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La serpiente Uroboros, por Eric Rucker Eddison (página 3)


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Hubo una conmoción junto a la puerta majestuosa, y Lessingham vio un demonio de complexión fornida y noble porte, ricamente vestido. Su cara era rojiza y algo pecosa; su frente, ancha sus ojos, tranquilos y azules como el mar. Su barba, espesa y rojiza, estaba partida en dos por el centro y peinada hacia arriba.

-Dime, mi pequeño martinete -dijo Lessingham-, ¿es éste el señor Juss?

-No es éste el señor Juss -respondió el martinete-, ni es tan digno de veneración como él. El señor que ves es Volle, que habita bajo Kartadza, junto al mar salado. Es un gran capitán de la mar,que prestó servicios a la causa de Demonlandia, y a todo el mundo, en las últimas guerras contra los ghouls.

»Pero dirige tus ojos a la puerta, donde está de pie uno entre un corro de amigos, alto y algo cargado de hombros, con coselete de plata y capa de seda antigua con brocados, del color del oro viejo; se parece algo a Volle, pero es moreno y tiene bigotes negros y puntiagudos.

-Lo veo -dijo Lessingham-. Entonces ¡es el señor Juss!

-No es tal -dijo el martinete-. No es sino Vizz, hermano de Volle. Es el más rico en bienes de todos los demonios, aparte de los tres hermanos y del señor Brándoch Dahá.

-Y ¿quién es éste?-preguntó Lessingham, señalando a uno de pasos ligeros y rápidos y de mirada risueña, que en aquel momento se encontraba con Volle y lo apartaba para conversar a solas. Era hermoso de cara, aunque con la nariz algo larga y puntiaguda: era vivaz y duro, lleno de vida y de alegría de vivir.

-Contemplas aquí -respondió- al señor Zigg, afamado domador de caballos. Muy querido es entre los demonios, pues es de ánimo alegre, y hombre poderoso con sus manos cuando dirige a sus jinetes contra el enemigo.

Volle levantó la barba y rió con grandes risotadas alguna chanza que le había murmurado Zigg al oído, y Lessingham se inclinó hacia el salón para ver si por ventura podía oír lo que se decía. El murmullo de la charla ahogaba las palabras, pero Lessingham, inclinándose hacia delante, vio que se abría un momento el palio del estrado y entraba uno de porte principesco que dejó atrás los sitiales de honor y se adentró en el salón. Su andar era delicado, como el de una fiera ágil recién despertada de su sueño, y saludaba con cortesía perezosa a los muchos amigos que le recibían. Era un señor muy alto, y de complexión ligera, como la de una muchacha. Su túnica era de seda del color de la rosa silvestre, y bordada en oro con figuras de flores y de rayos. Brillaban las joyas en su mano izquierda y en los brazaletes dorados de sus brazos, y en la cinta que se enroscaba por los rizos dorados de su pelo, adornado con plumas del ave real del paraíso. Sus cuernos estaban teñidos de azafrán e incrustados de filigrana de oro. Sus borceguíes tenían encajes de oro, y de su tahalí colgaba una espada de hoja estrecha y afilada, con la vaina cuajada de berilos y de diamantes negros. su apariencia y su complexión eran extrañamente ligeras y delicadas, pero daban la impresión de una fuerza interior dormida, como el pico delicado de una montaña nevada visto a los rayos bajos y rojos de la mañana. Su rostro era hermoso de contemplar, y de colores suaves como el de una muchacha, y su expresión era de dulce melancolía, con algo de desdén; pero en sus ojos se despertaban a veces brillos ardientes, y las líneas de decisión rápida le rondaban la boca bajo los bigotes rizados.

-Por fin -murmuró Lessingham-, por fin: ¡el señor Juss!

-Poca culpa tienes de tu error-dijo el martinete-, pues apenas se hallaría imagen tan señorial como la de éste para alegrarte los ojos. Pero éste no es Juss, sino el señor Brándoch Dahá, al que debe lealtad toda Demonlandia al oeste de Shalgreth y Stropardon: los ricos viñedos de Krothering, los anchos pastizales de Failze y todas las islas occidentales con la firmeza que les dan sus riscos. No creas, porque lleva seda y joyas como una reina, y se mueve con la ligereza y la elegancia de un abedul plateado en la montaña, no creas que su mano es blanda o que su valor es dudoso en la guerra. Fue tenido durante años por el tercer mejor hombre de armas de todo Mercurio, junto a éstos: Goldry Bluszco y Gorice X de Brujolandia. Y a Gorice lo mató hace nueve veranos en combate singular, cuando los brujos arrasaban Goblinlandia y Brándoch Dahá comandó a quinientos ochenta demonios para socorrer a Gaslark, rey de aquel país. Y ahora nadie puede superar al señor Brándoch Dahá en hazañas de armas, salvo quizá Goldry.

»Pero ¡mira! -dijo, mientras una música dulce y desenfrenada acariciaba los oídos, y los invitados se volvían hacia el estrado, y las colgaduras se abrían-. ¡Por fin, el señorío triple de Demonlandia! ¡Música, suena blandamente! ¡Parcas, sonreíd en este día de fiesta! Vuelve la mirada primero al que camina en medio, con majestad, con la túnica de terciopelo verde oliva adornada con figuras de significado oculto, en hilo de oro y cuentas de crisólito. Advierte cómo brillan de oro y ámbar los borceguíes que ciñen sus fuertes piernas. Advierte la capa oscura hilvanada en oro y forrada de seda de color rojo de sangre: es una capa encantada, hecha por las sílfides[65]en tiempos olvidados, que da buena fortuna al que la lleva y hace que sea verdadero de corazón y no cobarde. Advierte al que la lleva, su tez dulce y oscura, el fuego violeta de sus ojos, el calor sombrío de su sonrisa, como los bosques de otoño a la luz del sol del atardecer. Éste es el señor Juss, señor de este castillo que recuerda las edades antiguas, más venerado que nadie en la ancha Demonlandia. Algo sabe de las artes mágicas, pero no usa de ellas, pues agotan la vida y las fuerzas, y no se tiene por digno que un demonio confíe en esas artes, sino en su propia fuerza y valor.

»Ahora, vuelve los ojos a ese que se apoya en el brazo izquierdo de Juss, más bajo que él pero quizá más grueso, vestido de seda negra que brilla de oro cuando se mueve, y coronado con plumas de águila negra entre sus cuernos y su pelo amarillo. Tiene el rostro salvaje y agudo como el de un águila marina, y, bajo sus cejas erizadas, sus ojos arrojan miradas penetrantes como una lanza reluciente. De su nariz abierta brota siempre una llama tenue, pálida como el fuego fatuo[66]Éste es el señor Spitfire, impetuoso en la guerra.

»Por último, contempla, a la derecha de Juss, a aquel señor cuya masa poderosa es como la de Hércules, pero que pisa ligero como una novilla. Los músculos y tendones de sus grandes miembros tiemblan al moverse bajo una piel más blanca que el marfil; su capa de tela de oro está cargada de joyas; su túnica de cendal[67]tiene labrados grandes corazones de rubíes en hilo rojo de seda. Un mandoble le cuelga de los hombros; su pomo es un enorme rubí de estrella tallado en figura de corazón, pues el corazón es su divisa y su señal. Ésta es la espada forjada por los elfos, con la que mató al monstruo marino, como puedes ver en la pintura de la pared. Es de rostro noble, muy parecido a su hermano Juss, pero el castaño de su pelo es más oscuro, y su tez es más roja y tiene los pómulos más marcados. Míralo bien, pues tus ojos nunca contemplarán un campeón más grande que el señor Goldry Bluszco, capitán de las huestes de Demonlandia.

Cuando concluyeron los saludos, y las notas de los laúdes y de las flautas suspiraron y se perdieron en la bóveda sombría del techo, los coperos llenaron de vino viejo grandes gemas talladas en forma de copas, y los demonios brindaron y bebieron largamente por el señor Juss en honor del día de su natalicio. Y después se prepararon para salir en parejas y en tríos a los parques y sitios de placer, algunos para divertirse en los hermosos jardines y estanques, otros para cazar entre las colinas cubiertas de bosques, otros para ejercitarse en el juego del tejo, o montando a caballo en el picadero, o en ejercicios marciales; para pasar todo el día como correspondía a una gran fiesta, con placeres y ejercicios y libres de cuidados, para luego festejar en el alto salón de audiencias hasta que la noche se hiciera vieja, entre comidas, bebidas y todo tipo de deleites.

Pero, cuando se disponían a salir, tocaron fuera una trompeta: tres tañidos estridentes.

-¿Qué aguafiestas es éste? -dijo Spitfire-. La trompeta sólo suena cuando llega un viajero extranjero. Siento en los huesos que viene a Galing algún bellaco, alguno que trae la mala fortuna en su bolsa y una sombra que oscurece el sol en este nuestro día de fiesta.

-No pronuncies palabras de mal agüero -respondió Juss-. Sea quien fuere, despacharemos su negocio de inmediato y seguiremos con nuestros placeres sin duda alguna. Que acuda alguien a la puerta y le haga pasar.

Un criado corrió y volvió, y dijo:

-Señor, es un embajador de Brujolandia con su séquito. Su barco atracó en la ría de Lookinghaven a la caída de la noche. Durmieron a bordo, y vuestros soldados los escoltaron hasta Galing al romper el alba. Solicita una audiencia ahora mismo.

-¿De Brujolandia, eh? -dijo Juss-. Estos humos suelen verse antes de los fuegos.

-¿Diremos al sujeto que espere hasta nuestra mejor conveniencia? -dijo Spitfire-. Es lástima que eche a perder nuestra alegría.

Goldry rió y dijo:

-¿A quién nos habrá enviado? ¿Creéis que a Laxus? ¿Para que nos pida las paces otra vez tras ese vil papel que hizo contra nosotros ante Kartadza, faltando odiosamente a la palabra que nos había dado?

-Tú viste al embajador. ¿Quién es? -dijo Juss al criado.

-Señor -dijo él-, su cara me era extraña. Es pequeño de estatura y, con licencia de vuestra alteza, lo más distinto de un gran señor de Brujolaudia que he visto en mi vida. Y, con vuestra licencia, a pesar del manto rico y suntuoso a maravilla que lleva, se parece mucho a una joya falsa en un rico estuche.

-Bueno -dijo Juss-, los tragos amargos no se endulzan dejándolos para más tarde. Llamadme al embajador.

El señor Juss se sentó en el sitial de honor que estaba en el centro del estrado, con Goldry a su derecha en el sitial de ópalo negro y con Spitfire a su izquierda entronizado en el de alejandrita. También se sentaron en el estrado los demás señores de Demonlandia, y los huéspedes de rango inferior se agolparon en los bancos y en las mesas pulidas cuando las anchas puertas se abrieron sobre sus bisagras de plata y el embajador, con pompa y ceremonia, recorrió el suelo reluciente de mármol y turmalina verde.

-¿Cómo, qué sujeto tan repugnante es éste? -dijo el señor Goldry al oído de su hermano-. Sus manos peludas le llegan a las rodillas. Se menea al andar como un asno con la traba entre las patas.

-No me gusta la cara sucia del embajador -dijo el señor Zigg-. Tiene la nariz chata en medio de la cara como una pella de arcilla, y por las ventanas de la nariz se le ve el interior de la cabeza hasta la distancia del camino de un día de verano. Que me pierda yo si su labio superior no dice de él que es un extremado surtidor de palabrería rancia. Si tuviera un dedo más de largo, podría metérselo en el cuello de la camisa para calentarse la barbilla en las noches de invierno.

-No me gusta el olor del embajador -dijo el señor Brándoch Dahá.

Y pidió pebeteros e hisopos de lavanda y de agua de rosas para purificar la cámara, y que abrieran las ventanas de cristal de roca para que pudieran entrar las brisas del cielo y purificarlo todo.

El embajador atravesó el suelo brillante y quedó de pie ante los señores de Demonlandia, que estaban sentados en los sitiales de honor, entre los hipogrifos de oro. Llevaba un largo manto de escarlata forrado de armiño, con figuras de cangrejos, cochinillas y ciempiés labradas en hilo de oro. Iba tocado con una gorra de terciopelo negro con una pluma de pavo real sujeta con un broche de plata. Rodeado de su séquito y de sus asistentes, y apoyándose en su bastón de oro, pronunció con voz ronca su embajada:

-Juss, Goldry y Spitfire, y otros demonios: vengo ante vosotros como embajador de Gorice XI, muy glorioso rey de Brujolandia; señor y gran duque de Buteny y Estremerine; comandante de Shulam, Thramné, Mingos y Permio, y gran guardián de las marcas de Esamocia; gran duque de Trace, alto rey de Beshtria y Nevria y príncipe de Ar, gran señor del país de Ojedia, de Maltraény y de Baltary y Toribia, y señor de muchas otras tierras, muy glorioso y muy grande, cuyo poder y gloria se extienden por todo el mundo, y cuyo nombre perdurará en todas las generaciones. Y os pido en primer lugar que respetéis la reverencia debida a mi misión sagrada de enviado del rey, que respetan todos los pueblos y todos los potentados, salvo los

absolutamente bárbaros, a los embajadores y enviados.

-Habla y no temas -respondió Juss-. Tienes mi juramento. Y jamás se ha quebrantado, ni con brujo ni con ningún otro bárbaro.

El embajador extendió los labios formando con ellos una o, e hizo un gesto amenazador con la cabeza; después sonrió, descubriendo sus dientes afilados y mal puestos, y siguió:

-Esto dice el rey Gorice, grande y glorioso, y esto me encarga que os transmita a vosotros, sin añadir ni quitar palabra: «Recuerdo que ninguna ceremonia de homenaje o de lealtad han realizado ante mí los habitantes de mi provincia de Demonlandia…».

Hubo un movimiento entre los invitados como el susurro de las hojas secas en un patio enlosado cuando las mueve una brisa repentina. Y el señor Spitfire no fue capaz de contener su ira, sino que se puso de pie de un salto y empuñó la espada, como si pensara hacer daño al embajador.

-¿Provincia? -gritó-. ¿No somos los demonios un pueblo libre? ¿Y vamos a tolerar que Brujolandia envíe a este esclavo para que nos arroje insultos a la cara, y en nuestro propio castillo?

Se alzó un murmullo en la sala, y, aquí y allá, algunos se pusieron de pie. El embajador escondió la cabeza entre los hombros como una tortuga, enseñando los dientes y abriendo y cerrando los ojuelos. Pero el señor Brándoch Dahá, apoyando levemente la mano en el brazo de Spitfire, dijo:

-El embajador no ha concluido su mensaje, primo, y tú le has asustado. Ten paciencia y no eches a perder la comedia. No nos faltarán palabras para responder al rey Gorice; no, ni espadas tampoco, si las necesita. Pero no dirán de nosotros los de Demonlandia que bastó con un mensaje grosero para que olvidásemos nuestra antigua cortesía con los embajadores y los heraldos.

Así habló el señor Brándoch Dahá, como al descuido y medio burlándose, como el que responde perezosamente en una conversación; pero con claridad, de modo que lo oyeran todos. Y con ello cesaron los murmullos, y Spitfire dijo:

-Estoy tranquilo. Di con libertad tu embajada, y no pienses que te haremos responsable a ti de lo que digas, sino al que te envió.

-Cuya humilde voz soy -dijo el embajador, reuniendo algo de valor- y al que, dicho sea con la debida reverencia, no le falta voluntad ni poder para vengar las afrentas que se hacen a sus criados. Esto dice el rey: «Por lo tanto, os emplazo y os mando a vosotros, Juss, Spitfire y Goldry Bluszco, a que os apresuréis a acudir a mí en mi fortaleza de Carcé en Brujolandia para besarme allí respetuosamente los pies, como muestra ante todo el mundo de que soy vuestro rey y señor, y señor legítimo de toda Demonlandia».

El señor Juss escuchaba al embajador con gravedad y sin expresión, recostado en su sitial con ambos brazos descansando sobre el cuello arqueado del hipogrifo. Goldry, sonriendo burlonamente, jugaba con la empuñadura de su gran espada. Spitfire estaba tenso y rojo de ira, y las chispas le saltaban de las ventanas de la nariz.

-¿Has dicho todo? -dijo Juss.

-Todo -respondió el embajador.

-Tendrás tu respuesta -dijo Juss-. Mientras tomamos consejo sobre ella, come y bebe -e hizo una seña al copero para que escanciara vino brillante al embajador.

Pero éste se disculpó diciendo que no tenía sed y que en su barco llevaba provisiones de comida y de vino que bastarían para sus necesidades y para las de su séquito.

Entonces dijo el señor Spitfire:

-No es maravilla que la ralea de Brujolandia tema la ponzoña en las copas. A los que suelen hacer tal villanía contra sus enemigos (testigo fue Recedor de Goblinlandia, al que Corsus mató[68]con una bebida ponzoñosa) les tiemblan a ellos mismos las rodillas por miedo a que los destruyan con tales convites.

Y arrebató al copero la copa y la apuró hasta las heces, y la arrojó al suelo de mármol ante el embajador, de modo que se hizo pedazos. Y los señores de Demonlandia se levantaron y se retiraron tras las colgaduras floridas a una cámara aparte, para decidir su respuesta a la embajada que les enviaba el rey Gorice de Brujolandia. Cuando estuvieron reunidos en privado, habló Spitfire y dijo:

-¿Hemos de tolerar que el rey nos haga objeto de tales burlas y escarnios? ¿No podía haber enviado por lo menos a un hijo de Córund o de su embajador Corsus para que nos trajera su desafío, en lugar de a éste, el más bajo de sus domésticos, un enano tartajoso que sólo les sirve para reír y mofarse cuando están borrachos y casi sin sentido en sus certámenes de bebedores?

El señor Juss sonrió con cierto desdén.

-Con sabiduría y con previsión -dijo-, ha elegido Brujolandia el momento de actuar contra nosotros, sabiendo que treinta y tres de nuestros navíos bien construidos se han hundido en el estrecho de Kartadza en la batalla contra los ghous[69]y que no nos quedan sino catorce. Ahora que se ha matado a los ghouls, a todos y cada uno,

y que se han eliminado de este mundo, y así la gran maldición y peligro de todo este mundo se terminó sólo por la espada y por el gran valor de Demonlandia, ahora les parece buen momento para caer sobre nosotros a estos amigos, recientes y sólo en el nombre. Pues ¿no tienen los brujos una armada poderosa de navíos, ya que toda su armada huyó de nuestro lado al principio de su lucha contra los ghouls, dejándonos a nosotros toda la carga? Y ahora han dado en esta nueva traición, para caer sobre nosotros traicioneramente y de improviso hallándonos en esta desventaja. Pues bien considera el rey que no podemos llevar ejército a Brujolandia ni hacer nada a su pesar, sino que debemos pasar largos meses construyendo naves. Y no dudéis que tiene una armada ya preparada en Tenemos, lista para navegar hacia aquí si recibe la respuesta que sabe que le enviaremos.

-Sentémonos en calma, entonces -dijo Goldry-, afilando nuestras espadas; y que envíe sus ejércitos al otro lado del mar salado. Ningún brujo tomará tierra en Demonlandia que no deje aquí su sangre y sus huesos para fertilizar nuestros campos y nuestras viñas.

-O mejor -dijo Spitfire-, tomemos preso a este bellaco, y hagamonos a la mar hoy mismo con los catorce barcos que nos quedan. Podemos sorprender al de Brujolandia en su fortaleza de Carcé, saquearla y entregarlo a los cuervos, antes de que advierta bien la rapidez de nuestra respuesta. Este es mi consejo.

-No -dijo Juss-, no lo encontraremos dormido. No dudes que sus barcos están dispuestos y velando en los mares de Brujolandia, preparados contra cualquier ataque repentino. Sería una locura meter el cuello en el lazo y sería poco glorioso para Demonlandia esperar su venida. Éste es mi acuerdo, pues: retaré a Gorice a un desafío, y le ofreceré que deje al resultado del mismo la decisión de esta disputa.

-Buen acuerdo, si se pudiera hacer -dijo Goldry-. Aunque él jamás osará entrar en combate singular con armas contra ti ni contra ninguno de nosotros. Pero podrá hacerse. ¿No es Gorice un poderoso luchador sin armas, y no tiene en su palacio de Carcé las calaveras y los huesos de noventa y nueve grandes campeones que ha vencido y matado en ese ejercicio? Está hinchado sin mesura por su vanagloria, y dicen las gentes que lamenta que no se haya encontrado a nadie desde hace mucho tiempo que se atreva a luchar con él, y sueña con vencer al centésimo. ¡Luchará un combate conmigo!

Y esto les pareció bien a todos ellos. Así, cuando lo hablaron algún tiempo y concluyeron lo que harían, los señores de Demonlandia, alegres de corazón, regresaron al alto salón de audiencias. Y allí habló el señor Juss y dijo:

-Demonios, habéis oído las palabras que nos ha enviado por boca de éste su embajador el rey de Brujolandia por el orgullo arrogante y la desvergüenza de su corazón. Oíd, pues, la respuesta quedará mi hermano, el señor Goldry Bluszco, y te encargamos a ti, oh embajador, que la transmitas fielmente, sin poner ni quitar palabra.

Y el señor Goldry habló y dijo:

-Nosotros, los señores de Demonlandia, te despreciamos absolutarnente, rey Gorice XI, como al mayor de los cobardes, pues huiste y nos abandonaste a nosotros, tus aliados jurados, en la batalla naval contra los ghouls. Nuestras espadas, que acabaron en tal batalla con aquella maldición y peligro tan grande para este mundo, no están embotadas ni rotas. Se envainarán en las tripas tuyas y de tus secuaces, a saber, Corsus, Córund y sus hijos y Corinius, y los otros malhechores que se refugian en la acuosa Brujolandia, antes de que el menor percebe que crece en los acantilados de Demonlandia te rinda pleitesía. Pero, para que puedas sentir un poco de nuestro poder, si quieres, yo, el señor Goldry Bluszco, te propongo esta oferta que tú y yo nos midamos en combate singular de lucha libre sin armas hasta tres caídas, en la corte del Foliot Rojo, que no se inclina

hacia nuestro bando ni hacia el tuyo en esta disputa. Y nos vincularemos con juramentos poderosos a estas condiciones: que si yo te venzo, los demonios os dejarán en paz a vosotros los de Brujolandia, y vosotros a ellos, y los brujos renunciarán para siempre a sus pretensiones desvergonzadas sobre Demonlandia. Pero si tú, Gorice, te alzas vencedor, entonces llevarás la gloria de esa victoria, y con ella libertad plena para imponernos tus pretensiones por la espada.

Eso dijo el señor Goldry Bluszco, de pie con gran dignidad y esplendor bajo el palio estrellado y mirando con gesto terrible al embajador de Brujolandia, de manera que el embajador estaba aterrorizado y le temblaban las rodillas. Y Goldry llamó a su escriba y le hizo escribir en grandes caracteres el mensaje en un rollo de pergamino, y los señores de Demonlandia lo sellaron con sus sellos, y se lo entregó al embajador.

El embajador lo tomó y se apresuró a marcharse; pero, cuando hubo llegado al pórtico grandioso del salón de audiencias, y estaba cerca de la puerta y entre los suyos, y lejos de los señores de Demonlandia, cobró algo de valor, se volvió y dijo:

-Temerariamente y para tu segura perdición has retado al rey nuestro señor a que se mida contigo en la lucha, oh Goldry Bluszco: Pues, por poderoso que seas de fuerzas, él los ha derribado iguales y no lucha por divertirse, sino que acabará sin duda con tu vida, y guardará tus huesos con los huesos de los noventa y nueve campeones a los que ha derribado ya en aquel ejercicio.

Con eso, y viendo que Goldry y los otros señores le dirigían miradas terribles, y los invitados que estaban próximos a la puerta se ponían a abuchear y a llenar de improperios a los brujos, el embajador salió aprisa, y aprisa bajó los escalones relucientes y cruzó el patio, como el que huye por una calle en una noche oscura y ventosa, sin atreverse a volver la cabeza por miedo a ver alguna cosa que esté a punto de atraparlo. Corriendo así, tuvo que recogerse hasta las rodillas los pliegues de su manto de terciopelo ricamente bordado con cangrejos y seres que se arrastran; y salieron grandes gritos y carcajadas de entre la masa de gente del pueblo que estaba fuera cuando descubrió así, a sus miradas poco amistosas, su cola larga y sin nervio. Todos dieron en gritar lo mismo: «¡Su boca es fea, pero tiene linda cola! ¿No habéis visto su cola? ¡Hurra por Gorice, que nos ha enviado como embajador a un mono!».

Y, entre mofas y gritos destemplados, la multitud siguió amorosamente al embajador y a su séquito durante todo el camino, desde el castillo de Galing hasta los muelles. Por eso, le pareció una dulce llegada al hogar cuando subió a bordo de su barco bien construido y mandó que salieran a remo de Lookinghaven. Y, cuando hubieron pasado más allá de Lookinghavenness y estuvieron en alta mar, izaron velas y viajaron hacia Brujolandia sobre el mar profundo con un viento favorable.

La lucha por Demonlandia

De los agüeros que preocuparon al señor Gro acerca del encuentro

entre el rey de Brujolandia y el señor Goldry Bluszco;

y de cómo se encontraron, y del resultado de su lucha.

-¿Cómo he podido quedarme dormido?-exclamó Lessingham-. ¿Dónde está el castillo de los demonios, y cómo hemos salido del gran salón de audiencias donde vieron al embajador?

Pues estaba de pie sobre unas lomas ondulantes que descendían hacia el mar, sin árboles hasta donde alcanzaba la vista por todas partes; y por tres partes relucía el mar, besado por el sol y embravecido por el viento salado y alegre que galopaba sobre las lomas, acarreando innumerables nubes a través de las alturas del aire sin límite.

-Mi hipogrifo viaja tan bien a través del tiempo como del espacio -le respondió el pequeño martinete negro-. Hemos dejado atrás días y semanas en lo que a ti te parece un abrir y cerrar de ojos, y estás en las islas de Foliot, tierra feliz bajo el gobierno suave de un príncipe pacífico, y hoy es el día señalado por el rey Gorice para luchar contra el señor Goldry Bluszco. Terrible será la lucha entre tales dos campeones, y dudoso su resultado. Y mi corazón teme por Goldry Bluszco, aunque es grande y fuerte e imbatido en la guerra; pues en todos los tiempos no se ha alzado un luchador como este Gorice, que es fuerte, duro e incansable, hábil en todas las artes del ataque y de la defensa, además de ser astuto y cruel y mañoso como la serpiente.

Donde se hallaban ellos, la loma estaba interrumpida por un valle glaciar que bajaba al mar, y dominando el valle estaba el palacio del Foliot Rojo, bajo y tortuoso, con muchas torres y bastiones pequeños, construido de piedras arrancadas a la pared del valle, de modo que era difícil distinguir desde lejos lo que era palacio y lo que era piedra nativa. Detrás del palacio se extendía un prado, suave y llano. alfombrado del césped tupido y rígido de las lomas. A cada lado del prado había tiendas de campaña; al norte, las tiendas de los de Brujolandia, y al sur las de los demonios. En la mitad del prado había un espacio de sesenta pasos de lado, marcado con mimbres, para que sirviera de terreno de lucha[70]

Sólo los pájaros del aire y el viento del mar estaban fuera en aquel momento, salvo los que andaban armados ante las tiendas de los brujos: un grupo de seis, armados como para entrar en batalla, con lorigas[71]de bronce reluciente, con grebas[72]y escudos de bronce y yelmos que reflejaban el sol. Cinco de ellos eran jóvenes hermosos y esbeltos, de los cuales el más, joven todavía no estaba barbado del todo; tenían las cejas cerradas y grandes mandíbulas; el sexto, grande como una res, les sacaba media cabeza. Los años habían salpicado de gris la barba que se extendía sobre su ancho pecho y llegaba a su cinturón, tachonado de clavos de hierro, pero había vigor de juventud en su mirada y en su voz, en los pasos de sus pies y en su puño que manejaba con tanta ligereza su gruesa lanza.

-Contempla, maravíllate y lamenta -dijo el martinete- que el ojo inocente del día esté obligado a contemplar a los hijos de la noche eterna, a Córund de Brujolandia y a sus hijos malditos.

Lessingharn pensó: «Mi pequeño martinete es un político ardiente: diablos condenados y ángeles: para él no hay término medio. Pero yo no bailaré a la música que ellos tocan, sino que esperaré a que se desarrollen estas cosas[73]

Así andaban aquéllos, arriba y abajo como leones enjaulados, ante las tiendas de los brujos, basta que Córund se detuvo y, apoyándose en su lanza, dijo a uno de sus hijos:

-Ve y busca a Gro para que yo llable con él.

Y el hijo de Córund fue, y regresó al instante con el señor Gro[74]que llegó con pasos furtivos pero era hermoso y agradable de ver. Su nariz era ganchuda como una hoz, y sus ojos eran grandes y hermosos como los ojos de un buey, e inescrutables como los de dicho animal. Su complexión era delgada y enjuta. Su tez era pálida, y pálidas eran sus manos delicadas, y su barba larga y negra estaba muy rizada[75]y brillaba como el pelo de un perro perdiguero negro.

-¿Cómo le va al rey? -dijo Córund.

-Suspira por verse en ello; y, para pasar el tiempo, juega a los dados con Corinius, y la suerte está en contra del rey.

-¿Qué te parece eso? -preguntó Córund.

Y Gro dijo:

-La suerte de los dados no es la misma que la suerte en la guerra.

Córund gruñó tras su barba, y, poniendo su manaza en el hombro del señor Gro, le dijo:

-Habla conmigo a solas un poco.

Y, cuando estuvieron a solas:

-No escondas tu acuerdo a mí y a mis hijos -dijo Córund-. ¿No he sido como un hermano para ti estos cuatro años, y quieres guardar secretos con nosotros?

Pero Gro sonrió con una sonrisa triste y dijo:

-¿Por qué debemos dar con palabras de mal agüero otro golpe al árbol que vacila?

Córund suspiró.

-Los agüeros -dijo- caen sobre nosotros desde el momento en que el rey aceptó el desafío, de manera malvada y totalmente opuesta a tus consejos y a los míos, y a los de todos los grandes del país. Sin duda, los dioses lo han marcado para la muerte, han ordenado su destrucción y nuestra humillación entre esos demonios.

-Los agüeros caen sobre nosotros, oh Gro -dijo el otro-. En primer lugar, el cuervo nocturno que rodeó el palacio de Carcé volando hacia la izquierda la noche en que el rey aceptó este desafío, y cuando estábamos todos borrachos de vino después de nuestro gran banquete y comida en sus salones. Después, el rey tropezó cuando subió a la popa del barco largo que nos trajo en este viaje a estas islas. Después, el copero bizco que nos sirvió anoche. Y, todo el tiempo, el orgullo demoníaco y el espíritu fanfarrón del rey. Basta: está de muerte. Y los dados caen en su contra.

Gro habló y dijo:

-Oh Córund, no te ocultaré que mi corazón está tan pesado como el tuyo bajo la sombra de los males venideros. Pues, mientras yacía dormido entre las caricias de la noche, llegó a mi cama un sueño de la noche y me contempló con una mirada tan torva que me quedé espantado y temblando de miedo. Y me pareció que el sueño derribaba el tejado sobre mi cabeza, y el techo se abría y revelaba la oscuridad exterior, y en la oscuridad viajaba una estrella con cola, y la noche estaba llena de portentos ardientes. Y había sangre en el techo y grandes gotas de sangre en las paredes y en el dosel de mi cama. Y el sueño chillaba como el búho chillón, y gritaba: «¡Te arrancan de las manos a Brujolandia, oh rey!». Y me pareció que todo el mundo estaba iluminado con un brillo, y, dando una gran voz, me desperté del sueño.

-Eres sabio -dijo Córund-, y parece que el sueño es un sueño verdadero, que se te envía por la puerta de cuerno, y parece que augura cosas grandes y malas: para el rey y para Brujolandia.

-No lo reveles a los demás -dijo Gro-, pues nadie puede luchar contra el destino y alzarse con la victoria, y sólo serviría para encoger sus corazones. Pero es preciso que estemos preparados para los malos sucesos. Si sale algún mal de esta lucha sin armas (lo cual todavía pueden impedir los dioses), no dejéis ninguno de vosotros de tomar acuerdo conmigo antes de emprender cualquier empresa. «Desnuda está la espalda que no tiene hermano tras ella.» Lo que hagamos, debemos hacerlo juntos.

-Tienes mi palabra firme de ello -dijo Córund.

Entonces empezó a salir una gran compañía del palacio y a tomar posiciones a ambos lados del terreno de lucha. El Foliot Rojo se sentaba en su carroza de ébano pulido, arrastrada por seis caballos negros con las crines y las colas al viento; delante suyo iban sus músicos, sus gaiteros y ministriles haciendo su oficio, y detrás suyo iban cincuenta soldados de a pie con picas, cargados de armaduras y de pesados escudos que los cubrían de la barbilla a la punta del pie. Sus armaduras estaban teñidas de rubia[76]de tal modo que parecían bañados en sangre. El Foliot Rojo era de aspecto amable, pero sin perder la dignidad de rey. Su piel era escarlata como la cabeza del picamaderos verde. Llevaba una diadema de plata y ropajes escarlatas bordeados de pieles negras.

Y, cuando se reunieron los foliots, uno de ellos salió con un cuerno por orden del Foliot Rojo y dio tres trompetazos. Entonces salieron de sus tiendas los señores de Demonlandia y sus hombres de armas, Juss, Goldry, Spitfire y Brándoch Dahá, todos armados para el combate salvo Goldry, que iba cubierto de un manto de tejido de oro con grandes corazones bordados sobre el mismo con hilo rojo de seda. Y salieron asimismo de sus tiendas los señores de Brujolandia, todos armados para el combate, y sus hombres de guerra, y poco amor había en las miradas que se cruzaron ellos y los demonios. En medio de ellos marchaba el rey, con los grandes miembros cubiertos con un manto, como Goldry, y el manto era de seda negra forrada de piel de oso negra y adornada con cangrejos hechos de diamantes. La corona de Brujolandia, en forma de cangrejo repugnante y tan engastada de joyas que no era posible distinguir el hierro de que estaba hecha, le ceñía la frente ceñuda. Su barba era negra e hirsuta, con forma de pala y cerrada; su pelo, muy recortado. Tenía el labio superior afeitado, dejando al descubierto su

boca burlona, y de la oscuridad que había bajo sus cejas se asomaban unos ojos que mostraban una luz verde, como los de un lobo. Córund marchaba a su izquierda; su figura de gigante medía una pulgada menos que la del rey. Corinius[77]iba a su derecha, llevando sobre su armadura reluciente una rica capa de tisú azul celeste. Corinius era alto y marcial, y joven, y agradable de ver, de andares contoneantes y de mirada insolente; tenía los labios gruesos y los rasgos algo cargados, y la luz brillaba luminosamente sobre sus mejillas afeitadas.

Y el Foliot Rojo volvió a hacer sonar el cuerno, y, puesto de pie en su carroza de ébano, leyó así las condiciones:

-Oh Gorice XI, muy glorioso rey de Brujolandia, y oh señor Goldry Bluszco, capitán de las huestes de Demonlandia, se ha acordado entre vosotros y se ha sellado con juramentos poderosos de los que yo, el Foliot Rojo, soy el fedatario, que lucharéis sin armas el uno con el otro hasta tres caídas, con las condiciones siguientes, a saber: que si el rey Gorice sale victorioso, será para él esa gloria, y con ella la libertad plena para imponer por la espada sus aspiraciones al señorío sobre Demonlandia, la de las muchas montañas; pero que si la victoria cae de la parte del señor Goldry Bluszco, entonces los demonios dejarán vivir en paz a los brujos, y éstos a aquéllos, y los brujos renunciarán para siempre a sus aspiraciones al señorío sobre los demonios. Y vos, oh rey, y vos, oh Goldry Bluszco, estáis también obligados por juramento a luchar limpiamente y a acatarme a mí, el Foliot Rojo, al que aceptáis y elegís como juez. Y yo juro juzgar con justicia entre vosotros. Y las leyes de vuestra lucha serán que ninguno estrangule al enemigo con las manos, ni le muerda, ni le arañe la carne, ni le saque los ojos, ni le golpee con los puños, ni haga contra él otra cosa no justa, pero en todo lo demás podréis luchar libremente uno con otro. Y el que toque la tierra con cadera o con hombro será dada por caído.

-¿He dicho bien, oh rey -añadió el Foliot Rojo-, y juráis guardar estas condiciones?

-Lo juro -dijo el rey.

El Foliot Rojo preguntó igualmente:

-¿Juras guardar estas condiciones, oh señor Goldry Bluszco?

Y Goldry le respondió:

-Lo juro.

Sin más, el rey pasó a su parte del terreno de lucha y Goldry Bluszco a la suya, y se despojaron de sus ricos mantos y quedaron desnudos para la lucha. Y la gente se quedó muda de admiración por los músculos y tendones de los dos, dudando cuál sería de constitución más recia y cuál tendría mayores posibilidades de victoria. El rey era un poco más alto, y tenía los brazos más largos que Goldry. Pero el gran cuerpo de Goldry mostraba proporciones excelentes, cada parte unida con las demás como en el cuerpo de un dios, y si uno de los dos tenía el pecho más fuerte era él, y tenía el cuello más grueso que el rey.

El rey se burló de Goldry diciéndole:

-Perro rebelde, es justo que os recuerde ahora, a ti y a esos foliots y demonios que contemplan nuestra reunión, que soy tu rey y señor, no sólo en virtud de ésta mi corona de Brujolandia, que me quito así durante un rato, sino también por el dominio de mi cuerpo sobre el tuyo y con mi poder y mis fuerzas. No dudes que no te dejaré hasta haberte quitado la vida y enviado tu alma quejumbrosa sin cuerpo a lo desconocido. Y me llevaré a Carcé tu calavera y tus huesos como señal ante todo el mundo de que he sido el matador de un centésimo gran campeón en la lucha, y tú no serás el menor de los que he matado en este ejercicio. Luego, cuando haya comido y bebido y reído en mi palacio real de Carcé, navegaré con mis ejércitos sobre el mar profundo hasta Demonlandia, la de las muchas montañas. Y será el escabel donde descanse los pies, y los demás demonios serán mis esclavos, sí, y esclavos de mis esclavos.

Pero el señor Goldry Bluszco se rió alegremente y dijo al Foliot Rojo:

-iOh, Foliot Rojo! No he venido aquí a cruzar denuestos huecos con el rey de Brujolandia, sino a medir mis fuerzas con las suyas, músculo contra músculo.

Y se pusieron en actitud de listos, y el Foliot Rojo hizo una señal con la mano, y los címbalos golpearon como señal del primer asalto. Al oír el golpe, los dos campeones avanzaron y se agarraron mutuamente con sus fuertes brazos, cada uno con el brazo derecho por debajo y el brazo izquierdo por encima del hombro del otro, hasta que la carne se hundió bajo el poder de sus brazos, que eran como ganchos de bronce. oscilaron un poco para acá y para allá, como grandes árboles que oscilan en la tormenta, con las piernas firmemente plantadas, de modo que parecía que brotaban del suelo como troncos de robles. Ni cedía terreno uno al otro, ni era capaz ninguno de los dos de hacer buena presa en su enemigo. Así oscilaron de un lado a otro durante mucho tiempo, respirando pesadamente. Y entonces Goldry, haciendo acopio de fuerzas, alzó un poco del suelo al rey, y quiso hacerlo girar sobre sí mismo y arrojarlo al suelo. Pero el rey, en el momento en que se sintió alzado, se inclinó hacia delante poderosamente y rodeó rápidamente con el talón la pierna de Goldry por fuera, golpeándole por detrás y un poco por encima del talón, de tal modo que Goldry hubo de aflojar su presa sobre el rey; y mucho se maravilló la gente de que fuera capaz en tal aprieto de evitar que el rey lo lanzara de espaldas. Volvieron a agarrarse hasta que les salieron moraduras en las espaldas y en los hombros por la dolorosa presa de sus brazos. Y el rey giró de pronto su cuerpo de lado, apartando de Goldry su costado izquierdo; y, asiendo con su pierna la pierna de Goldry por el interior, bajo el gran músculo de la pantorrilla, y estrechándolo más todavía, dio una sacudida poderosa contra él, intentando arrojar a Goldry hacia atrás y aplastarlo al caer al suelo ambos. Pero Goldry se inclinó hacia delante violentamente, estrechando más su presa sobre el rey, y empujó con tal fuerza que el rey tuvo que desistir de su propósito, y agarrados juntos cayeron ambos a tierra lado a lado con un gran golpe, y allí yacieron durante el tiempo que se tarda en contar hasta diez.

El Foliot Rojo determinó que quedaban igualados en aquel asalto, y cada uno de ellos volvió a sus compañeros para tomarse un respiro y descansar un rato.

Y, mientras descansaban, salió volando un murciélago de las tiendas de Brujolandia y voló hacia la izquierda alrededor del terreno de lucha, y después regresó en silencio a su punto de partida. El señor Gro lo vio y el corazón le pesó en el pecho. Habló a Córund y dijo:

-Es preciso que busque, aun en estos momentos tan tardíos, si hay alguna manera de apartar al rey de arriesgarse más, antes de que esté todo perdido.

-Haz como quieras, pero será en vano -dijo Córund.

Así que Gro llegó junto al rey y dijo:

-Señor, dejad esta lucha. Este demonio es mayor y más membrudo que ninguno de los que vencisteis antes, y, con todo, lo habéis vencido. Pues lo derribasteis, como vimos todos palpablemente, y el Foliot Rojo ha juzgado mal al declararos igualados porque al derribarle cayese también a tierra vuestra majestad. No tentéis

al destino en otro asalto. Vuestra es la victoria en esta lucha; y ahora, nosotros, vuestros servidores, esperamos una señal vuestra para lanzarnos de improviso sobre esos demonios y matarlos, pues podemos vencerlos fácilmente al tomarlos por sorpresa. Y los foliots son gentes pacíficas y como corderos, y quedarán espantados cuando hayamos acabado con los demonios con el filo de la espada. Así podréis salir, oh rey, con gusto y con honor grandes, y viajar después a Demonlandia y domeñarla.

El rey miró adustamente al señor Gro, y dijo:

-Tu consejo es inaceptable e inoportuno. ¿Qué hay detrás de él?

-Se han visto agüeros, oh rey -respondió Gro.

Y el rey preguntó:

-¿Qué agüeros?

Gro respondió y dijo:

-Durmiendo yo hacia la hora más oscura, vino a mi lecho un sueño de la noche y me contempló con una mirada tan torva que se me erizaron los pelos de la cabeza y me asió un terror pálido. Y vi que el sueño derribaba el techo sobre mi cabeza, y el techo bostezaba al aire desnudo de la medianoche, que paría portentos ardientes, y una estrella con cola viajaba por la oscuridad inhóspita. Y vi que el techo y las paredes eran una mancha de sangre. Y el sueño chillaba como el búho chillón, gritando: «¡Te arrancan de las manos a Brujolandia, oh rey!». Y entonces todo el mundo pareció iluminado por un resplandor, y con un grito me desperté del sueño sudando.

Pero el rey puso los ojos en blanco de ira contra el señor Gro, y dijo:

-Bien y fielmente me sirven estas zorras falsas e intrigantes. Mal le parece a tu carácter que yo concluya esta obra por mis propias manos, y, en la ceguera de tu locura desvergonzada, me vienes con cuentos inventados para meter miedo a los niños, suplicándome dulcemente que renuncie a mi gloria para que tú y tus compañeros medréis a los ojos del mundo por vuestros hechos de armas.

-Señor, no es así -respondió Gro.

Pero el rey no quiso escucharle, y dijo:

-Creo que es propio de los súbditos leales buscar su propia grandeza en la grandeza de su rey y no deseando brillar con luz propia. Y, en cuanto a este demonio, cuando dices que lo he vencido, dices una mentira burda y desvergonzada. En este asalto no he hecho sino medirme con él. Pero ahora sé con certeza que, cuando ponga en juego mi poderío, no será capaz de resistirme, y todos lo veréis en breve: como se quiebra un tallo de angélica[78]así romperé y quebraré los miembros de este Goldry Bluszco. Y tú, amigo falso, zorra sutil, criado infiel, hace mucho tiempo que estoy cansado de verte deslizarte arriba y abajo por mi palacio, urdiendo cosas oscuras que yo no conozco: tú, que no eres nada de Brujolandia sino un forastero, un exiliado de los goblins, una serpiente que he criado en el seno para mi mal. Pero estas cosas se acabarán. Cuando haya destruido a este Goldry Bluszco, también tendré tiempo para destruirte a ti.

Y Gro bajó la cabeza con tristeza en el corazón ante la ira del rey, y no dijo nada.

Entonces sonó el cuerno para el segundo asalto, y pasaron al terreno de lucha. Al golpear los címbalos, el rey saltó sobre Goldry como salta la pantera, y con el impulso lo llevó hacia atrás casi fuera del terreno de lucha. Pero, cuando casi habían caído entre los demonios que estaban contemplando el certamen, Goldry se inclinó a la izquierda e intentó levantar al rey de sus pies, como antes; pero el rey frustró su intento y cargó sobre él su gran peso, de manera que a Goldry se le podía quebrar el espinazo bajo la violencia mortal de los brazos del rey. Entonces mostró el señor Goldry Bluszco su gran poderío como luchador, pues, aun bajo el abrazo mortal del rey, con la fuerza de los músculos de su ancho pecho sacudió al rey, primero a la derecha y luego a la izquierda, y el rey aflojó la presa, y con toda su habilidad y dominio apenas se libró de una mala caída. Tampoco perdió el tiempo Goldry ni se paró a pensar cómo tantearía al rey, sino que, veloz como una centella, aflojó su presa y se volvió, y, con la espalda bajo el vientre del rey, dio un poderoso empujón hacia arriba, y los que lo vieron quedaron pasmados esperando ver al rey arrojado sobre la cabeza de Goldry. Pero, por mucho que lo intentó, Goldry no consiguió alzar al rey en vilo. Dos y tres veces lo intentó, y a cada intento parecía más lejos de su objetivo, y el rey mejoraba su presa. Y, al cuarto intento que hizo Goldry de alzar al rey sobre su espalda y arrojarlo de cabeza, el rey lo empujó hacia delante y le hizo tropezar desde atrás, de modo que Goldry quedó a gatas sobre las manos y las rodillas. Y el rey se agarró a él por detrás y le pasó los brazos alrededor del cuerpo bajo las axilas y luego por encima de los hombros, con intención de unir las dos manos tras el cuello de Goldry.

Entonces dijo Córund:

-Ya está perdido el demonio. Con esta presa, ha despachado el rey a más de sesenta campeones famosos. Sólo falta que cruce los dedos tras el cuello del demonio maldito para que le empuje hacia delante la cabeza hasta que se le rompan los huesos del cuello o el esternón.

-Mucho tarda para mi gusto -dijo Gro.

Al rey le salía el aliento en grandes resuellos y suspiros mientras se esforzaba por unir sus dedos tras el cuello de Goldry. Y, en aquella hora, el señor Goldry Bluszco sólo se salvó de la perdición total gracias al tamaño de su cuello y de su fuerte pecho. A gatas sobre las manos y las rodillas, no podía escapar de ningún modo de la presa del rey ni agarrarlo a su vez; con todo, por el tamaño del cuello y del pecho de Goldry, al rey le era imposible cerrar esa presa sobre él, por mucho que lo intentaba.

Cuando el rey advirtió que era así, y que no hacía sino derrochar fuerzas, dijo:

-Soltaré mi presa sobre ti y te dejaré ponerte de pie, y volveremos a medirnos cara a cara. Pues me parece indigno reñir por los suelos como los perros.

Así que se pusieron de pie y lucharon otro rato en silencio. Pronto volvió a ensayar el rey el golpe con que lo había intentado derribar en el primer asalto, girando de improviso su costado derecho hacia Goldry y asiendo con su pierna la pierna de Goldry y luego empujándolo con gran fuerza. Y cuando Goldry, como antes, se echó adelante con gran violencia, apretando su presa, el rey se apoyó en él con vigor y, molesto por haber fracasado con una presa que jamás le había fallado antes, metió con ira cruel los dedos en la nariz de Goldry, rascando y arañando las partes interiores y delicadas de la nariz de tal manera que Goldry tuvo que retirar la cabeza. Entonces, el rey, apoyándose en él más pesadamente todavía, le hizo caer de espaldas y dar una mala caída, y cayó él mismo sobre él, aplastándolo y atontándolo sobre el suelo.

Y el Foliot Rojo proclamó al rey Gorice vencedor en aquel asalto. Con esto, el rey volvió a sus brujos, que aclamaban ruidosamente su dominio sobre Goldry. Dijo al señor Gro:

-Es como dije: primero lo tanteo, luego le hago daño, y en el último asalto lo destrozo y lo mato.

Y el rey miró aviesamente a Gro. Gro no respondió palabra, pues su alma sentía el oprobio de ver sangre en las uñas y en los dedos de la mano izquierda del rey, y juzgó que el rey debió de sentirse muy superado en este asalto, ya que había tenido que hacer aquel acto odioso para vencer sobre el poderío de su rival.

Pero el señor Goldry Bluszco, cuando volvió en sí y se alzó de aquella gran caída, habló al Foliot Rojo harto airadamente, diciendo:

-Este diablo me ha vencido con mañas, haciendo cosas vergonzosas, pues me ha arañado con los dedos dentro de la nariz.

Los hijos de Córund se alborotaron al oír las palabras de Goldry, y gritaron a grandes voces que era el mayor de los mentirosos y cobardes; y todos los de Brujolandia gritaron y maldijeron del mismo modo. Pero Goldry gritó con voz como una trompeta de bronce, que se oía con claridad sobre el clamor de los brujos:

-Oh Foliot Rojo, juzga ahora con equidad entre el rey Gorice y yo, tal como lo has jurado. Que muestre las uñas y que las saque limpias de sangre. Este asalto no es válido, y pido que volvamos a lucharlo.

Y los señores de Demonlandia gritaron asimismo que aquel asalto debía volverse a luchar.

El Foliot Rojo había visto algo de lo que había pasado, y había tenido la intención de declarar nulo el asalto. Pero había renunciado a hacerlo por miedo al rey Gorice, que le había mirado con ojos de basilisco, amenazándole. Y entonces, mientras el Foliot Rojo estaba desazonado dudando, entre los gritos airados de los brujos y los de los demonios, si era más seguro seguir el dictamen de su honor o doblegarse ante el rey Gorice, el rey dijo una palabra a Corinius, que se dirigió inmediatamente al Foliot Rojo y, puesto a su lado, le habló al oído en privado. Y Corinius amenazó al Foliot Rojo y le dijo:

-Cuida no vaya a torcerse tu criterio por las amenazas de los demonios. Has otorgado con justicia la victoria en este asalto al rey nuestro señor, y eso de que le ha metido los dedos en la nariz no es más que un pretexto y una imaginación vil de este Goldry Bluszco, que, derribado en buena lid ante tus ojos y ante todos nosotros, y viéndose a sí mismo incapaz de resistir al rey, ahora cree que puede salvarse de él con sus patrañas, y cree que puede evitar la derrota con fullas y sutilezas. Si, en contra del testimonio de tus propios ojos y de los nuestros y de la palabra empeñada del rey, osas rendirte a la persuasión engañosa de estos demonios, piensa que el rey ha domeñado a noventa y nueve grandes campeones en este ejercicio, y que éste será el centésimo; y piensa también que Brujolandia está a muchos menos días de navegación de tus islas que Demonlandia. Te resultará difícil librarte de la espada vengadora de Brujolandia si le ofendes, y si te inclinas injustamente hacia sus enemigos quebrantando tu juramento como juez de este desafío.

Así habló Corinius, y el Foliot Rojo se amedrentó. Aunque creía en su corazón que el rey había hecho aquello de lo que le acusaba Goldry, por miedo al rey y a Corinius, que estaba junto a él y le amenazaba, no osó exponer su pensamiento, sino que con gran confusión dio la orden de que sonara el cuerno para el tercer asalto.

Y sucedió que, al sonar el cuerno, el murciélago volvió a salir de entre las tiendas de los brujos, rodeó el terreno de lucha volando hacia la izquierda y volvió a desaparecer en silencio por donde había venido.

Cuando el señor Goldry Bluszco comprendió que el Foliot Rojo no iba a hacer caso de su acusación se puso rojo como la sangre. Era temible verlo inflamado de ira, y sus ojos ardían como estrellas nefastas a medianoche, y tocado de ira, rechinó los dientes hasta que le salió espuma de los labios y le cayó por la barbilla. Los címbalos golpearon para el comienzo del asalto. Entonces, Goldry se lanzó sobre el rey como hombre privado de juicio, gritando mientras corría, y lo agarró del brazo derecho con ambas manos, una en la muñeca y la otra cerca del hombro. Y sucedió que, antes de que el rey pudiera moverse, Goldry giró sobre sí mismo dando la espalda al rey, y, con sus grandes fuerzas y con la fuerza de la ira que tenía, alzó al rey sobre su cabeza[79]y lo arrojó en tierra con la cabeza por delante como quien arroja una lanza pesada. Y el rey dio en el suelo con su cabeza, y los huesos de su cabeza y su espinazo se aplastaron y se destrozaron, y le manó sangre de los oídos y de la nariz. Con la fuerza de aquel lanzamiento, la ira de Goldry lo abandonó y lo dejó sin fuerzas[80]de tal modo que vacilaba al salir del terreno de lucha. Sus hermanos Juss y Spitfire lo sujetaban a ambos lados, y le cubrieron los miembros poderosos con su manto de tejido de oro bordado con corazones rojos.

Mientras tanto, cundía el desaliento entre los brujos, que habían visto a su rey tomado de improviso y arrojado al suelo, donde yacía en un montón informe, quebrantado como el tallo de una cicuta que se rompe y se quiebra. El Foliot Rojo, muy agitado, bajó de su carroza de ébano y se apresuró a llegar donde había caído el rey; y los señores de Brujolandia también llegaron allí con los corazones compungidos, y Córund alzó al rey con sus brazos fornidos. Pero el rey estaba muerto y exangüe. Los hijos de Córund hicieron unas andas con sus lanzas y colocaron al rey en ellas, y extendieron sobre él su manto real de seda negra forrada de piel de oso, y le pusieron en la cabeza la corona de Brujolandia, y, sin decir palabra, lo llevaron a las tiendas de los brujos. Y los demás señores de Brujolandia los siguieron sin decir palabra.

El Foliot Rojo

Del agasajo que se ofreció a los brujos en el palacio del Foliot Rojo,

y de los ardides y sutilezas del señorGro,

y de cómo los brujos salieron, aquella noche de las islas de Foliot.

El Foliot Rojo volvió a su palacio y se sentó en su trono. Y mandó decir a los señores de Brujolandia y de Demonlandia que fueran a verle. Y no se retrasaron, sino que acudieron inmediatamente y se sentaron en los largos bancos: los brujos en la mitad oriental del salón, y los demonios en la occidental, y sus hombres de armas se pusieron de pie en orden a cada lado tras de ellos. Así se sentaron en el salón sombrío, y el sol que se ponía por el océano al occidente entraba por los altos ventanales del salón y relucía sobre las armaduras y armas bruñidas de los brujos. El Foliot Rojo habló ante ellos y dijo:

-Un gran campeón ha sido derribado en este día en combate justo e igual. Y, según los juramentos solemnes por los que estáis obligados, y de los cuales yo soy el depositario, aquí se acaban todos los conflictos entre Brujolandia y Demonlandia, y vosotros los de Brujolandia debéis renunciar para siempre a vuestras aspiraciones al señorío sobre los demonios. Y, para sellar y fijar este concierto solemne entre vosotros, no veo acuerdo mejor que os unáis conmigo aquí en este día en buena paz y compañía, para olvidar vuestras disputas bebiendo las animalias[81]del rey Gorice XI, pues no ha reinado ninguno más poderoso ni más digno de veneración que él en todo este mundo, y luego podréis ir en paz a vuestras tierras natales.

Así habló el Foliot Rojo, y los señores de Brujolandia asintieron.

Pero el señor Juss respondió y dijo:

-Oh Foliot Rojo, has hablado bien en cuanto a los juramentos pronunciados entre el rey de Brujolandia y nosotros; y no nos apartaremos un punto del contenido de nuestros juramentos, y los brujos pueden vivir en paz con nosotros para siempre si renuncian a urdir males contra nosotros, lo que iría muy en contra de su carácter y costumbres. Pues Brujolandia siempre fue de la naturaleza de la pulga, que ataca al hombre en la oscuridad. Pero no comeremos ni beberemos con los señores de Brujolandia, que nos abandonaron y nos desampararon en la batalla naval contra los ghouls. Tampoco beberemos las animalias del rey Gorice XI, que usó de mañas vergonzosas e ilícitas contra mi deudo en este día cuando lucharon los dos.

Eso dijo el señor Juss, y Córund susurró al oído de Gro y le dijo:

-Si no fuera por el acatamiento debido a esa compañía respetable, ahora sería el momento de caer sobre ellos.

Pero Gro dijo:

-Te ruego que tengas paciencia. Eso sería demasiado peligroso, pues Brujolandia tiene la suerte de cara. Será mejor que los sorprendamos esta noche en sus camas.

Mucho intentó el Foliot Rojo disuadir a los demonios, pero no lo consiguió; ellos le agradecieron cortésmente su hospitalidad, y dijeron que la aceptarían aquella noche en sus tiendas, pues tenían intención de embarcarse por la mañana en su navío de afilada proa y navegar sobre el mar vinoso hasta Demonlandia.

Entonces se puso de pie el señor Juss, y con él el señor Goldry Bluszco, vestido de todas sus armas de guerra, su yelmo de oro con cuernos y su loriga de oro engastado de corazones de rubíes, y desenvainó su mandoble que habían forjado los elfos, con el que había matado a la bestia del mar en días pasados; y el señor Spitfire, que miraba a los señores de Brujolandia como mira con hambre a su presa

un halcón, y el señor Brándoch Dahá, que los miraba, sobre todo a Corinius, con mirada de desprecio burlón, jugando perezosamente con el puño enjoyado de su espada, hasta que Corinius se sintió incómodo bajo su mirada y se revolvió en su asiento, devolviéndole un gesto de desafío. Por ricas que eran las galas de Corinius, y por bueno que era su porte y su rostro, no parecía ni más ni menos que un patán junto al señor Brándoch Dahá, y los dos se odiaban mortalmente. Y los señores de Demonlandia salieron del salón con sus guerreros. El Foliot Rojo envió gente tras ellos e hizo que les sirvieran en sus propias tiendas vino abundante y carnes buenas y delicadas, y les envió músicos y un ministril para que los alegrasen con canciones y relatos de tiempos antiguos, para que no les faltase ningún entretenimiento. Pero para sus otros huéspedes hizo sacar sus pesadas copas de plata y las grandes jarras de vino con asa doble que contenían dos firkins[82]cada una, e hizo que sirvieran a los brujos y a los foliots, y bebieron la copa del recuerdo por el rey Gorice XI, muerto aquel día por mano de Goldry Bluszco. Después, cuando sus copas volvieron a rebosar de vino espumoso, el Foliot Rojo habló ante ellos y dijo:

-Oh, señores de Brujolandia, ¿queréis que pronuncie una endecha en honor del rey Gorice, que se ha llevado en este día la segadora oscura?

Y cuando asintieron, hizo venir a su lado a su tañedor de tiorba[83]y a su tañedor de albogue[84]y les mandó: «Tocadme una música solemne». Y ellos tocaron suavemente en el modo eólico[85]una música que era como el gemido del viento a través de las ramas desnudas en una noche sin luna, y el Foliot Rojo se inclinó en su trono y recitó esta lamentación:

Yo que estaba en salud y alegría,

Estoy ahora enfermo con grande dolor

Y débil y doliente:

Timor mortis conturbat me[86]

Nuestros placeres aquí son gloria vana.

Este mundo falso no es sino pasajero.

La carne es débil, el enemigo es astuto:

Timor mortis conturbat me.

El estado del hombre cambia y varía.

Ahora sano, ahora enfermo, ahora alegre, ahora triste,

Ahora baila feliz, ahora va a morir:

Timor mortis conturbat me.

Ningún Estado de este mundo está seguro;

Como la luz de la vela que tiembla al viento,

Así son de frágiles las vanidades del mundo:

Timor mortis conturbat me.

A la muerte van todos los Estados,

Príncipes, prelados y potestades,

Tanto ricos como pobres de todos los grados:

Timor mortis conturbat me.

Ella lleva los caballeros a la batalla

Armados con yelmo y rodela;

Vence en todos los torneos:

Timor mortis conturbat me.

Ese tirano fuerte y sin piedad

Se lleva al niño que mama en el pecho,

Al infante lleno de bondad:

Timor mortis conturbat me.

Se lleva al campeón en el combate,

Al capitán encerrado en el castillo,

A la dama llena de belleza:

Timor moros conturbat me.

No perdona a señor por su poder,

Ni a clérigo por su saber;

De su golpe temible nadie puede huir:

Timor moros conturbat me.

Sabios mágicos y astrólogos,

Retóricos, lógicos, teólogos:

No les sirven sus sabidurías:

Timor mortis conturbat me.

En la medicina los más prácticos,

Sangradores, cirujanos y médicos,

No se salvan a sí mismos de la muerte:

Timor mortis conturbat me[87]

Cuando el Foliot Rojo había llegado hasta aquí en su endecha, fue interrumpido por una fea pendencia entre Corinius y uno de los hijos de Córund. Pues a Corinius no se le daba una higa por la música ni por las endechas, pero le gustaba mucho jugar a los naipes y a los dados, y había sacado su cubilete para jugar con el hijo de Córund. Jugaron un rato con gran contento para Coriñius, pues ganaba en cada tirada e iba aligerando la bolsa del otro. Pero, al llegar a la undécima estrofa, el hijo de Córund exclamó que los dados de Corinius estaban cargados. Y golpeó a Corinius con el cubilete en su mejilla afeitada, llamándolo tramposo y bellaco sarnoso, ante lo cual Corinius sacó un puñal para clavárselo en el cuello, pero algunos se interpusieron entre ellos, y, cuando se vio que los dados no estaban cargados, el hijo de Córund se prestó a disculparse ante Corinius, y volvieron a ser amigos.

Entonces volvió a escanciarse el vino una vez más a los señores de Brujolandia, y el Foliot Rojo bebió largamente en honor de aquel país y de sus gobernantes. Y dio una orden, diciendo:

-Que venga mi kagu y baile ante nosotros, y después mis otros bailarines. Pues no hay placer que más agrade a los foliots que este placer de la danza, y nos resulta grato contemplar las danzas deliciosas, ya sea el esplendor majestuoso de la pavana[88]que marcha como las nubes grandes en la puesta del sol que van pasando con esplendor, o la graciosa alemanda[89]o el fandango[90]que pasa por grados de la belleza lánguida a la rapidez y la pasión de los bailes de las bacanales[91]en las altas praderas bajo una luna de verano colgada en los pinos; o el alegre laberinto de la gallarda[92]o la giga[93]tan querida por los foliots. Así, no perdáis tiempo y haced que venga mi kagu para que baile ante nosotros.

Entonces se apresuró la kagu a entrar en el salón sombrío, moviéndose suavemente y balanceándose algo al andar, y tenía el gesto algo nervioso al clavar aquí y allá sus ojos grandes y hermosos, apacibles y tímidos, que eran como oro líquido calentado hasta ponerlo al rojo vivo. Se parecía algo a una garza, pero era más gruesa y de patas más cortas, y tenía el pico más corto y más grueso que la garza: y su plumaje gris pálido era tan largo y delicado, que era difícil determinar si tenía pelo o plumas. Y los instrumentos de viento y los laúdes y los dulcimeres tocaron un coranto[94]y la kagu recorrió el salón entre las largas mesas, saltando un poco e inclinándose un poco al andar, y siguiendo muy bien el ritmo de la música; y, cuando llegó cerca del estrado donde estaba sentado el Foliot Rojo, embelesado por su baile, la kagu alargó el paso y se deslizó hacia delante suave y lentamente, hacia el Foliot Rojo; y, deslizándose así, se irguió de manera majestuosa y abrió el pico y echó atrás la cabeza hasta que tuvo el pico apoyado en el pecho, extendiendo las plumas hasta que parecían una falda ancha con miriñaque, y la cresta que tenía en la cabeza se irguió hasta que su altura era de la mitad más; y se dirigió majestuosamente hacia el Foliot Rojo. De este modo se ponía la kagu a cada vuelta que daba en el baile del coranto, de un lado a otro del salón de los foliots. Y todos se reían suavemente al verla, regocijados con su baile. Cuando acabó el baile, el Foliot Rojo llamó a la kagu y la hizo sentarse en el banco junto a él, y le acarició las suaves plumas grises y la celebró mucho. Y ella se sentó con vergüenza junto al Foliot Rojo, dirigiendo con asombro sus ojos de rubí hacia los brujos y su compañía.

Después, el Foliot Rojo mandó llamar a sus osos-gatos, que se pusieron ante él; eran de color rojo de zorra, pero tenían los vientres negros, las caras redondas y peludas, y los ojos inocentes de color ámbar, y zarpas grandes y suaves, y las colas con anillos rojizos y de color crema, y les dijo:

-Oh osos-gatos, danzad ante nosotros, pues gozamos con gran placer con vuestras danzas.

-Señor, ¿queréis que ejecutemos la giga? -preguntaron ellos.

-La giga, por mi vida -respondió él.

Y los instrumentos de cuerda atacaron un movimiento rápido, y las panderetas y los triángulos se sumaron a su ritmo y las patas de los osos-gatos se movían rápidamente en la alegre danza. La música ondulaba y corría, y los danzantes bailaron hasta que todo el salón daba vueltas al ritmo de su danza, y los brujos daban voces de aprobación. La música cesó de pronto, y los danzantes se quedaron quietos y, puestos en fila y cogidos de las zarpas peludas, dirigieron una reverencia tímida a la reunión, y el Foliot Rojo los llamó a su lado y los besó en la boca y los envió a sus asientos para que pudieran descansar y contemplar las danzas siguientes.

Después, el Foliot Rojo hizo llamar a sus pavos reales blancos, del color de la luz de la luna, para que dirigiesen la pavana ante los señores de Brujolandia. Abrieron sus ruedas gloriosamente para aquella danza majestuosa, y era hermosa y agradable de ver su gracia y la grandeza de su porte al moverse con la música casta y noble. Se unieron a ellos los faisanes dorados, que abrieron ampliamente sus collares de oro, y los faisanes plateados, y los faisanes-pavos reales, y las avestruces, y las avutardas[95]pisando pomposamente, apuntando con la punta de las patas e inclinándose y retirándose a su debido tiempo a los compases solemnes de la pavana. Todos los instrumentos participaban en la pavana majestuosa: los laúdes y los dulcimeres, y las tiorbas, y los sacabuches[96]y los albogues; las flautas, que gorjeaban dulcemente como pájaros en las regiones superiores del aire, y las trompetas de plata, y las trompas, que respiraban melodías profundas temblando de misterio y de la ternura que mueve el corazón; y el tambor que llama a la batalla, y el palpitar salvaje del arpa, y los platillos que rechinan como el choque de los ejércitos. Y un ruiseñor que estaba posado junto al Foliot Rojo cantó la pavana en tonos apasionados que disolvían el alma con su belleza dulce y melancólica.

El señor Gro se cubrió la cara con el manto, y lloró al oír y al contemplar la divina pavana; pues le volvía a recordar, como un fantasma que reaparece, días pasados y felices, casi olvidados, en Goblinlandia, antes de que conspirase contra el rey Gaslark y fuera expulsado de su querida tierra natal y fuera un exiliado en la acuosa Brujolandia.

Después, el Foliot Rojo mandó que se tocase la gallarda. La melodía salió alegremente de los instrumentos de cuerda, y dos marmotas, gordas como el sebo, entraron en el salón dando vueltas. La música giraba con mayor desenfreno, y las marmotas hacían cabriolas cada vez más altas, hasta que llegaron a saltar desde el suelo hasta las vigas del techo abovedado, y otra vez al suelo, y de nuevo hasta las vigas del techo en la alegre danza. Y los foliots se sumaron a la gallarda, haciendo giros y cabriolas con el loco deleite de la danza. Y entraron dando vueltas en el salón seis caprípedos, dando pasos ligeros mientras la música sonaba más deprisa todavía, y un monópodo que saltaba de aquí a allá, de un lado a otro, como salta la pulga, hasta que los brujos se quedaron roncos de gritar y jalearle. Pero las marmotas no dejaban de saltar más alto y con más desenfreno que ningún otro, y sus patitas seguían la música galopante con tal rapidez que nadie era capaz de seguirlas con la vista.

Pero poco alegró al señor Gro la alegre danza. La triste melancolía se sentó a su lado como compañera, oscureciendo sus pensamientos y haciéndose tan odiosa la alegría como es la luz del sol a los búhos de la noche. Así que le agradó advertir que el Foliot Rojo se levantaba en silencio de su trono en el estrado y salía del salón por una puerta que había tras el estrado; y, al ver esto, él también salió silenciosamente entre la corriente de la gallarda; salió de aquel salón de movimientos veloces y de risas alegres, salió al atardecer silencioso, donde el viento se había quedado dormido sobre las lomas llanas en los vastos espacios silenciosos del cielo, y el oeste era un emparrado de luz naranja que se apagaba volviéndose púrpura y azul insondable en la parte alta del cielo, y no se oía nada salvo el murmullo del cielo que no duerme, y nada se veía salvo una bandada de aves silvestres que volaban sobre la puesta del sol. En esta soledad, Gro caminó hacia el oeste sobre el valle glaciar, hasta que llegó al final de la tierra y se quedó de pie sobre el borde de un acantilado calizo que caía al mar, y advirtió a su lado al Foliot Rojo, solo en aquel alto acantilado occidental, mirando absorto los colores que morían al oeste.

Cuando habían pasado un rato juntos sin hablar, dirigiendo la mirada sobre el mar, Gro habló y dijo:

-Considera cómo, así como el día muere ahora por aquellas regiones de occidente, así ha salido la gloria de Brujolandia.

Pero el Foliot Rojo no le respondió, pues estaba absorto en sus pensamientos.

Y Gro dijo:

-Aunque Demonlandia está allí donde has visto ponerse el sol, es hacia oriente, hacia Brujolandia, donde debes buscar el esplendor de la mañana. Tan seguro como que verás salir por allí el sol mañana es que verás brillar en poco tiempo la gloria y el honor y el poderío de Brujolandia, y, bajo su espada destructora, sus enemigos serán como la hierba bajo la guadaña.

-Estoy enamorado de la paz y del soplo suave de la brisa de la tarde -dijo el Foliot Rojo-. Déjame; o, si quieres quedarte, no rompas el encanto.

-Oh Foliot Rojo -dijo Gro-, ¿en verdad estás enamorado de la paz? Entonces, el resurgir de Brujolandia debería ser música dulce en tu pensamiento, pues nosotros los de Brujolandia amamos la paz, y no somos suscitadores de disputas, sino qué sólo lo son los demonios. La guerra contra los ghouls, que hizo temblar los cuatro puntos de la tierra, fue promovida por Demonlandia…

-Hablas directamente en contra de tus intenciones -dijo el Foliot Rojo-, ya que pronuncias una gran alabanza de ellos. Pues ¿quién ha visto gente igual a esos ghouls, comedores de hombres, por la corrupción de sus costumbres, su degeneración inhumana y su diluvio de iniquidades? Que cada cinco años, desde tiempos inmemoriales, habían tenido su gran año climatérico, y aún el año pasado salieron con ferocidad jamás imaginada. Pero, si ahora navegan, será en la laguna oscura, sin afligir mares ni ríos terrenales. Alaba a Demonlandia por lo tanto, pues los exterminaron para siempre.

-No lo discuto -respondió el señor Gro-. Pero el fuego ardiente se puede apagar con agua sucia igual que con limpia. Muy contra nuestra voluntad, nos unimos nosotros los de Brujolandia a los demonios en aquella guerra, previendo (como se ha probado ahora con sangre) que el resultado sería la hinchazón de los demonios, que no desean otra cosa que ser señores y tiranos de todo el mundo.

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