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Reflexiones básicas para un acercamiento a la política cultural exterior tras los años 90. Cuba

Enviado por Iramis Bello


Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. La política cultural en el contexto internacional de los 90s
  4. Conclusiones generales
  5. Referencia bibliográfica

Resumen

La década del 90 del pasado siglo XX, significó un cambio en la dinámica de las Relaciones Internacionales, en consecuencia, las políticas culturales y su dimensión internacional. Nuevas relaciones de interdependencia aparecen haciendo que los Estados vayan perdiendo su absoluta autonomía en las decisiones de política exterior. En este nuevo contexto político, conceptos como diplomacia pública, se generalizan en las Relaciones Políticas Internacionales a partir de un enfoque centrista, particularmente en sus orígenes, pero que ya forman parte de la práctica de todos los Estados, asumiendo modos de gestión diversos, en correspondencia con sus tradiciones, idiosincrasia y sistemas sociopolíticos. Con el desmembramiento del llamado campo socialista comenzaron a producirse procesos de reajustes de la política interna y la consecuente proyección externa de los diferentes países.

Palabras claves: política cultural exterior, década de los 90s.

Introducción

Comprender la cultura como un fenómeno de inclusión social que abarca todas las esferas del desarrollo sociopolítico ha ido imponiéndose en los foros internacionales, especialmente, desde los informes y dictámenes de la Comisión de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). En la misma medida, abundan las disertaciones al respecto en el mundo académico; sin embargo, cuando se consultan los trabajos relacionados con la concepción e implementación de las políticas culturales, en la mayoría de los casos, se restringe al campo del arte y la literatura.

Desde luego, abordar una política cultural desde este nuevo enfoque, requiere de un análisis más allá del sistema institucional para las artes, debe incluir también otros campos como la educación, la salud, la ciencia y cuantos sectores repercutan de forma directa en el estado de bienestar de los pueblos. Ello implica la valoración del trasfondo político ideológico que fundamenta la gestión de los Estados y, por tanto, establece retos complejos no solo desde su alcance científico, sino desde la trascendencia del compromiso político del investigador.

Si se traslada esta problemática a la proyección internacional, es aún más complejo, teniendo en cuenta la tradicional compartimentación del ejercicio de la diplomacia como ejercicio formal estatuido para la relación entre los Estados y la diversidad de actores que se incorporan en el nuevo contexto internacional a partir de los procesos de globalización, el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TICs) y el ejercicio de los agentes transnacionales de diverso tipo.

La dispersión y escasez de trabajos con un carácter multi y transdiciplinar es evidente, pero también llama poderosamente la atención que, o se acude a indagaciones de lo establecido de manera formal en documentos, normativas o estructuras burocráticas o se relatan los sucesos acontecidos a partir de su implementación, pero, en prácticamente ninguno de los casos a los que se ha tenido acceso, se investiga el componente comunicativo como aspecto inseparable de toda política, muy especialmente la percepción que de lo establecido, tienen los diferentes sujetos implicados. Tampoco se tiende a relacionar los factores de la política interna con su desempeño fuera de fronteras y sus implicaciones para la imagen de país como elemento que trasciende a la seguridad nacional.

La política cultural en el contexto internacional de los 90s

[…] en las décadas del 50-60 el tema principal de la política fue el desarrollo, por lo que la política fue, sobre todo, política económica. En las décadas 70-80 el tema principal fue el cambio político. En la década del noventa y creo que en las que vienen, el tema central de la política […] será la cultura. Es decir, la política predominante será la política cultural. La preocupación fundamental ?agregaba? no será tanto el problema de la economía ni el de los tipos de regímenes políticos, sino los temas culturales, el tema del sentido, del lenguaje, de las formas de convivencia, comunicación y creatividad. No es que los temas económicos o propiamente políticos desaparezcan, sino que me parece que serán planteados en términos básicamente culturales (Garretón: 1993, 223).

Investigar sobre el ámbito internacional de la política cultural, particularmente en una década como los 90s, implica profundizar en términos cuya conceptualización ha ido cambiando en correspondencia con las nuevas condiciones sociopolíticas del entorno internacional; la globalización y sus implicaciones para la política del Estadonación se ha vuelto cada vez más compleja, toda vez que se permean las fronteras tradicionales a partir del desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones(TICs), el transporte, las empresas transnacionales y la masiva tendencia de la migración.

Los procesos de inter y transculturalidad se hacen más profundos y sistemáticos, influyendo de manera directa e indirecta en la toma de decisiones de los Estados, tanto hacia el interior como hacia el exterior. Se parte entones de la necesidad de repensar sobre la cultura y las políticas de regulación de la misma, en un escenario en el que aparecen nuevos actores y relaciones de interdependencia.

1.1. Para una concepción estructural de la cultura.

Para poder enfocar adecuadamente el análisis del objeto de estudio planteado, se hace necesario definir el concepto de cultura del que partirá esta autora, teniendo en cuenta la diversidad de ellos en dependencia del trasfondo ideológico que los justifica.

En este sentido se considera pertinente la afiliación al concepto definido por la UNESCO en la Conferencia Mundial de Políticas Culturales de México en 1982, pues sienta las bases de su acepción en el sentido más amplio y su consecuente importancia para el bienestar y el progreso mundial, como guía para el desarrollo ulterior de las políticas culturales: "es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ello engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias"

Teniendo claro este enfoque holístico se está en condiciones de particularizar en otros aspectos tocados por John B. Thompson en su obra "Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas". No es casual su elección, sino que su concepción estructural sobrepasa las limitaciones de otras teorías como la descriptiva y la simbólica y, a su vez, elabora una propuesta cuyos presupuestos son afines a la intencionalidad de la presente investigación.

Thompson enfatiza, tanto en el carácter simbólico de los fenómenos culturales, como en el hecho de que tales fenómenos se insertan siempre en contextos sociales estructurados, por lo que ha de verse la cultura en sus formas simbólicas; entiéndase, objetos, acciones, expresiones y significados de diverso tipo en relación con los contextos y procesos históricamente y socialmente estructurados. Así, los mismos, pueden caracterizarse por ser relaciones asimétricas de poder, dado un acceso diferente a los recursos y oportunidades o por los mecanismos institucionalizados de distribución y transmisión establecidos.

Asimismo, define cinco aspectos de este concepto que facilitan un análisis más integral: intencional, convencional, estructural, referencial y contextual. En esencia, estos rasgos pueden ser resumidos de la siguiente manera:

• Aspecto intencional: "las formas simbólicas son producidas, construidas o empleadas por un sujeto que, al producirlas o emplearlas, persigue ciertos objetivos y propósitos y busca expresar por sí mismo lo que "quiere decir", o se propone, con y mediante las formas así producidas (…)"

• Aspecto convencional: "la producción, la construcción o el empleo de las formas simbólicas, así como su interpretación por parte de los sujetos que las reciben, son procesos que implican típicamente la aplicación de reglas, códigos o convenciones de diversos tipos (…)"

• Aspecto estructural: "las formas simbólicas son construcciones que presentan una estructura articulada (…), típicamente se componen de elementos que guardan entre sí determinadas relaciones (…)"

• Aspecto referencial: "las formas simbólicas son construcciones que típicamente representan algo, se refieren a algo, dicen algo acerca de algo (…)" (Thompson 1993: 152-159)

Si tales aspectos permiten subrayar el carácter representativo de la cultura, el análisis de lo que Thompson denomina el aspecto contextual de las formas simbólicas permite destacar su carácter situado. Los contextos sociales de las formas simbólicas son espacial y temporalmente específicos, y esos escenarios espacio-temporales son "en parte, constitutivos de la acción y la interacción que se dan en ellos.

Sin embargo, los contextos sociales están también determinados por campos de interacción, instituciones sociales y estructuras sociales. Inspirado en la noción de campo de Pierre Bourdieu, Thompson señala que "un campo de interacción puede conceptuarse de manera sincrónica como un espacio de posiciones y diacrónicamente como un conjunto de trayectorias… (y) tales posiciones y trayectorias están determinadas en cierta medida por el volumen y la distribución de diversos tipos de recursos o "capital"".

En aras de alcanzar sus objetivos e intereses dentro de los campos de interacción, los individuos no solo aprovechan estos capitales (económicos, culturales o simbólicos) sino que utilizan también "reglas y convenciones de diversos tipos". Dichas reglas y convenciones pueden ser explícitas, pero con mayor frecuencia suelen ser "implícitas, formales e imprecisas" y, como tal, pueden considerarse como "esquemas flexibles que orientan a los individuos en el curso de sus vidas diarias". Las instituciones sociales, por su parte, pueden ser definidas como "conjuntos específicos y relativamente estables de reglas y recursos, junto con las relaciones sociales que son establecidas por ellas y dentro de ellas".

Esto significa que cuando se establece una institución, esta "da forma a campos de interacción preexistentes y, al mismo tiempo, crea un nuevo conjunto de posiciones y trayectorias posibles", lo cual no niega que puedan acontecer acciones e interacciones por fuera de instituciones específicas y que las mismas, a su vez, no estén condicionadas por los recursos, las reglas y las relaciones de poder que determinan al campo donde tales acciones e interacciones se verifican.

Por último, Thompson entiende por estructura social a las "asimetrías y diferenciales relativamente estables que caracterizan a los campos de interacción y a las instituciones sociales", expresadas en términos de distribución de y acceso desigual a los recursos, el poder y las oportunidades. Según este enfoque, más que ser considerados simplemente como partes formales de un entorno dentro del cual las acciones e interacciones ocurren en la vida cotidiana, los rasgos contextuales deben ser valorados como constitutivos de tales prácticas, ya sea favoreciéndolas o restringiéndolas (162-166).

A los efectos de esta investigación interesa puntualizar en los procesos de codificación y decodificación a los que se somete el fenómeno cultural, en tanto los individuos que perciben, emiten o transmiten las formas simbólicas, también tienen comportamientos mediatizados por dichos contextos y, en esa medida, fluirán múltiples interpretaciones. Lo anterior, invita irremisiblemente a abordar la cultura en su dimensión comunicativa.

Entendiendo cultura en la acepción ya expuesta, la política no escapa de estas variables de análisis, aspecto que se desarrollará en lo adelante. Y, por otra parte, la exposición de "poder", como la capacidad que faculta o habilita a individuos para tomar decisiones, seguir objetivos o realizar intereses; los habilita de tal manera que, sin la capacidad conferida por la posición que ocupan dentro de un campo o institución, no habrían podido seguir el trayecto. En ese sentido, se referirá en adelante al poder que ejercen los individuos, los Estados y nuevos actores que conforman la sociedad civil, desde y para la cultura, para concebir e implementar políticas que arrastran, movilizan, buscan consensos o subordinan a los individuos.

1.2. La Política cultural.

"Es útil establecer una distinción entre una decisión, es decir, un acto o un comportamiento único y específico, y una política, como un conjunto de decisiones que, en conjunto, revelan una línea de comportamiento. Decisión y política son ambas manifestaciones de la política…… pero la primera se refiere a un comportamiento particular mientras que la segunda representa una tendencia o estructura de comportamiento más general". (STEIN: 1971,373)

La cultura ha sido una categoría cuyas acepciones varían en dependencia del enfoque ideológico que fundamenta sus análisis; no obstante, los esfuerzos por llegar a un consenso para la guía de las políticas de los diferentes Estados han ocupado los foros convocados por la ONU y, en particular, por la UNESCO.

Dicha categoría ha sido insertada a las relaciones internacionales como un activo para la convivencia, en tanto la globalización y los adelantos tecnológicos contribuyen a su reposicionamiento en la relación entre los Estados, devenido en activo estratégico para crear lazos de colaboración o de intervención en el imaginario social de las naciones, es decir, se ha convertido en herramienta de política exterior. Como consecuencia de las nuevas relaciones de interdependencia y transnacionalidad, surgen nuevos actores de las relaciones internacionales y, con ellos, la necesidad de otros mecanismos o procedimientos de gestión no tradicionales. La interacción cultural, implementada desde la antigüedad, ahora se desarrolla en un ambiente de agilidad mayor, superando fronteras, espacio-temporales.

La cultura posee la potencialidad para preparar y consolidar espacios políticos y económicos, para la superación de barreras convencionales que separan a los pueblos; en la promoción o estímulo de mecanismos de comprensión mutua, en la generación de familiaridad o reducción de áreas de desconfianza. La promoción de la lengua, la educación, la ciencia y el arte han sido considerados procedimientos de acercamiento y creación de relaciones más profundas y duraderas, favorables para la imagen país a través de la creación de códigos de comunicación que posibilite el entendimiento entre personas de diferentes culturas o para transgredir con fines de poder ilegítimo la autonomía identitaria de los pueblos. La capacidad de difundir ideas y conocimientos de manera más eficaz ha ido suplantando el lugar de la posesión de armas como elemento de poder, influencia y dominio exterior.

Por ejemplo, para referirse a las nuevas formas de dominación o de poder en el entramado de las relaciones internacionales, Joseph Nye (2004) nombra el llamado poder blando como la habilidad para alcanzar objetivos deseados mediante la atracción y no coerción, la capacidad de convencer a otros a seguir o aceptar normas o instituciones que propicien la conducta deseada y al influjo de las ideas. Significa que resulta prudente no perder de vista que los procesos simbólicos no expresan solamente cuestiones de significación, sino también relaciones de poder, aspecto que confirma Bourdieu cuando explica que los sistemas simbólicos son instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y de conocimiento que cumplen su función política al erigirse como instrumentos de legitimación de la dominación de una clase sobre otra. (Bourdieu: 1977,65-74)

Ello implica la necesidad de la capacidad reguladora del Estado en sus políticas públicas, como un tema de seguridad nacional. Sus decisiones se pueden tomar desde diferentes instancias sociales, orientados o fundamentados en el desarrollo de alguna finalidad social o valor mayoritariamente aceptado aunque no forzosamente resultado de esta. Las políticas públicas tienen características diferentes de las políticas que puedan generar otros agentes de la intervención social, dado por la responsabilidad de dar respuesta a asuntos globales de la sociedad, y por la obligatoriedad o exigencia social de unas competencias en temas comunes a la sociedad a la que han de servir. Pero es necesario recalcar su importancia de la acción de los diferentes agentes dentro del sistema democrático.

Desde la óptica de Maccio (1983) la política es " … la transposición de la finalidad global a las diferencias específicas de cada sector y a los diferentes niveles coherentes de gestión (estatal, regional, local, etc…). Decide y determina la orientación de cada uno de estos niveles de acuerdo con su acción para conseguir las finalidades (Maccio: 1983,22) Estas reflexiones aproximan a la aceptación de que las políticas adquieren formas diversas de acuerdo con algunas variables del propio sector (en este caso cultura) así como por sus antecedentes históricos, estructura constitucional, realidad territorial, mentalidades dominantes. Ellas necesitan de una diversificación de instancias (en contraposición a la política cultural única, sinónimo de autoritarismo) que desde diferentes niveles de legitimación deciden participar en el sector cultural. Obsérvese otras definiciones:

"Conjunto de acciones dirigidas por los actores o agentes internos o externos de las instituciones públicas "(Bassand: 1992); "Conjunto de prácticas y normas que emanan de uno o varios actores públicos "(Meny; Thoenig: 1992); "Conjunto de intervenciones realizadas por el Estado las instituciones civiles y los grupos comunitarios " (García Canclini: 1987 )

Nótese la pluralidad de instancias y agentes como elemento característico de las políticas públicas pero, más concretamente, de las políticas culturales.

Muy interesante resulta Muller (1990) quien entiende la política pública como un proceso de mediación social entre los desajustes que se puedan dar entre un sector determinado y otro; entre un sector y la sociedad global. Esto invita a considerar que las políticas sectoriales del campo cultura se modifican, transforman y evolucionan de forma dinámica en la relación, directa o indirecta, con otros sectores, en dependencia de su capacidad negociadora y de interlocución. Actúan como mediadoras. Por esta razón, no se puede aislar su análisis de las relaciones con otros aspectos y políticas generales de la sociedad, véase como sentencia muy acertadamente Manuel Castells su carácter normativo:

"El pensamiento sobre la complejidad debe considerarse un método para comprender la diversidad. (…) No que no existan reglas, sino que las reglas son creadas, y cambiadas, en un proceso constante de acciones deliberadas e interacciones únicas" (Castells: 1997,91)

Sin embargo, en sentido genérico, la política cultural suele asociarse con la organización de relaciones y procesos referentes al ámbito cultural en el marco del Estado-nación pero, resulta difícil confirmar la existencia de una definición común de política cultural debido a razones diversas: existencia de múltiples enfoques que intentan explicar la cultura y su alcance desde marcos interpretativos diferentes, persistencia de variaciones y confusiones lingüísticas y culturales asociadas a los usos del término "política" de un idioma a otro, presencia de significados diferenciados atribuidos a la política cultural en las llamadas sociedades liberales y en países de regímenes socialistas que se manifiestan en diferentes modelos de gestión, entre otros aspectos. Como bien recuerda Martín Barbero, aunque casi nunca explícitamente, toda política cultural incluye entre sus componentes básicos un modelo de comunicación. (Martín Barbero: 2007, 63).

En concordancia con Néstor García Canclini, resulta de extremo valor como punto de partida para este trabajo reiterar que la política cultural no debe ser concebida simplemente como administración rutinaria del patrimonio histórico, o como ordenamiento burocrático del aparato estatal dedicado al arte y la educación, o como la cronología de las acciones de cada gobierno (García Canclini: 1987,13-62). El referido autor la cataloga como un conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social (ibid.).

Bajo estos presupuestos, la política cultural no debe aparecer solamente relacionada con las esferas artístico-literarias y del patrimonio, sino hacerse extensiva a la movilización de lo simbólico en un sentido más amplio y con fines más abarcadores, reconociéndose así el papel de las formas y prácticas culturales en la socialización de valores dominantes y la reproducción del sistema social.

Por otra parte, le aporta a esta disertación el carácter conflictivista como aspecto que atraviesa a la construcción de significados y valores simbólicos en un contexto determinado. Así, al referirse al Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios como actores involucrados en la política cultural, este autor no solo prevé un escenario más plural relativo a los agentes sociales e instituciones que constituyen este campo, desmarcándose así de aquellas posturas que lo asocian estrictamente a la esfera estatal –aspecto que ha sido también señalado por Coelho (2001), Brunner (1989), Miller y Yúdice (2002), entre otros—, sino también subraya que la formulación de la política cultural es un proceso esencialmente conflictivo, en tanto terreno donde actores diversos disputan los sentidos sociales legítimos.

Lamentablemente, como ha señalado la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de la UNESCO, la mayoría de las políticas culturales se han centrado en las artes y el patrimonio. (Informe de la Comisión Mundial Cultura y Desarrollo de la UNESCO:1996,41).Si se comprende que las políticas culturales se refieren a los soportes institucionales que canalizan, tanto la creatividad estética como los estilos colectivos de vida, como un puente entre los dos registros, necesariamente este tipo de políticas son transversales a varias áreas de gobierno.

De hecho, las industrias de cultura y comunicación se han convertido en zonas de conflictividad "entre intereses públicos y privados, entre países desarrollados y periféricos, y aun entre modalidades diversas de desarrollo cultural. A medida que las megaempresas privadas se apropiaron de la mayor parte de la vida pública, ésta experimenta un proceso de privatización, transnacionalización unilateral y desresponsabilización respecto de los intereses colectivos de la vida social.

…[Esto] se agrava porque las políticas culturales de los Estados se ocupan de la cultura alta o "clásica", y no emprenden nuevas acciones respecto de la industrialización y transnacionalización comunicacional" (García Canclini : 2002, 168). Esas acciones deberían abarcar regulación, ampliación de acceso, promoción de una producción y oferta diversificada, garantía de producción y distribución de "contenidos mínimos" sobre información, educación, ciencia y cultura.

Las políticas culturales deben partir de comprender a lo cultural como constitutivo de la ciudadanía y a los derechos culturales tan relevantes como los económicos, sociales y políticos. Evidentemente, conservar y acceder al patrimonio es un derecho, así como la propia identidad cultural lo es. Reconocer el derecho a alimentarse y el derecho a un trabajo digno.

Véase en Francisco Sierra (2009) quien ha argumentado acertadamente, que el campo cultural debe entenderse como "una poderosa estructura creadora de significados que no se puede abstraer del poder, en tanto que espacio discursivo de lucha intensiva sobre cómo deben perfilarse las identidades, definirse la democracia y reproducir las formas de vida colectiva". También sobre esta base, Virginia Domínguez ha afirmado que "no sólo necesitamos interesarnos por las cuestiones formales que configuran las políticas culturales, sino también en indagar por aquello "que está siendo logrado socialmente, políticamente, discursivamente, cuando el concepto de cultura es invocado para describir, analizar, argumentar, justificar y teorizar". (2000: 21-22)

En un intento más por darle un sentido más concreto en correspondencia con la nueva dinámica internacional y enfatizando en la dimensión comunicativa, Martín Barbero enuncia los lineamientos para diseñar "una propuesta de políticas alternativas" y propone no una política que abandone la acción de difundir, de llevar o dar acceso a las obras, sino la crítica a una política que hace de la difusión su modelo y su forma (Martin Barbero: 2007,.25). Pero, se pregunta, "¿Podrán las políticas plantearse ese horizonte de trabajo, no estarán limitadas, aún en el campo cultural, por su propia naturaleza de "políticas", a gestionar instituciones y administrar bienes?" Y contesta: "La respuesta a ese interrogante nos plantea otra: ¿En qué medida los límites atribuidos a la política en el campo de la cultura provienen menos de los límites de la política que de las concepciones de cultura y de comunicación que dieron forma a las políticas"(Martin Barbero:2007, 31).

Se trata, por tanto, de pensar una política cultural desde otros modelos de comunicación que tienen en común el descubrimiento de la naturaleza negociada, transaccional, de toda comunicación, y la valoración de la experiencia y la competencia productiva de los receptores . Así, la "política alternativa" que intenta pensar este autor, no desconoce la importancia de las formas organizacionales o los contenidos de los mensajes, pero contemplará fundamentalmente, las operaciones de producción simbólica de los públicos a partir de las cuales éstos construyen los sentidos.

Sin embargo, Barbero no profundiza acerca de cómo sería una política cultural diseñada según un modelo de comunicación que dé lugar a la actividad interpretativa de los receptores; este aspecto, fundamental a la hora de las acciones concretas, queda en la incertidumbre. Una política cultural democrática deberá fundarse en un modelo de comunicación entendido también como un modelo que permita el diálogo, la deliberación, y no la mera imposición autoritaria.

Entendidas en un sentido estricto, las políticas culturales son un campo de problemas construido internacionalmente en la segunda mitad del siglo veinte, con el fin de las guerras mundiales y la conformación del Sistema de las Naciones Unidas. Es entonces cuando se extiende la creación de instituciones públicas para administrar el sector y se realizan conferencias intergubernamentales que definen conceptos básicos y agendas comunes de los Estados.

Los sustentos conceptuales de las políticas culturales se hallan en el reconocimiento de los derechos culturales como parte de los derechos humanos, sancionados en 1948 primero por la Organización de Estados Americanos y luego por la Organización de las Naciones Unidas, con la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, y con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, respectivamente. Estos derechos culturales aparecen reafirmados en 1966 en el Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos, y en el Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

La Comisión de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura(UNESCO) declaró en 1967 un concepto general que se expone a continuación: "La política cultural consiste en el conjunto de prácticas sociales, conscientes y deliberadas, de intervención y no intervención, que tienen por objeto satisfacer ciertas necesidades de la población y de la comunidad, mediante el empleo óptimo de todos los recursos materiales y humanos, de que dispone una sociedad en un momento determinado" (1967). En opinión de esta autora, aceptar esta definición, desconocería, las nuevas perspectivas necesarias de interrelación e interdependencias, en las que los plurales actores políticos dejan de ser pasivos receptores para convertirse en activos agentes para la conformación e implementación de las políticas que regulan sus derechos.

Sin entrar en mayores detalles, puede decirse que el contenido principal de estos derechos culturales reconocidos a todo ser humano, refiere a participar libremente en la vida cultural de la comunidad, disfrutando de las artes y del progreso científico técnico, y a gozar de los beneficios morales y materiales derivados de las creaciones científicas, artísticas e intelectuales de que fuera autor. Dado que los derechos culturales son "programáticos", de implantación progresiva acorde a las posibilidades de cada Estado, se entiende que las políticas culturales refieren, en buena medida, a las disposiciones tendientes a consumar la normativa antes que a las realidades efectivas, muchas veces rezagadas con respecto a estos parámetros.

Las políticas culturales han alcanzado centralidad en la agenda mundial, aunque en un contexto muy diferente al que las tuvo como protagonistas en los años 70. Se trata de un mundo signado por el unilateralismo y el desgaste de las organizaciones internacionales que lo ordenaban; de alternativas acotadas a diferentes modelos de capitalismo con brechas de desigualdad entre países y en su interior; de Estados que ya no se asocian unívocamente con una nación, una lengua, y que dificultosamente controlan su territorio atravesado por dispares flujos transnacionales de finanzas, tecnologías, poblaciones, ideas y mensajes de mercados culturales dominados por unos pocos conglomerados que concentran la oferta de libros, música, audiovisuales, publicidad, dejando mínimo espacio a expresiones diversas.

En este panorama, y atento a sus trayectorias, las políticas culturales son miradas con desconfianza, cuando no son directamente puestas en entredicho. "Pocas áreas de la vida social son tan monótonas como las políticas culturales. Ocurren novedades en la cultura y las comunicaciones, pero no son asumidas por los actores políticos de los Estados" (García Canclini: 2004, 209).

El incumplimiento de los objetivos que se habían propuesto alcanzar, para algunos autores hace posible hablar, del "fracaso de las políticas culturales" (Domínguez 1996: 80,81). Las encuestas sobre comportamientos culturales muestran que "la desigualdad entre los grupos de élite y el resto de la sociedad no ha dejado de aumentar", lo que significa que el acceso, la participación, y la pluralidad cultural siguen siendo cuestiones pendientes.

En un significativo balance Néstor García Canclini, plantea que las políticas culturales son un "conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población, y obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social" (1987,26). En tiende que estas constituyen la unidad simbólica de una nación, las distinciones, divisiones y vinculaciones en su interior, así como con respecto a otras naciones.

Obsérvese que en este último concepto, se añade la repercusión fuera de fronteras e insiste en la necesaria intencionalidad para ello. Pocas veces se encuentra en la bibliografía consultada, conceptos que enfoquen la política cultural en sus dos dimensiones, interna y externa, ya sea de una manera intencional o espontánea, lo cual, necesita ser actualizado a partir de una concepción holística de la cultura que tenga en cuenta su dimensión comunicativa como todo proceso de mediación entre el Estado nación y sus diferentes públicos, llegando hasta su alcance internacional.

Esta limitación teórica obliga a redefinir el concepto de política cultural como punto de partida para los análisis que, en lo adelante, servirán a esta investigación: Entiéndase entonces la política cultural como el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados, a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población, y obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social, en función de la identidad cultural, bajo los principios del respeto y reconocimiento a la diversidad, la cooperación y el bienestar universal. (Elaborado por la autora a partir de los postulados de (García Canclini: 1987,13) y el resto de las concepciones constatadas, en particular, definidas por la UNESCO).

En resumen, se debe considerar que el traspaso de las fronteras culturales es hoy una realidad, ya sea de manera intencional o espontánea, las transnacionales económicas, culturales, comunicacionales hacen imposible el comportamiento de los Estados y sus políticas públicas al margen de ellas y, en la misma medida, provocan la necesidad de la inserción en el sistema internacional. La proyección hacia el ámbito internacional, debe constituirse en un fenómeno consciente, en aras de la defensa de las identidades nacionales, pero ello no impide la incidencia en la política interna, de la política externa de los Estados y del comportamiento del resto de las entidades políticas independientes que conforman el sistema internacional, en una sociedad cada vez más multipolar políticamente pero unipolar culturalmente.

Se impone entonces precisar aspectos centrales sobre el concepto y contexto del sistema internacional como otro ámbito en el que se proyectan las políticas culturales y del cual reciben una inevitable influencia interna. Especialmente, declarar las características de esta categoría de la Teoría de las Relaciones y la Política Internacionales en el contexto espacio temporal objeto de estudio.

1.3. El sistema internacional moderno: los 90s

El sistema internacional es el escenario en que se desarrolla la política internacional como resultado de la interrelación entre los Estados y otras entidades políticas independientes, sobre la base de determinadas normas o reglas de conducta, reconocidas por todos, bajo un ordenamiento jurídico internacional que se establece en los diferentes Organismos y organizaciones internacionales. En él se establecen relaciones comerciales, políticas, de cooperación u hostilidad y de intercambio cultural, entre otras razones (González: 1990,11)

Su acción tiene un campo geográfico determinado, ya sea regional, a escala de un continente, mundial o global, como en la actualidad, cuya distinción va más allá de la valoración cuantitativa de su estructura, hoy tiene un componente y cambio cualitativamente muy profundo. La naturaleza económico-social de los Estados que los integran y su condición dominante permite caracterizarlo como homogéneo o heterogéneo, aspecto de singular importancia para poder evaluar la estabilidad de los sistemas internacionales.

Constituye un sistema concreto, social, abierto, con un nivel de integración más bajo que el del resto de los sistemas pues, como González precisa, en él existe un nivel descentralizado de autoridad o poder; no existe una autoridad o poder por encima del de los Estados, de haberlo, ello implicaría la aparición de un Imperio y la sustitución del sistema internacional; esta característica es la principal diferencia con respecto al sistema político al interior de los Estados.

Como se apreciará, necesariamente este análisis pasa por otras categorías manejadas en el ámbito de la política internacional sumamente debatidos hoy, como el de la hegemonía y la evaluación de la polaridad, a partir de la correlación de fuerzas, en primer lugar, de los Estados y de los nuevos actores internacionales cuya acción incorpora la utilización de nuevas formas de influencia política e ideológica para alcanzar el poder, entiéndase el uso de la economía, la educación, la cultura, la ciencia, las nuevas tecnologías de información y comunicación, más allá de las fronteras del Estado nación del que se originaron.

Pero este fenómeno es complejo, formado por un sistema de interdependencias en todos los sectores del desarrollo sociocultural, en el que se incorporan nuevas variables a la teoría marxista, tales como la incertidumbre, el caos, la emergencia, lo cual rompe la linealidad de las ciencias, la interdisciplinariedad y multidisciplinariedad para erigirse en transdisciplinariedad, como toda una revolución conceptual, que llega a cuestionarse la legitimidad del Estado-nación. (Sánchez: 2015, 88) A decir de Graciela Arroyo Pichardo: "Una nueva concepción del mundo se impone y junto con ella, la necesidad de recrear el conocimiento social en general y el de las Relaciones Internacionales en particular" (Arroyo: 1998, 35-45)

Entre los nuevos factores o fuerzas de significación internacional que no tienen una estructura organizativa centralizada y no actúan como entidades individualizadas pero tienen una gran influencia en la política internacional es importante destacar, los movimientos de liberación nacional, las grandes religiones, el movimiento de países no alineados y, especialmente, la opinión pública , esta última, como una categoría novedosa, política y eminentemente comunicacional, que se relaciona con los procesos de emisión y recepción de las políticas y su impacto en los diferentes públicos.

Autores como Philipp Braillard y Medina Ortega incluyen también, entre los actores internacionales, que son fundamentalmente entes colectivos, a personalidades individuales, de gran significación internacional, cuya influencia y prestigio, en razón de cualidades personales, van mucho más allá de las instituciones que representan, conocidas figuras contemporáneas como Vladimir Ilich Lenin, Fidel Castro Ruz, Ernesto Che Guevara, Hugo Rafael Chávez, no pueden ser ignoradas.

Retomando el asunto de la conformación y movilización de la opinión pública como nuevo actor en el escenario internacional moderno para conseguir el poder, es imprescindible referirse al papel de los medios de comunicación-no solo los tradicionales medios de prensa, sino el entramado de redes modernas de comunicación-. Estos actores han evolucionado de un proceso de cohesión y de homogeneización informativa y cultural como uniformadores de la conciencia social como un brazo del poder, después de la economía, a un desempeño protagónico.

Gramsci, al referirse a las nuevas formas utilizadas por la clase dominante para alcanzar el poder refiere, que esta combina fuerza y consenso, tratando de que la fuerza parezca apoyada por la aprobación de la mayoría, expresada mediante los llamados órganos de la opinión pública (en Acanda: 2002; Garcés:2007) se gesta en el mundo moderno un nuevo paradigma cultural en el que no hay verdad porque la misma cultura ha evolucionado de tal manera que se centran una pluralidad de verdades; no hay verdad fuerte, sino solamente se tienen impresiones subjetivas de lo que es verdad (Prada: 2009, 62)

Sin depreciar la importancia de los medios como instrumentos de poder, se coincide con el estudioso español Manuel Castells en que las batallas culturales en este nuevo escenario internacional son batallas de poder que se libran en los medios de comunicación y por los medios de comunicación, pero estos no son los que ostentan el poder. El poder, como la capacidad de imponer la conducta, radica en las redes de intercambio de información y manipulación de símbolos, que relacionan a los actores sociales, las instituciones y los movimientos culturales, a través de íconos, portavoces y amplificadores intelectuales. (Castells en Prada, 71) De aquí, que se insista, en contraposición con las tendencias que tratan de suprimir el papel del Estado, en la necesidad de que este adquiera, de manera más activa y deliberada, nuevas formas de gestión que favorezcan la participación y el respeto a la diversidad.

No obstante la multiplicidad de actores, los Estados o, al menos, algunos de ellos, continúan siendo los protagonistas de la dinámica internacional, por lo que el estudio de sus políticas exteriores mantiene suma importancia en el entramado del sistema internacional, no como una reacción a las condicionantes externas, sino en la dimensión dialéctica que existe entre sus determinantes internas y su proyección en el sistema internacional, visto, además, desde una visión del Sur, como alternativa para los Estados nación que no pertenecen a los centros de poder, visión esta que se explicará a continuación

1.4. La política exterior de los Estados: Una Visión desde el Sur.

Roberto González define la política exterior como "la actividad de un Estado en sus relaciones con otros Estados, en el plano internacional, buscando la realización de los objetivos exteriores que determinan los intereses de la clase dominante en un momento o período determinado" (González: 1990, 33), concepto que deja claro el acto de representación estatal, con independencia del resto de los actores que hoy influyen en la política exterior.

Partes: 1, 2
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