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Principios básicos de como hacer una tesis (página 4)


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    Si bien no cabe efectuar, en este libro, una descripción detallada de las diversas acciones que ejecuta un investigador en el curso de su trabajo, pensamos que resultará útil realizar una breve reseña de las mismas. Ello nos facilitará la tarea de explicar cómo se va procediendo a la redacción del informe final.

    Concluir un proyecto -y hacer que éste sea aprobado, cuando así se lo requiere, por alguna institución- significa haber trazado un camino que nos puede conducir bastante rectamente hacia el fin propuesto. Naturalmente, ello resultará más o menos fácil según la calidad y el grado de precisión que posea ese proyecto y dependerá, sin duda, de lo ambiciosa que sea la indagación planificada. Para poner en marcha el trabajo será preciso desarrollar, simultáneamente o no, algunas de las siguientes actividades: [V. Sabino, El Proceso…, Op. Cit., pp. 35 a 41, 113 y ss., y 129 y ss.]

  • Continuar con las lecturas de la bibliografía existente pero ahora, por cierto, con un criterio más estricto: ya no se tratará de acopiar, simplemente, la información que nos permita definir y situar nuestro problema, sino que habrá que buscar sistemáticamente el conjunto de datos que lleven a su resolución. Ello implica realizar un tipo de lectura distinto al anterior, pues será necesario revisar cuidadosamente todas las fuentes existentes, centrarse en aquellos aspectos que son potenciales informaciones de interés e ir extrayendo -mediante fichas u otro sistema equivalente- todo aquello que vaya resultando útil para la investigación. [ V. Hochman y Montero, Op. Cit.]

  • Preparar el trabajo de campo. Al respecto existen, por supuesto, innumerables posibilidades según el diseño que siga la indagación. De todas maneras es necesario trazar primeramente un cuidadoso plan de trabajo que podrá incluir, según los casos: visitas a los lugares de interés, especialmente cuando se hacen trabajos de campo en lugares poco conocidos; obtención de los materiales y los equipos necesarios, especialmente en investigaciones de laboratorio; selección de la muestra, cuando se utiliza ese procedimiento estadístico; definición de las técnicas de observación y de entrevistas que hayan de usarse, etc. Lo que hay que determinar, en síntesis, son las características precisas del diseño a implementar, definiendo su estructura básica, las técnicas de recolección de datos a utilizar y otros elementos específicos.

  • Perfeccionar el marco teórico, especialmente en cuanto a su operacionalización. Es habitual que en un proyecto exista ya una exposición básica del mismo pero, cuando se pasa a la fase operativa del trabajo, es preciso que ésta se transforme en algo mucho más exacto: habrá que definir con precisión las variables y sus relaciones, así como encontrar -para cada una de las mismas- los indicadores que permiten medir sus manifestaciones concretas.

  • Elaborar los instrumentos de recolección de datos. Para el caso de las investigaciones que requieran de observaciones o entrevistas sistemáticas será necesario construir las pautas de recolección y los cuestionarios correspondientes. Ello se hará sobre la base de la operacionalización de las variables y teniendo en cuenta las técnicas de recolección escogidas.

  • Recoger los datos. Aquéllos que se denominan secundarios se extraerán de la bibliografía revisada, en tanto que los primarios, los que provienen del trabajo de campo, habrán de obtenerse por medio de los instrumentos de recolección, sean estos aparatos específicamente diseñados para tal fin (microscopios, medidores, cámaras, etc.) o se trate de pautas o cuestionarios elaborados por el propio investigador.

  

  El producto de toda esta actividad -muy variable, como es de imaginar, según lo que se esté estudiando- es un conjunto de datos o informaciones que constituyen lo que podríamos denominar resultados no procesados de la investigación. Ellos serán la materia prima que utilizaremos para escribir la tesis o informe del trabajo, mediante una labor intelectual de ordenamiento, análisis e interpretación.

8.2. La organización del material

    Al concluir las tareas de recolección, el investigador estará en posesión de un conjunto de elementos disímiles: tendrá fichas, resúmenes y extractos de textos, registros de datos, apuntes con otras informaciones adquiridas durante su trabajo de campo y anotaciones diversas que ha ido haciendo durante el curso de sus lecturas y sus reflexiones. También poseerá -y esto es quizás lo más importante- ideas, intuiciones y razonamientos parciales sobre el significado de la pesquisa realizada. Se impone, por cierto, proceder a organizar todo esto, a darle forma para que surja de allí una disertación coherente que refleje el trabajo ya hecho y permita destacar los conocimientos obtenidos.

    Esta labor de organización se puede efectuar de varias maneras, siguiendo criterios diferentes. No se trata de adherirse a patrones fijos sino de emplear, según las circunstancias, diversas modalidades de trabajo. Desde un punto de vista general, abstracto, existen sin embargo dos caminos básicos para desarrollar esta tarea. Ellos son opuestos pero no excluyentes ya que, al contrario, conviene por lo general complementarlos.

    El primero opera sobre el principio de la inducción y consiste, por lo tanto, en ir agrupando los datos según su tipo y naturaleza, integrándolos así en conjuntos coherentes. Poco a poco se van formando agregados más vastos, hasta que todo el material queda organizado de un modo sistemático en algunas pocas grandes unidades. El otro procedimientos se basa en el principio opuesto: parte de lo general, de la lógica global de la investigación, para alcanzar gradualmente -mediante sucesivas distinciones conceptuales- el nivel de los plurales datos concretos. Es conveniente que el lector ejercite su entendimiento en ambos procesos mentales, para que pueda así recorrerlos con precisión y facilidad. Con el objeto de favorecer esa práctica insertamos, seguidamente, algunos ejemplos ilustrativos.

    Supongamos que en el curso de una investigación se efectúen una serie de registros meteorológicos que permiten definir el clima de una región determinada. Será preciso entonces agrupar los datos correspondientes a cada variable (temperatura máxima, mínima y promedio, humedad, velocidad y dirección del viento, presión atmosférica, etc.) mediante tablas apropiadas. Tal vez convenga hacer una tabla con los sucesivos registros que corresponden a cada una de ellas a lo largo del tiempo, organizar los datos según las diferentes estaciones de registro o combinar ambos elementos en un cuadro general. Lo importante es encontrar una forma de presentar la información sistemáticamente, procesándola de modo tal que todos los registros de un mismo tipo aparezcan juntos en una sola relación global; ésta puede ser una tabla, un cuadro estadístico, o un simple listado. Cualquier manual de estadística básica nos puede informar respecto a las formas usuales de agrupamiento de datos y en cuanto al tipo de procesamiento matemático inicial que ellos pueden sufrir.

    Otro caso puede darse cuando se realizan entrevistas a personas que nos informan respecto a algún problema de interés, como las experiencias vividas durante cierto suceso histórico, por ejemplo. Aquí las variables no aparecen nítidamente separadas como sucedía con la temperatura o la humedad, y por lo tanto se impone un trabajo clasificatorio más complicado. Este tendrá que tener en cuenta los aspectos concretos, bien específicos, de la información adquirida: se agruparán así, por ejemplo, todos los que se refieran a un cierto suceso, provengan de las entrevistas, de algún otro instrumento de recolección o de fuentes bibliográficas. Es fácil así reunir informaciones relativas a puntos determinados de lo que nos interesa, aunque los mismos, al principio, puedan aparecer como desconectados entre sí. Ya habrá ocasión de hacer posteriores agrupamientos más generales, hasta llegar -en lo posible- a cubrir el conjunto de los datos obtenidos.

    Podríamos continuar dando ejemplos de este tipo de procesamiento para datos propios de otras disciplinas: el registro sucesivo de la magnitud de una estrella variable, la evolución de los tipos de cambio, las respuestas de un determinado molusco ante diferentes estímulos. La similitud última de todos estos casos, en un sentido metodológico, nos exime de abundar en mayores detalles. Resulta interesante en cambio examinar brevemente el otro procedimiento, aquel que, como decíamos, opera desde lo general hacia lo particular.

    Situémonos ahora en una investigación descriptiva que tenga por objeto elaborar el diagnóstico completo de una empresa. A medida en que se recoge información ésta podrá ir agrupándose en algunas grandes categorías, que se desprenden del modelo teórico sobre el que se basa el diagnóstico. Tendremos así lo relativo a los procesos productivos, la organización funcional, el mercadeo, los aspectos financieros, etc. Todos los datos que se vayan obteniendo se irán así insertando en alguna de estas grandes divisiones, que también podrán subdividirse a su vez, para llegar a un nivel de particularización adecuado.

    Como verá el lector este procedimiento, aunque opuesto por su punto de partida al anterior, en nada resulta incompatible con el mismo. Es factible ir trabajando por ambas vías simultáneamente, según las características de los datos que se vayan recogiendo, hasta llegar a un sistema global, que nos permita ubicar toda la información de un modo coherente y bien estructurado.

    Naturalmente, no es posible hacer esto de un modo absoluto, para todos los datos que hayamos recogido. Siempre habrá algunos que no encajen bien en las categorías de clasificación elaboradas. No debe preocuparse el tesista por esta circunstancia, especialmente si ello ocurre con un volumen más o menos reducido de información. Ya habrá oportunidad de hacer una clasificación más afinada cuando se posea un esquema expositivo general, de modo que allí pueda situarse aquéllo que en principio no parece fácilmente ordenable. Pero, en última instancia, tampoco tenemos que impacientarnos si ni aún así es posible resolver este problema: es preciso recordar que no toda la variada información obtenida en un proceso de investigación puede razonablemente ser registrada en su informe final. A veces existirá un exceso de detalles que no conviene transcribir; en otros casos se recogerán interesantes aunque lejanos antecedentes de una situación; podrán aparecer informaciones imprevistas, que no caben dentro de las propuestas teóricas iniciales, o datos sugerentes, que estimulan la imaginación pero que resultan por el momento imposibles de verificar. Es siempre preferible mantener la unidad expositiva básica de la tesis o del informe que buscar, empecinadamente, que todos los variados datos recogidos aparezcan en el mismo. Cabe además el recurso inteligente de separar la información no utilizada para emplearla -más adelante- como insumo de alguna nueva indagación.

    La exposición anterior, lo imaginamos, puede dar la sensación de que se están pasando algunas cosas por alto. ¿Qué hacer -dirá el lector- con tantas ideas que se nos van ocurriendo de un modo espontáneo sobre el problema en estudio? ¿Cómo organizar los apuntes, notas y observaciones que se tienen, y que ocupan a veces muchas páginas? Todo este material que se va acumulando, casi siempre de un modo no previsto, tiene sin duda un gran valor. El mismo representa ya parte del análisis y la prefiguración de las conclusiones, pero debe ser procesado, obviamente, para que adquiera plena significación. Parte de este procesamiento puede realizarse siguiendo los mecanismos de agrupamiento de la información ya citados; pero, para alcanzar una utilización realmente completa, es preciso contar con otro elemento, al que luego nos referiremos: el esquema expositivo o plan de texto.

    Si el tesista ha concluido ya con la etapa de recolección de datos y ha procedido a realizar las operaciones que mencionamos en la presente sección podrá tomar ahora sus apuntes previos para considerar si ellos se pueden incorporar, de un modo directo, a algunas de las informaciones que ha ido procesando. Conviene que esta tarea se realice conjuntamente con la primera fase del análisis de datos, como inmediatamente mostraremos.

    Los datos obtenidos suelen dividirse, según su forma, en dos grandes categorías: numéricos y verbales. Los primeros se tabulan de modo de construir con ellos apropiados cuadros estadísticos, de acuerdo a los procedimientos que se exponen en los textos de metodología. [V. por ejemplo a Galtung, Johan, Teoría y Métodos de la Investigación Social, Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1971, así como a Sabino, El Proceso…, Op. Cit., pp. 153 a 167.] Los segundos pueden ser transformados en información numérica -mediante un proceso que se denomina codificación– o mantenidos en su carácter verbal, agrupándoselos según tipo y tema. Así debe procederse también con el contenido de las fichas, de modo tal de ir construyendo, en uno u otro caso, unidades coherentes de información. Sobre estos materiales debe iniciarse entonces el análisis: hay que estudiarlos detenidamente para tratar de comprender qué significado tiene cada cuadro y cada grupo de oraciones referentes a un idéntico punto. Se impone, en tal momento, la tarea de establecer por escrito las reflexiones preliminares que surjan de ese examen.

    Es conveniente que el tesista vaya anotando las ideas que le son sugeridas por la información que revisa: puede observarse así el comportamiento de un cierto indicador, el tipo de relación que parece existir entre dos variables, la forma en que fluctúa una magnitud determinada o las apreciaciones que nos merecen ciertos hechos u opiniones que aparecen en los relatos de los entrevistados o en la bibliografía. Es muy útil, verdaderamente, apuntar lo que se va observando mediante breves observaciones que queden por escrito. Aquí, precisamente, habrá que consultar las anotaciones previas para encontrar los casos en que ellas tienen relación con los contenidos de esta primera fase del análisis. De este modo se va realizando una primera forma de contrastación entre los contenidos teóricos iniciales y los datos recogidos, objeto fundamental de toda indagación científica.

    Es muy probable, por cierto, que una gran cantidad de tales anotaciones no pueda incorporarse en esta fase del trabajo, especialmente porque ellas sean de naturaleza muy general, vinculadas más a las conclusiones globales que al análisis pormenorizado. En todo caso es conveniente ir clasificando esas observaciones de acuerdo a su carácter, con lo que se podrá ir configurando un archivo de notas que posea un mínimo de orden interior. No obstante, no podrá avanzarse demasiado en esta línea si no se posee ya un esquema que nos permita organizar el conjunto de ideas concernientes a la investigación.

8.3. El esquema expositivo

8.3.1. Una Primera Aproximación

    No existe un procedimiento sencillo, más o menos rutinario, que nos permita elaborar siempre un esquema expositivo adecuado. Ello es de lamentar porque la feliz comunicación de un trabajo científico depende estrechamente de la construcción de un buen esquema, completo y orgánico, que nos facilite la transmisión de los resultados de la investigación y de los razonamientos que la acompañan.

    Desde un punto de vista operativo un esquema expositivo es un elemento ordenador que nos permite clasificar todos los contenidos a transmitir, prefigurando así lo que habrá de ser el índice general del trabajo terminado (V. supra, 3.4.4). En tal sentido cumple la función de ofrecer una guía, un hilo conductor con el que se logran armonizar los diferentes elementos de la exposición. Se obtiene también así una clave para ir incorporando diversas informaciones e ideas que se presentan durante el desarrollo del trabajo investigativo. De lo anterior se desprende, de un modo obvio, que un esquema es valioso en la medida en que posee una sólida lógica interior y una cobertura completa de los puntos a tratar. Si el tesista tiene ya datos suficientes y ha construido un esquema expositivo apropiado sólo tiene ante sí la tarea de escribir, que ofrece por cierto grandes desafíos, pero que en todo caso no presenta las dificultades metodológicas de las anteriores.

    Para elaborar con éxito un esquema de este tipo resulta provechoso, en casi todos los casos, consultar el proyecto de investigación previo. Este documento nos puede indicar indirectamente cual ha de ser la estructura básica del esquema, orientándonos en cuanto a su conformación general. También es conveniente, por supuesto, revisar la forma en que se han presentado otras investigaciones similares a la nuestra y tener en cuenta el análisis preliminar de la información ya realizado.

    La primera esquematización que se nos presenta es la más general, la que se corresponde con la estructura básica de un trabajo científico (V. supra, 3.1). Ella consiste en tres secciones básicas: elementos introductorios, cuerpo de la exposición y conclusiones (con otros elementos finales). Sobre esta base no se puede alcanzar más que una organización todavía muy primaria y tosca de la información, aunque ya eso es un avance. A través de esta primera aproximación es posible clasificar, a veces, gran parte de las notas y observaciones generales que hemos ido haciendo.

    Si la tesis se basa en una investigación de campo tenemos la opción de utilizar un esquema-base al que también ya nos hemos referido (V. supra, 3.3):

edu.red

Esta estructura, que muestra ya una separación entre elementos conceptualmente diferentes, puede servirnos para llegar a un esquema expositivo más definido y completo. Para hacerlo es preciso simplemente pensar que las tres secciones centrales, las que corresponden al desarrollo o cuerpo del trabajo, están en realidad abiertas a la posterior subdivisión: cada una (especialmente el marco teórico y el análisis de datos) puede estar constituida a su vez por varios capítulos, y estos a su vez por secciones o puntos específicos.

    Veremos algo más adelante lo que ocurre con lo referente al marco teórico, puesto que su división en capítulos supone a veces problemas bastante complejos. La metodología, en cambio, es más fácil de desarrollar: suele partirse de las consideraciones más generales -que incluyen, cuando es oportuno, el tratamiento de los aspectos epistemológicos- para luego definir, explicar y justificar la estructura de diseño adoptada. De allí se pasa al examen de las técnicas empleadas, analizando y relatando a la vez las dificultades concretas que han surgido en su aplicación. Si éstas son disímiles entre sí conviene abrir una sección especial para cada una.

    En cuanto al análisis de los datos es preciso tener en cuenta el encadenamiento de los elementos individuales que lo componen. Ello significa que habrá que crear secciones particulares para tipos específicos de datos, congruentes entre sí, y ordenar éstas de modo tal que el análisis pueda ir realizándose sin saltos bruscos, de una manera que facilite la continuidad de la lectura. Veamos un ejemplo.

    Supongamos que hemos realizado una investigación basada en el diseño encuesta, orientada a conocer las opiniones de los usuarios que han comprado una determinada marca de automóvil. El propio cuestionario, si está bien estructurado, nos permitirá ir trazando una división entre grupos de datos con sentido propio. Tales agrupamientos podrían referirse a: descripción de la muestra; antecedentes y hábitos de compra; motivos de compra; opinión respecto a diversos aspectos del producto: exterior, espacio interior, tablero de mandos, manejo, rendimiento, etc.; opinión global; expectativas respecto a futuras compras, etc. Cada una de estas partes podrá estar constituida por uno o varios cuadros seguidos del análisis correspondiente, así como de una apreciación global de los resultados que contiene. El conjunto de estas secciones conformará el capítulo de análisis de datos o de resultados, según se prefiera llamarlo.

    Si la información es suficiente y admite en sí subdivisiones mayores, resultará conveniente dedicar varios capítulos al análisis. Así ocurriría en una investigación sobre la evolución de la economía de un país, por ejemplo, donde podrían aparecer los siguientes capítulos: 1) producción y consumo; 2) exportaciones e importaciones; 3) mercado de capitales; 4) empleo; 5) actividad del sector público. Naturalmente, cada uno de estos capítulos abarcaría la información y el análisis específico de los temas mencionados, pudiéndose a su vez dividir en varios puntos. El segundo, v.g., se ocuparía de la balanza comercial, los movimientos internacionales de capital, las reservas, etc.

    Este mismo ejemplo nos proporciona la oportunidad de hacer una observación que puede resultar valiosa: en una investigación como la mencionada no es preciso, estrictamente, que los datos sean precedidos por un "marco teórico", en el sentido tradicional del término. La razón de ello es que no es posible formular al respecto proposiciones novedosas ni se hace necesario explicar detenidamente en qué consiste cada variable, puesto que ellas son suficientemente claras para cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de la economía. El primer capítulo de la tesis, por lo tanto, debiera ocuparse de otros temas: de los objetivos de la investigación, de la forma peculiar en que se presenta el problema en función de tales objetivos, de la mayor o menor atención que se dedica a cada punto, del tipo de análisis efectuado. Tales aspectos, por cierto, caben también en una introducción, si el autor prefiere organizar las cosas de esa manera.

8.3.2. Criterios de Ordenamiento

    Los casos anteriores muestran la relativa facilidad conque se puede confeccionar un esquema expositivo básico para el caso de ciertos trabajos científicos. Pero hay muchos otros en que la complejidad de la materia expuesta nos obliga a reflexionar de un modo más cuidadoso, porque son varias las posibilidades que se abren y la selección entre ellas resulta ardua. Lo mismo ocurre, en otras ocasiones, para la parte específicamente referida al marco teórico.

    Examinemos la cuestión un poco más de cerca. Uno de los métodos básicos para construir un esquema consiste en tener presente el nivel de abstracción o de generalización de cada aspecto de lo que se intenta transmitir, para evitar así que se produzcan bruscas transiciones, "saltos" entre una parte y otra. De ese modo la información general que se posee previamente a la investigación y que se va a utilizar en ésta se agrupa en el marco teórico; los elementos más concretos -los datos y su análisis- se colocan luego, partiendo casi siempre del nivel de lo más particular hacia lo más abarcante; los aspectos generales que se desprenden de lo analizado, por último, se suelen ubicar en los capítulos finales, si no directamente en las conclusiones. Esa es la lógica interior del esquema que venimos examinando hasta aquí.

    Otro criterio ordenador que ya hemos mostrado en los ejemplos es aquél que nos lleva desde un elemento antecedente hasta otro que es consecuencia del primero. Parece natural colocar las expectativas de compra de los consumidores después de la opinión sobre los productos que actualmente usan, puesto que sus decisiones en materia de nuevas adquisiciones estarán vinculadas, sin duda, a sus presentes experiencias. Este criterio es muy útil cuando se trata de ordenar información que posee el mismo nivel de abstracción: en este caso una de las secciones resulta tan concreta como la otra, y el criterio que mencionábamos en el párrafo anterior no nos serviría para ordenar el material. Por ello se emplea aquí la regla de tener en cuenta cual de los aspectos puede considerarse como generador o antecedente del otro.

    Del mismo modo esta norma puede extenderse, con facilidad, al caso de informaciones o problemas que se desarrollan según una secuencia temporal. Surge así la clasificación del material según un criterio histórico, que permite organizar sin mayores inconvenientes la información existente y se hace perfectamente comprensible para cualquier lector. En este mismo libro podrá apreciarse una aplicación indirecta de tal principio: todos los capítulos de la segunda parte están ordenados según una secuencia ideal que muestra el camino que recorre el tesista desde que comienza a elegir su tema hasta el momento en que defiende su trabajo ante un jurado.

    Si un tesista logra combinar los tres criterios mencionados -el que distingue entre lo general y lo particular, el de antecedencia y consecuencia, y el histórico- podrá elaborar, casi sin excepción, un buen esquema expositivo para su trabajo.

    Veamos ahora otro ejemplo, que nos permitirá apreciar mejor cómo se aplica esta estrategia de combinación a casos más complejos. Nuestro tesista, supongámoslo así, es un antropólogo que intenta registrar la evolución de cierta danza popular esclareciendo, a su vez, las causas de su actual resurgimiento en cierta región. El tema, por cierto, no se presta a un desarrollo simple: en la exposición final tendrán que aparecer elementos históricos -ello es necesario si se habla de evolución- teóricos y empíricos de diversa naturaleza. Un orden puramente temporal no parece adecuado, puesto que la investigación tiene que examinar de algún modo la hipótesis planteada, pero el esquema comentado más arriba, en 8.3.1, tampoco resulta directamente aplicable, porque su simple estructura no deja mayor espacio para la incorporación de antecedentes históricos. Para resolver esto podemos partir de una división muy general, del siguiente tipo:

1.- La danza popular "NN". Caracterización general, origen, primeras manifestaciones conocidas.

2.- Desenvolvimiento histórico. Variaciones regionales. Evolución en la región oriental.

3.- Causas de su desaparición en algunas regiones: hipótesis adelantadas, verificadas y aceptadas.

4.- El resurgimiento de "NN" en la región oriental. Factores que se han hecho presentes: examen de los datos primarios y secundarios. Formulación de la hipótesis.

5.- Análisis de los factores (del punto 4) en relación a las hipótesis preexistentes (punto 3). Verificación de la hipótesis propia.

6.- Conclusiones.

     Obsérvese que éste aún no es el esquema terminado, el modelo completo y explícito con que se habrá de estructurar el informe, sino un esqueleto básico del mismo en el que cada punto, todavía, ha de trabajarse bastante. La forma general, sin embargo, parece ya la adecuada puesto que permite ordenar todo el material de importancia de modo que el discurso se desarrolle con cierta fluidez. El primer punto, por ejemplo, es en parte histórico y en parte teórico: nos permite exponer el concepto de "NN" que habremos de trabajar y nos ofrece además un inicio para la descripción histórica del punto dos.

    A partir de allí se abren a la vez dos líneas de desarrollo: por un lado es preciso exponer cómo se ha explicado la decadencia de la danza popular "NN", acaecida en casi todas partes, para poder así efectuar un contraste con lo ocurrido en la región oriental; por otro lado es preciso demostrar que, en esa región concreta, ha habido efectivamente un resurgimiento de esa expresión folklórica, mediante datos apropiados y completos. El orden escogido se basa en que las hipótesis sobre el retroceso de "NN" (punto 3) son de tipo general y, en algún sentido, previas a la expansión en la región del estudio. Además es preciso que los contenidos referentes a la región que nos interesa se sitúen hacia el final, para permitir el examen de las hipótesis del tesista sin tener que interrumpir el discurso general.

    El punto 5, el que parece más confuso en el esquema, se basa en un supuesto fundamental para la tesis: examinando los factores presentes actualmente en la región del estudio y comparándolos con los se que consideraron causa de la desaparición de "NN" en otras regiones se podrá entender -por vía de la contraposición- cuáles han sido los elementos que han condicionado el resurgimiento que interesa explicar. Tal supuesto pudiera resultar falso, o imposible de comprobar. Eso aquí no nos interesa, pues en nada daña la calidad del ordenamiento presentado.

    Ya hemos dicho que éste no es, todavía, el esquema final. Estos instrumentos de trabajo, por cierto, deben ir haciéndose y rehaciéndose varias veces a lo largo de un trabajo, especialmente durante la fase final, cuando ya estamos escribiendo y poseemos todos los datos fundamentales de la investigación. El siguiente paso sería partir de este esquema básico, suponer que la tesis ha de tener seis capítulos, y clasificar la información disponible de acuerdo a ellos. Luego se podrá pasar a trabajar cada uno de los capítulos, dividiéndolos en secciones más particularizadas. Así el número 4, posiblemente, deba ser descompuesto en varias secciones o nuevos capítulos, puesto que es probable que su contenido resulte demasiado amplio. Para cada una de estas partes se podrá proceder del modo indicado, volviendo a emplear los criterios ya mencionados y construyendo esquemas parciales que se insertarán dentro del armazón general ya trazado.

    Tomemos el punto 2, como muestra de lo que hay que realizar. Su contenido, en principio, no resulta simple: abarca tanto una historia general como un aspecto geográfico, que nos permitirá profundizar mejor en cuanto a la región oriental. Para resolver la dificultad de tomar en cuenta ambos criterios, temporal y espacial, debemos acudir al expediente de periodizar la secuencia histórica, dividiéndola en tramos que posean una cierta unidad interior. El desarrollo del capítulo, entonces, podrá hacerse sobre la siguiente base:

Capítulo 2: La Evolución de "NN"

2.1.- Problemas Generales (periodización y división regional)

2.2.- La Evolución Durante el Período 17..-18..

2.2.1.- Aspectos Generales

2.2.2.- Las Regiones Sur y Occidental

2.2.3.- La Región Central

2.2.4.- La Región Oriental

2.3.- El Período Reciente: 18..-19..

2.3.1.- Transformación y Decadencia

2.3.2.- Las Regiones Sur y Occidental

2.3.3.- La Región Central

2.3.4.- La Región Oriental

2.4.- Singularidades de la Región Oriental dentro de una Apreciación de Conjunto.

    Queremos destacar, a través del ejemplo precedente, algunos elementos que deben tomarse en cuenta para la elaboración de esquemas:

a) La forma en que se combina el orden histórico -aquí más general- con el geográfico, que aparece como subordinado al anterior. Ello permite integrar ambos criterios en un conjunto coherente. Naturalmente, en otros casos puede ser más lógico proceder de distinta manera, supeditando la exposición histórica a un ordenamiento geográfico más amplio.

b) La existencia de dos secciones, 2.1 y 2.4, que preparan y cierran el desarrollo central. La primera advierte al lector sobre el criterio que se seguirá en la exposición, sirviendo así de justificación; la última sirve como conclusión parcial, específica del capítulo, pero es útil también para centrar la atención sobre la región oriental, que se ha privilegiado temáticamente.

c) Los títulos, como se notará, no son los definitivos. Ellos pueden definirse mejor cuando ya se emprenda la redacción del trabajo. Por ahora lo que interesa es simplemente registrar el tipo de contenido que cubrirá cada sección.

    El lector interesado en el problema de los esquemas expositivos podrá hacer ahora un ejercicio: desglosar los elementos del que será el capítulo 3 de esta imaginaria tesis. Para ello tendrá que suponer que las hipótesis y teorías que se mencionan allí pueden ordenarse según el tipo de factor al que aludan y de acuerdo, además, al grado de verificación y aceptación que las mismas tengan.

    Cuando ya se haya definido la estructura básica del esquema será conveniente que se realice otra tarea, necesaria para precisarlo y clarificarlo. Ella consiste en redactar, muy brevemente, una explicación con los contenidos a desarrollar en cada punto. Se trata de escribir apenas unas cuantas líneas, de hacer una descripción sintética que sea capaz de orientarnos luego, cuando llegue el momento de comenzar a escribir.

    Nos parece oportuno, antes de cerrar este capítulo, hacer una recomendación de importancia: no se aprende a construir buenos esquemas expositivos sino por medio de la práctica, a través de ensayos y experiencias sucesivas. Es útil al respecto consultar con frecuencia los índices de libros y escritos de todo tipo, tratando de percibir en ellos la lógica interior que los recorre; es conveniente también buscar el consejo de personas habituadas a las labores de redacción científica. Pero, en definitiva, lo esencial es trabajar con ahínco y sistemáticamente hasta alcanzar a dominar este tipo de tarea intelectual.

Capítulo 9

 LA CONSTRUCCION DEL MANUSCRITO 

9.1. ¿Por dónde empezar?

    Quien haya llegado hasta aquí, realizando las actividades que describimos en los tres capítulos precedentes, ya está en condiciones de comenzar a escribir. En teoría, sólo le aguardan algunas dificultades que son inseparables de este oficio y un trabajo quizás fatigoso o lento, pero pocas sorpresas de importancia. La paciencia y la dedicación pueden superar con facilidad tales obstáculos, pues hay que recordar que la redacción científica no persigue hallazgos literarios ni se guía por algo semejante a la inspiración. Simplemente se propone ser clara, directa, facilitadora de la comunicación (v. supra, cap. 1). Pero esto es sólo así en teoría, no en las circunstancias prácticas que rodean generalmente al investigador o al tesista.

    De hecho, según lo indica la experiencia, el momento de comenzar a escribir es siempre conflictivo, cargado de tensión, a veces angustiante. El autor se enfrenta a su primera frase y siente que no sabe por dónde comenzar, que las palabras que anuda trabajosamente no reflejan su auténtico pensamiento, que la tarea es superior a sus fuerzas. Por supuesto, nos estamos refiriendo al tesista o al profesional medio, quien no está habituado a encarar tareas de esta naturaleza ni tiene una práctica constante en materia de redacción. A él, primordialmente, nos dirigimos.

    Ninguna exposición teórica puede resolver los problemas psicológicos que plantea inevitablemente la acción de escribir. Cada persona debe enfrentarlos por sí misma, mediante su trabajo y su capacidad creadora, aprendiendo a conocerse y a dominar las reglas del oficio y del idioma que utiliza. Hay otras cosas, sin embargo, que podemos proponernos aquí: ofrecer un método de trabajo que puede abreviar parte del esfuerzo de quien aprende por sí mismo, despejar los falsos problemas que tantas veces se plantean, orientar mediante sugerencias y consejos a quien no domina las técnicas y no es consciente de las dificultades que se le han de presentar.

    Si ahora, pasando ya a temas más concretos, quisiéramos satisfacer la pregunta que encabeza esta sección deberíamos dar, sustancialmente, una respuesta muy simple: se puede comenzar a escribir por cualquier parte. Partimos del supuesto de que el tesista posee ya los dos elementos fundamentales a los que hemos venido aludiendo: ha recogido un volumen de información suficiente como para abordar el tema que se propone exponer y posee, además, un esquema expositivo o plan de texto que le permite prefigurar lo que habrá de ser el trabajo terminado. En tales condiciones es relativamente indiferente cual sea el punto que se escoja para iniciar la redacción, pues cualquiera de ellos dispondrá de material suficiente para ser desarrollado y podrá luego insertarse lógicamente dentro del plan general de la obra.

    Es cierto que si procedemos a redactar el manuscrito en el mismo orden que seguirá la exposición habremos de obtener algunas ventajas: se hará más fácil lograr el ensamblaje entre las distintas partes que la componen, se evitarán posibles repeticiones, podrá ir viéndose la forma y las dimensiones que toma el trabajo a medida que éste va creciendo. Pero ello no es de mayor importancia si se tiene en cuenta un supuesto, capital para una buena labor de redacción: lo que se está escribiendo en esta primera instancia no es el texto definitivo sino un borrador, una versión preliminar de la obra que está sujeta a inevitables ajustes y revisiones antes de su presentación final.

    Por ello damos la respuesta arriba indicada: teniendo en cuenta lo anterior, es preferible iniciar el trabajo por el punto donde éste resulte más accesible para quien escribe, con lo que se hacen menos sensibles las dificultades subjetivas ya mencionadas. Hay quienes prefieren ir dando forma, desde el comienzo, a los capítulos que componen la exposición teórica inicial; otros optan por redactar primero, de un modo bastante completo, las secciones relativas al análisis; muchos investigadores, por último, sienten mayor seguridad y perciben mejor lo que hacen si comienzan, llanamente, desde la introducción. No hay al respecto normas ni reglas que resulte obligatorio seguir mientras se respeten, como decíamos, los requisitos de poseer información y de haber elaborado un esquema expositivo. Si esto último no se ha logrado, en cambio, nos amenazan algunas dificultades: es posible, por ejemplo, que todo lo que escribamos al comienzo tenga poca aplicación en el momento de la redacción final y que su utilidad se reduzca a la de meros papeles de trabajo, del tipo de los indicados en 8.2; puede suceder también que haya que rehacer varias de las partes primeramente redactadas, pues quizás no se ajusten en forma o contenido al carácter del trabajo final; en fin, sucede también que así las repeticiones o las incongruencias de la exposición sean mayores, multiplicando los esfuerzos que tenemos que realizar al momento de corregir el borrador.

    Hay otra sugerencia que nos gustaría expresar aquí, antes de pasar a estudiar métodos de trabajo más concretos. Ella se refiere a los inconvenientes que suelen presentarse cuando se comienza a escribir un trabajo desde la introducción o desde el prólogo. Si bien ésta es la elección más indicada para muchas personas, por lo que acabamos de decir, ofrece el riesgo de que luego se presente una incompatibilidad entre el principio y el resto del manuscrito.

    La introducción, y en cierta medida el prólogo, son secciones que anuncian al lector lo que habrá de seguir en la obra. En ellas, puede decirse, se formula una promesa, pues se presenta al lector un esbozo del resto del trabajo. Ahora bien, como no siempre es posible cumplir con todo lo ofrecido, puesto que entre el proyecto de un estudio y su realización median inevitables divergencias, es posible que aquéllo que se promete en las páginas iniciales no se concrete en las sucesivas secciones que le siguen. De allí que, cuando se escriba en el orden indicado, resulte tan importante revisar detenidamente el borrador de la introducción o del prólogo, para evitar esas desagradables discrepancias que tan negativamente afectan al lector.

9.2. Métodos de trabajo

    El sistema de trabajo que describiremos aquí puede concebirse como una continuación de la tarea de ordenamiento del material que presentábamos en el capítulo anterior. El mismo consiste, en esencia, en un proceso analítico según el cual el discurso general se divide en partes que agrupan información coherente y éstas, a su vez, se van descomponiendo en unidades menores. Se llega así a delimitar un conjunto de secciones de dimensiones relativamente reducidas que se integran entre sí de acuerdo a un esquema global y congruente. Sobre cada una de estas secciones se comienza, recién entonces, la tarea sistemática de redacción.

    Para trabajar de este modo, por supuesto, es preciso tener una cierta disciplina intelectual, que nos aparte de la tendencia espontánea a escribir de un modo no meditado, sin demasiada consciencia de lo que se hace. Esto último suele traer deplorables consecuencias, salvo en el caso de trabajos muy cortos, de artículos o breves ensayos, donde el autor procede aparentemente como si no se guiara por ningún plan: analiza su problema, va dando forma a sus ideas y luego se lanza a escribir sin mayor transición. No obstante, cuando un artículo o trabajo se realiza de esta forma, es frecuente que luego se aprecien ciertas debilidades, especialmente en cuanto a la pobre organización de sus contenidos. Cuando no sucede así es porque el escritor ha trazado mentalmente su propio modelo expositivo -tal vez hasta de un modo inconsciente- creando, aunque no se lo perciba, una sólida línea que organiza su argumentación. Es casi imposible, sin embargo, proceder de tal modo cuando nos enfrentamos a trabajos largos, complejos, que requieren de un esfuerzo suplementario para alcanzar una presentación coherente y sistemática.

    Para comenzar a escribir, por lo tanto, conviene seleccionar primeramente una sección específica del trabajo, leer toda la información que hay al respecto y, luego, esbozar mentalmente lo que habremos de decir sobre el tema. En otras palabras, debemos prefigurar qué vamos a decir antes de comenzar a hacerlo. Por supuesto, aún dentro de una sección determinada habrá diversas cosas a exponer, muchas ideas que parezcan asaltarnos simultáneamente. Ello crea un nuevo problema, que es posible resolver de diversas maneras.

    Podríamos proceder, para cada punto específico, del mismo modo que hemos recomendado hasta aquí: construir una especie de lista con las ideas que tratamos de comunicar, ordenarlas y recién entonces comenzar a escribir. Este método puede resultar efectivo para muchas personas pero otras, seguramente, lo encontrarán demasiado rígido. Hay motivos para considerar con cierto cuidado esta cuestión, que es en el fondo más importante de lo que parece.

    El trabajo de redacción es una actividad compleja, en la que intervienen diversas aptitudes y esferas del comportamiento humano. Tiene un componente relativamente mecánico, en el sentido de que implica una acción regular, que se ejecuta en gran medida por medio de adecuadas técnicas y destrezas instrumentales; en esto se parece a cualquier otro trabajo en el que haya que definir actividades simples, organizarlas y ejecutarlas en un cierto orden para lograr un resultado determinado. Pero, por otra parte, la experiencia indica que no se puede escribir enteramente así. Al redactar aun la frase más simple ponemos en juego nuestra sensibilidad, nuestro sentido del ritmo, los conocimientos no conscientes que poseemos y muchas otras cosas más. Para lograr que todo esto aflore en forma adecuada -sumándose y no contrarrestando la habilidad técnica ya citada- es preciso que el autor se encuentre en las mejores condiciones espirituales y materiales, que se sienta libre y bien dispuesto hacia la tarea.

    Demasiada indisciplina puede llevarnos a un desorden por completo ineficiente, donde se desaprovechen nuestros esfuerzos por no aplicar elementales procedimientos de rutina; excesiva planificación y organización son capaces de originar una lamentable pérdida de creatividad, haciéndonos sentir como aprisionados por una pauta de trabajo que no nos permite expresarnos libremente. Hay que buscar por ello un punto intermedio entre ambos extremos, un punto que se ajuste a nuestra personalidad, estilo de trabajo y experiencia previa. Tratándose de una cuestión que es en definitiva psicológica y no técnica queda en manos del tesista determinar el método de trabajo que irá concretamente a adoptar. Las recomendaciones, al respecto, no pueden ser más específicas que las que ya hemos hecho; pero lo que queremos resaltar es la importancia de que cada uno busque y experimente, de un modo consciente, hasta encontrar una fórmula que le resulte eficaz.

    Volvamos, otra vez, al momento del inicio de la redacción. Supongamos que se haya elegido, para comenzar, el punto 1.1 de nuestro trabajo, que lleva por título provisional: "Concepto y Antecedentes de la Hidroponia"; la tesis se refiere a la aplicación de esta técnica de producción al caso de una especie en particular pero, en el primer capítulo, el tesista considera oportuno hacer una presentación general del método. Para redactar esta sección, por otra parte, dispone ya de ciertos insumos: algunas pocas citas textuales que piensa intercalar, un breve resumen que ha hecho, una idea central que pretende constituir en eje del capítulo. Ahora, de acuerdo a lo que decíamos más arriba, se le abren varios caminos:

  • puede construir con todo ello un nuevo esquema -muy abreviado por supuesto- con las ideas que va a presentar, de modo que pueda ir escribiéndolas una a una en el orden que así establezca.

  • puede escribir de una vez todo lo que se le vaya ocurriendo al respecto, teniendo en cuenta los materiales disponibles, para luego revisar si el orden expositivo es el adecuado, modificándolo si fuese necesario.

  • tiene la alternativa de escoger alguna vía intermedia entre las dos anteriores: por ejemplo, definir cual será la primera idea a desarrollar, escribirla, pasar a estudiar otra vez el material restante para escoger la segunda idea a exponer y proseguir así, releyendo de vez en cuando lo que se ha escrito, hasta que se agoten las informaciones e ideas que se tengan sobre el punto. [Esta forma de proceder se facilita enormemente cuando se trabaja con una computadora.] De este modo no es necesario elaborar un esquema para cada punto, aunque se va teniendo en cuenta una secuencia lógica que permite ir escribiendo de un modo relativamente ordenado. Este es el método que, no está demás decirlo, sigue casi siempre el autor de estas líneas.

   

Llega, después de todo esto, el momento de redactar la primera frase. Y, aunque el lector quizás se sorprenda con lo que ahora vamos a decir, es bueno puntualizar que no se trata de un momento importante. Redactar la primera oración de un trabajo no es más que redactar una entre tantas de las frases que constituirán el mismo. Si no nos damos cuenta de esto y en cambio adoptamos una actitud solemne o temerosa, el comienzo de la tarea se nos hará mucho más arduo. Porque hay que desterrar la idea de que tenemos que ejecutar algo que resulte perfecto desde sus mismos inicios, situándonos en cambio en otra perspectiva diferente: concebir la redacción de un trabajo como algo continuo, que se va haciendo poco a poco, y que sólo puede aspirar a la excelencia después de sucesivas modificaciones.

    Veamos ahora un poco más de cerca lo que se irá haciendo. Hay que comenzar por escribir algunas frases, preferentemente simples y claras, y no dejar que nos interrumpan las dudas prematuras. No preocuparse aún por detalles de forma sino por encontrar lo que se llama un "hilo conductor", un eslabonamiento o secuencia que nos permita ir pasando de una idea a otra de un modo natural, hasta agotar lo que queremos comunicar. Adquirir impulso, podríamos decir, cierto ritmo o nivel de actividad como el que alcanza un deportista después del precalentamiento. Si el lector tiene alguna experiencia en esto de escribir, probablemente estará de acuerdo en que la comparación no es tan arbitraria como parece a primera vista.

    No será ocioso que intercalemos ahora algún ejemplo, para que pueda captarse de un modo más directo lo que decimos. Volvamos al caso de la tesis sobre hidroponia, que mencionábamos párrafos más arriba. Nuestra primera oración bien pudiera ofrecer un concepto básico al respecto, que preparase al lector para más rigurosas definiciones:

La hidroponia es un sistema de cultivo que se efectúa no en un terreno común sino en un medio completamente artificial, técnicamente controlado, que proporciona adecuados nutrientes y soportes a la planta.

    La frase, como apreciará el lector atento, no es todavía perfecta: la definición se introduce de un modo negativo, lo cual no es del todo aconsejable; hay cierta cacofonía que se establece por la proximidad de dos adverbios de modo, "completamente" y "técnicamente"; sería mejor buscar una forma de expresión que no nos obligara a usar el plural "soportes", puesto que en realidad debemos referirnos a ese sustantivo en singular. Pero, a nuestro juicio, la frase es buena, es apta para iniciar un borrador, pues lo importante es ir afirmando las ideas básicas que queremos expresar y no el logro de mayores refinamientos estilísticos. Debe destacarse también como positiva la forma clara y hasta cierto punto impersonal en que se ha elaborado esta oración, [ V. infra, 10.3.3 (y en general 10.3), donde se examinan la persona gramatical y el estilo propio de la redacción científica.] lo cual la sitúa dentro de los modelos aceptables de redacción científica.

    Ahora hay que pensar, según nuestro modelo, en cual ha de ser la idea que continúe la anterior. Examinemos tres alternativas:

a) explicar el origen de la palabra, sus raíces en griego.

b) desarrollar, de un modo más preciso y explícito, el concepto anterior.

c) mencionar las primeras experiencias históricas con cultivos hidropónicos.

    La elección de a) parece bastante lógica, puesto que tiene la virtud de ir exponiendo las cosas paso a paso, para que el lector capte nuestras ideas sin riesgo de confusión. Optar por b) tiene en cambio la ventaja de aprovechar la frase ya construida para pasar, sin transición, a desarrollar el concepto que en ella se contiene. Continuar con c) ofrece en cambio un inconveniente perceptible: después de explicar los antecedentes en materia de estos cultivos habrá que volver, sin duda, a referirse a los contenidos de a) y c); la exposición podrá tornarse un tanto oscura, con el riesgo de que aparezca alguna transición brusca o cierta repetición de contenidos. El tesista, analizando las cosas de esta manera, y de acuerdo a su sensibilidad y a sus intereses, irá definiendo gradualmente el curso de su manuscrito.

    Es indispensable que, mientras así procede, vaya consultando las notas, fichas y datos de que disponga. En el ejemplo que venimos siguiendo es lógico que el tesista ya haya averiguado cuales han sido las experiencias iniciales en hidroponia y que tenga tanto definiciones exactas como ideas precisas respecto a ese sistema de cultivo; debe haber buscado también, por supuesto, qué vocablos griegos dan origen a esa palabra. La importancia de haber clasificado adecuadamente todo el material disponible (V. supra, 8.2) resalta ahora nítidamente: es gracias a esa tarea previa que la redacción puede hacerse fluida y continuadamente, sin la inmensa pérdida de tiempo que significa tener que ir a buscar información a medida que exponemos nuestras ideas.

    Trabajando de esta manera, elaborando párrafos en que poco a poco se vayan plasmando las ideas e informaciones que tenemos, se podrá ir dando término a la redacción del punto que nos hemos propuesto escribir. El tesista revisará sus materiales para observar si han quedado fuera de su texto datos o planteamientos de interés, hasta que así concluya con el borrador de la sección.

    Es bastante frecuente que una parte de la información disponible no resulte completamente apropiada al punto que se está desarrollando, ya sea porque es en sí reiteración de lo dicho o porque no se integre bien al texto que se escribe en ese momento. En el primer caso, si ello ocurre con notas del autor, éste verá de hacer la apropiada síntesis para que no ocurran reiteraciones innecesarias; si se trata de material bibliográfico podrá adoptarse el expediente de poner notas de referencia que remitan a los varios autores que sostienen idénticas o parecidas ideas (V. supra, 4.1). En el caso de que haya una parte del material que no se ajuste, por su contenido, a lo que se está redactando, quedan abiertas tres alternativas: derivar esa información a otros puntos del esquema; abrir nuevas secciones o subpuntos que reorganicen al esquema que se sigue, afinando sus divisiones interiores; desechar el material. Las dos últimas posibilidades siempre deben tenerse en cuenta: no hay que olvidar que en un texto, como ya decíamos más arriba, es imposible trasladar todo lo que se sabe o se ha pensado. Una obra escrita es, en alguna medida, una síntesis de lo que se piensa sobre un tema, no un registro donde se acumula la totalidad de los conocimientos directos e indirectos que se poseen.

    En cuanto al otro problema, la necesidad de reordenar varias veces un esquema expositivo, surge porque la tarea de redacción de una tesis o informe es menos mecánica de lo que parece. A primera vista, y como lo hemos dicho aquí, se trata de verter al escrito los pensamientos, informaciones y conocimientos que se tienen sobre el tema. Pero, en realidad, suceden además otras cosas al escribir: hay conocimientos que tenemos sólo de un modo preconsciente, no explícito, y que afloran cuando tratamos de exponer otras ideas conexas; es escribiendo que -a veces- recién se comprende plenamente lo que sabemos, lo que queremos transmitir (v. infra, 9.3.3). Por ello, como lo hemos sostenido con reiteración, todo esquema, proyecto o plan de texto es sólo una guía, una orientación provisional, no un molde definitivo e infranqueable.

    Permítasenos hacer dos observaciones más antes de pasar al siguiente punto de este capítulo. La primera de ellas se refiere a la calidad formal de lo que se vaya redactando: ya hemos señalado que en un primer borrador este aspecto no es de gran importancia, pues sobre dicho manuscrito habrá de ejercerse luego una exigente tarea de depuración. No obstante, como se comprenderá, la revisión del texto será más cómoda y expedita si el borrador se construye con un cierto cuidado, atendiendo a algunas normas mínimas de redacción. Entre ellas tenemos:

  • concordancia gramatical

  • apropiada puntuación

  • oraciones claras, no excesivamente largas o rebuscadas

  • vocabulario preciso y no repetitivo

  • uso uniforme de la misma persona gramatical

   

Queda a elección del autor el nivel de exigencia que, con respecto a cada uno de estos aspectos, defina para su primer borrador. Las personas familiarizadas con el oficio de escribir pueden superar con facilidad los problemas más elementales de redacción aún en esta primera etapa, dejando para las revisiones posteriores menos puntos a resolver; quien, en cambio, se atormente por los problemas del lenguaje, procurará en principio elaborar un manuscrito básico, donde aparezca todo lo indispensable y al cual -con más paciencia- se le dé luego forma definitiva. De todas maneras, situándonos más bien en este último caso, hemos dejado para el siguiente capítulo (V. 10.2) una exposición suficientemente detallada de estas cuestiones.

    La segunda observación que debemos hacer se refiere al denominado aparato crítico del texto. Este consiste (V. supra, 4.1) en un conjunto de notas que nos remiten a los autores de las citas y a las obras que se toman como referencia para lo que se escribe. Es conveniente ir apuntando ya, mientras se redacta, las notas que luego se incluirán en el texto. Por supuesto, no es práctico hacer esto al pie de cada página, por obvias razones de economía de tiempo. Una solución aceptable es escribir, en hoja aparte a la del borrador, la secuencia de notas que se irá intercalando, marcando el texto principal con las llamadas correspondientes.

    Tales anotaciones pueden hacerse en forma abreviada, taquigráfica casi, si se poseen las obras que se citan o se han elaborado ya fichas completas y claras. De este modo procedía quien escribe este texto: al final de un párrafo, por ejemplo, hacía una llamada, poniendo entre paréntesis un número que indicaba el orden de la nota a realizar. En hoja aparte anotaba, después de ese mismo número, algo así como:

"(7) Sell., 211. tamb. Goode y H.".

    Luego desarrollaba tal apunte del modo adecuado, señalando en este caso:

(7) Selltiz et al., Op Cit., pág. 211. Es oportuno consultar también, para este punto, a Goode y Hatt, Op.Cit.

    En la actualidad, sin embargo, y gracias a las facilidades que otorgan los procesadores de palabras electrónicos, prefiero intercalar directamente la cita en el texto, mediante el uso de algún símbolo convencional, para luego dejar que el procesador automáticamente las numere y las coloque al pie de la página, una vez cuidadosamente revisadas.

    Vale la pena advertir que es muy importante ir haciendo las anotaciones correspondientes al aparato crítico del trabajo mientras se redacta el borrador, no dejando toda la tarea para el final. Son tantos los detalles y las informaciones que hay que tener en cuenta que, si no se hace así, se corre el riesgo de enfrentar luego una tarea ímproba, capaz de hacernos sentir en medio del más desagradable caos intelectual. En trabajos breves, donde se hacen pocas citas o referencias concretas, puede procederse por supuesto con mucha mayor libertad.

    Hemos mostrado, en esta sección, un modo práctico de ir redactando cada una de las partes que luego se integrarán para dar forma a nuestro texto. El autor procederá así, escribiendo las sucesivas secciones y capítulos, hasta que concluya con el desarrollo del plan que se ha trazado. Luego, ya en posesión de este borrador general, podrá acercarse a la importante tarea de revisar su manuscrito. Pero, antes de abordar la explicación de esa nueva etapa, veamos otros problemas de suma importancia que frecuentemente se presentan al momento de escribir.

9.3. Problemas, técnicas, procedimientos

    El método que hemos delineado en la sección precedente es un sistema de trabajo que permite ir resolviendo poco a poco los problemas de organización de un manuscrito, con lo que se facilita considerablemente la tarea de escribir, especialmente en el caso de tesis y otras obras de envergadura. Pero de ninguna manera pretende explicar detallada y completamente todas las operaciones mentales y físicas que ejecuta una persona cuando realmente está escribiendo. Ello sería prácticamente imposible -dada la complejidad y diversidad de esas múltiples operaciones- y a la postre de poca utilidad: para escribir de un modo correcto y fluido, sin desperdiciar nuestros esfuerzos, es preciso hacer la experiencia personal, asumir la tarea concreta poniendo en juego todas nuestras facultades. Es necesario ir conociendo y desarrollando nuestras aptitudes, ser conscientes de las limitaciones que tenemos e ir aprendiendo con cierta humildad de los errores propios y de los modelos que nos proporcionan los demás.

    Para facilitar la tarea de quien se inicia en este oficio de escribir -tan arduo como apasionante- hemos creído conveniente hacer referencia a una serie de aspectos concretos que son indesligables de su práctica. Nos ocuparemos primero de los problemas típicos que suelen experimentar quienes se inician en estas labores, pasando luego a considerar las condiciones concretas de su ejecución. Por último, para cerrar el capítulo, hablaremos de la dinámica general de este proceso de trabajo, destacando la forma en que el mismo suele experimentarse subjetivamente. Antes de hacerlo, permítasenos repetir una vez más que todo lo que a continuación aconsejamos debe ser probado y ensayado por el lector para así poder ajustarlo a sus necesidades, capacidades e intereses.

9.3.1. Obstáculos más Frecuentes

    A través de muchos años hemos escuchado infinidad de lamentaciones de estudiantes y profesionales que han llegado a percibir negativamente la tarea de escribir: hay quienes la aborrecen porque se erige en un obstáculo casi insuperable ante las metas propuestas; otros que la consideran como un inevitable fastidio, del cual hay que apartarse lo más pronto posible. Todos, prácticamente, reconocen y aceptan la importancia que posee escribir de un modo correcto y comprensible pero, en última instancia, se consideran incapaces de desarrollar mayor habilidad al respecto. Como esta última afirmación se basa, creemos, en una falsa premisa, conviene que examinemos con más atención el problema.

    Cualquier persona con un nivel cultural medio y una práctica suficiente está en condiciones, sin duda, de redactar claramente y sin errores. Es cierto que sólo pocos pueden aspirar a alcanzar las cimas de la auténtica creación literaria, y que no todo el mundo posee especiales aptitudes para disfrutar naturalmente escribiendo. Pero no se trata de eso, lo decimos una vez más, sino de dominar un oficio, un modo de expresión organizado que permita una comunicación sin interferencias, tan indispensable en la vida profesional y académica. Lo que sucede es que muchas veces se atribuyen a la falta de aptitudes y de un "don" especial los problemas que, en realidad, surgen de más pedestres orígenes. Son elementales carencias técnicas y debilidades conceptuales básicas las que producen la mayoría de las dificultades que confrontan los nóveles tesistas. Lo grave es que a veces éstas no se superan a lo largo de toda una vida profesional, aun cuando ella sea brillante en otros sentidos.

    Echemos entonces un vistazo a los síntomas concretos de quienes confrontan problemas aparentemente insolubles al escribir, para trazar un diagnóstico que nos lleve a prescribir lo más adecuado ante cada una de las fallas que se encuentren.

    Un primer caso es el de aquéllos que se sienten incapaces de escribir porque "no se les presentan las ideas, no se les ocurre nada", a pesar de que -se supone- tienen mucho que decir. Nuestra experiencia indica que, salvo algunas excepciones, lo que sucede en definitiva es que el autor no ha madurado sus ideas. El estudiante cree que sabe lo que va a escribir pero, ante la hoja en blanco, comprueba prácticamente que no tiene nada concreto de qué hablar. Lo que ha ocurrido es que se han confundido cosas que en el fondo son bastante diferentes: no es lo mismo poseer intuiciones, sensaciones y apreciaciones nebulosas sobre un tema que tener ideas o conceptos claros al respecto. La distancia es grande, especialmente cuando el propósito que se persigue es poner el pensamiento por escrito. Entonces se percibe la diferencia, cuando tratamos de construir una oración coherente sobre algo que no dominamos en nuestro entendimiento.

    A veces el problema no es tan grave: se trata simplemente de que no hemos sistematizado nuestro conocimiento, no poseemos claridad respecto a los conceptos básicos, no sabemos qué se ha dicho o se dice hoy sobre el tema del trabajo. La solución, ante eso, es muy sencilla. Hay que estudiar, informarse, hacer esquemas con lo que se va aprendiendo, familiarizándose con la terminología y desplegando otras actividades semejantes que tienen como eje una lectura asidua y reflexiva.

    Otro inconveniente que suele presentarse es que, al comenzar a trabajar, se siente que todas las ideas giran simultáneamente a nuestro alrededor. Pareciera que, como en una diabólica paradoja, el propio exceso de material fuese el que nos impide escribir. En tales condiciones, comprensiblemente, no es fácil decidir por dónde empezar y sobreviene de ese modo una especie de parálisis, una incapacidad para producir que perturba al estudiante o investigador. La solución que muchos buscan sólo aumenta las dificultades existentes: se comienza a escribir, finalmente, sobre cualquier aspecto del problema, pero al cabo de poco tiempo se comprueba que el producto de nuestros esfuerzos es pobre, refleja malamente los conocimientos que poseemos, exhibe debilidades que resultan demasiado evidentes.

    Lo que ocurre en estos casos es muy simple, y puede remediarse con relativa facilidad: estamos ante la ausencia de un buen esquema expositivo, de un hilo conductor claro que nos organice el discurso. Sobre este punto habría que detenerse antes de pasar a escribir. No se trata de que se posean pocas o muchas ideas respecto a nuestro tema, de un problema cuantitativo; se trata de organizar o estructurar lo que se va a decir, de tener un armazón o esquema expositivo que nos sirva de referencia para ir considerando las ideas una a una, no todas simultáneamente. Para el examen detallado de este problema remitimos al lector al capítulo precedente.

    A veces la dificultad es otra, no atribuible a la insuficiencia ni a la falta de sistematización del contenido a transmitir. El tesista ha resuelto ambos aspectos, pero el resultado está en desproporción con el esfuerzo realizado: se pasan muchas horas trabajando sin que a la postre se vea algo tangible, se comienzan una y otra vez los mismos borradores, lo poco que se produce carece de solidez o de buena presentación. Estos síntomas constituyen lo que llamaremos una falta de eficiencia, un rendimiento práctico muy bajo en comparación con el empeño puesto en la tarea. Puede obedecer, si se lo examina más detenidamente, a varios factores diferentes.

    Una primera causa de la poca eficiencia al escribir suele ser, sencillamente, el pobre manejo del idioma. Si no conocemos las reglas básicas de ortografía y puntuación, si no prestamos atención a la concordancia gramatical de las oraciones y tenemos -además- un vocabulario escaso, difícilmente podremos escribir con un mínimo de soltura. Debe el lector autoexaminarse al respecto, honestamente. Si encuentra que tiene algunas fallas en cuanto a lo apuntado lo mejor es que consulte manuales de redacción y textos de gramática apropiados. Otro consejo valioso es leer más, no ya prestando atención sólo a las ideas, sino observando con cuidado las formas que los distintos autores usan para expresarse. No es preciso ser selectivos en cuanto a la temática de lo que así se lea pero tendrá importancia, en cambio, buscar obras originales -no traducidas- de escritores que hayan ganado un merecido prestigio por su excelente estilo.

    Otro obstáculo que suele oponerse a un buen rendimiento en la tarea de escribir es la actitud a la que suele dársele el nombre de "perfeccionismo". Ella se expresa en una tendencia a la revisión compulsiva de lo que se va redactando de tal modo que el autor, luego de elaborada su primera frase, vuelve una y otra vez sobre la misma, siempre ligeramente disconforme. Por este camino, lo advertimos, se llega muy rápidamente a una especie de inacción totalmente improductiva. Suele suceder (V. supra, 9.2) que precisamente las primeras oraciones que se escriben sean las que exhiben una calidad menor: el autor no ha adquirido todavía ritmo, se siente aún como extraño a la tarea, no actúa con desenvoltura al usar el lenguaje. Esto es algo perfectamente natural, al punto de que nos atreveríamos a afirmar que le sucede a casi todas las personas. El remedio es evidente: seguir hacia adelante hasta que se logra soltura y seguridad en lo que se hace, sin volver hacia atrás, avanzando en la redacción del manuscrito. Ya habrá tiempo para concentrarse en la tarea de revisión, concebida como una etapa independiente, y podrá incluso llegar a desecharse, sin mayor trámite, aquella parte inicial de un escrito que fue realizada cuando todavía no estábamos en las mejores condiciones intelectuales para hacerla. Como este problema del perfeccionismo se relaciona muy directamente con la actitud emocional que adoptemos al escribir conviene que el lector interesado consulte la sección 9.3.3, en la que abordamos más detenidamente este asunto.

    La eficiencia en cualquier actividad humana depende en gran medida de la experiencia,de las condiciones materiales en que se desarrolla y de la forma en que se la programa. La redacción científica, por cierto, no escapa a estos condicionamientos. Por ello es lógico que escriban con más fluidez y de un modo más organizado las personas que dedican un esfuerzo considerable a la tarea, que no lo hacen de un modo esporádico sino sistemático y que tratan de aprender de sus propios errores. Del mismo modo, escriben con más eficiencia y obtienen mejores resultados quienes encuentran condiciones apropiadas para hacerlo y se organizan del mejor modo posible. Dada la importancia que tienen estos aparentes detalles dedicaremos el punto siguiente de este capítulo a examinarlos con mayor atención. Pero antes de hacerlo hablaremos de otro obstáculo, también importante, que se alza a veces entre el investigador y las metas que se traza.

    Hay ocasiones en que el autor de un escrito lo da por terminado pensando que ha logrado realizar una obra de suficiente calidad; al poco tiempo, sin embargo, las personas que lo examinan -y hasta eventualmente el mismo investigador- descubren que el texto está plagado de múltiples errores, tanto de forma como de contenido. Las sorpresas de este tipo, como se comprenderá, resultan muy desagradables. Cuando se producen tales situaciones pueden existir, en realidad, dos variantes: a) que el autor comprenda inmediatamente que ha cometido ciertos errores, atribuibles al descuido o cosa semejante; b) que recién en el momento de la crítica o de la exposición se entere de que tales o cuales aspectos de su trabajo eran equivocados o deficientes.

    En el primer se trata de un descuido, sin duda, pero de un descuido realmente imperdonable: por no dedicar dos o tres días a la revisión cuidadosa de un texto se ha producido una mala impresión -como todas, difícil de borrar- que empaña la labor de meses o años dedicados a la investigación. Dada la importancia de este problema le dedicaremos un capítulo íntegro, el número diez, al que nos remitimos.

    En el segundo caso lo que sucede, si se quiere, es todavía más grave, puesto que no se tiene conciencia de que hay ciertos elementos, deslizados inadvertidamente en el trabajo, que resultan desacertados o fallidos. En tales circunstancias es necesario hacer un balance que permita identificar cuáles son los problemas que más directamente nos aquejan, determinando si ellos son metodológicos o de expresión, si se refieren a la redacción, la ortografía, la presentación de datos o a otros aspectos. Una buena recomendación, cuando esto sucede, es comparar nuestro trabajo con obras cuya calidad quede más allá de toda duda. La consulta de buenos textos pedagógicos y el consejo oportuno de expertos y profesores es también, naturalmente, un aporte valioso para el tesista.

9.3.2. Condiciones y Estilo de Trabajo

    La redacción científica, como tantas otras actividades, procura la obtención de resultados concretos. Por ello requiere de un marco propicio para su desenvolvimiento: hay condiciones materiales y espirituales que favorecen un alto rendimiento, hay hábitos y técnicas, a veces referidas a aspectos de detalle, que facilitan inmensamente la labor. Un grupo de factores tiene directa relación con el ámbito, la forma y los instrumentos que se utilicen, con la disciplina y el estilo de trabajo adoptados. A ellos nos referiremos en esta sección, dejando para la próxima los elementos que más directamente se vinculan a los sentimientos y actitudes que se tienen frente a la tarea, así como las consideraciones relativas a la dinámica general del proceso.

    Quien emprenda la redacción de una tesis o de algún otro trabajo de dimensiones amplias debe saber que inicia una actividad probablemente prolongada, que hay que enfrentar -consecuentemente- con método y organización. No es posible escribir doscientas páginas sobre un tema sin adoptar alguna disciplina, sin algún orden que haga más fructífero nuestro empeño. El primer consejo al respecto ya tiene más de dos milenios: conocerse a sí mismo. En una labor creativa como ésta de poco puede valer la disciplina impuesta, el ritmo de trabajo que no respete las inclinaciones subjetivas de quien lo realiza. Se trata, en definitiva, de adquirir una razonable autodisciplina y de encontrar los medios que resulten más apropiados a nuestra peculiar forma de hacer las cosas.

    Entrando ya en materias más concretas consideraremos, como primer punto, lo que se refiere a los horarios de trabajo. Ya hemos explicado que la redacción va haciéndose más fácil a medida que nos introducimos, por así decir, en la propia tarea: al principio, hasta que no logramos un adecuado nivel de concentración, es posible que nos sintamos lentos, entrabados por impedimentos diversos, sin fluidez en nuestra prosa. Pero, al cabo de un cierto tiempo, gran parte de estos obstáculos desaparecerán y la labor se irá haciendo con más facilidad y soltura. Después, por supuesto, emerge poco a poco un nuevo factor: la fatiga intelectual. Ella nos va restando impulso hasta que al final conviene abandonar el trabajo, puesto que los resultados van haciéndose gradualmente más pobres en relación al esfuerzo desplegado.

    Este proceso, en mayor o menor grado, afecta a todos por igual, no importa qué experiencia o talento personal se posea. Lo que varía grandemente es el tiempo efectivo en que se desarrolla: hay quienes no pueden escribir con eficiencia más que dos o tres horas al día, quienes lo hacen sin detenerse durante largos períodos y quienes -como el autor de este libro- trabajan durante horas y horas a condición de intercalar innumerables breves pausas. Hay también escritores diurnos y nocturnos, que fuman, comen, o que beben café, que toleran el ruido o prefieren un fondo musical, que necesitan mayor o menor comodidad, luz y espacio.

    No tiene sentido que nos dediquemos a teorizar sobre tan prácticos detalles: cada caso es individual, personalísimo, sujeto a la experiencia que se adquiere mediante el ensayo y el error. Como recomendaciones generales, por lo tanto, sólo podemos presentar las siguientes:

  • Destinar un lapso de tiempo suficiente a la tarea, de modo de poder superar la primera fase, poco eficiente, y llegar a un adecuado estado de concentración y de dominio de lo que se hace. No tiene sentido comenzar a escribir algo si se sabe, por ejemplo, que a los pocos minutos tendremos que abandonar el trabajo, puesto que hay otro compromiso que nos reclama.

  • Efectuar una exploración personal para ir conociendo en qué condiciones nuestro rendimiento es mayor. No tratar de forzarnos a escribir a ciertas horas o durante ciertos períodos sino al contrario, procurar establecer primero qué es lo que mejor se ajusta a nuestra disposición y luego convertirlo en hábito de trabajo. De este modo se estará mejor preparado para la realización de obras largas, que requieren de una disciplina regular y de un esfuerzo repetido a lo largo de muchas sesiones.

   

En cuanto a las condiciones físicas de trabajo tampoco es lícito que hagamos aquí generalizaciones. Es conveniente, como se entenderá, disponer de un espacio apropiado donde podamos tener nuestros papeles e instrumentos de trabajo; es también obvio que debemos controlar las interferencias ambientales que puedan afectarnos, como la presencia de otras personas, los sonidos que nos llegan, la luz, etc. En relación a todo esto, repetimos, lo fundamental es tomar conciencia de cuáles son las condiciones que personalmente nos resultan más idóneas y, luego de ello, reconocer la importancia de ir construyendo un entorno grato y adecuado, no desdeñando estos aspectos prácticos como si fuesen de poco valor.

    Queda por último otro aspecto a considerar, cuya importancia no puede omitida. Nos referimos a los instrumentos de trabajo. Desde el clásico lápiz hasta el procesador de palabras existe hoy toda una gama de alternativas que el autor debiera experimentar, para comprobar las ventajas y limitaciones de cada herramienta a su alcance. Los modernos medios técnicos han abierto la posibilidad de incrementar enormemente la velocidad de nuestra escritura, reduciendo el esfuerzo puramente mecánico de la tarea y haciendo que se acorte la brecha que media entre la rapidez de nuestro pensamiento y la parsimonia de nuestra mano. Pero cada innovación requiere también de un costo, que se manifiesta en un esfuerzo de adaptación que hay que realizar para llegar a dominarla. Por eso es conveniente que el autor ensaye con los diversos medios existentes, desterrando prejuicios y nociones tradicionales y buscando por sí mismo la forma más adecuada a su estilo e intereses.

    La experiencia indica, por otra parte, que las nuevas tecnologías resultan particularmente útiles cuando es mucho el volumen de trabajo, si se intenta hacer de la redacción algo más que un pasatiempo o una tarea esporádica, y cuando se necesita procesar gran cantidad de datos numéricos y verbales. En tales casos, sin duda, las ventajas del procesador de textos sobre el tradicional lápiz o la máquina de escribir resultan claramente perceptibles.

    El libro que el lector tiene en sus manos, por ejemplo, ha sido enteramente escrito por medio de un computador personal, gracias al cual hemos hecho la tarea más rápida, precisa y agradablemente. La primera edición, aparecida en 1987 y conservada en diskette, pudo ser revisada y ampliada varios años después, a fines de 1993, sin mayores dificultades, gracias a la comodidad que ofrecen los procesadores de palabras para efectuar las siguientes tareas:

1) Borrar e intercalar nuevos contenidos en un texto ya escrito.

2) Mover partes de un escrito, que se marcan previamente, dentro del texto general.

3) Agrupar y reagrupar escritos diversos -fichas, resúmenes, partes de trabajos previos, etc.- dentro de un nuevo texto que los incorpore organizadamente.

4) Intercalar citas a pie de página.

5) Encontrar sinónimos mientras se está escribiendo.

6) Realizar una revisión ortográfica primaria.

7) Calcular las dimensiones del texto final.

    Por todas estas razones, y porque además así se evita el lento proceso de mecanografiar una y otra vez los borradores, es que recomendamos sinceramente utilizar procesadores de palabras para escribir tesis y, en general, todo tipo de materiales científicos, desde las tradicionales fichas hasta los cuadros estadísticos y gráficos que aparecen en muchos trabajos. Quien use regularmente computadoras podrá ir organizando sus ficheros de un modo sistemático y claro, dentro de directorios de trabajo creados al efecto, y podrá utilizar esta información rápidamente, en cualquier momento, sin tener que revisar enormes cantidades de papel. Del mismo modo podrá crear y procesar también archivos numéricos -a través de las denominadas hojas de cálculo– fácilmente incorporables al resto de la información verbal. Los trabajos ya realizados, además, podrán ser revisados o modificados para otras presentaciones, pudiendo sintetizarse varios de ellos en un texto mayor o utilizar partes independientes de los mismos según los diversos propósitos que surjan en cada circunstancia.

    Es también mucho más útil de lo que parece dedicar algunas semanas al aprendizaje de una solvente capacidad mecanográfica. No se trata, por supuesto, de adquirir la pericia de un auténtico experto en la materia, sino de una destreza básica, meramente instrumental, que nos independice de la engorrosa necesidad de tener que acudir siempre a otros para que pasen en limpio nuestros manuscritos. En este caso, como la persona encargada de hacerlo difícilmente domina nuestro tema, se suelen incorporar al texto una cantidad de errores nuevos, producto del desconocimiento de la materia tratada. Es también mucho más ágil, como se entenderá, que sea el propio autor quien prepare los documentos que produce. Lo mismo ocurre cuando se trabaja con computadoras: de nada vale que nuestro procesador tenga una capacidad de procesar millones de instrucciones por segundo si a nosotros nos lleva largos instantes de duda encontrar el sitio que tiene cada letra en el teclado que tenemos que manejar.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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