de los hipogrifos, así como sus crines y los mechones de sus frentes, estaban revestidos de oro, y sus ojos eran carbunclos de aguas muy puras. Sobre la puerta estaba escrito con letras de oro:
Orgullosos y soberbios,
Ya os domeñará
El buen Brándoch Dahá.
Pero relatar siquiera la décima parte de las maravillas ricas y hermosas que había en la casa de Krothering; sus patios frescos y sus columnatas ricas de piedras preciosas y fragantes con especias costosas y flores raras; sus alcobas, donde el espíritu del sueño, atrapado como Afrodita en su red de oro, parecía estar siempre invitando al reposo en sus plumas, y en las que nadie podía permanecer despierto mucho rato sin que el dulce sueño le cerrase los párpados; la Cámara del Sol y la Cámara de la Luna, y el gran salón central con su galería elevada y su escalera de marfil; relatar todo aquello sólo serviría para cargar la imaginación con representaciones en un rato de gloria y esplendor desmesurados.
Nada sucedió aquella noche, salvo la llegada de Zigg antes de la puesta del sol, y, por la noche, la de los hermanos Volle y Vizz, que habían cabalgado sin descanso para obedecer la llamada de Juss. Por la mañana, cuando los señores de Demonlandia se hubieron desayunado, bajaron a los jardines, y la señora Mevrian bajó con ellos. Y en una avenida cubierta de vigas de cedro apoyadas en columnas de mármol, recubiertas, tanto vigas como columnas, de rosas rojas oscuras, se sentaron mirando hacia el este por encima de un jardín hundido. El tiempo era suave y agradable, y había una gruesa capa de rocío sobre los prados de colores claros y que formaban terrazas entre macizos de flores hasta el estanque del centro. El agua formaba un espejo fresco en el que flotaban nenúfares amarillos y carmesíes, abiertos al cielo. Todos los colores verdes y florales brillaban cálidos y límpidos, pero a la vez eran suaves y sombríos, velados por la calina gris de la mañana de verano.
Se sentaron aquí y allá, a su capricho, en sillas y en bancos, junto a una pecera enorme o junto a un jarrón de jade verde oscuro en el que crecían lirios de color de azufre de una belleza lánguida, sus pétalos rizados hacia atrás mostrando las anteras escarlatas; y todo el aire estaba cargado de su dulzura. El gran jarrón de jade era redondo y plano como el cuerpo de una tortuga, abierto por la parte superior donde crecían los lirios. Estaba cubierto de escamas talladas, como si fuera el cuerpo de un dragón, y de un extremo se alzaba la cabeza de un dragón con la boca abierta, y del otro le salía la cola, retorcida hacia delante formando como el asa de una cesta, y en la cola tenía pequeñas patas delanteras y traseras con garras, y una cabeza más pequeña al final de la cola abría la boca hacia abajo y quería morder la cabeza grande. El cuerpo estaba apoyado en cuatro patas, y cada pata era un dragón pequeño erguido sobre las patas traseras, con la cabeza unida al cuerpo principal como se une el muslo o el hombro con el tronco. En la curva del cuello de la criatura, con la espalda apoyada sobre la cabeza del dragón, estaba sentado el señor Brándoch Dahá con gentil soltura, tocando el suelo con un pie y dejando oscilar libremente el otro; y tenía en las manos el libro que le había dado Gaslark hacía años, encuadernado en piel de cabra de color pardo rojizo y en oro. Zigg le veía pasar las páginas ociosamente mientras los demás hablaban. Se inclinó hacia Mevrian y le dijo al oído:
-¿No es tu hermano capaz y digno de dominar y de someter a todo el mundo? Es hombre de sangre y peligros, pero es tan agradable a la vista que maravilla.
Los ojos de ella bailaron.
-Es la pura verdad, señor mío -respondió.
Entonces habló Spitfire y dijo:
-Léenos el libro de Gro, te lo ruego, pues mi alma arde de deseos de partir en este viaje.
-Está escrito de manera algo enrevesada -dijo Brándoch Dahá-, y es condenadamente largo. He pasado la mitad de esta noche hojeándolo, y parece claro que no existe otro camino hasta aquellas montañas si no es cruzando el Moruna, y para cruzar el Moruna (si Gro no miente) sólo hay un camino, que parte del golfo de Muelva: «a XX días de viaje desde el norte por suroeste». Habla de los manantiales que hay junto a este camino, pero dice que en otras partes del desierto no hay manantiales, sino sólo fuentes venenosas donde «el agua surge como de una olla que siempre está hirviendo, y tiene un sabor algo sulfuroso y algo desagradable», y «aquí la tierra no produce planta o hierba alguna, salvo setas u hongos venenosos».
-¿Dirá la verdad? -preguntó Spitfire-. Es un renegado y un felón. ¿Por qué no ha de ser, además, mentiroso?
-Pero es filósofo -respondió Juss-. Lo conocí bien en Goblinlandia en otros tiempos, y considero que no comete falsedades salvo en política. Es de mente sutil, y le agradan sobremanera las intrigas y las maquinaciones, y creo que, cuando interviene en alguna diferencia, siempre se pone de la parte perdedora, por una perversión suya; y esto le ha causado frecuentes infortunios. Pero a mí me parece que debe de decir la verdad en este libro de sus viajes, para ser fiel a su carácter.
La señora Mevrian dirigió al señor Juss una mirada de aprobación, y le chispearon los ojos. Pues le agradaba mucho oír adivinar así las naturalezas de los hombres.
-Oh Juss, amigo de mi corazón -dijo el señor Brándoch Dahá-, tus palabras manan, como siempre, de la verdadera fuente de la sabiduría, y las abrazo y te abrazo a ti. Este libro es una guía que deberemos seguir, no como quiera, sino como guerreros veteranos. Si el buen camino hasta el Morna Moruna sale del golfo de Muelva, ¿no
sería mejor navegar directamente hasta allí y fondear nuestros navíos en aquel golfo, donde la costa y la tierra no están habitadas, antes que viajar hasta algún fondeadero más próximo de Duendelandia Exterior como es la boca de Arlan, donde fuisteis Spitfire y tú hace seis veranos?
-En este viaje no iremos a la boca de Arlan -dijo Juss-. Podríamos divertirnos allí, quizá, si tuviéramos tiempo para pelear con los habitantes malditos, pero cada día de retraso es un día más que está preso mi hermano. Los príncipes y los Faz de los duendes tienen muchas ciudades fortificadas y amuralladas, y torres por toda aquella costa, y allí cerca, en una isla dentro del río Arlan, en Orpish, está el gran castillo de Fax Fay Faz, adonde le hicimos retirarse Goldry y yo desde Lida Nanguna.
-Y es mala costa para encontrar fondeadero -dijo Brándoch Dahá, pasando las hojas del libro-. Como él dice: «Duendelandia mayor comienza en la ribera occidental de la boca del Arlan, y ocupa toda la tierra hasta la cabecera de Sibrion, y desde allí hasta el Corshe, pienso que unos vil centenares de millas, en las que no es favorecida por la naturaleza ni hay buen fondeadero ni puerto para los barcos».
Así que, después de hablar y de estudiar el libro de Gro durante un tiempo, acordaron el plan siguiente: navegarían hasta Duendelandia por el estrecho de Melikaphkhaz y por el mar Didorniano, y fondearían sus barcos en el golfo de Muelva, y, una vez desembarcados allí, se pondrían en marcha directamente a través del desierto hasta Morna Moruna, según el camino que había descrito Gro.
-Antes de dejar el libro -dijo Brándoch Dahá-, oíd lo que dice acerca del Koshtra Belorn. Lo contempló desde el Morna Moruna, del que dice: «El país es accidentado, arenoso, y desnudo de leña y de grano, como un monte lleno de matorrales, páramos y pantanos, con colinas pedregosas. Aquí hay una parte harto frecuentada por las serpientes voladoras; es una parte desnuda, con matojos y arena, y a su lado está el pequeño castillo redondo de Morna Moruna, en el risco de Omprenne, como si estuviera puesto en el límite del mundo, muy maltratado por el tiempo y en ruinas. Este castillo fue asediado en tiempo de guerra, saqueado y destruido por el rey Gorice IV de Brujolandia, en tiempos remotos. Y dicen que vivían en él gentes sin tacha y harto amables, y que Gorice no tuvo causa para usar de ellos con tanta crueldad, pues hizo que todos los de la familia se presentaran ante él y los mandó matar allí mismo, y al resto de los habitantes los despeñó por el alto precipicio. Y pocos fueron los que sobrevivieron a tan alta caída, y éstos huyeron por los bosques vírgenes de Bavvynaune, y sin duda siguen allí con gran pena y miseria. Pretenden algunos que fue por ello que el rey Gorice fue devorado por espíritus en el Moruna con todas sus huestes, de las que sólo quedó un hombre para que pudiera contar todas estas cosas». Y fijaos en esto: «Desde el Morna Moruna contemplé a lo lejos dos grandes montañas que se alzaban sobre Bavvynaune como dos reinas llenas de hermosura sentadas en el cielo, estimo que a XX leguas de distancia, y dominando muchas otras montañas vestidas de hielo. Supe que una de ellas era el Koshtra Belorn y la otra era el Koshtra Pivrarcha. Y las contemplé continuamente hasta la puesta del sol, y fue la más bella visión y la maravilla más brava y hermosa que han visto mis ojos. Después hablé con las pequeñas criaturas que habitan allí en las ruinas y en los arbustos que crecen alrededor, como es mi costumbre, y entre ellos había uno de aquellos pajarillos que llaman martinetes, que tienen las patas tan pequeñas que parece que no las tienen. Y este pequeño martinete, posado en un arbusto que llaman sangüeso[177]me dijo que nadie puede llegar vivo al Koshtra Belorn, pues las manticoras de las montañas le comerán los sesos sin duda alguna antes de que llegue allí. Y, si tuviera la fortuna de escaparse de las manticoras, tampoco podría escalar aquellos grandes despeñaderos de hielo y de rocas del Koshtra Belorn, pues nadie es tan fuerte que pueda escalarlos si no es por arte mágica, y esta montaña tiene la virtud de que en ella no cabe magia alguna, sino sólo la fuerza y la sabiduría, y creo que éstas no bastarían para escalar aquellos precipicios y ríos de hielo».
-¿Qué son esas manticoras[178]de las montañas que se comen los sesos de los hombres? -preguntó la señora Mevrian.
-El libro está tan bien escrito -dijo su hermano-, que la respuesta a tu pregunta se halla en la misma página: «La bestia manticora, vale decir "devoradora de hombres", habita, según oí decir, en las laderas de las montañas bajo los campos de nieve. Son bestias monstruosas, espantables y llenas de horror, enemigas de la humanidad, de color rojo, con hileras de dientes grandes y desmesurados en la boca. Tiene cabeza de hombre, ojos de cabra y cuerpo de león, y tiene pinchos agudos por detrás. Y su cola es como la cola del alacrán. Y está más dispuesta a atacar que las aves a huir. Y su voz es como el rugido de X leones».
-Esas bestias -dijo Spitfire- bastarían para animarme a viajar hasta allí. Te traeré una pequeña, señora, para que la tengas encadenada en el patio.
-Perderías con ello mi amistad para siempre, primo -dijo Mevrian, acariciando las orejas suaves de la pequeña marmota que estaba hecha un ovillo en su regazo-. Las bestias que comen sesos tendrían demasiado alimento en Demonlandia, e infestarían todo el país.
-Envíala a Brujolandia -dijo Zigg-. Cuando se haya comido a Gro y a Córund, podrá hacer una cena ligera con el rey, y luego se morirá de hambre por falta de su alimento natural, afortunadamente.
Juss se alzó de su asiento.
-Spitfire, tú y yo -dijo a Brándoch Dahá- debemos ponernos a trabajar y a acopiar fuerzas, pues ya estamos en el solsticio de verano. Vosotros, Vizz, Volle y Zigg, debéis cuidar nuestras casas mientras nosotros estemos fuera. No podemos ser menos de dos mil espadas en este viaje.
-Volle -preguntó el señor Brándoch Dahá-, ¿cuántos barcos puedes darnos, armados y despalmados, antes de que acabe esta luna?
-Hay catorce a flote -dijo Volle-. Además de éstos, hay diez quillas en las gradas de Lookinghaven, y nueve más que Spitfire acaba de colocar en la playa ante su casa de Owlswick.
-Treinta y tres en total -dijo Spitfire-. Ves que no hemos estado mirando a las musarañas mientras os encontrabais fuera.
Juss paseaba arriba y abajo a grandes zancadas, con el entrecejo fruncido y la mandíbula contraída. Al cabo, dijo:
-Laxus tiene cuarenta velas, dragones de guerra. No soy tan temerario como para adentrarme en Duendelandia sin un ejército, pero es seguro que los que quieren nuestro mal nos harán la guerra si nos encuentran con inferioridad aparente ante su ataque, aquí o fuera.
-De esos diecinueve barcos que se construyen, sólo dos pueden estar a flote antes de que transcurra un mes -dijo Volle-, y sólo siete más antes de seis meses, por mucho que forcemos el trabajo.
-Termina el buen tiempo y mi hermano se consume preso. Debemos navegar antes de que acabe otra luna -dijo Juss.
-Entonces, navegarás con dieciséis navíos, oh Juss -dijo VoIle-; y no nos dejas ni uno solo hasta que podamos concluir y botar otros.
-¿Cómo podemos dejaros así? -exclamó Spitfire.
Pero Brándoch Dahá intercambió una mirada con su señora hermana y quedó satisfecho.
-La decisión está clara -dijo-. Si queremos comernos el huevo, es ocioso que discutamos si hemos de romper la cáscara.
Mevrian se alzó de su asiento riendo, y dijo:
-Entonces, se levanta el consejo, señores míos. -Y se le pusieron serios los ojos y añadió-: ¿Sacarán coplas diciendo que los de Demonlandia, a los que los hombres consideran y tienen por los señores más poderosos del mundo, temieron como ovejas partir para esta empresa alta y necesaria, por miedo a que, estando fuera nuestros mayores capitanes, nuestros enemigos nos pudieran tomar en desventaja en nuestras casas? No se dirá de las mujeres de Demonlandia que fueron de este acuerdo.
Del desembarco del señor Juss y sus compañeros en Duendelandia Exterior
y de su reunión con Zeldornius, Helteranius y Jalcanaius Fostus;
y de las noticias que relató Miuarsh,
y de lo que hicieron los tres grandes capitanes en las colinas de Salapanta.
En el día trigésimo primero después del consejo que se había celebrado en Krothering, la flota de Demonlandia se hizo a la mar desde Lookinghaven: once dragones de guerra y dos grandes navíos de carga, rumbo a los últimos mares de la tierra buscando al señor Goldry Bluszco. Mil ochocientos demonios viajaban en aquella expedición, y entre ellos no había ninguno que no fuera un soldado completo. Remaron con rumbo sur durante cinco días, en un mar sin viento, y al sexto surgieron de entre la niebla, por la banda de estribor, los acantilados de Goblinlandia. Remaron hacia el sur costeando, y al décimo día después de salir de Lookinghaven pasaron ante al cabo de Ozam, y desde allí navegaron cuatro días con viento favorable sobre el mar abierto hacia Sibrion. Pero, cuando hubieron rodeado este promontorio oscuro e iban a tomar rumbo este a lo largo de la costa de Duendelandia mayor, y les faltaban menos de diez días de viaje entre ellos y su puerto en Muelva, los sorprendió de pronto una temible tormenta. Los sacudió durante cuarenta días, con granizo y aguanieve sobre el océano movedizo, sin estrella, sin rumbo, hasta que, en una cruda medianoche de viento y oscuridad y aguas rugientes, el barco de Juss y Spitfire y otros cuatro que iban con él fueron arrastrados a las rocas de una costa a sotavento y se hicieron pedazos. A duras penas, después de haber luchado entre grandes olas durante mucho tiempo, los hermanos ganaron la costa, cansados y magullados. A la luz inhóspita de una aurora húmeda y ventosa, reunieron en la playa a los suyos que se habían escapado
de la boca de la destrucción; y eran trescientos treinta y tres.
Spitfire, al contemplar estas cosas, habló y dijo:
-Esta tierra tiene un aspecto malévolo que me trae algo a la memoria, como cuando uno contempla el agraz[179]y se le llena la boca de agua si lo ha probado alguna vez. ¿Recuerdas esta tierra?
Juss recorrió con la vista la costa baja que se extendía al norte y al oeste, hasta un estuario, y más allá se extendía hacia el oeste hasta que se perdía entre la neblina y el vapor de agua. Volaban aves solitarias sobre la espuma de las olas. Dijo:
-Sin duda, ésta es la boca del Arlan, el peor sitio que yo hubiera escogido para desembarcar con tan pocos hombres. Pero ya demostraremos aquí, como siempre hasta ahora, que todas las ocasiones no son sino pasos por los que ascendemos a una fama mayor.
-Nuestro barco está perdido -exclamó Spitfire-, y los más de nuestros hombres, y, peor todavía, Brándoch Dahá, que vale por diez mil. Sería más fácil para una pequeña hormiga beberse este océano que para nosotros llevar a buen término esta empresa.
Y blasfemó y maldijo, diciendo:
-Maldita sea la maldad del mar, que, después de haber desbaratado nuestro poderío, nos vomita ahora en la costa para nuestra perdición; con ello ha ayudado mucho al rey de Brujolandia, y ha hecho un gran mal al mundo.
Pero Juss le respondió:
-No creas que estos vientos contrarios proceden de la fortuna, ni de la influencia de estrellas malignas y combustivas. Este viento sopla de Carcé. Del mismo modo que estas olas que contemplas tienen todas su retroceso o resaca, así sucede que, después de todos los enviados maléficos, llega una resaca de mala fortuna, que, si bien es cosa menos mortal en esencia, ha ahogado y ha arrastrado a muchos que habían soportado la fuerza de la ola principal. Por eso, desde aquel día hemos estado dos veces cerca de nuestra perdición: la primera, cuando nuestro juicio se nubló por un aturdimiento extraño y atacamos Carcé con Gaslark; la segunda, cuando esta tormenta nos ha hecho naufragar aquí, junto a la boca del Arlan. Aunque pude rechazar al enviado del rey con mis artes, mis amuletos no tienen poder contra la resaca maléfica que lo siguió, ni tienen virtud cuantas hierbas mágicas crecen en el mundo.
-Y, siendo así estas cosas, ¿sigues con el ánimo templado? -dijo Spitfire.
-Serénate -dijo Juss-. La arena cae en el reloj. Esta corriente sólo procura nuestro daño durante un tiempo; ya casi se habrá gastado, y a él le resultaría demasiado peligroso pronunciar sus conjuros por segunda vez como los pronunció en Carcé en mayo pasado.
-¿Quién te lo dijo? -preguntó Spitfire.
-Son sólo conjeturas -respondió-, por el estudio de ciertas escrituras proféticas sobre los príncipes de aquella sangre y aquella línea. De donde parece (aunque no claramente, sino como por enigmas) que si la persona del mismo rey intentare tal empresa por segunda vez, fracasará, y los poderes de la oscuridad lo destruirán; y no sólo perderá él la vida (como sucedió en tiempos pasados a Gorice VII en su primer intento), sino que con él se perderá para siempre la casa de Gorice, que ha reinado en Carcé desde hace tantas generaciones.
-Bueno -dijo Spitfire-, entonces tenemos una oportunidad. Los montones de fiemo[180]acaban engendrando flores.
Durante diecinueve días, viajaron los hermanos y su compañía hacia el este, a través de Duendelandia exterior: primero atravesaron un territorio de ríos tortuosos y soñolientos y de incontables lagos llenos de juncos; después cruzaron terrenos de lomas onduladas y campiñas. Al cabo, cuando marchaban por un llano, llegaron a un yermo que se extendía al este, hacia una hilera de colinas abruptas. Las colinas no eran ni altas ni empinadas, pero su superficie era accidentada por las peñas y los despeñaderos, de modo que eran un laberinto de pequeños riscos y valles cubiertos de brezo, de helechos y de hierbas de color triste y rancio, con árboles espinosos de baja altura y enebros que se refugiaban en las grietas de las rocas. En la divisoria de aguas encontraron una antigua fortaleza de vigilancia, vieja y desolada, situada como si estuviera sobre la cruz de un caballo. Miraba al oeste, hacia la puesta de sol roja de octubre, y hacia el sur, hacia la línea lejana del mar Didorniano; y había una persona sentada a su puerta. Se les derritieron los corazones de alegría en los pechos cuando lo reconocieron y vieron que no era otro
que Brándoch Dahá.
Lo abrazaron como se abrazaría a uno que hubieran dado por muerto y que se alzara de la tumba. Y él les dijo:
-Fui arrastrado por el estrecho de Melikaphkhaz, y naufragué por último en la playa solitaria que está diez leguas al sur de este punto, al que he venido solo, después de perderse mi barco y todos mis compañeros queridos. Yo juzgué que deberíais viajar a Muelva por este camino si habíais naufragado en las costas más distantes de Duendelandia.
»Y escuchad -siguió diciendo- y os diré una maravilla. Os he esperado siete días con sus noches en este nidal de chovas y búhos. Y sirve de caravanserrallo a grandes ejércitos que pasan por el desierto; y he conversado con dos de ellos, y espero a un tercero. Pues creo en verdad que aquí he descubierto un gran misterio sobre el que han especulado los sabios desde hace años. Pues el día que llegué aquí, cuando la puesta del sol estaba roja, tal como la veis ahora, vi un ejército que venía del este, con grandes banderas que ondeaban al viento y música de todo tipo. Y al verlo pensé que si aquéllos eran enemigos, había llegado el final de mis días con honor, y si amigos, llegarían con ellos las provisiones que llevarían los carros de carga que seguirían al ejército. Poderoso argumento, pues, desde que había salido del mar, no había olido siquiera comida alguna, si no eran bayas y nueces amargas que encontraba en el campo. Con lo cual, tomé mis armas y subí al muro de esta fortaleza de vigilancia y les llamé, invitándoles a que declararan quiénes eran. Y el que era su capitán cabalgó hasta el muro y me saludó con toda cortesía y nobleza. Y ¿quién creéis que era?
Ninguno respondió.
-Un soldado de fortuna que ha sido famoso por toda la tierra -dijo él- por su valor y atrevimiento maravillosos. ¿Habéis olvidado aquella empresa de Gaslark que se enterró en Duendelandia?
-¿Era pequeño de cuerpo y oscuro -preguntó Juss-, como una daga afilada que se desenvaina de pronto a medianoche? ¿O relucía con el esplendor de una lanza con pendón[181]en unas justas un día de gran fiesta? ¿O tenía aspecto peligroso, como una espada vieja, tomada de orín por los lados pero brillante en la punta y en el filo, que se saca en el día fatal para hechos del destino?
-Tu flecha da en el anillo triple del blanco -dijo el señor Brándoch Dahá-. Era grande de cuerpo, y todo un pavo real de esplendor con su panoplia guerrera; e iba a lomos de un gran caballo garañón negro como la pez. Yo le hablé con buenas palabras, y le dije: «Oh muy magnífico Helteranius, semejante a un dios, vencedor en cien batallas, ¿qué has hecho en estos largos años en Duendelandia Exterior con tu gran ejército? Y ¿qué calamita[182]oscura os atrae desde hace nueve años, desde que salisteis Zeldornius, Jalcanaius Fostus y tú con gran ruido de trompetas y retumbar de caballos para hacer que Duendelandia fuera el escabel donde reposara Gaslark los pies, y desde entonces os da el mundo por perdidos y por muertos?». Y me miró con ojos ausentes y respondió: «Oh Brándoch Dahá, el mundo sigue su necio camino, pero yo siempre viajo teniendo a la vista mi propósito. ¿Qué me importa a mí que sean nueve años, o nueve lunas, o nueve eras? Quiero encontrar a Zeldornius y batallar con él, y él sigue huyendo ante mí. Comerás y beberás conmigo esta noche pero no pienses detenerme ni darme a pensamientos ociosos ajenos a mi propósito. Pues debo salir de nuevo en busca de Zeldornius al amanecer el día».
»Así que aquella noche comí y me alegré con Helteranius en su pabellón de seda y oro. Y al alba se puso al frente de su ejército y marchó rumbo al oeste, hacia las llanuras.
»Y al tercer día, sentado fuera de este muro y maldiciendo vuestra tardanza, he aquí que vi un ejército que venía del este, mandado por uno que montaba un caballo pequeño y pardo; y llevaba una armadura negra que brillaba como el ala del cuervo, con plumas negras de águila en su yelmo, y ojos como los del gato montés, llenos de llamas relucientes. Era pequeño de cuerpo y de rostro fiero, y ágil, y tenía aspecto de ser duro e incansable como un armiño. Y yo le llamé desde el lugar donde estaba sentado, diciéndole: "Oh muy notable y poderoso Jalcanaius Fostus, destructor de los enemigos de los hombres, ¿adónde os dirigís tu gran ejército y tú por los yermos solitarios y deshabitados?". Y se bajó del caballo y me tomó de las manos con ambas manos, y dijo: "Es presagio de cosas buenas soñar que se habla con los muertos. Y ¿no eres tú uno de los muertos, Brándoch Dahá? Pues, en días olvidados que ahora me vienen a la mente, floreces en mi recuerdo como las flores que brotan al cabo de muchos años en un jardín ahogado por las malas hierbas: grande entre los grandes del mundo que fue, tú y tu casa de Krothering entre las rías de Demonlandia, la de las muchas montañas. Pero entre aquellos años y yo retumba el olvido, como el retumbar del mar, y el ruido de las olas me ensordece los oídos, y el vapor del mar me oscurece los ojos, que intentan percibir algo de aquellos tiempos lejanos y sus hazañas. Pero, en recuerdo de aquellos días pasados, comerás y beberás conmigo esta noche, pues una vez más vuelvo a alzar mi tienda móvil por una noche en las colinas de Salapanta. Y mañana seguiré mi camino. Pues mi alma jamás podrá gozar de descanso hasta que encuentre a Helteranius y le separe la cabeza de los hombros. Es gran vergüenza para él, pero tiene poco de extraño que siga corriendo ante mí como una liebre. Pues siempre los traidores fueron cobardes. Y ¿quién oyó jamás de un maldito traidor más infernal y diabólico que él? Hace nueve años, cuando Zeldornius y yo nos disponíamos a decidir nuestras diferencias por medio de una batalla, me hicieron saber en buena hora que este Helteranius, con astucia zorruna y malicia viperina y mañas serpentinas, estaba a punto de atacarme por la retaguardia. Entonces mandé que volviésemos atrás y lo aplastásemos, pero el chacal había huido".
»Así habló Jalcanaius Fostus, y comí y bebí con él aquella noche, y me regocijé con él en su tienda. Y, al romper el día, levantó el campo y cabalgó con su ejército hacia el oeste.
Brándoch Dahá dejó de hablar y miró al este, hacia las puertas de la noche. Y he aquí que venía hacia ellos por el risco un ejército que procedía de los páramos inferiores; los jinetes y los peones iban en formación cerrada, y su capitán iba en vanguardia sobre un gran caballo castaño. Era delgado y de miembros largos; llevaba una armadura oxidada y polvorienta, acuchillada y abollada en cien batallas; en las manos llevaba guanteletes gastados de cuero, y le colgaba de los hombros una capa de campaña de color desvaído. Llevaba el capacete[183]colgado del arnés, e iba con la cabeza descubierta. Tenía la cabeza de un perro de caza viejo y flaco, con el pelo blanco ondeando hacia atrás, sobre una frente ruda en la que se advertían venas azules; tenía la nariz grande y los rasgos marcados, con enormes cejas y bigotes blancos y espesos, y los ojos azules que relucían desde las órbitas cavernosas. Su caballo tenía aspecto temible, con las orejas echadas hacia atrás y los ojos amenazantes e inyectados en sangre; y él estaba sentado en la silla tieso e inflexible como una lanza.
Cuando llegó al risco con su ejército, tiró de la rienda y llamó a los demonios. Y dijo:
-He contemplado este rincón solitario de la tierra cada nueve días desde hace nueve años, persiguiendo a Jalcanaius Fostus, que sigue huyendo y ocultándose de mí; y es extraño, pues siempre fue un gran guerrero, y hace nueve años convino en entrar en batalla conmigo. Y ahora temo que la senectud me cubre los ojos con un velo de ilusión, augurando la llegada de la muerte antes de que cumpla mi voluntad. Pues aquí, en la incierta luz del atardecer, se alzan ante mí las formas y semblantes de huéspedes del rey Gaslark en Zajé Zaculo en tiempos pasados: viejos amigos de Gaslark que venían de Demonlandia la de las muchas montañas: Brándoch Daha, que mató al rey de Brujolandia, y Spitfire de Owlswick, y su hermano Juss, el que tenía el señorío sobre todos los demonios cuando partimos para Duendelandia. Son fantasmas y aparecidos de un mundo olvidado. Pero, si sois de carne y hueso verdaderos, hablad y explicaos.
-Oh muy temible Zeldornius, invencible en la guerra -le respondió Juss-, bien puede el hombre esperar a los espíritus de los muertos en estas colinas solitarias y a la hora en que se acuestan las gallinas. Y si nos juzgas por tales a nosotros, que somos náufragos errantes recién salvados de mares hambrientos, ¿cuánto más creeremos nosotros de ti que no eres sino una sombra, y que estas grandes huestes tuyas no son sino apariciones de los muertos que surgen del Erebo[184]al morir el día?
-Oh famoso y temible Zeldornius -dijo Brándoch Dahá-, una vez fuiste mi huésped en Krothering. Para resolver estas dudas tuyas y nuestras, invítanos a cenar. Muy extraño sería que los espíritus sin cuerpo fueran capaces de beber vino y de comer viandas terrenales.
Zeldornius mandó armar las tiendas y señaló la quinta hora antes de medianoche para que los señores de Demonlandia acudieran a cenar con él. Antes de reunirse en la tienda de Zeldornius, hablaron entre ellos, y Spitfire dijo:
-¿Se ha visto jamás una maravilla tal, o tal obra de las Parcas como la que lleva a estos tres grandes capitanes a derrochar el resto de sus días en este desierto remoto? No dudéis que hay algún designio detrás de ellos que les fuerza a marchar durante tantos años por sus jornadas sin cambios, cada uno de ellos huyendo del que quiere encontrarle y buscando al que huye ante él.
-Nunca hubo hombre con una mirada como la que tiene Zeldornius en los ojos que no estuviera hechizado -dijo Juss.
-Tal mirada tenían Helteranius y Jalcanaius -dijo Brándoch Dahá-. Pero fijaos en lo que nos conviene. Sería bueno deshacer el hechizo y pedirles ayuda a cambio de nuestra labor. ¿Mostraremos esta noche la verdad al viejo león?
Así habló Brándoch Dahá, y sus hermanos dieron por bueno su acuerdo. En la cena, cuando los corazones de los hombres estaban alegres y contentos, el señor Juss se sentó junto a Zeldornius y le expuso la cuestión, diciéndole:
-Oh, Zeldornius famoso, ¿cómo es que hace nueve años que persigues a Jalcanaius Fostus, destructor de enemigos, y cuáles fueron las diferencias que os llevaron a las manos?
-Oh Juss -dijo Zeldornius-, ¿debo darte razones para una cuestión que se rige por las altas estrellas y el destino que derriba a los hombres? Que te baste saber que surgió una disputa entre Jalcanaius, poderoso en la guerra, y yo, y que acordamos que nuestras diferencias se arbitrarían en el campo sangriento de batalla. Pero no me aguardó, y hace nueve años que espero en vano encontrarle.
-Había un tercero entre vosotros -dijo Juss-. ¿Qué noticias tienes de Helteranius?
-Ninguna noticia -le respondió Zeldornius.
-¿Quieres que te arroje luz sobre él?
-Sólo tú y tus compañeros entre los hijos de los hombres habéis hablado conmigo desde que empezaron estas cosas -dijo Zeldornius-. Pues los que habitaban en esta región huyeron hace años, por juzgar que el lugar estaba maldito. Eran poca cosa, carne indigna de nuestras espadas. Por lo tanto, habla y expónmelo todo si quieres mi bien.
-Helteranius lleva nueve años persiguiéndote -dijo el señor Juss-, tal como tú persigues a Jalcanaius Fostus. Mi primo, aquí presente, lo vio hace seis días en este mismo lugar, y habló con él, y le dio la mano, y supo su propósito. Sin duda, estáis hechizados los tres, pues, siendo viejos camaradas de armas, os buscáis para mataros de modo tan extraño y tan sin motivo. Te ruego que nos dejes servir de medio entre todos vosotros para volver a reuniros en uno y para libraros de tan extraña esclavitud.
Pero, cuando Zeldornius oyó estas palabras, se puso rojo como la sangre. Al cabo, dijo:
-Sería una negra traición. No le daré crédito.
Pero el señor Brándoch Dahá le respondió:
-Lo oí de sus propios labios, oh Zeldornius. Y empeño en ello mi palabra. Además, Jalcanaius Fostus dejó de batallar contigo hace nueve años (y esto me lo dijo él mismo en persona, y lo sostuvo con temibles juramentos) por haber tenido noticia de que Helteranius iba a tomarlo por la espalda.
-Sí -dijo Spitfire-, y desde aquel día sigue la pista a Helteranius como tú se la sigues a él.
Al oír estas palabras, Zeldornius se puso amarillo como un pergamino viejo, y sus bigotes blancos se erizaron como los de un león. Se quedó un rato sentado en silencio, y luego dirigió a Juss la mirada fría y firme de sus ojos azules.
-Vuelve a mí el mundo -dijo-, y con él este recuerdo: que los de Demonlandia decían verdad a amigos o enemigos, y siempre tuvieron a vergüenza mentir y engañar.
Todos se inclinaron con gravedad, y él dijo con gran pasión de ira en los ojos:
-Bien parece que este Helteranius prepara contra mí la misma traición de que fue acusado injustamente Jalcanaius Fostus. No existe mejor sitio para aplastarlo que aquí mismo, en el risco de Salapanta. Si espero aquí su llegada, el terreno me favorece, y Jalcanaius le llega pisando los talones para recoger las sobras de mi festín.
Brándoch Daba dijo al oído a Juss:
-Buena va nuestra intercesión por la paz. ¡Zapatetas en el aire: qué poco digno de una dama!
Pero nada pudieron decir para convencer a Zeldornius. Por lo tanto, acabaron ofreciéndole su apoyo en aquella aventura. «Y, cuando alcances la victoria, nos prestarás tus fuerzas para nuestra empresa, y nos ayudarás en las guerras futuras contra Brujolandia.» Pero Zeldornius dijo:
-Oh Juss y señores de Demonlandia, os doy las gracias, pero no entraréis en esta batalla. Pues llegamos a esta tierra tres capitanes con nuestras huestes, y contemplamos la tierra, y la sometimos. Es nuestra, y, si alguno interviene o nos ataca, debemos unirnos y acabar con él, por grande que sea nuestra enemistad. Quedad en paz, entonces, y observad lo que traiga el destino en las colinas de Salapanta. Pero, si salgo vivo de ello, entonces tendréis mi amistad y mi ayuda en toda empresa, sea cual fuere.
Se quedó sentado un rato sin hablar, con las manos rígidas y llenas de venas crispadas sobre la mesa que tenía delante; después se levantó y se dirigió sin decir palabra a la puerta de su pabellón para estudiar la noche. Después se volvió al señor Juss y le dijo:
-Has de saber que cuando esta luna que ha acabado ahora sólo tenía tres días, empecé a sufrir un catarro que todavía me afecta; y bien sabes que el que enferma el día tercero de una luna, morirá. Hoy también es luna nueva, y cae en sábado; y ello es señal de lucha y efusión de sangre. Además, el viento viene del sur, y el que inicia tal empresa con viento sur se alzará con la victoria. Así, con tal incertidumbre de luz y oscuridad, se abre ante mí la puerta del destino.
Juss inclinó la cabeza y dijo:
-Bien dices, oh Zeldornius.
-Siempre fui guerrero-dijo Zeldornius.
Se quedaron sentados en la tienda del famoso Zeldornius hasta bien entrada la noche, bebiendo y hablando de la vida y del destino, de las guerras pasadas y de las oportunidades de la guerra y de grandes aventuras; y partieron una hora después de la medianoche, y Juss y Spitfire y Brándoch Dahá se retiraron a descansar en la torre de vigilancia del risco de Salapanta.
Así pasaron tres días; Zeldornius esperaba en la colina con su ejército, y los demonios cenaban con él cada noche. Y al tercer día desplegó su ejército como para entrar en batalla, esperando a Helteranius. Pero ni aquel día, ni al siguiente ni al otro vieron a Helteranius ni tuvieron noticias de él, y les pareció extraño e inexplicable el azar que había retrasado su venida. La sexta noche estaba nublada, y la tierra se hallaba cubierta de negra oscuridad. Cuando hubieron cenado, y cuando los demonios se retiraban al lugar donde dormían, oyeron un forcejeo y la voz de Brándoch Dahá, que iba por delante de ellos, y decía:
-He atrapado al cachorro de un perro del yermo. Traed luz. ¿Qué haré con él?
Algunos soldados se despertaron y trajeron luces, y Brándoch Dahá observó al que había atrapado junto a la entrada de la fortaleza, al que tenía sujeto por los brazos. Tenía ojos de animal salvaje asustado, en un rostro moreno; llevaba pendientes de oro y barba cerrada y muy recortada, con hilo de oro entretejido entre sus bucles; iba con los brazos desnudos; llevaba una túnica de piel de nutria y pantalones anchos y peludos entrecruzados de hilo de plata, en la cabeza llevaba una diadema de oro, y su pelo negro y crespo formaba dos coletas que le caían hacia delante, sobre los hombros. Tenía los labios contraídos con mueca de perro gruñón, entre el
miedo y la fiereza, y sus dientes blancos y puntiagudos y el blanco de los ojos le relucían a la luz de las antorchas.
Lo llevaron a la torre y lo pusieron ante ellos, y Juss le dijo:
-Nada temas, pero dinos tu nombre y tu linaje, y lo que te mueve a andar rondando de noche por nuestro alojamiento. No queremos hacerte daño, siempre que no vayas contra nosotros ni contra nuestra seguridad. ¿Eres habitante de esta Duendelandia, o extranjero como nosotros, de países de más allá de los mares? ¿Tienes compañeros?, y, si es así, ¿dónde están?, ¿quiénes y cuántos son?
Y el extraño apretó los dientes y dijo:
-Oh diablos de allende el mar, no os burléis más y matadme.
Juss lo trató con dulzura, le dio carne y vino, y volvió a preguntarle al cabo de un rato:
-¿Cuál es tu nombre?
A lo que él respondió:
-Oh diablo de allende el mar, me apena tu gran ignorancia si es que no conoces a Mivarsh Faz.
Y rompió a llorar con gran dolor, exclamando:
-¡Ay, ay de la desgracia que ha caído sobre la tierra de Duendelandia!
-¿Qué es ello? -dijo Juss.
Pero Mivarsh no dejó de gemir y de lamentarse, diciendo:
-¡Oh dolor y duelo por Fax Fay Faz e Illarosh Faz y Turmesh Faz y Gandassa Faz y todos los grandes del país! -Y, cuando le quisieron interrogar, volvió a exclamar-Maldito sea Philpritz Faz, que nos traicionó y nos puso en manos del diablo de allende las montañas en el castillo de Orpisli.
-¿Qué diablo es este del que hablas?-preguntó Juss.
-Ha venido-respondió-de más allá de las montañas del país del norte. Y su voz es como el mugido de un toro.
Sólo esto pudo decir Fax Fay Faz.
-¿Del norte? -dijo Juss, dándole más vino y cruzando una mirada con Spitfire y Brándoch Daliá-. Quisiera oír más cosas sobre ello.
Mivarsh bebió y dijo:
-Oid diablos de allende el mar, me dais aguas poderosas que confortan mi alina, y me habláis con palabras blandas. Pero ¿no debo temer las palabras blandas? Blandas eran las palabras que pronunciaba este diablo de allende la montaña, cuando el maldito Philpritz y él nos dirigieron palabras blandas en Orpish: a mí, y a Fax Fay Faz, y a Gandassa, y a Illarosh, y a todos nosotros, después de que nos venciera en combate a las orillas del Arlan.
-¿Cuál es su apariencia externa? -preguntó Juss.
-Tiene una gran barba amarilla con mechones grises -dijo Mivarsh-, y la coronilla calva y brillante, y es grande como un buey.
Juss habló aparte a Brándoch Dahá:
-Si esto es verdad, nos concierne.
Y Brándoch Dahá sirvió a Mivarsh y le invitó a beber otra vez, diciendo:
-Oh Mivarsh Faz, somos extranjeros y huéspedes en la ancha Duendelandia. Has de saber que nuestro poder es inconcebible, y que nuestras riquezas superan la imaginación del hombre. Pero nuestra benevolencia es proporcional a nuestro poder y a nuestras riquezas, y mana de nuestros corazones como miel para los que nos reciben abiertamente y nos dicen la verdad. Pero has de saber que, si alguno nos miente o intenta engañarnos con ardides, ni las manticoras que habitan más allá del Moruna serían tan temibles para aquel hombre como lo seríamos nosotros.
Mivarsh tembló, pero le respondió:
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