Sin embargo, el yo se origina más allá del espacio, del tiempo y de la materia/ energía.
15. ¿Dónde, cuándo y de qué manera se solapan la consciencia y la física cuántica?
Este «emerger» es una espina que tiene clavada la física. Nadie sabe exactamente cómo se produce este emerger repentino de lo imaginal posible a lo real. En la física cuántica no hay nada que prediga este hecho. Sin embargo, este «emerger de la realidad» repentino es la base del principio de incertidumbre de Werner Heisenberg y del principio de complementariedad de Niels Bohr, y es un quebradero de cabeza para los físicos de todo el mundo.
Figura 5.1. El cubo paradójico. En la figura de la izquierda puedes ver un cubo o un conjunto de piezas negras sobre fondo blanco: depende de ti. Aquí interviene el principio de complementariedad. En la figura de la derecha se aprecian con más facilidad las piezas negras sobre fondo blanco.
Volviendo al emerger, observemos de nuevo el dibujo. Ese salto repentino es una metáfora visual del salto cuántico o del emerger. El emerger ha inspirado muchas interpretaciones diferentes, además de las dos ya citadas (la que es obra del observador y la que es obra del instrumento). Todas ellas, salvo una, requieren unos sistemas de creencias metafísicos ajenas a las leyes de la física cuántica. La única excepción es, quizá, la menos aceptable, aunque es la única que se ciñe a los límites de la física cuántica: es la que afirma que el emerger no se produce. Y esta interpretación puede explicar de qué modo interaccionan entre sí la mente y el cuerpo y cómo se acoplan.
Lo que me pregunto, en realidad, es lo siguiente: ¿Cómo surge la consciencia? ¿Dónde surge? Al parecer, se produce en el cuerpo, probablemente en el cerebro.
16. Por tanto, si te vieses a ti mismo como luz, el tiempo dejaría de existir y experimentarías que el espacio desaparecería. Esta experiencia se cumple para toda la radiación luminosa, incluso para la luz del interior de nuestros propios cuerpos, que se desplaza de un lugar a otro mediando en los muchos procesos que tienen lugar dentro de nosotros. La mente también contiene una luz sagrada. También ésta se mueve sin conocer el espacio ni el tiempo. Podemos percibir esta luz dentro de nuestra propia mente. Existe en el reino imaginal de nuestro ser esencial y subjetivo. Solamente podemos verla mirando hacia nuestro interior. Todos sabemos en secreto que es real. Debemos saberlo, pues nosotros somos esa luz.
17. La idea de que la materia y el espíritu se encuentran en conflicto entre sí nos aporta una noción clave. Yo, personalmente, no soy capaz de figurarme cómo sería la vida sin esperanza, sin belleza y sin sentido. No veo mucho sentido en supervivir por supervivir.
18. Nadie sabe verdaderamente cómo surge la inercia. Yo propongo la hipótesis de que la fórmula física cuántica de la existencia y la razón de la estructura y de la belleza surgen de universos paralelos, de mundos que no se experimentan ordinariamente. La estructura y la inercia material surgen en el solapamiento de las secuencias más probables de sucesos. La materia con inercia procede del solapamiento de muchos mundos paralelos muy semejantes. Cuanto más semejantes parecen las secuencias de mundos, tanto más se resiste al cambio esa secuencia. Por tanto, la inercia surge como consecuencia de la semejanza.
La belleza surge como diferencia respecto de lo ordinario. De aquí que la belleza y la resistencia, de las que habla Kazantzakis en la cita que abre este capítulo, vayan juntas por naturaleza. Como en toda dualidad, la una requiere de la otra.
XI Una aproximación a la realidad, de Philippsborn, Fernando Daniel Villafuerte.
1. Los científicos someten a demostración lo que quieren creer que es verdadero, dejando de lado muchos aspectos que consideran subjetivamente improbables. Ellos someten a estudio y comprobación aquello que asumen que es verdadero y no lo que presumen falso. Lo que queremos decir es que los estudios científicos no son realmente objetivos. Éstos están limitados por dogmas que niegan, entre otras cosas, la espiritualidad y todo lo que va contra lo razonablemente lógico.
2. En la actualidad algunos científicos aceptan la posibilidad que la realidad sea ideal. Aunque esta hipótesis no se puede demostrar, hay quienes quieren creer que el universo es un holograma y otros que la realidad se asemeja mucho a un programa informático. Al igual que muchas teorías esta tesis es verdadera, porque las matemáticas han podido demostrarla (teóricamente). Pero, no es real, porque los científicos no han podido verificar (experimentalmente) esta teoría. Para nosotros la realidad es aquello que está diseñado dentro de la mente universal y que se recrea en la mente de cada uno de nosotros. Con este criterio en el universo todo es producto de ideas entrelazadas y sincronizadas perceptiblemente de forma acausal.
3. Los científicos han olvidado que a menudo las especulaciones son el único camino para intentar entender la realidad. Si bien las especulaciones, sean o no científicas, son meros acercamientos a la realidad, los neófitos creen que son verdades irrefutables, y las defienden hasta quedar sin aliento, aunque nunca las hayan leído y sólo hayan oído hablar de ellas. Todo esto alimenta la creencia popular en el dogma del conocimiento absoluto y verdadero. Así pues, la gente cree en los científicos, del mismo modo como en Egipto, Babilonia, Grecia o cualquier otra cultura creyeron en los sacerdotes. Más de un neófito afirma que no existe Dios, aseverando simplemente que todo tuvo origen en el Big Bang, sin saber que uno y el otro no son excluyentes, y que el conocimiento sobre ambos temas está incompleto. Lo triste es que el dogma del conocimiento absoluto, basado en especulaciones o en mitos, ha logrado sobrevivir milenios, dando seguridad a las masas y privándoles del miedo al desconocimiento.
4. Sentimos que el tiempo transcurre cada vez más rápido, pues todo debe mantener sincronicidad con el pasado. Todo lo que sucede en el presente tiene por efecto lo sucedido en el pasado y tendrá efecto también en el futuro. A medida que transcurre el tiempo, el universo, debido a su constante expansión, se hace más grande. Lo mismo sucede con el tiempo; éste también se hace más grande. Prueba de ello es que los acontecimientos que ocurren en el universo son cada vez más numerosos. Aparecen en él nuevas galaxias, nuevas estrellas, planetas, etc. La realidad humana también experimenta este fenómeno; cada vez hay más seres humanos, más avances tecnológicos, más teorías, más idiomas, más costumbres, etc. En otras palabras, cada vez suceden más cosas en menos tiempo. Hemos especulado que la luz además de viajar por el espacio, se expande a la misma velocidad que él y, que a medida que lo hace, pierde densidad. Pero esta teoría novedosa, que podría ser bien aceptada por algún físico, si bien es razonablemente lógica, en realidad es un mito bien elaborado que quizá sí pueda ser demostrado. El objeto del mismo es llenar uno de los cientos de vacíos que existen en la descripción científica de la realidad. Existen pruebas que demuestran que las denominadas constantes físicas, como son: la velocidad de la luz, la fuerza de gravedad y la masa del electrón, entre otras, han variado desde el origen del universo hasta el presente y lo seguirán haciendo hasta su final. Ello se debe a la expansión del espacio y del tiempo. Por tanto, las predicciones que hacen los físicos con sus ecuaciones, enunciados y teorías, son aplicables con cierto grado de exactitud a los últimos y próximos diez mil años, aproximadamente. Para describir el universo antes y después de ese período, se necesita una física diferente a la que conocemos en la actualidad, con un marco teórico y matemático que no existen, porque no han sido elaborados.
5. Las súpercuerdas serían el componente de la energía y por ende de la materia y de las fuerzas de la naturaleza. Creemos que ellas forman una malla ordenada en cuyos espacios, aún más delgados que las súpercuerdas, existiría la oscuridad. En consecuencia se tiene que el universo es energía, que gracias a la información que contiene, según las teorías más modernas, constituye una proyección holográfica de más de cuatro dimensiones proveniente de un universo de sólo dos dimensiones. Estas teorías hacen que la descripción científica de la realidad, incluyendo la que hace la física cuántica, quede en un estado rudimentario. Si estos descubrimientos teóricos son efectivamente demostrados, queda abierta la vía para que científicos, filósofos y religiosos especulen sobre prácticamente cualquier cosa. Se abre así, un universo de posibilidades. Pero, no sólo los conocimientos relacionados con el universo son especulativos, el resto de los conocimientos científicos también están incompletos. Por dar un ejemplo, los grandes descubrimientos alcanzados por la biología, la zoología, la botánica, la genética, la anatomía, la fisiología, la medicina, y en menor medida también por la cibernética, no han permitido a la abiogénesis determinar qué es la vida y dónde se esconde en los cuerpos orgánicos. Ciertamente, conocemos los procesos de reproducción de todos los seres vivos, pero no hemos podido crear siquiera una célula artificial a partir de elementos carentes de vida; tampoco hemos podido apreciar en cualquier lugar de la Tierra o del cosmos la aparición espontánea de la vida.
6. Preguntarse quién soy yo, es preguntar qué es el universo. Intentar descubrir la respuesta es cumplir con el mandato de Delfos (conócete a ti mismo). Si creemos que la respuesta a todo es el universo, tenemos que la pregunta es ¿cuál es la razón del ser? Según hemos descrito todo tiene una razón y por tanto también un propósito. Todo lo que hay tiene un precedente y éste a su vez otro. Esto es así, porque toda causa tiene un efecto. Creemos, en virtud a la realidad espacio temporal que ocupamos, que la razón de ser del universo, es decir, el propósito que dio origen al Big Bang somos nosotros, los seres humanos. Así lo afirma el principio antrópico. Nada existe más evolucionado que la especie humana. Por tanto, actualmente ocupamos el último eslabón de la cadena de causas y efectos que conforman el universo en el tiempo y el espacio. Nos referimos a la larga cadena evolutiva iniciada con el origen de la vida, a la formación de la Tierra y del Sistema Solar, a la formación de la vía Láctea y al Big Bang. No hay razón para creer que la posición privilegiada que ocupamos en esa cadena se mantenga indefinidamente. Con el tiempo podría haber eslabones posteriores a nosotros, nos referimos a los posthumanos. En efecto, si de la especie humana evolucionaran otras especies, nos convertiríamos en su causa y en un eslabón necesario para su existencia. Esta reflexión es posible gracias a la consciencia. De hecho, cualquier aproximación a la realidad debe partir del análisis que uno haga sobre su propia existencia. Todo es una unidad, y todos creemos conocernos individualmente. Si podemos conocer una parte del universo, por más ínfima que sea, lo podemos conocer todo. Entonces, nos veremos obligados a meditar sobre por qué apareció la vida, por qué existen el planeta Tierra, el Sistema Solar, la Vía láctea, otras galaxias y por qué sucedió el Big Bang. Finalmente, nos daremos cuenta que sólo necesitamos responder por qué en lugar de nada existe el ser. Sólo entonces comprenderemos por qué el yo se identifica con el universo. Con lo dicho queda en evidencia la posición antropocéntrica adoptada por nosotros. Pero, ¿cómo podría el ser humano ser el centro del universo, si el plante que habita no ocupa ese lugar? En las últimas décadas nadie ha objetado lo que a simple vista han determinado los telescopios más potentes del mundo, que la Tierra muy probablemente esté cerca del centro del universo. Desde luego, si las estrellas más lejanas, en todas las direcciones que se pueda encontrarlas, guardan una distancia aproximadamente igual a nosotros, es porque nuestro Sistema Solar, y por ende nuestro planeta, están muy cerca del centro del universo. Pese a que en los siglos pasados nadie creía que la Tierra fuera el centro del universo, en los horóscopos o mapas astrológicos, nuestro planeta aparece como punto central. Lo que resulta muy razonable, porque únicamente un modelo geocéntrico permite estudiar la supuesta influencia que todos los astros tienen sobre la vida de los seres humanos. Precisamente, el antropocentrismo, desde el punto de vista ecológico, es acusado de ser uno de los motores de la sociedad industrial al cual se le cargan las mayores culpas de la destrucción ambiental.
Reconocemos que todos tenemos una cuota parte de responsabilidad en lo que los ecologistas consideran el deterioro del medio ambiente. Sin embargo, afirmamos que ese supuesto deterioro que pone en riesgo a la especie humana, es en realidad favorable al planeta Tierra y a las especies más evolucionadas que probablemente habiten después de la humanidad. Nadie puede negar que quizá, especies más evolucionadas que la nuestra (posthumanos) necesiten de más carbono, más nitrógeno, más azufre en el ambiente y por ende, también más acidez en los mares para desarrollarse. Después de todo la vida apareció y se diversificó gracias a esos elementos que consideramos tóxicos. Todo esto nos lleva a pensar que la Tierra nos necesita tanto como a cualquier otra especie, pues ella sería en realidad un ser vivo y nosotros seres similares a las células cumpliendo una función específica: rejuvenecerla. Siendo así, en lugar de crear caos y destrucción en la Tierra, los seres humanos estamos disminuyendo la entropía en ella. No olvidemos que en la época de los dinosaurios, la temperatura en la Tierra era varios grados más alta que ahora y que había en ella más dióxido de carbono del que existe en nuestro ambiente. Lo que ciertamente abrió camino para que la vida evolucione con más facilidad en todo el planeta. El ser humano ha logrado en los últimos siglos colocar al dióxido de carbono y a otras sustancias consideradas tóxicas, en el lugar donde estaban hace decenas de millones de años: en la atmósfera. La especie humana, en menos de un siglo, ha logrado incrementar en un veinte por ciento el dióxido de carbono, en un cincuenta por ciento el nitrógeno y en más del cien por ciento el azufre. Este incremento, al que se llama contaminación, no es producto de la ausencia de consciencia ecológica, sino que constituye una consecuencia inevitable del desenvolvimiento de la vida humana. Es el resultado del ejercicio de la libertad.
El ser humano no esperó que le crecieran alas para volar o agallas para sumergirse en el fondo de los mares. Tampoco esperó que sus miembros se hagan lo suficientemente resistentes para alcanzar velocidades asombrosas o transportar elementos que ningún ser vivo podría levantar. De hecho no tuvo necesidad de esperar a hacerse más inteligente para resolver problemas de distinta índole. Él evolucionó, a través de sus inventos, en la medida que las aspiraciones de su consciencia lo necesitaban. Él decidió qué era correcto y qué no, para sí y el planeta en su conjunto.
La perfección del ser humano se perpetúa a través del amor. Un amor tan fundado como el de la reproducción biológica, pero que por espontánea voluntad de la humanidad ha logrado la permanencia de las culturas. Es decir, el ser humano ha amado tanto lo que ha hecho, que se ha dado los modos para que ello sea conocido por distintos medios al mayor número de generaciones posibles en todos los puntos del planeta e incluso fuera de él. Este amor a la humanidad, a sus inventos y en una palabra a la cultura, es la causa y el efecto de una actitud de admiración del ser humano hacia sí mismo. Aunque el concepto de filantropía no tiene raíces suficientes para abarcar el amor a la cultura, etimológicamente no existe una palabra más apropiada para justificar la herencia que hemos recibido de nuestros antepasados y que dejaremos a las generaciones futuras. La evolución de la cultura durante los últimos 10.000 años aproximadamente, ha demostrado ser mucho más importante que la evolución genética para la humanidad. Durante este largo período han existido innumerables civilizaciones, y miles de generaciones. Probablemente hayan ocurrido pequeños cambios genéticos, prácticamente imperceptibles para nosotros. Sin embargo, la evolución de cada una de las civilizaciones y los avances tecnológicos alcanzados, han cambiado totalmente nuestra forma de vivir. Los frutos logrados por la tecnología son deslumbrantes y demuestran la existencia del libre albedrío. Desde los tiempos en que el ser humano creaba sus propias puntas de flecha hasta la actualidad, no ha dejado de someter la naturaleza a su antojo.
Hemos sido capaces de alterar el orden natural del planeta, modificándolo a nuestro gusto y estamos seguros de poder alterar los lugares del universo que conquistemos. Por lo que sabemos, los seres humanos somos los únicos que gozamos de estas capacidades. Lo que nos convierte en la consciencia de la realidad universal.
Nosotros definimos la realidad y no viceversa. Esto debido a que el universo está diseñado siguiendo un plan simétricamente proporcional con nuestra consciencia. Parece imposible, pero la existencia del libre albedrío y de la consciencia nos demuestra que podemos controlar al cerebro y no el cerebro a nosotros. Lo que significa que el alma no se reduce a la masa encefálica.
La vida está compuesta de información. La reproducción consiste en copiar información. Todo el desarrollo, reproducción y evolución de las especies es información almacenada en los cromosomas de las células que las componen. Además, esa información está programada para ejecutar tareas específicas a niveles planetarios. Lo más sorprendente es que esos programas biológicos, pertenecientes a especies diversas, evolucionaron de manera coordinada en todo el planeta. Aunque sabemos que las especies evolucionaron de un único ser vivo muy simple, todavía no podemos comprender de dónde vino la información que configura la energía y la materia que compusieron la vida de ese primer ser vivo.
XII La teoría de Dios: Universos, campos de punto cero y qué hay detrás de todo ello, de Bernard Haisch.
1. A lo largo de las dos últimas décadas ha ido surgiendo en el campo de la astrofísica un descubrimiento notable que ahora prácticamente no se pone en duda: el de que determinadas constantes físicas tienen precisamente los valores adecuados para que sea posible la vida. En principio, estas constantes podrían haber tomado unos valores muy distintos de los que tienen; pero en lugar de ello se encuentran, en determinados casos, dentro de una horquilla estrecha de unos cuantos puntos porcentuales que abarcan los valores «precisamente justos» que nos permiten existir en este universo.
Nuestra existencia sólo es posible en este universo concreto; por tanto, el ajuste no es más que una ilusión.
A este punto de vista se le pueden hacer tres objeciones:
En primer lugar, las fluctuaciones cuánticas. El problema es que las fluctuaciones cuánticas presuponen la existencia de las leyes cuánticas. Si no existieran, en efecto, las leyes cuánticas ni ningún otro tipo de leyes, no podría suceder nada. Sin leyes no hay acción. Así, pues, hasta el científico escéptico debe asumirlas por medio de un acto de fe.
La segunda objeción es que ninguno de los demás universos se puede observar de ningún modo, ni siquiera en teoría, ya que intentar medir un universo desde otro dotado de leyes fundamentales distintas sería como pretender observar la Luna por medio de un micrófono o grabar la actuación de un grupo de rock con un telescopio. Por tanto, el científico moderno tiene que realizar un segundo acto de fe: debe creer en la existencia de un número infinito de universos que no vemos.
La tercera objeción es más personal. Si no somos más que seres físicos que surgimos por azar en un universo aleatorio, entonces, efectivamente, nuestras vidas no pueden tener un propósito último.
En este libro propongo una teoría que sí aporta un propósito a nuestras vidas, sin dejar de ser completamente consistente con todo lo que hemos descubierto acerca del universo y de la vida sobre la Tierra, y más concretamente con el Big Bang, con el hecho de que la Tierra existe desde hace 4.600 millones de años y, naturalmente, con la evolución. La única diferencia entre la teoría que yo propongo y las ideas aceptadas por la astrofísica moderna es que yo supongo la preexistencia de una inteligencia consciente infinita.
Lo que yo propongo es una inteligencia consciente infinita (llamémosla Dios) que tiene un potencial infinito, cuyas ideas se convierten en las leyes físicas de nuestro universo y de otros, y cuyo propósito al hacer esto es la transformación del potencial en inteligencia. Existe una gran diferencia entre ser capaz de hacer algo y hacerlo en la realidad.
Yo también propongo, en La teoría de Dios, que la consciencia es en última instancia el origen de la materia, de la energía y de las leyes naturales en este universo y en todos los demás que puedan existir. Y el propósito es que Dios tenga la experiencia de su potencial. Las ideas y las capacidades de Dios se convierten en la experiencia de Dios en la vida de todo ser sensible. ¿Qué propósito mayor puede existir para cada uno de nosotros, los seres humanos, que el de crear la experiencia de Dios. El Creador experimenta la riqueza de su potencial a través de nosotros, porque somos sus encarnaciones en el reino físico. En eso consiste todo.
2. Introducción
Mi apuesta es la siguiente:
Cuando la ciencia integre el conocimiento en profundidad del mundo físico que se ha ido acumulando a lo largo de los tres últimos siglos, se canalizará en una línea de exploración nueva que reconozca la realidad dilatada de la consciencia como fuerza creativa en el universo, así como el poder creativo espiritual que está encarnado en nuestras propias mentes.
Lo que presento aquí no son pruebas científicas, sino una teoría que parece prometedora.
Si yo estoy en lo cierto, todos somos, literalmente, un único ser (Dios) bajo muchas formas individuales. Entonces, ¿por qué seguir haciéndonos daño unos a otros?
3. Planteándose preguntas fundamentales
Esta teoría se basa en la premisa sencilla de que nosotros somos, literalmente, unos con Dios, y de que Dios es, literalmente, uno con nosotros.
¿Qué harías tú si tuvieras un potencial infinito, la capacidad literalmente ilimitada de hacer cualquier cosa? O bien, vamos a plantearlo de una manera más prosaica pero más comprensible. Imagínate que tienes mil millones de dólares en la cuenta corriente. ¿Te darían placer o satisfacción si no pudieras gastar nunca ni un centavo?
Intenta, dentro de tu capacidad humana limitada, imaginarte la existencia de un ser consciente ilimitado, dotado de capacidad infinita, que existe fuera del espacio y del tiempo. Este ser debe trascender el espacio y el tiempo porque, de lo contrario, el creador del espacio y del tiempo sería todavía más grande que él. ¿Hasta dónde nos lleva un ser imaginado como éste?
La teoría de Dios y la creación.
Algunas de las ideas de este ser se convierten en nuestras leyes físicas, así como en nuestras dimensiones del espacio y del tiempo.
Un universo dado regido por un conjunto dado de ideas-que-se-vuelven-leyes. De este modo, la consciencia infinita va más allá del potencial estéril para pasar a la creación verdadera; a hacer más que limitarse a ser. La consciencia vive sus ideas, sus fantasías. Se gasta los mil millones de dólares.
De este modo, el creador llega a experimentar una parte minúscula de su potencial infinito por medio de cada una de los miles de millones de vidas individuales que hay en este planeta (y, probablemente, otras que hay en otras partes). La inteligencia infinita tiene el gozo de gastarse sus mil millones de dólares en todo tipo de experiencias maravillosas.
La teoría de Dios, el karma y la regla de oro.
El Dios de la teoría no puede necesitar nada de nosotros para su propia felicidad.
Al Dios de la teoría no le puede desagradar nada de lo que hacemos o somos, ni mucho menos puede aborrecerlo.
El Dios de la teoría no nos castigará nunca, pues eso equivaldría, en último extremo, a castigarse a sí mismo.
No existe un cielo ni un infierno en el sentido literal de los términos.
Entonces la regla de oro que nos enseñaron a todos (trata a los demás como quisieras que te trataran a ti) se convierte en mucho más que una simple máxima piadosa. Se convierte en un reflejo de lo que yo llamo la ley de la causalidad de la «física espiritual». Se convierte en la esencia del karma oriental. Todo lo que hacemos tiene sus consecuencias, para bien o para mal. Si se aceptara universalmente esta sencilla máxima, acabaría por resolver todos los problemas de la humanidad.
Según la teoría de Dios, el requisito de tratar a los demás con respeto y compasión es, para todos los fines prácticos, un absoluto moral, dado que todos los seres participan de la consciencia infinita que los creó.
El propósito de la vida es la experiencia; Dios quiere experimentar la vida por medio de ti.
Dios te quiere como compañero, no como siervo. Si optas por alabarlo y venerarlo, deberá ser por amor y no por miedo, y será para tu bien, no para el suyo.
La consecuencia de tus actos negativos es que te ocurrirán cosas negativas, aunque no necesariamente de manera inmediata. En este sentido, tú te creas tu propio infierno.
En última instancia, tu consciencia individual se reunirá plenamente con la consciencia infinita de Dios. A esto podemos llamarlo el cielo (o samadhi).
La razón de ser de un universo creado es poder experimentarlo. La vida es Dios manifestado.
Te conviene vivir una vida digna de la inteligencia creadora, pues éste es el camino que conduce a la evolución espiritual y a la satisfacción última.
Tu consciencia se puede transformar, pero no puede morir. Tu cuerpo y tu mente no son más que instrumentos para experimentar la existencia física.
La búsqueda de la experiencia por medio de la vida física es la manera que tiene la mente infinita de hacer realidad su potencial infinito.
4. Explicar la creación.
La creación por sustracción.
Expresándolo en términos relacionados con la teoría de Dios, estas tradiciones enseñan que la creación de lo real (de lo manifiesto) supone sustraer del potencial infinito.
Lo único que tienes que hacer para proyectar la imagen que desees es poner en el aparato la diapositiva que sustrae los colores adecuados en los puntos correspondientes. Así pues, la luz blanca es una fuente de posibilidades infinitas, y tú creas la imagen deseada por medio de una sustracción inteligente, haciendo que de lo posible surja lo real. Limitando lo infinitamente posible, creas lo finitamente real.
Polaridad.
El proceso de la sustracción inteligente también se puede interpretar como creación de polaridad.
Podemos llegar a la conclusión de que nuestro universo físico se produce cuando la Deidad se limita a sí misma selectivamente, asumiendo el papel de creador y manifestando un plano de espacio y tiempo, y eliminando por filtrado en ese plano una parte de su potencial infinito. Los resultados son maravillosos y variados, y entre ellos se incluyen, entre todas las demás cosas, nuestras leyes físicas y las partículas fundamentales de las que está compuesta la materia física. (Y de un proceso similar, aunque con un filtro diferente de lo infinito, surgirían otros universos con otras leyes.)
Visto de este modo, el proceso de la creación es exactamente lo opuesto de hacer algo a partir de la nada. Es, por el contrario, un proceso de filtrado por el que se hace algo a partir de todo. La creación no es una suma caprichosa ni aleatoria; es una sustracción inteligente y selectiva. Esto tiene unas consecuencias profundas.
Si lo absoluto es la Deidad, y si la creación es el proceso por el cual la Deidad elimina por filtrado partes de su potencial infinito para hacer manifestarse una realidad física que sustenta la experiencia, entonces lo que queda, el residuo de este proceso, es nuestro universo físico, dentro del cual estamos incluidos nosotros mismos. Somos nada menos que una parte de esa Deidad, en un sentido muy literal.
La teoría de Dios y la consciencia.
Yo propongo, además, que la consciencia individual se produce por este mismo proceso. Nuestras mentes están filtradas a partir de la mente de Dios. Nuestros pensamientos están filtrados a partir de los pensamientos de Dios.
Esta pura autoconciencia es nuestra consciencia última. Se dice que es un estado de paz y de dicha, una conciencia de que la consciencia pura que se experimenta no es sino un punto de concentración dentro de una única consciencia universal. Yo propongo que lo que se experimenta directamente en este estado es la «diosidad» de tu propio ser, ya que, según la teoría de Dios, cada uno de nosotros somos manifestaciones individualizadas de una consciencia infinita.
¿Es susceptible de demostración mi teoría?
Yo sospecho que la experiencia y validación concretas de la teoría se han de encontrar en el conocimiento del cuarto estado de Russell: esta conciencia de la consciencia misma llena de paz y de dicha que trasciende cualquier necesidad de objetos de referencia. Es en este estado donde se puede tener una experiencia de lo absoluto, aun sin haber abandonado el cuerpo físico.
5. El reduccionismo y una visión espiritual del mundo.
Las supercuerdas y lo sobrenatural.
Hoy resulta aceptable, hasta está de moda, publicar artículos científicos en los que se proponen teorías de universos invisibles que pueden ser adyacentes a los nuestros en otras dimensiones. Algunos han llegado a postular universos que están justo encima del nuestro, interpenetrando el espacio que habitamos. Estos autores apoyan sus afirmaciones con demostraciones matemáticas notables en las que se recurre, por ejemplo, a partículas e interacciones de quiralidad opuesta. Estas teorías, llamadas teorías de las supercuerdas y de las M-branas, se cuentan entre las fronteras más interesantes y prestigiosas de la física moderna.
Pero si una persona habla de realidades espirituales trascendentes, se ríen de ella. Por lo que sea, los mundos de cuerdas de once o de veintiséis dimensiones de las teorías científicas son aceptables, pero los planos espirituales del misticismo se consideran meras supersticiones.
Por algún motivo, la ciencia acepta los multiversos y las hiper-dimensiones hipotéticas de la física moderna, que no dejan de ser meramente teóricos, mientras que los relatos de las experiencias de realidades trascendentes (es decir, sobrenaturales) de los místicos a lo largo de los siglos se rechazan o se pasan por alto. Como astrofísico, soy partidario de las observaciones: no puedo pasar por alto esas experiencias. De hecho, a mí me parece que existen más pruebas empíricas de la existencia de Dios que de las dimensiones múltiples de la teoría de cuerdas.
Cierto premio Nobel destacado ha afirmado sin rodeos que cuanto más sabemos del universo, más evidente resulta que éste carece de sentido: una valoración bien poco inspiradora de nuestra existencia presente y de nuestras perspectivas futuras.
Una visión espiritual del mundo.
Para nuestros fines presentes, llamaremos «visión espiritual del mundo», para abreviar, al supuesto de que en la realidad (en nuestra propia naturaleza y en nuestro ser consciente) hay tanto materia física y tangible como un «algo» inmaterial. Este «algo» inmaterial interviene de manera íntima, incluso de manera esencial, en la existencia de la consciencia y de la vida, y se puede remontar en última instancia a un origen y propósito divinos.
Por otra parte, si todo, literalmente todo lo que hay en el universo fluye a partir de un potencial infinito y participa de una inteligencia infinita, ese carácter doloroso que se atribuye a la evolución se convierte en el cumplimiento y en la manifestación del propósito divino. La ley inexorable de la evolución pasa a ser simplemente el modo en que la Deidad explora su propio potencial en forma física. Por medio del funcionamiento inexorable de la ley de la evolución, Dios posibilita lo nuevo y lo inesperado en el mundo material.
La no necesidad de designio inteligente.
La teoría de Dios es consistente con dos de las grandes piedras angulares de la ciencia moderna: la teoría del Big Bang, que afirma que el universo empezó a existir hace unos catorce mil millones de años, y la teoría de la evolución, que afirma que la vida en la Tierra fue evolucionando a lo largo de un período de casi cuatro mil millones de años.
Sólo resta la cuestión de si nuestro universo hospitalario, entre una multitud o incluso un número infinito de universos alternativos, goza de esta construcción tan elegante por puro azar o por designio. Pues una cosa es proponer, como propone la teoría de Dios, que las leyes fundamentales por las que se rige nuestro universo son consecuencia de la ideación inteligente (dicho en otras palabras, que determinadas ideas de Dios se convierten en leyes físicas de este universo determinado).
Pero otra cosa es afirmar un «designio inteligente», en el sentido de unas formas de vida obra de la microingeniería divina y que salen triunfantes del proceso de la evolución. No es lo mismo poner en marcha un universo con un conjunto potente de leyes que diseñar deliberadamente las piezas que lo componen.
Yo no tengo competencia para juzgar si la «complejidad irreductible» (la idea de que determinados mecanismos celulares o propiedades de la vida requieren tanta complejidad para realizar su función que no podrían haber surgido nunca paso a paso) es un defecto fundamental de la evolución darvinista. Pero estoy convencido de que el designio inteligente no es necesario en absoluto, y pondría seriamente en tela de juicio la competencia del diseñador y su benevolencia.
Pero la teoría de Dios sugiere que en la imperfección del mundo se refleja el hecho de que el universo físico es un trabajo en marcha, una creación en la que la novedad, ceñida a unas leyes básicas, acaba por producir con el tiempo cosas que funcionan, cosas que no funcionan y cosas que funcionan a veces en el estado de cosas actual, que es incompleto.
Según la teoría de Dios, una inteligencia infinita convierte el potencial en experiencia, hace realidad lo meramente posible, permite que sucedan cosas que no sucederían de otra manera, permite que surja la novedad. Según la teoría de Dios, el universo no es una creación prefabricada a la que se da cuerda y se deja funcionar sola, como lo veía Newton, sino más bien un experimento dinámico en el que cosas maravillosas de todas clases se generan dinámicamente por una reglas que producen entornos hospitalarios en los que pueden aparecer por evolución formas de vida de diversidad asombrosa.
De hecho, la mutación y selección natural fortuitas que propuso Darwin permiten en última instancia que una inteligencia infinita experimente su propio potencial.
6. Explicar la consciencia
La primacía de la consciencia.
Yo sé con absoluta certeza, con una convicción interior que ninguna lógica externa podrá refutar, que estoy vivo y que soy consciente. En realidad, esta convicción se apoya en algo más que el conocimiento. El hecho de que uno más uno son dos es una cuestión de conocimientos adquiridos y validados externamente. El hecho de que yo estoy vivo y consciente es una experiencia profunda, directa, interior, que trasciende todos los demás conocimientos adquiridos racionalmente. Para mí, esto descarta categóricamente la postura científica de que la consciencia es una ilusión bioquímica, neurológica. Mi vida interior de pensamiento y de conciencia refutan absolutamente que mi consciencia no sea más que una creación química inanimada. Yo sé que no es al igual que lo sabes tú.
Vistas así las cosas, la única diferencia entre la postura de «la mente a partir de la materia» y la postura espiritual es que, en una, la materia crea el espíritu y, en la otra, el espíritu crea la materia.
Yo propongo, como principio crucial de la teoría de Dios, que las ideas creadas por una consciencia espiritual son la causa y la base del mundo físico. Lo que digo no tiene nada que ver con una demostración, naturalmente. Lo que propongo es que la experiencia directa de la consciencia puede más que la lógica y que las demostraciones.
Posturas contrapuestas.
Yo mantengo que, incluso cuando no estoy pensando, cuando consigo suprimir todo pensamiento consciente, sigue funcionando el zumbido de fondo de la consciencia. Perdura una conciencia de la consciencia. La consciencia en sí es, por tanto, la experiencia interior fundamental. Y dado que yo, como ser humano corriente, percibo esto, espero que todos los demás lo perciban también. Pero ¿qué es lo que percibimos todos?
El conocimiento de la consciencia es un conocimiento básico, tan inseparable de mi propio ser como lo es el agua respecto del mar.
La teoría inflacionista.
Esta teoría, desarrollada por Andrei Linde, físico de la Universidad de Stanford, se llama inflación eterna. Postula la existencia de un número infinito de universos. Cada uno de ellos comienza y termina de alguna manera, aunque quizá no sea en el espacio y en el tiempo tal como los conocemos.
La única diferencia es que el número inacabable de universos de Linde se basa en algún tipo de proceso inconsciente sin propósito aparente. De nuevo, la estadística lo es todo.
La teoría de Dios, por su parte, propone que la creación de universos se produce por la intención de una inteligencia infinita con el propósito de experimentarse a sí misma en su diversidad infinita.
Según la teoría de Dios, el componente primario de la realidad es la consciencia. La consciencia es capaz de conformar la materia y de dirigirla. De hecho, la consciencia ha creado este universo: los planetas y las estrellas, las plantas y los animales, y a ti y a mí. Esto no se consigue por ese tipo de construcciones milagrosas a partir de la nada que tanto gustan a los fundamentalistas, sino más bien porque una inteligencia infinita sueña una diversidad infinita de leyes y de valores de las constantes físicas, y deja después que estas leyes y valores evolucionen hasta convertirse en las estrellas, en los planetas y en las formas de vida de un número infinito de universos. El Big Bang y la evolución no son más que herramientas por las cuales nuestro universo particular y sus formas de vida conscientes se hacen realidad; se hacen realidad de maneras abiertas, novedosas y creativas, no por haber sido diseñadas detalladamente.
Por medio de la creación, una consciencia infinita se proporciona a sí misma una especie de terreno de juegos. Después de haber hecho eso, se encarna en forma de seres individuales —de plantas, de animales, de seres humanos, de extraterrestres—, experimentando así la diversidad y gamas inmensas de complejidad. Según esta visión, todos nosotros somos partes pequeñas de una misma consciencia que se ha fragmentado a sí misma deliberadamente para que tú puedas ser tú y yo pueda ser yo. ¿Por qué? La consciencia iniciadora crea tu propio mundo para evolucionar y desarrollarse ella misma, y quizá para divertirse. Ésta es la esencia de la teoría de Dios.
7. El campo del punto cero.
Para comprender lo que es el campo del punto cero, imaginémonos un reloj de pared antiguo con su péndulo que oscila de un lado a otro.
Imaginémonos ahora un péndulo cada vez más y más pequeño; tan pequeño, que acaba por tener tamaño atómico y está sujeto a las leyes de la física cuántica. En la física cuántica hay una regla llamada principio de incertidumbre, de Heisenberg, que afirma (con certidumbre, dicho sea de paso) que ningún objeto cuántico, como puede ser un péndulo microscópico, puede llegar a quedar en reposo completo. Todo objeto microscópico tendrá siempre un resto de movimiento aleatorio debido a las fluctuaciones cuánticas.
En la teoría cuántica es práctica habitual aplicar el principio de incertidumbre a las ondas electromagnéticas, dado que los campos eléctricos y magnéticos que fluyen por el espacio oscilan como un péndulo. Según dicho principio, en toda frecuencia posible existirá siempre una cantidad minúscula de vibración electromagnética. Y si sumamos todas estas fluctuaciones incesantes, obtenemos un mar de fondo de luz cuya energía total es enorme. Éste es el campo electromagnético del punto cero.
El vacío, como situación de vacuidad total, como espacio absolutamente vacío, no existe. Las leyes de la mecánica cuántica propugnan, más bien, la sede del campo del punto cero como estado donde se dan paradojas y posibilidades, como un mar encrespado de pares de partículas, de fluctuaciones de energía y de perturbaciones de fuerzas que aparecen y desaparecen. Este estado puede sustentar travesuras cuánticas, y a mí me parece que también sustentará verdadera magia tecnológica. Puede representar una fuente ilimitada de energía disponible en todas partes y quizá, incluso, una manera de modificar la gravedad y la inercia. El vacío cuántico, por tanto, no es en realidad tal vacío, pero yo seguiré designándolo por su nombre tradicional de vacío cuántico.
Pero, en realidad, el principio de incertidumbre de Heisenberg nos dice que debe existir energía lumínica en todo punto del universo. También nos dice que esa energía no puede desplazarse lo suficientemente lejos como para parecer luz Pero, en realidad, el principio de incertidumbre de Heisenberg nos dice que debe existir energía lumínica en todo punto del universo. También nos dice que esa energía no puede desplazarse lo suficientemente lejos como para parecer luz ordinaria. Así pues, tenemos luz (radiación electromagnética) que aparece de un salto pero que desaparece de nuevo al instante. A pesar de todo, el efecto total es que hay energía dando saltos por todas partes.
No cabe duda de que el principio de Heisenberg exige que todo el espacio debe estar lleno de energía del punto cero. Tampoco cabe dudar que muchos fenómenos se pueden explicar fácilmente por la presencia de energía del punto cero. Por eso tiene sentido tratar la energía del punto cero como si fuera real y concentrarse en sus efectos, en vez de perder el sueño sobre si la energía del punto cero es «verdadera de verdad» o sólo «verdadera virtualmente».
La fuerza de Casimir.
Una de las consecuencias del principio de Heisenberg es la fuerza de Casimir. Sabemos que es posible eliminar un poco del campo del punto cero, con su energía del punto cero, en la región situada entre dos placas de metal; con consecuencias claramente medibles. Si bien el poeta y naturalista romano Lucrecio comentó ya el fenómeno de la adherencia entre dos placas metálicas en su tratado De Re-rum Natura, escrito en el año 50 a.C., se tardó casi dos mil años en hacerse cargo de lo que significaba esto. En 1948, el físico holandés Hendrik Casimir explicó el fenómeno de manera teórica, demostrando que el campo electromagnético del punto cero puede producir este efecto. Esta fuerza entre placas metálicas, a la que se ha dado el nombre de fuerza de Casimir, tiene el efecto de una especie de presión de radiación.
La presión del aire a tres mil metros de altura viene a ser un 30 por 100 inferior a la presión al nivel del mar. Por tanto, si cerramos herméticamente un recipiente flexible a tres mil metros de altura, al volver al nivel del mar la presión dentro del recipiente será un 30 por 100 menor que la presión del aire exterior. Esta diferencia basta para aplastar bastante una botella de plástico, gracias al valor relativamente mayor de la presión del aire en el exterior del recipiente respecto de la presión interior.
La radiación electromagnética, incluida la luz, ejerce una presión semejante. La luz del sol, por ejemplo, empuja las colas de los cometas, que siempre apuntan en sentido opuesto al Sol respecto de la cabeza del cometa.
Si se juntan dos placas de material conductor, las leyes del electromagnetismo indican que toda onda electromagnética de amplitud mayor que la distancia entre las placas quedará suprimida, lo que quiere decir que quedará excluida de la región que se encuentra entre las placas. Este razonamiento se puede aplicar también al campo del punto cero. Las placas sufren, como la botella del ejemplo anterior, una fuerza dirigida hacia su interior, pues en longitudes de ondas largas no existe en el interior ninguna radiación del punto cero, mientras que por el exterior existe la cantidad habitual de esta radiación. Este desequilibrio produce la fuerza de Casimir.
En la actualidad, la fuerza de Casimir tiene sus consecuencias en la micro-tecnología, pues produce un fenómeno llamado esticción (del inglés stiction, palabra formada a su vez a partir de los términos sticking [« adherencia»] y friction [« fricción»]) y que se refiere a la molesta atracción entre componentes de escala muy pequeña.
Los conceptos de que el campo del punto cero puede ejercer una fuerza (la fuerza de Casimir); de que esta fuerza era como una presión de radiación, y de que puede producir una aceleración de partículas (del mismo modo que la presión de radiación de la luz solar desplaza las colas de los cometas). Fue entonces cuando empecé a pensar en la inercia.
La inercia (la resistencia a la aceleración) es una de las propiedades más fundamentales de la materia.
La cuestión a la que yo daba vueltas era la siguiente: ¿Es posible que la presión de radiación universal sea la causa de la inercia? Y dado que el campo del punto cero está presente en todas partes, todo el tiempo, ¿puede contribuir a explicar el carácter instantáneo de la inercia?
8. Adentrándonos en el vacío.
Rueda había demostrado la «ecuación del movimiento» fundamental de Newton (F = ma), lo que anunciaba un entendimiento radicalmente nuevo de una de las propiedades más fundamentales de la materia: la inercia.
La inercia.
La demostración de Rueda era radicalmente diferente. En su análisis, la masa se convierte, en la práctica, en una ilusión. La materia no se resiste a la aceleración porque esté dotada de una propiedad innata llamada masa, como postuló Newton, sino porque el campo del punto cero ejerce una fuerza siempre que se produce aceleración. Por decirlo en términos algo metafísicos, existe un mar de fondo de luz cuántica (el campo electromagnético del punto cero) que llena el universo, y esa luz genera una fuerza que se opone a la aceleración siempre que empujamos cualquier objeto material. El efecto de esta luz cuántica es lo que hace de la materia esa sustancia aparentemente sólida y estable de la que está compuesto nuestro mundo y nosotros mismos.
9. Siguiendo la luz.
La inercia es la propiedad de la materia que le aporta solidez; es lo que da sustancia a las cosas. La relación propuesta entre el campo del punto cero y la inercia sugiere, en la práctica, que el mundo sólido y estable de la materia está sustentado a cada instante por ese mar subyacente de luz cuántica.
En vez de un tiempo y un espacio llenos de un éter que sustenta ese epifenómeno que es la luz, la luz pasa a ser la cosa fundamental, cuya propagación determina el flujo del tiempo y la medida de la distancia. Casi podemos decir que la luz crea el espacio-tiempo. Yo propongo aquí que la luz, en forma de un campo electromagnético universal del punto cero, también crea y sustenta el mundo de la materia que llena el espacio-tiempo. Así pues, es posible que las palabras «sea la luz» expresen, al fin y al cabo, algo más que una mitología poética.
La Cábala.
Un día, mirando lo que había en los estantes, encontré por casualidad un libro titulado The Other Bible [La otra Biblia], que era una recopilación de escrituras antiguas que no habían llegado a formar parte de la Biblia tal como la conocemos hoy.
Cuando abrí el libro encontré un pasaje sorprendente de un texto llamado la Hagada, una colección de leyendas que pertenecen a la Cábala judía.
La Hagada afirma rotundamente, como para explicárselo con paciencia a los tontos que quizá no lo hayan entendido (entre los que nos contamos los astrofísicos, supongo): «La luz creada al principio mismo no es la misma luz que emiten el Sol, la Luna y las estrellas, que sólo apareció el cuarto día».
Y después añade: «Pero os voy a decir ahora que existe una luz diferente».
El pasaje prosigue: «La luz del primer día era de una especie que habría permitido al hombre ver el mundo de un extremo al otro de una sola mirada. Dios previó la maldad de las generaciones pecadoras del diluvio y de la torre de Babel, que eran indignas de gozar de la bendición de esa luz, y la ocultó; pero en el mundo venidero se aparecerá a los piadosos con toda su gloria primigenia».
Este pasaje es francamente asombroso. Alude, incluso, a una fuerza oculta que puede ser utilizable.
El Big Bang.
Supongamos a modo de hipótesis de trabajo que esa luz de que habla la Hagada se refiere a alguna realidad concreta relacionada con la creación del universo en el Big Bang. ¿Qué podría representar esto en términos científicos modernos? Una de las posibilidades es, claro está, que se refiera a la época del universo que siguió al Big Bang, dominada por las radiaciones.
Supongamos, también a modo de hipótesis de trabajo, que una referencia antigua en la que se habla de luz equivale a una referencia moderna a los campos electromagnéticos. Al fin y al cabo, la luz visible forma parte del espectro electromagnético, y la única diferencia entre las microondas, los infrarrojos, la luz visible, la luz ultravioleta, los rayos X y los rayos gamma es su longitud de onda, o energía equivalente. Todos ellos son formas de radiación electromagnética. De todos ellos se puede decir que son luz, en sentido genérico.
Pero si tomamos literalmente el pasaje de la Hagada, nos encontramos con una dificultad. No existe la posibilidad de «ver el mundo de un extremo al otro de una sola mirada», ni siquiera en principio, ya que la característica astrofísica principal de la época del universo dominada por las radiaciones es la opacidad; es decir, todo lo contrario de la visibilidad de un extremo al otro.
Esta contradicción entre las propiedades ópticas «reveladas» o espirituales del universo, y las calculadas o científicas, nos da a entender que no vamos por el buen camino.
Por otra parte, es posible que el texto aluda a una radiación lumínica universal completamente diferente, que no surja en el Sol, ni en la Luna, ni en las estrellas, sino más bien en el campo electromagnético del punto cero, que puede estar relacionado de manera fundamental con el origen de las propiedades de la materia. Es posible que aquí se encuentre una clave importante, una indicación sobre el proceso mismo de la creación.
10. Dios y la teoría de todo.
Mi teoría, en resumen, propone que consideremos las leyes de la física como manifestaciones de las ideas de Dios, no como límites del potencial creativo de Dios.
El Dios manifiesto.
Vamos a empezar examinando la visión de la creación que yo llamo «de arriba-abajo»; la creación según el Génesis, la Cábala y otros textos religiosos. Entender claramente esta visión tradicional nos servirá para estudiar después la visión de la creación «de abajo-arriba» que nos sugiere la hipótesis de la inercia por el campo del punto cero, una visión que resulta ser sorprendentemente similar a la anterior. Dicho de otro modo, y hablando de la creación, «de arriba-abajo» es la revelación; «de abajo-arriba» es la física ; pero se trata de una misma creación.
Utilizo deliberadamente el término «Dios manifiesto» para referirme a Dios creador. Las tradiciones esotéricas nos dicen que antes de ningún comienzo, y después de cualquier final, Dios no manifiesto simplemente es. ¡Y punto! No se puede decir nada más con certeza acerca de este Dios no manifiesto.
El Dios no manifiesto es menos que nada y, al mismo tiempo, más que todo. Es al mismo tiempo menor que cero y mayor que infinito. Sería erróneo aplicarle cualquier atributo, y también sería erróneo negarle cualquier atributo.
El Dios no manifiesto no es grande ni pequeño, y no existe en el espacio ni en el tiempo. Este Dios crea el espació y el tiempo y, por tanto, está más allá de ellos. Este Dios no sólo es inmortal sino que es infinito; es un Dios que está más allá de lo que pueden imaginar los seres humanos, cuyo reino es lo absoluto. En un estado de perfección infinita e inimaginable, por encima y más allá de todo espacio y de todo tiempo, Dios simplemente es.
Según las tradiciones esotéricas, en la Deidad no manifiesta surge el deseo de experimentarse a sí misma desde el punto de vista del «no Dios». Dicho de otro modo, Dios es potencial infinito. Pero no es lo mismo potencial (infinito o no infinito) que experiencia. Por eso, la Deidad desea hacer realidad su potencial y experimentarlo como realidad. Así, el Dios no manifiesto y transinfinito (mayor que todo y menor que nada) se transforma en Dios creador, en Dios manifiesto.
Cada universo consiste en un subconjunto de ideas que funcionan juntas, enriqueciendo así a Dios por una experiencia viviente del potencial infinito hecho manifiesto.
Soy consciente de la contradicción que se encierra aquí. ¿Cómo es posible enriquecer lo infinito? Deberemos considerar que éste es uno de los misterios de la creación. Al menos, es un misterio para mí.
Preguntando a Dios.
He aquí cómo describe «Él» esta dualidad manifiesta/no manifiesta:
Al principio, lo que Es [el Dios no manifiesto] es todo lo que era, y no había nada más. Pero Todo Lo Que Es no podía conocerse a Sí mismo, porque Todo Lo Que Es era todo lo que era, y no había nada más. Y, así, Todo Lo Que Es [ ] no era. Éste es el gran Es/No Es del que han hablado los místicos desde la más remota antigüedad.
En realidad, Todo Lo Que Es sabía que era todo lo que era; pero aquello no bastaba, pues sólo podía conocer su absoluta magnificencia por concepto, no por experiencia. Pero lo que anhelaba era la experiencia de Sí mismo, pues quería saber qué se sentía al ser tan magnífico. Pero aquello era imposible, pues el término mismo «magnífico» es de valor relativo. Todo Lo Que Es no podía saber lo que se sentía al ser magnífico mientras no apareciera lo que no es.
Así pues, Todo Lo Que Es se dividió a Sí mismo, convirtiéndose en un momento glorioso en lo que es esto y en lo que es aquello. Existieron por primera vez esto y aquello, distintos entre sí.
Así surgió de la Nada el Todo; se trata, por cierto, de un hecho espiritual que concuerda en todo con lo que vuestros científicos llaman la teoría del Big Bang.
Al producir el universo como versión dividida de Sí mismo, Dios produjo, a partir de la energía pura, todo lo que existe ahora, tanto lo visible como lo invisible. En otras palabras, no sólo se creó así el universo físico, sino también el universo metafísico.
Mi propósito divino al dividirme a Mí mismo fue crear las partes de Mí mismo suficientes para poder conocerme a Mí mismo por experiencia.
Eso es lo que quieren decir todas las religiones del mundo cuando dicen que fuisteis creados «a imagen y semejanza de Dios». Estamos compuestos de una misma sustancia.
Mi propósito al crearos a vosotros, mis hijos espirituales, fue conocerme a Mí mismo como Dios. No tengo más manera de hacerlo que a través de vosotros.
Dentro de este plan, vosotros entraríais como espíritus puros en el universo físico recién creado. Esto es así porque lo físico es la única manera de conocer por experiencia lo que se conoce por concepto. Éste es el motivo por el que creé en su momento el cosmos físico [ ].
Éste es mi plan para vosotros. Éste es mi ideal: realizarme a través de vosotros. Para que, de este modo, el concepto se convierta en experiencia; para que pueda conocer mi propio Ser por experiencia.
Ahora os explicaré el misterio último, vuestra relación verdadera y concreta conmigo. VOSOTROS SOIS MI CUERPO.
Si Dios es todo lo que existe, ¿dónde tiene lugar la creación? Y ¿cómo puede la Deidad experimentarse a sí mismo y a su creación externamente, ya que, por definición, no puede existir nada externo a ella?
Al parecer, la respuesta es que Dios crea una especie de vacío interior en el que tiene lugar la creación. Dentro de esta creación tiene lugar la experiencia por medio de seres creados que necesariamente no son otra cosa que chispas de la Deidad. Los seres que llenan esta creación no pueden ser otra cosa que Dios bajo una variedad infinita de atuendos y disfraces. Pero para que Dios experimente el juego de la creación, estos seres tienen que pensar que ellos no son Dios. Dicho de otro modo, la Deidad, bajo la forma de los seres creados por ella, debe olvidar su propia infinitud para cumplir su propósito divino de experimentar el potencial infinito hecho realidad. Y ¿quiénes son esas chispas de Dios tan olvidadizas? ¡Somos tú y yo, claro está! Junto con todo lo demás que existe, visible e invisible.
Vuelvo a citar conversaciones con Dios:
[ ] no puedes experimentarte a ti mismo como lo que eres mientras no te encuentres con lo que no eres. Este es el propósito de [ ] toda la vida física.
En cierto sentido, para poder ser, antes tienes que «no ser».
Naturalmente, no tienes ninguna manera de no ser lo que eres ni quien eres [ ] Por eso, hiciste lo mejor que tenías a tu alcance. Te hiciste olvidar Quién Eres En Realidad.
Al entrar el universo físico, abandonas tu recuerdo de ti mismo. Esto te permite elegir ser Quien Eres, en vez de limitarte a despertarte en el castillo, por así decirlo.
Eres, siempre has sido y siempre serás una parte divina del todo divino
El primer nivel de la creación es el pensamiento. El pensamiento es energía en su forma más pura —no sólo de manera metafórica, sino literal—, de una manera que todavía no entendemos científicamente. El universo existió en un principio como pensamiento divino puro.
«Ayin»
Si suponemos que las leyes físicas se corresponden con las ideas divinas, podemos definir las reglas del juego de la creación, pero no la creación misma. Las leyes físicas, las ideas divinas, deben actuar sobre algo para que puedan suceder cosas. ¿Podemos comprender de alguna manera la naturaleza de este proceso? La hipótesis de la inercia por el campo del punto cero puede aportarnos alguna indicación al respecto.
Por tanto, la luz se encuentra en el corazón mismo del proceso de la creación, según la Cábala. La pregunta del millón es la siguiente: «¿Tiene alguna relación esta luz con el campo electromagnético del punto cero?» Yo no estoy muy dispuesto a hacer equivalente ambas «luces», ya que sabemos muy poco del proceso de creación de arriba-abajo, y quizá no podamos llegar a saber de él más que un poco.
En nuestros tiempos existen muchos libros que proclaman alegremente: «Dios es el campo del punto cero». Pero esto no está justificado. Lo más que puedo proponer aquí es que, del mismo modo que la radiación de fondo de microondas es un tenue vestigio del Big Bang, es posible que el campo del punto cero sea un eco muy atenuado del ayin dentro de los confines de nuestro universo del espacio y el tiempo.
De hecho, la polaridad es la base misma de la creación. Sin ella no pueden existir cosas creadas. Dios absoluto debe crear un plano de polaridad para manifestarse.
La polaridad también es esencial para la creación de partículas en física. Un fotón con energía suficiente puede transformarse espontáneamente en dos partículas. Por ejemplo, por la aniquilación de un fotón de rayos gamma se crean un positrón y un electrón. Ya que dentro de nuestras leyes físicas la carga es una cantidad que se conserva, el fotón con carga cero debe crear partículas cargadas en parejas en las que el saldo total de carga sea nulo. Eso sucede con el electrón, de carga negativa, y el positrón, de carga positiva.
La naturaleza es capaz de crear cargas a partir de la energía pura sin carga, pero esto sólo puede suceder en un proceso polarizado por medio del cual las cargas opuestas se anulen entre sí. Lo mismo sucede con otras propiedades cuánticas. Lo que quiero dar a entender aquí, sencillamente, es que en física las propiedades de las partículas pueden surgir, aparentemente, de energía pura que al parecer no posee esas propiedades, con tal de que el saldo total de las propiedades creadas sea cero. Puede tratarse de la manifestación en el plano físico de alguna ley metafísica clave de la creación.
La teoría especial de la relatividad de Einstein nos dice que la propagación de la luz define las propiedades del espació y el tiempo. Yo propongo que la propagación de la luz puede crear, de hecho, el espacio y el tiempo. La hipótesis de la inercia por el campo del punto cero implica que la propiedad más fundamental de la materia —a saber: la masa— también es creada por la luz.
La creación como proceso atemporal.
Yo sugiero que el universo, en su evolución temporal plena, es la ideación simultánea de Dios. Propongo que la creación no es un acto que se realizó de una vez y se dio por terminado; la existencia presente y futura del universo tiene tanto de acto de creación como lo tuvo aquello que llamamos «el principio». La creación no sucedió; es. Propongo, además, que el flujo continuo de energía lumínica en forma del campo del punto cero del vacío cuántico (en cuyo marco de referencia tampoco existe extensión en el espacio ni en el tiempo) puede ser el mecanismo de esta creación continuada. Desde un punto de vista científico, la cuestión viene a ser la siguiente: ¿Es posible que las fluctuaciones cuánticas del campo del punto cero sean los agentes que hacen estable la materia y que hacen que sucedan cosas a nivel atómico?
¿Cómo es posible que alguien acepte un modelo que explique de manera materialista la realidad de sus propios pensamientos?
El origen del universo no es aleatorio, sino todo lo contrario. Nuestras vidas no carecen de sentido, sino todo lo contrario. No se trata de que la materia produzca una ilusión de consciencia, sino de que la consciencia produce una ilusión de materia. El universo físico y los seres que lo habitan son creación consciente de un Dios cuyo propósito es experimentar su propia magnificencia en la consciencia viva de su creación. Dios hace realidad su potencial infinito por medio de nuestra experiencia; Dios vive en el universo físico por medio de nosotros. Nuestra experiencia es su experiencia, porque en último extremo nosotros somos él; es decir, somos seres espirituales inmortales, progenie de Dios, que vivimos temporalmente en el plano de la materia. Quizá resulte audaz por mi parte exponer estas ideas con tanta franqueza, pero la verdad es que no habría tenido la temeridad de inventarme estas ideas por mi cuenta.
«¿Por qué han de tener los seres humanos la capacidad de descubrir y comprender los principios del funcionamiento del universo?», se pregunta el físico Paul Davies en su libro La mente de Dios. La respuesta, según la teoría de Dios, es sencilla. Si comprendemos las reglas es porque las inventamos nosotros ; no en el estado en que nos encontramos ahora mismo como seres humanos, naturalmente, sino cuando éramos literalmente unos con Dios, antes de que Dios decidiera convertirse temporalmente en nosotros.
11. Un universo con propósito.
Escribió y habló con elocuencia de esta cuestión, como por ejemplo en su conferencia Swarthmore de 1929, que se publicó con el título de Science and the Unseen World [La ciencia y el mundo invisible]:
El estudio del mundo científico no puede establecer la orientación de algo que está excluido del mundo científico. La respuesta científica es relevante en la medida en que atañe a las impresiones sensoriales que están entrelazadas con las agitaciones del espíritu y que constituyen, verdaderamente, una parte importante del contenido mental. En cuanto a todo lo demás, el espíritu humano debe dirigirse al mundo invisible al que pertenece él mismo.
Arthur Eddington escribe:
Algunos formularían la cuestión de la manera siguiente: «¿Es una realidad el mundo invisible que nos muestra la perspectiva mística?» Realidad es una de esas palabras indeterminadas que pueden conducirnos a debates filosóficos interminables e irrelevantes. Corremos menor peligro de confusión si formulamos la cuestión del modo siguiente: «Al aceptar la perspectiva mística, ¿estamos afrontando los hechos tangibles de la experiencia?» No cabe duda de que sí. Yo creo que los que no quieren reconocer nada que no sean las mediciones del mundo científico realizadas por nuestros órganos sensoriales están rehuyendo uno de los hechos más inmediatos de la experiencia, a saber: el de que la consciencia no es exclusivamente, ni siquiera principalmente, un instrumento para recibir impresiones sensoriales.
12. Últimos pensamientos.
No cabe duda de que al vivir como seres humanos en un mundo imperfecto conocemos una realidad que nos parece que tiene muy poco de divina. Pero es posible que en esto mismo se encierre la clave de todo. Dios, como Dios trascendente y omnipotente, tiene toda la perfección posible o que se puede imaginar. Pero la perfección sin experiencia es como una sinfonía que no llega a interpretarse nunca, como una ópera que no se estrena jamás.
La vida que conocemos es una exploración divina, en y por lo físico, del poder de la creatividad infinita. Y no es posible la experiencia sin imperfección. La imperfección es absolutamente necesaria para la experiencia. El problema con que se encuentra la humanidad hoy día es que el grado de imperfección ha llegado mucho más allá de una polaridad saludable. Esto se debe, sobre todo, a que ignoramos lo que somos de verdad (seres espirituales e inmortales) e ignoramos el propósito de la creación (la transformación del potencial infinito de Dios en experiencia real, por medio de nosotros y de todos los demás seres vivos). Al parecer, el hecho de que seamos inconscientes de nuestra participación en esta exploración constituye una parte necesaria de la experiencia de la creación.
Tenemos la posibilidad de dejar de lado los dogmas malsanos de la religión y del cientifismo. Podemos abrir la mente y ejercer la razón y la intuición, aproximadamente por igual, para descubrir lo que somos de verdad. Y así cambiaremos el mundo. «La ciencia sin religión está coja; la religión sin ciencia está ciega», escribió Einstein. Max Planck, uno de los fundadores de la mecánica cuántica, coincidía con ello. En El universo a la luz de la física moderna, escribió: «La física moderna nos hace ver de manera especial la realidad de la vieja doctrina que enseña que existen realidades aparte de nuestras percepciones sensoriales, y que existen problemas y conflictos donde estas realidades tienen mayor valor para nosotros que los tesoros más ricos del mundo de la experiencia».
En los laboratorios de física de nuestros tiempos reconocemos la relación enigmática, aunque incuestionable, entre la consciencia y el resultado de los experimentos cuanticos. A lo largo de la historia de la humanidad hemos reconocido que la suma total de las experiencias humanas directas no puede encerrarse dentro de los límites artificiales de las leyes físicas. Sencillamente, en la realidad hay algo más que la física, algo que parece que la mayoría de la humanidad conoce por intuición.
En el núcleo mismo de la física cuántica se encuentra el concepto de complementariedad, según el cual resulta imposible y contradictoria la medición simultánea de las propiedades de la materia como ondas y como partículas. Este dilema teórico queda resuelto por la seguridad de que ambas descripciones son correctas, pero al mismo tiempo incompletas. Yo propongo la existencia de un «principio de complementariedad» semejante, pero de nivel todavía superior, entre la realidad como experimento científico y la realidad como experiencia espiritual. Hoy día, sin embargo, en vez de buscar un principio metafísico de complementariedad en el que el experimento científico y la experiencia espiritual son percepciones distintas de una misma realidad, la ciencia aspira a someter el espíritu a la ciencia. Unas veces esto no va más allá de las frías explicaciones escépticas; otras veces se presenta con los suficientes adornos filosóficos como para parecer profundo. En cualesquiera de los dos casos, el resultado final es un intento de «explicar» la irrealidad de cualquier plano verdaderamente espiritual.
La ciencia está impulsada por un espíritu de pesquisa y de investigación y análisis metódicos. Es una empresa de investigación del mundo físico que ha tenido mucho éxito. Pero sería irracional y dogmático afirmar que la investigación del mundo físico descarta el examen de cualquier cosa espiritual. Sería contrario al espíritu científico de pesquisa rechazar unos indicios sólo porque todavía no es posible medirlos con instrumentos en un laboratorio. Ha llegado el momento de ir más allá de este modelo científico fundamentalista.
A mí me parece que la situación será radicalmente distinta en el futuro. No creo que este nuevo siglo esté dominado por una alta tecnología puramente inanimada. Opino que la exploración y el descubrimiento de los poderes trascendentales de nuestra propia consciencia creativa tendrán más importancia y mayor valor para la civilización. Más que un rumbo totalmente nuevo para la historia humana, se habrá cerrado en cierto modo un círculo. Puede que la ciencia llegue a tener una sustancia espiritual, así como la espiritualidad llegará a tener una sustancia científica, y la luz sería el vínculo fundamental entre una y otra. Ha llegado el momento de volver a integrar las dos.
El desafío para la ciencia moderna como institución consiste en mantener la fidelidad a su compromiso fundamental de examinar las pruebas. Los científicos deberán resistirse a la tentación de descartar con explicaciones fáciles pruebas tales como las experiencias próximas a la muerte, por el simple hecho de que éstas se opongan al modelo reduccionista establecido. La religión se encuentra ante un desafío análogo: el de sustituir los dogmas y las verdades reveladas por una búsqueda genuina y sin trabas de la verdad experimental. Paradójicamente, la religión puede llegar a llevarse a sí misma al paro técnico si consigue elevar a la humanidad a un nivel de consciencia en el que ya no sean precisos los intermediarios espirituales. A mí me parece que esto sería bueno, habida cuenta de los muchos factores que han influido sobre la religión organizada. Creo, por otra parte, que nunca dejaremos de practicar la ciencia bajo alguna de sus formas, a condición de que la ciencia sea capaz de evolucionar hasta llegar más allá de las limitaciones de su ideología reduccionista. AI fin y al cabo, la curiosidad es un rasgo esencial de la consciencia humana.
«¿Por qué han de tener los seres humanos la capacidad de descubrir y comprender los principios del funcionamiento del universo?», se pregunta el físico Paul Davies en su libro La mente de Dios. La respuesta, según la teoría de Dios, es sencilla. Si comprendemos las reglas es porque las inventamos nosotros ; no en el estado en que nos encontramos ahora mismo como seres humanos, naturalmente, sino cuando éramos literalmente unos con Dios, antes de que Dios decidiera convertirse temporalmente en nosotros.
Fin provisional en 2017
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Autor:
Cesar Humberto Valdez Chapa
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