- Prólogo
- Los trabajos cientificos
- El proceso de elaboración y redacción
- Las revoluciones científicas
- Apéndice
La obra está dividida en dos partes: la primera es básicamente descriptiva y expone las características y la estructura de los trabajos científicos así como los diversos tipos que de ellos existen. Es importante como referencia y fuente de consulta, pues puede ser leída en diferentes oportunidades para esclarecer las dudas que siempre se presentan. La segunda parte está directamente referida a los aspectos prácticos y operativos de la redacción científica y expone los métodos y técnicas para su realización. En ello radica la diferencia fundamental entre este libro y otros que pueden parecer similares: en la preocupación por tratar detalles instrumentales, en los ejemplos concretos, en la referencia constante al proceso de elaboración más que al producto terminado. Siguiendo este enfoque se han incluido como apéndices algunas informaciones y sugerencias de especial interés para los tesistas así como un relato personal, Cómo Hice mi Tesis Doctoral, donde doy testimonio de las dificultades que yo mismo pasé a la hora de hacer mi tesis. Como Hacer una Tesis ha sido revisado cuidadosamente en 1993 sobre la base de la edición inicial de 1987. Su contenido específico, al que se puede consultar completo, es el que sigue:
Hace ya más de seis años apareció la primera versión de este libro que, para mi satisfacción, fue acogida con beneplácito por las diversas instituciones de educación superior que se desenvuelven en nuestro medio. La obra pronto se difundió también en el ámbito latinoamericano, pues estaba concebida para responder a las expectativas y preocupaciones de estudiantes y profesionales en general, sin limitaciones geográficas o de especialidad. Hoy, gracias al estímulo que siempre me proporciona Pedro Carmona, de Editorial Panapo, he emprendido la tarea de revisar completamente los contenidos del trabajo para mejorarlo y actualizarlo.
He encontrado que la estructura del texto se adecuaba sin mayores problemas a las necesidades del público lector, y por eso he juzgado oportuno dejarla inalterada, incorporándole Beso síB un conjunto de observaciones y de correcciones de forma que la hacen más accesible y permiten una mejor comprensión de los temas tratados. Me ha parecido necesario, en cambio, agregar diversos elementos que se refieren al procesamiento electrónico de información, pues en la actualidad el trabajo con computadoras se ha convertido en la modalidad usual en todos los medios académicos y resulta por ello conveniente que el lector conozca el modo concreto en que estos adelantos pueden facilitar sus tareas.
También he creído pertinente agregar al cuerpo principal de la obra un trabajo que escribí hace algunos años, donde relato la forma en que realicé mi propia tesis doctoral: pienso que las experiencias de primera mano enriquecen los conocimientos generales, le dan forma concreta, disipando mitos y situando los problemas en su justa dimensión.
En cuanto a las características y propósitos del libro sólo me cabe reiterar algunos de los conceptos que ya expresara en el prólogo que elaboré para la primera edición. Allí comenzaba destacando que la realización de la tesis plantea al estudiante una situación difícil, pues son muchas las exigencias teóricas y metodológicas que imponen las instituciones, pero poca la experiencia y la habilidad que posee el tesista. La educación recibida no le proporciona el instrumental preciso para enfrentar esa tarea, que así se convierte en fuente de angustia e inquietud. Los lamentables resultados de todo esto son que la presentación de la tesis se va postergando una y otra vez, de un modo frustrante, o que Bcuando se concluye el trabajoB éste carece de la calidad requerida. No es infrecuente tampoco que docentes, investigadores y profesionales en general padezcan de los mismos problemas, que llevan a dilatar innecesariamente la entrega de informes de investigación y de trabajos de ascenso.
El propósito de este libro es ofrecer una guía práctica a todos aquéllos que se encuentren en esas o en parecidas circunstancias. El objetivo fundamental es otorgar una ayuda, razonada y concreta, que permita una ordenada elaboración y redacción de todo tipo de trabajos científicos y, en general, de libros o escritos que no pertenezcan a los géneros de ficción.
No encontrará el lector en las páginas que siguen ni un tratado sobre metodología ni un texto sobre investigación documental o métodos de estudio; mucho menos un curso sobre la correcta forma de escribir o de utilizar el lenguaje. Ya existen al respecto muchos y muy buenos libros que abordan tales temas desde diversos ángulos, como se podrá comprobar si se consulta nuestra bibliografía, que es apenas una reducida muestra del material existente. El cometido que nos proponemos es otro, bastante diferente. Es proporcionar un útil material de referencia que pueda utilizar quien esté proyectando cualquier escrito científico o académico Btesis, monografía, trabajo de ascenso o informe de investigaciónB o que se encuentre en la necesidad de juzgar acerca de tales trabajos. Para ello se presenta la imprescindible información acerca de sus características y una descripción pormenorizada del proceso que puede llevar a su más fácil y correcta realización.
El libro resultará especialmente apropiado para aquellos que se inician en este tipo de labores, aunque seguramente resolverá también muchas dudas y dificultades de personas con sólida formación académica pero que no están habituadas a la tarea de escribir. Porque no es fácil escribir, ni aun para quienes ya tienen una considerable experiencia acumulada. Charles Darwin, que tanto ha influido con sus libros sobre todo el pensamiento contemporáneo, confesaba al final de su vida: "Todavía tengo la misma dificultad que antes en expresarme clara y concisamente.." [Darwin, Charles, Recurerdos del Desarrollo de mis Ideas y Carácter, Ed El Laberinto, Barcelona, 1983, pág. 125.] Por ello es que creemos que estas páginas pueden resultar provechosas, porque sabemos que es valioso encontrar puntos de apoyo y recibir sugerencias cuando se está desarrollando una tarea que usualmente provoca tensiones e inseguridad.
La obra está dividida en dos partes, cada una de las cuales posee un propósito diferente. La primera es básicamente descriptiva y expone las características y la estructura de los trabajos científicos así como los diversos tipos que de ellos existen. Es importante como referencia y fuente de consulta, pues facilita un material breve que puede ser leído en diferentes oportunidades para esclarecer las dudas que se vayan presentando. Conviene que el lector, en todo caso, busque en publicaciones científicas a su alcance las correspondencias y discrepancias con lo que allí se expresa. Sus cuatro capítulos, además, nos permiten dar el adecuado marco a lo que sigue.
La segunda parte está ya directamente referida a los aspectos prácticos y operativos de la redacción científica. Intenta mostrar cómo es el proceso efectivo a través del cual estos se elaboran, así como exponer los métodos y técnicas más recomendables para su realización. En ello, nos parece, radica la diferencia fundamental entre este libro y otros que pueden parecer similares: en la preocupación por tratar de los detalles instrumentales, en los ejemplos concretos, en la referencia constante al proceso de elaboración más que al producto terminado.
Muchas son las personas que han apoyado la creación de esta obra, a lo largo de varios años. No es posible mencionarlas aquí a todas, por lo extenso que eso resultaría, pero queremos agradecer especialmente a todos los que la han leído y comentado, aportando críticas y sugerencias desinteresadas que han contribuido a mejorar esta segunda edición.
Carlos A. Sabino
Caracas, 1993
PARTE I
Hasta el viaje más largo comienza por el primer paso
Proverbio chino
Capítulo 1
LA REDACCION CIENTIFICA
1.1. Para qué escribir
Durante un período tan dilatado que resulta casi imposible de imaginar, los seres humanos no conocieron otra forma de comunicación que el lenguaje oral. Los homínidos que fueron aprendiendo poco a poco a dominar el fuego, a cazar y a construir toscos utensilios de piedra, seguramente se comunicaron mediante un conjunto de gritos y gestos que, con el correr de los milenios, fueron creciendo en precisión, complejidad y riqueza. Esta capacidad de transmitir información, de compartir los conocimientos que se iban adquiriendo en contacto con el medio natural, resultó decisiva en la creación de lo que hoy llamamos cultura, ese conjunto de normas, valores, hábitos y técnicas que los hombres de cada sociedad compartimos. La cultura, expresión exclusiva de la humanidad frente al resto de las especies animales, nos permitió ir dominando lentamente los fenómenos naturales hasta construir las grandes civilizaciones que comenzaron a florecer hace algunos miles de años.
Pero ya los sumerios y los egipcios, los griegos, los chinos y los mayas, tuvieron que idear algunas formas de registro que les permitieran superar las limitaciones del lenguaje puramente oral. No era posible realizar miles de transacciones comerciales, organizar el culto, dirigir ejércitos o resolver complejos problemas dinásticos, si no se poseía un instrumento capaz de dar permanencia a lo que se convenía o se pactaba, si no se registraban de alguna forma los hechos importantes, para que todos los interesados pudieran conocerlos y actuar en consecuencia. Por eso surgió la escritura, un hito fundamental en la evolución de la comunicación humana, que permitió al hombre transmitir sus pensamientos y sus ideas más allá de los límites inherentes a la comunicación verbal.
Es cierto que la palabra hablada, la que seguimos utilizando todos los días en nuestros innumerables intercambios con los otros seres humanos, posee algunas cualidades que la hacen indispensable: a través de ella, de un modo espontáneo y muy flexible, podemos transmitir ideas y sentimientos, podemos expresar la rica variedad de nuestras percepciones, sensaciones y estados de ánimo, generalmente apoyándonos en una variada gama de gestos y movimientos faciales que la complementan y precisan. Pero el lenguaje oral, a pesar de estas ventajas, nos impone también limitaciones que no podemos evadir: no puede difundirse más allá de cierto límite -el límite de nuestra voz- aunque actualmente, gracias a la telefonía y la electrónica, este límite se haya expandido enormemente; carece de permanencia y estabilidad, porque lo dicho puede ser rápidamente olvidado o confundido, interpretado o reinterpretado de mil modos diferentes, negado a posteriori por quien pretende recoger sus palabras, o sometido a la rápida erosión de sus significados. No en vano afirma el dicho popular que "a las palabras se las lleva el viento".
La palabra escrita, por otra parte, no posee la plasticidad y la inmediata capacidad de comunicación que es propia del lenguaje oral, pues carece de su rapidez y agilidad interactiva. Para escribir tenemos que hacer un esfuerzo muy superior al que usualmente realizamos al hablar, tenemos que concentrarnos, organizar el mensaje y, por lo general, no logramos a darle a éste todos los matices expresivos que quisiéramos proporcionarle. Pero al escribir, en contrapartida, obtenemos algunos beneficios que de otro modo nos estarían vedados: aquéllo que se escribe queda fijo, pues utiliza algún soporte material que le otorga un grado de perdurabilidad que la voz humana -hasta hace cosa de un siglo- nunca podía alcanzar. Esta soporte material ha variado grandemente, según la tecnología utilizada, desde las antiguas tablillas de barro cocido hasta los actuales sistemas de registro electrónico, pasando por el papel, medio prácticamente universal y paradigmático. Pero en todo los casos el mensaje escrito ha logrado lo que resultaba imposible para la expresión oral: la permanencia, la posibilidad de llegar a muchos seres humanos distantes en el tiempo y el espacio con un mensaje inalterado.
Lo que se escribe permanece, se mantiene en el tiempo mientras dura el soporte material que se ha utilizado, y puede copiarse indefinidamente. Pero el mensaje escrito no sólo se mantiene en el tiempo, listo para ser recibido mucho después de que fue producido por el emisor, sino que además permanece fijo, idéntico a sí mismo. "Lo escrito, escrito está", suele decirse.
A partir del mensaje escrito, inalterable en principio y siempre más preciso y estable que el mensaje oral, puede entablarse otro tipo de discusión que la que se realiza sólo de palabra. La crítica, el análisis, el debate, pueden desarrollarse entonces de un modo totalmente diferente, pues en este caso las ideas dejan de flotar, desvaneciéndose de inmediato luego de que los hombres que las formulan, para adquirir una cualidad de "cosa" objetiva, de elemento al cual se puede volver una y otra vez en busca de lo que ya no depende de la fragilidad de la memoria.
Lo escrito, por último, puede reproducirse a voluntad. Siempre es posible hacer una copia -laboriosa o no, según la tecnología disponible- y llegar de este modo a miles o millones de personas, trascendiendo las barreras del tiempo y el espacio, difundiendo las ideas a todos aquéllos que puedan estar interesados en conocerlas. De la facilidad de reproducir los mensajes escritos dependerá, ciertamente, el alcance efectivo que tenga la ventaja que mencionamos. Por ello se comprenderá la importancia que, para la difusión de los conocimientos, han tenido dos invenciones que revolucionaron por completo nuestra civilización: la imprenta, hace ya más de cinco siglos, y los modernos sistemas de computación que hoy se expanden vigorosamente en todas las latitudes.
1.2. La comunicación científica
Las observaciones que hemos hecho en la sección precedente no son nada novedosas para quienes estudian los problemas de la comunicación. Las hemos puesto de relieve, sin embargo, porque ellas suelen olvidarse en la vida cotidiana, tanta es la familiaridad que tenemos con la lectura y la escritura. Dichos elementos deben tenerse especialmente en cuenta cuando pensamos en una forma peculiar de comunicación escrita, la que se vincula al quehacer científico.
No es este el lugar apropiado para exponer en qué consiste y cómo se desarrolla la vasta aventura intelectual que constituye la ciencia; en muchos otros textos el lector encontrará sobrada información sobre tal tema.[Hemos estudiado el asunto en Los Caminos de la Ciencia, una introducción al método científico, Ed. Panapo, Caracas, 1986, cap. 5.] Baste decir aquí que la ciencia se caracteriza por un tipo de conocimiento que se preocupa concientemente por ser riguroso, sistemático, receptivo ante la crítica, deseoso siempre de objetividad. Resultará claro entonces que los aportes a la ciencia requieren de esa precisión y esa perdurabilidad que se asocia a todo lo escrito y que ya mencionábamos más arriba. A partir de esa característica es que resulta posible una difusión de conocimientos que va más allá de lo fugaz y lo impreciso, que coloca al alcance de un enorme conjunto de personas lo que se dice y se propone. La discusión, la crítica, la revisión constante de ideas y de resultados, queda así abierta, se facilita y simplifica.
Por ello puede decirse que casi todo el trabajo científico se realiza, en definitiva, por esta vía; sin libros y revistas, sin artículos, ponencias o informes de investigación, la ciencia moderna resultaría inconcebible. De allí que, naturalmente, sea tan importante para un científico, un investigador o, en términos más generales, para cualquier profesional o estudiante, el dominio del lenguaje escrito y de las formas específicas que éste adquiere en el ámbito de la comunicación científica. Porque la redacción académica posee algunas peculiaridades que se relacionan directamente con los objetivos de la misma y que por cierto es preciso tener en cuenta para lograr los mejores resultados.
Lo que distingue a los trabajos científicos de otras formas de mensaje escrito deriva, como es fácil de comprender, de los propios objetivos que posee la ciencia. Si ésta intenta construir un saber riguroso, sistemático y lo más objetivo posible, entonces habrá que comunicar sus resultados también de un modo preciso y claro, que destierre en lo posible las ambigüedades que tan frecuentes son en nuestro lenguaje. De nada, o de muy poco, podrán servir en este caso las vaguedades, los giros efectistas, los medios tonos del discurso que en otras circunstancias resultarían verdaderamente ineludibles. Los elementos sustantivos del contenido habrán de destacarse con nitidez más allá de todo adorno formal, aun cuando nada nos impida tratar de redactar con elegancia y armonía. Pero además habrá que tener particular cuidado con otro elemento, característico de toda comunicación científica: la estructura de cada trabajo tendrá que ser bien pensada para que resulte lógica, orientada hacia la mejor comprensión de lo que se pretende transmitir; cada una de sus partes componentes deberá tener unidad y enlazarse claramente con las restantes; cada parágrafo, sección o frase deberán poseer un sentido, una función definida dentro del discurso general.
Veamos todo esto un poco más detenidamente. En primer lugar conviene recalcar, aunque tal cosa resulte casi obvia, que un trabajo científico se propone siempre comunicar algo concreto, algunos determinados conocimientos, y no estados de ánimo, opiniones o sensaciones subjetivas. Tal propósito introduce ya una distinción entre este tipo de comunicación y otras formas de expresión escrita como la poesía, la literatura de ficción, los ensayos de cualquier naturaleza, los escritos políticos o religiosos, etc. Es cierto que en todo escrito habrá de expresarse de algún modo la subjetividad del autor, el modo personal en que éste concibe las ideas que formula. Estas -además- nunca podrán escapar completamente a las opiniones y prejuicios dominantes y estarán sometidas, sin duda, a las imprecisiones que son propias del mismo lenguaje que se emplea. Pero no se trata de llevar las cosas hasta el extremo, de pretender una objetividad absoluta que tampoco posee el quehacer de la ciencia. Se trata de reconocer que, en propiedad, un trabajo científico posee unos fines específicos que obligan a realizar un esfuerzo tenaz de depuración para que en el mismo las ideas se expresen con la mayor rigurosidad y objetividad posibles.
En segundo lugar habremos de apuntar que en la redacción de un trabajo científico la estructura expositiva tendrá que sujetarse a una lógica lo más clara posible, que estará en función de los objetivos del trabajo. Por eso es fundamental que el autor conozca con bastante precisión qué desea comunicar, para luego poder así buscar la forma más adecuada a los fines que persigue. Ello significa que habrá que pensar en un modelo o esquema expositivo básico antes de comenzar a redactar, porque no se trata de dejarse arrastrar por algo parecido a la inspiración, sino de construir una obra que pueda ser comprendida del modo más directo posible. El esquema de trabajo resultará entonces la guía que nos orientará en el desarrollo de los temas, el punto de partida para la elaboración de esquemas particulares cada vez más detallados desde los cuales se podrá ir pasando finalmente a la labor de escribir (v. infra, cap. 8).
Un tercer elemento a tener en cuenta se refiere al estilo a emplear y a las consideraciones de forma en cuanto a la presentación final del trabajo. Como ya lo decíamos, la comunicación científica nada gana con la ambigüedad o la confusión del lenguaje, con la deliberada oscuridad, que tanto pueden beneficiar a otras formas de expresión. Para ello es preciso entonces:
a) construir las oraciones de tal modo que las mismas resulten unívocas en su sentido y relativamente sencillas, sin exageradas complicaciones.
b) utilizar las palabras con rigor, teniendo en cuenta su significado aceptado y conocido, buscando además en cada caso el vocablo preciso para expresar lo que pensamos. Esto, por supuesto, implica que debemos conocer con claridad lo que deseamos decir, lo cual no siempre ocurre.
Estas dos recomendaciones que acabamos de hacer no deben entenderse como una defensa del lenguaje chato y repetitivo que muchas veces encontramos en los libros o informes de investigación. Al contrario, lo que sucede en estos casos es que el autor descuida por completo los problemas de forma y de ese modo produce implícitamente una desmejora de su obra. Porque las repeticiones a veces son simplemente expresión de pereza mental o de ausencia de revisión y no -como ocurre en otros casos- resultado de una insoslayable necesidad de precisión; porque la falta de fluidez en el lenguaje, más allá de cierto punto, fatiga al sacrificado lector, con lo que el mensaje se transmite entonces más dificultosamente. Por eso es preciso lograr un equilibrio entre la sencillez de la expresión y la exactitud de lo que se dice, oponiéndose por igual a la oscuridad conceptual, las formulaciones excesivamente recargadas y el uso efectista del lenguaje.
No hay que perder de vista, en ningún momento, que quien escribe un trabajo científico debe buscar por todos los medios transmitir un contenido, de modo que éste llegue con las menores perturbaciones posibles al receptor de la comunicación. Cualquier elemento que facilite tal cosa ha de ser bienvenido, cualquier referencia, explicación o recurso que haga que las ideas se comprendan mejor y con menos esfuerzo por parte del lector. Por ello también es preciso detenerse con bastante cuidado en la forma de presentación de cada trabajo, para que a la claridad de la expresión y el orden lógico básico del discurso se sumen también otros elementos que dan seriedad y rigurosidad a la exposición: oportunas referencias bibliográficas, notas aclaratorias, apéndices, gráficos, cuadros estadísticos y esquemas.[Todo esto será desarrollado más extensamente en el punto 3.4 y en el capítulo 4. Para mayor información el lector puede consultar la bibliografía que hemos elaborado.] Todo esto, en definitiva, servirá para que nuestro mensaje se comprenda en su justo valor, para que sea recibido, estudiado, criticado e incorporado al acervo de conocimientos existente en una especialidad.
Capitulo 2
DIFERENTES TIPOS DE TRABAJOS CIENTIFICOS
2.1. Investigación y exposición
Hemos mencionado en el capítulo anterior que los trabajos científicos se escriben para comunicar, del modo más claro y preciso posible, los conocimientos que han adquirido sus autores. Interesa ahora explicar, aunque sea brevemente, de dónde proceden tales conocimientos y las diversas modalidades que, según los casos, se adoptan para transmitirlos.
Todo escrito científico es, de alguna manera, exposición ordenada de un trabajo previo de investigación. Decimos de alguna manera porque, en muchos casos, el escrito no es simplemente un informe sobre resultados: es una reelaboración de conocimientos ya existentes, obtenidos o no por el autor, que se organiza para fines expositivos específicos. En una ponencia determinada pueden expresarse, por ejemplo, ciertos datos obtenidos de fuentes secundarias, un análisis de los mismos, junto con opiniones o consideraciones de tipo mucho más personal o subjetivo. En todo caso existe un esfuerzo de investigación previo, aunque éste no se manifieste más que a través de la organización y sistematización de resultados ya conocidos. Si esto no fuese así, si no existiese ningún tipo de investigación -documental o de campo- no podríamos hablar en propiedad de un trabajo científico. Estaríamos en cambio frente a un ensayo, un artículo de opinión, un resumen o cualquier otro de los variados géneros literarios existentes.
La investigación realizada, entonces, provee el indispensable contenido a transmitir, los conocimientos que serán expresados en el trabajo a elaborar, y le dan a éste el núcleo de ideas que lo conforman. Pero, para que podamos hablar en propiedad de un trabajo científico, es preciso además que éste posee algunas características formales que lo adecuen a las exigencias metodológicas necesarias que garantizan su seriedad. Tales características no son caprichosas o gratuitas, pues tienen por objetivo proporcionar una comprensión clara y completa de lo que se busca transmitir. Entre las mismas podemos enumerar -como ya mencionábamos en el capítulo anterior- el uso de un lenguaje apropiado, un orden expositivo coherente y sistemático, y un aparato crítico que otorgue las necesarias referencias a la obra. Además de lo anterior habrá que tener en cuenta también otros requisitos formales, no ya de tipo general como los anteriores, sino específicamente exigidos por la institución que eventualmente haya encargado el trabajo o ante la cual éste deba ser presentado. En tal caso solemos referirnos a ellos como a normas institucionales de presentación, que incluyen aspectos formales tales como extensión, tipo de papel, márgenes, espaciado y modo de encabezamiento, forma de presentación de las citas y referencias, divisiones y/o estructura del trabajo, etc.
De acuerdo a su contenido y a su forma suele darse a los trabajos científicos diferentes denominaciones que permiten conocer el tipo, características y objetivos de cada uno. No se trata, por supuesto, de una clasificación verdaderamente estricta y rigurosa, pues son muchas las variaciones de interpretación existentes al respecto pero, en todo caso, conviene conocer lo que aproximadamente se supone que es cada uno, puesto que así resultará más fácil responder a las expectativas generalmente existentes.
2.2. Tipos de trabajos científicos
Dentro de la denominación genérica de "trabajo científico" existe una variedad bastante grande de posibilidades, que surgen de necesidades y circunstancias específicas. Los lectores seguramente habrán oído hablar de monografías y de tesis, de ponencias, papers y artículos científicos, de tesinas, trabajos de ascenso e informes de investigación. Cada una de estas denominaciones se refiere a un tipo particular de trabajo aunque, como decíamos, no se trata de una clasificación excluyente. Las características de cada tipo suelen diferir según se sigan las normas de una u otra institución o las costumbres de cada país y, además, un mismo trabajo podría adoptar formas diferentes o ser clasificado a la vez en más de una de esas categorías.
La longitud del trabajo, que depende directamente de la cantidad de conocimientos a transmitir, nos permite una primera forma de clasificación. Así, por ejemplo, una tesis es una disertación de cierta envergadura, que se propone aportar nuevos conocimientos y que se presume posee un elevado rigor metodológico. Una monografía, en cambio, se distingue porque posee una delimitación temática más estrecha y -en consecuencia- una extensión menor; lo mismo suele suceder con las ponencias y con los artículos destinados a revistas científicas, que son de unas dimensiones relativamente reducidas.
Otro aspecto que permite clasificar a los trabajos científicos es el relativo a los fines que se persiguen con los mismos. Es diferente el caso de un investigador que busca, simplemente, dar a conocer sus resultados a la comunidad científica, que el de quien presenta un informe ante la institución o empresa que lo ha solicitado; es otro el caso también, de quienes realizan investigaciones y presentan trabajos para obtener algún grado académico o aprobar las materias de una carrera universitaria. Estas circunstancias habrán de determinar el tipo específico de trabajo a realizar en cada ocasión y la forma concreta que habrán de adoptar en consecuencia.
Para mayor claridad del lector hemos creído oportuno incluir a continuación una breve caracterización de cada tipo de trabajo científico. Describiremos brevemente lo que se entiende por cada una de las denominaciones más usuales, advirtiendo, una vez más, que pueden existir variaciones -a veces significativas- según los usos prevalecientes en cada institución o país. En todo caso el lector interesado deberá consultar con las definiciones y normas específicas que existen en el ámbito en que se desenvuelva, utilizando las siguientes informaciones sólo como un punto de referencia de índole general.
Informe de Investigación: es una denominación genérica que sirve simplemente para indicar que lo escrito es exposición de una indagación científica ya realizada. En tal sentido no permite abrir juicio acerca del carácter de la misma, de su tipo o magnitud, ni de los propósitos a que se encamina. Puede ser, por lo tanto, un simple documento de trabajo, donde aparecen los resultados obtenidos en determinada fase de alguna investigación, el informe final acerca de la misma o el producto de un equipo parcial de trabajo. Del mismo modo puede servir a propósitos meramente informativos o ser, por el contrario, base para la posterior toma de decisiones en cualquier campo de actividad. El término suele emplearse, pues, sin que se le asocien connotaciones más específicas, aunque en algunos casos se lo limita para hacer referencia exclusivamente a investigaciones de campo, que utilizan datos primarios.
Papel de Trabajo: es otro nombre genérico que indica que lo escrito no es un material definitivo sino una elaboración modificable que se somete a discusión. Suelen utilizarse, con gran provecho, como forma de guiar las discusiones que se realizan en el seno de equipos de investigación u organismos colegiados de cualquier tipo; son usuales también como forma de ir mostrando ante un tutor o un investigador más experimentado los avances que se realizan en el proceso de investigación. Su contenido es obviamente muy variable y, dado su carácter no definitivo, no tiene el rigor formal que otros trabajos destinados a la edición o la discusión pública.
Monografía: es un trabajo que tiene la particularidad de versar sobre un tema único, bien delimitado y preciso. En general, por lo tanto, resulta un escrito breve en el que se prefiere sacrificar la extensión de los asuntos a tratar en beneficio de la profundidad. Según el uso corriente que dan muchas personas al término, la monografía es producto de una investigación bibliográfica, no de campo, aunque debemos advertir que nada hay en el concepto de monografía que lleve a aceptar esta restricción. Desde el punto de vista práctico es habitual que la evaluación de los estudiantes de educación superior se realice por medio de monografías que traten de los temas discutidos en la actividad docente. Muchos de los artículos que aparecen en revistas científicas son también, en un sentido estricto, monografías. Conviene agregar que, a veces, se acepta que una monografía se desvíe un tanto del rigor normal de los trabajos científicos, pues ellas pueden tratar sobre temas en que no es posible o deseable alcanzar ese nivel. No obstante, desde el punto de vista de la presentación formal, las monografías son trabajos donde se valora claramente la buena organización y el uso de un aparato crítico bien estructurado.
Artículo Científico: es un trabajo relativamente breve -muchas veces también monográfico en cuanto a su contenido- que se destina a la publicación en revistas especializadas. Los consejos directivos o comités de las mismas suelen definir, con bastante exactitud, las características de contenido y de forma de los escritos que aceptan o encargan. Un artículo científico, en general, debe ser cuidadosamente redactado para evitar digresiones innecesarias, para lograr expresar de un modo claro y sintético lo que se pretende comunicar y para que contenga las citas y referencias necesarias. En muchas ocasiones los artículos científicos son síntesis de informes o tesis de mucha mayor envergadura; en tal sentido se considera que el trabajo original puede ser mejor presentado ante una determinada comunidad científica a partir de tal forma resumida, que orienta así los esfuerzos de quienes puedan estar interesados en consultar la obra original. La palabra inglesa paper tiene un sentido bastante semejante -aunque ligeramente más amplio- que el que atribuimos a esta denominación, pues ella incluye también a lo que se suele llamar una ponencia. Los artículos científicos también se publican a veces como capítulos o partes independientes de ciertos libros, en los que algún estudioso, que asume el papel de compilador reúne varios trabajos de autores diferentes pero que tratan una materia común.
Ponencia: es la comunicación escrita que una persona presenta ante algún evento de tipo científico: seminario, congreso, simposium, etc. Los organizadores de tales reuniones son quienes definen el carácter que habrán de tener las mismas, según los fines que persigan y las condiciones prácticas existentes. Suelen ser trabajos breves, monográficos o no, que se destinan además a la lectura y discusión colectiva. Es usual que las mismas se limiten, por ello, a una extensión que varía entre diez y treinta páginas escritas a espacio doble. Su organización interna es generalmente bastante libre y variada, y en ellas no son tan decisivos los aspectos de forma. Resulta importante, en cambio, tener en cuenta todo aquello que facilite la rápida y efectiva comunicación oral: redacción clara y atractiva, apoyos audiovisuales, compenetración con los intereses y preocupaciones del auditorio al que va dirigida. Las ponencias de diversos autores son a veces publicadas, conjuntamente, en libros o informes que intentan divulgar las discusiones efectuadas en los congresos o seminarios ante los que han sido presentadas. En estos casos suelen hacerse a veces ciertas revisiones, especialmente en cuanto a completar las referencias y la bibliografía.
Tesina: Es una denominación no universalmente usada que sirve para designar a trabajos de corta o mediana extensión que son presentados para su correspondiente evaluación académica. Desde el punto de vista pedagógico cumplen el mismo papel de las llamadas monografías:conocer los conocimientos y habilidades metodológicas de los estudiantes respecto a determinada materia por medio de una disertación escrita que se propone a los mismos y que forma parte de su evaluación. Sus características específicas dependen, pues, de lo que al respecto consideren convenientes los departamentos, cátedras y profesores de cada asignatura.
Tesis: por tesis se entiende, cuando nos referimos al uso original del término, una proposición que puede ser sostenida o demostrada mediante pruebas y razonamientos apropiados. Por extensión, desde hace muchos siglos, se ha llamado así a la exposición escrita que una persona presentaba ante una universidad o colegio para obtener el título de doctor, demostrando con ella que dominaba la materia de sus estudios y que era capaz -además- de aportar nuevos y sólidos conocimientos a la misma. Actualmente, y de un modo más general, se llama tesis al trabajo escrito que permite demostrar, a la conclusión de los estudios, que el graduando amerita el grado académico al que aspira.
Una tesis por lo tanto, es un trabajo serio y bien meditado que sirve como conclusión a varios años de estudios, demostrando las aptitudes del aspirante en el campo de la investigación y dándole oportunidad a éste para realizar por sí sólo una indagación significativa. Las tesis, por lo tanto, son trabajos científicos relativamente largos, rigurosos en su forma y contenido, originales y creativos. Estas características, sin embargo, sólo se dan plenamente en el caso de las tesis de máximo nivel, las que corresponden a los cursos de doctorado. En el caso de otros estudios de postgrado la exigencia de originalidad puede atenuarse y más aún en las tesis llamadas de pregrado o licenciatura, donde el rigor metodológico y la profundidad del trabajo suelen ser bastante menores. En algunas ocasiones se exigen también la realización de una tesis a los estudiantes de enseñanza media pero, debe advertirse, tal denominación en esos casos resulta engañosa y es más metafórica que real, puesto que en propiedad lo que pueden realizar tales estudiantes son -a lo sumo- buenas monografías o tesinas.
Existe a veces el error, originado por la práctica consuetudinaria de las instituciones, de suponer que sólo cierto tipo de investigaciones puede dar origen legítimamente a una tesis. Hay quienes así sostienen que una tesis debe provenir en forma obligada de una investigación de campo y, aún más, de cierto tipo de diseño específico: encuestas, trabajo de laboratorio, experimentos, etc. Demás está decir que tal visión estrecha implica no sólo una perspectiva formalista del trabajo científico, sino también un criterio realmente limitado en cuanto a lo que es la ciencia y los aportes que la construyen. Piénsese que, si nos guiáramos por tal criterio, los trabajos eminentes de Copérnico, Einstein o Galileo no les hubieran permitido a éstos alcanzar un simple grado académico. Por eso conviene recordar que son muchos y diversos los caminos de la ciencia y que las instituciones llamadas a estimularla no debieran, en función de un supuesto rigor metodológico, imponer trabas a quienes se inician en esa aventura intelectual.
El lector podrá encontrar, en la segunda parte de este libro, una información más detallada con respecto a las características básicas que se exigen a una tesis, así como una discusión de los problemas que se presentan en el curso de su realización. [V., para mayor detalle, el punto 6.4, el cap. 5 y el apéndice 2, que contiene algunos ejemplos sobre reglamentos de tesis.]
Trabajo de Grado, o Trabajo Especial de Grado: cumple con la misma función académica que una tesis pero sin que se le exijan todos los atributos que a éstas caracterizan. Ya habíamos observado que, en un sentido estricto, las tesis exigidas en pregrado carecen muchas veces de todas las notas distintivas de las tesis: se suelen aceptar trabajos que no son claramente originales, que no aportan conocimientos nuevos, o en los que el rigor metodológico no se lleva demasiado lejos. En tales casos muchas escuelas y facultades prefieren sincerar los hechos, no llamando tesis a lo que es verdaderamente algo más simple y menos profundo. No obstante, los trabajos de grado suelen ser relativamente amplios en sus dimensiones, superando con mucho las de las monografías y tesinas y desarrollando en sus páginas algo más que resúmenes de ideas ajenas y opiniones personales.
Trabajo de Ascenso: muchas universidades poseen un sistema de ascensos para su personal académico según el cual estos sólo se obtienen si -cumpliendo además otros requisitos- el profesor presenta además un trabajo de cierta relevancia. Se exige que los mismos posean rigor metodológico y que realicen una contribución al desarrollo de la ciencia, las humanidades o las artes. No se requiere que demuestren estrictamente alguna tesis, o que se apoyen en investigación de campo. Son generalmente trabajos extensos y bien documentados, comparables a tesis, aunque la calidad de los mismos varía sustancialmente de acuerdo a las normas institucionales que se hayan establecido al respecto.
Ante-proyecto y Proyecto de Investigación: se trata de documentos bastante diferentes, en esencia, a los descritos hasta aquí. En ellos no se presentan resultados, análisis o conclusiones, sino que se esbozan las líneas fundamentales de actividades de investigación a desarrollar en un futuro. Por eso poseen una lógica interior y una estructura interna peculiar, distinta a la de los anteriores. Actualmente, en casi todas las circunstancias, no se concibe que pueda emprenderse una indagación científica de cierta envergadura que no vaya precedida de un proyecto en el cual se expresen los antecedentes, los objetivos, los fundamentos y las bases metodológicas de la misma. Debido a su propia naturaleza nos referiremos a estos trabajos más adelante (v. infra, cap. 7), cuando abordemos los aspectos operativos de la redacción científica.
Aparte de los géneros anteriores existen otros que, aunque teniendo considerable importancia, no pueden considerarse plenamente como trabajos científicos. Ellos son sin embargo muy frecuentes y necesarios en la práctica intelectual de todo investigador. Por eso nos referiremos seguidamente a algunos tipos de escritos que el lector seguramente encontrará con frecuencia.
Reseña: es un escrito breve que intenta dar una visión panorámica y a la vez crítica de alguna obra. Es frecuente que en revistas científicas aparezcan reseñas de libros de la especialidad, que ayudan a los lectores a conocer mejor las posibles fuentes de información existentes. Las reseñas sirven para motivar el interés de las personas que se desenvuelven en un área específica de estudios y para evaluar la calidad de los trabajos que van apareciendo ante el público. Generalmente las realizan personas especializadas, de bastante experiencia en la especialidad.
Ensayo: obra relativamente libre en su estructura en la que el autor expone razonadamente ideas y opiniones sin que, sin embargo, se utilice plenamente una metodología científica. Puede hablarse, algo contradictoriamente, de un ensayo científico, cuando la temática y la actitud del autor llevan a una consideración especialmente seria de lo tratado: exponiendo resultado de investigaciones exploratorias, [V. las definiciones de los diferentes tipos de investigación en Sabino, Carlos, El Proceso de Investigación, ed. Panapo, Caracas, 1992, pp. 57 a 61.] debatiendo ideas sobre asuntos de actualidad en el marco de teorías científicas, discutiendo los aportes realizados últimamente en una disciplina o esbozando nuevas ideas que pueden inspirar posteriores investigaciones. En todo caso conviene recordar que no existe una línea divisoria estricta que separa a las disertaciones científicas de las que no lo son, por lo que el término ensayo puede usarse de un modo bastante impreciso y abarcante.
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