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Principios básicos de como hacer una tesis (página 5)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

    Debe hacerse además una recomendación que tal vez parezca trivial a algunos lectores: cuando se escriba a mano o a máquina es conveniente utilizar siempre una sola cara del papel y no ambos lados. Ello facilita enormemente la posterior labor de lectura y corrección, pues permite una más clara apreciación de lo escrito y el "montaje" físico de diversas secciones del trabajo, mediante el simple procedimiento de recortar y pegar sus partes. Cuando se escribe a máquina es recomendable hacerlo a doble espacio (o a espacio y medio) pues así se aligera la lectura y se hace menos engorroso el agregado de las indicaciones que siempre hay que colocar al texto. Cuando se trabaja en computadora, como ya lo mencionamos, estas tareas pueden hacerse generalmente sobre la pantalla, sin necesidad a recurrir a más de una o dos impresiones del texto.

9.3.3. Actitudes y Dinámica de Trabajo

    Tan importantes como las condiciones materiales, de las que hablábamos en la sección precedente, son las apropiadas actitudes que el tesista desarrolle ante su trabajo. La tarea de escribir es compleja, y requiere de variadas cualidades para su feliz realización. Ya hemos dicho que en el caso de la redacción científica no es preciso poseer las dotes especiales ni a la peculiar sensibilidad que caracterizan al literato, sino algo bastante más modesto: un conjunto de aptitudes que hay que desplegar para construir una exposición clara, coherente y completa. Ellas dependen, en gran medida, de la forma en que se aborde la tarea, del modo en que el investigador se sitúe ante el trabajo que se ha propuesto realizar.

    Una primera recomendación en este sentido es tener confianza en sí mismo. No se trata de dejarse arrastrar por alguna euforia sin fundamento sino de entender que cualquier persona con un mínimo dominio del lenguaje, que trabaje ordenadamente y que tenga un mensaje a comunicar, puede redactar un escrito científico sin que se le presenten problemas insalvables. Si se asume este principio básico será relativamente sencillo, luego, superar los inconvenientes que se vayan presentando: ellos serán vistos como dificultades técnicas o expresivas concretas, quizás como debilidades propias de la investigación que sólo ser perciben al tratar de transmitir sus contenidos, pero no como trabas interiores, espirituales, que el autor no pueda superar.

    Hay que actuar pues sin complejos, sin una timidez exagerada, dado que miles de personas ya han culminado con éxito esfuerzos semejantes. Hay que comprender que nadie nos está exigiendo una obra monumental, un hito en la historia de la ciencia, sino un trabajo que posea -simplemente- una buena calidad intelectual. A veces es el propio estudiante el que, por paradójico que resulte, se convierte en el peor censor de sí mismo. Al pretender escribir una tesis que sea una especie de compendio de todo el saber existente o que supere las creaciones anteriores del pensamiento universal se llega a un resultado desafortunado: ni se ejecuta una tesis grandiosa ni se elabora tampoco un trabajo corriente y aceptable; la tarea frecuentemente se va postergando y, a veces, no se la concluye nunca.

    Es preciso recordar una vez más que el saber de la ciencia es acumulativo, que se desarrolla lentamente y que de nada valen las intuiciones grandiosas si no se soportan sobre la base de los humildes hechos concretos. Por ello debemos agregar que la confianza en sí mismo que posea un autor debe ser complementada con una clara conciencia de las propias limitaciones.

    Esta última recomendación es especialmente importante en cuanto a los propósitos generales del manuscrito, los cuales están estrechamente relacionados con la temática y objetivos del trabajo (V. supra, 6.2, 6.3 y cap. 7). Pero, en cuanto a otros aspectos, es preferible actuar con seguridad, trabajando con confianza en la investigación, buscando en lo posible un estilo y una forma de expresión que nos resulten propias. Es mejor proceder así -aunque siempre hay que consultar los modelos que nos proporcionan otras obras y recibir oportunas asesorías- que dejarse guiar por una inseguridad que nos lleve a la copia sin imaginación, a la repetición de lo que ya se ha dicho, a una manera de expresarse chata y sin estilo propio.

    Ya hemos advertido contra el llamado perfeccionismo, actitud excesivamente severa hacia nosotros mismos que nos encamina generalmente a la impotencia. Es comprensible y hasta recomendable que todo autor procure realizar un trabajo lo mejor posible. Pero, más allá de cierto punto, hay que transigir siempre en alguna medida con nuestras limitaciones y entender que ninguna obra humana puede estar absolutamente libre de errores. No sólo nos referimos a la redacción en sí misma, como ya apuntábamos más arriba (v. 9.2), sino a diversas restricciones generales que hay que admitir en un trabajo:

  • No siempre será posible leer toda la bibliografía existente sobre un tema, especialmente con la infinidad de publicaciones que existen actualmente sobre cualquier materia.

  • No es posible proseguir indefinidamente la búsqueda de datos pertinentes a nuestro problema: en algún momento será preciso detenerse y, luego de hacer un balance, decidir si ya tenemos información suficiente como para pasar a redactar la tesis o el trabajo.

  • En cuanto a la redacción, ya lo decíamos, es prudente trabajar en dos o más etapas: la primera de ellas para elaborar el manuscrito preliminar, con el objeto de construir un texto básico -preferiblemente completo- que recoja en su orden debido todas las ideas fundamentales, aunque carezca todavía de un buen estilo y posea errores de diverso tipo; la segunda -y subsiguientes- destinadas a la revisión, donde se irán haciendo sucesivas correcciones hasta que el trabajo se dé por terminado (V. infra, cap. 10). En este sentido también, como luego veremos, hay que poner un límite al afán de perfeccionamiento, ya que de otro modo nunca podríamos entregar el trabajo para su discusión.

 

   Otra cualidad indispensable para quien escribe es la concentración. Aunque lo anterior parezca obvio permítasenos decir algunas palabras al respecto. Cuando se está escribiendo es preciso tomar en cuenta una multitud de elementos a la vez: hay que tener presente la idea principal del párrafo, la estructura gramatical de la frase que se está construyendo y buscar, simultáneamente, el vocabulario apropiado a lo que se quiere decir; mientras tanto habrá que prestar atención también a la parte mecánica de la tarea y no olvidar las reglas ortográficas y de concordancia. Probablemente haya que tomar en consideración también algunos otros elementos: la forma en que la presente oración se enlaza con la anterior y con la que habrá que seguirle, cierto ritmo o armonía que vaya surgiendo del texto, el cuidado por no repetir palabras o giros que hacen monótono el discurso. Es claro que muchas de estas actividades el intelecto las realiza, por así decir, de un modo automático o poco consciente. Pero eso no niega en absoluto la necesidad de concentrarse en la tarea: al contrario, ello es imprescindible para coordinar tantas cosas como hay que tener presentes de un modo simultáneo. De aquí que sean en verdad tan importantes las recomendaciones prácticas sobre el estilo de trabajo que mencionábamos en el aparte anterior.

    La elaboración de cualquier obra, pero especialmente de aquellas que tienen dimensiones considerables, implica un proceso de trabajo que va atravesando por diferentes etapas que siguen una dinámica peculiar. No nos referimos ahora a las fases o actividades de la investigación en sí, tal cual las mencionábamos más arriba o se exponen en los textos de metodología (v supra, 5.1 y cap. 8). Estamos pensando más bien en la labor de redacción y de presentación final de nuestras ideas, en la dinámica que permite que el investigador vaya plasmando su pensamiento y exponiendo los datos que lo sustentan.

    Hay una primera etapa, quizás la más difícil, en que hay que disponerse a escribir. No se trata solamente de haber acumulado suficiente información, de poseer ideas claras o de disponer ya de un esquema expositivo. Hay algo más, una cualidad de espíritu, si se quiere, que es preciso alcanzar. Es necesario prepararse mentalmente, tomar conciencia de que hemos de soltar las amarras e iniciar un trayecto intelectual para el cual hay que tener el ánimo bien dispuesto. La metáfora de un viaje, como símil de la realización de un trabajo, no es del todo aventurada: como en un viaje, al escribir, tendremos siempre alguna incertidumbre. Es verdad que el esquema, en este caso, nos servirá como una especie de mapa que nos indica las etapas sucesivas que queremos alcanzar. Pero hay que tener en cuenta de que se trata de un mapa que no posee una escala: no sabemos cuándo ni con cuanto esfuerzo podremos ir alcanzando las metas sucesivas. Quien se lanza a escribir, por lo tanto, se interna en un terreno que nunca es del todo conocido. Si lo fuera, verdaderamente, si todo lo que se fuese a decir se conociera previamente, no valdría la pena emprender la tarea. El curso de su desarrollo, por eso, suele depararnos algunos imprevistos, tanto agradables como desagradables, que tienen la virtud de indicarnos que estamos progresando en nuestra exposición.

    Sucede a veces -y con bastante frecuencia- que sólo al escribir nos damos cuenta cabal de lo que pensamos acerca de un asunto. Puede ser que hasta allí tuviéramos la sensación de que poseíamos ideas claras al respecto, pero es sólo al tratar de comunicarnos -de poner las cosas en "blanco y negro", como se dice- que comprendemos los alcances de lo que vamos a decir. A veces se descubren imprecisiones fundamentales que impiden una expresión verbal concisa; en otras ocasiones se percibe que hay más de una idea básica en lo que aparentemente se veía como simple y claro, por lo que se hace necesario desarrollar las aclaraciones pertinentes, o se encuentra una nueva relación entre conceptos que hasta allí habían estado como aislados, lográndose así una mayor profundización de nuestro conocimiento sobre un tema. En otros términos, puede decirse que sólo escribiendo es que damos forma precisa a nuestro pensamiento, que lo ajustamos y concretamos, desarrollándolo también en sus conexiones internas.

    Por eso escribir es algo más que trasladar al papel las ideas preexistentes, es una labor de auténtica creación que nos permite aclarar el sentido exacto de las nociones que previamente teníamos. Al ir haciendo esto, al desarrollar y plasmar con mayor exactitud nuestro pensamiento, el trabajo se va delineando hasta adquirir la forma final que adoptará. Ello implica que hay que realizar sucesivos ajustes al plan expositivo que se hubiese elaborado con antelación, normalmente para agregarle secciones y puntos más específicos.

    A medida en que se van redactando diversas secciones de la obra, el autor -por lo general- alcanza una dinámica de trabajo que lo lleva a mejorar su ritmo de producción, a escribir cada vez con más soltura y velocidad. Cuando se llega a este punto -lo cual no ocurre inmediatamente, sino después de algunos días- hay que procurar no perder el impulso obtenido y proseguir el trabajo de un modo sistemático, sin interrupciones. Los mejores resultados, según nuestra experiencia, se logran cuando el tesista escribe regularmente, trabajando todos o casi todos los días. La constancia con que se emprenda la tarea parece una condición decisiva, indispensable para que ésta se desarrolle de un modo fructífero. Una actitud paciente, de ir resolviendo paso a paso los habituales inconvenientes es pues la más adecuada, por oposición a la precipitación de quien quiere llegar rápidamente al final del trabajo sin detenerse en sus detalles. En tal caso, cuando se actúa con superficialidad y sin una voluntad sólida, poco es lo que en definitiva puede lograrse.

    Finalmente, si el autor ha alcanzado a dominar los obstáculos que se le interponían, se comienza a trabajar de un modo rápido, en ocasiones hasta frenético, porque se llega a una compenetración muy grande con la obra en desarrollo. De este modo es que se culminan los trabajos más ambiciosos, aquellos que nos obligan a escribir multitud de páginas mediante una labor continuada, quizás difícil pero en verdad fascinante. Luego de este clímax, sin embargo, es probable que convenga hacer un alto en el camino: habrá que pasar a las ya más minuciosas y delicadas actividades de la revisión del texto. A su examen nos dedicaremos, pues, en las próximas líneas.  

Capítulo 10 

LA REVISION Y PRESENTACION FINAL

     Después de haber explicado en los capítulos anteriores el método o sistema que puede seguirse para la redacción básica de un manuscrito, nos cabe ahora, dentro de la lógica que seguimos, exponer lo relativo a la forma en que se pasa de un borrador al trabajo terminado. Por ello nos detendremos seguidamente en los diversos problemas que se refieren a la revisión y presentación final de un texto, advirtiendo que no nos circunscribiremos a la tarea específica de corrección, sino que también abordaremos otros aspectos técnicos que es indispensable conocer para concluir adecuadamente la elaboración de un trabajo científico. De allí que este capítulo deba ser leído como una continuación directa del anterior, para poder percibir la unidad de las diversas actividades que implica el ejercicio de escribir.

10.1. La invisible labor de corrección

    Un trabajo científico se lee normalmente con cierto cuidado, prestando especial atención al mensaje que el autor nos intenta transmitir. No interesa mayormente la belleza de la exposición, pues no se buscan allí innovaciones estilísticas o en el uso del lenguaje pero, a pesar de ello, conviene dedicar bastante atención a nuestra prosa. Esta, a veces, posee cualidades que la destacan ante el lector: fluye con libertad y hasta con elegancia, haciendo que el discurso resulte atractivo y fácil de leer", inteligible y quizás hasta más interesante. Detrás de estas virtudes del escrito se esconde -casi siempre- un trabajo paciente y minucioso de corrección del texto.

    La perfección en la expresión no puede alcanzarse nunca espontáneamente. Por supuesto, excluimos de esta afirmación a algunas peculiares creaciones literarias, particularmente poéticas, que a veces han surgido de un modo diferente. Pero, en la mayoría de los casos, la soltura y el lenguaje aparentemente sencillo de algunos autores es producto, aunque esto no se lo note, de un cuidadoso y exigente trabajo previo. Por ello la corrección de un escrito es una tarea que se percibe sólo negativamente, es decir que se advierte la falta de una adecuada revisión cuando ésta no se ha realizado, pero en cambio nadie puede notar directamente su presencia cuando se ha hecho con esmero. Quizás por esta razón es que muchos tesistas e investigadores descuidan completamente este aspecto, sin atribuirle la importancia que en efecto tiene. Debido a ello, y a las dificultades psicológicas que tal labor encierra, hemos optado por hacer algunas consideraciones generales que encuadran mejor las recomendaciones técnicas que exponemos después.

    Empecemos por lo obvio, para recalcar el sentido fundamental de nuestra propuesta: tener un borrador, por cierto, no es poseer un texto terminado. La afirmación, como se convendrá, resulta tan evidente que parecería innecesario destacarla. Pero, según la experiencia de quien esto escribe, son pocas las personas que la aceptan en la práctica, que se conceden el tiempo y la oportunidad de repasar una y otra vez sus manuscritos hasta que estos quedan libres de los más perceptibles errores. Trabajos que han sido elaborados con un esfuerzo notable, porque el autor ha volcado en ellos toda su dedicación y su paciencia, se concluyen luego sin mayor cuidado, sin atención alguna a los detalles de presentación y redacción que resultan tan importantes para todo lector. Por falta de un adecuado remate la tarea queda entonces como trunca, desvalorizándose netamente ante los ojos de quienes la tienen que juzgar.

    Esto sucede así, en gran medida, porque la tarea de revisar un manuscrito es tediosa y encuentra una especie de resistencia no consciente en quien la tiene que realizar. Los estudiantes casi siempre se muestran renuentes a volver sobre lo escrito -alegando la consabida falta de tiempo- y los mismos docentes, profesionales e investigadores toman hacia la corrección, muchas veces, una actitud de implícito rechazo, como si en el fondo no quisieran enfrentarla o no conociesen su auténtico valor. Es preciso examinar con cierto detenimiento esta fase del trabajo para tratar de comprender las causas que propician tan negativas actitudes y encontrar, de tal modo, los caminos de su superación.

    Revisar lo creado, y aquí está la dificultad, implica asumir una postura crítica ante la propia obra. Significa tratar de percibir lo producido como si de algún modo no lo conociésemos, adoptando la posición de un imaginario lector que intenta penetrar en el discurso mientras paralelamente lo evalúa. Hay pues, en toda revisión, una implícita actitud de desdoblamiento gracias a la cual la obra se convierte en un objeto desligado de quien la ha realizado. Ello nos permite entonces intentar una autocrítica, una apreciación respecto al valor y las fallas del producto de nuestro trabajo. Estas breves afirmaciones permiten comprender, en principio, los motivos de la resistencia que se genera ante tal tarea.

    Porque revisar un texto supone el riesgo, no siempre fácil de asumir, de encontrar que éste no nos satisface. Pueden aflorar así fuertes sentimientos de inseguridad ante el temor de que nuestro trabajo no haya alcanzado las cotas intelectuales que nosotros mismos le exigíamos; es posible que, al leerlo, descubramos que aún permanecen sin resolver muchos problemas que habíamos creído ya superados, o que percibamos con preocupación que la obra está inconclusa, que falta mucho por hacer para considerarla terminada. Todas estas posibilidades pueden afectar lo que los psicólogos llaman el sentimiento de autoestima, y se perciben por lo tanto como potenciales fuentes de angustia. De allí surge, consecuentemente, otra actitud, la que nos interesa explicar: se produce, mediante cualquier mecanismo, una negación o rechazo de la tarea. Esta se da por realizada sin mayor trámite, se posterga o se hace de un modo enteramente superficial.

    Hay quienes suponen, algo ingenuamente, que revisar un manuscrito equivale a "pasarlo en limpio", identificando así un proceso mecánico con lo que es en propiedad una labor de tipo intelectual. Cuando esto ocurre quedan prácticamente eliminadas las múltiples tareas a las que tendremos ocasión de referirnos a lo largo de este capítulo. Las consecuencias previsibles son una variedad de errores y omisiones que afectan tanto al contenido como a la forma del trabajo. En otros casos se hace una revisión superficial, no sistemática, que busca corregir fundamentalmente las debilidades que en materia de ortografía y repetición de palabras pueda tener el trabajo. Tampoco esto sirve en realidad de mucho, pues se ha pasado por alto lo más importante: el juicio global sobre la obra realizada, la consideración de su estructura, estilo de redacción y equilibrio entre las partes que la componen.

    La actitud de negación se presenta, a veces, de un modo enmascarado: el tesista revisa pacientemente su obra pero no le encuentra errores, la percibe sin fallas, y da entonces por concluida la tarea. En este caso lo que ocurre es menos grave, pues al menos se acepta conscientemente la importancia de una estricta revisión. Pero, como ésta no se hace en forma adecuada, sino con una especie de mirada complaciente que nada descubre, los resultados de la misma son igualmente pobres.

    Hay quienes procuran evitar este trabajo por una vía que, aparentemente, parece asegurar el éxito: buscan a otra persona -algún compañero, amigo o profesor, el mismo tutor de la tesis- para que les lea el manuscrito. La ventaja de esta práctica es indudable, puesto que con ella se asegura una visión más objetiva del texto, una apreciación si se quiere imparcial del mismo. Pero el error está en pensar que tal consulta pueda sustituir a la revisión que nosotros mismos tenemos la responsabilidad de hacer.

    Quien lee un manuscrito de otra persona con la misión de revisarlo puede, en primer lugar, no conocer suficientemente el tema que éste trata; es probable también que no preste una atención muy especial a lo que examina, pues al fin y al cabo ese no es su manuscrito; puede pasar por alto además muchas fallas, de forma o de fondo, para evitar enfrentarse con el autor o simplemente por no dedicar suficiente tiempo al trabajo; por último, puede tener opiniones personales, completamente subjetivas, que se opongan de plano a las del autor. Todos estos factores redundan en una comprensible falta de acuciosidad, que hace la revisión incompleta, limitada, diferente en sentido a la que efectúa el propio investigador. Por ello nadie puede confiarse ciegamente a la crítica externa, así se trate de la que hacen los propios compañeros de un equipo de trabajo. Además, es de elemental sentido común que nosotros mismos tengamos que dar la aprobación final a lo que hemos hecho, pues de otro modo ¿cómo podríamos afrontar la crítica de los demás si no estamos seguros de la calidad de nuestra propia obra? 

    Ya hemos afirmado que una condición básica para efectuar una buena corrección es lograr cierta distancia con la obra que se revisa, de modo tal que podamos ejercer sobre ella una crítica lo más desapasionada posible. De este modo estaremos en la posición adecuada para descubrir las falencias del trabajo y así, naturalmente, superarlas. Debemos lograr separarnos anímicamente de nuestra creación, adoptar frente a ella una especie de mirada fría y rigurosa, que nos sitúe en la posición de un imaginario lector poco conformista. Este alejamiento servirá para cancelar -aunque sea momentáneamente- el entusiasmo que produce la obra concluida y la autocomplacencia, de la que hablábamos líneas más arriba. Pero, si mencionamos un distanciamiento anímico, no es sólo para evitar tales factores perturbadores de una buena crítica: es para eludir también la trampa que puede tendernos una inseguridad paralizante. Por ello hay que buscar una actitud abierta, que nos estimule a modificar el trabajo realizado pero sólo en la medida en que ello se justifique racionalmente.

    Ahora bien, aunque esto resulta muy fácil de decir parece, en principio, increíblemente difícil de lograr: )cómo hacer para desplegar tan equilibrada actitud? El tema, por su naturaleza, no se presta para que hagamos recomendaciones técnicas detalladas y concretas. Podemos dar, sin embargo, un consejo que creemos auténticamente valioso: dejar que el tiempo opere ese distanciamiento con la obra al que aludimos, y que sin duda es esencial. Si se ha seguido la indicación de escribir todo el borrador de corrido, sin empeñarse en corregir cada página a medida que la vamos redactando (v. supra, 9.2), este trabajo podrá entonces facilitarse grandemente.

    Al concluir el borrador ya habrá pasado un tiempo prudencial y el comienzo del mismo, especialmente si el trabajo es largo, se habrá borrado un tanto de nuestra memoria. Si tomamos además la precaución de dejar pasar algunos cuantos días entre el fin de una tarea y el inicio de la otra encontraremos que los resultados se van acercando ya a lo deseable, puesto que habremos perdido ese lazo afectivo, directo, que siempre se establece entre el escritor y su obra. Tal efecto será aún más perceptible si, durante ese lapso en que dejamos "reposar" el trabajo, nos dedicamos a cualquier otra actividad que no tenga relación directa con la investigación que nos ocupa. De este modo la distancia que pondremos entre nosotros y el escrito será mayor: se perderá la memoria precisa de los detalles del texto y se lo podrá leer como si fuese un poco ajeno, alcanzándose esa despersonalización sobre la que tanto insistimos. No es preciso que el tiempo que transcurra entre el fin de la primera redacción y la siguiente fase sea mucho, aunque ello puede variar, sin duda, de acuerdo a la personalidad de cada quien y según la naturaleza y longitud del escrito. Nuestra experiencia sugiere que bastan unos pocos días.

    Se nos objetará, lo sabemos, que es muy raro encontrar tiempo suficiente como para tomar las cosas con tanta tranquilidad. Ello es cierto, en el sentido de que casi siempre el tesista -y el estudiante en general- trabaja con premura, presionado por diversas exigencias prácticas. Pero tal cosa ocurre porque se actúa sin ninguna planificación, dejando todo para último momento; eso es aceptable por cierto en algunas circunstancias, pero para nada aconsejable cuando nos referimos a trabajos de cierta envergadura, como una tesis por ejemplo. En tales casos, quien no programa un período particular para enfocar la revisión de su escrito manifiesta valorar en poco su trabajo, puesto que no ha tomado conciencia de la forma en que las correcciones finales afectan a la calidad del mismo.

    Llegado a este punto podremos comenzar ya, en condiciones propicias, el examen de lo que hemos producido. Es recomendable que hagamos esta tarea con la mayor concentración posible, para lo cual obviamente habrá que preparar un entorno físico adecuado. Aconsejamos realizar, como primer paso, una lectura general del manuscrito, evitando en lo posible las interrupciones y las pausas demasiado largas. De este modo se logrará percibir la imagen de conjunto que produce el borrador, con lo que estaremos así preparados para iniciar las correcciones de detalle.

    Es importante que tratemos de formarnos un juicio sincero de lo que vamos leyendo, que nos muestre a la obra en una perspectiva general. Convendrá que entretanto vayamos anotando en hoja aparte nuestras impresiones: ideas generales, observaciones de detalle, elementos particulares a tomar en cuenta en la versión definitiva. Como son muchos los planos en que se debe desenvolver tal labor crítica pasaremos ahora a explicar, paso a paso, los aspectos fundamentales que deben tenerse presentes en una corrección.

10.2. La revisión del contenido

    La apreciación que pueda hacerse de un manuscrito es el producto de un sinnúmero de factores, pues diversos son los planos en que hay que proceder a evaluarlo. Es tan importante que se comprenda y fundamente la idea central de la obra como que la redacción sea apropiada, precisa y clara; es tan necesario que la estructura del trabajo sea armónica y equilibrada como que las oraciones posean una correcta sintaxis, y que se respeten las normas que se exigen con respecto al aparato crítico, la bibliografía y la presentación de datos. A todo ello hay que atender cuando se relee un trabajo, por lo que habitualmente es preciso realizar más de una revisión: como no es posible contemplar el análisis de todos estos factores de una sola vez se hace indispensable actuar más pacientemente, perfeccionando el texto mediante sucesivas modificaciones.

    Conviene dividir este conjunto de elementos en algunas categorías mayores, de modo de facilitar la comprensión del trabajo a desarrollar. Una primera distinción puede hacerse entre aspectos de forma y de contenido. De los primeros nos ocuparemos en las secciones 10.3 y 10.4 de este capítulo, porque los elementos de fondo -que enseguida consideraremos- parecen tener prelación ante ellos. No obstante, esto no indica que deba seguirse un orden exactamente igual al que nosotros aquí sugerimos, puesto que varios aspectos de la revisión pueden hacerse paralelamente, o siguiendo una secuencia diferente. A nuestro juicio, especialmente en el caso de trabajos largos, conviene sin embargo analizar primeramente la estructura general del borrador y sus aspectos sustantivos antes de detenerse en problemas más formales.

    De todos modos el lector comprenderá que esa separación que hacemos entre forma y contenido, tan habitual en todo tipo de análisis literario, es apenas una manera de aproximarse a la crítica de un texto: forma y contenido no son dos aspectos opuestos o claramente distinguibles entre sí, sino apenas un recurso analítico que usualmente sirve para organizar el examen detallado de una obra.

    La revisión del contenido, a nuestro juicio, debe referirse básicamente a los siguientes aspectos:

1.- Impresión general que causa el manuscrito y apreciaciones globales sobre su estilo.

2.- Examen de la estructura del mismo y del equilibrio entre sus partes.

3.- Enlaces o elementos de transición que existan entre las diferentes secciones.

4.- Omisiones, vacíos o lagunas que se detecten.

5.- Repeticiones o redundancias presentes en la exposición.

    El primer punto de los señalados tiene por fin determinar si, al leer la obra de corrido, ésta produce la sensación adecuada. Ello puede ser definido más concretamente si nos hacemos preguntas como las siguientes: ¿se comprende el objetivo fundamental de la tesis al recorrer sus páginas? ¿Se percibe claramente la forma en que se verifican las hipótesis? ¿Es adecuado el tono del manuscrito? ¿Produce el trabajo una sensación de unidad, de modo tal que se pasa de un tema a otro sin dificultad y se percibe un discurso coherente? Esta primera lectura -que el autor de estas líneas hace siempre de un modo rápido y sin pausas- resulta verdaderamente decisiva, pues es el único recurso que nos permite responder a preguntas como las señaladas.

    Si todo marcha bien a este nivel, la crítica que hacemos pasará entonces a detenerse en problemas más específicos, que pueden resolverse con una lectura atenta de las partes individuales del manuscrito. Pero, si al hacer la primera revisión encontramos que el trabajo no nos satisface, habrá que ocuparse de solucionar cada uno de los defectos de contenido encontrados. Aunque no podamos hacer un listado exhaustivo de todos los desaciertos que pueden hallarse en un manuscrito, pues es infinita la variedad de posibilidades al respecto, nos referiremos ahora a algunos casos que son relativamente los más frecuentes. Es posible al respecto detectar que:

  • Los datos no alcanzan a probar la hipótesis, o son manifiestamente insuficientes para afirmar las conclusiones, incompatibles con el marco teórico o están mal procesados. Si encontramos dificultades de este tipo es porque el proceso básico de investigación ha fallado en algún sentido. Aquí es cuando se impone una sana revisión metodológica de lo realizado, que puede arrojar, por supuesto, diagnósticos y recomendaciones muy diferentes. En ocasiones es preciso volver hacia los datos obtenidos para hacer un nuevo procesamiento o conseguir otros nuevos para completar el cuadro de informaciones sobre el cual apoyar nuestras conclusiones. A veces, sin embargo, es preferible alterar éstas, reacomodándolas a lo que efectivamente podemos demostrar. Lo mismo puede decirse en cuanto al llamado marco teórico de la investigación: tal vez los datos nos obliguen a transformarlo más o menos radicalmente, tal vez sea necesario afinar los conceptos o, insistiendo en ellos, reorganizar la sección correspondiente al análisis de datos [V. un ejemplo personal de este problema en el apéndice No 3.]. En todo caso, como se trata de problemas estrictamente metodológicos y no de presentación del trabajo, remitimos al lector a la bibliografía correspondiente. Lo que debemos destacar aquí es otra cosa, bien comprensible por otra parte: ningún esfuerzo de redacción o de revisión puede modificar las fallas metodológicas estructurales de una indagación científica, por lo que es preciso primero resolver éstas antes de pasar a aspectos menos sustantivos.

  • Los inconvenientes que se presentan, en cambio, pueden estar más ligados a la organización de los contenidos, es decir, a la secuencia que sigue el texto en su conjunto. Ya nos referiremos a ellos más adelante, aunque quisiéramos recalcar que es en esta primera revisión cuando podremos apreciar si el esquema expositivo empleado es realmente útil y apropiado a nuestros objetivos. Este, convertido ya en índice general del trabajo, deberá ser tomado en cuenta constantemente, como punto de referencia para las modificaciones que se consideren pertinentes.

  • Los problemas de estilo, por otra parte, sólo pueden resolverse metódicamente, analizando oración por oración. Pero es importante que, antes de emprender esta tarea, tengamos una visión panorámica de cómo "suena" nuestro trabajo. Hay que observar si el escrito se presenta como confuso, si el lenguaje es demasiado ampuloso o excesivamente coloquial, si hay énfasis o afirmaciones desmedidas que nos llevan a sostener opiniones tajantes que no podemos sustentar, etc. En relación a todo esto es aconsejable que consultemos con algunas personas -preferiblemente no especializadas en nuestro tema- para que nos den una opinión sincera al respecto. No hay que olvidar que siempre se escribe para que el lector pueda captar nuestras ideas, no para impresionarlo o sorprenderlo con nuestra erudición o con palabras y giros efectistas.

   

Si se encuentra que hay secciones o partes que requieren de gran cantidad de ajustes, porque presentan muchos defectos de diverso tipo, es recomendable proceder a rehacer completamente la redacción. Lo afirmamos así porque la experiencia indica que es en realidad más fácil reescribir algo que intentar modificarlo cuando se han detectado gran número de errores. Al volver a redactar, como ya se tiene presente con exactitud por qué se ha fallado, se puede alcanzar una forma de expresión mucho más clara y conforme con nuestras intenciones. En cambio, al modificar una y otra vez un mismo párrafo, es probable que surjan nuevos problemas de contenido o de sintaxis -de ajuste entre las partes- obligándonos así a un esfuerzo considerablemente mayor que en el otro caso. De todas maneras es siempre aconsejable que el tesista tenga ante sí las dos opciones que existen (modificar o reescribir) y que medite sobre lo que conviene hacer en cada circunstancia. En la sección siguiente daremos mayores detalles y algunos ejemplos que ilustran sobre los problemas de lenguaje más comunes. Seguiremos, entretanto, explicando algunos otros aspectos que se relacionan con la estructura del escrito que se revisa.

    Uno de los criterios básicos a tener en cuenta para juzgar el modelo expositivo de una tesis es el equilibrio que exista entre sus partes. Debe lograrse algo así como una armonía de los elementos que la constituyen, de modo tal que los aspectos más relevantes se destaquen, las digresiones se perciban como elementos colaterales y temas de importancia semejante merezcan un tratamiento en principio equivalente. Este no es un problema puramente cuantitativo, de número de páginas o de cuadros dedicados a cada tema, aunque lo cuantitativo es también un reflejo de la importancia concedida a cada punto.

    Supongamos, a modo de ejemplo, que en una tesis sobre las condiciones de vida de una población se dediquen cinco o seis páginas y un par de cuadros estadísticos a los aspectos sociales y un centenar de cuartillas y mucha información numérica, en cambio, a los análisis económicos (o viceversa); el desequilibrio resulta evidente, casi llamativo, e indica al lector una inadecuada apreciación teórica de lo que son las "condiciones de vida", o un problema de método en virtud del cual no se recogieron o procesaron suficientes datos de ambas vertientes del problema.

    Semejante sería el caso de una tesis dedicada a examinar algún aspecto de la legislación vigente en un país, donde se utilizasen cincuenta páginas para detallar los antecedentes que el tema encuentra en el derecho romano, en tanto que el análisis propiamente tal ocupase apenas unas treinta páginas; o un trabajo de investigación donde se realicen largas disquisiciones teóricas iniciales, se presenten luego algunos pocos datos, y se pase enseguida a las habituales conclusiones. Todas estas son situaciones que hay que evitar, puesto que afectan la misma calidad global de la obra. Para hacerlo habrá que considerar si conviene ampliar las partes poco desarrolladas, reducir las excesivamente extensas o, por supuesto, combinar ambas alternativas según un criterio general de armonización.

    Otro problema que suele presentarse es que, al revisar el texto, éste se percibe como inconexo. Se discuten ciertos problemas generales, por ejemplo, se pasa después a aspectos más concretos y, luego, se retoma la exposición inicial. A veces hay motivos para proceder de este modo, puesto que es necesario ir introduciendo poco a poco los datos que nos llevan a examinar nuevos elementos teóricos; pero, en otras ocasiones, lo que sucede es que se ha producido, simplemente, una desorganización en nuestro plan de texto. El remedio para ello es mucho más sencillo de lo que parece, puesto que esta situación en sí no es grave: se trata de reordenar las unidades de nuestra obra -ya sean éstas párrafos, secciones o capítulos enteros- de acuerdo a un nuevo esquema expositivo más adecuado. Si no hay problemas con el contenido de tales unidades el trabajo a realizar es entonces relativamente simple, ya que consiste sólo en reagrupar los componentes del texto que tenemos redactado. Los procesadores de palabras resultan una ayuda invalorable para resolver este tipo de dificultades.

    A veces es simplemente la falta de elementos conectivos entre una parte y otra del trabajo la que produce el efecto arriba señalado. Se van diciendo las cosas sin explicarle al lector por qué o en qué sentido las decimos, de modo tal que éste no puede comprender fácilmente la lógica del discurso y es llevado a experimentar una falta de coherencia que es más aparente que real. Si no anunciamos por qué pasamos de un punto a otro no será tan fácil seguir el hilo de lo escrito: no se entenderá, v. gr., que estamos haciendo una acotación marginal, que tenemos que confrontar en cierto punto una teoría con otra o que es preciso traer a colación ciertos antecedentes para que se pueda afirmar lo que sostenemos. De allí que sea tantas veces oportuno colocar, al principio o al final de cada sección, esas breves palabras que tanto necesita el lector para orientarse, y que permiten un adecuado enlace entre las diversas partes del escrito. Así, para ligar mejor dos capítulos de una obra, se puede escribir al final de uno de ellos:

Acabamos de exponer las limitaciones técnicas del proyecto que estamos analizando. Pero, para completar el estudio de factibilidad, es preciso también atender a las repercusiones sociales del mismo. A la consideración de tal aspecto dedicaremos, por ello, el próximo capítulo.

    O, si se prefiere hacer las cosas de otra manera, es posible anotar, al comienzo del siguiente capítulo:

En el capítulo anterior hemos pasado revista a los problemas técnicos del proyecto que estamos examinando. Pero, como se comprenderá, también existen aspectos sociales que es preciso tener en cuenta para conocer su factibilidad. Por eso ahora veremos…

    Tan importante como el problema de las transiciones entre las partes de un texto es el estudio de las posibles omisiones y repeticiones que haya en el mismo. No nos referimos por ahora a los aspectos puramente gramaticales, sino a lo que tiene relación con el contenido en sí de la exposición.

    No es raro encontrar que un autor comience una sección haciendo saber que, en ella, se tratarán tales o cuales temas; sin embargo, al leerla, se percibe luego que la exposición queda como trunca, puesto que falta desarrollar parte de lo que previamente se ha anunciado. También es común observar que se pasan por alto ciertas teorías, referencias a autores o datos específicos que debieran aparecer en el análisis, puesto que es usual que el tema en estudio los contemple para llegar a una presentación completa. Así, por ejemplo, es conveniente analizar con la misma profundidad la evolución de las exportaciones y de las importaciones de un país cuando se hacen estudios generales sobre la economía del mismo, o es necesario dar cierta continuidad a los antecedentes históricos de un problema en estudio sin dejar esas lagunas de varios siglos que a veces, inadvertidamente, quedan en las tesis. En todos estos casos es prudente que el autor se esfuerce por percibir qué elementos aparecen como faltantes en su trabajo, aunque sólo sea para advertir al lector de las causas de sus omisiones.

    Las reiteraciones de un texto no surgen, como las omisiones, de distracciones o negligencias del autor. Lo que sucede es que, al contrario, tanto se preocupa quien escribe por resaltar las ideas principales de su discurso que éstas, a veces, se repiten de un modo insistente e inapropiado. [V. infra, la sección 10.3.2.] La misma advertencia sobre la forma en que hay que abordar un tema -digamos, por ejemplo, que la transferencia de tecnología es inseparable de los flujos financieros- aparece entonces en la introducción, en varias partes del marco teórico y del análisis de datos y, por supuesto, otra vez en las conclusiones. Críticas o proposiciones generales, que el tesista considera como fundamentales, se expresan al comienzo y al final de un párrafo, pesadamente, importunando al lector que ya ha comprendido sin esfuerzo lo que se le intenta decir.

    Es natural que tales repeticiones se manifiesten en un borrador, puesto que a todos nos gusta que nuestras ideas principales se destaquen y sean bien comprendidas. Lo que no es aceptable es que tal superabundancia de palabras aparezca en la versión definitiva del trabajo, ya que para ello el remedio es muy sencillo. Se trata simplemente de recortar lo sobrante, de agruparlo quizás para que se concrete en unas pocas frases, o de expresarlo cada vez de un modo diferente: pueden nuestras ideas ser apenas esbozadas en la introducción, desarrolladas en una sección especial dedicada a la teoría y afirmadas poco a poco a medida que se presentan diversas informaciones que las apoyan, para enunciarlas luego clara y expresamente hacia el final de nuestra tesis.

    Existen otros defectos afines al de la reiteración: uno de ellos es el exceso de palabras y frases, la tendencia a abultar un escrito por medio de elementos que no tienen ningún propósito definido dentro del discurso, pero que el autor coloca para producir una falsa impresión de dominio sobre el tema, como si con tal verborragia la obra pudiera enriquecerse; otro fallo corriente es el "irse por las ramas", la inclusión de largas digresiones, tal vez interesantes para el autor, pero que no se vinculan directamente con los objetivos del trabajo. En ambos casos, que conviene detectar con sumo cuidado, el consejo es evidente: suprimir todo aquello que resulte innecesario, que no contribuya a valorizar realmente la obra realizada. Luego de un análisis de tales materiales puede buscarse también la forma de integrarlos en algún apéndice o de remitirlos a las notas del texto, según su longitud, pertinencia e importancia. 

    Recapitulemos ahora acerca del la primera fase del proceso de revisión de un manuscrito. Esta ha de consistir, como ya decíamos, en una lectura general que nos sirva para detectar las fallas estructurales del mismo. Como guía para efectuarla podrá utilizarse el listado de cinco puntos que incluimos al comienzo de esta sección, con lo cual estaremos en condiciones de extraer conclusiones respecto a:

1) Los problemas metodológicos de fondo que la investigación presenta, y que hay que subsanar como primera prioridad.

2) Las fallas del plan de texto, y las consecuentes alteraciones a efectuar en el esquema expositivo.

3) Las debilidades que, en cuanto a enlace entre las partes, repeticiones y omisiones, se hayan detectado.

4) Los problemas básicos de redacción que se confrontan.

    Una vez evaluado así el borrador en sus líneas generales podrá concentrarse el autor en las correcciones de detalle, a las que ahora nos referiremos. De acuerdo a las inclinaciones personales es posible ocuparse primero de las modificaciones globales mencionadas o continuar en cambio el trabajo de revisión hasta definir todos los elementos que hay que modificar, para así proceder de una sola vez a preparar la versión final del manuscrito. En todo caso lo importante, insistimos, es que la revisión del texto no pase por alto ninguno de los aspectos sobre los cuales es preciso ejercer la autocrítica.

10.3. Perfeccionando el borrador

    Luego de haber evaluado la calidad del manuscrito en su conjunto puede pasarse ya al trabajo más minucioso y pormenorizado de mejorar la redacción. Esta es una tarea que requiere de mucha paciencia y concentración, y a la cual hay que dedicar todo el tiempo que se merece: no es justo empañar, por pequeños detalles, la presentación de un escrito que representa mucho tiempo de trabajo acumulado. Por supuesto, la corrección se hará más ligera y breve si el manuscrito se ha redactado ya con un mínimo de cuidado, aunque esto no es en sí tan importante. Hay quienes prefieren escribir su borrador rápidamente, sin cuidar los pormenores de forma, para lograr un documento básico sobre el cual trabajar, aunque la fase de revisión se dilate entonces más; en otros casos el autor va preocupándose ya desde el inicio de una serie de aspectos estilísticos y formales, con lo que luego la corrección resulta menos fatigosa. Sobre este tema no es posible hacer recomendaciones generales, válidas por igual para todas las personas y todos los temas. Lo único decisivo, a nuestro juicio, es que se haga una revisión rigurosa, sistemática, que no pase por alto ninguno de los aspectos más importantes de la presentación de un escrito.

    Estudiaremos a continuación los principales problemas de redacción que se presentan al elaborar trabajos científicos. Pero una advertencia previa debe ser hecha: al analizar y mejorar una oración el autor hace, normalmente, una tarea global, no parcelada en actividades sucesivas. No se estudia primero el estilo, luego la concordancia gramatical y después la sintaxis sino que se busca que todo el párrafo, en su conjunto, adopte la forma deseada. Por razones expositivas, sin embargo, nos veremos precisados a estudiar y ejemplificar por separado cada una de esas operaciones mentales que se realizan al revisar un trabajo. Cabe al lector, mediante la práctica, integrarlas en una acción única y coherente.

10.3.1. La Forma de Expresión

    El lenguaje de un trabajo científico ha de ser claro y preciso, ya lo hemos dicho, aunque a veces no es tan fácil determinar en qué consisten exactamente tales cualidades. Es más fácil en cambio, para quien revisa su texto, buscar los aspectos negativos que debe modificar. Así entonces podríamos decir que hay que evitar las formas de expresión recargadas, demasiado enfáticas, confusas o carentes de sentido; que debe buscarse una cierta sencillez expresiva, lo cual no supone por cierto la negación de la elegancia, sino más bien una forma de comunicación directa, sin afectación. Algunos ejemplos mostrarán con más claridad a qué nos referimos. Veamos el caso de una imaginaria tesis donde se anota:

Es sumamente significativo que ninguno de los autores que hasta aquí han tratado el tema se haya preocupado por un problema que consideramos como decisivo, y que no es otro que la relación saludestructura social, vista como expresión de las relaciones entre el hombre y la naturaleza, en sus diversos planos económico, técnico y social.

    ¿Qué opina el lector?: ¿no le da la sensación, al recorrer párrafos como éste, de que se ha querido decir mucho pero a la postre no se ha dicho nada inteligible? Esta pobre impresión se produce porque, en primer lugar, se han tratado de exponer demasiadas cosas en una sola oración. La frase ya quedaría mucho mejor si, en vez de colocar la expresión subordinada "..y que no es otro que.." se hubiesen puesto sencillamente dos puntos después de "decisivo", omitiendo tan pesada locución. También se ganaría en claridad expositiva si en lugar de la parte final (la que empieza: "..vista como expresión..") se hubiese situado allí un punto, para continuar con otra oración que explicase lo que significa la idea, abstracta por lo demás, de "relación salud-estructura social".

    Aún puede hacerse otra observación a este breve párrafo, en el que abundan palabras demasiado enfáticas: "sumamente", "importante", "ninguno", "decisivo". No habría nada que objetar a las mismas si ellas reflejasen un contenido preciso, que no puede ser enunciado de otra manera. Pero, ¿está seguro el autor de que ninguno de los autores conocidos se ha preocupado de tal problema? Por otra parte tal exceso de énfasis produce en el lector una impresión desfavorable, que puede tornarse en verdadero desagrado si se continúa en ese tono durante muchas páginas.

    Véase en cambio qué claro aparece el párrafo anterior, convenientemente modificado:

Es significativo que ninguno de los autores consultados haya destacado la importancia de un problema que consideramos como decisivo: la relación salud-estructura social. Esta relación, sin duda compleja, abarca varios planos…

    Obsérvese que ahora se han incluido dos palabras -"consultados" y "destacado"- que reducen la ampulosidad de la frase a la vez que otorgan precisión al contenido: no se habla de todos los autores posibles sino de aquellos a los cuales ha tenido acceso el tesista; no se afirma que estos se hayan despreocupado por completo del problema, sino que no han percibido suficientemente su importancia. La segunda oración, que inicia la explicación de la relación "salud-estructura social", incluye una advertencia que prepara al lector para adentrarse en un tema complejo, lo que permite así desenvolver el contenido de un modo gradual.

    Gracias al ejemplo anterior también habrá podido notarse la conveniencia de no elaborar oraciones demasiado largas, que van ensartando contenidos variados hasta que el lector pierde completamente el sentido general de lo que se dice. Es relativamente indiferente, por el contrario, que los párrafos en que se divide un escrito posean mayores o menores dimensiones. [Por oración se entiende al conjunto de palabras que poseen sentido completo. Párrafo es cada una de las divisiones de un escrito que va separada por punto y aparte, y que se compone de una o más oraciones.]

10.3.2. ¿Hasta qué Punto Ser Explícitos?

    Hay otro aspecto de la redacción de un borrador que debe ser prudentemente evaluado por el tesista. Nos referimos al grado en que éste tiene que ser explícito ante sus lectores, a la medida en que deben hacerse aclaraciones y darse detalles de lo que se afirma. El problema, como se apreciará, tiene relación directa con la imagen arquetípica del lector al que implícitamente nos estemos dirigiendo.

    No hay duda de que todos, al escribir, pensamos en un lector ideal, imaginario, ante el cual disertamos. Si sentimos el temor de que no se nos entienda estamos expuestos al riesgo de caer en reiteraciones, construyendo una prosa insistente y prolija; si, por el contrario, concebimos un interlocutor de mayores conocimientos, nos amenaza entonces otro problema, el de dejar omisiones o sobreentendidos en el discurso. En el primer caso el texto se extenderá demasiado en busca de la constante explicación, mientras que en el segundo sobrepasaremos el nivel adecuado de síntesis, cayendo en una redacción esquemática u oscura. De acuerdo a la personalidad del autor y a sus preocupaciones latentes éste tenderá, espontáneamente, hacia alguna de estas dos posibilidades.

    No existe fórmula alguna, naturalmente, que nos permita hallar un punto de equilibrio entre ambos extremos. Puede darse una recomendación general, por lo menos en el caso de las tesis de grado, que consiste en dirigirse a una persona de cultura general básica, que conoce bastante de nuestra disciplina, pero que no es en absoluto un especialista en el tema concreto del estudio. En cuanto a otro tipo de trabajos, es conveniente tomar como modelo publicaciones ya existentes y hacer algunas consultas -que pueden referirse solamente a los puntos dudosos- con potenciales lectores. Pero, en definitiva, será preciso actuar con un cierto grado de intuición, evadiendo las formas extremas de expresión y tratando de adquirir experiencia al respecto.

    Si hemos escrito, por ejemplo:

El rendimiento del cultivo depende tanto de la calidad de los insumos como de la tecnología y del tipo de suelos. Estos son destinados a diferentes usos de acuerdo a expectativas de rentabilidad que tienen relación con las inversiones de capital ya realizadas, precios y financiamiento.

    Se apreciará que el párrafo, gramaticalmente correcto, es sin embargo difícil de comprender. El autor sin duda alude a un proceso de selección según el cual diversos factores -inversiones, precio del producto final y acceso a fuentes de financiamiento– determinan un nivel de rentabilidad esperado el cual, a su vez, hace que la tierra se destine o no al cultivo de cierto producto. Se presenta también otra idea, la inicial, que menciona las diversas variables que inciden en el rendimiento global. Pero ello no está dicho así, sino de un modo compacto, casi telegráfico, que hace demasiado árida la lectura. Se escribe como si ya el lector conociera todo esto y no hubiese necesidad de aclarar la forma en que se enlazan las variables. La frase, entonces, puede ser apta para un trabajo especializado, donde serviría simplemente para recordar de un modo breve lo que ya es sabido; también podría caber en una tesis, pero sólo a condición de que ella fuese después comentada con algún grado de detalle. No sería recomendable, en cambio, que todo un trabajo de cierta amplitud se escribiese de esta manera.

    El caso opuesto se apreciará, esperamos, en el siguiente ejemplo:

La comprensión de tales fenómenos históricos debe partir del examen de las estructuras económicas y sociales fundamentales y no de la anécdota, de los variados sucesos que enfrentan a diversos personajes, de la cotidiana lucha política o la lucha militar, porque estos fenómenos -que se suceden sin interrupción durante el período- y la misma personalidad de los líderes políticos y militares, así como el debate político de la época, son la expresión de los problemas estructurales, sociales y económicos que los determinan.

    Nótese aquí la verdadera redundancia que se produce por el implícito temor a no ser comprendido, lo que lleva a elaborar párrafos demasiado largos, cuya estructura termina por hacerse en exceso complicada. No sería difícil decir lo mismo -como el lector podrá ensayar- con muchas menos palabras, puesto que la idea central a exponer es en definitiva bastante simple.

10.3.3.- El Sujeto Gramatical

    Otro aspecto de la redacción que parece pertinente abordar ahora, después de haber examinado problemas más sustantivos, es el de la persona o sujeto gramatical que se dirige al lector de la tesis. Hay tres posibilidades, que enseguida pasamos a ejemplificar:

a) Primera persona del plural: es la que usamos en este texto, y en todos los ejemplos, puesto que es la más frecuente entre quienes escribimos en castellano. Ejemplo:

En esta exposición hemos procurado…

b) Forma reflexiva de la tercera persona (o "se" impersonal): es una forma que produce aún más distancia entre el autor y el lector, también muy usada en nuestro idioma:

En esta exposición se ha procurado…

c) Primera persona del singular: es una forma más coloquial y directa, como se aprecia en el ejemplo:

En esta exposición he procurado…

    No hay ninguna razón de fondo, creemos, para adoptar una u otra manera de dirigirnos a nuestro público, a pesar de la manifiesta insistencia que al respecto muestran algunas instituciones y tutores. Es verdad que el carácter subjetivo de la primera persona del singular resulta inadecuado en documentos que -se supone- representan la posición de empresas o institutos, por lo que se prefiere en tales casos la forma impersonal (b). Pero en una tesis de realización individual, por ejemplo, no habría mayor inconveniente en adoptar esta forma de redacción, como se hace siempre en idioma inglés, a pesar del rechazo que ello puede encontrar en nuestro medio.

    En fin, sugerimos que el tesista o investigador consulte al respecto con las normas formales de presentación que puedan existir en la institución ante la cual ha discutir su trabajo. Si éstas ofrecen un margen de libertad puede optar por aquella persona gramatical con la que se sienta más cómodo escribiendo, o por la forma que le resulte de más agradable lectura. En caso de duda, sin embargo, es prudente adoptar una solución más conservadora, descartando la tercera de las alternativas mostradas (c) para evitar desagradables sorpresas posteriores. Una última recomendación al respecto es la de mantener la uniformidad del manuscrito, no mezclando nunca la primera persona del singular (c) con las otras dos formas; éstas, en ocasiones, pueden combinarse perfectamente entre sí.

10.3.4. El Uso Apropiado de las Palabras

    Es característica del lenguaje científico el afán por la exactitud en la expresión: no en vano gran parte del discurso de la ciencia se enuncia mediante formalizaciones matemáticas. El mismo criterio es aplicable, por supuesto, a toda conceptualización que sea puramente verbal. Es esencial utilizar las palabras en su recto sentido, asumiendo además el significado preciso que ellas poseen en cada disciplina.

    Esta necesidad de adoptar una terminología uniforme provoca, como consecuencia, que en la redacción científica no sólo sea tolerable sino también indispensable repetir ciertos vocablos. No tiene sentido alguno que un biólogo busque sinónimos para términos como "familia" o "género", o que un físico trate de encontrar un término que sustituya al de "resistencia eléctrica". Cada una de estas palabras invoca un concepto preciso y claro, que no puede ser reemplazado por sinónimo alguno so pena de caer en la mayor de las confusiones.

    Pero lo mismo sucede también en otros casos, aún cuando no se trate ya del empleo de una terminología universalmente aceptada. No es conveniente otorgar a las palabras un sentido que se aparte del uso corriente en el idioma, puesto que el propósito de cualquier comunicación científica es ser unívocamente comprendida. Hay que cuidar sobremanera, por lo mismo, el tan extendido uso de las metáforas, [Metáfora es el tropo o imagen que consiste en trasladar el sentido recto de las palabras a otro figurado.] de esas imágenes que parecen explicar las cosas pero que en realidad sólo las comparan con otras. Si decimos, por ejemplo, que:

..la emergencia de estos nuevos datos destroza la teorización aceptada hasta hoy..

es bueno que comprendamos que "emergencia", "destrozan" y "hoy" son palabras que se están utilizando en un sentido figurado. Nada nos prohíbe redactar una frase como esta, pero a condición de que expliquemos qué significa cada una de las nociones que empleamos: ¿han aparecido esos datos por sí solos, como si emergieran de las aguas, o hay un trabajo de investigación que los ha recogido y puesto de relieve? Qué quiere decir exactamente eso de destrozar: ¿quedará la teoría anterior completamente invalidada, como dividida en fragmentos, o podrá utilizarse todavía en parte? En cuanto al hoy: es ese un presente estricto, o implica un margen de algunos meses, años o decenios? Recomendamos al tesista que trate de pensar en sus oraciones de este modo, leyéndolas no sólo en el sentido figurado que él ha impuesto a su prosa sino también de un modo directo, según lo que expresan llanamente las palabras. De esta manera podrá mantener todas aquellas metáforas que desee pero se sentirá en la obligación, además, de ofrecer al lector proposiciones claras y concretas.

    En cuanto a las repeticiones, ya lo decíamos, es imposible evitar que ellas aparezcan en un texto científico. Pero, más allá de aquellos conceptos de sentido preciso, que el autor debe respetar, el discurso se va tejiendo gracias al léxico que éste emplee. De su riqueza y variedad dependerá en buena medida que la redacción cause una impresión favorable (v. supra), evitando innecesarias reiteraciones: ¿por qué hablar siempre de que se "analiza" algo, cuando también se puede decir que se lo "examina", "estudia" o "considera"? Lo mismo ocurre con ciertos giros o construcciones verbales que, al repetirse, deterioran la calidad formal del manuscrito. Tal es el caso de expresiones como "por lo tanto", "sin duda" y otras similares, que pueden resultar verdaderamente tediosas cuando se repiten en demasía.

    Los diccionarios son el mejor auxiliar conque puede contarse para conocer las acepciones de las palabras y para encontrar sinónimos o voces de sentido semejante. [Recomendamos calurosamente la magnífica obra de Julio Casares ya citada. Para quienes desean profundizar algo más también resultará de interés el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana de Joan Corominas, Ed. Gredos, Madrid, 1973.] Es inconcebible que alguien pueda escribir regularmente si no tiene a su disposición buenas obras que lo orienten en tales materias. La lectura frecuente y atenta nos facilita, del mismo modo, un caudal de conceptos, ideas y palabras que van enriqueciendo nuestro léxico.

10.3.5. Ortografía y Sintaxis

    No es este libro el lugar apropiado para exponer las técnicas y tratar los problemas específicamente gramaticales que se presentan al redactar. Los textos que versan sobre la materia, así como los manuales y guías disponibles, pueden ayudar al lector que sea consciente de sus limitaciones al respecto. Por ello sólo nos referiremos a estos temas brevemente, en particular para alertar al tesista sobre algunos errores que se encuentran con mucha frecuencia en los trabajos académicos. Para una exposición sistemática nos remitimos a las obras sobre gramática y redacción existentes.

    Llama la atención la cantidad de trabajos en que los estudiantes descuidan completamente dos elementos de forma, importantes para una correcta comunicación del pensamiento: la concordancia gramatical y la puntuación. Las fallas en cuanto al primer aspecto son por lo general producto de la negligencia y de la falta de atención al revisar. Se pasa entonces por alto la obvia concordancia que debe existir, en toda oración, en cuanto a género y número gramatical, llegándose así a la formación de frases que chocan a cualquier lector. Se olvida que una frase ha comenzado en plural, por ejemplo, para continuar en singular, o se confunde el sujeto de la oración, como cuando se expresa:

el conjunto de temas se estudian según…

sin tener en cuenta el hecho de que el verbo estudiar se refiere al sustantivo en singular conjunto y no a temas, que sí está en plural.

    El correcto uso de los signos de puntuación requiere de gran atención por parte de quien escribe, especialmente cuando las oraciones que se redactan son complejas y largas, con muchos elementos subordinados y complementarios. En ocasiones, al comenzar un nuevo párrafo, se inicia la construcción de tal modo que el punto y aparte resulta totalmente forzado, como en este ejemplo:

Es necesario entonces profundizar el estudio de los aspectos señalados más arriba, consultando la bibliografía existente.

Teniendo en cuenta que es necesario dividir a ésta en dos grandes categorías según el origen de las fuentes.

    Véase cómo, al colocar ese punto, se rompe la continuidad semántica que existe entre ambas frases. Lo indicado en este caso sería colocar la conjunción "y", haciendo de todo ello un solo párrafo. También, de un modo inverso, se elaboran a veces oraciones muy largas, de difícil comprensión, que pudieran subdividirse fácilmente mediante puntos, comas u otros recursos del lenguaje.

    Es frecuente además que aparezcan en el texto algunas comas que no tienen ningún sentido expresivo, como en el caso siguiente:

Pensamos, que en este proyecto de investigación nos hemos planteado un desafío teórico de bastante importancia.

    La coma es totalmente innecesaria: no representa una pausa para el lector ni tiene por fin separar períodos de diferente sentido dentro de una misma frase. El autor la ha colocado, probablemente, porque se detuvo allí -desde un punto de vista lógico o temporal- antes de continuar escribiendo; pero, una vez redactada la oración, tal signo ortográfico ha perdido totalmente su función, por lo que debe ser eliminado durante la revisión del texto.

    Para resolver estos problemas es conveniente, además de consultar la bibliografía sobre la materia, hacer la revisión de nuestro escrito leyendo en voz alta y ateniéndonos estrictamente a los signos de puntuación que hemos colocado. De este modo podremos percibir mejor los cambios que es preciso hacer en el manuscrito para que éste logre la mejor presentación. Especialmente útil es esto para el caso del punto y coma, signo ortográfico de no fácil uso, que suele abundar exageradamente en la mayoría de los escritos.

    Antes de concluir esta sección queremos comentar brevemente algunos otros aspectos de detalle. El primero que consideraremos es el uso de las comillas (" "). Como ya se ha dicho, ese signo ortográfico se utiliza para enmarcar las citas textuales, de modo que las palabras del autor citado queden delimitadas por ellas. De ningún modo representa una indicación de énfasis o de connotación despectiva, por lo que es errado tratar de destacar así ciertos conceptos. Se lo emplea cuando en el discurso aparece una palabra que no debe tomarse en su sentido original, cuando se mencionan barbarismos o expresiones coloquiales no aceptadas gramaticalmente, y en algunas otras ocasiones especiales. [El lector podrá observar, al respecto, el uso que hacemos de este recurso en algunas partes de este libro.] Un ejemplo del primer caso sería:

Esa "terquedad" que manifiesta el mercado para aceptar las regulaciones políticas de los entes gubernamentales, está en correspondencia con su carácter…

    En este caso, al personificar una entidad abstracta como el mercado y atribuirle una cualidad humana, el autor crea una imagen, tal vez no estrictamente necesaria, de la reacción de éste ante el control estatal. Las comillas se colocan pues para no inducir a equívocos, para indicar que quien escribe está consciente de la figura literaria que introduce. Pero en cambio es totalmente incorrecto escribir:

Se produce así una "fuerte" reacción en contra cuando las regulaciones políticas…

si se quiere destacar el adjetivo fuerte, puesto que en el ejemplo tal palabra se usa en su sentido directo y llano, y el lector puede pensar -siguiendo los usos establecidos- que se ha tratado de decir que la reacción es sólo fuerte en apariencia.

    Otro elemento a considerar es el uso de las mayúsculas, que se utilizan muchas veces incorrectamente del mismo modo que las comillas. Sobre esto, naturalmente, nada será mejor que consultar las reglas existentes, para evitar así ese despliegue de palabras que -por oscuras razones- muchos estudiantes insisten en escribir de tal manera. Porque existen otros recursos que sirven para enfatizar aquellos vocablos que queremos destacar dentro de un texto. El principal de ellos es el subrayado que, cuando el texto se imprime, se presenta con las letras denominadas cursivas o itálicas.

    El tesista deberá subrayar todos aquellas palabras o expresiones sobre las que pretenda hacer un énfasis especial, de modo que puedan ser percibidas por el lector como visualmente resaltantes. El subrayado es también necesario para indicar que estamos utilizando una palabra o frase en idioma extranjero y para permitir la mejor localización de los títulos de los libros y publicaciones periódicas que se citen. Con el objeto de distinguir entre el subrayado enfático y el que se utiliza con estos otros fines pueden utilizarse también letras negritas o negrillas, que se emplearán para resaltar las expresiones propias, dejando el subrayado tradicional para los casos de palabras extranjeras o títulos de obras.

    En todo caso es conveniente que se adopte un criterio único en toda la obra en cuanto al uso de estos recursos tipográficos. El lector podrá haber percibido que, en este texto, usamos las negritas para destacar los conceptos que paso a paso vamos introduciendo, en tanto dejamos a las cursivas o subrayado para la mención de palabras extranjeras y para resaltar algunas palabras de especial significación en el discurso.

    Todos estos recursos gráficos, lo mismo que los signos de exclamación y los paréntesis, deben ser usados con mucha parquedad. Es impropio de una buena comunicación científica -y poco elegante en otro tipo de escritos- ese desesperado afán por intensificar el discurso que muestran algunos autores nóveles. Si el trabajo está bien redactado no habrá necesidad de ir indicándole al lector de esta manera qué es lo que resulta importante, puesto que ello surgirá por sí mismo de la exposición. Usando estos medios expresivos con moderación lograremos en cambio que los mismos surtan mayor efecto, pues se los apreciará en tanto recursos excepcionales que son.

10.4. Los ajustes finales

    Una vez afinada convenientemente la redacción de un trabajo restan al investigador, todavía, algunas pocas tareas necesarias para la correcta presentación del mismo. Ellas se refieren básicamente a la forma y no al contenido, pero no por ello deben ser desestimadas, ya que contribuyen a que el texto sea aceptado y comprendido del modo más eficaz.

    El aparato crítico de un trabajo (V. supra, 4.1), debe ser revisado con mucho cuidado, puesto que es común que en las notas de referencia y en la bibliografía se deslicen innumerables errores. Hay que constatar si a cada número o llamada corresponde la nota adecuada, si se mantiene el orden correlativo de las mismas [Esta tarea, por fortuna, la realizan hoy automáticamente los procesadores de palabras.] y si éstas son completas en cuanto a las referencias de los trabajos que se citan (apareciendo el autor, el título de la obra, la editorial, la ciudad y el año de edición). Hay un detalle que queremos recordar al tesista: no olvidarse, como tantas veces acontece, de subrayar los títulos de las obras a las que alude y de anotar la página que se cita. También es importante verificar si, en el texto de nuestro escrito, los párrafos tomados de otros autores se abren y se cierran con las correspondientes comillas. Otro punto a tener en cuenta es el uso correcto de las abreviaturas. [Ver Hochman y Montero, Op. Cit., pp. 87 a 92, donde se explica el significado de las más usuales; asimismo se expone, en esta obra, la forma correcta de presentar una bibliografía (págs. 43 a 47).]

    En cuanto a la elaboración de la bibliografía conviene seguir el siguiente procedimiento:

1) revisar la lista de notas para extraer de ella la totalidad de las obras citadas o a las que se ha hecho referencia. Es conveniente, aunque no imprescindible, que se las ordene ya alfabéticamente según los apellidos de los autores.

2) agregar a la lista cualquier otra obra de la cual hayamos extraído datos mediante fichas u otros procedimientos.

3) revisar nuestra biblioteca para comprobar si no existe alguna otro material que hayamos utilizado, aunque sea indirectamente; lo mismo debe hacerse con las listas de libros que tengamos de antemano, la bibliografía de nuestro anteproyecto o proyecto, etc.

4) ordenar todos los textos alfabéticamente o de otro modo (v. supra, 3.4.3) y proceder a escribir la bibliografía.

    Los procesadores de palabras permiten, mediante el procedimiento de "cortar y pegar" y gracias a la posibilidad de ordenar alfabéticamente cada párrafo (en este caso cada referencia bibliográfica) hacer mucho más rápidamente que antes lo que era una tediosa tarea.

    Es bueno considerar una vez más, al final del trabajo, los títulos y subtítulos que hemos colocado. Como ya hemos finalizado de escribir podremos saber, con exactitud, lo que contiene cada sección, punto o capítulo. Es entonces el momento de revisar si esos títulos se corresponden adecuadamente al contenido que, de hecho, en ellos se expresa; lo mismo ocurre, por supuesto, con el título general de la tesis, y con las denominaciones que hemos dado a los apéndices, diferentes cuadros, tablas, etc.

    También es necesario verificar la correcta paginación de la obra y, con ello, las referencias cruzadas que hayamos efectuado, es decir, las notas en que remitimos al lector a diversas partes anteriores o posteriores a la que estamos escribiendo, como cuando se coloca: "V. supra, pág. 92". Los procesadores de palabras realizan la numeración automática y correlativa de las páginas, cuando así se lo indica, con lo cual resuelven buena parte de este problema.

    Cuando el trabajo no ha sido mecanografiado por el propio autor conviene extremar el rigor de las revisiones a efectuar: es frecuente que la persona que pasa el manuscrito introduzca, por desconocimiento o descuido, diversos errores de detalle. Hay que leer pues con mucha atención para descubrir las palabras que se han confundido, las posibles erratas de puntuación u ortografía, los acentos, y todo tipo de pormenores que afectan a la buena presentación del trabajo. 

Capítulo 11

 LA TESIS COMO FIN Y COMO PRINCIPIO

 11.1. La exposición oral

    Concluir una tesis o un trabajo de considerable longitud produce, por lo general una extraña sensación: después de la última etapa de actividad, que suele ser intensa, si no febril, sobreviene una especie de vacío, un verdadero anticlímax. Tras un prudente descanso será necesario prepararse para la tarea siguiente, la exposición oral o defensa de la tesis. Algo semejante ocurre con los llamados trabajos de ascenso y con las ponencias, aunque éstas no se defienden ante un jurado sino que se debaten ante una reunión de especialistas.

    Preparar las disertaciones orales a las que acabamos de referirnos no es difícil, pues en definitiva sólo se trata de exponer claramente lo que ya se sabe. Si una persona ha realizado medianamente bien su trabajo de investigación ha de conocer, por fuerza, mucho sobre el tema que deberá exponer. Si además ha explorado sistemáticamente su área temática y ha tenido el cuidado de seleccionar una que sea bien concreta y específica (V. supra, 6.2), estará entonces en condiciones óptimas de sustentar su trabajo ante quienquiera lo examine. No obstante, convendrá que no tome esta actividad a la ligera, pues en la misma pueden presentarse algunas dificultades.

    La preparación de la defensa o discusión de un trabajo científico debe concebirse en dos planos: por un lado, en cuanto a la disposición anímica conque habremos de encararla y, por otra parte, en relación a las técnicas expositivas que al respecto existen.

    Es recomendable que, al enfrentar a un jurado, el tesista posea una actitud en la que confluyan tanto la seguridad en sí mismo como la modestia. Lo primero porque, como acabamos de decir, es razonable mostrar autoconfianza cuando se domina un tema, cuando es probable que el investigador conozca más de los aspectos particulares del mismo que cualquiera de los especialistas que lo examinan. Esto es algo normal, aceptado como legítimo, y por lo tanto esperado por el jurado, que de este modo se impresiona mal cuando una persona demuestra no valorar su propio esfuerzo. [Eco, Umberto, Op. Cit., punto V. 6, sobre el "orgullo científico".]

    Pero esta actitud debe ser complementada por otra, que también surge de la propia naturaleza de la labor científica: la conciencia de las limitaciones de toda investigación, de sus posibles fallos. De allí, de asumir al pensamiento de la ciencia como falible, [V. al respecto Sabino, Los Caminos…, Op. Cit., pp. 48 a 50.] se desprende que el tesista debe estar abierto a toda crítica razonable, aceptando que su labor es simplemente un aporte más a la larga cadena de trabajos que van conformando el saber de nuestro tiempo y no algo que se defiende cerradamente, como si toda la verdad estuviera siempre de su parte. Si una persona puede combinar estas dos cualidades se situará en inmejorables condiciones para que su exposición sea escuchada con paciencia y con interés, con receptividad y con benevolencia.

    Pero además de asumir una actitud positiva, como se comprenderá, es preciso que la exposición que se realice sea técnicamente buena. [V. Hochman y Montero, Op. Cit., pp. 81 a 84.] Para ello es necesario prepararla con anterioridad, pues es poco razonable pretender hacer una buena disertación de 30 ó 45 minutos de un modo totalmente improvisado. Los aspectos fundamentales a considerar son los siguientes: el lenguaje, la duración, el contenido, y las ayudas audiovisuales.

    El lenguaje ha de ser, en lo posible, tan claro y preciso como el del propio trabajo escrito. Ello ayuda a comunicar mejor los contenidos y a evitar innecesarias discusiones que surgen de las ambigüedades semánticas de nuestro discurso. Debe procurarse también que las oraciones resulten bien construidas, que sean comprensibles, tratando de mantener la plasticidad y el carácter expresivo propios de la comunicación oral. Es por eso conveniente leer directamente algunas expresiones que resultan decisivas para la comprensión del texto, como definiciones, enunciados de hipótesis o de objetivos, conclusiones, etc.

    Generalmente el expositor deberá ceñirse a ciertos límites precisos en cuanto al tiempo, pues las instituciones fijan casi siempre una duración máxima y/o mínima para su disertación. En seminarios y congresos, donde se presentan ponencias relativamente breves, el tiempo máximo concedido suele ser de 20 minutos, aunque a veces es de quince minutos o de media hora; para trabajos de ascenso y tesis suelen destinarse entre 30 minutos y una hora, con mayor o menor flexibilidad en el control del mismo según las costumbres imperantes y el ánimo del jurado.

    Para que la exposición se acerque al óptimo en cuanto al tiempo asignado es conveniente que el tesista haga algunos ensayos al respecto, estimando previamente lo que demorará en cada punto de su plan de exposición. También es imprescindible que vaya controlando el tiempo que ha consumido a medida que va disertando. Con ello evitará extenderse demasiado al comienzo, lo que provoca desagradables apresuramientos finales o, al contrario, ser demasiado parco, con lo que no se aprovecha el tiempo del modo más eficiente. En caso de duda, sin embargo, es preferible más bien acercarse a cierto laconismo, pues es mejor desarrollar todo lo que se tiene que decir de un modo breve y conciso que caer en los excesos de hablar irresponsablemente o de girar de un modo tedioso alrededor de las mismas ideas.

    Acabamos de aludir, en el párrafo anterior, al plan expositivo de la disertación. Es obvio que éste es el mejor recurso que tenemos para superar la improvisación, pues la elaboración de un esquema previo nos garantiza que nada importante habrá de quedar de lado cuando hablemos, remitiéndonos directamente a lo esencial. Tal esquema habrá de corresponderse, en sus líneas generales, con el de la propia tesis o trabajo de investigación que se presenta, para lograr así la cobertura de los contenidos principales que éste posee. Pero, como resultará imposible referirse a todo lo que en éste se ha dicho, y como se supone además que el jurado ha leído con antelación la obra, es conveniente hacer algunas modificaciones que destaquen mejor ciertos aspectos de la misma.

    No nos es posible dar, a este respecto, normas demasiado precisas y concretas, puesto que el contenido de la exposición debe y puede variar de acuerdo a las características del trabajo que se expone. Como idea general, sin embargo, anotaremos que hay que destacar lo siguiente:

1) Los hallazgos básicos o ideas centrales del trabajo, que incluyen la verificación de las hipótesis, los conocimientos nuevos que se hayan alcanzado, los puntos sustantivos que se han podido esclarecer, comprender o confirmar. Sobre esto, naturalmente, ha de girar toda nuestra exposición, puesto que de este modo se puede demostrar que se han cumplido los objetivos de la indagación. Lo anterior no quiere decir que debamos abandonar el orden lógico que proporciona el esquema, sino que toda la disertación ha de subordinarse a la exposición de dichos aspectos fundamentales.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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