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El fenómeno de violencia más devastador que existe en la actualidad: la agresión humana hacia los animales (página 3)

Enviado por Fiorella Lizeth


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

La violencia contra los animales no es simplemente el resultado de un defecto de baja importancia en la personalidad del maltratador, sino un síntoma de un profundo disturbio comportamental. Extensas investigaciones de psicología y criminología y la historia del crimen demuestran que las personas que cometen actos de crueldad contra los animales no se detienen ahí.

El FBI ha descubierto que los antecedentes de maltrato animal son de los que de forma más regular aparecen en los historiales de asesinos y violadores y los manuales de diagnóstico y tratamiento psiquiátrico recogen la crueldad contra los animales como un criterio diagnóstico de los desórdenes graves de la conducta. Los estudios han también han confirmado que los criminales violentos y agresivos son más propensos a maltratar a animales y a niños que los criminales considerados menos agresivos. Los actos de abuso se basan en los sentimientos de poder y control obtenidos por el maltratador, sentimientos que obtiene con independencia de cuál sea la especie a la que pertenezca la víctima. Cuando la ira del maltratador se desata, cualquiera puede convertirse en víctima, y puede dejar de importarle si su presa tiene cuatro o dos patas.

Las escuelas, los padres, la comunidad y los tribunales que se encogen de hombros ante el maltrato animal contemplándolo como un delito menor están ignorando una futura bomba virtual. Todos los estamentos sociales deberían fiscalizar y reprobar de forma pública el maltrato animal, examinando cada uno de los casos a la búsqueda de otras manifestaciones de violencia en las familias y su entorno, a fin de detener el ciclo de violencia. Una sociedad sana debería, de forma inmediata, postular que el maltrato o abuso de un animal, al igual que el de una persona, es inaceptable y pone en serio peligro a todos y cada uno de sus miembros. Los niños deberían ser instruidos en el cuidado y el respeto hacia los animales como medida preventiva frente a futuros comportamientos desviados. La crueldad hacia los animales por parte de los seres humanos es una de las contaminaciones más serias: la contaminación moral.

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ASOCIACIÓN PARA UN TRATO ETICO CON LOS ANIMALES- ( ATEA )

2. – "Respeto a la vida de los animales"

Aproximarnos a la cuestión de "los derechos de los animales" no requiere en sí mismo herramientas analíticas diferentes a las empleadas para abordar el tema de "los derechos humanos". Ambas expresiones conjugan dos términos. Y uno de ellos, además, compartido. Ya hemos expuesto algo sobre el confuso término "animal", que en este contexto nos remite a los ya conocidos "animales no humanos", por lo que parece apropiado enjuiciar la palabra clave en este debate: los derechos.

Lo primero que cabe decir al respecto es qué el término "derecho" es en realidad la representación lingüística de una intuición moral. El derecho no es algo físico, como no lo es el amor, la solidaridad o el deseo. La realidad fáctica del derecho surge de la propia naturaleza humana. Es incuestionable que todas las sociedades se organizan social y políticamente de alguna manera, y es un común denominador establecer normas de relación, como pueden ser determinadas obligaciones, permisos o prohibiciones.

Como seres morales, tendemos a clasificar nuestros actos fundamentalmente en dos categorías: buenos y malos. O, expresado en otras palabras, deseables e indeseables, siempre en función de las consecuencias que se deriven de ellos para los miembros de la comunidad. Estos valores son un elemento constante en todas las sociedades humanas, y su vida cotidiana gira en torno a ellos.

Es imprescindible resaltar el hecho de que, casi sin excepciones, se asocie lo bueno (deseable o digno de ser potenciado) con el placer, con las sensaciones agradables, con aquello que hemos calificado como "bienestar", en definitiva. Por el contrario, lo malo (indeseable) va parejo al sufrimiento en cualquiera de sus formas o grados.

Como quiera que los seres humanos hemos desarrollado la misma facilidad para establecer normas de conducta que para transgredirlas, la sociedad trata de disuadir a sus miembros de cometer actos indeseables, estableciendo una serie de penas y castigos, advirtiendo por tanto a quien corresponda de los riesgos que asume si viola las leyes vigentes. Éste es uno de los pilares en los que se asienta el fundamento del derecho: la prohibición. El otro, más importante si cabe, lo encontramos en la protección. Si tuviéramos que aportar una equivalencia simbólica a la idea del derecho, con toda seguridad la hallaríamos en estos dos vocablos. Siempre que se asume la concesión o posesión de derechos, se está implícitamente prohibiendo a alguien que los viole, y es así porque entendemos que determinadas cosas, situaciones o individuos deben ser protegidos.

La idea básica del significado y propósito del derecho apenas necesita unas líneas. Cuando consideramos que está mal causar daño corporal a una persona determinada, lo resumimos diciendo que esa persona "tiene derecho a la integridad física". Es decir, asumimos como justo que su bienestar "debe ser protegido", para lo cual establecemos una serie de garantías, prohibiciones e imposiciones de penas para los infractores. De forma paralela, cuando los animalistas afirmamos que deberían ser reconocidos los derechos de los loros, estamos pidiendo sencillamente que se les proteja de posibles agresiones humanas, mediante la prohibición en el ordenamiento jurídico de cualquier acto que atente contra su bienestar, su vida o su libertad, dado que, en caso contrario, permitiendo su captura y comercio, tal y como se hace en la actualidad, estaremos causándoles estados severos de sufrimiento gratuito. A primera vista, es tan simple como parece.

Pero hablar de derechos implica descender a casos concretos y aceptar determinadas premisas. Los derechos sólo adquieren significado práctico en un marco referencial adecuado. Así, hablar de derechos sólo adquiere sentido cuando existe una clara diferencia entre tenerlos y no tenerlos. El derecho a la integridad física es importante para una mujer o para un ave, porque son seres sensibles, pero a una caja de cartón "le da igual" la forma en que la tratemos, pues no es capaz de sufrir.

A pesar de que muchos de aquellos que se muestran reacios a la idea de conceder derechos oficiales a los animales no humanos basan sus tesis en la idea de que quien no tiene obligaciones no puede tener derechos, se trata de una suposición absurda, como lo demuestra el hecho de que a sectores sociales importantes, como los niños pequeños o las personas afectadas de minusvalías psíquicas severas no se les exigen obligaciones, lo que no impide que, afortunadamente, gocen de una amplia gama de derechos básicos.

Otros profesionales del pensamiento apoyan su reticencia al reconocimiento de derechos más allá de la humanidad en un hecho meramente lingüístico. En efecto, no son pocos los teóricos que admiten sin titubeos ciertos deberes humanos para con los animales. Aceptan como virtuosa una cierta obligación moral a tratarlos correctamente, no causarles daño o quitarles la vida de forma gratuita, pero a continuación se resisten a admitir que de ello se derive la posesión de derechos. Entonces, ¿qué se deriva? Tal vez nos incomode ceder privilegios a seres no humanos, pero eso sólo demuestra que nos incomoda, no que debamos negárselos. Reconocer derechos a humanos negros, hembras u homosexuales fue (y aún hoy sigue siendo) una idea turbadora en multitud de sociedades a lo largo de generaciones. El mero hecho de que utilicemos con absoluta comodidad el vocablo derechos en el área humana y nos lo quitemos de encima de un manotazo tan sólo con traspasar la barrera virtual de la especie, resulta, cuando menos, sospechoso.

Es interesante recordar que el fundamento práctico de los derechos tiene sobre todo un carácter previsor. La idea del derecho adquiere sentido en la medida en que contemplemos la posibilidad de que alguien se beneficie de él. En definitiva, de que pueda ser de aplicación en un momento dado para salvaguardar algo valioso.

Al final, que concedamos o no ciertos derechos básicos a comunidades zoológicas que hasta ahora carecían de ellos, depende en buena medida de la aplicación de virtudes como el sentido común y sobre todo la generosidad. Un adecuado equilibrio entre ambas no nos puede dejar muy lejos de la justicia.

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ASOCIACIÓN UNIDOS POR LOS ANIMALES- ( UPA )

3.- ¿Qué entendemos por animales?

Ésta puede parecer una pregunta estúpida, pero, a poco que reflexionemos sobre ella, comprobaremos que no lo es tanto.

En realidad, cuando utilizamos genéricamente el término "animales", podemos estar refiriéndonos a, al menos, dos grupos zoológicos bien distintos, por las acotaciones que hacemos del mismo. En un sentido biológico, nosotros (los humanos) somos animales, tanto como puedan serlo las hormigas, los orangutanes o los peces. En un plano cultural, utilizamos el vocablo "animales" tan solo para designar a los animales no humanos. Esta realidad puede no parecer más que un capricho lingüístico, pero lo cierto es que refleja como pocas la actitud "distante" que inconscientemente tratamos de mantener con el colectivo referido. La acepción cultural del término "animales" no tienen entidad alguna, pues carece de todo sentido que nos empeñemos en mantener cohesionado a un grupo en el que lo mismo caben los insectos (de los que nos separa una gran barrera, filogenéticamente hablando) que los chimpancés, cuyo material genético es idéntico al nuestro en un 98%.

Lo cierto es que podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que, en tal sentido, los animales "no existen", al menos no como grupo natural y homogéneo. Estaríamos, por lo tanto, ante un colectivo ficticio por absurdo. Y ello no tendría mayor importancia si no fuera porque le aplicamos connotaciones morales, reduciendo a quienes lo componen al estatuto de mera "mercancía", con los devastadores resultados que todos conocemos.

Al filo de toda la reflexión anterior, y a modo de refuerzo argumental, cabe destacar que no podemos establecer una sola afirmación moralmente relevante que sea aplicable a todos y cada uno de los animales no humanos, y que al mismo tiempo no pueda servir para, al menos, algunos seres humanos. Si conoces alguna, háznoslo saber.

Hablar acríticamente de "animales" implica, además de prostituir el lenguaje, perpetuar la condición a la que han sido condenados por nuestra cultura. Por ello, desde el Movimiento Animalista, y a falta de un término sencillo para designarlos, introducimos ocasionalmente expresiones que se adecuan con mayor precisión a la realidad, como pueden ser la de "animales no humanos", que compaginamos con la tradicional por cuestiones de tipo práctico.

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ASOCIACIÓN AMOANIMAL.ORG

B.- Bases Teóricas

El Especismo

Estamos ante uno de los vocablos menos conocidos por el gran público y que, sin embargo, esconde tras de sí la forma de discriminación más extendida y devastadora que existe.

La mayoría de la gente tiene una noción aproximada de lo que significa ser racista, clasista o machista: discriminar injustamente a otros (seres humanos en este caso) apelando a la raza, clase social o género. Salvo quienes asumen como justificadas estas formas de discriminación arbitraria, lo normal es que tales actitudes sean duramente criticadas por la sociedad en general, sobre la base de que el mero hecho de ser negro, pobre o mujer no es motivo suficiente para negar derechos fundamentales, como el derecho a la vida o a no ser agredido.

Sin embargo, se da la circunstancia de que la práctica discriminatoria más extendida entre los seres humanos es asumida por la ciudadanía en pleno, incluida la inmensa mayoría de quienes se oponen con vehemencia a actitudes como las antes mencionadas. Somos especistas cuando justificamos e incluso defendemos formas de agresión en animales que condenaríamos si las víctimas fueran hombre o mujeres, o cuando hacemos lo propio con unos animales respecto a otros, posicionándonos a favor de las corridas de toros pero criticando que alguien propine una patada a un perro.

La peregrina idea de que "no son humanos" suele presentarse como suficiente a la hora de legitimar las más atroces torturas a millones de animales, en muchos casos hasta la muerte, para satisfacer nuestro capricho por un determinado sabor, una determinada estética o una determinada forma de ocio.

El especismo es hoy la base ideológica sobre la que se sustenta el fenómeno de violencia organizada más devastador que jamás haya existido en la historia de la humanidad. Mientras las sociedades esclavistas o el Holocausto nazi pertenecen afortunadamente a un oscuro pasado, la mayoría de nosotros seguimos participando y/o justificando el crimen cotidiano y masivo de los mataderos, de los hipódromos, de los circos, de las granjas peleteras, de los zoológicos, de las perreras, de los laboratorios, de las plazas de toros, de las tiendas de mascotas, de la caza, de la pesca o de las naves de engorde rápido.

Sabía usted que la crueldad hacia los animales y la violencia humana tienen una relación directa? Que el niño que golpea o tortura un animal podría crecer y herir y hasta matar un ser humano. Que el padre que le mete una patada al perro podría estar golpeando a su esposa e hijos. Que el niño que lastima un animal posiblemente ya es testigo de actos de violencia y maltrato en su familia.

El número de criminales con historial de maltrato de animales es tan alto que el Negociado de Investigaciones Federales (FBI, por sus siglas en inglés) señala la crueldad contra los animales como una característica típica para identificar jóvenes sospechosos con potencial en convertirse en criminales en un futuro. La crueldad intencional (a propósito) contra los animales es motivo de preocupación porque es una señal de problemas psicológicos.

La Asociación Psiquiatrica Americana considera el maltrato de animales como uno de los diagnósticos para determinar desordenes de conducta. También nos indica que la persona ya ha estado expuesta a cometer actos de violencia. Durante los últimos 25 años, estudios en psicología, sociología, y criminología han demostrado que criminales frecuentemente en su niñez y adolescencia tienen serios y repetidos historiales de maltrato hacia los animales.

¿Por qué sería alguien cruel con los animales? Hay muchas razones. El maltrato hacia los animales es comúnmente cometido por personas inseguras con el auto estima bajo. Estas se sienten sin poder y bajo el control de otros. El motivo podría ser para intimidar, amenazar, asustar, ofender o rechazar las reglas de la sociedad. Algunas personas que son crueles con los animales están copiando acciones que han visto y aprendido de niños o están siendo abusados por algún familiar. La mayoría de las personas que abusan de los animales son adolescentes o jóvenes adultos masculinos con un autoestima bajo, con pocas amistades y con malas notas académicas, aunque niños tan jóvenes como de 4 años también han maltratado animales.

Con todo esto presente es hora de tomar en serio la crueldad contra los animales. Es nuestra responsabilidad enseñar a los niños que el maltrato hacia los animales es incorrecto y que debemos respetar todo lo que posea vida. Si usted permite que su niño maltrate a un animal, mate un lagartijo o pajarito, por ejemplo, le enseñará que matar está bien y, por consiguiente, que es valido faltar el respeto a la vida, desarrollándose en tendencias agresivas hacia los seres vivientes indefensos. Es importante que con mucha ternura ayude a desarrollar la sensibilidad en los niños y que los corrija cuando intenten maltratar a un animal, enseñándoles así que tal comportamiento nunca es aceptable. Recuerde el viejo refrán "Más vale prevenir que tener que remediar" cuando eduque a su niño y enséñele la regla de oro "Nunca le hagas algo ha alguien que no quisieras que te hicieran a ti".

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C.- Inocentes E Indefensos, Víctimas De Violencia

Estos dos factores resultan de vital importancia a la hora de evaluar la naturaleza criminal de nuestro comportamiento agresivo hacia los demás en general y hacia los animales en particular.

Que no podemos hacer la misma valoración ante diferentes actos violentos lo demuestra el hecho de que determinadas formas de agresión son aceptadas por la sociedad en pleno, y por la realidad jurídica como reflejo de la misma. La violencia queda justificada cuando es legítima. Pero, ¿cuándo podemos estar en disposición de afirmar que algo objetivamente indeseable y cuyos efectos son siempre perniciosos como causar daño, se vuelve comprensible hasta el aplauso? Parece claro que estamos hablando de legítima defensa, bien esté orientada a salvaguardar intereses propios o ajenos. Si existen verdades universalizables, ésta debe ser sin duda una de ellas. Cualquiera de nosotros entendería que alguien agreda a otro si éste afecta de manera clara e injusta a su seguridad o a la de los suyos. Y se espera de un juez imparcial que asuma la legítima defensa como eximente a la hora de emitir el veredicto. No importa que el agresor sea perro o albañil, león o doctora, serpiente o frutero. La legítima defensa, siempre que se utilice un grado de violencia proporcionado a la situación, queda legitimada.

Uno de los factores que agravan el hecho cotidiano y palpable de la agresión institucionalizada a los animales pasa por el reconocimiento de que, en la práctica totalidad de los casos, no se puede culpar a sus protagonistas de nada. Los corderos no nos atacan como para que tengamos que defendernos de ellos cortándoles el cuello. Las perdices no afectan a nuestros intereses primarios como para emprenderla a tiros con ellas. Los caballos a los que obligamos a competir en las carreras hasta el límite de sus fuerzas no nos han hecho nada que justifique tal castigo. Muy al contrario, si de autodefensa cabría hablar, sólo podría hacerse cuando el toro empitona a su torturador y lo lanza por los aires para que le deje en paz. La cruda realidad es que sojuzgamos y matamos a los animales porque nos creemos con el derecho a hacerlo, en función de algo tan inconsistente como es pertenecer a una especie determinada. Es así de simple e indignante.

Pero existe todavía un elemento teórico más para condenar la agresión diaria a los animales: el severo estado de indefensión en el que se encuentran. Y se trata, además, de una indefensión que rebasa lo físico y se sustenta en lo intelectual. Un ejemplo puede ayudarnos a entenderlo. Intentemos denunciar un caso de malos tratos ante la policía, y cuando el agente de turno nos pida la descripción del perro o gato víctima de los gamberros, respondámosle que se trata de toros y que los hechos transcurren en una plaza redonda llena de público. Seremos nosotros los denunciados por gastar bromas a las fuerzas del orden.

Si la víctima de un acto de violencia, independientemente de su sexo, edad o especie, es inocente, tal acto se convierte en injustificado. Y si a ello añadimos el hecho de que se encuentra indefensa, estamos sin ningún género de dudas ante un comportamiento perverso.

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ASOCIACIÓN HUMANITARIA PARA UN TRATO DIGNO A LOS ANIMALES- (VIDA DIGNA)

D.- Las Diferentes Formas De Crueldad

La crueldad hacia los animales se puede manifestar de muchas maneras: negligencias, abandonos, tenencia irresponsable, espectáculos crueles con animales o actos de crueldad manifiesta.

Los actos de crueldad hacia los animales en Chile quedan casi en su totalidad impunes, puedes ir un tiempo a prisión por robar pero no por maltratar a un animal. Es hora de que en Chile existan medios legislativos para luchar contra la crueldad hacia los animales:

La violencia hacia las personas (maltratos en mujeres y niños) y la saturación del sistema judicial y penal, son argumentos habituales para negar mayor implicación en la lucha contra la violencia hacia los animales. Sin embargo, cada vez existen más estudios y trabajos que evidencian la conexión que existe entre la violencia hacia los animales y la violencia hacia las personas. Tomar mas en serio la violencia hacia los animales, supone por tanto un beneficio en la lucha contra la violencia hacia las personas:

1. El abuso hacia los animales puede indicar la existencia de un problema profundo: los niños que abusan de los animales pueden vivir en situaciones de abuso y pueden estarse graduando en la violencia hacia las personas.

2. La crueldad hacia los animales puede ser el único signo visible de una familia donde existe abuso: mientras el abuso hacia los niños y las mujeres suele ocurrir en privado, el abuso hacia los animales suele cometerse de forma abierta.

3. Los testigos o victimas de la violencia hacia los animales y las personas suelen hablar mas fácilmente sobre el abuso hacia los animales: esto comienza un dialogo con las autoridades que puede conducir a descubrir al responsable de la violencia a las personas.

4. La violencia es violencia: una persona que abusa de los animales no tiene empatia hacia otros seres vivos y tiene el riesgo de generar violencia hacia las personas.

5. El sistema judicial que sufre una sobrecarga de trabajo no considera la crueldad animal como una prioridad frente a los casos de asesinato, violación, maltratos y otros crímenes violentos: el tratamiento eficaz de la crueldad hacia los animales por la policía, fiscales y jueces puede representar la diferencia entre controlar la violencia o dejar que siga creciendo.

6. Pero el procesamiento no es suficiente: el tratamiento y monitorización también son cruciales para romper el ciclo de la violencia. Los programas de apoyo psicológico pueden ayudar a reconocer y/o mejorar otras formas de violencia. Los programas innovadores que utilizan la interacción con los animales pueden ofrecer tratamiento a delincuentes juveniles de manera que aprendan a generar empatia, confianza y habilidad para comunicarse de forma no violenta.

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ASOCIACIÓN ANIMANATURALIS.ORG. Escrita por Jesús Mosterín

E.- Nosotros somos iguales a nuestros hermanos, los animales

1. Todos los animales tenemos unas características comunes, como el hecho de estar vivos o el de tener una integridad física. Asimismo, la mayoría nos podemos mover como queramos.

2. Estas capacidades son innatas en nosotros/as y su reconocimiento las convierte en derechos inalienables: los animales tenemos derecho a la vida y a la integridad física. En esa misma línea, disponemos de derechos en función de nuestras capacidades: aquellos animales que podemos movernos tenemos derecho a la libertad de circulación, los que podemos sentir dolor, derecho a que no se nos inflija dolor, etc.

3. El respeto a estos derechos puede favorecer el que las sociedades humanas tengan una actitud ética lógica y coherente, y que sus relaciones con las demás especies animales sean pacíficas y naturales.

4. Por tanto, son rechazables las prácticas en que animales de otras especies son utilizados como objetos, en función de intereses únicamente humanos, sin atender sus derechos, ya sea matándolos por placer (el "deporte" de la caza) o para satisfacer un capricho gastronómico (como otros tipos de caza o como en los mataderos), torturándolos en festejos (como la tauromaquia y otros) o en laboratorios (industrias militar, cosmética y sanitaria), abusando de ellos sexualmente (zoofilia), encerrándolos en zoológicos, circos, granjas o casas (domesticación), robándoles para obtener dinero (industrias láctea, de la miel, de la seda, etc.)

5. Estas prácticas se justifican en base al prejuicio de que el ser humano es una especie superior, elegida por Dios, los dioses, el destino o por sí misma para dominar a las demás especies. Este prejuicio, llamado "especismo", está en la base misma de la sociedad humana desde hace más de 10.000 años, profundamente arraigado.

6. La desaparición de estas prácticas y la consecución de una sociedad antiespecista o liberacionista sería un gran cambio (el mayor en la historia de la humanidad) que debería producirse en el menor tiempo posible, esto es, una revolución.

7. Dentro del animalismo, el movimiento que lucha por una mejora en las condiciones de vida de los animales no humanos, existe, aparte del sector revolucionarioque defiende los derechos de todos los animales, otro sector que se conforma con reformas que impliquen una cierta mejora en dichas condiciones de vida, los llamados "defensores del bienestar animal" o "bienestaristas".

8. Los bienestaristas no son parte del problema de la opresión especista pero, desde luego, tampoco son parte de la solución ya que, si bien sus intenciones parecen buenas, su objetivo no es el de conseguir que se reconozcan los derechos de los animales y se respeten sino, simplemente, que su opresión, explotación y sufrimiento sean más soportables.

9. La lucha por la revolución antiespecista no sólo no perjudica los derechos humanos sino todo lo contrario, los apuntala, al ser una extensión de ellos y al defender que los derechos se basan, no en la "ley del más fuerte", sino en las cualidades que, de forma natural, cada uno/a tiene.

10. Los enemigos del movimiento de liberación animal son todos aquellos que oprimen a los animales (tanto a los humanos como a los que no lo son) y, por tanto, aunque haya particulares (cazadores, toreros, etc.) en su mayoría se trata de empresas (privadas, por lo general) e instituciones públicas. En ambos casos, por tanto, son entidades jerarquizadas, dirigidas por personas muy concretas.

11. La lucha por los derechos de los animales, en conclusión, pasa por conseguir, directa o indirectamente, acabar con esas empresas y que esos particulares abandonen las prácticas que vulneran los derechos de los animales; en lo que respecta a las instituciones, habría que decidir si intentar convencer a sus dirigentes de que pongan fin a las prácticas especistas o bien destruirlas.

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"Liberación Animal", PETER SINGER – Trotta, Madrid, 1999

F.- Animales de abasto, animales sin derechos

El pasado 4 de octubre se celebró el Día Internacional de los Animales y todos nos acordamos de los perros o gatos que conviven con nosotros, de los tigres y leones que vemos en los documentales o de las ballenas que tanto nos cautivan. Fue más difícil convertir a otros animales, más cercanos de lo que pensamos, en los protagonistas de ese día, que era también el suyo. Hablamos de los animales de abasto, es decir, aquellos que utilizamos para alimentarnos, como las vacas, terneras, cerdos, gallinas, pollos o pavos.

Los anuncios publicitarios de productos procedentes de la cría de estos animales nos muestran de forma insistente a cerditos rebosantes de salud que hacen ejercicio y corren detrás de su cuidador, a vacas que bailan en el campo o que viajan cómodamente en un camión mientras su dueño les busca el mejor prado para pastar, a pollos libres picoteando maíz en el corral… Esta imagen tan bucólica, totalmente irreal y falsa, viene a demostrar que las condiciones en que mantenemos en realidad a los animales de abasto en las granjas intensivas no resultan aceptables para el futuro consumidor. Por eso se le oculta la verdad.

Si el dolor y sufrimiento que los humanos infligimos a los demás animales pudiera contabilizarse de alguna manera, más de un 80% correspondería a los que criamos para procurarnos alimento. Por eso, porque son los que peor lo pasan, queremos recordarlos de forma especial en este Día de los Animales. Lo cierto es que los consumidores, en general, ignoramos el abuso a que sometemos a las criaturas vivientes y sensibles que hacinamos en las granjas intensivas. El filete, el jamón, el huevo frito o el vaso de leche no son más que los productos finales de un proceso con tres momentos diferentes, crianza, transporte y matanza, llenos de dolor, estrés y sufrimiento.

Todos sabemos que el objetivo de cualquier empresa es ganar dinero. Por ello, en los negocios relacionados con los animales de abasto, éstos no suelen ser considerados como seres vivos individuales que sienten y sufren, sino como trozos de carne, máquinas de producir huevos y leche, mercancías que se compran y se venden. El resto de consideraciones -como intentar evitarles al máximo el dolor, el sufrimiento y el estrés, garantizarles cierto bienestar o comodidad- son "lujos" que apenas se tienen en cuenta porque hacerlo supondría perder beneficios. No se les da la más mínima oportunidad de comportarse de forma natural y conforme a sus instintos: no pueden andar, correr, revolcarse, tocarse, separarse… Olvidamos sistemáticamente que se trata de seres vivos sensibles e inteligentes, con capacidad para sufrir, y que, precisamente por eso, deben ser tratados con dignidad y respeto.

En la ganadería intensiva los animales son masas que tienen que engordar rápido y barato y parir el mayor número posible de crías, ocupando el mínimo espacio. En granjas que parecen campos de concentración, 4 ó 5 gallinas comparten jaulas de alambre de 30×45 centímetros donde nunca pueden estirar las alas. Las vacas lecheras son inseminadas artificialmente para que mantengan una producción de leche máxima. Las terneras que comemos viven en compartimientos donde no ven la luz del día y no pueden moverse; son alimentadas con pienso deficiente en hierro para que su carne sea como nos gusta, bien blanca. Pero si hay un animal que recibe un trato especialmente duro, es el cerdo. A pesar de que son animales activos, limpios, muy sociables y tan inteligentes como los perros -a los que tanto apreciamos-, son separados muy pronto de sus madres y encerrados en pocilgas de engorde, con suelos de cemento, sin paja y sin luz. El caso de las hembras a las que se obliga a criar es mucho peor: encerradas y atadas al suelo para que dejen de moverse, cuando van a parir son metidas en un cajón donde se convierten en inmovilizados biberones vivientes para sus lechones.

Los transportistas no pueden perder su precioso tiempo y cualquier método -golpes, patadas- es bueno para subir a las reses al camión o al barco; por supuesto, nada de paradas para que estiren las patas. Cuando los animales llegan al matadero, el tiempo sigue siendo oro, y cuantas más reses se matan por hora, tanto mejor para el negocio; aunque ello implique descuidos como desollarlos vivos…

Por nuestra parte, los consumidores queremos en los comercios y en nuestros platos un producto bueno, bonito y barato, sin cuestionarnos de qué forma ha llegado hasta allí. Somos animales de costumbres, y por ello ni nos planteamos si comer carne todos los días del año es realmente necesario para nuestra dieta… dieta unida a las penosas y terribles condiciones de vida, crianza y muerte de los animales que nos comemos. El problema de los malos tratos al ganado no se solucionará mientras todos los implicados, desde el empresario hasta el consumidor, no cambiemos un poco nuestra actitud y reflexionemos sobre estas cuestiones, actuando después en consecuencia.

Hay muchas preguntas que se podrían formular ante un panorama tan aterrador para millones y millones de seres: ¿Acaso estos animales no merecen nuestro respeto y consideración, exactamente igual que los animales de compañía o los que se encuentran en peligro de extinción? ¿Por qué los animales de abasto se quedan siempre al margen de las leyes de protección de los animales? ¿Realmente es imprescindible maltratar de semejante forma a millones de animales solamente para dar gusto a nuestro paladar? ¿Estaríamos dispuestos a pagar un poco más para cambiar los sistemas de cría y obtener estos productos sin ocasionar tanto sufrimiento a otros seres? ¿Nos informamos sobre la procedencia de los productos que consumimos? ¿Tenemos información sobre alternativas adecuadas para los productos que obtenemos de los animales? ¿Podríamos reducir el consumo de estos productos para evitar la cría intensiva y cruel de tantos seres? La respuesta la tendremos que dar cada uno de nosotros.

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CARLOS DÍEZ: Defensor de los Derechos de los Animales.

G.- Violencia Hacia Humanos Y (Otros) Animales

La teoría de la conexión y la necesidad de la investigación antropológica

Dra. Ana Cristina Ramírez Barreto

Licenciada en Filosofía. Maestra en Filosofía de la Cultura (UMSNH). Doctora en Antropología Social.

Es para mí una grata oportunidad de tocar uno de los temas que me han ocupado en los últimos quince años: la importancia que tienen los animales no humanos en nuestras vidas.

El concepto clave de este foro es la violencia cruel hacia los animales. Deliberadamente quise venir aquí sólo con palabras porque, por desgracia, las imágenes que podrían ilustrar el asunto que nos ocupa son demasiado abundantes y terribles. Pensé que una sola de esas atrocidades podría distraer la atención del único punto que vengo a presentarles hoy y que, por ser un ejercicio reflexivo, se perdiera el argumento y sólo se llevaran la impresión de que los humanos les hacen cosas horribles a los otros animales.

Yo quiero decir algo más aparte de eso. En general, quiero argumentar que los otros animales nos permiten ser humanos, es decir, nos dan la posibilidad de, gracias a la interacción con ellos, distinguirnos y remarcar lo que suponemos es nuestra diferencia. Repito, esto es gracias a la interacción con ellos. La interacción con los animales (como con cualquier otro sujeto) posee una doble faceta que puede verse como paradójica o, como yo prefiero plantearla, compleja: por una parte esta interacción es una condición general, universal, transcultural y transhistórica, pues como escribió Herder a finales del siglo XVIII, habitamos un mundo que ya estaba pleno de vida animal mucho antes del surgimiento de la especie humana, por tanto, todos los animales son nuestros hermanos mayores. De ellos, con ellos y también contra ellos, aprendimos a habitar el mundo todos los así llamados humanos. Por otra parte, la interacción efectiva entre humanos y animales jamás es abstracta y universal, como podrían sugerirlo los términos transcultural y transhistórico; sólo es concreta y siempre está inmersa en condiciones ya culturales e históricas. Todos los así llamados humanos nos relacionamos con animales en formas cultural e históricamente posibilitadas. Hay sentidos culturales e históricos sobre lo que es bueno o no hacer con los animales o hacerles a los animales. Esos sentidos siempre son un horizonte de referencia para valorar las acciones humanas y también para impulsar la transformación de dichas valoraciones. Jamás nos enfrentamos a otro (animal o humano) fuera del horizonte de referencia cultural. Esta "limitación" es parte esencial de nuestra naturaleza animal.

En lo que sigue quiero referirme a la llamada teoría de la conexión de la violencia hacia humanos y animales o teoría del efecto dominó, que a grandes rasgos postula que quien ejerce violencia hacia animales es propenso a ejercerla también hacia otros humanos; se desprende de aquí que, en la medida en que nos parece valioso el bienestar humano, debemos preocuparnos por los animales violentados, pues son el foco amarillo, la alerta para prevenir el daño al sumo valor (el daño a un humano). Para comprender las posibilidades de esta teoría, destacar sus aciertos y exponer sus limitaciones, primeramente plantearé un tema filosófico: el de la templanza, una virtud ética que se construye gracias a la interacción con otros animales. Conecto este tema con dos formas de violencia hacia los animales: una, extraconvencional, escandalizante, que es la que típicamente aborda la teoría de la conexión, y otra, convencional, culturalmente cultivada y socialmente aceptada o al menos sistemáticamente ignorada.

La fragilidad animal y la templanza humana

En La República (IV) Platón sostuvo que el conjunto armónico de tres virtudes morales fundamentales, a saber: prudencia, fortaleza, y templanza, daba por resultado una cuarta virtud, la justicia, fundamental para los individuos y para las sociedades. Consideremos a la templanza, generalmente caracterizada como ser dueño de sí, auto-controlarse, contenerse, moderarse. La templanza es una virtud que podemos cultivar y que, en esencia, implica no permitirnos hacer lo que se nos antoje, ponernos límites y contenernos. Pero ¿por qué contenernos?

Buena parte de las normas sociales y religiosas están dirigidas a evitar que hagamos lo que se nos antoje. Hay castigos o temor a ellos si pasamos de ciertos límites; hay premios o reconocimientos si los respetamos. Pero no es así como se cultiva una virtud ética, o mejor dicho, no es sólo así. El temor al castigo y el deseo del premio pueden ser señales que advierten si vamos bien o mal, incentivos que refuerzan la posible debilidad del hábito virtuoso, pero son circunstanciales y secundarios con respecto a éste.

Pensemos en el impulso violento contra alguien. Si no se contiene y se le causa daño a ese alguien, al margen de la sanción jurídica a la que se haría acreedora la persona que agrede, es posible que la agredida responda también violentamente. Contener el impulso de agredir puede ser una simple medida precautoria para evitar la consecuencia de ser agredida. No hablaríamos tanto de templanza sino de prudencia o sensatez.

La templanza se nos presenta con claridad cuando se contiene un impulso que puede ser ejercido impunemente y sin mayores consecuencias, por ejemplo, cuando el impulso agresivo se dirige hacia alguien más débil que quien agrede (no va a regresar la agresión), que no tiene posibilidades de denunciar el daño (porque no habla o, como ocurre con los herbívoros, padece el daño silenciosamente) y que, finalmente, aunque emitiera sonidos significativos no serían tomados en cuenta, porque su sufrimiento no vale, porque no tiene el estatus de ser humano.

La prueba de fuego de la templanza se da no haciéndole lo que a uno se le antoja a alguien que está indefenso, descalificado para denunciar y socialmente devaluado. Es el caso de los animales de compañía, que así resultan ser los grandes maestros de la templanza humana.

Una niña, un niño pequeño aprende pronto que puede causar daño al animalito en sus manos; un adulto puede sugerirle que modere su fuerza o que no lo maltrate, puede incluso amenazarlo con castigos o tentarlo con premios para que se comporte de tal o cual manera con el animal de compañía. Pero la templanza sólo germina cuando el niño controla lo que, si quisiera, bien podría hacer –y con bastante impunidad.

La fuente de la templanza tal como la presento pudiera ser la empatía, la capacidad para experimentar la vivencia que otro está teniendo y comprenderla desde su propio marco de referencia. Esta capacidad es orgánica e imaginativa; depende de que tengamos la sensibilidad abierta y la imaginación despierta. Así, el impulso que provoca daño al otro se llegaría a contener no por miedo a castigos o búsqueda de premios sino, primariamente, porque se percibe que causa sufrimiento y que no tiene sentido causar sufrimiento, no hay para qué causar sufrimiento.

El sentido de la crueldad hacia los animales no humanos

Lo anterior de ninguna manera borra el hecho de que se da la crueldad hacia los animales no humanos; más todavía, se da porque se construye algún sentido para ese sufrimiento, un para qué que pone en perspectiva (y en un segundo plano) la percepción directa de que el animal sufre.

Tal es el caso de las razones utilitarias que casi nadie objeta: es necesario matar al animal para poder comerlo (sería muy cruel comérselo vivo); o es necesario que huya para poder poner a prueba nuestra destreza para derribarlo con el lazo o nuestra valentía para encararlo cuando embiste furioso… son formas ya convencionales y aceptadas socialmente de justificar el daño y poner de relieve el sentido que tiene causarlo.

Pero hay acciones que se salen de lo convencionalmente aceptado. Son atrocidades que dejan pasmado al más impasible de los auditorios. Y, al parecer, estos actos también tienen sentido. Prenderle fuego a un animal vivo, entrar a un albergue para perros y cortarles las patas con una motosierra (Barcelona 2002), parecieran actos meramente irracionales, pero quizá no lo sean. Es muy posible que sean actos que sólo llevan al extremo las posibilidades que deja abierta la instrumentalización animal, es decir, el utilizarlo como un medio para lograr nuestros fines. La teoría, llamada del "efecto dominó" o de la "conexión" entre la violencia hacia los animales y la violencia hacia humanos, sostiene que los agresores de animales están enviando un mensaje por medio del cuerpo del animal. Están comunicándose con otros humanos por medio del sufrimiento que inflingen a los animales. Su mensaje es de poder, odio y violencia también hacia los humanos.

Esta teoría de la conexión tiene bastantes antecedentes filosóficos. Por ejemplo Arthur Schopenhauer sostuvo que "La conmiseración con los animales está íntimamente ligada con la bondad de carácter, de tal suerte que se puede afirmar con certeza que quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona". Pero en su forma actual está sustentada en las investigaciones de agentes del FBI (EE.UU.), quienes pretenden identificar a las "malas personas" antes de que los humanos sean directamente sus víctimas. Según ellos, el maltrato a animales es una de las señales del perfil de identidad característico de un criminal sanguinario, un asesino en serie o un agresor.

Para algunos psicólogos como Randall Lockwood (1999) la teoría de la conexión es una realidad. El maltrato a los animales debe ser tomado como un indicador de violencia doméstica o de futuras agresiones hacia humanos. Esta convicción pone al gremio veterinario en un lugar privilegiado para enterarse y dar parte a quien pueda intervenir judicial y médicamente, para bien de quienes pueden ser víctimas de violencia, sean o no humanos.

Aunque suene sensata, la teoría de la conexión todavía debe ser explorada cuidadosamente y revisada en sus supuestos. Al menos en Estados Unidos, parece que funciona. El sociólogo Frank Ascione condujo una encuesta en los principales refugios para mujeres víctimas de violencia doméstica (49 estados de EE.UU.). Los resultados muestran que, efectivamente, en un 85% la violencia contra mujeres estuvo precedida y entreverada con violencia hacia sus animales de compañía, que una de cada tres retrasó el momento de refugiarse por miedo a que su victimario cumpliera sus amenazas de matar a su animal de compañía (pues los albergues no suelen admitir mascotas) y que, paradójicamente, en las entrevistas de ingreso al refugio rara vez se les preguntó respecto a violencia hacia animales de compañía (Ascione 1997 y 1999; Raupp 1997, Green 2002).

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