Es obvio que la base de una auténtica moralidad tiene que ser una conciencia justa de los valores. De otro modo, nos encontraríamos con formas de conducta que tienen la apariencia externa de la moralidad, pero que en el fondo obedecen a prejuicios, impulsos gregarios, mimetismos sociales, etc. En la vida real, la actividad ética del hombre puede encontrarse reducida a la práctica de ciertos deberes, cuya vigencia se ha impuesto por la tradición. Nos referimos a la moral práctica, en cualquiera de sus formas históricas, en tanto que vive y es aceptada en no importa qué círculo social. Se admite comúnmente que es moral el hombre que rige su conducta conforme a los preceptos éticos en vigor, aun cuando no haya inquirido por los fundamentos de las normas que acepta. Esto significa hacer de la moral algo mezquina, un mero barniz de la acción, una pura formalidad externa. La verdadera moralidad sólo puede estimarse conociendo el interior de cada hombre, para saber qué conciencia tiene de los fines de su actividad.
Hay un tipo de hombre que se abandona a vivir indeliberadamente, sin conciencia de sus fines, dejándose arrastrar por la corriente y siguiendo, en todo momento, la línea de menor resistencia. Pero existen otros hombres que presentan a la vida una actitud diversa. A éstos repugna ceder a la coacción externa, y deciden tomar la responsabilidad de su vida. Para ellos vivir no significa recorrer mecánicamente cualquiera de los caminos trazados de antemano. Al buscar un sentido superior a su vida, descubren una multiplicidad de fines diversamente valiosos, que atraen a su voluntad, pero que no es posible perseguir al mismo tiempo a causa del poder limitado del hombre. Es preciso entonces hacer una elección. La primera alternativa en que se debaten, es la de ceder a sus impulsos naturales, o la de reprimir éstos, para obedecer al reclamo del valor puro. Sin una plena conciencia de los múltiples fines de la vida, no hay posibilidad de elección y quien no ha elegido no toma en rigor ninguna actitud moral. Es condición de ésta poseer un concepto justo de la vida, que consiste en el conocimiento de todos sus fines y el grado de valor que a cada uno corresponde. Quedan fuera de cuenta aquellas concepciones que, fundadas en apreciaciones subjetivas, son unilaterales y revelan una estrechez de visión que, a las veces, proviene simplemente de la inexperiencia o la incultura.
La cultura es justamente uno de los medios de que dispone el hombre para ampliar su horizonte hasta llegar a una visión universal de las cosas, de la cual desprender su concepto de la vida. Descubrimos, entonces, que existe una interna relación entre la moral y la cultura. No se puede ser moral, en el noble sentido de la palabra, mientras no se es culto; mas para evitar una mala interpretación de esta idea, aclaremos que el saber puro no es la médula de la cultura, sino más bien el sentido justo de los valores, de suerte que si el hombre no lo adquiere, no merece el título de culto, por más que acumule una gran cantidad de sabiduría.
Dentro de una amplia concepción de la vida, que comprenda todos los fines humanos, nada puede ser considerado como malo o desprovisto de valor. Todo fin tiene valor positivo por insignificante que sea. Los conflictos morales que aparecen en las situaciones más comunes de la vida, no consisten, como la ética tradicional lo afirma, en la alternativa del bien y del mal, sino en una concurrencia de objetivos, con valores de diferente grado. Buscar algo, de orden puramente hedonista, no es en sí malo, sino cuando para ello es preciso sacrificar finalidades más elevadas. El mal representa la violación de los valores más altos en aras de un propósito inferior. Lo moral es, pues, el acto de renunciar, en caso de conflicto, a lo más bajo para lograr lo más elevado
Toda concepción de la vida postula la preeminencia de un valor sobre todos los demás, y el enlace de los restantes en un orden sistematizado, de manera que el de más abajo es al mismo tiempo medio para otro fin, que a su vez conduce a otro, todavía más alto. Se considera que hay un fin último el cual representa el Bien por excelencia, que, bastándose a sí mismo, carecería de sentido buscar otra cosa allende ese límite. El fin supremo es el valor moral, que hace las veces de estrella polar orientando la línea general de la existencia.
En los casos habituales, la voluntad no tiene a la vista ese fin remoto, y se dirige a objetos inmediatos que puedan servirle para obtener otros objetos. En consecuencia, la voluntad habitual es utilitaria, porque servir de medio para algo, es la esencia de la utilidad. Mientras la voluntad se mueve en la región de lo útil, pasa de un acto a otro, eslabonando la vida en una serie de compromisos. Sólo cuando la voluntad quiere algo por lo que vale, sin ninguna finalidad ulterior, es una voluntad moral. El valor ético se encuentra comprendido entre los fines que aparecen ante nuestra conciencia como términos definitivos de la acción.
Los valores específicamente morales se distinguen de los demás en que sólo pueden encarnar en el hombre. Carecería de sentido juzgar moralmente un triángulo, una casa, un árbol. Los valores morales nunca son valores de cosas, sino exclusivos de las personas. Justamente en razón de su calidad moral, el hombre adquiere la categoría de una persona. Llámese persona al hombre, en cuanto que es un fin en sí mismo, y no puede ser usado como medio. Si la noción de un fin último no es un concepto vacío y la ética le busca un contenido concreto, que sea el sumo valor moral, ese fin no es otro que el hombre mismo. «No se hizo el hombre para la moral, sino la moral para el hombre.» Es inconcebible que la vida moral conduzca a un resultado ajeno a los intereses humanos. Aún la moral religiosa participa de esta misma opinión. Aquí la ética se enfrenta con la cuestión más grave que puede proponerse al conocimiento. En tanto el hombre es un ser racional, encuentra su fin en sí mismo, es decir, no es, porque deba ser otra cosa, sino que es absolutamente, porque debe ser; su ser es el fin absoluto de su existencia; o en otras palabras, un ser que, al afirmarle, no se puede preguntar sin caer en contradicción, cuál sea su fin. Es, porque es. Este carácter de ser absolutamente por su mismo ser, es su carácter o destino, en cuanto es considerado pura y simplemente como ente de razón. Pero como el hombre no es un ser que vive aislado, sólo puede cumplir su destino dentro de la comunidad. Los valores morales tienen una dimensión social, en cuanto que aparecen solamente en actos cuya intención está referida a otros o a la sociedad, en conjunto.
Lo Moral y lo ético
En las introducciones a los tratados de moral, frecuentemente se hace una distinción pertinente entre "moral" y "ética". El término ética, de origen griego, comprende el estudio crítico y propositivo del actuar humano en sus costumbres, actitudes y prácticas. Este concepto pasó al latín como moralia, usado por primera vez por Cicerón. Pero el término "moral", sea como sustantivo, sea como adjetivo, llegó a nosotros con cierta ambigüedad. Pues se puede referir tanto al "conjunto de costumbres" dadas y establecidas en un grupo o sociedad como a los comportamientos concretos de las personas; como se puede decir respecto al aparato que estudia y propone críticamente el actuar humano en sus actitudes y prácticas.
Cuando nos preocupamos por la crisis de los valores morales de la juventud, generalmente estamos impactados por un cambio de conductas que chocan de algún modo con nuestras referencias establecidas. Este cambio altera las formas del vivir que es lo que genéricamente llamamos "valores" como son la libertad, responsabilidad, fidelidad, amistad, sexualidad, autonomía; y por otra parte, altera también la jerarquía o el orden de importancia de estos valores. El cambio se llama "crisis de valores" y la crisis es frecuentemente entendida en un sentido ético negativo.
La distinción entre moral y ética nos ayuda a percibir que aquí se procesa una crisis de costumbres y comportamientos; esta crisis exige una evaluación critico-propositiva. La moral vigente está en crisis. No se puede, sin embargo, pasar sumariamente de la crisis a una evaluación negativa. Una crisis también puede ser benéfica, y una juventud anterior a la "crisis de valores" no quiere necesariamente decir que es una juventud éticamente mejor. La inseguridad ante lo nuevo ayuda a ver los nuevos escenarios de una manera pesimista, mientras la seguridad de los valores establecidos lleva a añorar el pasado. Realmente una comparación del comportamiento ético del pasado y del presente será siempre difícil. Y además es, de poca utilidad, si se reduce a una mera comparación. La ética, al asumir las preguntas sobre el deber ser, se coloca ante todo delante de la tarea de proyectar críticamente la vida dentro de los nuevos factores y las situaciones dadas. Por esta razón tiende más a dar lecciones del pasado, que establecer comparaciones entre el pasado y el presente.
Ante los cambios de los valores morales de la juventud, se puede tener una preocupación simplemente verificativa y fenomenológica. Un camino fácil para eso es analizar las conductas. Así, la crisis de los valores morales de la juventud, para que sea adecuadamente pensada, exige una consideración de un conjunto más amplio de cambios en los significados de la vida, cambios que afectan a toda la sociedad contemporánea. Podemos decir que, a propósito del "mundo de los jóvenes" no se puede ver aislado de este conjunto. Los jóvenes no se les puede entender si no es en el seno de la sociedad en que viven. La juventud actual condensa y refleja los problemas y conflictos de una sociedad compleja.
En medio de la incertidumbre generada por los valores morales del mundo contemporáneo, acrecentada por las guerras mundiales y las crisis del "dios dinero", la exigencia de la dignidad cobra protagonismo y debe revelarse como una piedra para la aceptación de los ideales y las formas de vida propuestas o instauradas. Ya no pueden seguir imperando las ideologías, los partidos y los regímenes que explícita o implícitamente estuvieron presentes durante muchos capítulos de la historia; éstos se han convertido en ruidosas herramientas, casi inútiles para la construcción de un nuevo mundo donde pueda vivir el hombre que evite las extrañas mezclas entre existencialismo, nadaísmo o pirronismo, propiciando Estados donde nadie cree en nada, donde no existe dialéctica en la manera de obrar y tratarse a sí mismo y a otras personas, donde el fin justifica los medios, o simplemente donde nada importa y tampoco se hace nada.
La degradación de la sociedad
Nuestra sociedad se ha degradado en los últimos tiempos. En general, la mayor parte de sus miembros no acatan las normas mínimas de convivencia, perjudicando con sus acciones al resto.Prueba de ello es la falta de consideración hacia el prójimo, que lamentablemente va en aumento. Existen pruebas de lo antedicho en cuestiones por las que ocupamos los primeros lugares en el mundo, lo que no significa precisamente un privilegio, sino todo lo contrario, como por ejemplo el caso de los accidentes de tránsito. Sobre lo que debemos señalar la incomprensible actitud de conductores que de noche transitan sin luces por las rutas. O los motociclistas que cuando tienen casco, lo llevan protegiéndose el codo. O el aumento de la inseguridad individual, que pone de manifiesto por parte de los agresores, la hostilidad, el resentimiento social y el desprecio por el prójimo y por la vida. Esto y mucho más nos están agobiando como sociedad.
Las herramientas más efectivas para modificar y mejorar estos comportamientos es la permanente difusión de las normas de seguridad que protegen la vida, de modo de que una mayor cantidad de personas las asimilen y las practiquen y la puesta en marcha o práctica de los valores morales que se inculcan en primer lugar en la familia, luego en la escuela, y después en la comunidad y sociedad en general. Esto último es válido para quienes habiéndose formado en esta sociedad, y siendo adultos, todavía pueden mejorar su comportamiento.
Por otra parte, no es casual que en los últimos tiempos seamos testigos de hechos lamentables también tristemente protagonizados por niños. Esto denota aun más la decadencia. La única manera de evitar que estos comportamientos se repitan en el futuro, es formando a los niños y adolescentes para que sepan convivir en una sociedad justa y en armonía. Y esto se logra con la única herramienta disponible y efectiva: la educación.
Los anti valores de la sociedad
Algunas personas hablan de crisis de valores porque están convencidas de que éstos ya no existen, otros simplemente hablan de valores en crisis, refiriéndose a aquéllos que ya no son aceptados por la sociedad y mucho menos por la cultura, valores que con el tiempo han dado lugar a lo que se ha llamado anti valores. La perplejidad aumenta porque no existe claridad alguna acerca de si los valores están en crisis, o si lo que ha sucedido es que éstos se han ido transformando. Casi nadie sabe cuáles son los valores transcendentes y del espíritu, cómo es su proceso de adquisición y conservación, y mucho menos para qué pueden servir. Por ello, la importancia de realizar un análisis de los problemas del hombre contemporáneo.
El mundo está en un proceso de derrumbamiento desde hace mucho tiempo, comenzando con las guerras mundiales. Sin importar las razones por las cuales se haya iniciado, los participantes, ganadores o perdedores, o el tipo de conflicto, fría o caliente, la guerra siempre va a ser la guerra. El hombre se siente ajeno e impotente ante la hecatombe, no sabe cómo reaccionar ante la pobreza, el terrorismo, las perversiones, el miedo a perder a quien se quiere o lo que más se quiere, las frustraciones, los traumas, el desempleo, la desigualdad, la añoranza, la desesperación y la intrusión sensorial de televisores, radios, amplificadores y demás tecnologías, por tan solo citar algunos de los problemas que aquejan al hombre contemporáneo.
Todos estos elementos se han convertido en el opio del pensamiento y han invadido la vida cotidiana de los individuos; incluso, espacios que antes eran sagrados como el hogar no se escapan de la problemática. Existe una indudable fulminación de las libertades, cuyo resultado no es otro que un hombre esclavo de la sociedad arbitraria, asesina y consumista que hace desaparecer individuos, que obliga a adoptar modelos ajenos al carácter endógeno de una cultura, que elimina lo que le molesta, y que usa como eslogan "el fin justifica los medios". Por todo lo anteriormente expuesto, los valores transcendentes y del espíritu se muestran al género humano como un ?por no decir único? camino de salvación ante el terremoto que le amenaza; sólo el estoicismo del hombre ante la adversidad, el desinterés, el sentir aún vergüenza, el coraje, la dignidad y el disfrute de las alegrías simples podrán salvar al ser humano de la crisis y la locura en la que está totalmente inmerso.
Después de exponer las anteriores razones, surge una pregunta: ¿Qué fue lo que pasó en el mundo para que el hombre llegara a este trance? Trance del cual, vale la pena decir, no ha podido salir y sobre el cual existen no solo registros históricos, sino también literarios. Aunque no se ha logrado llegar del todo a la respuesta, sí existen algunos planteamientos bastante aproximados al asunto.
El ser humano fue puesto en un laberinto, construido este para perder y confundir a la gente aunque no existan paredes. Así, el proceso de enmarañar estuvo listo, no obstante, faltaban algunos ingredientes para cocinar la hecatombe: la presión del contexto, las carencias propias del ser, la incertidumbre, el olor de la muerte cercana, la sensación de que mundo le queda grande o que simplemente no cabe en él. Pero no sólo estos escollos se mezclaron, hacía falta el ingrediente que actuaría como la levadura: encontrarse el individuo como tal, enfrentarse a sí mismo; sobre todo, hacer el recorrido hacia el fondo del ser con el fin de hallar algunos hitos y marcas constitutivas de lo que es el hombre hoy en día, para llegar a la conclusión de que la vida no es más que una novela que persigue la verdad, texto en el que existen redes, tramas, laberintos y trochas que varían según la intencionalidad y la historia particular del sujeto.
Los seres humanos orientamos nuestras vidas y garantizamos nuestro propio carecimiento como personas íntegras, gracias a los valores, por medio de los cuales buscamos la auténtica felicidad y la contribución al bienestar de la sociedad en que interactuamos; de lo contrario, seríamos troncos ?como lo describe Kolvenback? atrapados por un remolino y llevados sin rumbo fijo por la corriente mientras viajamos por el río de la vida. La costumbre de reducir a su máxima expresión relaciones como las que existen entre alma y cuerpo, y cerebro y corazón, unida a la maximización del dinero como signo de prosperidad, ha generado una tendencia a cercenar la condición de persona. Así, los valores ?y las personas que los poseen? ya no tienen precio, o si lo tienen, está dado en términos económicos y/o materiales. La conciencia y la vida se compran como si se tratara de arrobas de papa. La dignidad, la entereza y el coraje con que el hombre afronta las dificultades y las soluciona se han exterminado por completo.
Los valores del espíritu parecen estar en vía de extinción y vivos sólo gracias a un milagro en aquellas poblaciones alejadas e inhóspitas donde la mano que daña aún no ha podido penetrar del todo. Para la muestra un botón: los dictadores y, para no ir tan lejos, los sicarios, ponen precio a las cabezas de aquellos que estorban, los hacen desaparecer y, como la legislación nunca tiene respuesta para estos sucesos, otros, interesados en que la impunidad no reine más, deciden ponerse a la cabeza de la tarea titánica de resolver los enigmas.
El hombre es por naturaleza sociable, es un "animal político" ?como lo aseveraba Aristóteles?. Al entrar en relación de alteridad, necesita proteger el desarrollo de su personalidad. Este universo hipostático ?término propio de la teología?, unidad indisoluble de espíritu y materia, necesita ser defendido, respetado y protegido, porque los bienes de la libertad que residen en su espíritu: el de la vida, que está en su realidad material, y el del trabajo, que se expresa en su personalidad espiritual y material, se muestran como la cuna y el lugar de nacimiento para la dignidad y los derechos humanos, antes y por encima de las constituciones y las leyes.
En estos últimos años, han abundado los casos de falta de dignidad y deshonestidad, como los robos al erario público. El campo de la política es uno de los que más frutos arrojan. Los dirigentes no asumen la responsabilidad que les compete en el manejo de los asuntos públicos. Una de las faltas éticas que se hace más evidente es la falta de dignidad. Ésta involucra, en primer término, el respeto a sí mismo por el nombre y apellido, y por su familia. Es necesario hacerlo por la ciudadanía que confió en ellos y depositó su voto en las urnas. En el caso de las dictaduras, al menos los generales debieron hacerlo por los cuerpos militares que los respaldan.
La corrupción pública
El clientelismo y el abuso de poder siguen vigentes, cada vez con más fuerza. La confusión interesada entre lo privado y lo público está haciendo fortuna. Intereses económicos compran sin escrúpulos la voluntad ciudadana. ¿Y qué hacen los partidos políticos al respecto? Cara a la ciudadanía, propósito de enmienda; internamente, son presos de su endogamia.
El cortocircuito democrático que se produce en la vida interna de los partidos políticos, aleja a los ciudadanos de los mismos. Estas organizaciones, que forman parte de la arquitectura constitucional y que son el medio a través del cual los ciudadanos participan en la vida pública deben funcionar democráticamente por imperativo de la constitución de cada país.
Se dan frecuentes casos en los que la simple discrepancia, siquiera sea para postular saludable regeneración, o para denunciar actitudes y comportamientos personales que dañan a los fines, a la imagen y a los postulados de la formación de que se trate, es sancionada depurado al disidente, de forma contundente, alborozadamente y hasta con publicidad, para que sirva de escarmiento; ignorando que el derecho a militar en un partido político es un derecho constitucional y que la vigente Ley de Asociaciones, base jurídica de las formaciones políticas, proclama que la libertad para asociarse es connatural al hombre, debiendo el Estado ampararla.
Y es que el aparato del partido, la excesiva burocracia interna, la pugna por el poder en el seno de la organización, y el culto a la loa y a la sumisión, hasta hacerlas virtud, son absolutamente incompatibles con la crítica, la saludable discrepancia y el debate transparente.
La profesionalización de la clase dirigente política, que conduce inevitablemente a la mediocridad, hace mella igualmente en la credibilidad de nuestros servidores públicos. Las listas cerradas se elaboran casi clandestinamente en un despacho, marginándose en este proceso a las bases, lo que provoca un déficit democrático, primando la fidelidad sectaria sobre cualquier criterio de excelencia personal o profesional. El envilecimiento de la actividad democrática que tiene su origen en este estado de cosas, resulta obvio.
En definitiva, todas estas razones, expuestas de manera no exhaustiva, conllevan necesariamente a la ineficacia en la gestión de los asuntos públicos y, por ende, a que los problemas que realmente le preocupan al ciudadano (paro, vivienda, seguridad, etc.) no encuentren solución rápida y adecuada. De ahí al aborrecimiento de la vida política y de los políticos, por parte del ciudadano, sólo hay un paso.
La razón de ser del hombre en la sociedad
En suma, la misión del hombre sobre la faz de la tierra es protegerla, cuidarla, conservarla y respetarla. En otras palabras: ser cultor, de ninguna manera devastarla. El ser humano debe edificar su historia dentro de los parámetros de los valores y del desarrollo sostenible: por un lado, cambiar, y si es necesario, reinventar sus prácticas simbólicas, y por el otro, dejar de observar los fenómenos como partes sin conexión. Por el contrario, el hombre debe asumir sus prácticas como un tejido donde se restablecen las relaciones entre el mundo de la vida y su dimensión simbólica, a través de la reconstrucción del dialogo, y la recuperación del carácter sagrado que éstas poseen por sí mismas. De este modo, se alejará del afán por racionalizarlo todo.
La solución a los problemas que aquejan al hombre contemporáneo ya no se encuentra en las instituciones, pues éstas han fallado y caído en la inevitable crisis y en el caos que el hombre muy bien conoce. Se ha comprobado que la solución no se vende en la farmacia de la esquina en forma de gotero mágico. Ante las adversidades por las que atraviesa el individuo durante cualquier etapa de su vida, sólo los que poseen e interactúan en función del respeto por los otros, la humildad, la dignidad, el estoicismo, el coraje y la entereza para afrontar y solucionar los problemas, podrán salir libres de la locura. Hoy más que nunca son necesarios los valores; estos no sólo se enseña, también se viven y luego se transmiten a través del ejemplo. Es aquí donde se hace imperativa su transmisión y conservación; así, el hombre no se orientará hacia su destrucción, ni servirá de excusa o plataforma para alienar a otros. Quizás, volver a los inicios, a la sencillez desnuda, explorando otro tipo de saberes, podrá otorgar nuevas formas de abordar y solucionar las dificultades.
Objetividad de los valores
El hombre se mueve siempre en vista de los fines que estima valiosos, y nunca, a menos de ser inconsciente, prefiere lo peor a lo mejor. Si queremos comprender un determinado tipo psicológico, la clave nos la dará su peculiar conciencia de los valores, es decir, el orden en que las cosas, como objetos posibles de su voluntad, son estimadas por él. El mundo ofrece al hombre múltiples atractivos, ya sea como objeto de acción, o de conocimiento, o de utilización, o de representación artística, etc. Cada uno de estos intereses marca a la voluntad una trayectoria ideal que brilla ante la conciencia humana con un valor más o menos grande. Cada época histórica ha tenido una tabla ideal de valores de donde el hombre ha derivado las normas para la edificación de su vida. En la época contemporánea asistimos a una crisis de los valores. Sería aventurado afirmar que ésta o aquélla escala valorativa es la más universalmente aceptada. Parece más bien que sobre la jerarquía de los valores no hay acuerdo ninguno y reina la confusión y el caos. Ciertas doctrinas muy difundidas han llegado hasta a negar los principios mismos de la valoración. Los valores, se ha dicho, son meras apreciaciones subjetivas que sólo tienen sentido para el individuo que juzga. No habría entonces ningún común denominador para medir con certeza objetiva la belleza, el bien, la verdad, en fin, todos aquellos atributos que forman el contenido de la cultura humana. El mundo de los valores quedaría así reducido a una pura ilusión, sin ley ninguna, en donde no hay más árbitro que el capricho individual. El subjetivismo sería la justificación filosófica de esta anarquía, afirmando como única verdad el principio del homo mensura, que se expresaría en la fórmula siguiente: cada individuo es la medida de todas las cosas.
Uno de los más apreciables resultados de la actual filosofía es el de restaurar la convicción en la independencia de los valores frente a las condiciones subjetivas de la estimación siempre inestables. Podemos, pues, concebir un mundo cultural fundado en un orden de valores que obedece también como el mundo de la naturaleza a leyes rigurosamente objetivas. El autor de este ensayo piensa que en México, donde ha prevalecido desde hace muchos años el escepticismo y la desconfianza, urge difundir estas ideas. El sentido de los valores es algo que en nuestro país ha carecido de principios fijos, ejercitándose siempre con la más completa arbitrariedad. Será pues benéfico todo intento de corregir nuestras viciosas costumbres estimativas, propagando la convicción de que existen valores intrínsecos en la vida humana que nuestra conciencia puede reconocer o ignorar, pero cuya realidad es inalterable y no depende de nuestros puntos de vista relativos.
Nuestros juicios de valor están muy a menudo influenciados por condiciones subjetivas. Esto significa que atribuimos un valor a las cosas sólo en relación con nuestros intereses. Un objeto deseado nos parece valioso, y su grado de valor es variable en proporción a la distancia que guarda respecto a nuestro poder. Vale más mientras más lejano está de nuestro alcance, y su valor decrece a medida que es más fácil adquirirlo. No es remoto entonces, que al tener en las manos el objeto anhelado, su valor se desvanezca por completo. El valor era un espejismo proyectado sobre el objeto para incitarnos más ardientemente hacia él. He aquí un hecho psicológico de una indudable realidad, pero que no debe confundirse con los verdaderos actos de estimación. El deseo y el valor son tan independientes uno de otro, que es posible estimar una cosa sin desearla o desear una cosa sin estimarla. En todo caso, cuando el deseo y la estimación van juntos, es aquél el que sigue a esta última y no la estimación al deseo como erróneamente se supone.
El amor, el odio, la envidia, el resentimiento, el despecho, son pasiones que influyen poderosamente en los juicios de valor. Se exaltan las cualidades de una persona amada hasta concederle un prestigio que puede en justicia no merecer. Por el contrario, se deprime el mérito de una persona sólo en razón de la antipatía o la enemistad. El individuo siempre declara falsos los valores de la persona que envidia. Cuando un objeto codiciado es inaccesible al esfuerzo del individuo, éste disimula su impotencia rebajando el valor de tal objeto, como la zorra de la fábula declara verdes las uvas que no puede alcanzar. Estas y otras observaciones que omitimos, demuestran, no que los valores son subjetivos, sino que hay actitudes viciosas, causas de error en la valoración, que pueden ser conscientemente eliminadas para lograr en las cosas una visión pura de sus valores auténticos.
El mundo de los valores
Hasta ahora hemos mencionado la existencia de valores reales inherentes a hechos, personas o cosas. Pero la conciencia descubre también valores abstractos, separados de la realidad, por decirlo así, en estado puro. En la estimación de los objetos reales, no sólo advertimos los valores que efectivamente poseen, sino además, los que debían poseer. Los hombres dotados de una fina sensibilidad para el valor, encuentran la realidad imperfecta, juzgan que no es como debía ser. Ahora bien ¿cómo es posible un juicio semejante, sin poseer un modelo ideal con qué comparar los hechos reales? Ese modelo no puede ser otro que el de los valores puros. Sin ellos no podríamos efectuar, en absoluto, ninguna valoración. ¿Cómo reconoceríamos en la realidad sus valores efectivos, de no tener de antemano la noción de esos valores ideales? Toda valoración está, pues, condicionada por la noción de los valores puros, que constituyen las premisas indispensables de toda estimación valedera. Así pues, por encima de la realidad, siempre deficiente, la conciencia nos abre un mundo ideal de valores, en cuya virtud sabemos cómo debe ser.
Ciertamente el mundo de los valores no es accesible de un modo directo a la mayoría de los hombres; pero existen las individualidades superiores, los artistas, los reformadores morales, etc., cuya misión es descubrir valores nuevos, que circularán después como patrimonio de la conciencia común. La finalidad de la cultura es despertar la más amplia conciencia posible de los valores y no como se supone erróneamente la simple acumulación del saber. Cultura y conciencia de los valores son expresiones que significan la misma cosa. Los pensadores más eminentes de hoy comparten estas ideas que son ya casi un lugar común de la Axiología (Filosofía del valor).
La axiología educativa
Llamada también la teoría de los valores aplicada a la educación, proporciona a la Pedagogía los conceptos cualitativos para orientar la formación de la personalidad en torno a los valores que una sociedad dada pretende convertir en los modelos de comportamiento. Aquí también no hay unanimidad de criterios y posiciones pedagógicas, aunque teóricamente son más las concordancias que las discrepancias. Pero como la educación es un fenómeno histórico-social, los valores que se inculcan o se pretenden inculcar a las nuevas generaciones dependen de las condiciones históricas, de las fuerzas que dominan las sociedades en un momento dado, de las ideas dominantes, en suma. Aquí juega un papel la ideología y el "aparato ideológico" del cual habló Luis Althusser. No es éste el lugar para exponer sendos ejemplos de la educación históricamente concebida; pero basta señalar que los valores individualistas en la educación se han desarrollado en concordancia con la evolución del sistema capitalista y, en su forma más exacerbada hoy, con la fuerza de la globalización neoliberal, penetrando hasta en la propia metodología pedagógica con la "enseñanza por competencias". La axiología educativa conduce a la configuración de perfiles educativos que tienen que ver con los valores positivos para desarrollar aquéllos, tanto los perfiles del educador como del estudiante y, en proyección, de los profesionales que se forman. Como una visión valorativa de futuro, se conforman los ideales educativos hacia los cuales se dirige un sistema educativo dado. ¿No está claro que la educación de los Estados Unidos proyecta un ideal de "gran nación", "modelo de democracia" y "país ideal para concretar el sueño de una vida próspera y feliz?". ¿Tenemos los peruanos un ideal educativo que nos unifique y unifique nuestro sistema educativo? Discutamos eso. Un problema importante de axiología educativa es la acentuación de los valores éticos en los sistemas educativos de América Latina, en desmedro de los otros tipos de valores. Casi todo se reduce a lo ético y muy poco a los valores científicos, sociales, estéticos. Estos últimos se han reducido al mero dominio de las matemáticas, al exitismo personal y la denominada "comunicación integral".
El discurso educativo, agrandado con la información interdisciplinaria y modernizada con enjambres de cifras, tiene un espacio todavía vacante. Sin perjuicio de su amplitud, la cuestión de los valores es aún materia disminuida y casi ausente en e] debate sobre la crisis de la educación. Fuera de este ámbito el problema asume características distintas aunque precarias. La escasa y sesgada mención que de ellos se hace es una consecuencia de la confrontación ideológica y, también, una manera de encubrir o eludir conceptos complejos y controvertibles. Sin embargo, y a pesar de las peripecias de los conceptos axiológicos dentro y fuera del discurso educativo, sería arriesgado suponer que los valores pierden su sentido o devalúan su influencia orientadora. Lejos de todo ello, su función no siempre visible en los sistemas educativos es razón suficiente para reflexionar sobre lo que representan en el quehacer de la educación formal, particularmente en el de las instituciones de educación superior que constituyen el nivel formativo más integrado con el desarrollo de la cultura científica contemporánea.
El solo hecho de mencionar los valores remite a la idea de una crisis superada en el tiempo o vivida en el presente. Se sostiene, de manera conclusiva, que los tiempos de crisis obligan a revisar nuestras creencias, valores y representaciones habituales. Esta conclusión, sin premisas establecidas, adquiere relevancia en la expresión "crisis de valores", síntesis conceptual que da lugar a dos interpretaciones aparentemente distintas. La primera tiene carácter cuantitativo y se refiere a la "escasez" de valores en la sociedad; la segunda implica un concepto de orden y señala una "inversión de valores" en el comportamiento humano y en nuestras apreciaciones de la sociedad. No obstante la independencia de ambas interpretaciones, sus significados confluyen en el reconocimiento de que la crisis, por su extensión y profundidad, amenaza la vigencia de valores que todavía se mantienen y obliga a establecer un nuevo orden axiológico.La situación actual obliga a plantear la cuestión de los valores en el marco de una crisis generalizada, cuyos efectos alteran estructuras, articulaciones y procesos de la sociedad global. En esa alteración la "crisis de valores", adentrada en los intersticios del tejido social, aparece especialmente vinculada con la educación. A pesar de la abundancia de recursos, medios técnicos y modelos para toda circunstancia, vivimos una crisis dual de la educación, dualidad que refleja, por una parte, las limitaciones y obstáculos operativos de los sistemas; por otra, la distorsión del sentido que tienen los valores que dimanan del proceso educativo.Si bien la crisis de los sistemas educativos se refleja en todos los niveles y a escala mundial (Ph. Coombs, 1973), sus alcances se hacen más agudos, más críticos, cuando se trata de la educación superior. No sólo porque en este nivel educativo se enseñan y aprenden ciencias y disciplinas con las cuales se asegura el dominio de la naturaleza y se contribuye al desarrollo de la sociedad, sino por sus resultados que se traducen en el ejercicio del poder político y social, en el control de la producción y administración de la riqueza social y en el enriquecimiento de la cultura. De ello se deduce que cargar con el peso de la "crisis de valores" a la educación superior equivale a valorar los sistemas educativos, según el género de vida que tiene la sociedad y en función de los satisfactores, bienes y valores que el sistema educativo genera y reproduce.En el orden axiológico, el problema principal de la educación es el de identificar y situar sus valores. ¿Cuáles son y dónde están? Ante la simplicidad de esta pregunta se han formulado múltiples respuestas complejas. Sería tarea excesiva -al menos para este ensayo- pretender su identificación y listar los innumerables valores contenidos en la educación superior; sin embargo, se puede afirmar que están adscritos, principalmente, a los contenidos, métodos y objetivos del proceso educativo. Su reconocimiento individualizado y su articulación en una estructura dinámica constituyen el campo natural de una valoración cerrada, cuya dominante -representada por la dinámica de la estructura- es insuficiente para explicar integralmente la naturaleza axiológica de la educación. Su discurso cerrado y el uso reduccionista que de ella se hace influyen notoriamente para que la fundamentación de los valores educativos se conduzcan por atajos doctrinarios e ideológicos, cuando no dogmaticos y especulativos.
Al margen de las implicaciones reduccionistas del discurso pedagógico, la educación es una actividad genuina de la sociedad y se desarrolla en función de fines e ideales que no son exclusivos de la valoración cerrada. Las necesidades, intereses y aspiraciones de la sociedad determinan el paso de la valoración cerrada a la valoración abierta. Esto quiere decir que los valores se adscriben tanto a los componentes internos del proceso como a las funciones y resultados sociales del sistema. Entonces se valoran las ciencias, las tecnologías, las disciplinas humanísticas y, consecuentemente, los niveles formativos, las profesiones, las especializaciones y los recursos humanos formados en este nivel educativo.
El paso de la valoración cerrada a la abierta implica la confrontación del proceso educativo con la dinámica de la sociedad. Las fuerzas sociales e ideológicas, según sus intereses y proyectos, y según sus articulaciones en la estructura del poder, determinan otras dominantes que en la valoración abierta se integran con la estructura de la valoración cerrada. Las nuevas dominantes se reflejan en la formulación de fines y objetivos, en la organización del currículo y en el sentido que habrá de tener la educación. No es casual que se establezcan modelos en los cuales se ideologiza el conocimiento para darle el valor de componente principal del "status" social, como tampoco es fortuito que hoy día se discuta la evaluación de los sistemas educativos en términos de "calidad de la educación" y "excelencia académica". Ambos conceptos axiológicos están relacionados con la valoración cerrada y abierta, respectivamente. Aislar a "la calidad" de los valores intrínsecos del proceso educativo, o "la excelencia" de los valores extrínsecos de la educación, conduce a los mismos riesgos doctrinarios e ideológicos de la valoración cerrada o a la elaboración de una fórmula hueca y sin sentido, en el caso de la "excelencia académica".
Las nuevas dominantes no sólo proceden de los cambios que se producen en el entorno nacional, sino también de los que ocurren en las estructuras de la ciencia y la tecnología, controladas por pocos centros de poder. A consecuencia de ello, en países como los nuestros la enseñanza y la investigación se distancian más de "la gran ciencia" o ciencia avanzada y de las tecnologías de punta, o siguiendo radicales tendencias imitativas, experimentan cambios que no siempre traen el mejoramiento de una situación dada. En esta situación, y otras semejantes, la cuestión de los valores asume características significativas por la función que ellos cumplen en el proceso formativo de los recursos humanos.
Conclusiones
La crisis contemporánea es la que más hondamente lesiona los valores humanos. Es un desgarramiento del hombre ocasionado por contradicciones internas que desvirtúan el sentido benéfico de la civilización. Hay en ésta un ímpetu demoniaco que burlando el control de la voluntad, ha desarrollado fuerzas destructoras que se vuelven en contra de los intereses del hombre. Observando el panorama mundial del momento presente, bien podría aparecer la civilización como un monstruo que después de romper sus cadenas, amenaza destruir a sus propios amos y creadores. Es decir, que la civilización, contradiciendo su destino original, en vez de favorecer la vida se convierte en un instrumento de muerte. Y así el hombre llega a la situación paradójica de tener que defenderse de su propia civilización. Esta ha creado en su seno fuerzas negativas que pueden deshacer la libertad, la personalidad, la vida espiritual del hombre. Para consumar este fin la civilización, valiéndose de mil recursos, ha embotado el juicio, ha debilitado las fuerzas morales, ha sugestionado a la inteligencia y ha conquistado la voluntad de manera que la destrucción del hombre aparezca como un deseo que de él emana, y encuentre además una filosofía para justificarla disfrazándola de un beneficio en que deben cifrarse sus más elevadas aspiraciones. Por fortuna, una parte de la humanidad que ha salvado la lucidez de su conciencia, está alerta ante el peligro y se apresta a defender con todas sus fuerzas los más preciados valores del hombre.
En esta crisis mundial que parece envolver una cuestión de vida o muerte para la civilización, podría considerarse inoportuno e ineficaz la meditación y el pensamiento, y el exigir de toda su planificación directa en la lucha diaria, como soldados en la trinchera, para hacer frente al enemigo inmediato. Sin embargo, tras de los acontecimientos reales actúan fuerzas invisibles, factores ideales que sólo con las armas del pensamiento se pueden combatir. La filosofía contemporánea ha buscado afanosamente el contacto con la realidad y su puesto en la lucha para servir a la vida del hombre y la civilización. Ella comprende la urgencia de constituir un frente ideológico que se oponga a todos aquellos errores que minan las bases mismas de la existencia humana. Los temas que han sido tocados brevemente en este libro no son ajenos, como pudiera juzgarse por su expresión abstracta, a los problemas vitales que agitan el panorama de la historia actual. Por poco que se prolonguen o ahonden las implicaciones de esos temas podrá verse cómo se enlazan con los problemas más palpitantes de la experiencia cotidiana. La tesis que yace en el fondo de este libro y que tal vez pueda leerse entre líneas, es que los acontecimientos exteriores de la vida no hacen sino reflejar la idea que el hombre tiene de sí mismo, la conciencia o inconsciencia de su verdadero destino. La historia será grande o mezquina según sea grande o mezquina la estimación que tenga de sus propios valores. La tesis de este libro se ha inspirado en la perenne validez de la máxima socrática que dice al hombre: conócete a ti mismo. No es el hombre un mero producto de la historia arrastrado como un cuerpo inerte en la corriente de su devenir. La historia es una creación humana en donde se reflejan su fuerza y su debilidad, su heroísmo y su pequeñez. El hombre y nadie más son responsables de su historia. Cuando se habla de factores históricos preponderantes, como por ejemplo la economía ¿acaso se pretende que ésta es obra de la naturaleza? ¿No es la economía en cualquiera de sus formas una organización creada por el hombre?
En síntesis podemos destacar lo siguiente:
Cuando hablamos de "valores morales", es importante notar que éstos están frecuentemente constituidos por hábitos establecidos en un grupo o sociedad y que deben subordinarse a la valoración ética. Asimismo, la crisis y cambio de valores morales no significa necesariamente una amenaza o un peligro, se puede ver como algo saludable.
La crisis de valores relacionada con la juventud tiene un contexto sociocultural amplio del cual la juventud es parte. No se puede aislar a la juventud de este contexto.
Cuando hablamos de "juventud", nos referimos a una pluralidad de modelos, que no pueden ser homogeneizados sin grandes pérdidas. Cada modelo está en relación a diferentes situaciones y herencias morales. En América Latina, son importantes para comprender a la juventud, las diferentes raíces culturales como son sus diferentes herencias morales, las diferentes clases sociales, entre los cuales destacan los jóvenes pobres y trabajadores; jóvenes marginales y expuestos a la delincuencia y al consumo de drogas; jóvenes de clase estudiantil urbana.
Existe un modelo que se puede entender hoy como hegemónico. Esta hegemonía se expresa en la tendencia de la cultura moderna a imponerse. También se ejerce por la fuerza de una imposición virtual, estableciendo patrones de comportamiento y de referencia. Es posible retomar algunas tendencias morales características de ese modelo.
En las relaciones con la juventud y sus valores morales, además de los desafíos de la pastoral, la Iglesia puede verse interpelada desde dentro por algunos acentos como son la insistencia en lo privado, en el tipo de relaciones del compañero-comunidad que defiende, en el idioma que usa para proponer formas religiosas a los significados y en el propio horizonte de sentido de vida que ofrece.
El proceso formativo de valores morales, para que sea evangélicamente conducido y al mismo tiempo inculturado, exige cierta consideración de cómo los jóvenes participan en la creación de logros en la vida social, es decir en la producción y consumo de servicios, en la producción y "consumo" de relaciones, en la producción y "consumo" de sentidos. Un proceso formativo debe necesariamente ser participativo, superando relaciones simplemente institucionales, impositivas y autoritarias.
Ante las tendencias de elaboración moral de la cultura moderna, la Iglesia los ve como el desafío de vivir radicalmente los ideales del Sermón de la Montaña y de guiarlos hacia las utopías del Reino de Dios, reconociendo sus propias ambigüedades e insuficiencias en este sentido. Esto exige transparencia por un lado, y por otro también la gradualidad en las demandas, para facilitar un crecimiento.
La crisis de valores morales de la juventud debe ser vista en el contexto bíblico de "signos de los tiempos", provocadores no simplemente de una acción misionera, sino también de una revisión interna, espiritual y organizacional de la propia Iglesia.
Los valores morales tienen una significación social muy importante y son analizados por diferentes ciencias.: Filosóficas, sociológicas y pedagógicas.
Los valores desde la óptica sociológica retoma de la filosofía su significación social, afirma la existencia de objetiva y subjetiva, que parten del consenso social.
En el contexto social, la familia y la escuela son instituciones primarias importantes en la formación de valores.
La polémica entre las interpretaciones materiales e idealistas pierden espacio.
La generalidad científica reconoce el doble carácter objetivo – subjetivo de valores.
Bibliografía
Geomundo.com. Los Valores hechos VIDA. Objetividad en Los Valores
M.A. Xóchitl Vázquez Domínguez. La importancia de los valores morales en el desarrollo profesional. Responsabilidad Social Empresarial 28-07-2008
Montellano Opina. El blog de Portal Montellano. La corrupción pública es determinante en la falta de credibilidad de los políticos. jueves, 27 de abril de 2006
Monografías.com. Valores y antivalores
Autor:
Lic. Yda Zambrano
República Bolivariana de Venezuela
Noviembre 2009
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