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Calentamiento Global en EE.UU. como consecuencia de la urbanización (página 2)

Enviado por Selene Caraballo


Partes: 1, 2

Simbiosis y dominación urbanas

Tras la primera explosión demográfica ocurrida en la antigua Mesopotamia, las relaciones simbióticas mantenidas originalmente entre la aldea y su entorno no se vieron apenas alteradas. Tal y como describe Childe, `la ciudad', en sus primeras manifestaciones, `era un recinto definido por una muralla de ladrillo y un foso, dentro del cual sus habitantes encontraron por primera vez un mundo de su propiedad, relativamente seguro frente a la presión inmediata de la naturaleza salvaje del exterior. Se alzaba en medio de un paisaje artificial de huertas, campos cultivados y pastos, que se había establecido sobre zonas pantanosas y desérticas gracias a los diques y los sistemas de irrigación construidos por las generaciones precedentes' [Childe, 1942:94]. A pesar de que dichas ciudades representaban `una nueva magnitud en los asentamientos humanos', las poblaciones de Lagash, Umma y Khafaje `pueden ser estimadas con cierta seguridad en torno a los 19.000, 16.000 y 12.000 habitantes respectivamente, a lo largo del tercer milenio.' Las ciudades levíticas descritas en la Biblia, y confirmadas por las excavaciones modernas de Gezer, tenían una extensión de 9 hectáreas, con unos terrenos reservados exclusivamente a los pastos que suponían una superficie de 120 hectáreas [Osborn, 1946]. Más de cuatro mil años después, en una época tan tardía como el siglo XVI, el tamaño característico de una ciudad europea se situaba entre los 2.000 y los 20.000 habitantes; sólo a partir del siglo XVII comenzaron a multiplicarse las ciudades de más de 100.000 habitantes. Tanto las ciudades orientales de la antigüedad como las europeas medievales reservaban suelo dentro del recinto amurallado para huertas y establos de ganado que garantizarían el alimento en caso de guerra. Ni siquiera la grandiosa extensión de Babilonia debe confundirnos hasta el punto de intentar comparar su densidad de población con la del Londres actual.

Un plano dibujado en 1895 por Arthur Schneider y publicado por Hassert [Hassert, 1907], muestra que la extensión ocupada por Babilonia cubría una área lo bastante grande como para contener Roma, Tarento, Siracusa, Atenas, Éfeso, Tebas, Jerusalén, Cartago, Esparta, Alejandría y Tiro, todas juntas y con casi el mismo espacio libre entre ellas como el que ocupaban. Incluso en tiempos de Herodoto, Babilonia tenía el aspecto de una aldea hiperdesarrollada.

La economía neolítica parece haber sido de tipo cooperativo. La concentración de los campos de cultivo alrededor de pequeñas comunidades de vecinos, sin el suficiente excedente de alimentos o de poder como para promover la arrogancia de estas comunidades en su relación con los vecinos o con la misma naturaleza, estableció un equilibrio natural entre los asentamientos y el territorio.

En Europa, tal y como Eliseo Reclus señaló hace ya tiempo, las aldeas y las pequeñas ciudades rurales, tendían a expandirse, en la medida que la topografía lo permitía, hasta la distancia que podía recorrerse en una jornada andando. Con la introducción de la metalurgia, en paralelo al éxito de la urbanización, llegó la especialización técnica, la diferenciación entre las castas y el aumento de la tentación de agredir a prójimo; con todo ello comenzó una desatención al bienestar general de la comunidad en su conjunto y, en particular, una tendencia a ignorar la dependencia de la ciudad de los recursos locales.

El exceso de poder contribuyó a una confianza excesiva en la capacidad del ser humano –una confianza asentada, sin lugar a dudas, en la eficacia que demostraban las nuevas armas ofensivas y defensivas que habían permitido a minorías agresivas tomar el control de la ciudad y sus leyes. Con el desarrollo del comercio a larga distancia, el cálculo numérico y la acuñación de moneda, esta civilización urbana tendió a olvidar el sentido original de sus límites y a considerar que todas las formas de riqueza eran asequibles a través del comercio o por medio de la demostración de su poderío militar. Todo aquello que se podía cultivar o fabricar en la propia región, se podía obtener de otras regiones a través del comercio o del pillaje. Con el tiempo, esta civilización urbana cometió el error de aplicar este pragmatismo mercantil al propio entorno natural: comenzó el proceso de eliminación de los espacios libres del interior de la ciudad y el crecimiento a costa de los campos circundantes.

Hasta los tiempos modernos, la extensión de la ciudad estaba definida por el perímetro amurallado, que condicionaba su crecimiento exactamente igual que los anillos del tronco de un árbol. La muralla posiblemente tenía un papel definitorio en la transformación de la aldea en ciudad; cuando estaba construida con materiales pesados y duraderos, rodeada por un foso, ofrecía a la ciudad una protección que una pequeña aldea no podía permitirse. No sólo proporcionaba una defensa militar, sino que la ciudad, gracias a su excedente de población, podía mantener una guarnición permanente que hiciera frente a importantes ejércitos agresores. El significado primigenio de `ciudad' se refiere a un recinto fortificado o amurallado. Las aldeas que, situadas en lugares fácilmente defendibles, ofrecían refugio frente a los depredadores de todo tipo, terminaban acogiendo a familias procedentes de zonas más expuestas, por lo que se producía un crecimiento y una diversificación de la población. De esta forma, la ciudadela del templo aumentaba su población incluso cuando ya había pasado el peligro, reteniendo a parte de los que habían buscado refugio, y transformándose así en una ciudad. En Grecia, la ciudad hace su aparición histórica a través de una reagrupación de poblaciones rurales en el interior de un recinto amurallado.

Sin embargo, la diferencia morfológica entre la aldea y la ciudad no es el simple resultado de una mejor localización o del hecho de que esta ventaja geográfica permita la obtención de recursos, alimentos y población de una área más extensa o el acceso a un mercado mayor para exportar los productos propios, aunque ambos son elementos que favorecen el crecimiento demográfico y la expansión económica. Principalmente, son dos factores los que distinguen a una ciudad de una aldea.

El primero es la presencia de un núcleo social organizado, en torno al cual se organiza el conjunto de la estructura de la comunidad. Aunque la formación de este núcleo puede comenzar por la aldea, como parecen indicar los restos de lugares rituales sagrados, es la intensificación de la división social que trae consigo la civilización la que provoca que las tareas defensivas y religiosas pasen a ser realizadas por instituciones colectivas especializadas. Sin embargo, desde el punto de vista de las relaciones de la ciudad con su entorno natural, el aspecto más importante a señalar es que, en este núcleo social, tienen lugar las mayores variaciones en el estilo de vida y en la estructura física de la ciudad respecto de la aldea. De esta forma, el templo, a diferencia de las construcciones temporales, será construido con materiales permanentes, con sólidos muros de piedra, a menudo adornados con piedras preciosas y cubiertos con valiosas maderas obtenidas de canteras y bosques distantes, todo ello concebido a una escala colosal. Mientras tanto, la mayoría de las viviendas seguían siendo de tierra y caña, o de zarzos y barro, según el patrón consolidado de las aldeas.

Por otra parte, aunque se pavimentase el área del templo, el resto de las calles y callejones de la ciudad se mantenía sin ningún tipo de pavimentación. En una época tan avanzada como la de la Roma Imperial, el pavimento se introdujo en un principio sólo en el foro, mientras el resto de las grandes arterias de la ciudad se convertían en verdaderos barrizales cada vez que llovía. De la misma forma, diversas innovaciones técnicas como baños, aseos y redes de saneamiento, ya aparecían en los palacios urbanos desde tiempos de Akkad —innovaciones que han estado fuera del alcance de la mayor parte de la población urbana hasta los tiempos modernos.

En paralelo a estas intensas transformaciones estéticas del entorno urbano, otra tendencia distingue la ciudad de la aldea: la pérdida de los vínculos que unen a sus habitantes con la naturaleza y la transformación, eliminación o sustitución de los elementos más condicionados por el entorno natural, cubriendo el territorio natural con un escenario artificial que ensalza la dominación del hombre y estimula la ilusión de su independencia completa respecto de la naturaleza. La primera etapa de la `Revolución Urbana', por utilizar el término acuñado por Childe, cuenta con escasas máquinas y poco más que el esfuerzo físico de los hombres. Su patrimonio tecnológico, una vez dominadas la fundición del cobre y del hierro, era estático en todos los sentidos; sus principales habilidades se concentraban, descontando la producción textil, en la adaptación de utensilios para usos específicos (ollas, jarras, tinajas, cajas) y en la construcción de grandes obras públicas (presas, sistemas de irrigación, edificios, carreteras, baños públicos), aparte de las mismas ciudades. Habiendo aprendido a utilizar un fuego de una intensidad relativamente alta para la fabricación de vidrio o para la fundición de metales preciosos, estas civilizaciones primitivas controlaron sus riesgos mediante la creación de un entorno a prueba de incendios. La importancia de este hecho, una vez que el papiro y el papel comenzaran a utilizarse, no debe ser subestimado. En esta transformación general de lo transitorio a lo estable, de las estructuras frágiles y temporales a los edificios duraderos y resistentes frente al viento, frente al clima y frente al fuego, el hombre primitivo se ponía en cierta medida a salvo de las fluctuaciones y de las irregularidades de la naturaleza.

Cada uno de los elementos que caracterizaban la nueva forma urbana —la muralla, las viviendas duraderas, las arquerías, la calle pavimentada, los almacenes de provisiones, el acueducto, el alcantarillado— reducía el impacto de la naturaleza y aumentaba el dominio de la humanidad. Esta situación se reflejaba en la silueta de la ciudad, tal como la podía apreciar el viajero que se acercaba a ella. En medio de un paisaje térreo y vegetal, la ciudad se convertía en un oasis invertido de piedra y cerámica. El camino pavimentado, un vacío artificial que agiliza el tráfico y que lo independiza del clima y de las estaciones; el dique de irrigación, un sistema de ríos artificiales que regula la agricultura al margen de la irregularidad de las lluvias estacionales; el acueducto, un arroyo artificial que convierte el entorno seco de la ciudad en un oasis; la pirámide, una montaña artificial que sirve como recordatorio simbólico del deseo humano de permanencia y continuidad —todas estas invenciones dan cuenta de la reducción de la importancia de los condicionantes naturales gracias a un artefacto colectivo de origen urbano.

La seguridad física y la continuidad social fueron las dos grandes contribuciones de la ciudad. Bajo estas condiciones ninguna clase de conflicto o desafío podía poner en cuestión el orden social, de forma que parte de esta animosidad pudo dirigirse a la lucha contra las fuerzas naturales. Como base segura de operaciones, santuario de la ley y el orden, depositario de contratos y escrituras, espacio organizado según la capacidad humana, la ciudad era capaz de coordinar actividades a grandes distancias. A través del comercio, el cobro de impuestos, la minería, la agresión militar o la construcción de carreteras, actividades que permitían la movilización y la organización de millares de individuos, la ciudad llevaba a cabo importantes transformaciones en el entorno natural, de una escala imposible de abordar para grupos humanos más reducidos. A través de las canalizaciones y las obras de irrigación y los depósitos, la ciudad justificaba su existencia, ya que liberaba a la comunidad de los caprichos y la violencia de la naturaleza —a pesar de ello, una parte no pequeña de este beneficio era anulado por el efecto consecuente de la sumisión aún más abyecta de la comunidad a los caprichos y la violencia de los hombres. Sustitución urbana de la naturaleza

Desafortunadamente, tal y como nos recuerdan las sucesivas desintegraciones de civilizaciones, la sustitución de la naturaleza por la ciudad descansaba, en parte, en una ilusión sobre la naturaleza del hombre y de sus instituciones: la ilusión de autosuficiencia e independencia y la ilusión de la posibilidad de una continuidad física sin una renovación consciente. Dichas ilusiones animaron hábitos de depredación y parasitismo que llegaron a socavar las bases de toda la estructura social y económica, una vez asolado no sólo el paisaje circundante sino también el de regiones distantes.

Antes de alcanzar el millón de habitantes, la mayoría de las ciudades llegan a un punto crítico de su desarrollo. Esto sucede cuando el crecimiento sobreexplota los recursos locales como el agua y pone en peligro su suministro; cuando una ciudad se ve obligada a buscar recursos para su industria más allá de sus límites inmediatos. Hasta este punto, cuando la ciudad alcanza los límites de sostenibilidad de su propio territorio, el crecimiento se produce a través de la colonización. El crecimiento desafía los límites naturales, a través de una ocupación intensiva del territorio y de una invasión de las áreas circundantes, sometiendo, por la ley o simplemente por la fuerza, a las ciudades rivales que compiten por los mismos recursos.

El avance de la tecnología, con sistemas centralizados de calefacción por aire caliente, aceleró el proceso de deforestación, un suceso que se ha repetido posteriormente en la Europa septentrional gracias a las industrias del vidrio, de la siderurgia o de la construcción de navíos, o en la actualidad por la gran demanda industrial de celulosa.

Cuanto mayor es el desarrollo de la ciudad como entidad independiente, más irreversibles resultan las consecuencias para el territorio que domina.

EL CRECIMIENTO DE LA CONURBACIÓN

Hasta mediados del siglo XIX, las localizaciones que contaban con corrientes de agua aprovechables energéticamente y que habían constituido el asentamiento habitual de la industria, mantuvieron este atractivo para las industrias; pero, con la llegada del ferrocarril, la industria se agrupó en las ciudades con el fin de beneficiarse del excedente de mano de obra allí localizado. A partir de este momento, comarcas enteras se urbanizaron. El crecimiento de este tipo, automático y desregulado, resultado de la aparición del ferrocarril y de la fábrica, nunca antes había resultado posible; pero ahora los agentes de la mecanización no sólo creaban su propio medio ambiente, sino que establecían un nuevo modelo para el crecimiento de las grandes ciudades preexistentes.

Al observar el mapa de Bartholomew de la población de Gran Bretaña a principios de este siglo [el XX], Patrick Geddes descubrió que la urbanización había asumido una nueva forma: las áreas urbanas, hasta entonces distinguibles tanto desde el punto de vista político y administrativo como desde el punto de vista geográfico, se habían convertido en una masa informe con una alta densidad de población, a una escala que superaba a cualquier gran ciudad del pasado. Se había establecido así una nueva configuración, tan diferente respecto de las ciudades industriales como estas mismas lo eran respecto de sus prototipos rurales, que Geddes denominó «conurbación». Este nuevo tejido urbano estaba menos diferenciado que el anterior. Presentaba una vida institucional empobrecida; mostraba signos más débiles de integración social; y tendía a aumentar su tamaño en cada nuevo edificio, cada nueva avenida, cada nuevo «desarrollo», sin ningún límite cuantitativo [West Midland Group, 1948].

Esta concentración de la industria ha tenido diversas consecuencias para el conjunto del medio ambiente. El carbón como nueva fuente de energía; los nuevos procesos industriales, agrupados en torno a las nuevas industrias del acero y los hornos de coque; la nuevas industrias químicas para fabricar clorita, ácido sulfúrico y cientos de otros componentes potencialmente nocivos: todas ellas vertían sus productos de desecho a la atmósfera y a las aguas a una escala tal que el medio natural era incapaz de absorberlos como había ocurrido hasta entonces con los desechos de la industria tradicional o con los residuos orgánicos de una tenería o un matadero. Los arroyos que hasta entonces ofrecían gran cantidad de pesca y aguas aptas para el baño e incluso para el consumo, se convirtieron en desagües venenosos; entre tanto, el hollín, los residuos químicos, los silicatos y las partículas de acero se acumulaban en los pulmones de las personas y en la vegetación, a través del terreno natural que pudiera conservarse.

En este punto hay que señalar que ésta era una consecuencia natural de la superconcentración. La gran ubicuidad del nuevo tipo de ciudad, junto a su densidad, incrementa, por ejemplo, el riesgo de nubes de gases letales, como la que afectó a cinco mil personas en Londres, en apenas una semana, en 1952; el éxodo masivo en automóvil y la baja velocidad impuesta por la densa niebla, se convertiría en una fuente añadida a los gases ya presentes en la atmósfera.

La extensión de la conurbación industrial no sólo conlleva la obliteración del entorno natural como soporte de la vida, sino que, crea como sustituto, un medio indiscutiblemente antiorgánico; incluso allí donde el suelo se conserva desocupado, en los intersticios de este desarrollo urbano, éste pierde progresivamente su capacidad para soportar actividades agrícolas o de esparcimiento. La erosión del suelo o su desaparición bajo edificios y vertederos no producen una mera indisponibilidad temporal de ese suelo, sino más bien lo hacen improductivo, de forma que, incluso si se llevasen a cabo todos los esfuerzos recomendados por la ciencia, necesitaría siglos para recuperar su capacidad de soportar la actividad humana, por no hablar de formas más orgánicas de agricultura.

LA DISPERSIÓN SUBURBANA

El primer cambio, resultado de la búsqueda de un ambiente libre de los ruidos, la suciedad y la superpoblación de las ciudades, es anterior incluso a los medios que lo hicieron posible a gran escala. En Londres, el movimiento suburbano comenzó en tiempos tan tempranos como la época isabelina [siglo XVI. N. del T.], como reacción frente al exceso de densidad edificatoria y de población que había tenido lugar en el centro de la ciudad; a finales del siglo XVIII tuvo lugar un éxodo similar entre los mercaderes que podían permitirse mantener un coche privado para llevarles al centro de la ciudad. Con la mejora de las infraestructuras de transporte ofrecidas por el coche privado y el ferrocarril, este movimiento suburbano se popularizó a lo largo del siglo XIX. Pero, hasta 1920, fueron principalmente las clases más pudientes las que pudieron permitirse el lujo de la luz natural, el aire fresco, los jardines, los grandes espacios y el acceso a campo abierto. Pero fue en aquel momento cuando el estándar se universalizó en los barrios suburbanos de las clases altas, a pesar de que la actividad económica que lo sustentaba se encontraba fuera del área en que estaba asentado y de que, desde su misma creación, había exigido un importante sacrificio de tiempo en los desplazamientos diarios al lugar de trabajo en la lejana ciudad. La iniciativa de algunos empresarios visionarios como Lever (Port Sunlight, 1887) y Cadbury (Bournville, 1895) demostró que estándares similares podían aplicarse a la construcción de barrios obreros cuando el suelo era lo bastante barato.

A partir de 1920, la difusión del vehículo motorizado privado ha completado el trabajo de agrandar el territorio susceptible de ser suburbanizado, una expansión ya iniciada en la decada de 1900 gracias a la aparición de los tranvías eléctricos interurbanos. El resultado de esta dispersión incontrolada de los barrios residenciales suburbanos ha sido finalmente la negación de los objetivos iniciales que justificaron el nacimiento de este movimiento.

La desecación de marismas, la ocupación de suelos fértiles con edificaciones, la tala de bosques, la obstrucción de arroyos y torrentes y el abandono de manantiales y pozos locales resultaban perturbaciones secundarias en los tipos tempranos de metrópolis.

Puesto que los requisitos del desarrollo urbano e industrial exigen suelo accesible y de calidad, estas demandas entran en conflicto con las necesidades del agricultor; compiten por los mismos suelos fértiles, y sólo la intervención gubernamental ha salvado a estos terrenos de alto valor agrícola de ser empleados para otros fines.

Existen numerosas regiones urbanas donde el tejido urbano ha reemplazado completamente al terreno natural o ha modificado completamente sus usos rurales hasta el punto de dotar a toda la zona de un carácter de desierto semiurbano.

EQUILIBRIO ENTRE LO URBANO Y LO RURAL

Mientras que, hasta el siglo XIX, la superficie ocupada por las mayores ciudades se podía medir en centenares de hectáreas, las superficies que ocupan nuestras actuales conurbaciones tienen que medirse en centenares de kilómetros cuadrados. Este es un fenómeno novedoso en la historia de los asentamientos urbanos. En el plazo de un siglo, la economía del mundo occidental ha sustituido su estructura agrícola, organizada en torno a un número limitado de grandes ciudades y miles de pueblos y pequeñas ciudades, por una estructura metropolitana, donde el crecimiento descontrolado de la urbanización no sólo ha engullido y asimilado a las unidades menores, aisladas y autocontenidas en el pasado, de la misma forma que una ameba envuelve las partículas de alimento, sino que, en estos momentos, está absorbiendo el entorno rural y amenazando los flujos naturales de diversos elementos necesarios para la vida y que en el pasado habían servido para compensar las deficiencias del medio urbano.

A partir de este momento, la nueva situación produce transformaciones aún más importantes en el entorno. Actualmente, Nueva York y Filadelfia, que se están uniendo rápidamente en un continuo urbano a lo largo de las vías ferreas principales y de la autopista de Nueva Jersey, ya se están compitiendo por los mismos recursos hídricos, al tiempo que Los Angeles compite con el conjunto del estado de Arizona. De esta forma, aunque las tecnologías modernas han superado las limitaciones locales, el crecimiento demográfico plantea unas demandas que, aparte del coste excesivo (que crece de forma constante según aumenta la distancia a los recursos), definen un límite concreto para la expansión urbana. La escasez de agua potable puede limitar el desarrollo actual mucho antes de que la escasez de alimentos frene el crecimiento de la población.

Esta situación requiere un nuevo enfoque para el problema global de los asentamientos urbanos. Tras haber superado las limitaciones naturales, el hombre moderno debe reemplazarlas con sus propias medidas de control, de forma que resulten al menos tan eficaces como las primeras. Aunque las propuestas alternativas de futuro puedan quedar fuera del alcance de este artículo, no puede dejarse de lado en este punto que existen propuestas dotadas ya con un bagaje de cincuenta años y abarcables adecuadamente desde la óptica de la historia.

En la última década del siglo XIX aparecieron dos proyectos relacionados con la necesidad, ya patente por entonces, de alcanzar un equilibrio entre las ciudades, las industrias y las regiones naturales distinto de aquellos que se habían establecido en la economía rural del pasado, en la economía de las ciudades-estado o en la economía de la nueva metrópolis. La primera de dichas propuestas fue aportación del geógrafo Piotr Kropotkin. Su libro Campos, Fábricas y Talleres [Kropotkin, 1899] trata sobre la nueva escala de la empresa técnicamente eficiente, posible gracias a la invención del motor eléctrico. El otro libro, Ciudades del Mañana [Howard, 1898], planteaba una propuesta para contener la centralización de la gran metrópolis a través de la reintroducción de un modelo de colonización para organizar su crecimiento. Howard proponía crear una comunidad relativamente autocontenida y equilibrada, sostenida por su industria local, con una población permanente de número y densidad limitados, en un terreno rodeado por una extensión de campo abierto dedicada a la agricultura, el ocio y los usos rurales.

La propuesta de Howard recogía la base social y biológica, así como las presiones psicológicas, que subyacen en el actual éxodo suburbano. Fue capaz de reconocer las necesidades sociales que estaban causando el éxodo desde las regiones rurales y las grises ciudades de provincias hacia las grandes metrópolis. Sin pretender desacreditar las ventajas objetivas que ofrecían la concentración de actividades y las instituciones de la ciudad, Howard proponía una comunión entre lo urbano y lo rural: la nueva ciudad que él llamaba «ciudad jardín», no tanto por sus espacios verdes interiores como por su establecimiento en un medio rural.

Aparte de invocar los principios aristotélicos de equilibrio y límite, la mayor contribución de Howard a la concepción de esta nueva ciudad jardín era la provisión de suelo para un área agrícola como parte integral de la ciudad. Esta invención de un muro de contención horizontal, o cinturón verde, inmune a la edificación urbana, era un dispositivo público para limitar el crecimiento de la superficie urbana y mantener el equilibrio entre campo y ciudad. En el curso de veinte años se fundaron de manera experimental dos comunidades de estas características en Inglaterra, Letchworth (1903) y Welwyn (1919), como iniciativas empresariales privadas. El «informe Barlow» [Barlow, 1940] sobre la descentralización de la industria reconoció la brillantez de los principios de la ciudad jardín. Gracias a la segunda guerra mundial, se puso en marcha un plan para construir ciudades de este tipo a gran escala, con el fin de absorber la población de los centros urbanos desbordados.

Este proceso desembocó en la Ley de Nuevas Ciudades (New Towns Act) de 1947, que preveía la creación de una serie de nuevas ciudades, catorce en total, en Gran Bretaña. Este modelo abierto de construcción de ciudades, donde las propias ciudades se dispersaban por el territorio y se mantenían rodeadas de reservas rurales permanentes, supone un perjuicio mínimo al tejido ecológico básico. Por otra parte, la baja densidad residencial, de entre treinta y sesenta viviendas por hectárea, proporciona jardines particulares a la práctica totalidad de las familias, de forma que estas ciudades no sólo mantienen un equilibrio ambiental a pequeña escala, sino que el producto orgánico de estos jardines es superior al que proporcionaría una explotación agrícola o ganadera extensiva [Block, 1954].

Sobre la base de los principios de la ciudad jardín, Stein y otros [Stein et alii, 1951] han planteado la posibilidad de establecer un nuevo tipo de ciudad por medio de la integración de un grupo de comunidades en una estructura que contara con los servicios de una metrópolis sin la congestión y el crecimiento informe asociados a ésta. Este tipo de agrupación se fundamentaba en un estudio del estado de Nueva York realizado por la Comisión de Vivienda y Planificación Regional, de la que Stein era responsable, y publicado junto a Henry Wright en 1926. Wright, consejero de planificación, apuntaba en este trabajo que el área residencial ya no se limitaba a las zonas metropolitanas superpobladas del periodo de predominio del ferrocarril, sino que la aparición de la energía eléctrica y del transporte motorizado había hecho accesible una amplia franja a ambos lados de las principales vías ferreas, igualmente favorables para el asentamiento de la industria, la agricultura o la residencia.

El suelo más fértil y los depósitos geológicos más valiosos se encontraban por debajo de la cota de los 300 metros de altura; por otra parte, al planificar los nuevos asentamientos urbanos, se afirmaba la importancia de la reserva de zonas naturales para la captación de lluvia, para usos recreativos y como fuente de recursos forestales o de energía eléctrica. En lugar de tratar la ciudad como un elemento intrusivo en el paisaje, que sería finalmente desplazado y sustituido por el crecimiento urbano, este nuevo enfoque sugería la necesidad de crear un nuevo equilibrio estable entre la urbe y el campo. En la ciudad regional, tal como la concebía Stein, la organización sustituiría a la simple aglomeración y, de esta manera, se crearía una relación recíproca entre la urbe y el campo que no podría ser destruida por los sucesivos crecimientos demográficos ([Mumford, 1925] [Mumford, 1938] [MacKaye, 1928] [Stein et alii, 1951]).

Con la exposición de los problemas que la historia natural de la urbanización ha traído hasta nuestros días, este trabajo llega a su fin. Las fuerzas ciegas de la urbanización, fluyendo a lo largo de las líneas de menor resistencia, no muestran ninguna capacidad de crear un modelo urbano e industrial que sea estable, sostenible y renovable. Por el contrario, según aumenta la congestión y prosigue la expansión de la ciudad, tanto el paisaje urbano como el rural se desfiguran y se degradan, al tiempo que las inútiles inversiones para solucionar la congestión, como la construcción de nuevas autopistas o la utilización de recursos hídricos más distantes, aumentan las cargas económicas y sólo sirven para promover más ruina y desorden del que intentan paliar. Pero, independientemente de lo difícil que sea revertir los procedimientos equivocados que ofrecen una respuesta temporal y un beneficio financiero inmediato (a menudo excesivo), contamos con una perspectiva suficiente como para concretar alternativas que ya existen en Inglaterra y que se encuentran parcialmente establecidas, bajo una forma distinta, en la Autoridad de Planificación Regional del Valle del Ruhr, región altamente urbanizada de Alemania. Gracias a estos ejemplos, disponemos al menos de una indicación de la dirección que hay que seguir en el campo del urbanismo: el restablecimiento, en el marco de una unidad más compleja y con la utilización plena de todos los recursos de la ciencia y la técnica modernas, del equilibrio ecológico que originalmente prevaleció entre la ciudad y el campo en los estadios primitivos de la urbanización. Ni la destrucción del paisaje ni la desaparición de la ciudad pueden ser consideradas la culminación del proceso de urbanización. Más bien, ésta debe buscarse en el equilibrio previsor entre la población de las ciudades y los recursos disponibles, manteniendo un nivel alto de desarrollo en todos los campos (social, económico y agrícola) necesarios para la vida en común.

CONSECUENCIAS DE LA URBANIZACIÓN

Las ciudades llaman la atención a los inmigrantes con la promesa de un alto nivel de vida. Los residentes de una ciudad tienen mayor acceso a los sistemas de salud, más empleos, oportunidades y acceso a eventos sociales y culturales. Las ciudades han sido el centro de la civilización y continúan siendo el motor del crecimiento social y económico. Existen ventajas relativas de la vida en la ciudad, sin embargo hay una gran pobreza que hace sombra sobre el futuro de la vida urbana. Un gran número de personas en zonas urbanas están en peligro de quedarse sin hogar, y ser víctimas de riesgos a la salud y la violencia entre otras cosas. Estas afectan a una porción de la población urbana, pero sus efectos indirectos repercuten en toda la sociedad.

La contaminación de autos, la quema de combustible fósil y la industria causan enfermedades como infecciones respiratorias y envenenamiento por plomo.

El problema de los indigentes, va en aumento en las ciudades alrededor del mundo. También, el problema de vivienda inadecuada. Se estima que en el mundo la población de personas sin hogar, más aquellos que viven en viviendas inadecuadas puede llegar a ser de 1000 millones de personas. Las personas de la calle o las que viven en hogares inadecuados están en constante peligro de contraer enfermedades y tienen una esperanza de vida baja.

El crimen y la violencia son otros problemas específicamente urbanos, problemas que no están limitados a una región del mundo y que son causados por la desintegración y loa pobreza (producto de la mala distribución de los recursos) entre otros factores. La violencia urbana ha crecido de un 3 a un 5 por ciento anual en las dos últimas décadas.

URBANIZACIÓN Y SOSTENIBILIDAD

Sabemos que la atracción de las ciudades, del mundo urbano, sobre el mundo rural tiene razones poderosas y en buena parte positivas. Como afirma Folch, "las poblaciones demasiado pequeñas no tienen la masa crítica necesaria para los servicios deseables". La educación, la sanidad, el acceso a trabajos mejor remunerados, la oferta cultural y de ocio… todo llama hacia la ciudad en busca de un aumento de calidad de vida.

Desafortunadamente, el crecimiento urbano ha adquirido un carácter desordenado, incontrolado, casi cancerígeno. En tan solo 65 años, señala la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (CMMAD, 1988), "la población urbana de los países en desarrollo se ha decuplicado". Si en 1900 sólo un 10% de la población mundial vivía en ciudades, 2007 será el primer año de la historia que habrá más personas viviendo en áreas urbanas que en el campo, según señala el informe de Naciones Unidas "UN- habitat: el estado de las ciudades 2006-2007", añadiendo que en 2030, si se continua con el actual ritmo de crecimiento, de una población de unos 8100 millones de habitantes, más de 5000 vivirán en ciudades. Ciudades que utilizan alrededor de un 75% de los recursos mundiales y desalojan cantidades semejantes de desechos (Girardet, 2001). Y ese aumento rapidísimo de la población de las ciudades no ha ido acompañado del correspondiente crecimiento de infraestructuras, servicios y viviendas; por lo que, en vez de aumento de calidad de vida, nos encontramos con ciudades literalmente asfixiadas por el automóvil y con barrios periféricos que son verdaderos "ghettos" de cemento de una fealdad agresiva, o, peor aún, con asentamientos "ilegales" ("favelas", "bidonvilles", "chabolas"), que crecen como un cáncer, sin agua corriente, ni saneamientos, ni escuelas, ni transporte. Según el informe de Naciones Unidas citado, la población chabolista alcanzará en 2007 los mil millones de personas.

Una población creciente se ve así condenada a vivir en barrios de latas y cartón o que provocan la destrucción de los terrenos agrícolas más fértiles, junto a los cuales, precisamente, se empezaron a construir las ciudades. Una destrucción que deja a los habitantes de esos barrios en una casi completa desconexión con la naturaleza o a merced de sus efectos más destructivos cuando, como ocurre muy a menudo, se ocupan zonas susceptibles de sufrir las consecuencias de catástrofes naturales, como los lechos de torrentes o las laderas desprotegidas de montañas desprovistas de su arbolado. Las noticias de casas arrastradas por las aguas o sepultadas por aludes de fango se suceden casi sin interrupción. Esa destrucción ambiental no afecta únicamente al terreno que ocupan las ciudades, sino que cuartea todo el territorio mediante la "inevitable" red de autopistas, que exige masivas deforestaciones, haciendo inviable la supervivencia de muchos animales, introduciendo peligrosas barreras en el curso natural de las aguas y contribuyendo, en definitiva, a la degradación de los ecosistemas.

A todo ello contribuye decididamente una especulación que se traduce en el uso de materiales inadecuados. No tiene sentido, por ejemplo, que un temblor de tierra provoque en Centroamérica o en Turquía miles de muertes, mientras que otro de la misma intensidad en Japón ni siquiera vierta el té de las tazas.

Es preciso referirse, además, a las bolsas de alta contaminación atmosférica debidas a la densidad del tráfico, a la calefacción, a las incineradoras… que producen el "smog" o niebla aparente de las ciudades, sin olvidar los residuos generados y sus efectos en suelos y aguas, o la contaminación acústica, lumínica y visual. Todo ello con sus secuelas de enfermedades respiratorias, alergias y estrés, además de los graves problemas de inseguridad ciudadana y explosiones de violencia.

Los núcleos urbanos que surgieron hace siglos como centros donde se gestaba la civilización, se han ido transformando en lugares amenazados por la masificación, el ruido, los desechos y otros problemas que se agravan en las megalópolis con más de diez millones de habitantes, cuyo número no para de crecer, generados también por el consumo exacerbado de recursos energéticos, la destrucción de terrenos agrícolas y la degradación de los centros históricos. Puede decirse que las ciudades constituyen hoy el paradigma de la imprevisión y de la especulación, es decir, de la insostenibilidad.

HIPÓTESIS

La urbanización es culpable de fenómenos ambientales como la lluvia acida y el calentamiento global, que son producidos por la liberación de desechos tóxicos en el medio ambiente, provenientes de industrias, quema de combustibles y uso desmedido de aerosoles, estos son conocidos como "gases de invernadero".

Últimamente es normal que surjan preguntas como las siguientes:

¿Qué causa el calentamiento global?

El bióxido de carbono y otros contaminantes del aire se acumulan en la atmósfera formando una capa cada vez más gruesa, atrapando el calor del sol y causando el calentamiento del planeta. La principal fuente de contaminación por la emisión de bióxido de carbono son las plantas de generación de energía a base de carbón, pues emiten 2,500 millones de toneladas al año. La segunda causa principal, son los automóviles, emiten casi 1,500 millones de toneladas de CO2 al año.

Tabla 1. Emisiones de dióxido de carbono asociadas al consumo de energía (Tg))

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

Industrial

55.769

55.345

55.757

56.149

59.926

61.070

62.083

60.935

62.408

Industrias energéticas

37.872

38.380

38.586

35.980

37.059

32.201

38.976

41.606

47.301

Residencial

18.784

19.490

20.114

20.676

21.608

21.985

22.361

22.471

22.580

Comercial

3.725

4.690

5.370

5.306

5.878

5.377

5.828

6.043

6.418

Generación de

electricidad

66.992

69.237

67.761

70.350

84.200

77.958

82.868

92.146

101.343

 

Las buenas noticias son: en la actualidad existen tecnologías que permiten que los automóviles funcionen de una forma más limpia y quemen menos gasolina, también hay tecnologías que posibilitan modernizar las plantas generadoras de energía y generar electricidad a partir de fuentes no contaminantes. Tomar estas medidas y además reducir el consumo eléctrico mediante el uso eficiente de energía pueden ayudar a corregir el problema y prevenir el continuo deterioro. El problema consiste en asegurar que estas soluciones se pongan en práctica.

¿Se está realmente calentando la Tierra?

Sí. Aunque las temperaturas locales fluctúan de manera natural, en los últimos 50 años los registros demuestran que la temperatura mundial promedio ha aumentado al ritmo más rápido de la historia. Además, los expertos piensan que esta tendencia se está acelerando: los tres años más calurosos que se han registrado ocurrieron a partir de 1998. Los científicos dicen que si no se revierten las emisiones que causan el calentamiento global, a finales del siglo las temperaturas promedio en EE.UU. podrían aumentar de 3 a 9 grados.

¿Están las temperaturas más cálidas causando efectos dañinos?

El calentamiento global ya está causando daños en muchas partes de los Estados Unidos. En 2002, Arizona y Oregon sufrieron las peores temporadas de incendios arrasadores en la historia. El mismo año, la sequía provocó severas tormentas de polvo en Montana, Colorado y Kansas, y las inundaciones causaron daños millonarios de dólares en Texas, Montana y Dakota del Norte. Desde principios de la década de 1950, la acumulación de nieve ha disminuido un 60% y las temporadas invernales se han acortado en algunas áreas de la Cordillera Cascade en Oregon y Washington. Por supuesto que los impactos del calentamiento global no se limitan a los Estados Unidos. En el año 2003, olas de calor extremo causaron más de 20,000 muertes en Europa y más de 1,500 muertes en la India. Además, el área del casco polar Ártico esta disminuyendo a un ritmo de 9% cada década, hecho que los científicos consideran como un signo alarmante de los futuros eventos.

¿Hay una causa por la cual preocuparnos seriamente?

Sí. El calentamiento global es un fenómeno complejo y sus impactos a gran escala son difíciles de predecir con certeza. Sin embargo, cada año los científicos tienen más información sobre la forma en que el calentamiento global está afectando al planeta y muchos de ellos concuerdan en que es probable que algunas consecuencias ocurran si continúan las tendencias actuales. Entre otras:

  • El derretimiento de glaciares, el derretimiento temprano de la nieve y las sequías severas causarán mayor escasez de agua en el Oeste de los Estados Unidos, y el resto del mundo.
  • El aumento en los niveles del mar producirá inundaciones costeras en el litoral del Este, en Florida y en otras áreas como el Golfo de México.
  • Los bosques, las granjas y las ciudades enfrentarán nuevas plagas problemáticas y más enfermedades transmitidas por mosquitos.
  • El trastorno de hábitats como los arrecifes de coral y las praderas alpinas podrían llevar a la extinción muchas especies vegetales y animales.

¿Podría el calentamiento global desencadenar una catástrofe repentina?

Recientemente, investigadores e inclusive el Departamento de la Defensa de EE.UU. han estudiado la posibilidad de un abrupto cambio climatológico en el cual el gradual calentamiento global desencadena un cambio repentino en el clima de la Tierra, causando que algunas partes del mundo se calienten o enfríen notablemente en el transcurso de unos cuantos años. En febrero de 2004, consultores del Pentágono redactaron un informe estableciendo los posibles impactos de un abrupto cambio climatológico en la seguridad nacional. En el peor de los casos, concluyó el estudio, el calentamiento global podría convertir en inhabitables grandes áreas del mundo y causar enorme escasez de alimentos y agua, produciendo emigraciones masivas y guerras. Aunque este prospecto sigue siendo muy especulativo, ya se están observando — y sintiendo — muchos de los efectos del calentamiento global. La idea de que se puedan producir dichos cambios extremos subraya la necesidad urgente de empezar a eliminar la contaminación que causa el calentamiento global.

¿Qué país es el principal causante del calentamiento global?

Los Estados Unidos. Aunque los estadounidenses solamente representan el 4% de la población mundial, producen el 25% de la contaminación por emisión de bióxido de carbono debido a la combustión de combustibles fósiles, superando en mayor grado a las emisiones de cualquier otro país. De hecho, los Estados Unidos emiten más bióxido de carbono que China, India y Japón juntos. Es evidente que Estados Unidos debe asumir el liderazgo en la resolución del problema; y como principal desarrollador de nuevas tecnologías en el mundo, esta en una posición privilegiada para hacerlo, ya que tiene los conocimientos y la experiencia.

De esta forma queda confirmada la hipótesis sobre los factores causantes del calentamiento global.

CALENTAMIENTO GLOBAL Y RESPONSABILIDAD DE EEUU (María Cristina Rosas)

En enero pasado (2000), un grupo de científicos confirmó que la temperatura de la atmósfera terrestre podría elevarse en seis grados centígrados hacia el año 2100, incremento sin precedente en los pasados 10 mil años. Si bien todos sospechaban que la temperatura del planeta aumentaría, los datos recién revelados ubican el calentamiento global para este siglo en dos grados por encima de las predicciones originales. Así las cosas, el nivel del mar aumentaría 88 centímetros para el 2100, con lo que millones de personas en países en desarrollo como China, Bangladesh y Egipto quedarían sin hogar.

El informe confirma que la década de los 90 fue la más calurosa en los últimos mil años, dado que las temperaturas se elevaron 0.6 grados centígrados, en promedio, en el pasado siglo, aumentando las inundaciones y las sequías. Asimismo, el estudio señala que los niveles de dióxido de carbono se elevaron en 31 por ciento desde la revolución industrial, atribuible, sobre todo, al empleo de combustibles fósiles.

A continuación, el peor de los escenarios, de mantenerse las prácticas productivas e industriales imperantes sin cambio: las zonas costeras se inundarán y habrá grandes cambios demográficos. La industria que gira en torno al esquí en Europa llegará a su fin, en tanto desaparecerán gran parte de los glaciares del mundo, con resultados catastróficos sobre la agricultura. Baste mencionar que en diversos países africanos, la estación de cultivo de granos se acortaría como consecuencia del cambio climático, debido al exceso de calor y a la ausencia de humedad, en tanto en la Europa mediterránea la zona estaría excesivamente seca como para cultivar cereales. Asimismo, gran parte de los bosques del planeta perecerían ante los cambios en el abastecimiento de agua y el calor creciente.

Pese a la seriedad del estudio de referencia, dado a conocer justo en el mismo momento en que George W. Bush era investido como el cuadragésimo tercer presidente de Estados Unidos, el flamante mandatario lo minimizó y sólo alcanzó a decir que no estaba convencido de que el cambio climático estuviera ocurriendo en realidad (sic).

Ese comentario probó ser cabalístico, dado que a finales de marzo, la administración Bush decidió no ratificar el Protocolo de Kyoto sobre calentamiento global, pese a las fuertes críticas que esa decisión arrancó a gran parte de la comunidad internacional. Bush argumentó que la decisión era tomada debido a que las actuales tendencias económicas y energéticas no son compatibles con las soluciones de largo plazo que fueron planteadas en Kyoto. En otras palabras: la inmediatez se impone y como de costumbre, el costo ambiental no es ponderado en los cálculos sobre el modelo económico imperante. Asimismo, el presidente Bush señaló que lo primero son los intereses de los estadounidenses. Sin embargo, grupos estadounidenses defensores del medio ambiente se preguntan si sus preocupaciones son genuinamente ponderadas por la actual administración republicana.

Evidentemente, el Protocolo de Kyoto es ambicioso. Plantea cortar la emisión de gases responsables del llamado efecto invernadero entre 5 y 7 por ciento por debajo de los niveles imperantes en 1990 para el año 2012, pese a que las emisiones siguen incrementándose año con año en las naciones industrializadas, especialmente en Japón y Estados Unidos. De hecho, la pasada ronda de negociaciones para la implantación del protocolo fracasó debido a las diferencias de opinión entre Washington y la Unión Europea, específicamente en torno al crédito que merecen unos y otros en la reducción de emisiones contaminantes a través del manejo de la agricultura y la silvicultura. Para minimizar el colapso de las negociaciones, los delegados estadounidenses señalaron que si hubiese habido más tiempo, podría haberse llegado a un arreglo.

La verdad de las cosas es que Bush y el Senado estadounidense desean un acuerdo internacional que comprometa por igual tanto a las naciones industrializadas como a los países en desarrollo respecto a las metas estipuladas en torno a las emisiones de gases contaminantes. Como es comprensible, los países en desarrollo temen que un arreglo de este tipo los condene a mantener bajos niveles de industrialización y a ensanchar la brecha norte–sur.

Lo irónico del caso es que el Protocolo de Kioto concretó años de negociaciones internacionales de buena fe en torno a la instrumentación de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 1992, firmada por el entonces presidente de Estados Unidos, George Bush padre y ratificada por el Senado estadounidense. Dicho tratado compromete a Washington a realizar un trabajo conjunto con el resto del mundo a fin de disminuir las emisiones de gases que generan el efecto invernadero e invita a las naciones industrializadas a encabezar los esfuerzos en esa dirección.

Estados Unidos es el mayor emisor de gases generadores del efecto invernadero, situación que entraña una gran responsabilidad y que naturalmente demanda acciones concretas. Si bien de enero a marzo Bush modificó un poco su discurso de incredulidad por uno en el que reconoce la seriedad del problema, dejando en claro que trabajaría con otras naciones en su solución, lo cierto es que el "no" a Kyoto tiene un efecto perverso sobre las corporaciones, muchas de las cuales, desde la óptica posibilitista, intentan maximizar beneficios y, presuntamente, minimizar costos, aun cuando ello incremente el daño ambiental.

Más preocupante es saber que la administración Bush carece de un plan alternativo para enfrentar el problema del calentamiento global, sin el cual, los esfuerzos hasta ahora realizados para su solución se encuentran en un punto muerto.

Y es que mientras la comunidad científica de todo el mundo ha llegado a un importante consenso en torno a los efectos del calentamiento global, los políticos y los intereses corporativos hablan otro lenguaje. De hecho, en el informe de los especialistas, dado a conocer en enero, se menciona que el empleo de combustibles fósiles será la fuerza dominante sobre el medio ambiente en los años por venir. Se insiste también en que en los pasados 420 mil años no se había llegado a producir la cantidad de dióxido de carbono que se genera hoy en día, dado que su crecimiento se produce a razón de 4 por ciento cada año.

Con estas tendencias no pasará mucho tiempo antes de que George W. Bush tenga sed y se enfrente a la escasez del vital líquido. Pero para entonces tal vez habrá cambiado de parecer para afirmar de nueva cuenta que no está convencido de que el cambio climático efectivamente está ocurriendo y destapará una Coca–Cola para alimentar los intereses corporativos

Se concluye que, el calentamiento global es uno de los mayores problemas ecológicos que sufre el planeta, que desafortunadamente asciende en sus efectos a gran velocidad y que ha dejado de ser una amenaza futura. Lo lamentable es la actitud de quienes pueden hacer algo por el planeta y, a pesar de su conocimiento sobre la gravedad de la situación, siguen guiando sus acciones en pro de su conveniencia mas inmediata y obstaculizan la toma de medidas al respecto.

  1. Estados Unidos: Calentamiento Global Afecta A California

"En California, el calentamiento global amenaza nuestro suministro de agua, la agricultura y el turismo, y se calcula que llevará a un aumento repentino de incendios forestales, deslaves, erosión de la costa y muertes relacionadas con el calor", así lo han expresado Eric Garcetti, concejal de Distrito 13 de Los Ángeles, y Adrianna Quintero, abogada y directora de programas latinos del Natural Resources Defense Council.

Los vehículos de pasajeros y las camionetas pequeñas, principales responsables de la contaminación en el estado, producen aproximadamente el 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero en California, considerada la quinta economía del mundo.

En 2002, California aprobó una ley cuya meta era reducir la contaminación en los vehículos de pasajeros responsable del calentamiento global. La Ley AB 1493 requiere que el Consejo de Recursos del Aire de California adopte reglamentaciones que logren la máxima reducción factible y rentable de la contaminación emitida por los vehículos de pasajeros en California, comenzando con los vehículos modelo 2009.

Los habitantes de California apoyan la nueva ley de forma abrumadora. Según una encuesta realizada por el Instituto de Política Pública de California en julio de 2004, tres de cada cuatro californianos (76%) piensan que se deben tomar medidas inmediatas para contrarrestar los efectos del calentamiento global.

Al perecer existe en los estadounidenses la intención de actuar frente al cambio climático, pero esto de nada sirve si la persona elegida para velar por el bien de la población, no cree que las medidas propuestas para solucionar el calentamiento global sean convenientes para su país, mientras aquellos que lo votan sufren las consecuencias del efecto invernadero en el día a día.. Y más aun, si incluye en su compromiso palabras como "factible" y "rentable".

Bibliografía:

 

Autora: Selene Caraballo

Liceo Alex Monoogian

Sociología

Blanca Sandoval

18/10/2007

Partes: 1, 2
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