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Evolución de la historiografía en el Uruguay (1840 al 2016)


  1. Las primeras aproximaciones (1840-1860) y la influencia de la historiografía argentina (1860-1880)
  2. La primera generación universitaria montevideana (1860-1900)
  3. La historiografía nacionalista
  4. La historia prohibida: Francisco Berra
  5. Los centenarios
  6. De la crisis de 1929 a la década de 1960
  7. La historiografía revisionista
  8. La dictadura militar (1973-1985)
  9. El retorno a la democracia y la situación actual (1985-2008)

Las primeras aproximaciones (1840-1860) y la influencia de la historiografía argentina (1860-1880)

Solo después de la independencia formal y de derecho del Uruguay en 1830 comenzó la tarea de los primeros historiadores de escribir sobre el pasado del país. En esas primeras aproximaciones, que generalmente no exceden en su tratamiento el periodo anterior a 1810, o en algunos casos como los de los memorialistas la propia época de la jura de la primera Constitución, se destacan las obras de Juan Manuel de la Sota, Teodoro Vilardebó, Isidoro de María y Antonio Díaz, las que oscilan entre los recuerdos juveniles (Isidoro de Maria), las memorias (Antonio Díaz), la evaluación del periodo colonial (De La Sota) o algunos ensayos sobre temas o personajes muy específicos (Vilardebó).

Fue sin embargo mucho más importante en el periodo la influencia de la obra de varios políticos y hombres de estado, a la vez que historiadores, que actuaron en la Argentina y también en nuestro país en aquel periodo y aun posteriores. La obra de los argentinos Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Vicente Fidel López fue ampliamente importante tanto en el terreno político como intelectual en aquellos países que comenzaban no solamente su proceso histórico como tales sino que a su vez construían sus estructuras estatales y el relato de su pasado, por entonces no muy amplio.

Mitre, como presidente de la Argentina entre 1862 y 1868, Sarmiento como su sucesor de 1868 a 1874, y López, como jurista, fueron partícipes directos de la construcción de un país que irradió e irradia culturalmente sobre el nuestro, inevitablemente, y desde cuyo inicio, en la Revolución de mayo de 1810, fue dirigido en el sentido que le imprimió aquella oligarquía rebelde que termino con la dominación española en el Plata. Aquellos hombres, que entendían que el progreso ideológico, cultural, económico y social de estas naciones dependía de la adopción de modelos europeos que consideraban inevitables además de la suma de la excelencia, veían que la herencia española en la región lo constituía la barbarie del gaucho y del caudillismo, al que satanizaron en su historiografía, además de atacarlos en su actuación política.

Esas oligarquías portuarias, que por tales estaban abiertas a la importación ideológica desde los grandes centros de irradiación de los grandes parámetros políticos, sociales, psicológicos, como Europa y en menor medida al principio aunque luego en forma creciente los Estados Unidos, entendían a estos países como unidades que debían ser manejadas desde las ciudades puerto dominantes que impondrían al resto del país rebelde los caminos del progreso político y social. Las guerras civiles que vivió el Río de la Plata por un periodo de al menos 50 años estaban llegando a su fin en la época, con la conquista del campo por la ciudad, no solo militar, sino tecnológica (ferrocarril, telégrafo) y cultural (sistema escolar, etc.). Los actuales estados nacionales adquirían sus fronteras definitivas con las guerras y todos quedaban integrados en el mismo marco semi colonial de relación económica con el Imperio Británico y Europa en general, en el mismo marco cultural de marcada influencia francesa, dentro de un concepto de liberalismo político que restringiría el derecho al voto solamente a las elites cultas hasta entrado el siglo XX. Este era el marco de progreso deseado, y todo aquello que se oponía a ello fue calificado de barbarie, según el famoso antagonismo que formulara Sarmiento (civilización y barbarie) ya a mediados de la década de 1840.

En consecuencia, este proyecto liberal, portuario y europeizante que encontrará sus correspondencias políticas en partidos como el Unitario en la Argentina y el Colorado en nuestro país (ambos partidos de la capital y del puerto), como asimismo en las elites brasileñas, crearan tras los tres grandes puertos del Atlántico, Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro, con las salvedades y distancias entre cada uno, tres países del mismo cuño: la Argentina, el Uruguay y el Brasil.

La historiografía unitaria argentina caracterizará a la Revolución de Mayo como el inicio no solo de la independencia sino del progreso político, material y hasta mental de estos países. Las tendencias unitarias y liberales representaran la continuidad de aquel proyecto (después de todo, el único realmente sólido que hubo en estas tierras, cueste o no aceptarlo). La disgregación del poder por el caudillismo, la ideología federal (real o supuesta) y el gaucho, con su cuota de barbarie, serán los factores retardatarios en este análisis del pasado, que se opondrán a la marcha hacia el progreso de estas naciones.

Sarmiento, con una marcada violencia verbal, satanizará al caudillismo en su libro "Facundo", y aunque Mitre intentará alguna explicación mas "sociológica" del fenómeno, se mostrará concordante con el anterior. Así, desde Artigas hasta Francisco Solano López, pasando por Ramírez, Rosas y muchos otros, los caudillos aparecerán como elementos barbáricos que arrastraban a las turbas incultas hacia la anarquía nacional y hacia el poder personal, sin hacer aportación alguna a la construcción de una sociedad de progreso, estabilidad y trabajo.

La primera generación universitaria montevideana (1860-1900)

En el Uruguay, tras el inicio del funcionamiento efectivo de la Universidad de la Republica y el egreso de las primeras promociones de la misma desde 1852, se hizo presente en la historia cultural y política del país una nueva generación nacida en el seno de la clase alta. Como formadora de la elite dominante que era (y es) la Universidad de aquel tiempo solo graduaba en Abogacía y Teología, materia la primera de las cuales que además de cubrir las necesidades especificas de la administración de justicia publica y privada, proporcionaba un pasaporte al periodismo primero y a la clase política después, sustentadas por el mérito del titulo habido.

En particular la primera generación egresada luego de la Guerra Grande (1839-1852) seria la que a la larga o la corta ocuparía el recambio de sus padres en la dirección política e ideológica del Uruguay que entraba en la segunda generación de su existencia como país. Muchachos jóvenes como los Hermanos Ramírez (José Pedro, Gonzalo y Carlos María), José Pedro Varela, Alfredo Vázquez Acevedo, Elbio Fernández, Luis Melián Lafinur, Julio Herrera y Obes, Ángel Floro Costa y otros tantos se iniciaran en el periodismo a principios de la década de 1860, muchos de ellos reunidos en "El Siglo" dirigido por José Pedro Ramírez, aparecido por primera vez en 1863, primer diario moderno de la historia periodística del país, en el sentido de no exclusivamente político, con novedades tales como paginas de opinión cultural, avisos publicitarios y demás.

El periodismo, primer paso de la carrera política de muchos (aun hoy), generó también muchas publicaciones más efímeras que la anterior, diarios de corte político (La Razón, La Bandera Radical), o literario (La Revista Literaria). En ellos, la nueva generación hizo gala de su ideología liberal y positivista: la influencia de autores como Comte, Stuart Mill o Spencer fue manifiesta, como igualmente las concepciones de estos sobre la historia, la política y la sociedad. La influencia del liberalismo combinada con la del cientificismo llevó a esta generación a una fuerte oposición a la Iglesia Católica y a la iniciación del proceso de secularización en nuestro país. En lo referente a la nueva moral social, fue evidente la admiración por la moral victoriana y en general las practicas sociales en boga tanto en Europa como en los estados unidos.

Llegados primero a los gobiernos departamentales, luego al parlamento, uno de sus hombres, José E. Ellauri, será presidente en 1873: son la generación "principista", que no vivió ni las luchas por la independencia ni la Guerra Grande, y que partían de la base de una indiscutible independencia del Uruguay (por más que en las décadas anteriores ese concepto tuvo sus serias vacilaciones), con un estado eficiente y operante, con una población disciplinada y dispuesta al trabajo y con la erradicación de los males políticos (las divisas, intento por ejemplo del Partido Radical de 1871) y sociales (el caudillismo, la barbarie del gaucho) del pasado inmediato. Un país indiscutidamente liberal que adoptaría usos, costumbres y practicas sociales y económicas de los modelos que aquella juventud también vio como prestigiosos y como símbolo del progreso.

Si bien el militarismo plebeyo (en el poder desde 1875 a 1886) desplazo momentáneamente a esta generación del ejercicio del gobierno del país, muchas veces aquel se sirvió de determinadas ideas y hombres del principismo, dando comienzo a la construcción de un estado viable y de una economía agro capitalista dependiente en el marco de un disciplinamiento social acorde con la nueva situación.

Fue así que mientras el militarismo hizo viable por primera vez la coerción del estado en la historia de este país, y el sistema capitalista se terminaba de imponer a través de la obra de la Asociación Rural del Uruguay y la aplicación del Código rural de 1875, le cupo a hombres del principismo como José Pedro Varela (que colaboraron con los militares) crear un marco de formación escolar brindada por el Estado en la búsqueda de objetivos bien específicos como la alfabetización pero donde también se inculcaron el disciplinamiento social (era aquella una sociedad con un 35% de habitantes de 15 años o menos), valores de pertenencia a un país (era aquella una sociedad de inmigrantes o hijos de inmigrantes), hábitos y costumbres victorianos (la moralización de la niñez).

La historiografía nacionalista

La búsqueda de un relato auto satisfactorio del pasado exigía para esos fines la creación de figuras y hechos ejemplarizantes, tanto en lo político como en lo moral: el país que se estaba creando debía tener una base histórico -moral incuestionable, lo que lo hacia valido, justificable, digno de ser habitado, digno de ser el receptor del esfuerzo colectivo. Debían buscarse figuras fundadoras que estuvieran distantes de las luchas de divisa (tan repudiadas por los principistas), auténticamente uruguayas. A estos propósitos no convenían las imágenes historiográficas de Mitre y Sarmiento de un indio y un gaucho barbáricos y retardatarios, como tampoco las de un caudillaje brutal y sanguinario.

Es así como en el año 1882 aparecen dos obras claves de la nueva historiografía nacionalista, que procesan de un modo diferente el pasado:

Historia de la Dominación española en el Uruguay de Francisco Bauzá, que establece una continuidad histórica entre la intuición de libertad del indio ("los indígenas uruguayos" los llama), la del gaucho, y las luchas por la independencia encabezadas por Artigas y continuadas por los Treinta y Tres, que desembocarían en la inevitable independencia del Uruguay, sentido como cosa clara y distinta por todos y en todos los tiempos.

Artigas, de Carlos Maria Ramírez, que reivindica la figura del caudillo como Fundador de la Nacionalidad Oriental, conductor de un pueblo que busca su independencia, político clarividente, justo, moderado, ya totalmente desprovisto de los atributos de barbarie que le endilgaran sus enemigos los porteños (que aun lo seguían calumniando, según sugería).

Des este modo, la historiografía nacionalista fundamentaría la incuestionable independencia del Uruguay en base a la gesta artiguista, que a pesar de la aparente derrota en que la colocaría la traición de varios –elemento que envuelve al Caudillo en un halo romántico al ser un traicionado y nunca un vencido de frente-), seria continuada y concluida por otros. La historiografía nacionalista (y por que no, montevideana) colocaría a los porteños como villanos del avatar histórico uruguayo, con lo que aprovechando un prejuicio preexistente y bastante provinciano, crearía las bases para la porteñofobia actual de la historiografía y la cultura uruguaya en general.

La mitificación del indio correría a cargo de literatos como Juan Zorrilla de San Martín (Tabaré, 1886) y otros, y la del gaucho (hasta no hace mucho visto como plaga nacional y exterminado por el alambrado y el militarismo) por varios autores, entre los que es de destacar el novelista Eduardo Acevedo Díaz.

El estado uruguayo rápidamente adoptó esta posición historiográfica como propia, enseñándola con fuerza de ideología nacional en sus establecimientos de enseñanza (y hasta hoy lo hace). Así se echaron las bases para la creación de un nacionalismo de unánime aceptación que crearía una verdadera ideología dominante del Estado, una nueva fe laica y patriótica que desplazaba a no solo a historiografías inconvenientes y ahora "extranjeras" (o "porteñas" mas exactamente) sino a la Iglesia Católica como institución hegemónica en la cultura. El éxito de los intelectuales principistas fue total, y aun lo es en el presente, a más de un siglo de distancia de esta etapa fundacional del país.

La historia prohibida: Francisco Berra

No faltó en la época quien criticara la fundación de un mito (no de una nación), pero tales críticas fueron desestimadas y luego acalladas, como lo son aun hoy en nuestro presente. El libro "Bosquejo Histórico de la República Oriental del Uruguay" de Francisco Berra, integrante también de aquella generación que describimos, publicado en 1881 y reeditado luego, motivó una polémica periodística en la prensa de la época entre su autor y Carlos Maria Ramírez, que si bien tuvo todas las características de un evento semejante entre dos intelectuales (en lo que se refiere a respeto, caballerosidad y tolerancia, al menos), no evitó que el libro de Berra fuera expresamente prohibido en las escuelas públicas por un decreto de la Dirección de Instrucción Publica, firmado por Jacobo Varela, director de esta repartición del Estado, y Carlos de Castro como Ministro de Gobierno, en el año 1883.

Esta prohibición, fundamentada por los firmantes (y por ende por el Estado uruguayo) con el concepto que la juventud no debe discutir la independencia de su país sino aceptarla, está aun vigente, ya que ningún decreto o ley o disposición similar ha sido dictada desde 1883 a la fecha para rehabilitar al autor y a su obra. Este hecho configura una situación inaudita para una sociedad democrática, aunque quizás no tanto para los propósitos del Estado que sigue sosteniendo no solo el decreto mencionado sino una concreta posición historiográfica. Ni siquiera la historiografía revisionista de la década de 1960 (que tanto cuestionara en su momento) mencionó este asunto, el cual permanece hoy en el mismo punto. En épocas muy recientes, cuando el tema ha vuelto a ser objeto de una cierta controversia rápidamente desvanecida, algunas opiniones señalaron, con frivolidad, que al pasar del tiempo el tema estaría "extinguido", mientras que otras justificaron ostensiblemente lo hecho por Varela y Castro.

Los centenarios

Afirmado el nacionalismo, será en el siglo XX cuando comience el culto del patriotismo en las celebraciones de los centenarios de los hechos históricos de las guerras de la independencia. En una primera etapa, los centenarios de la Batalla de Las Piedras (1911) y de las Instrucciones del año XIII (1913) fueron los mas notables. Los mismos ocurrieron en pleno periodo del Primer Batllismo (1903-1933), época de la trasformación del estado liberal agro exportador en un estado benefactor y agente económico a través de las empresas publicas. Si bien el líder colorado José Batlle y Ordóñez nada tenia de artiguista en tanto los enfrentamientos de su familia con Artigas fueron muy evidentes, sus gobiernos dejaron hacer en el tema, no obstaculizando el proceso del culto patriótico. En 1923 se inaugura el monumento a Artigas en la Plaza Independencia.

Del periodo es también la obra del historiador y político batllista Héctor Miranda "Las Instrucciones del año XIII" (1913) que presenta un análisis de las mismas y caracteriza a Artigas como campeón del federalismo y del republicanismo en la revolución platense. Miranda, liberal, batllista y por tanto admirador de la democracia norteamericana, presenta a un artigas precursor de la democracia en el Uruguay, y por que no, del batllismo propiamente dicho, identificado con dichos principios ideológicos. Es esta una importante aportación al mito artiguista: a la condición de conductor de un pueblo se suma la de político adelantado a su tiempo, con ideas democrático republicanas.

En una segunda etapa, en la década de 1920, los centenarios de la Cruzada Libertadora de 1825 y sobre todo de la Ley de Independencia del 25 de agosto fueron ya mas ruidosos (inauguración del Palacio Legislativo el 25 de agosto de 1925, etc.). El marco de discusión no solo de la intelectualidad sino de la clase política de la época derivó en fijar la fecha en la que oficialmente el estado uruguayo celebraría su centenario. Primó el criterio de fijar la fecha de 1930, centenario de la primera constitución, por mas que la fecha 1925 tuvo sus sostenedores que no pudieron imponer mas que el concepto del "25 de agosto, día de la Independencia" que figura desde entonces en rojo en nuestros almanaques. Incluso pudo oírse la proposición del año 1928, como centenario de la Convención Preliminar de Paz, aunque lo escandaloso de ese documento y las conclusiones que podrían sacarse de un inicio tan débil de un país se presentaban como tan imposible de maquillar que la idea fue abandonada desde un principio, haciendo aun mas cerrado el silencio sobre el tema que domina en la historiografía tradicionalista a ese respecto. El año 1930 fue el año finalmente elegido, en donde el Uruguay liberal del primer tercio del siglo pasado se celebro a si mismo y a su prosperidad y estabilidad reales o aparentes, que bien pronto habrían de derrumbarse como producto de la situación mundial y regional.

De la crisis de 1929 a la década de 1960

Tras la crisis de 1929, que provocó la quiebra de los mercados mundiales y que afectara especialmente a América Latina con su seguidilla de gobiernos dictatoriales, se quebró la estabilidad de aquellas frágiles democracias todavía no integrales. Con ello, el relato del pasado que pertenecía a esa época definitivamente perdida comenzó a resquebrajarse, producto de la crítica tanto proveniente del nacionalismo como de la izquierda, aun siendo esta ultima naciente y muy acotada en su influencia.

En la llamada "década infame" de la Argentina (1930-1943), caracterizada por el autoritarismo, el fraude electoral, los humillantes convenios con el imperialismo y la influencia de los fascismos, el grupo FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, de Arturo Jauretche, Homero Manzi, entre otros) planteará los primeros cuestionamientos la historia escrita por Mitre y Sarmiento, reivindicando a Rosas y al gaucho, planteando una historia del pueblo argentino escrita en clave popular (o populista, según se quiera ver): la historia de los que nunca escribieron la historia. Este influyente grupo de autores, en donde se mezclaban nacionalistas e izquierdistas, fue decisivo en el nacimiento del revisionismo argentino, a la larga o a la corta influyente en autores de nuestro país.

Durante la Guerra Civil Española (1936-1939), y en buena medida por el impacto que generara en nuestra opinión pública, sumado al hecho de la influencia de los fascismos en el Río de la Plata, sobre todo del italiano (Mussolini) y español (Franco), comenzó un debate ideológico y político entre la izquierda y la derecha que solo se mitigaría en parte mas de 50 años después, tras la caída del muro de Berlín y la URSS (1989-1991). Por entonces, la izquierda política, sobre todo en el Uruguay, comenzó un camino de crecimiento político desde unos inicios fundamentalmente montevideanos, portuarios y de clase media, en donde el Partido Comunista (fundado en 1920) y el Partido Socialista (fundado en 1910) serian los protagonistas.

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la que el Uruguay, contrariamente a lo que se piensa, no vivió como espectador, significó en primer lugar el involucramiento del sistema político nacional en el conflicto, a través de la toma de posición concreta por un bando u otro. Fue clara la posición pro aliada del Partido Colorado Batllista desde un principio, a la que se sumarian el Partido Socialista y desde junio de 1941, el Partido Comunista (anteriormente neutralista debido al pacto nazi soviético de agosto de 1939). La satanización de los sectores nazis o pro nazis en el Uruguay, producto de una fuerte campaña periodística y política tras la cual se movían las embajadas inglesa y de los EE. UU. motivó la publicación de "listas negras" en la prensa y el ataque al herrerismo, sector mayoritario del Partido Nacional acusado de no manifestarse abiertamente a favor de los aliados. La posición aliadófila del Uruguay quedo refrendada por el "golpe bueno" del presidente Baldomir en febrero de 1942, que propició el retorno a la democracia, desmarcando al gobierno de su sostén herrerista, en concordancia con la oposición propagandística creada por los aliados para definir la guerra: "Fascismo versus Democracia". Esta medida fue aplaudida por batllistas, comunistas, socialistas y las embajadas de las potencias aliadas en nuestro país

Restablecidas las relaciones diplomáticas con la URSS en 1943, la izquierda creció en la legalidad a la par de las campañas anti nazis y pro aliadas de la época. Su peso en sectores juveniles y universitarios fue en aumento, a lo cual se unió una política concreta de los comunistas para ganarse a tales sectores. Incluso en la guerra fría posterior a 1945, este crecimiento no cesó. Es la época de la creación de una cultura de izquierda, a partir de publicaciones de prensa, editoriales, literatura, manifestaciones artísticas de diverso tipo como el teatro o la música popular, que lentamente fueron planteándose como una contracultura que luego se insertara definitivamente en la vida de muchos uruguayos. La generación del 45 en literatura, por ejemplo, no seria ajena a este marco de referencia.

La crisis económica de 1955, posterior a la Guerra de Corea, tras la cual se verificó la caída de los precios de nuestros artículos exportables, le costo al Partido Colorado el gobierno del país, (como le costó antes en 1929 y le costaría en 2002, demostrando que no tenia ni tiene programa para la crisis sino para la prosperidad). Tras el vuelco del electorado al Partido Nacional en 1959 y la profundización de la crisis, el estado liberal y benefactor que varias generaciones conocieron y mitificaron se derrumbó, y con el también toda una serie de seguridades hasta entonces inamovibles. En ese marco surgirá la historiografía revisionista.

La historiografía revisionista

Influida notablemente por el pensamiento de izquierda, sobre bases marxistas, populistas y nacionalistas, la historiografía revisionista es como la historiografía tradicional, una creación de una elite intelectual que reescribe el pasado del país sobre nuevas bases, con aportes importantes de la historia económica, la sociología y la estadística, como elementos nuevos que se adicionan al análisis histórico, mas una constante preocupación por la historia del gaucho, del indio, del negro y de las luchas populares en el pasado. El paralelo con las luchas populares de la década de 1960, enfrentadas con creciente intransigencia y represión por los gobiernos de turno, llevo a la conclusión que todos los proyectos populares en el pasado habían sido frustrados por el egoísmo de una oligarquía que había obstaculizado los mismos ayer y entonces.

Se investigo y se ahondo en el pasado colonial, en las luchas por la independencia, en la historia económica, en el batllismo, en su ascenso y su caída, para interpretar aquel presente turbulento como resultado del pasado histórico del país. Se escribió la historia del gaucho, del indio, del obrero, de los que no habían escrito jamás la historia, abriéndose temas y caminos nuevos para la investigación. Pero fue sobre todo en el análisis del periodo artiguista donde el revisionismo halló sus conceptos claves.

En 1965 se publica "Artigas y la Revolución Agraria", de Sala, Rodríguez y De La Torre, que a partir del análisis del reglamento de tierras de 1815 postula la existencia de una revolución de corte social, con "hambre de tierra", a la que Artigas da satisfacción en un verdadero acto de justicia social, que expropia a la oligarquía pro española y contrarrevolucionaria para beneficiar a las "masas pobres" del campo. Este concepto, desarrollado en un erudito análisis, reprocesa y enriquece el mito de Artigas, transformándolo de caudillo fundador y político liberal, como lo quiere la historiografía tradicional y liberal, en líder de una revolución embanderada con la justicia social, que será abortara por el egoísmo oligárquico al aliarse con los portugueses que invadieron el país poco después.

A pesar de los varios cuestionamientos que el revisionismo introduce y de la fuerte critica que por momentos realiza a la historiografía tradicional, no rompe con el mito de Artigas, al cual enriquece con esta nueva visión. La influencia de esta forma de ver al caudillo y a su obra derivo en la adopción por parte de varios sectores de la izquierda de una simbología y fraseología artiguista en su propaganda y actuar político y el sostenimiento hasta hoy de la visión de la historia del país que el revisionismo propone. Esto será así tanto en la izquierda armada y revolucionaria (el MLN Tupamaros, fundado en 1965, tiene como símbolo una bandera de Artigas, además del propio nombre de la organización, de notorio origen histórico, aludiendo no solo a la insurrección indígena de Túpac Amaru sino genéricamente a los rebeldes o fuera de la ley para la autoridad colonial española) como en la izquierda parlamentaria (el Frente Amplio, fundado en 1971, adopta una simbología similar, y su líder fundador el Gral. Líber Seregni, imita el vocabulario artiguista en su discurso político).

Autores notables de la historiografía revisionista serán José Pedro Barran, Benjamín Nahum, Washington Lockhart, Oscar Bruschera, Guillermo Vázquez Franco, Lucia Sala de Tourón, Julio Rodríguez, Carlos Machado, Germán D" Elía entre otros. El semanario "Marcha" de Carlos Quijano, fundado en 1939 y clausurado por los militares en 1974, junto a varias editoriales como Ediciones de la Banda Oriental o Arca serán los principales difusores de las nuevas ideas. De esta ultima casa editora cabe destacar la interesante obra colectiva titulada "Enciclopedia Uruguaya", que analiza toda la historia del país desde sus inicios hasta la década de 1960 en clave revisionista.

La dictadura militar (1973-1985)

La llegada al poder de los militares tras el triunfo que obtendrán sobre la guerrilla urbana en 1972 y la disolución del Parlamento y prohibición de la actividad política en 1973 estuvo marcada por una fuerte campaña propagandística anticomunista que se había iniciado en los gobiernos anteriores. Fue así que la historiografía revisionista, asociada al enemigo marxista ("la antipatria", como se lo llamo), fue desterrada de los centros de estudio, intervenidos por los militares, por otra parte. Las destituciones de docentes y el cierre de la prensa opositora completaron el silenciamiento de una visión concreta del pasado, que hubo de refugiarse en la clandestinidad.

La repatriación de los restos del Coronel Lorenzo Latorre en 1974 inició un proceso de manipulación de la Historia, sobre una base tradicionalista, de auto propaganda del régimen, a lo que sucedió el Sesquicentenario de los hechos históricos de 1825, cuando se proclamara el "Año de la Orientalidad" en oposición a la "antipatria". Sin embargo, aunque la dictadura tendrá sus funcionarios a sueldo que harán las veces de historiadores que cantaron las alabanzas del régimen, no generó una nueva historiografía, atrincherándose en consecuencia en los limites del tradicionalismo desprovisto de cualquier connotación que oliera a temas sociales o a mínima revisión que recordara a aquello que ahogo en el silencio. El culto al artiguismo igualmente continuo en los machacones discursos de los militares de todo el periodo, como asimismo en la inauguración del Mausoleo de la Plaza Independencia en 1977, en el cual si bien se nombran los hitos militares y políticos de Artigas, se omite expresamente la mención al Reglamento Agrario de 1815.

El retorno a la democracia y la situación actual (1985-2008)

Levantadas las censuras de prensa y sobre la libertad de expresión desde 1985 tras la asunción del primer gobierno democrático presidido por el Dr. Julio Maria Sanguinetti, la historiografía revisionista volvió a publicarse legalmente, y a convivir con el tradicionalismo nacionalista desde entonces. Poco parece ser lo que se haya avanzado en materia de una nueva historiografía desde entonces, a no ser por una mayor insistencia en obras que tratan temas como el indigenismo y la negritud, fundamentalmente vinculados al período artiguista, y generalmente originados en historiadores o periodistas salidos de las filas de la izquierda. La novela histórica, éxito editorial de los últimos años y que cuenta con numerosos autores y adeptos, ha sustituido en buena parte a la lectura de obras históricas propiamente dichas, llegándose al caso que algunas hasta son tomadas por algún sector del publico como libros de Historia propiamente dichos, como en el caso de "Artigas y el Caciquillo" de Carlos Maggi, dramaturgo y periodista que fuera de la generación de 1945.

Las criticas al mito artiguista en el presente han provenido de la hasta ahora ignorada (o desautorizada) obra del Prof. Guillermo Vázquez Franco, contra la cual, como se dijera mas atrás, se levantaron criticas en la prensa por parte de sectores intransigentemente tradicionalistas.

Esta ficha corresponde a la unidad introductoria del curso de Historia para 6º Año Orientación Derecho, dictado por el Prof. Rodolfo Tizzi, Liceo nº 9, Montevideo, año 2009. Los conceptos aquí vertidos, amparados en la libertad de cátedra del docente y en el derecho a la Libertad de pensamiento y de expresión del mismo garantizados por las leyes vigentes y por la Constitución de la República son el resultado de varios años de lecturas y reflexiones por parte del autor y no implican ningún condicionamiento de la opinión de los estudiantes.

 

 

Autor:

Prof. Rodolfo Tizzi

Enviado por:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"?

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2016.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE, JUAN BOSCH Y ANDRÉS CASTILLO DE LEÓN – POR SIEMPRE"?