- Introducción
- Relatos
- Influencias
- Un nuevo testamento
- Memoria, redes sociales y rumores
- Un gorila en la rural, Buenos Aires, 1978
- Del asombro al fiasco
- El Rey de la costa, Mar del Plata, 1979
- El misterioso destino de Kong
- Mudo, abandonado y esperando el remate
- El Dr. Kong
- Conclusión
Introducción**
Convengamos algo: hay seres humanos que son capaces de comprar cualquier cosa; incluso aquellas que no les redituarán, en principio, ningún beneficio económico. Basta que un objeto tenga cierto valor sentimental para transformarse en "objeto de deseo; arrastrando casi siempre una historia que lo vuelve especial y justificando así el gasto realizado.
Es que, más allá de sus características estéticas o el material con el que han sido hechos, hay cosas que anhelamos por el "currículum vitae" que los antecede o las relaciones que guardan con situaciones de nuestro pasado personal. Estamos, pues, en el ámbito de la más pura subjetividad. Lo que para nosotros tiene un valor difícil de fijar en pesos, para otros carece por completo del mismo. No dando un solo centavo por ellos.
¿Cuántas veces, en un "Mercado de Pulgas", hemos pagado un precio (exorbitante para los demás) por algo que nos retrotrae a la infancia, nos recuerda a un ser querido del pasado o sumerge en formas y diseños que creíamos olvidados desde hacía décadas? Si miro los estantes de mi biblioteca, diría que, en mi caso, más de una docena de veces.
Y allí están. Guardando polvo. Obviados la mayor parte del tiempo. Evitados por la vista de tanto verlos, pero siempre relevantes cuando los convocamos en alguna charla.
Cual tesoros inútiles de un botín anacrónico en extremo personal, nuestras adoradas "porquerías" nos acompañan en silencio, a sabiendas de que cobrarán mucho más valor una vez que se pierdan nuevamente. Porque, en definitiva, ese será (a la corta o a la larga) su próximo e inevitable destino.
Todo está condenado a perderse y ser olvidado. A quedar, por motivos extraños, acovachados en rincones que nunca más revisaremos. Y allí se pudrirán con lentitud. Se desmaterializarán sin que sepamos cómo; o pasarán a la próxima generación sin que ella le dé la importancia o valor que nosotros les atribuimos.
¿Dónde fueron a parar aquellos muchos juguetes de nuestra niñez?
Es lo que a veces me pregunto cuando recuerdo alguno de ellos. Ya no me queda ninguno. Las mudanzas y hermanos menores han sido sus crueles e impiadosos victimarios. ¿Dónde están? ¿Qué ha sido de ellos? ¿Desaparecieron ya por completo? ¿Se han degradado al punto de fundirse con la Tierra, perdiendo sus colores, formas y consistencias? ¿Queda algo de sus identidades o, como los huesos de un muerto, es ya imposible a simple vista detectarlas?
Es factible que nunca tengamos la respuesta. No somos optimistas al respecto. Lo más probable es que las cosas del pasado sólo perduren, idealizadas, en nuestra maleable memoria. A menos que, por algún fortuito motivo, reaparezcan tan inopinadamente como habían desaparecido.
De esto trata el presente artículo. De objetos queridos, de recuerdos, de lugares difíciles de identificar, de la mala memoria, del olvido y de las fantasías que éste promueve.
Volvemos, entonces, a la historia de uno de los muñecos perdidos más grandes que se hayan construido para un film en la década de 1970: King Kong, el Rey de la Isla de la Calavera, la Octava Maravilla del Mundo.[1]
Nunca imaginé que iba a pasarla tan bien investigando el paso de King Kong por Argentina y mucho menos terminar desentrañando un rumor que venía circulando en libros, páginas Web y artículos especializados en historia del cine, desde hace por lo menos treinta años.
Sólo era cuestión de dudar e indagar un poco. Meterse en los polvorientos diarios de la época, conservados en la Biblioteca Nacional, y ordenar cronológicamente ciertos hechos; al mismo tiempo que se desempolvaban los nombres y apellidos de antiguos protagonistas. Recién entonces, cruzando datos, comparando dichos, observando detenidamente fotografías antiguas, contrastando fechas y lugares, me fue posible armar un interesantísimo rompecabezas. Las redes sociales y la Internet aceleraron mucho el proceso. Me conectaron con personas que, en otro momento, hubiera sido casi imposible ubicar. Y así, con un poco de paciencia y tiempo, navegando por la Web teniendo previamente ciertos datos relevantes, fue posible descartar ideas instaladas (en las que yo mismo llegué a creer) y que, a la postre, terminaron siendo falsas.
La fuerza del rumor quedó en evidencia. Los hechos concretos derribaron los prejuicios que arrastrábamos y esclarecieron, de a poco, aquello que creíamos era cierto o más factible.
King Kong no murió en Argentina.
Tuvieron que pasar dos largo años para llegar a esta conclusión.
Estaba equivocado.
Las ideas previas acumuladas durante décadas y el deseo romántico de ver a un ícono del siglo XX pudrirse en un baldío de America del Sur, me inclinaron a sostener conclusiones que hoy ya no defiendo.
La lógica terminó imponiéndose y la realidad construida desde los papeles fue vencida. Pero para que todo esto ocurriera fue necesario prestarle atención a una simple noticia que venía a descalabrar una historia que acumulaba fuerza y adeptos desde mediados de 1979. En este caso concreto, todo se reinició con un diente.
El Diente de Kong.
BUENOS AIRES, MAYO DE 2015
PARTE 1
"Construyo una forma de universo: creo en ella,
y es el universo; el cual se desploma empero bajo
el asalto de otra certeza o de otra duda".
E. M. Cioran
Breviario de Podredumbre
Adiós a la Filosofía, Pág. 140
"La historia no es más que
una perpetua crisis,
una quiebra de la ingenuidad".
E. M. Cioran
Breviario de Podredumbre
Adiós a la Filosofía, Pág. 139
Cuando el gigantesco muñeco animatrónico de King Kong, diseñado y construido por Carlo Rambaldi, finalmente "desapareció" en el inverno de 1979 en Mar del Plata, nadie, durante un largo tiempo, se preguntó qué había pasado con él. Curiosamente, aquella estructura enorme de acero inoxidable, caucho, crines de caballos y plástico, con sus imponentes 17 metros de altura y 6,5 toneladas de peso, pareció desvanecerse sin dejar, aparentemente, ningún rastro.
La negra noche de la dictadura militar se había fagocitado al gorila más grande y más famoso de la historia del cine y, desde ese mismo momento, empezaron a circular conjeturas que pretendieron explicar el destino final de la bestia hollywoodense.
Como ya hemos dicho en un trabajo anterior, las últimas referencias fidedignas que tenemos del King Kong que protagonizó el film de 1976, se ubican en la costa atlántica.[2] Decenas de testigos (entre los que me incluyo) recordamos haberlo visto arrumbado en le predio del ex-estadio Bristol de la Avenida Luro al 3400 (entre Jujuy y España), deteriorándose a la intemperie, en aquel crudo otoño de fines de los "70.
Pero un buen día dejó de estar allí. Sus rastros se perdieron y, como suele suceder cada vez que la ignorancia genera espacios oscuros, historias de todo tipo coparon la escena, alimentando rumores que perduran hasta hoy. Muchos de ellos, llanamente delirantes. Como ese que nos dice que Kong había sido comprado por un farmacéutico que lo tenía sentado en la puerta de su negocio, en las cercanías del Asilo Unzué, promocionando la farmacia.[3]
Otros relatos lo ubicaron en la ya desaparecida Ciudad Deportiva de la Boca, o que fue adquirido por un circo de mala muerte y salió de gira por el interior de país. También se dijo que Kong se había deteriorado en la Ciudad de los Niños, en cercanías de La Plata o que había yacido, inerte y desarmado en un depósito del barrio de Villa Devoto, en Capital Federal.
Pero de todos estos relatos, de los que hasta hace poco no había de ninguna prueba cierta que los certificaran, hubo uno que terminó convirtiéndose en la "narración oficial", tal vez por ser el menos irracional y más convincente. Es el que cuenta que el enorme muñeco del film acabó siendo comido por las ratas y desguasado por los habitantes de una villa cercana a la penitenciaria de la localidad de Batán, a pocos kilómetros de Mar del Plata, tras haber sido desechado en ese lugar.
Estas historias circularon y crecieron con el paso de los años, inflando la leyenda que hacía referencia al trágico destino final del icónico monstruo.
Kong adquirió así el status de víctima. Era como si su karma en el film se replicara en la vida real. No había forma de que las cosas terminaran bien. Los finales felices le eran ajenos a este descomunal monarca. La Bella, que en la película vencía a la Bestia, era suplantada por la desidia, la conveniencia económica y el desinterés empresarial. El gran mono había desaparecido y nadie sabía a ciencia cierta a dónde había ido a parar.
Por mi parte, me incliné a creer en la hipótesis que Diego Curubeto diera en su maravilloso libro Cine Bizarro[4]y que Uriel Barros desarrollara con más detalles en un excelente artículo publicado por Internet, King Kong murió en Argentina.[5] De esta manera, influido por los textos mencionados (que fueran incluso retomados por trabajos escritos en Francia)[6], publiqué en 2013 King Kong en Mar del Plata. Un corto artículo en el pretendí resumir las diferentes versiones que existían sobre el destino del gorila, al tiempo de relacionarlo con el contexto político ideológico de aquellos días. Pero un hecho fortuito vino a poner en duda esa aparente certeza inicial.
Poco tiempo después de que mi artículo fuera publicado en Internet recibí un correo electrónico desde Montevideo, Uruguay, en el que alguien afirmaba haber visto al muñeco robótico de Kong en un playón del barrio de Devoto. Y no sólo eso. También sostenía tener pruebas materiales concretas de ello: un diente (más tarde se le sumaría una muela) del mismísimo gorila.
De esta forma, la anodina hipótesis que decía que Kong había terminado sus días en ese barrio de la Capital de la República (a la que, confieso, no le presté demasiada atención al principio), cobró una inesperada fuerza. Tanta que, por momentos, creí escuchar el temible rugido de la bestia cuando recorrí Devoto tras sus evanescentes huellas.
King Kong fue un típico producto de su tiempo. El resultado de una suma de acontecimientos históricos que, desde fines de la década de 1920, influyeron en el proceso creativo de dos productores de cine-documental (Merian C. Cooper y Ernest Shoedsack) y que permiten explicar, al mismo tiempo, el tremendo éxito que el desmesurado gorila tuvo en el imaginario de la época.
Kong nació en el seno de un capitalismo en crisis que lo recibió con los brazos abiertos y lo terminó convirtiendo en el "Rey" de todos los monstruos de Hollywood. Uno de los más perdurables, junto con Drácula, la criatura de Frankenstein, el Hombre-Lobo y la Momia. Todos personajes clásicos de los Estudios Universal, que vinieron al mundo en plena depresión económica. En un Estados Unidos que se hundía en la desesperación, el desempleo y el hambre. Kong emergió en un contexto en el que "el paro" y la falta de trabajo alcanzaba un 25 % y millares de personas hacían colas interminables por un plato de comida caliente en el corazón de Manhattan.
El descontrolado capitalismo de libre mercado y la especulación resultante le dieron vida. Y así como los demás monstruos nombrados encontraron sus nichos para prosperar en medio del drama, Kong, desde 1933, hizo lo propio contribuyendo a la necesaria evasión de una sociedad que colapsaba.[7]
Pero hubo otros ingredientes que lo fortalecieron y prepararon el éxito de este icónico mono del siglo XX.
La película surgió en un mundo darwiniano, imperialista, alimentada por una literatura de ficción en la que los "Mundos Perdidos", como el creado por Arthur Conan Doyle, estaban instalados en el imaginario desde 1912 (año de la primera edición de la novela del escritor inglés) y materializados en imágenes con el film The Lost World, estrenado en 1925.[8]
La misión civilizadora de Occidente, puesta en marcha en el último cuarto del siglo XIX, había calado hondo y muy pocos criticaban por entonces las prácticas colonialistas, que ponían a la cultura europea por encima de todas las demás. Fue así que un numeroso ejército de intelectuales, escritores, paleontólogos, antropólogos, biólogos e historiadores se lanzaron sobre el mundo descubriendo otras realidades sociales y naturales que, tras ser admiradas al principio, terminaron manipuladas, tergiversadas y destruidas por el ego europeísta.[9]
Los medios masivos de comunicación, en especial los diarios y revistas, fogonearon el proceso exploratorio y la vida cotidiana se vio impactada por nuevos descubrimientos que alteraron la realidad construida hasta entonces; y, al mismo tiempo, desdibujaron, en muchísimos casos, los límites que existían entre lo posible y lo imposible.[10]
El exotismo abrió las puertas de la imaginación y la fantasía se confundió con lo real, habilitando la certeza de que los monstruos podían, efectivamente, existir. Así, éstos saltaron de las páginas de la ficción a las selvas, islas, montañas y desiertos que restaban por conocerse y combatieron la imagen de un mundo que se desencantaba de a poco. El deseo de creerlo inacabado impulsaron las noticias sobre seres extraordinarios del pasado recorriendo comarcas poco transitadas. No es casual que de esa época daten las primeras referencias sobre el Yeti, el monstruo del Lago Ness, Pie Grande o nuestro sureño Nahuelito.[11] Todos ellos personajes surgidos del onírico universo de una nueva disciplina (nunca oficializada por la ciencia) que empezó a ser llamada criptozoología.[12]
La sumatoria de los procesos citados son claves para entender el éxito de King Kong y todos sus epígonos, a lo largo de los años "40, "50 y "60.
Pero tuvimos que esperar a otra crisis, esta vez energética y petrolera, para que el Rey de la Isla de la Calavera volviera a irrumpir en la pantalla grande, esta vez sostenido por los increíbles avances mecánicos de la época.
En 1976, el productor italo-americano Dino de Laurentis resucitó a la bestia. En esa ocasión, Kong ya no era una figura articulada de 45 centímetros de altura y cubierta con pelo de conejo. Fascinado por el gigantismo, otra manera de exhibir la otredad[13]de Laurentis invirtió cerca de tres millones de dólares en construir dos enormes brazos mecánicos y un muñeco animatrónico (robot) de 17 metros de alto y 6,5 toneladas de peso.
El mundo entero quedó impactado.
Kong regresaba más grande que nunca. Ahora sí era posible experimentar en carne propia el pánico que sintiera la protagonista del primer film del "33 ante semejante monstruosidad.
Lo que nadie imaginó por entonces fue que, a sólo tres años del estreno del film (1979), esa maravilla tecnológica terminaría recorriendo exóticos rincones de América del Sur y, por un buen tiempo, "desapareciendo" casi por completo.
Paradójicamente, al gorila más exótico de Hollywood se lo creyó fagocitado por un mundo que las sociedades desarrolladas consideraron, y siguen considerando (no sin cierto racismo), exótico.
Daniel Venneri es argentino. Tiene a la fecha 48 años de edad. Casado, con hijos y vive en Montevideo, Uruguay, desde hace años. Me comuniqué con él, vía Internet, poco después de haber publicado mi artículo, "King Kong en Mar del Plata". El motivo lo ameritaba: Venneri ofrecía a la venta un diente del famoso gorila construido por Dino de Laurentis en 1976.
Al menos era lo que él decía en un foro de cine de la Web.[14]
Admito que me anoticié de ese hecho un día antes de terminar mi escrito. Cualquiera que lo lea advertirá que la última cita a pie de página hace referencia a los dichos de Venneri (sin nombrarlo). Pero no le di demasiada atención. Dejé consignada la noticia y por espacio de unos meses, problemas personales y otras inquietudes, me sacaron del tema por espacio de casi un año y medio. Pero la cuestión del diente se me quedó clavada como una espina en la cabeza. Atizaba mi curiosidad. Algo no me terminaba de cerrar, especialmente desde que, en marzo de 2013, Venneri me mandó, por correo electrónico, una foto en la que se podía ver claramente un enorme incisivo, aparentemente de plástico duro, gastado y con una enorme caries que ocupaba casi toda su cara interna. Pero lo más interesante era la historia que me adjuntaba con la foto. Un historia que se fue ampliando, mail a mail, y en la que numerosos datos, muy concretos, terminaron despejando mis lógicas dudas iniciales. Por primera vez en 36 años, un "fósil" del Rey Kong surgía de la nada y alteraba el tablero que veníamos construyendo.
La hipótesis de que había terminado en un depósito del barrio de Devoto empezaba a tomar una forma inusitada.
"El muñeco estuvo guardado en una empresa de camiones. No me acuerdo si era en la calle Habana y Campana o calle Pareja y Campana, en Villa Devoto Es que yo en ese momento tenía sólo unos 10 años. Lo único que recuerdo es que lo habían traído de Mar del Plata y luego lo llevarían a Brasil."
"Me acuerdo que con mis amigos caminábamos entre medio de los caños de la estructura y así llegamos hasta la cabeza, donde encontramos los dientes. En su momento teníamos varios de ellos. De hecho, todavía tengo que buscar en mi casa de Buenos Aires ya que, creo, debe estar también una muela y pedazos de la goma que lo recubría, con pelos de caballo pegados. Esos son los recuerdos que me quedaron hasta ahora."[15]
Casi dos años después, en un nuevo contacto, Venneri volvió a escribirme a instancias de una serie de preguntas que le hice.
"La última vez que estuve en Buenos Aires encontré, en casa de mi hermana y no en la de mi madre, la muela de Kong [véase foto] y averiguando entre gente conocida y parientes me dijeron que la empresa de transporte que lo llevó al sitio donde lo vi se llamaba Rivas. Pero tampoco se acuerdan con exactitud en dónde estaba ubicada; si en la calle Habana, entre Cuenca y Campana, o la calle Pareja, entre Cuenca y Campana. Pero me dieron la seguridad de que en una de ellas era seguro."[16]
Con esa información en mi poder me dirigí a Devoto. Recorrí el barrio. Transité por las calles indicadas. Saqué fotos. Observé con detalle toda la edificación y por la noche le remití a Daniel las fotografías tomadas.
"No reconozco mucho los lugares. Ha pasado mucho tiempo, pero estoy seguro que si me paro en la plaza de la calle Holguera y Habana y camino por Habana (o Pareja), no eran más de tres cuadras, lado derecho, a unos 30 metros de la esquina."[17]
"Te puedo decir, casi seguro, que era invierno porque recuerdo meternos debajo de aquella lona verde que lo cubría [a Kong] para protegernos del frío. Ese debe ser uno de los motivos por el cual mucha gente ni se enteró de que Kong estaba en ese lugar."[18]
"Tengo el recuerdo de estar jugando en la plaza y alguien fue a decir que estaba Kong en ese lugar. Salimos todos corriendo para verlo. Era un playón abierto, pero no recuerdo ver a nadie vigilando.
"Era un lugar abierto y no recuerdo ver galpón alguno. Sólo un gran playón. Lo que si recuerdo es que King Kong estaba dividido en tres semirremolques. Nosotros pudimos subir sólo al que estaba la cabeza. Lo que si estoy seguro es que no había guardia de seguridad porque es esa época, veías un uniforme de lo que fuese y te quedabas quietito, quietito.
"El remolque estaba a un paso de la vereda. Creo recordar que la cabeza estaba con parte de su tronco. No había muros, ni rejas y accedimos por un pedazo de lona que estaba levantado. Al gorila se lo veía medio roto y la goma estaba medio podrida. Eso lo recuerdo porque tenía en mi poder un pedazo, que luego tiramos. También teníamos pelos, que también tiramos en esos años."[19]
"Los dientes fueron arrancados. Recuerdo que había alguien que los iba pasando, porque había que trepar unos caños de metal y estaba bastante oscuro."[20]
"Además, te cuento que mi cuñado estuvo por acá [Uruguay] y me dijo que le parece que el lugar donde estuvo depositado puede ser por la calle Pareja, entre Cuenca y Campana. Que en ese sitio hubo después una cancha de paddle y después una de fútbol y que hoy en día hay un edificio enorme y moderno que da por las dos las calles (por Pareja y por Habana).[21]
Había muchos datos que verificar y me puse en camino.
Memoria, redes sociales y rumores
La historia, como oficio o disciplina pautada por normas y métodos de investigación, mantiene con la memoria una relación muy particular. Ambas esferas son diferentes, pero no hay duda de que se encuentran entrelazadas y que, a la postre, persiguen un mismo y único objetivo: la reconstrucción del pasado humano.
Claro que la historia nace de la memoria, pero ésta no es su principal objeto de estudio. Podríamos considerarla, sí, una matriz importante a la hora de entender y explicar lo que pasó, pero al momento de transformala en relato siempre hay que tener en cuenta una premisa: que las cosas son como son y como se las recuerda. De ahí que siempre sea necesario confirmar los dichos con otros datos, sean estos escritos, orales o materiales.
Todos somos concientes de que la memoria se desgasta con el tiempo y se ve alterada por conocimientos y datos que se adquieren a posteriori. Los recuerdos se modifican. Se reeditan constantemente y los sentimientos actuales suelen trasladarse al pasado, dándole a ese recuerdo una importancia que, al principio, no le dimos. Incluso, un mismo acontecimiento puede ser rememorado de diferente manera en distintas épocas de la vida.
No somos testigos confiables. La memoria es subjetiva, por más que esté sustentada en la "experiencia vivida". Es frágil, volátil y efímera. Generalmente tiende a reconstruir el mundo sin referencias. Es poco cuidadosa del contexto y quien recuerda (testigo) suele no requerir de pruebas por un sencillo motivo: cree estar seguro de "su verdad". Y he aquí donde está la gran diferencia con el historiador: a éste último no le basta el dato singular. Pretende reconstruir el contexto completo en el que ese dato fue brindado, a sabiendas de que la memoria en algo que se puede estetizar, actualizar e, incluso, vender.[22]
En principio, el testimonio de Venneri resultaba insuficiente; pero presentaba muchos senderos para seguir. Había que contrastarlo con otras pruebas y datos. Y fue lo que me propuse investigar con mayor detenimiento que antes.
Todos sabemos que el dominio del fuego resultó ser un paso muy importante en la historia de la humanidad; y aún cuando no queda del todo claro cómo lo conseguimos, las consecuencias derivadas resultan sí evidentes y lógicas. Controlando el fuego, nuestra especie (que demás está decir es la única que lo hace), no sólo pudo cocinar sus alimentos, darse calor, ahuyentar con éxito a los depredadores más peligrosos, sino también combatir por primera vez a la principal fuente de nuestros miedos: la oscuridad.
Pero los temores del hombre no murieron con la domesticación de las llamas. El calor y la luz le quitaron horas al sueño y permitió que nuestra especie se congregara alrededor de una fogata, generando otros nuevos, salidos de las fantasías que se derivaron de una de las actividades que mejor nos define como humanos: la de contar historias.
Hoy como ayer, seguimos haciéndolo, pero de un modo diferente.
El moderno fogón que todas las noches nuclea (y paradójicamente aísla al mismo tiempo) a millones de personas se llama Internet. Es un calentador electrónico. No produce brasas, pero estimula la imaginación, tanto o más, que las viejas reuniones en torno al fuego. La Web está en deuda con las llamas y el chisporroteo de los leños encendidos, constituyéndose en la principal usina de las denominadas leyendas urbanas.[23] Y el muñeco de King Kong no ha quedado al margen de este influjo poderoso.
La media docena de de historias que circulan respecto del destino que siguió, después de haber sido exhibido en Mar del Plata en febrero de 1979, son una excelente prueba de ello.
Todos y cada uno de esos relatos deberían ser releídos teniendo en cuenta lo antedicho, ya que el rumor y la fantasía parecen ser los cimientos sobre los que se construyeron muchos de ellos.[24] Tal vez, la mayoría.
Por ese motivo creí conveniente consultar directamente los periódicos de la época y tratar de rearmar todo a partir de las noticias publicadas en el diario La Capital de Mar del Plata. Supuse que un fenómeno como el de King Kong no podía quedar al margen del interés público de entonces. Regresé a 1979 con el sólo fin de reconstruir con detalles aquello lo que los meros testimonios no reconstruyen: el contexto.
Fue así que un dato me llevó a otro, ése a un tercero y así sucesivamente; hasta reconocer que muchas de las cosas dichas y repetidas en numerosos artículos (incluida mi primera síntesis) se habían quedado a mitad de camino y que King Kong siempre estuvo lejos de ese "mítico" basural de Batán del que hablaba el rumor.
Venneri y su diente habían abierto una senda nueva, llena de preguntas por responder
Un gorila en la rural, Buenos Aires, 1978
Aquel sábado 19 de agosto de 1978 más de un lector del diario La Nación debió detenerse sorprendido en la página 2. Con seguridad no fueron los preparativos para la elección del nuevo Papa la causa del asombro[25]o que Pinochet pidiera la unidad de los chilenos. Es que, con grandes letras de molde y una fotografía blanco y negro que ocupaba más de la mitad de la carilla, el matutino porteño anunciaba la próxima llegada a Buenos Aires del mono más famoso y enorme de Hollywood.[26]
No había indicación expresa del día de su llegada, pero lo que sí se resaltó fue la fuerza bruta que definía a Kong, y a la que la dictadura de entonces era tan afecta. Asimismo, la publicidad anunciaba que la Sociedad Rural Argentina (SRA) se convertiría en la anfitriona del monstruo y que el gigantesco gorila compartiría el mismo espacio con las vacas más gordas, acicaladas y premiadas del país.
No debieron faltar aquellos que se enorgullecieron por el hecho. Que un representante tan importante del desarrollo se dignara en bajar al sur del continente era una prueba más de que el mundo tenía puesto los ojos en un país que, desde junio de ese año, era campeón mundial de fútbol. La dictadura militar pasaba un buen momento y había que prolongarlo lo más posible. Por eso muchos no vacilaron, pasado cierto tiempo, en considerar a Kong como un colaboracionista del circo mediático desplegado por el gobierno de facto.
Un monstruo para tapar a otros monstruos.
En días sucesivos, el anunció de la "actuación en vivo" de Kong se repitió, destacando lo que más llamaba la atención del animatronic (robot): su tamaño.[27] La "Octava Maravilla del Mundo" competía, superándolo, al propio Obelisco de la Avenida Corrientes. Hecho que en realidad no era cierto, pero que servía de publicidad, augurando un éxito comercial más que seguro.
Fue así que, el domingo 20 de agosto de 1978, la revista dominical de La Nación le dedicó una extensa nota al tema. Por primera vez los argentinos se desayunaban de qué iba la cosa.[28] Cuatro páginas (dos a todo color del mono y sus partes), bajo el título "King Kong en Palermo", informaban que el protagonista del film producido por Dino de Laurentis llegaba por fin a Buenos Aires.
No dudaron en calificarlo como "una verdadera obra maestra de la cibernética"[29], destacando su altura, su peso y esfuerzo requerido en la construcción. Evidentemente no era nada sencillo movilizarlo, lo que sugería la importante inversión y apuesta por el país que los empresarios encargados de traerlo habían hecho.
"El viaje de King Kong a la Argentina fue tan complicado como su construcción, ya que se debió embalar por partes. Para trasladarlo debió cortarse el San Diego Freeway que une Los Ángeles con Long Beach, y una custodia policial que se encargó de evitar la congestión del tráfico. Por último se lo embarcó en el buque Jujuy II de ELMA en 18 cajones de dimensiones gigantescas."[30]
Decían que Kong venía a resucitar en los adultos el perdido espíritu infantil y su capacidad de asombro. Para ello, la "precisión espeluznante" que le daba la computadora con la que se lo manejaba, también se convertía en estrella de aquella "verdadera maravilla técnica".[31]
"En esta década, ¿a quién le interesa la historia de amor de Kong? Lo que interesa es saber cómo se erigió esa interminable torre de 17 metros de alto y de 6,5 toneladas de peso. Se tardaron 6 meses en construirlo en el estudio número 17 de la Metro G. Mayer y se invirtieron 1.700.000 millones de dólares."[32]
Más allá de las exageraciones expuestas en el artículo (que, como veremos más adelante, no se condecían con la realidad) el arribo de Kong a estas dilatadas pampas despertó una enorme curiosidad; alimentada por periódicos como La Nación en numerosas notas sucesivas.
El domingo 3 de setiembre de 1978 publicaba en la Sección Espectáculos: "El gigantesco King Kong viaja hacia Buenos Aires".
"Montevideo, 2 (EFE)- Se encuentra en el puerto de Montevideo el barco argentino Jujuy II que lleva en sus bodegas nada menos que a King Kong, el gigante que recientemente sembrara el terror desde la pantalla cinematográfica, en la versión de Dino de Laurentis. El monstruo, en cuya construcción se invirtieron 700.000 (sic) dólares, se encuentra de paso en Montevideo, en escala de su viaje desde Norteamérica, hasta este fin de semana. El capitán del Jujuy II informó que a principios de la próxima semana King Kong arribará a Buenos Aires, donde será expuesto en la rural de Palermo. Si bien la llegada del buque está prevista para los primeros días de la semana, el desembarco de King Kong no se producirá hasta el jueves, ya que se encuentra almacenado en el fondo de las bodegas, expuso el capitán de la nave."[33]
Finalmente, tal como lo prometiera el responsable del carguero de ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argentinas), el gorila desembarcó el jueves 7 de setiembre de 1978.
En esa ocasión, La Nación repetía gran parte de los datos que consignara en notas anteriores, pero señalaba algo que se desconocía hasta ese momento y que, a futuro, tendría mucha importancia en la investigación que nos convoca:
"Luego de su actuación en Buenos Aires, este fenómeno de la técnica será trasladado a Mar del Plata, y luego continuará viaje a Venezuela y México, y regresará a Los Ángeles donde deberá estar a fines del año próximo, para filmar una segunda versión de King Kong."[34]
Como si todo eso fuera poco, no tardaron en sumarse a la comparsa los "famosos" locales. La conductora de televisión Pinky fue nombrada "madrina" del gran gorila (me pregunto por quién); siendo la primer persona del país que "( ) tendrá literalmente entre manos al monstruo mecánico".[35]
Tras dos días de preparativos, el 9 de setiembre de 1978, los bultos que contenían las diferentes partes de Kong fueron transportados, por la mañana, desde el puerto a la sede de la Sociedad Rural.[36]
Aquel sábado debió ser un tanto particular para los transeúntes y automovilistas de la Avenida Santa Fe ya que, con autorización del gobierno militar de la ciudad, la célebre arteria porteña debió cambiar de mano para agilizar el traslado del "Rey", desde la dársena C de Puerto Nuevo hasta la zona de Plaza Italia. Todavía iba mutilado en partes. Por eso se requirieron los servicios de una empresa de transporte que puso a disposición del muñecote 18 remolques que, en fila india, recorrieron la avenida hasta la intersección con Callao, que fue donde la "madrina" (Pinky) lo esperaba, con mucha más ansiedad que el personaje encarnado por Jessica Lange en el film. Llegado al punto convenido, la conductora se subió a uno de los remolques y acompañó a su "ahijado" hasta el aristocrático predio que lo aguardaba.[37]
Los porteños debieron esperar 14 días para el estreno del show. Dos semanas en las que los periódicos, la radio y la televisión alimentaron con publicidad las ansias de muchos; y que, al fin de cuentas, resultaron siendo decepcionadas por el nivel del espectáculo y del gorila.[38]
Finalmente, el 23 de setiembre de 1978, la Rural abrió sus puertas a las 14 horas para la primera función de las muchas que se llevaron a cabo a lo largo de los siguientes cuatro meses (sólo los días sábados y domingo).[39]
Aquella tercera primavera de la dictadura podía ya exhibir a su gorila más grande del mundo.
Más allá de las metáforas y licencias poéticas en las que cayeron los medios de comunicación, persiguiendo, claro está, un fin publicitario, el King Kong construido para el film de 1976 nunca fue un mono de verdad. Era una animatronic. Un robot que pretendía simular a un gorila real. Un muñecote inmenso, hecho de cables, acero y caucho, que buscó jugar un rato con nuestra capacidad de asombro, alimentando (no sin cierto aire de superioridad antropocéntrica) la dicotomía, siempre presente, entre Naturaleza y Cultura.
Hacia fines de los "70, Carlo Rambaldi (1925-2012) era el maestro y gurú del oficio. Constructor del tiburón de Spielberg (Jaws, 1975) y de los alienígenas que el mismo director utilizara en Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (1977) y más tarde ET (1982), Rambaldi fue también el responsable de otro animal desproporcionado, no tan famoso como los anteriores y protagonista del film Búfalo Blanco (1977), en el que un Charles Bronson ya entrado en años se enfrentaba a un búfalo albino de dimensiones ciclópeas en el Lejano Oeste norteamericano. Un especie de King Kong de cuatro patas y cuernos que pasó por el cine sin pena ni gloria.[40]
Del mismo modo en que hoy nos sorprendemos con la animación virtual (el King Kong del 2005, dirigido por Peter Jackson, es un buen ejemplo de ello), en los años "70 Hollywood nos impresionaba con sus enormes títeres robotizados. Incluso la empresa Disney aportó lo suyo desplegando dinosaurios del mismo tipo en su parque de atracciones de Miami, destino que se terminó convirtiendo en la Meca cultural de la leudante, pro-yanqui y mediocre burguesía vernácula de la "plata dulce".
Pero las cosas casi nunca son como los medios dicen que son. Y King Kong no resultó ser la excepción a la regla.
Convengamos que con el gorila–robot se buscó siempre hacer dinero. La industria del cine, como es lógico dentro del esquema capitalista que le dio origen, siempre persiguió el negocio; especialmente con los filmes que hoy denominamos "pochocleros" y que son los que concentran el mayor número de avances tecnológicos y efectos especiales. Por tanto, reembolsar lo invertido con rapidez y obtener beneficios aprovechando el viento de cola que le da la publicidad, son objetivos comunes en este tipo de emprendimientos, sin que entren necesariamente en contradicción con la calidad artística de los mismos.
Todos los inversores pretenden su tajada y para ello promocionan, exageran, engrandecen, el producto que ofrecen al consumo masivo. Es lo que hicieron con el muñeco de Kong, cuando lo sacaron de gira por el mundo.
Prodigio tecnológico. Obra maestra de la cibernética. Fenómeno de la técnica. Maravilla electrónica de espeluznante precisión.
De esta manera fue presentado el enorme gorila al arribar a la Argentina.
"( ) Se maravillarán con la naturalidad de ese enorme títere ( )", escribía Hugo Beccacece en La Nación el 21 de agosto de 1978. "Puede pestañear, abrir la boca, gesticular y mover las orejas. Además en las escenas de terror, sus fosas nasales se dilatan", agregaba en el artículo, al tiempo que ilustraba esas palabras con una fotografía para nada sincera.
Es que el Kong que se mostraba en la toma no era el animatronic de 17 metros. Ni tampoco era aquel muñeco que aparecía en la primera publicidad del mes de agosto del ´78.
Nos mentían. No nos estaban diciendo toda la verdad. Porque detrás de esas imágenes realistas, de un Kong que gesticulaba semejando un gorila real, había un actor. No un robot. Un tipo disfrazado de mono (muy bien disfrazado, por cierto) que terminó siendo el principal protagonista del film.
Se llamaba Rick Baker y era un especialista en efectos especiales y maquillaje. Él fue Kong en la película de Dino de Laurentis. Él fue quien aparecía en las publicidades mencionadas.
El robot sólo tuvo escasos 30 segundos de fama en todo el film. Los más grotescos.
"El robot King Kong fue la campaña publicitaria más grande, más audaz, atrevida y sinuosamente engañosa jamás creada para vender una película. ( ) Pero de Laurentis sabía que nadie lo tomaría en serio si hubieran sabido que sólo estaba usando un hombre con un traje de mono."[41]
El tiempo demostró cuanta razón tenía, ya que los críticos se burlaron sin cesar por el uso del traje. Pero eso ocurrió muchos meses después. Como muy bien lo señala el artículo Robot Kong!, "Los críticos en 1976 no se dieron cuenta de la diferencia en absoluto".
Los que sí se dieron cuenta fueron todos aquellos ingenuos que acudieron a la Rural de Palermo a ver el espectáculo. Un show circense que resultó ser caro, mediocre y muy corto. Kong, después de un despliegue de payasos, malabaristas y un locutor que se la pasaba anunciando lo que iba a suceder, sólo aparecía 15 minutos. Un verdadero fiasco.[42]
Aún así, los empresarios responsables consiguieron mantener el circo hasta el mes de enero de 1979, fecha en la que el ya desprestigiado Rey Kong empezó a preparar sus valijas para pasar el verano en la costa atlántica.
PARTE 2
"-¿Qué sucedió con el cuerpo de Kong?
-Estaba allí, y entonces apareció una
cuadrilla de hombres y se lo llevó, y nadie
sabe con seguridad adónde fue a parar."
Brad Strickland y John Michlig
King Kong. Rey de la Isla de la Calavera
Booket, Bs As, 2005, Pág. 140
"No es fácil destruir un ídolo:
requiere tanto tiempo como el
que se precisa para promoverlo
y adorarlo."
E. M. Cioran
Breviario de Podredumbre
Adiós a la Filosofía, Pág. 14
El Rey de la costa, Mar del Plata, 1979
Pensaron que arrasaría con todo. Que con ser grande bastaba. Creyeron que sus credenciales hollywoodenses eran suficientes y que con la fama ganada desde 1933 destronaría a todos los demás espectáculos de aquel verano de 1979.
Mar del Plata estaba orgullosa de recibirlo. Se ufanaba de ello. Una pequeña porción del mundo desarrollado asentaba sus reales en la Avenida Luro, tal vez la más marplatense de las avenidas.
Lo habían traído desde la rural porteña. Resumía todo el cine internacional. Era la estrella que opacaría a todas las demás. El as en la manga que los empresarios sacaban un tanto tarde, en febrero, a un mes de iniciada ya la temporada estival; pero un as especial, insuperable. El as de ases. El arma secreta de destrucción masiva que todos hubieran deseado tener.
En principio era imbatible.
¿Quién podría vencerlo, si él había sido capaz de derrotar a tiranosaurios y pterodáctilos, casi sin despeinarse?
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