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Psiquismo y elementales (página 7)


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Malaquias, con la audición psíquica, puede oír del vocerío infernal de las sombras que se espantaban, estas palabras que lo hicieron estremecer: — deprisa Realé! Mire ahí al viejo Malaquias y a la lechuza vieja quien nos lo arrebató hace algunos años!.

Y Zaira en un rincón al lado de Genoveva, ambas extrañas a las escenas que se desenvolvía, alargaba sus dolorosos pensamientos por el pasado, y vio la historia amarga de su caída, como si extrañas fuerzas la sometiesen a recordar un pedazo doloroso de su caminata planetaria.

Consultando el futuro.

La sala de "consulta" estaba bastante iluminada, apenas una lámpara eléctrica que pendía del medio del techo muy alto. La quiromante vestía una bata de colores chillones, y traía en el dedo anular de la mano derecha un anillo en el que tenía diseñado una calavera roja en medio de dos tibias en alto relieve. Sobre la mesita del centro, un libro de quiromancia estaba abierto en una página en que el autor pretendía descubrir el futuro de las personas a través del mapa complicado de las líneas de las manos.

Kara, vestida con encantadora simplicidad se sentara al frente de la "pitonisa" y le siguió con vivo interés los movimientos más o menos desordenados naturalmente por premeditación después de leer algunas páginas del libro que estaba abierto en la mesita ovalada, habló con voz pausada:

— déme su mano izquierda. Nosotros leemos preferiblemente esta, porque la derecha no ofrece mucha seguridad, en la interpretación de las líneas; es trabajo tan serio en cuanto lo que pretendo hacer en su beneficio.

Tomando de la mano delicada y bien cuidada de Kara, de donde se desprendía suavísimos perfumes, se absorbió enteramente en descifrar los enigmas de la vida de la riquísima consultante.

Conociendo bien Madame Zaira, la moza que tenía a su frente. Era la hija del mayor industrial de Purto Alegre, hombre de una abultada fortuna.

Fea, muy fea era Kara, se casara con un aventurero. Un pobre joven sin escrúpulo que apenas quería huir al trabajo, para disfrutar de las alegrías fáciles de los Clubes, de los salones y de las fiestas sociales, a las cuales se ligara fuertemente.

Hijo único de padres honrados y laboriosos, que lo mimaran desde la cuna hasta aquella edad, satisfaciéndole los caprichos más extravagantes y los deseos más absurdos y desordenados, al alcanzar su edad de adulto era un fardo pesado para las parcas posibilidades de los genitores.

Aún así no lo abandonaron los cuidadosos padres.

Todo movilizaban para no faltar al hijo querido la ropa bien limpia, la mesa, la cama, y las "necesidades" del joven.

Doña Merenciana cocía y atendía los quehaceres domésticos.

Y Florencio, en la fábrica, donde era contra -maestro, recibía un salario que, si no fuera por esa "obligación" de sustentar a Sostenes, podía dispensar a la esposa de los trabajos manuales, con cuyos provisiones ayudaba en las despensas de la casa; y Kara, la joven esposa de Sóstenes, allí estaba de visita al "consultorio" de una mujer de vida poco edificante, que predecía el futuro de las personas que la buscaban ávidas de esperanzas y consolaciones.

Madame Zaira aún se mantenía en intensa "concentración". Después de algunos minutos, auxiliada por un lente, comenzó a examinar la mano pequeñita y frágil de Kara.

Recorrió con la punta de un lápiz, todas sus líneas describiéndolas en voz susurrante.

Esta es la línea de la vida. Muy larga, contornando admirablemente el monte de Venus. Buena señal, existencia larga, empero difícil en asuntos del corazón. Ésta a la de la cabeza. Y esta otra la del corazón. Línea del destino, muy pálida, imprecisa. y, por ahí más allá anduvo la "pitonisa" con interpretaciones quirománticas, más o menos pretenciosas, vanidosas y alarmantes – ¡qué destino el suyo, mi hija! Y soltando la mano de Kara, suavemente, fijó los ojos con firmeza impresionante en la esposa de Sostenes, e indagó:

— Es infeliz en el matrimonio, ¿no es verdad?

Kara la miró también de frente, pero no habló.

— La veo casada con un hombre perdulario, sin profesión definida, sin escrúpulos. No le tiene amor, solamente apego a su dinero. Un desalmado, sin conciencia ni corazón

— Señora! – exclamó Kara, levantándose indignada. – yo no le vine a pedir opiniones sobre mi marido, a quien amo, pero sí un consejo, una palabra de esperanza y de ánimo!.

— No puedo atenderla, ..Madame! Es muy orgullosa y altiva!

— Tengo dignidad! – respondió con aspereza.

— Sin embargo Zaira percibiendo que aquella clienta era diferente de las otras e inmensamente rica para dejarla ir en paz, sin un pago recompensador, se adelantó, sonriendo blandamente:

— perdóneme mi dama, – dice melifluamente. – soy muy prudente, por lo tanto tengo óptimo corazón, me apiado siempre de las criaturas que me buscan con ansias de obtener consolación. Kara permanecía de píe y silenciosamente, arrugando las cejas.

Tenía una voluntad enorme de abandonar aquella casa, donde humillada tomaba conocimiento por extraña persona de su infidelidad conyugal.

Más quería saber de cómo modificar su destino, dando un nuevo rumbo a la vida de su marido.

— Pobre Kara! Agotaba ya todos los recursos humanos posibles!

Llegara ahora mismo a hablar a la suegra, doña Merenciana, una buena mujer a quien la concepción herrada que hacía de la sublime misión de madre le opacaba el entendimiento, al extremo de hallar muy justo que Sostenes, siendo pobre y casado después con una moza riquísima, no debería incomodarse mucho con el trabajo.

No lo sustentara ella, desde niño con el producto de su esfuerzo honrado, ella que solamente tenía el día y la noche y el pequeño sueldo de Florencio?

¿Y se quejó por ventura, alguna vez?

¡Nunca! Por qué entonces exigir de Sostenes – ahora que era el yerno del archimillonario Jakes de Ramírez, pues se casara con la hija única del conocido industrial, una vida de trabajo, de cansancio y de sacrificios?

No! El dinero fue hecho y puesto al mundo exactamente para dispensar a quien lo tiene con abundancia, de la condenación del trabajo! Hablar a los padres, a los amigos de ambas familias, por eso Sóstenes, habituado desde niño a aquel vicio de concebir la vida apenas con oportunidad de gozo y nunca de sacrificios santificantes y salvadores, continuara impermeable a cualquier modificación en su manera de encarar la existencia

Tenemos aquí el cuadro patético de la gran mayoría de la clase baja y clase media baja, en la que los padres confundidos con la libertad y el modernismo forman a sus hijos con una actitud permisiva demasiado tolerantes y complacientes en exigencias de parte de los hijos que no va en correspondencia al nivel económico de sus tutores trayendo esto como consecuencia grandes sacrificios que más luego redundan en desgracia para los "protegidos" debido al desenfrenado libertinaje.

Sí no tengo tiempo ni de cumplir con mis deberes sociales, los de comparecer a las reuniones elegantes, a las fiestas mundanas, a los bailes, a los clubes – ponderaba él – cómo es posible trabajar! No Kara, amiga, no estás raciocinando bien! – Más vez, Sóstenes – reaccionaba algo resentida -, que estás derrochando dinero, que al final no es mío ni tuyo, pero sí de mi padre. Si ese dinero fuese suyo, y por más que lo gastase, nunca pudiese consumirlo, dada su excesiva cantidad. Tal vez tuviese razón, por lo tanto.caviló ella..

— ya se, ya se, Kara, lo que pretendes concluir. No es necesario encerrar la frase. Por lo tanto, continúo yo ahora la exposición y la explanación – me casé contigo para hacerte un favor, pues fea, horriblemente fea como tú eres, ni el dinero ni nada sería capaz de llevar a un joven a prenderse a su destino de mujer horrenda.

Kara, realmente era de una fealdad conmovedora, bizca, de cabellos rubios como el fuego, rostro terriblemente picado por las señales de la viruela que la asaltara cuando jovencita; cabeza casi pegada al hombro izquierdo, debido a una terrible quemadura con agua hirviente, cuando era pequeña que le distorsionara los tejidos del cuello; boca rasgada, en la cual les parecía la prótesis de hábil profesional que le incrustara una dentadura americana, Kara infundía, si no pavor, por lo menos compasión y piedad.

Los milagros del maquillaje eran impotentes – aunque manejados por los más competentes especialistas, para atenuarle la fealdad aterradora. Era un conjunto de detalles horrendos, robados aquí y allí a todas las criaturas de la Tierra por un artista ilusionado que pretendiera adornar el salón con la caricatura grotesca de lo horrible.

— Habla pero no me ofendas – dijo al fin casi tímida como si estuviese en una confesión religiosa, la desventurada esposa de Sóstenes. Y se sentó.

Por lo sabido anteriormente, Kara en la pasada reencarnación, también fue la esposa de Sóstenes, y ella obró de igual manera cuando este, fue también hombre rico, y ella le despilfarró el capital y le pisoteo la honra.

Madame Zaire, tomó de nuevo, el lápiz e inició la "revelación".

— Destino cruel e inexorable. .

Ama pero no es amada. Tiene un corazón generoso y sensible, empero solamente ha encontrado espinas por el camino.

Se callara, observando la mano pequeñita de la consultante. Giró de un lado para otro. Examinó las líneas secundarias, a la "pulsera", y trazó arabescos, contorneando los montículos de Júpiter y de Marte, revisó la palma de la mano de nuevo, y meneó la cabeza, desconsolada:

— Nunca será feliz. — ¿No seré madre?

— No. Ninguna señal de eso.

— ¿Viviré mucho?— Eso sí. Hace parte de su destino.

Hay verdades en todas esas revelaciones?—- para mí sí!. Para la señora.no sé.

— Está finalizada la consulta.

— Kara abrió la bolsa y retiró un fajo de billetes, los lanzó encima de la mesa y salió sin decir una sola palabra. En el recinto de espera, hace una señal a su criada para que la acompañase. Su empleada de confianza le siguió los pasos. Subieron al auto que se movía enseguida rumbo al palacete residencial del archimillonario Jaques de Pamires.

Kara se encontraba triste y derrotada. Y llevando el pañuelo perfumado a los ojos, limpió las lágrimas.

Valiéndose del pequeño espejo, se miró demoradamente. Y lloró.

Resentida al lado del chofer, miró por uno de los espejos del carro y dice para sí misma:

– ¡que el diablo se lleve las quirománticas y también a todos los hombres del mundo!

Y de reojo miró hacia el chofer.

Zaira por lo tanto, contaba los billetes que la esposa de Sóstenes le arrojara, cuando le golpearon pasito la puerta.

La "pitonisa" escondiendo, precipitadamente el dinero en un mueble próximo corrió a abrir la puerta del "consultorio". En el quicio con un sombrero en la mano, un caballero impecablemente vestido a la última moda esperaba.

— Puede entrar señor.

El consultante entró y se sentó muy cerca de Zaira

— Desea, tal vez.

— Sí – respondió el visitante –, consultarla, por eso si , preferiría las cartas, que la lectura de la mano.

La quiromántica empujó la gaveta de la mesita ovalada, y retirando de ahí pequeña baraja, se sentó al frente del consultante del otro lado de la mesa y comenzó a barajar las cartas.

— parta – pidió la cartomántica

— El joven obedeció.

— repetida la misma operación por más de dos veces, la "pitonisa" comenzó a colocar las cartas en cruz.

A medida que las colocaba en posición premeditadamente estudiada, señaló algunas, diciendo que representaban figuras que se movían en el ámbito social del consultante.

— ésta dama de oro es su esposa. Riquísima entre otras cosas.

— ¿Como sabe que soy casado?

— El señor trae en el dedo el anillo de matrimonio

— El consultante se dio cuenta de la observación.

Y Zaira sonrió de manera indefinible.

— No solo sé que es casado, como se que tiene una pasión avasalladora por una joven de la sociedad de Porto Alegre. Empero esa moza es casada.

— ¿Qué debo hacer para que ella tome interés en mí?

— Eso es cosa suya. Yo a penas revelo las cosas.

— Me gustaría tener un amuleto, o un "hechizo", cualquier cosa que la forzase a ser mía.

— ¿Por qué no se dedica a su esposa?

— Veo que ella es criatura buena, extremadamente infeliz por su indiferencia.

El mozo mira para Zaira, desconfiado y casi irritado.

— No tenga cuidado por mi mujer. —- Pensé que.

— pues no piense más. Continúe!.

— Madame Zaire fue desfilando su rosario de informaciones, de predicciones, con tamaña habilidad que a la salida, logró del consultante más o menos lo que recibió de Kara.

Después que Sóstenes dejó la casa de los supersticiosos, Zaira entró a su cuarto, donde la esperaba un hombre de más o menos 30 años, que viéndola, corrió a su encuentro.

— ¿Entonces, Cuanto rindieron los dos consultantes?— 600 cruceiros.

— ¿No está mintiendo?, mire que los consultantes tienen bastante dinero.

— sabes que no miento, medrado, y si he desempeñado ese innoble papel del cual me incumbiste, es simplemente por amor a ti.

Más no niegues que soy yo quien consigue los consultantes "pulpos"

— lo sé Medrado; pero eso se va tornando insoportable. No doy más para eso.

— en este caso, mi hija, va a vivir para tu canto, con las "luces" de tu conciencia, y yo iré para mi lado. Dices eso en cuanto tienes dinero. Después.

— ¿Después de qué?

— después, vuelves a insistir en que yo continúe en ese trabajo que me cansa y me causa tanta repugnancia.

— empero no dices que la quiromancia, tanto como la astrología, son ciencias.

Ciencias pero no sé de qué.– Me siento mal explotando a mis semejantes.

— Medrado silenció. Guardó en la cartera todo el dinero que Zaira le entregara, y se dispuso a salir.

— pienso que ambos, en breve, nos debemos separar. Tienes algún escrúpulo. Zaira estaba muda y de cabeza pendida para el piso. Lloraba interiormente.

Se acusaba íntimamente, de un día haber cometido en un gesto loco de arrebatamiento pasional, haber abandonado al esposo honrado para seguir aquel hombre en cuya compañía poco edificante, iba envejeciendo, arruinando la salud y el alma.

— No hablas, criatura miserable

— Un momento Medrado, entonces para las criaturas infelices como yo – miserable dijiste muy bien, Medrado – en que el silencio es lenguaje constructivo y reparador, la palabra más oída, porque es más vibrante.

— Tienes la monomanía de las filosofías baratas de tres por dos. Zaira no respondió

Medrado tomó el sombrero, se lo asentó hasta las orejas, en un gesto característico en su momento de irritación, y salió del cuarto.

Cuando alcanzaba la vía, Zaira oyó que él silbaba un trecho de la canción "casta Susana", cosas que siempre hacía para eludir pérfidamente, la castidad de su amante.

Zaira, se encuentra a solas con sus pensamientos, cayó en el viejo sofá y comenzó a llorar.

Ya era el atardecer. La ciudad se cubría de aquellos tonos de luz crepuscular, que alcanzando las aguas del Guaibá quieto y poético, entrechocaba las embarcaciones de los pescadores humildes, allá lejos, en una nota melancólica de abandono y olvido.

Mi Dios!, como resolver mi problema – indagaba angustiada, la infeliz.

El reloj de la torre de la iglesia próxima tocaba las siete horas de la noche en aquel fin del día agitado, más Zaira no estaba más allí, estaba distante, muy distante, en una ciudadela de Sao Pablo.

Y se vio joven, muy moza aún, en el pretorio, recibiendo los parabienes de los padres y de los amigos, por su enlace con Jerónimo, noble joven de 25 años, honesto comerciante de la ciudadela natal.

Después, en su casa llena y bien limpia, y el amor siempre renovado del marido afectuoso y bueno.

Después. después.

Ahí! Aquel hombre que Jerónimo trajera a trabajar en su almacén.—Un demonio.

Le despertara en el alma pusilánime un pasado que no sabía explicar, en el cual se localizara con él, entre noches de amor y libertinaje urdiendo intrigas amorosas y despedazando afecciones. Ahora allí, a su lado, enlazándola en los tentáculos de su seducción.

El horror de la infidelidad y la amargura de las primeras desilusiones.

Lo acompañó dejando el hogar – un nido de amor y de felicidad. Hay! Como sufriera ya al lado de aquel hombre!

Ya hacía ocho años que lo seguía. Era una prisionera de su destino.

Un día sufrió las primeras sorpresas del hambre.

¿Y su padre? ¿y su madre? ¿Qué habrá sido de Jerónimo, aquel corazón amoroso y generoso?

En su larga peregrinación por tierras desconocidas, conociera un día una mujer que le enseñara las primeras nociones sobre quiromancia y cartomancia.

Angustiados por el hambre, medrado la llevó a la práctica de la quiromancia, arrebatándole los lucros de tal singular profesión.

Y así llegaron a Puerto Alegre. Instalados en una casita retirada, en el arrabal del niño Dios, allí comenzó a atender consultas

Medrado se encargaba de la propaganda de Madame Zaira en los medios aristocráticos de la ciudad, en los cuales superabundan los que quieren rectificar el destino, porque, en las altas esferas de la sociedad, es precisamente, donde pululan los hambrientos de esperanza y sedientos de consolación, pues en esos medios se instalan los que fueran la mayoría de los deprimidos del psiquismo.

Ahí, los dramas son más sombríos, más terribles y más crueles, porque mueren angustiados o se demoran hasta la muerte de sus inconscientes actores, entre las paredes de suntuosos palacetes.

Recordemos ese proverbio popular que dice: "los ricos también lloran".

Medrado, parlanchín y bien apuesto, insinuante y de buen estilo, invadió de manera osada y corajuda, los clubes y los cafés, los bares y heladerías, los puntos elegantes de reuniones de los "dueños de la vida", y para luego, seleccionar los clientes. Desde entonces, el dinero con que hombres y mujeres, ricos y festejados, compraban las esperanzas de 24 horas, o apenas en un instante, así canalizaba para sus bolsillos a través de las manos "habilidosas" de la quiromántica.

— Es preciso también mentir, – aconsejaba M Medrado, a veces, cuando necesitaba, de dinero para sus noches alegres. —- Yo solo miento por piedad – susurraba la infeliz.

— ¿para hacerme agradable?—- No. A los infelices que teniendo tanto, nada tienen.

— Tonterías. – arremataba él.

Zaira rememoraba todo eso, aquella tarde en que fuera buscada por la desventurada Kara.

— La noche descendiera enteramente sobre la ciudad. Los tranvías, corrían apresurados, y los autos se sentían a cada instante.

Su alma, Zaira la sentía en harapos. Se recordó de Kara.

Tenía piedad de aquella moza tan rica, empero tan desgraciada, según le contara a Medrado antes de la consulta.

Su destino era casi igual al de ella. El dinero era la única diferencia. Y es que siempre es la diferencia. Y como siempre la diferencia para lo peor.

***

Después del pase magnético, Gervasio dormía profundamente, y Zaira la pobre madre, con el rostro escondido entre las manos continuaba ajena a lo que sucedía alrededor, absorta enteramente en sus evocaciones tristes y dolorosas.

Fue necesario que Malaquias la llamase a la realidad, diciéndole en voz alta:

— su hijo, buena mujer, Jesús lo curó.

Zaira estremeciera. Y como si fuera una criatura que hubiese venido de sombras y dolores, miró a su alrededor buscando al hijo enfermo y desgraciado. – mi hijo! Mi hijo!, — su hijo duerme, pobre mujer! Agradezca a Jesús habértelo curado.

Zaira se lanzó sobre la cama del niño, y lo besó repetidas veces, el rostro, los labios y los cabellos de Gervasio.

— Cómo es de bueno Dios!

— Bueno y misericordioso! – agregaba Malaquías. Después de corto intervalo, habló el expresidiario.

— Dejo a la señora, con la paz del Señor.—- agradecida Señor! Jesús lo recompensará.

— Ya me recompensó buena mujer, con la alegría que experimenté en esta casa.

— Adiós señor!

Genoveva lloraba de alegría, cuando en compañía de Malaquías regresaba a la casa de su protegido.

— Malaquías – preguntó Genoveva, tan luego llegaran a la casa -, ¿cómo es que el señor adivinó para decir que el hijo de ella estaba curado?

No adiviné nada. Nadie puede adivinar cosa alguna. A penas sentí que Gervasio estaba curado.

Y después de cierta pausa:

— Hay! Genoveva, cuando la gente aprenda a vivir, y aprenda a pensar no seremos más estos desgraciados caminante del mal y de la desconfianza. Todas nuestras infidelidades en la tierra, resultan de la vida miserable que llevamos. Vida de incredibilidad, de placeres mezquinos, de vanidades tontas y de egoísmo cruel. Nos aferramos al bienestar que el dinero y las pasiones nos dan y olvidamos que todos somos hermanos y criaturas de Dios, desembarazados en el cáliz del mundo para que dignifiquemos la vida y mejoremos las condiciones sociales de los hombres, por la cooperación, comprensión, respeto y amor.

Es así Malaquías, empero quien es rico, no se recuerda de quién vive como Zaira, abandonada al azar, con un hijo enfermo, sin pan, sin ropa y sin remedios.

Y cuando alguien se recuerda de que hay criaturas así de abandonadas – ponderó en actitud grave el viejo Malaquías – queremos luego resolver todo por la violencia, apelando a medidas radicales que, puestas en práctica, apenas invertirían la base del mundo económico: el rico sería pobre y el pobre sería rico – un cambio de posiciones, con el espíritu en el mismo lugar, todo continuaría igual como antes. No, mi buena Genoveva la violencia no resuelve ningún problema humano. El amor, sí; acredito que él solucionaría todas esas cuestiones, porque el amor es, antes de todo, comprensión, generosidad de sentimientos, bondad de corazones, salud y equilibrio del alma. Y las almas serían más sanas porque no tendrían tristezas. ¿Y cuál es el remedio específico para esas enfermedades? – el amor. Inundándose el mundo las Zairas, las Genovevas y los Malaquías no sufrirían más. Por lo tanto, mi amiga, los hombres creen más en el odio que en el amor. Usted que es religiosa, no ve que todos los religiosos viven preocupados por el diablo, rezando, persignándose, encendiendo velas y haciendo novenas, empero pocos, muy pocos son los que piensan en Dios y le invocan el nombre bendito cuando sufren?. Si amasemos como Jesús nos enseñó, no sólo dejaríamos de tenerle miedo al diablo – porque el diablo, Genoveva, somos nosotros mismos, yo, usted y todos los que andan por fuera de la Ley – como también no tendríamos necesidad de invocar a todo momento el nombre del Señor, porque él estaría en nuestros corazones, en el reino de nuestra conciencia!

— Sabe el Señor que Zaira fue una moza de buena familia, y que, casada, se dejó seducir por un desalmado que la explotó miserablemente, que la obligó a conseguirle dinero con la "lectura" de las manos y de las cartas, para después abandonarla, cuando ella, arrepentida, no más se sujetara a las exigencias del infame!

— sé de todo.

— ¿Cómo?, adivinó de nuevo!—- "Adiviné", Genoveva — respondió riendo Malaquías.

— ¿cómo fue que el señor adivinó?

Genoveva estaba alarmada de aquel viejo de ojos dulces y suaves gestos.

— Un día, Genoveva, yo le diré como adiviné el caso de ella. Por ahora, no hablemos más de Zaira.

Si fuésemos a "adivinar" la vida de nuestros semejantes, nos olvidaríamos de "adivinar", las nuestras, con gravísimos perjuicios para nuestra propia iluminación. El mayor error que la gente puede cometer, más allá de muchos otros, es el de pretender vivir la vida de los demás – por la maldad, por la malicia y por la apreciación – porque, en cuanto nos envolvemos en estos trabajos, perdemos todas nuestras oportunidades de conocer todos nuestros defectos y así las ocasiones de combatirlos sin piedad.

— El Señor debe tener razón. Yo no dije eso con mala intención – lamentó ella.

— Se que usted no lo dice con mal propósito. Más tanto nosotros nos eludimos a nosotros mismos cuando descubrimos o adivinamos los errores de nuestros hermanos, que esa conducta se transforma en vicio, y los vicios, Genoveva, de esa naturaleza, son más difíciles de ser combatidos que el vicio de beber, de jugar o de robar!

— ¿Estás adoctrinando Malaquías?

Fue el saludo que Fabricio le dirigió a Malaquias, al entrar en casa, después de haber tomado todas las providencias para el regreso a la frontera en el día siguiente.

— solamente conversando, doctor Fabricio. Aquí con Genoveva.

— Pues entonces, preparémonos para dejar esta casa, porque mañana a las once del día, tomaremos el avión rumbo a mi casa. Ya providencié lo del transporte de nuestro equipaje más pesado, por la vía férrea, y ya se hizo la compra de nuestros pasajes.

Malaquías desde aquel momento, en que impusiera las manos sobre la cabeza de Genoveva, en un impulso irresistible de su espíritu, sintiera que un eje de facultades supranormales se revelaba en todo su ser, no le restaba duda de qué las bendiciones de la mediumnidad eran una lección y un llamamiento. ¿Qué estaría por sucederle, si, de improvisto se veía como depositario de tamaño patrimonio, que le revelaba compromisos anteriores?

Esa noche, Malaquías acompañó al doctor Fabricio al club donde compartiría con su círculo de amigos y personas de importancia, y su despedida de la ciudad. Ahora, miremos como Malaquias se dedicó a observar el ambiente en el entorno festivo.

Se dejó arrastrar suavemente para otros planos de la espiritualidad y medió las necesidades de fortalecerse en la vigilancia y en la oración, para no faltar o mentir a los compromisos asumidos. Entonces, dirigió la mirada para la mesa de 6 hombres que se encontraban alegres.

Manchas persistentes y pesadas cercaban aquellas criaturas tan aficionadas a las patrañas de la sociedad y al "gozo" del mundo.

Sin embargo, en casi todas las mesas, nubes gruesas, negras o parducientas volitaban entorno a las personas presentes, a punto, a veces de no poder el viejo Malaquias distinguir claramente sus vecinos de mesa.

Sobre el techo, por encima casi de todos, las sombras se alargaban o asumían contornos compactos, diseñándose en figuras grotescas en risotadas, con cabezas deformes y miembros mutilados o descomunales.

De vez en cuando, descendían, se arrastraban por el piso como larvas gigantescas, balanceando los brazos simiescos y batiendo las mandíbulas, cuyos ruidos llegaban al viejo Malaquías como el sonar de matracas monstruosas o sonidos de instrumentos desconocidos.

Algunas de esas sombras se arrimaban a los bebedores de licor y – cosa original! – como que acoplando sus bocas a los frecuentadores del salón, sorbían, con ansiedad y a largos tragos el bouquet del licor de los alcohólicos.

Otros, más diestros o más versados en la técnica de servirse por sí mismos, tomaban de las copas y sorbían la bebida; más, – qué fenómeno tan desconcertante! – las copas permanecían rebosadas

Malaquías comenzó enseguida, a observar a todos los presentes y hasta las personas que pasaban por fuera en la calle, cada cual traía su apéndice de luz o de tinieblas. Cada uno revelaba a los ojos maravillosos del vidente, su propia historia a través de un juego de luz y/o sombra. Uno a uno, sin él saber, decía quien era. Por lo tanto, algunos estaban cercados de fajas de luz que se observaban como las cintas fulgurantes de las instalaciones eléctricas.

Malaquías "adivinaba" los pensamientos, leyéndolos en la tela mental de los individuos que le cercaban, a punto de exclamar para sí mismo.

Mi Dios, como somos de imprudentes para pensar y para desear, en el trabajar y en el vivir, en el conversar y en el actuar y hasta en la escogencia de los compañeros y lugares de diversiones! Somos un mundo desconocido! Con tamaño patrimonio porque no valoramos los poderes del alma, dentro del infinito colaborando con Dios, cooperando con Jesús?

Tengo la impresión – prosiguió Malaquías hablando para sí mismo– de que Dios y Jesús nos quiere más como trabajadores de las tareas divinas, de la resurrección de nosotros mismos del sepulcro de la animalidad, que como serviciales inconscientes de su voluntad!. Más que inmensa e infinita incapacidad de identificación de los poderes del cielo, en nosotros, que nos lleva a la preferencia de los caminos donde solamente nos movilizamos sobre el látigo del dolor!

Malaquias adquiría tal poder de penetración psíquica, tan basta clarividencia, que no solo sorprendía imágenes mentales de mucha gente, como igualmente exhumaba antiguos recuerdos de algunas personas, bastándole para eso colocarse en oración consoladora y constructiva.

Desde el fondo del salón repleto, vio pasar por allá afuera en la claridad de la tarde soleada, una señora de sorprendente belleza, trayendo prendido al brazo, sin que por eso se sintiese incómoda, a una entidad extraterrena, un hombre de media edad, de aspecto bestial y lúbrico, que, con el otro brazo le hacía caricias en el rostro ovalado y hermoso. Atrás, observó un bando de muchachas, con el séquito de sus adoradores "difuntos", que indiscretamente gesticulaban y se reían con voluntad incoercible.

Una niña, acompañante de su madre, conservaba a distancia un personaje repelente y feroz.

Cada criatura que le pasaba sobre sus ojos, se hacía acompañar de sombras o de haces de luz espiritual. En los carros, tranvías, buses y en los taxis, una multitud de almas "del otro mundo" viajaban contentas y satisfechas.

Imágenes y creaciones mentales se destacaban de la casa mental de los transeúntes, de los cuales el viejo Malaquías sometía a la verificación de su naturaleza sentimental.

Veía aún entidades desencarnadas, solitarias, erectas, abrumadas, llenas de orgullo, "paseando" dándose su importancia por las calles transitadas de las ciudades.

Fijaba cuadros repelentes y escenas chocantes.

"difuntos" andrajosos y sórdidos, de cabellos greñudos, barbas descuidadas, sucias y crecidas, corrían de aquí para allí, por las calles, como si se quisieran esconder de personas conocidas, con el fin de que estas no le viesen los harapos y la miseria.

— no me concedió Jesús estas sorprendentes facultades sin un objetivo sagrado – monologaba, bajito el ex presidiario.

No dudamos de la extraordinaria facultad de clarividencia y audición del personaje central de éste Romance, pues yo recuerdo, hace unos seis años tal vez, tuve una experiencia aunque dolorosa, muy significativa que en mis apreciaciones fue una contundente lección

.En aquellos tiempos, me lamentaba por no ser poseedor de la facultad de clarividencia de manera más concreta y permanente, pues esta facultad por lo regular me surgía de manera fugaz e intermitente. Muchas veces sentí el deseo de ser un clarividente más efectivo para poder suplir ese servicio mediante las tareas mediúmnicas, debido a que, poco se cuenta con la buena voluntad de médiums preparados para estos menesteres. Sin embargo, una noche habiéndose presentado pequeña desavenencia con mi compañera, resolví trasladar una colchoneta para una alcoba del segundo piso para dormir allí aislado del resto de los convivientes. Aproximadamente a la 1 de la mañana, sentí una sofocante pesadilla que después de unos minutos me hizo perder conciencia para más luego verme platicando sexualmente con una mujer de unos 30 años aproximadamente; persona que en mis tiempos de juventud hubiera conocido en la ciudad de Cali y que aquella vez me dijera ser oriunda de la ciudad de Pereira. Sin demora reaccioné apartándome de inmediato hacia mi cama, pudiendo conseguir la incorporación al vehículo somático, despertando hasta alcanzar el total estado consciente, sin que por esto dejara de seguir observando y escuchando las ocurrencias de la otra dimensión. Quise verificar si se trataba en realidad de un sueño ilusión, si en verdad era una vivencia en la otra dimensión, o si realmente me encontraba consciente y despierto. Para esto abrí muy bien los ojos, sin embargo, seguía viendo y escuchando. Cerraba los ojos, no había ninguna diferencia en la apreciación de los fenómenos. Me sorprendió observar al lado de la cabecera a otra mujer de mediana estatura de unos 35 años, que a ésta también distinguí en el ejercicio de la prostitución por lo menos unos 30 años atrás aquí en la ciudad de Neiva; ésta, entidad en actitud aparentemente amigable y sonriente insistía en invitarme a participar de la misma aventura. Aún más sorprendido determiné salir a la azotea y sentándome en una jardinera apreciando una noche de plenilunio. Aún no acreditaba que ese drama yo lo estuviese viviendo ya de manera consciente. Puse atención hacia los movimientos de la vía pública cuya avenida es muy transitada durante el día, y pude percibir la pasividad en el tránsito; no dudaba que era de noche. Resolví volver a la alcoba. Nuevamente las encontré en la misma actitud y con los mismos propósitos. Me devuelvo de nuevo hacía la azotea y determino ducharme con el fin de eliminar el estado mediúmnico que por lo prolongado y nítido se tornaba para mí bastante angustioso. Después del baño, volvía a la alcoba convencido de que mi estado psíquico había cambiado, pues no fue así. Allí las damas estaban en la misma actitud persistente. Resolví prender la luz, ya no las vi. Me acosté de nuevo y buscando dormir cómodamente apagué el alumbrado, en la penumbra nuevamente surge el fenómeno de clarividencia. Otra vez me levanté para sentarme en la jardinera considerando lo terrible que sería para una persona ser clarividente perenne obligado a encarar fenómenos de baja calidad espiritual; y fue cuando también recordé que muchos años atrás habiendo asistido a un centro de esos de mediunismo donde los participantes son más espiriteros que espiritas. Un individuo que había pasado a la mesa de" ensayos" para desarrollar facultad psicofónica, le oí hablar decepcionado por no sentirse invadido por entidad alguna. Fue cuando yo en esos tiempos le dije: – dé le gracias a Dios que usted no cuenta en el momento con esa sensibilidad, contrariamente, podría ser usted también otro de aquellos tantos locos que observamos deambulando por las calles.

Y fue pensando en todos los problemas de mediumnidad de prueba y en la necesidad de la moralización de los médiums que se me pasó el tiempo hasta la llegada de la aurora, cuya claridad se confundió con la iluminación de la luna. Fue cuando por última vez ingresé a la alcoba para verificar la presencia de las entidades que ya no pude observar más. Ese día, me mantuve muy impresionado y aprensivo, pues tenía temores por una nueva noche en la que el mundo espiritual se pudiera develar como en la noche anterior. Hube de orar mucho, reflexionar y tomar aún más interés por el estudio doctrinario y el mejoramiento personal.

Cuando Malaquias viajó en compañía de Genoveva y Fabricio hacia la ciudad fronteriza llegando a las trece horas aproximadamente, partieron rumbo a la zona rural de ese municipio.

Nicolson, Belatriz, Silvano (padre adoptivo de Belatriz) capataz de la hacienda, y algunos empleados de la casa, esperaban al viajero, nadie llegó a juzgar, que Fabricio se hiciese acompañar de otra persona que no fuese Genoveva.

— cuando vieron descender a Malaquías, se interrogaron mutuamente con las miradas.

Fabricio, entre tanto da explicaciones para deshacer las dudas.

— Padre, le presento al señor Malaquías de Asís, viejo amigo que habiéndolo convidado aceptó generosamente en venir a pasar un tiempo con nosotros. No es solamente el amigo dedicado y fiel, es el maestro acatado y bueno.

Nicolson lo miró rápidamente y sintió que aquel viejo no le era nada extraño.

— El señor no me es del todo extraño – habló Nicolson. – sea donde fuere yo lo conocí, empero eso no importa. Sea bienvenido a esta casa, que de hoy en adelante también es suya. Si es amigo de mi hijo, también de mí.

— es todo mi deseo – respondió Malaquías humildemente.

Belatriz, mi futura esposa – continuó Fabricio, en las presentaciones.

— Mucho gusto, señorita.

Hechas las presentaciones, se dirigieron todos para el interior de la casa, donde Genoveva ya conocedora antigua de la confortable residencia de Nicolson, indicó los aposentos reservados a Malaquías. Después de ligera conversación, cada cual se recogió en su cuarto, para reaparecer nuevamente al oscurecer, en la hora de la cena.

Nicolson era un hombre de un poco más de 50 años. Alto, robusto e insinuante, era el tipo clásico del hacendado gaucho.

Estudiando la doctrina de los espíritus, hemos podido comprender, que muchos de esos adinerados y secuaces en constante prosperidad, son criaturas, malvadas, explotadoras, despiadadas y, que muchos observando la suerte de estos personajes, se confunden en cuanto a la justicia de Dios, Pues no entienden que estos seres vienen avalados y protegidos por las falanges de espíritus inferiores de esas colonias de donde ellos pertenecen. Como uno de los ejemplos clásicos tenemos aquí el caso de Nicolson..

No olvidemos que en las sombras también hay gobierno y poder; desde luego un poder efímero temporal, pues solamente en los planos de vida superior, la sabiduría la gran fuerza del amor y del bien, imperan por toda la eternidad..

Silvano, un tipo vulgar,

Miraba, esforzándose por no tornarse inconveniente para el viejo Malaquías.

Belatriz, la belleza Típica de la farándula,. Morena, basta cabellera crespa de un negro brillante, esbelta, elegante, de ojos grandes, vivos, y provocadores, como toda una clásica modelo trajeaba en la hora de comer, un vestido de lana de color pastel, pies adornados con zapatos de color marrón con suela de caucho, y los cabellos recogidos por una cinta larga, de un rosado casi blanco.

— Es una tentación esa criatura – dijo de manera graciosa Nicolson, cuando Belatriz, por el brazo de Fabrico daba entrada al comedor amoblado con lujos sorprendentes.

— una belleza seductora – agregó el viejo Malaquías, en forma discreta y educada.

— Ustedes me hacen perder a Belatriz, y me hinchen el corazón de celos – respondió Fabricio, sonriendo, feliz, y besando los cabellos negros de la novia querida.

— Estoy en una corte de adoradores – dice, sonriendo con un aire provocante, mirando a todos, empero particularmente a Malaquías y Nicolson.

— A pesar de todo, adoradores sinceros – ponderó Nicolson, mirándola de manera singular.

— Dices eso todos los días, desde la mañana hasta la noche, papá – se chanceó Fabricio, – y por más que lo diga, no me cansaré de afirmarlo.

Genoveva, mujer diestra en el oficio, iba y venía, solicita en el desempeño de su menester.

— Aprovechando un espacio, cuando los comensales se empeñaban en una disputa amistosa sobre los asuntos rurales, Genoveva, al pasar por el lado de Malaquias, le susurró en el oído:

— no le dije?.

Malaquías comprendió la alusión. Instintivamente, comenzó de modo discreto a leer la tela mental de los presentes.

Nicolson estaba rodeado de una neblina oscura, pesada que recordaba una nube de humo.

Belatriz se le contorneaba la cabeza graciosa, con un círculo mayor, una espesa y sombría nube como pastosa, a recordar una masa etoplasmática, dentro de la cual se destacaba la cabeza horripilante de una entidad vampírica que se servía del cuerpo y del plato de Belatriz con avidez e insaciabilidad.

Fabricio tenía a su lado el personaje de una criatura bondadosa y tierna. Lo envolvía en una luz dulce y cariñosa.

Silvano, padrastro de "Belatriz", tenía a la altura de sus hombros largos, un rostro indefinible de viejo, a recordar la cabeza de un ave de rapiña gigantesca.

Sombras de diversos tamaños se encontraban por todas partes en las ventanas de la sala, o iban y venían por toda la casa, como personas familiares al ambiente doméstico de Nicolson.

Belatriz y Silvano, desde el compromiso de matrimonio de Fabrico, se mudaría para la residencia de Nicolson, donde eran obedecidos por los servidores sujetos al genio irracional, prepotente y dominante del hacendado cuyas órdenes nadie discutía.

Ocupaban padre e hija, dos amplios dormitorios en el primer piso de la casa. Permaneciendo en el segundo piso los aposentos de Nicolson y Fabricio.

Silvano, capataz de la riquísima hacienda, por ahora era aún conservado entre la peonada vulgar y despreciada, como el virrey de aquella opulenta propiedad.

A su turno, se tornó de humilde y servil, como un elemento malo, intrigante, arbitrario y vengativo.

Nadie en la hacienda lo toleraba, y en la rueda del fuego, en la hora de reuniones, los trabajadores arquitectavan planes violentos de ataques despiadados contra el orgulloso gerente de la estancia.

En un ambiente de tamaña heterogeneidad de actitudes mentales, no era de extrañar que Malaquías localizase aquí y allí verdaderos focos de infección moral.

La atmósfera mental de aquella casa, si así se puede decir, era pesada y asfixiante.

Malaquías la sintió tan pronto traspuso el umbral de la hacienda.

Silvano, alimentaba sentimientos de codicia indisfrasable.

Nicolson lo sabía. Más como tenía como suya a la hija del capataz, siempre lo dejaba entregado a sus sueños de grandezas irrealizables.Fue cuando Fabricio se apasionó por Belatriz.

De balde, Nicolson procuró convencerlo de la desigualdad del matrimonio, en perspectiva, menos por una cuestión de interés económico y social, pues pensaba en que le huirían las oportunidades inconfesables por Belatriz.

De esta ya se utilizara muchas veces, oponiéndose a los escrúpulos de los honestos, apelando al dinero que le vertía de las manos criminales.–Fabricio, por eso insistió.

Belatriz, que alimentaba la pasión sórdida de Nicolson, aprovechándole el dinero, operó el cambio entre padre e hijo, para hacerse dueña del corazón generoso y confiable de Fabrico, con la triple ventaja de la juventud, del dinero y del diploma.

Para una persona que viviera en los ranchos de "Santafé", barriendo el patio, durmiendo en lechos de paja seca, y alimentándose de las viseras del ganado sacrificado en el predio, porque la carne de buena calidad se destinaba para el patrón; el futuro que se le desdoblaba era semejante a los cuentos de mil y una noche, a los tesoros de Ali Babá o a la lámpara maravillosa de Aladino.

Convirtierase en la novia del hijo, más por una cuestión de política "de buen vecino" avalada por Silvano, continuaba a alimentar la pasión desesperada de Nicolson.

— Si no procedes así, se nos volará el dinero, y se nos escapará la hacienda – le aconsejaba Silvano.

Y sonriendo de un modo significativo:

— de otro modo, el viejo, no le es del todo indiferente.

Belatriz sonría, más entregada a sus pensamientos sepultados en los dobleces insondables de su espíritu.

— ¿no respondes, hija?

— papá – endulzaba las palabras -, usted es un hombre que ve el futuro – respondía, dando retoques a la cabellera opulenta y perfumada, con requintes de mujer bonita.

Como anteriormente nos enteramos, Belatriz, venía de una colonia de seres perversos, tenebrosos, sin embargo, los genetistas, cirujanos plásticos y otros técnicos de las sombras se preocupan por arreglar el aspecto de estas criaturas haciendo que se conviertan en verdaderas modelos, actrices, algo así como esas que conocemos promoviendo todo aquello que sea frívolo, inmoral, pero que embarnizado de modernismo y libertad, solamente sirven para promocionar todo lo absurdo y miserable de esta humanidad enloquecida, que busca hacer cultura con los vicios, la sensualidad y todo aquello, que hunde a las nuevas generaciones en la senda oscura de la perdición

Sin embargo, aquellos estudiosos y sensatos, sabrán distinguir la belleza virginal de la belleza diabólica, pues la primera refleja en su rostro y sus líneas corporales la virtud, mientras la segunda es símbolo de sensualidad, vulgaridad, violencia desorden y toda clase de vicios.

Cuando el sentimiento Cristiano penetre de manera consciente en toda la humanidad terrestre, ya no tendremos Laisas, Madonas, Michel Jackson, Marilyn Monson, Luis Alfredos Garavitos y otros tantos anticristos existentes en este mundo de expiación y de prueba..

****

Para finalizar este drama tan instructivo, queremos enterar al lector sobre el triste final de Malaquías.

Meses más delante de la llegada a la hacienda y ya habiendo contraído matrimonio Fabricio con Belatriz, Silvano fue removido del cargo de administrador por orden de Fabricio, debido al mal trato y las injusticias cometidas con los trabajadores del predio. Es por esto, que Silvano planea con Belatriz asesinar a Nicolson de una manera confusa en la que no se despertaría sospecha sobre la autoría del crimen. Es así que Belatriz le insinúa a Nicolson un encuentro en un lugar específico del cafetal donde se encontraba atrincherado Silvano, logrando de manera certera clavar un tiro de revolver en la cabeza del patrón, y minutos más luego, como cosas del destino, Malaquias llegó al lugar de los acontecimientos, observó a Nicolson muerto y tendido en el suelo, y solamente encontrando un revolver a su lado, el que había sido colocado de manera hábil sobre la mano de Nicolson para aparentar muerte por suicidio; sin embargo, en esos momentos Malaquias recogió el revólver y cuando lo examinaba en sus manos fue encontrado por Fabricio, quien de inmediato lo acusó como el asesino de su padre. Enfurecido le propinó una atroz golpiza a Malaquias y luego lo reportó a la cárcel del poblado donde allí permaneció cerca de un año esperando la sentencia que más luego, le fue dictada con la pena máxima de 30 años más, siendo remitido más luego y de nuevo, a la cárcel de Puerto Alegre donde había pagado ya una condena de 30 años. Malaqíias llegó en condición de enfermo pasando a ser atendido en la enfermería del penal.

***

En cuanto el fatal y desdichado Malaquías arrastraba su pesada cruz, recluido al lecho, la hacienda de Nicolson, allá en la frontera con la república de Argentina, estaba a cargo de Silvano y Belatriz, la hermosa esposa de Fabricio, desde que este sacudido por la tragedia espantosa, vivía apenas para las alegrías del padre y para los recuerdos de los dolorosos acontecimientos en que se envolviera el "criminal de las coincidencias".

Al joven médico le costaba creer en la inocencia de Malaquías, pues se mostraba tan evidente su culpabilidad, que cualquier otra conclusión no le era lícito pensar. Sin embargo, alguna cosa le decía en el corazón que Malaquías era víctima de tremendo error judicial. Allá en la cárcel solamente contó con las frecuentes visitas de la buena Genoveva. Mientras tanto, en la hacienda, surgió este drama:

— Silvano – habló Fabricio – quiero que colabore conmigo como colaboró con mi padre de buena voluntad, sin disgusto y sin rencores.

Mire doctor Fabricio – dice Silvano, ya encolerizado como preparándose, y fijando al interlocutor con arrogancia -, dispenso de sus consejos y de su falsa voluntad. Ya estoy harto de toda esta farsa, que el señor viene representando junto de sus esclavos. No fui hecho para Santo, ni para vivir de la piedad hipócrita de los locos como usted.

–Eso es, papá! -, aplaudió rencorosa, Belatriz.

— y quede consciente – prosiguió violento Silvano, de que ya tomamos las medidas necesarias para que el señor no continué a desbaratar el patrimonio de mi hija, que, desgraciadamente tuvo la infelicidad de casarse con el señor, antes se hubiese casado con su padre, como era de su deseo y el mío.

A ese insulto al padre muerto, Fabricio, perdiendo el control para los nervios, avanzó para Silvano, gritándole, miserable! Osas insultar la memoria de mi padre?

Silvano, de manera rápida dio un salto, como el tigre que estuviese listo para el ataque, desenfundó el revólver, más lo hizo con tamaña infelicidad que resbalándose en el cuero de la res que los serviciales de la hacienda habían acabado de correr para un lado, a un paso, Silvano fue a caer boca bajo, sobre el cuchillo acerado con que el matarife destrozaba el animal abatido, el cual en aquel instante lo levantaba de punta para arriba con el fin de cortar un pedazo de carne para el habitual churrasco del medio día..

Silvano, con el vientre abierto, soltó más que un gemido, un berrido desesperado, y rodó en el piso de un lado para el otro, arrastrando en su caída al carnicero que aseguraba el cuchillo homicida. Alguien tuviera la impresión de que el despostador asesinara a Silvano, tal la seguridad con que manejaba el cuchillo largo y afilado.

El espectáculo aterrorizaba a todos por lo imprevisto y por la brutalidad de la escena.

Fabricio corrió para Silvano, y pidiendo que le trajesen el material indispensable, transportó al herido a su propia cama, donde como médico hace las curaciones de urgencia, hasta que la ambulancia de la hacienda fuese provista de combustible para conducir al herido al hospital de la ciudad.

Empero estaba escrito que Silvano no resistiría por la gravedad de la herida.

Convencido de que iba a morir, miró demoradamente para Fabricio, y con dificultad en presencia de más de 10 trabajadores, habló entre lágrimas.

— perdóneme doctor yo soy un demonio. Ahora sé que vine de lejos, sembrando muertes, practicando crímenes. acusando inocentes..

Fabricio no hablaba, Pensaba que, el paciente está delirando.— decía entre sí

Empero Silvano continuó: – me recuerdo de muchas cosas, un horror.!, allí estaba Belcebú y todos los demonios del infierno.

Y desorbitando los ojos, desmesuradamente confesó:

— allí está el Nicolson a quien yo maté. allí! Él viene a matarme con una lanza.por haber dejado que condenase al viejo Malaquías. Malaquías, ese nombre no me es extraño. yo ya lo oí, hace muchos años. hace tantos años. a dónde sería?.

Silvano, – gritó Fabricio en el auge del desespero – Silvano! Diga quien fue el que mató a mi padre!

Y olvidado de que Silvano estaba herido, lo sacudió por los hombros.

— quien mató a Nicolson, fui yo. más era el Belcebú. Era el gobernador. – y no pudo más hablar. Volteó para un lado la cabeza, gimiendo en voz baja, y de ahí en una hora era difunto.

***

En la tarde del día en que Malaquías consiguiera pronunciar nítidamente algunas palabras, entró como un vendaval, en la sala de enfermería de la prisión el doctor Fabricio.

Recibido cordialmente por Mauricio, éste lo llevó hasta el lecho del recluso.

— Malaquías! – gritó desesperado. Doctor Fabricio. – respondió, con ojos abiertos, muy abiertos, como viendo más allá del interlocutor una escena diferente. Doctor. – balbuceó el condenado.

— está a salvo, Malaquías! Silvano, en el lecho de la muerte, confesó delante de todos los trabajadores de la hacienda, la autoría del crimen!. Abandoné la hacienda, para nunca más volver. La abandoné como abandoné a Belatriz, se burló de mí, me envenenó la vida y el alma. Soy un ente desgraciado, ya no tengo padre, ni madre, ni esposa, perdí todo Malaquías, me robaron todo Malaquías.

Hablaba con intermitencia, aflicto, casi loco, lleno de angustia mortal, sobre el espanto de todo.

Vengo a pedirle perdón, sé que es bueno, compasivo y generoso. Vengo a buscarlo para rescatar la deuda que contraje con usted. Ya contraté los servicios de un profesional para tratar de su rehabilitación. Vendrá usted conmigo, Malaquias? Venga!, yo estoy solo en el mundo, solo, está oyendo Malaquías?

Doctor Fabricio. no piense más en mí. piense en Belatriz. por el amor de Dios, no la abandone, es su oportunidad. Yo ya para nada más sirvo, mi hijo. Déjeme morir. Buscándole las manos cariciosas que tanto bien le hicieran. – más no me saques de aquí. Fabricio,. vuelva para Belatriz y para Genoveva, para los niños que amparó, socorrió e iluminó. No puedo hablar más. Profundo ronquido le escapó del pecho opreso. Era la agonía.

— Malaquías! Exclamo Fabricio, arrodillándose suavemente al pie del lecho del condenado, besándole las manos enflaquecidas, muy blancas y limpias.

— Perdóneme, más yo no puedo vivir sin usted. Belatriz murió para mí.

— No, Fabricio, viva para ella: – Sálvela porque aún es tiempo. Cumpla su destino doloroso. Todos necesitamos de los unos a los otros. aún será feliz. Tiene aquellos niños de aquellas pobres mujeres para amparar. si las abandonas que será de aquellas pobres criaturas?

— empero venga conmigo, Malaquías.

— No puedo Fabricio, la luz ya se me apaga de los ojos. No puedo Fabricio.

— Por qué, Malaquías.

El no respondió luego. Miró para Mauricio, le tomó las manos dentro de las suyas y cubriéndolas de besos y de lágrimas, susurró:

— porque quiero morir. al lado de mi hijo.

Mauricio que estaba de píe asistiendo la escena tocante, se arrojó para Malaquias, y besándolo, y pasando la mano por los cabellos que la nieve de los años y de los sufrimientos encaneciera, exclamó, entre jubiloso y angustiado, feliz y desgraciado, en una especie de grito en que se concentró todo el manantial de angustia que pueda contener el corazón humano.. Mi padre!

Mi hijo. – murmuró Malaquias, pasando las manos trémulas por los cabellos del hijo bien amado.

Miró para lo alto, siempre con las manos sobre la cabeza de Mauricio, que continuaba sollozando, abrazando al padre que moría.

— Tu abuelita está aquí, mi hijo. la abuela Miloca.

Y Fabricio se manifestaba en un verdadero sollozo.

— Tu madre también la veo. ampara a Belatriz. Y en estado agónico pendió la cabeza para el lado, para suavemente inmovilizarse, cual avecita cantora que hubiese muerto de tristeza, dentro de la estrecha y fatídica jaula.

10.1 ROMANCE DE UNA REINA

De conformidad Wera Krijanowski[17]con Tenemos aquí otros interesantes episodios sobre la modalidad más clásica en cuanto a vampirismo se refiere.

Para mejor resumir y esclarecer al lector sobre algunos de los personajes más importantes de este romance, haremos una corta exposición, para luego entrar a transcribir parte del lll y VI capítulos en los que encontramos lo más dramático de la historia Egipcia.

Horemseb, hijo natural del extinto faraón esposo de Hatasou.

Neith, hija de la Reina Hatasou .

Sargón, príncipe Iteno esposo de Neith que permaneció preso un tiempo en el extranjero por haber caído como prisionero de guerra. A su regreso, Neith ya se encontraba en poder del príncipe Horemseb, quien la había seducido mediante proceso hechicero, manteniéndola en lugar secreto de su palacio.

Tadar, un terrible sabio sacerdote Iteno, adorador de Moloc, Divinidad de los antiguos Caldeos

Tadar aplicaba los conocimientos de alquimia y magnetismo para hacer filtros de amor con los cuales Horemseb encantaba y seducía a las mujeres más bellas de su época; después de saciarse con sus víctimas, las asesinaba, bebía su sangre y luego eran utilizadas como ofrendas en sacrificio al idolatrado Dios de metal, en cuya base, dentro del interior había un horno candente.

En su palacio sacrificó muchos contingentes de doncellas, artistas, serviciales, que después de animarlos a las más aberrantes orgías eran asesinados renovando el personal sacrificado con nuevos contingentes de incautos que se dejaban reclutar por el ansia de dinero y de opulencia.

Sargón disfrazado y aparentando ser un sordomudo se infiltra en el palacio de Horemseb en búsqueda de su esposa. Comprobado el secuestro, se fugó para poner en conocimiento a la Reina Hatasou sobre la realidad de NEITH.

Horemseb es delatado en todos sus horrendos crímenes por lo tanto arrestado y condenado a pena de muerte.

El hechicero Tadar logra por medio de terceros hacerle llegar un brebaje que lo llevaría a estado de letargia para luego despertarlo y liberarlo Es aquí donde empieza lo más dramático del príncipe vampiro.

El Juzgamiento

Había transcurrido más de un mes del arresto del nigromante, sin que la agitación febril que mantenían los habitantes en alerta se hubiese de modo alguno calmado. Un acontecimiento verificado en ese tiempo igualmente había emocionado a la población.

Fue traído de Menfis el ídolo de Moloc, y toda Tebas corriera al valle pedriscoso y árido del desierto, donde el coloso estaba provisionalmente colocado. ¿Con que intención? nadie lo sabía. Mas, con la avidez emocional que caracteriza a las multitudes, cada quien quería contemplar al Dios sanguinario, sobre cuyas dobladas rodillas a tantas inocentes víctimas había destruido.

Se sabía que Horemseb estaba restablecido y que el juzgamiento debía consecuentemente, realizarse de un día para otro. Neith sufría por encima de cualquier expresión, y habría, por cierto, buscado en el suicidio un término al dolor si no hubiese sido tomada por la ingenua idea de que su vida representaba una garantía para Horemseb, una especie de escudo sobre cualquier suceso odioso.

En el día designado para el juzgamiento, lúgubre actividad dominaba en el templo de Amón- Ra.. En basta y sombría sala, iluminada por lámparas suspendidas al techo, fueron colocadas en semicírculo, sillas reservadas para los jueces. Según la gravedad de la causa, y la cualidad del denunciado; habían sido convocados los pontífices y los grandes sacerdotes de los principales templos de Egipto, en su mayoría idealistas, con sus rostros severos y arrugados, con sus vestiduras blancas, ampliaban aún más la solemnidad del escenario.

Al fondo, en gabinete disimulado por una cortina, se encontraba una poltrona destinada a Hatasou, quien deseara asistir al juzgamiento.

Después de haber ocupado la soberana su lugar, el más idealista de los jueces ordenó que fuese introducido el reo. Hubo un momento de solemne silencio. La luz vacilante de las lámparas se proyectaba fantásticamente sobre las pinturas que adornaban las paredes y representaban el juzgamiento de Osiris y los horrores del Amenti; la luz se esparcía sobre las cabezas lúcidas de los jueces, concentrándose sobre los escribas, que, sentados sobre las esteras y en los carcañales, estaban atentos para escribir las respuestas del acusado.

Entre los sacerdotes más jóvenes sentados en las últimas filas, se encontraba Roma, que, a la entrada del criminal con las manos amarradas, fijó la mirada rencorosa sobre el hombre que Neith amaba a pesar de todo, el verdugo que la destruyera y no obstante, la fascinara.

Horemseb lívido; pálido, flaco y envejecido, en sus ojos se leía una lúgubre pertinacia, cuando silenciosamente, estacionó frente a los jueces.

A una señal de Amenófis, se levantó un escriba y en alta voz, leyó el libelo acusatorio enumerando los crímenes cometidos y la influencia nefasta de las rosas hechizadas tan frívolamente entregadas en las manos de las víctimas.

— quieres confesar todos los delitos de que le acusan, y revelar el secreto de la planta misteriosa, y bien así la manera por la cual esta llegó a su poder?- preguntó el Gran Sacerdote.

Horemseb bajó la cabeza y permaneció obstinadamente silencioso.

Entonces fueron introducidos a la sala de juzgamiento los testigos. Parientes de jóvenes desaparecidas; Keniamun que relató la revelación de Neftis, el "complot "en que actuaran en común, y el encuentro del cuerpo horriblemente mutilado; Roma, que habló de su descubrimiento; el jovencito mudo, milagrosamente salvado de la muerte. Y por fin, vino a exponer una dama velada; más al descubrir la fisonomía, Horemseb retrocedió, con una sorda exclamación de terror; reconociera a Isis, a quien el mismo, había apuñalado y lanzado al Nilo. Los muertos regresaban de la sepultura para acusarlo.

Pálida la moza, sin embargo resuelta, después de inclinarse ante los jueces, describió en voz vibrante, la terrible vida en el palacio de Menfis. La mutilación de los ciervos, el lujo desenfrenado, las orgías nocturnas, la tortura lentas de las víctimas que eran envenenadas poco a poco, antes de ser asesinadas. Todos esos horrores, todos esos crímenes como que revivieran ante el auditorio en la palabra colorida y atrayente de la narradora.

Cuando ella terminó, Ranseneb se volvió para el acusado.

— ves – dice él – que tus crímenes están ampliamente comprobados, aún sin tu confesión. –Solo nos resta saber lo que concierne a la planta misteriosa y las circunstancias extraordinarias en que te pusieran en relación con el hechicero Hiteno e hicieran de un príncipe de Egipto un bebedor de sangre, un asesino, un enemigo de los dioses de su pueblo. – habla, pues, y diga, sin restricciones, lo que sabes, si no deseas que te arranquemos la confesión por medio de la tortura.

Un estremecimiento agitó el cuerpo de Horemseb, y sus ojos lanzaran miradas llameantes; empero, dominándose con esfuerzo, respondió con vos ronca:

— diré lo que se! Sin embargo, mi silencio no tendría más objetivos. Fue mi padre quien trajo a Tadar, el sabio Hiteno a Egipto, y de la siguiente manera él lo conoció:

Durante la guerra victoriosa del faraón Tutmes primero en el país vecino del Eufrates, sangrienta batalla fue realizada, no lejos de la ciudad de Gergamich. Existía allí un templo en el cual se refugiara una parte de los guerreros, que a él defendieran tenazmente, haciéndose verdadero sitio para ser tomado. Cuando, al final nuestras tropas lo invadieron, la lucha prosiguió en el interior del templo, y solo terminó con la masacre de todos los enemigos. Durante el terrible espacio, mi padre fue separado del amigo y compañero de armas, Rameri, y no viéndolo regresar, se sintió inquieto y a pesar del extremado cansancio, dejó el lecho y fue al local del combate en busca del amigo para socorrerlo, en caso de que estuviese herido, recordándose de que lo perdiese de vista dentro del templo. Para allá se encaminó, y en cuanto erraba por entre los escombros y cadáveres, de sombrío rincón surgió un hombre de mediana edad que se dirigió para él suplicándole le perdonara la vida y prometiendo, en compensación, inmensos tesoros y poder secreto para dominar fuerzas de la naturaleza. Mi padre se dejó tentar, pues la voz y el mirar de aquel hombre que era el gran sacerdote del templo devastado, lo fascinaban extrañamente, y juró, de manera solemne, garantizar la vida del Hiteno, si este cumpliese sus promesas.

Entonces, el padre, por secreto camino lo condujo a una cripta donde se hallaban amontonados, no solamente los tesoros del templo, más aún las riquezas del rey y de los más notables patriotas. Mi padre quedó deslumbrado. Era un hallazgo por demás de regio. En adelante, ocultó a Tadar y enseguida, lo trajo para Tebas, tan secretamente cuanto a los tesoros, de los cuales nadie tuvo conocimiento. Durante el viaje, el sabio Hiteno había adquirido sobre él, poder absoluto.

Yo contaba con quince años de edad cuando mi genitor retornó a Menfis y se programó, sobre la dirección de Tadar, la reconstrucción del palacio. Se cultivó la planta de la cual el sabio trajera la semilla, y allí se constituyó en secreto el culto de Moloc. A pesar de eso, mi padre jamás se aficionó conforme yo lo hice, y prosiguió frecuentando la sociedad. Después de esto, por el resto de su existencia estuvo constantemente enfermo, pues el cuerpo no soportó más los excesos en que se entregaba.

A los diecisiete años de edad, vinimos a Tebas a tomar nuestros puestos en la Corte, y mi padre aquí murió, y antes de expirar, me contó la realidad sobre los misterios de ese culto y de la planta sagrada que me fascinó.

Me apresuré en regresar a Menfis, y fui enteramente subyugado por Tadar. Concluí rápidamente las construcciones iniciadas por mi genitor, y por consejo del sabio, el palacio se cerró para todos; mi servicio íntimo fue enteramente separado y en él vedada la palabra cuando faltaban sordomudos. Poco a poco, me habitué a esa vida encantada, de donde la realidad, con su desnudez y miserias, estaba desterrada; la claridad del día se me tornó odiosa, solamente en la oscuridad, debajo de la sombra de mis jardines yo me sentía feliz. Rodeado de perfumes sofocantes, embalados por maravillosa música y cánticos celestes, que Tadar adoraba y enseñaba, olvidé todo. Yo debía sacrificar a Moloc, el sabio así lo quería, y su voluntad era mi ley. Fue así que se instituyeran las orgías y festines nocturnos, que habían destruido la salud y la vida de mi padre, que no supo usufructuarla moderadamente. Él a mi me dio una bebida que enfriaba mi sangre y me impuso una existencia rígida de ayuno y abstinencia que me daba la fuerza de gozar por la vista sin entregar mi cuerpo a la destrucción.

— La primera vez que bebí sangre, fui embriagado por el sabor extraño de esa bebida que me debía dar la vida eterna; –y si pretendes ahora matarme, "carcajeó roncamente" –no lo conseguiréis, porque la muerte no tiene poder sobre mí: en la vida de mi ser se concentran todas las vidas que arrebaté de los corazones palpitantes de las mujeres sacrificadas. Yo me deslumbré en la contemplación de esas lindas mujeres que desfallecidas de amor morían en mis brazos: –amar me era prohibido, porque el alma debía dominar las pasiones del cuerpo, más, a pesar de eso morían dichosas. Una de ellas me traicionó: yo tenía el derecho de castigarla, y Neftis recibió muerte merecida. Nada más tengo que decir.

— y que hiciste de la planta venenosa – preguntó Ranseneb, después de que todos los jueces escucharan silenciosamente la confesión del culpado. ¿Por qué?

— el maestro así lo quiso. Previniendo vuestras averiguaciones, quise esconder los trazos del culto de Moloc pero el tiempo me faltó para esto, y Tadar no quiso que la sagrada planta cayese en las manos de sus enemigos y la destruyó

— y de tus tesoros qué hiciste?

No fue encontrada la mayor parte de los preciosos objetos descritos por Sargón

— la dispendiosa vida que mantuve absorbió gran parte de mis riquezas, y ya me encontraba con dificultades. En cuanto a los objetos preciosos como vajillas, los lancé al Nilo, aquí ya estaba todo finalizado y esperábamos huir de Egipto.

— mientes – interrumpió gravemente, Menofis. Tu palacio fue donado a los dioses por el faraón, y será arrasado, para que en su terreno se eleve un templo. Durante los trabajos de demolición, al inicio se encontró un cofre lleno de objetos preciosos. Esto le digo, para probar cuan bajo caíste, tú, a quien en esta obra, no repugna enlodarse en mentira!

A la noticia de que su palacio estaba en demolición, Horemseb se estremeció y sus puños se contrajeron, más no pudo decir cosa alguna, porque los guardas lo retiraron de la sala. Después de demorada deliberación de los jueces, el acusado fue de nuevo traído, y el sacerdote Amenofis, levantándose, pronunció, solemnemente:

— tus espantosos crímenes Horemseb, merecieron un castigo proporcional. Príncipe de Egipto, renegaste a los dioses de tu pueblo y asesinaste mujeres inocentes, de las cuales, por tu origen debía ser protector; por tus maleficios, sembraste la vergüenza y la desgracia en las más nobles familias; a tus servidores mutilaste y destruiste: Todos esos delitos merecen ampliamente la muerte, a la que te condenamos. —–Dijiste, hace poco, que la muerte no tiene poder sobre ti: así sea! Es una razón más para ser encerrado vivo en el mismo perímetro de este templo de modo que no puedas más hacer daño.. Sobrevive pues en esa estrecha sepultura, hasta cuando los dioses lo permitan; más, cuando mueras, morirás de cuerpo y espíritu, en vista de que el embalsamiento no existirá para conservar tus restos y tu doble etérico errante no encontrará asilo terrestre, y será devorado por los demonios de la Amenti. Tu nombre será olvidado, porque se prohibirá a todo ser vivo, sobre severas penas pronunciarlo, y en todos los lugares será borrado y apagado; a la posteridad no se sabrá de tus crímenes, que aterrorizaban a Egipto; serás triplemente muerto, destruido en tu alma y olvidado. En la aurora del día de mañana será ejecutado con esta sentencia.

Lívido, ojos dilatados, Horemseb, escuchara la terrible condena. No solamente se revelaba contra el horror de la suerte que lo esperaba; él era a pesar de todo, suficientemente egipcio para dejar de temblar a la idea de no ser sepultado, y embalsamado, más allá del nombre tirado al olvido. Con un rugido ronco, pegó la cabeza con las manos, y, cual masa inconsciente, se abatió en el piso.

En el anochecer fue visitado por Neith.

En el momento de haber recibido de manos de Neith, el brebaje enviado por Tadar, Neith le dice a Horemseb:

— bebe Horemseb!

— es la muerte?

— preguntó, estremeciendo. Yo la prefiero, si no he de vivir contigo.

— no es muerte, y sí la calma, el reposo, la destrucción del hechizo. Tu corazón, yo lo espero, permanecerá fiel – respondió él.

Y su mirar se sumergió, cual llama, en los ojos de Neith, quien le inducía la copa a la boca. Apenas bebió, desconocida sensación, una frialdad glacial le corrió por las venas. Presa de debilidad, vaciló, empero Horemseb la hace sentar en el banco, ahora iluminado por la luna. Enseguida, tomó de la cajita el segundo frasco y lo vació en la copa. Vivificante y suave aroma embalsamó el ambiente. Sentándose junto de Neith, le dio a asegurar la copa. – de ti quiero recibir la bebida misteriosa que me promete vida y futuro, y si muriere, al menos me libro, de la vergüenza y de la satisfacción cruel de los sacerdotes insolentes.

Vivir encerrado dentro de muros, sería tortura horrenda!

Temblorosa y desecha, la joven mujer aproximó la copa a los labios del amado hombre; más, tan pronto bebió, ella la dejó desprenderse de los desfallecidos dedos y el cristal cayó y se rompió en el piso.

— agradecido! – murmuró Horemseb, y, atrayendo a Neith hacia él, agregó: quédese así; quiero adormecer contemplando su lindo rostro y tú afectuoso mirar.

Se recostó al muro y fijó al astro querido al cual parecía estar ligado por misterioso helo; era el pálido confidente de sus sueños, y silencioso testigo de sus crímenes, de las innobles fiestas del palacio de Menfis. Y en aquella hora fatal en que desgraciado y abandonado, sin saber si seguía con vida o muerto, le aguardaba el astro y venía a iluminarle la prisión, y con sus rayos de luz se impregnaban los tétricos y tumultuosos pensamientos del condenado. Esas impresiones indelebles que la luna las lleva, de siglo en siglo, impasible pero no olvidando detalle alguno, identificando en todos los lugares, sobre cada nueva fisonomía, aquel que le confía sus dolores y sus alegrías, ligando, silenciosamente así, los misteriosos lazos del pasado.

El hombre encarnado muda de aspecto, de color, de posición; olvida dónde, en qué siglo, después que grave acontecimientos, sobre el peso de con qué sentimientos ve él aquella muda confidente venir a visitarlo en el lecho de muerte o en el calabozo, testigo única del oscuro crimen o de júbilos desconocidos de los hombres. Ella ignora en qué horas de angustia sus perecibles ojos fijara, velados de llanto, de ese argentino globo; más éste sabe, y reencuentra a Horemseb sobre los trazos del rey infortunado, cuyo fin trágico emocionó a un pueblo.

No era sin motivo que Luís Segundo amara tanto la noche y las quimeras bajo la luz lunar y si apenas vagamente comprendía el murmurar de sus rayos luminosos, hablándole de distante pasado de crímenes olvidados, de vida de sufrimiento y expiación, recibía la extraña fascinación de un helo misterioso, la fricción de incógnitos sentimientos que lo atraían para el satélite de las noches que adorara en otrora.

Sumergido en los pensamientos olvidara todo lo que le rodeara, cuando, repentinamente, Neith erigió la cabeza, que le apoyara al pecho, y balbuceó despavorida: están allí las mujeres terribles. Oh Horemseb seremos separados.

— que ves tú, Neith – murmuró él, estremeciendo.

— serás separado de mí, de todos nosotros, por mucho tiempo, solamente tus enemigos quedarán contigo, y tu sufrirás sintiéndote aislado, siempre vencido por el destino. Despreciaste el verdadero amor, y sólo el hechizo permanecerá junto de ti; corazón vacío, alma enferma, tú buscarás rever la llama que enciende, porque sólo lo conseguirás cuando el amor florezca en tu propio pecho y si puedas dominar las pasiones y el odio. OH! Aprende de prisa a amar, para que nos reencontremos!

— haré eso – murmuró Horemseb, invadido por extraño y general adormitamiento y maquinalmente apretándola de encuentro a él.

De súbito, Neith lo repelió, echándose hacia atrás, con sus ojos dilatados. – déjame. En qué te tornas? ¿Eres tú esta sangrienta mariposa roja como si fuese de fuego? Déjame; tú me quemas y me sofocas, tu vomitas sangre!

Debatiéndose como loca, empujó a Horemseb; más, las débiles piernas retrocedieron y resbaló para el suelo. Y con la cabeza echada hacia atrás, posada en las rodillas del prisionero, perdió los sentidos. Él, muy débil resistencia pudiera ofrecer, porque profundo entorpecimiento le invadió el cuerpo; como que a través de nube, vio a Neith, abatirse junto de él, y le pareció que él mismo rodaba, como pluma, en un basurero negro. Después, perdió la conciencia.

Más o menos quince minutos de corrido, el oficial de servicio abrió la puerta, y dice de manera respetuosa:

–noble señora es tiempo de retirarse.

No obteniendo respuesta, entró y se asombró al deparar con la joven mujer abatida, como si estuviese muerta. Convencido de que la emoción la privara de los sentidos se aproximó vivamente, y al primer golpe de vista sobre los ojos vítreos del prisionero al contacto de la mano helada soltó ahogada exclamación y corrió hacia fuera.

En el apartamento de Ranseneb aún estaba reunida una decena de sacerdotes, discutiendo sobre la ejecución de la sentencia para el día siguiente, y sobre la contrariedad de no haberse obtenido informaciones precisas respecto de la misteriosa planta del amor. Entre los interlocutores retardados, se encontraba Roma y Amenofis, ambos huéspedes de Ranseneb en aquella noche. La impetuosa entrada de Ameneftá, acompañado del oficial interrumpió la conversación, y cuando el viejo padre relató pálido y trémulo, la visita de Neith y el descubrimiento hecho por el militar, todos se erigieron y encaminaron, casi a correr, rumbo hacia la prisión.

Algunos minutos más tarde, los sacerdotes rodeaban aturdidos y consternados en extraño grupo; más, Roma, trépidamente en desespero y celos, arrancó a la joven mujer del lado del odiado rival, y, ayudado por uno de los asistentes, intentó infructíferamente, reanimarla.

Viejo médico se aproximó primeramente hacia Horemseb, examinándolo y declaró estar muerto. En cuanto a Neith, se encontraba apenas desmayada, aconsejando retirarla del nefasto local suministrándole los cuidados que indicó. Para cumplir esta prescripción, Roma la transportó a la litera para conducirla a su palacio por que no deseaba, en hora tan inapropiada llevarla al palacio de la Reina.

Después de la salida de Roma, los sacerdotes se reanimaron de nuevo. Examinaran cuidadosamente la cajita en la que se habían transportado los frascos revisándolos igual que al papiro en pedacitos, más esos objetos muy poco les sirvieron como material de pesquisa.

— la insensata joven evidentemente le trajo el desconocido veneno que lo mató, y también el escrito de un cómplice. Más, quien le habría dado a ella esos objetos? – dice Ranseneb

–sólo podía ser tal vez el miserable Hiteno que fuera de duda, se esconde en Tebas, y posee ese veneno tan misterioso cuanto la planta maldita – observó Amenofis, que, inclinándose, palpó al muerto. Extraño cadáver! Ningún trazo de sufrimientos; flacidez de los miembros, y con todo expresión cadavérica, frío glacial, con expresión lívida.

— Eso importa menos ahora que la chocante certeza de que el acelerado huyó a una justa punición ¿y qué decidiremos en vista de esto?

Después de cierta conversación quedo establecido que se mantendría silencio sobre lo ocurrido y de lo que pocos se hubieran enterado, pues sería consumada la ejecución de la sentencia como se había programado en presencia de los testigos para esto designados.

El cuerpo de Horemseb. Sustentado por dos hombres, fue conducido al pequeño patio, donde una cavidad alta y estrecha estaba abierta sobre una muralla. El cuerpo aún flácido fue sentado en un corto banco colocado al fondo del nicho, y de manera rápida los sepultureros colocaron los adobes haciendo desaparecer a los ojos de los asistentes el rostro del facineroso que diera tanto que hacer.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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