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Ciudades en bancarrota: ¿La "vía al Tercer Mundo" de los países (antes) avanzados?

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
Monografía destacada
  1. – Obertura – La sociedad decreciente
  2. "Too big, or not too big"… that is the question
  3. (Septiembre 2013) Donde van los que tiene perdida la FE(D)
  4. "Sombras… nada más" (armas financieras de destrucción masiva)
  5. Antecedentes (decíamos ayer…: el "contar de los contares")
  6. – Apocalypse Now: de la Big Economy, a la Mac Economy
  7. – The Hall of Fame (¿es Detroit una metáfora sobre el futuro de los EEUU?)
  8. Disturbios en el Reino Unido
  9. – El redescubrimiento de la pobreza: algunas explicaciones científicas…
  10. Informe Pobreza y exclusión social – La experiencia de la Unión Europea – Cuadernos de la EPIC – Septiembre 2011
  11. Naturaleza y causas de la pobreza en la Unión Europea
  12. – Cupertino vs. Detroit (¿dónde están los empleos del futuro?): todos "al servicio" o "el cuento de la lechera"
  13. – Finale – Un sistema condenado: "the party is over"
  14. Despertares (el tránsito de Venus)
  15. Posibilidades económicas para nuestros nietos (la cultura de la esperanza)
  16. El verdadero coste de la desigualdad en Europa
  17. El mayor fraude piramidal del mundo y sus "lógicas" consecuencias sociales

– Obertura – La sociedad decreciente

edu.red

Un trabajador protesta en la línea de ensamblaje de la planta de Peugeot en Aulnay-sous-Bois, Francia.

Las "ciudades en bancarrota" representan la más evidente de todas las metáforas posibles (una especie de siniestra caricatura) sobre el fracaso de la globalización, la desregulación, la financierización, la privatización, el librecambio y la deslocalización de la economía, que se inicia con los gobiernos de Ronald Reagan (EEUU) y Margaret Thatcher (RU), se acelera con posterioridad a la caída de Muro de Berlín (1989) y se precipita con la crisis financiera global devenida a partir de la quiebra de Lehman Brothers (2008). Una crisis de mil cabezas que sigue -aun- viva. 

La bautizada como la Gran Recesión ya había comenzado en EEUU en diciembre de 2007, siete meses antes de la caída de Lehman. El origen de la crisis financiera se sitúa en la primavera de 2007, cuando el banco de inversión Bear Stearns advirtió que unas carteras que apostaban en deuda hipotecaria se fueron a pique. El léxico financiero se complicó de golpe, al quedar secuestrado por términos técnicos como subprime (préstamos de baja calidad), credit default swaps (CDS, el seguro que pagan los inversores para protegerse frente a las pérdidas) o mortgage backed securities (MBS, paquetes de inversión a base de hipotecas).

Todo estaba bajo control, decía la Reserva Federal. Hasta que Bear Stearns tuvo que ser rescatada un año después, el 24 de marzo de 2008, por JP Morgan Chase con la asistencia del Tesoro. . Se optó por esa vía por tratarse de una entidad sistémica, clave para la economía, de las llamadas demasiado grandes para caer. No pasó lo mismo con Lehman Brothers, también hasta el cuello de deuda basura. En su caso no hubo red de seguridad, con lo que acabó protagonizando la mayor quiebra de la historia. Para evitar una suerte similar, Merrill Lynch optó por integrarse en Bank of America ese mismo día. El resto del mundo no tardaría en notar el temblor.

Una tras otra cayeron las piezas de un dominó que forzó a los Gobiernos a abrir el grifo de las ayudas para salvar sus sistemas financieros. Washington ofreció asistencia sin límite a las entidades hipotecarias semipúblicas Fannie Mae y Freddie Mac, salió en auxilio de la gigantesca aseguradora American International Group (AIG) y después lanzó el salvavidas nada menos que a Bank of America y Citigroup.

Fue la confluencia de varios factores la que la produjo: la concesión de préstamos por parte de los bancos a clientes que no lo merecían, el pobre trabajo de las agencias que ponen nota a la deuda, una regulación financiera laxa y una serie de incentivos públicos que animaron a que se prestara y se pidiera prestado. En otras palabras, el dinero fácil y el aparente exceso de liquidez hincharon la burbuja durante la expansión hasta explotar.

Si la desregulación financiera es uno de los factores que provocaron la catástrofe, se puede señalar entonces a varios responsables. El proceso se inició con el republicano Ronald Reagan, que gobernó en los años ochenta, aunque fue con el demócrata Bill Clinton, una década después, cuando se abonó el terreno a los excesos que llevaron a colapso de Lehman. Bajo su presidencia murió la Ley Glass-Steagall, que en 1933 había levantado un muro de separación entre la banca de inversión y la comercial para evitar que se produjera un crash bursátil como el de 1929.

También con Bill Clinton cobraron vida nuevas leyes que desregularon los contratos de futuros y forzaron a los bancos a conceder préstamos a propietarios con un pobre historial crediticio. Todo ello sucedió con Alan Greenspan al frente de la Reserva Federal y fue abrazado después por George W. Bush. El propio Greenspan admitió más tarde que el error fue confiar en que los bancos serían capaces de regularse a sí mismos.

Si el terremoto Lehman provocó sacudidas en las finanzas mundiales, las réplicas en la economía real resultaron igualmente tremendas, rápidas y globales. Con el sector financiero al borde del colapso, la actividad se paralizó. En el último trimestre de 2008, la economía estadounidense se contrajo a una tasa trimestral anualizada del 8,3%, la mayor en medio siglo, y en el primero de 2009 la Eurozona se contrajo un 2,8% intertrimestral y España, un 1,7%, en ambos casos registros sin precedentes. En cuanto al desempleo, comenzó a acelerarse en Estados Unidos hasta alcanzar el 10% en el transcurso de 2009, la mayor tasa desde 1983; también creció en la Eurozona, en un proceso que se ha visto prolongado por la crisis de la deuda soberana desde 2010. 

Como antídoto contra estos impactos, los bancos centrales respondieron con la mayor descarga de munición monetaria de la historia. Y por distintas vías: colocando los tipos de interés cerca del 0% y comprando directamente deuda pública y privada en los mercados para reforzar la liquidez del sistema y mantener bajos los costes de financiación. A su vez, los Estados, en su afán por sostener sus sistemas financieros y por contrarrestar los efectos contractivos en la economía real, tiraron de gasto público para salir al paso de los problemas

La Reserva Federal cifra en 12,6 billones de dólares la cantidad que movilizó para estabilizar el sector financiero, lo que equivale a más del 80% del PIB de 2007. Eso sin contar con unos tipos de interés estancados en el 0% desde diciembre de 2008 y tres rondas de estímulos que provocaron que el balance de la Reserva Federal se multiplicara por cuatro en cinco años, desde los 925.750 millones previos a la quiebra de Lehman.

La crisis financiera provocó la que se considera ya como la primera recesión planetaria: según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), el PIB mundial sufrió una contracción del 0,7% en 2009. En las economías avanzadas, el saldo negativo fue del 3,7%, mientras que los emergentes se convertían en los flotadores del crecimiento global.

Las ramificaciones del sector financiero provocaron que la crisis se dispersara con rapidez por todo el planeta, afectando especialmente a las economías industrializadas, donde las vulnerabilidades y los excesivos riesgos asumidos por sus bancos quedaron completamente al descubierto. Eso forzó a los bancos centrales a abrir de forma coordinada líneas de liquidez en dólares, porque las cañerías del sistema financiero se quedaron literalmente secas.

La economía mundial pareció reaccionar en la segunda mitad de 2009. Pero no hubo que esperar mucho para comprobar que el "shock" de Lehman iba a tener múltiples derivaciones. Como, por ejemplo, la transmisión de los problemas de deuda del sector privado al sector público. Ya no se temía que quebraran los bancos; el nuevo temor era que quebraran los países. 

(15/9/13) La mejor muestra de que, cinco años después, los ecos del derrumbe de Lehman siguen escuchándose es que los bancos centrales continúan aplicando los estímulos monetarios más potentes de la historia. Es más, en los últimos meses han confirmado que tienen previsto mantener los tipos de interés en mínimos históricos todo el tiempo que sea necesario, una evidencia inequívoca de que hasta qué punto fue el daño posterior a la quiebra de Lehman. La lenta recuperación de la economía y del mercado laboral en Estados Unidos, Reino Unido o la Eurozona les ha impedido desactivar sus medidas "anticrisis" a la espera de que la reactivación se afiance. Lehman quebró hace cinco años… pero parece que fue ayer. Es lo que tiene que la alargada sombra de su caída aún planee sobre la economía mundial.

Sobre la saturación de deuda, Deutsche Bank mostraba el impacto de los últimos cinco años:

Los países del G7 han añadido casi 18 billones de dólares de deuda hasta un récord de 140 billones, con casi cinco billones de expansión del balance de sus bancos centrales para generar solamente un billón de dólares de PIB nominal.

Es decir, en cinco años, para generar un dólar de crecimiento se han "gastado" 18 dólares, un 30% de ellos de los bancos centrales. Todo ello manteniendo la deuda total consolidada del sistema en el 440% del PIB. (La deuda sí es el problema – Daniel Lacalle – El Confidencial – 14/9/13)

La "inversión" en crecimiento que se supone que se consigue con los déficits astronómicos, deuda y expansión agresiva de los bancos centrales simplemente no da fruto. Por supuesto, muchos dicen que la solución es seguir hasta que funcione. Pero el sistema se hace cada vez más frágil y sujeto a vaivenes ante el más mínimo movimiento de los tipos de interés.

Estos crecimientos paupérrimos, además, ocurren en medio de un periodo de represión financiera feroz. Devaluaciones y bajadas de tipos de interés desincentivan el ahorro, y empujan a endeudarse. El dinero es "barato" y el ahorro es "ser tonto". Pero a la vez se suben los impuestos y baja la renta disponible. Se empobrece a la población en cuatro flancos: sus ahorros, la rentabilidad de los mismos, sus ingresos y su capacidad de consumo.

Todo ello lleva a un sistema mucho más débil, porque los costes fijos -el gasto público– se multiplican en economías cíclicas, dejando muy poco margen de maniobra para los tiempos difíciles. Y entonces nos dicen que es un problema de ingresos, como si una administración pudiera manejarse esperando que vuelva la burbuja.

Hace cinco años la agencia de calificaciones Standard & Poor"s mantuvo la calificación de grado de inversión "A" para Lehman Brothers hasta seis días antes de que colapsara. Moody"s esperó aún más: redujo la calificación de Lehman un día laborable antes de su derrumbe. ¿Cómo es posible que reputadas agencias de calificación -y bancos de inversión- se equivoquen tanto en sus evaluaciones?

Los reguladores, banqueros y agencias de calificación son en gran parte culpables de la crisis. Pero esta cuasi debacle no fue tanto un fracaso del capitalismo como un fracaso de la capacidad de los modelos económicos contemporáneos para comprender el rol y el funcionamiento de los mercados financieros -y, en términos más amplios, la inestabilidad- en las economías capitalistas. (¿Fracasó el capitalismo? – Roman Frydman & Michael D. Goldberg – Project Syndicate – 13/9/13)

Estos modelos apuntalaron con supuesta cientificidad decisiones de política e innovaciones financieras que aumentaron en gran medida las probabilidades -y tal vez tornaron inevitable- la peor crisis desde la Gran Depresión. Después del colapso de Lehman el expresidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, declaró ante el Congreso estadounidense que había "encontrado un defecto" en la ideología que propone que el interés personal protegería a la sociedad contra los excesos del sistema financiero. Pero el daño ya estaba hecho.

Si la repuesta a unos eventos extraordinarios fue extraordinaria, también lo fueron las consecuencias. Al hacer balance de la crisis, la Reserva Federal de Dallas acaba de publicar un estudio (septiembre 2013) en el que revela que la Gran Recesión va a costar hasta 120.000 dólares a cada familia en EEUU, lo que equivale a una pérdida de poder adquisitivo de hasta 14 billones de dólares. Es como borrar de un plumazo casi todo el PIB de la mayor potencia del mundo.

La cifra es producto de la pérdida de valor del patrimonio y de la caída de las remuneraciones vividas en los últimos cinco años. La gran duda en este momento, como muestra el mismo estudio, es si la economía de EEUU será capaz de recuperar el vigor previo a la crisis. Si no lo consigue, la Fed de Dallas señala que el impacto será aún mayor. Y todo esto sin contar con el colapso del mercado inmobiliario, donde el precio medio de la vivienda arrastra todavía una depreciación del 25%.

Oficialmente, la Gran Recesión acabó en junio de 2009, aunque en Wall Street se tocó fondo unos meses antes. Eso, sobre el papel. El ciudadano de la calle lo siente de otra manera. La recesión destruyó 8,7 millones de empleos en EEUU y el total de parados se disparó a 14,7 millones. La tasa de paro alcanzó el 10% en octubre de 2009. A septiembre de 2013 está en el 7,3%, una mejora que se explica por la caída en la tasa de participación (las personas dispuestas a trabajar) hasta el 63,2%, su nivel de 1978. Si estuviera en el 66,5% registrado de media entre 1988 y 2007, según Moody"s, el paro sería del 11,9%. Cuatro años después de la recesión, hay 11,3 millones de parados y 10,6 millones de personas subempleadas -forzadas a trabajar a tiempo parcial- o que se declaran frustradas con las perspectivas laborales.

La recuperación del colapso escenificado con el derrumbe de Lehman Brothers está siendo, por tanto, desigual, y la incertidumbre de la opinión pública respecto al futuro de la economía y del sistema financiero persiste en el quinto aniversario. El ciudadano, en EEUU, nota que las cosas empiezan a ir mejor, pero, en general, teme que se quede en un nuevo intento de recuperación, como cuando se habló de los brotes verdes en la primavera de 2009.

Durante este tiempo, además, se ha incrementado la brecha entre los que más tienen y los que menos, un problema que se plasma en numerosos estudios publicados en los últimos dos años y que denunció el movimiento Ocupemos Wall Street. El 10% que está más arriba se llevó la mitad de la riqueza generada por la economía. Y si se sube aún más alto, el 1% se comió una quinta parte.

Para las rentas más altas, la crisis pasó mucho antes que para el ciudadano medio. Los que más tienen fueron los que más se beneficiaron del repunte de Wall Street, de la mejora del mercado inmobiliario y de tipos de interés por los suelos, por no dejar de mencionar los dividendos que reciben por sus inversiones en empresas que vuelven a ser muy rentables. Los más ricos controlan el 90% del capital que se mueve en el parqué.

Esa brecha también se ve a escala global. El FMI advierte de que el desempleo sigue afectando de manera desproporcionada a los jóvenes. Se calcula que hay aún 200 millones de empleos por recuperar en todo el mundo, destruidos por la crisis financiera. La gran dificultad está en cómo desmontar la estructura puesta en marcha para responder a la crisis sin que eso afecte a los emergentes. Hacia ellos se dirigió la liquidez cuando el mundo desarrollado estuvo en dificultades y ahora empiezan a mostrar síntomas de debilitamiento. Es otra evidencia de que las réplicas de la crisis siguen reverberando en una economía global que necesita de los estímulos para crecer y está dominada por la incertidumbre. Por eso, el temor es que la próxima implosión no afecte solo a EEUU y Europa, sino también a Rusia, Brasil y China.

Los economistas Thomas Piketty y Emmanuel Sáez han recopilado datos durante la última década y han utilizado las cifras de la Hacienda estadounidense para calcular la concentración de renta en las clases altas estadounidenses. Según sus cálculos, la parte correspondiente a las rentas más altas sufrió un golpe durante la Gran Recesión, cuando cosas como las plusvalías o las primas de Wall Street decayeron temporalmente. Pero los ricos han vuelto con fuerza, hasta el punto de que el 95% de los ingresos de la recuperación económica desde 2009 han ido a parar al famoso "1%". De hecho, más del 60% fue al 0,1% de la población con los ingresos más altos, gente cuyas rentas anuales superan los 1,9 millones de dólares. (La recuperación de los ricos – Paul Krugman – El País – 15/9/13)

Básicamente, mientras que la gran mayoría de estadounidenses vive aún en una economía deprimida, los ricos han recuperado casi todas sus pérdidas y siguen avanzando posiciones.

Las cuatro mayores firmas financieras de EEUU son en septiembre de 2013 un 30% más grandes que antes del colapso de Lehman Brothers. La aplicación de la nueva regulación financiera, que busca que los bancos sean más transparentes, va con retraso a escala internacional, mientras en paralelo se debate sobre la necesidad de levantar de nuevo un cortafuegos en el negocio de los grandes bancos, al estilo de la Ley Glass-Steagall, una iniciativa que se topa con el poderoso lobby de Wall Street.

En el mismo artículo antes mencionado, Paul Krugman dice: "¿A qué se deben estos astronómicos ingresos de las clases más altas? Sobre este punto existe un intenso debate, en el que algunos economistas siguen afirmando que las rentas increíblemente altas reflejan contribuciones igualmente increíbles a la economía. Creo que ya he señalado que una gran parte de esas rentas súper altas procede del sector financiero que, como posiblemente recordarán, es el sector que los contribuyentes tuvieron que rescatar después de que su inminente quiebra amenazase con arrastrar al fondo a toda la economía.

En todo caso, sea cual sea la causa de la concentración creciente de la renta en las clases más altas, el efecto es que está socavando todos los valores que definen a Estados Unidos. Año tras año nos vamos apartando de nuestros ideales. Los privilegios heredados están desplazando a la igualdad de oportunidades, y el poder del dinero está ocupando el lugar de la verdadera democracia.

¿Qué podemos hacer, entonces? Por el momento, un cambio como el que tuvo lugar durante el New Deal -una transformación que creó una sociedad con una clase media, no solo mediante programas gubernamentales, sino aumentando considerablemente el poder de negociación de los trabajadores- parece estar políticamente fuera de alcance"…

Después de cuatro años de crecimiento (en EEUU), sigue habiendo 11,3 millones de personas sin trabajo. El empleo ha mejorado, pero hay 1,9 millones de trabajos menos que durante el punto más alto en 2008.

Muchos estadounidenses tienen derecho a preguntar por qué la situación sigue siendo tan nefasta y si se podría haber hecho algo diferente para aliviar las prolongadas penurias económicas.

A septiembre de 2013, los precios de las viviendas están subiendo (en EEUU), pero uno de cada seis deudores tiene una hipoteca más alta que el valor del inmueble. Los ingresos reales del hogar típico, el que se ubica justo en el medio de la muestra estadística, son 5% más bajos que en septiembre de 2008, según las estimaciones más recientes.

Asimismo, el público no oculta su indignación y sigue convencido de que las firmas de valores de Wall Street fueron rescatadas, pero a los deudores comunes y corrientes no se les prestó ayuda. "Para salvar la economía, tuvimos que violar un principio básico de Estados Unidos: quien asume el riesgo, sufre las consecuencias", señala Neel Kashkari, quien estuvo a cargo del programa del gobierno que inyectó los fondos de los contribuyentes en los bancos.

Y ha transcurrido el tiempo suficiente para identificar momentos clave en la guerra para rescatar la economía mundial y evaluar el desempeño de los generales que la libraron. La estrategia logró prevenir una Gran Depresión 2.0 y, no hace falta decirlo, la situación podría haber sido mucho peor. Sin embargo, ¿podría haber sido mejor? ¿Podrían las equivocaciones haber agravado la crisis o haber plantado las semillas de la próxima?

Cinco años después de la crisis, el sistema financiero ha sanado lo suficiente para provocar temores ocasionales de un regreso de los excesos del pasado. La economía, no obstante, no se ha recuperado por completo a pesar de la extraordinaria exhibición de artillería fiscal y monetaria.

La pregunta más importante que queda pendiente es la siguiente: ¿fueron los estímulos fiscal y monetario la medicina equivocada o acaso la dosis fue muy pequeña para surtir el efecto deseado?

A partir de 2008, las autoridades estadounidenses desempolvaron las obras del economista británico John Maynard Keynes, quien recetó un aumento del gasto y recortes de impuestos como el remedio indicado para curar la Gran Depresión de los años 30. Luego hicieron los primero (aumentar el gasto), beneficiando al sector de la oferta (banca e inversión especulativa), en vez de alentar la demanda (trabajo y consumo), y no hicieron lo segundo (recortes de impuestos), afectando la demanda.

Los principales asesores económicos del gobierno de Barack Obama y economistas de la Fed señalan que hubieran preferido un paquete fiscal más significativo para compensar la menor demanda del sector privado. "Reducimos el déficit más rápido de lo que hubiera sido óptimo y, en consecuencia, sufrimos un crecimiento más bajo", reconoció Lawrence Summers, uno de los principales asesores económicos del presidente Obama.

No todos están convencidos. "La política fiscal ha sido la causa del problema", dice John Taylor. El economista de la Universidad de Stanford es partidario de un menor gasto fiscal y una normalización paulatina de "los excesos monetarios", mientras se sigue una política monetaria más basada en reglas objetivas y menos en la discrecionalidad de la Fed.

Cinco años después de la quiebra de Lehman, la todavía convaleciente economía global se encuentra algo mejor. Los impulsos de la Fed y China consiguieron salvar al paciente y evitar una depresión como la del 29. Con bastante retraso y más timorato, se les unió a la terapia el BCE. Sin embargo, un lustro más tarde, toda esa masa de liquidez inyectada al sistema a duras penas se ha filtrado a la economía real y la creación de empleo. Por un lado, ésta se ha destinado a prestar a los Estados. Y por otro, a la llamada banca en la sombra. Ésa que sin regular proveía financiación enmascarando como producto de calidad lo que en realidad era deuda acumulada. Ésa que permitía que se financiase a corto plazo el endeudamiento a largo. Y ésa que dejaba apostar contra una inversión sin tener en cuenta que existía el riesgo de la contrapartida.

Ha pasado un lustro desde que ocurrió todo aquello, y las aguas han vuelto a una relativa calma. EE UU y sus bancos se recuperan. Los emergentes han resistido, a pesar de que la marea negra de la Gran Recesión empieza a cruzar océanos y amenaza ahora las costas de Brasil, India, China y compañía. Solo Europa -y, con ella, sus bancos- sigue atascada en su particular lustro del diablo, en el que también prácticamente todo ha sido posible, incluso, una ruptura del euro. En los peores momentos, los líderes europeos dieron siempre un paso adelante, pero con parches que no han alcanzado para adquirir suficiente velocidad de crucero. "Europa ha hecho lo suficiente para sortear el colapso, pero no para salir de esta con éxito", resume el profesor de Berkeley Barry Eichengreen.

En los terroríficos meses que siguieron a la caída de Lehman Brothers, casi todos los Gobiernos del mundo se pusieron de acuerdo para compensar el repentino hundimiento del gasto privado y se aplicaron en desarrollar políticas monetarias y fiscales expansivas. Parecía llegado el momento de la venganza de la política, tras años de desregulación y progresivo ninguneo del Estado en favor del mercado. Pero en 2010 ocurrió algo extraño: una gran parte de la élite del mundo, espoleada por los mismos banqueros que habían recibido dinero público a paletadas, decidió arrojar por la borda las lecciones de la historia y empezó la era de la austeridad. A distintas velocidades: austeridad moderada en EEUU, que no hizo un giro completo y eso le ha permitido salir del pozo con más claridad; y austeridad a rajatabla en Europa, que solo muy recientemente ha preferido cambiar de retórica y poner el acento en las reformas, pero que en la práctica sigue de lleno en esa política económica.

La eurozona está pagando esos excesos con la tijera. Presenta leves signos de mejoría, pero será el único gran bloque económico del mundo que cerrará el conjunto del año con una caída del PIB. Y sobre todo con tremendas dudas en varios flancos, a pesar de la renovada complacencia de sus líderes. La deuda pública en la mayoría de los países no solo no baja, sino que aumenta. Los rescates han sido un fiasco. Los bancos continentales tienen menos colchones de capital que los estadounidenses y presentan serias incertidumbres. El paro y la pobreza están en máximos, y en algunos países –Grecia y España y, en menor medida, Portugal e Italia– el desempleo presenta números depresivos.

El bucle diabólico entre deuda soberana y banca sigue sin romperse y es un problema eminentemente europeo. Porque el continente no sabe manejarse en el jaleo: a partir de 2008, EEUU prestó ayuda a 13 entidades y dejó quebrar a medio millar de bancos. Europa ha dado ayudas de Estado a 50 entidades y sigue sin resolver cómo demonios dejarlos caer, según los datos de Bruegel. La unión bancaria, en pleno proceso de construcción, es probablemente la nueva piedra filosofal europea: del acierto en el diseño de su infraestructura depende la tranquilidad del sistema financiero, y de ella se deducirá también si los líderes quieren verdaderamente más unión o si el proyecto europeo está definitivamente varado.

Cinco años después de Lehman, los bancos de todo el mundo están ahora más recapitalizados, no recurren a las endiabladas titulizaciones y toman menos riesgos. Pero los problemas siguen ahí.

Los sistemas de bonus que incentivaron por doquier la toma indiscriminada de riesgos no han sido reformados, por ejemplo cambiándolos por pagos en acciones que se cobren unos años más tarde y que vinculen las retribuciones con el desempeño de la entidad a largo plazo.

Si el "too big to fail" ya era un peligro, las entidades ahora son aún mayores y por lo tanto concentran más riesgo sabiendo que serán rescatadas si pasan apuros, sobre todo con nuevas rondas de inyecciones monetarias de los bancos centrales.

Aunque los bancos centrales hayan conseguido que no se pare la actividad, lo han hecho beneficiando sobre todo a los ricos, al engordar los precios de los activos. Mientras continúan las dificultades para conseguir empleo, la frustración de las clases bajas y medias aumenta al comprobar cómo se ha puesto mucho dinero en la banca, pero no se ha castigado en los tribunales a los que asumieron riesgos excesivos.

Ni se ha separado con nitidez la banca comercial de la de inversión, ni se ha regulado la banca en la sombra. Lo que a su vez ha provocado que muchas entidades trasladen su actividad hacia esa banca en la sombra libre de controles y que según la FSA británica ha aumentado su tamaño hasta los 67 billones de dólares desde la ya de por sí increíble cifra de 59 billones en 2008, en parte dopada por las sucesivas inyecciones monetarias.  

Y si en Estados Unidos todavía no se ha hecho lo suficiente, en Europa se ha hecho incluso menos. Las autoridades de la UE no han completado el proceso de limpieza de los balances bancarios debido a que una economía renqueante continúa deteriorándolos.

Por otra parte, el problema de la deuda no remite, pues al recortar el consumo para reducir endeudamiento, los ingresos caen mientras la deuda vale lo mismo, lo que complica el pago de los créditos. Además, buena parte del endeudamiento privado se ha trasladado a las cuentas públicas. Y para colmo, a mediados de septiembre de 2013, los dos motores de esta salida de La Gran Recesión levantan el pie del acelerador. China flaquea desbordada por el crédito. Y la Fed ha de retirar sus estímulos. Ante la perspectiva de perder estos impulsos, los emergentes ya se tambalean. Sin una fuente clara de crecimiento, con la demanda demasiada endeudada en Occidente, la única vía que se vislumbra para dar fuelle al crecimiento son nuevas burbujas, hecho del que una vez más se intentará aprovechar la banca en la sombra con los consiguientes riesgos.

¿Los más perjudicados? Entre otras, las clases medias, que "probablemente estén condenadas. Creo que las clases medias nunca llegarán a tener el nivel de bienestar que han gozado durante las décadas posteriores a la guerra. Se acabó", dice la antropóloga social de la University of London Alexandra Ourousoff, autora de "Triple A. Una anthropologue dans les agences de notation" (Belin), tras pasar seis años investigando a los analistas de Moodys, Fitch o Standard & Poor"s. (Cómo se obtiene una AAA: una antropóloga en las agencias de calificación – El Confidencial – 14/9/13)

¿Qué significa demasiado grande?

En marzo de 2008, la Reserva Federal arriesgó US$ 29.000 millones del erario público para que J.P. Morgan aceptara la adquisición y así salvar Bear Stearns. Ben Bernanke, el presidente de la Fed, la catalogó como "la decisión más difícil" porque fue "la primera", es decir la primera extensión de la red de seguridad de la Fed a una institución que no era supervisada por el banco central.

Bernanke y los otros dos generales en esta batalla, el entonces secretario del Tesoro, Henry Paulson, y el entonces presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, Timothy Geithner, aseguran que el rescate de Bear Stearns fue necesario porque la firma estaba muy interconectada con el resto del sistema financiero. Además, agregan, el dinero fue devuelto.

Los detractores señalan que, si las autoridades hubiesen permitido la quiebra de Bear Stearns, los inversionistas no hubiesen estado tan dispuestos a financiar otras firmas de Wall Street. Vincent Reinhart, un ex alto funcionario de la Fed, ha tildado la decisión de salvar a Bear Stearns como "el peor error de política en una generación".

La gran ficha fue Lehman Brothers, el banco de inversión que estaba siendo perjudicado por préstamos incobrables de bienes raíces. Permitir que Lehman se acogiera a la bancarrota en septiembre de 2008 es la decisión más estudiada de la crisis. "Con la perspectiva del tiempo, es muy difícil argumentar que no fue una equivocación", dice Frederic Mishkin, economista de la Universidad de Columbia quien estuvo en la junta de la Fed hasta agosto de 2008.

Pero en ese momento, aclara, había razones justificadas para permitir que el colapso de Lehman fuera una lección para Wall Street. "Todos sabían que Lehman estaba explotando la creencia de que la Fed los iba a rescatar", afirma.

Richard Fuld, el presidente ejecutivo de Lehman, dijo ante la comisión del Congreso que investigó la crisis que él creyó hasta el último momento que su empresa sería rescatada con la ayuda del gobierno. Fuld añadió que le dijo a Paulson: "Si nos dan un (crédito) puente, rearmaremos Lehman. Podemos cerrar estas posiciones…". Pero el gobierno se negó.

"Teníamos mucha certeza de que el colapso de Lehman sería catastrófico", indicó Bernanke ante la misma comisión un año después del evento. La Secretaría del Tesoro y la Fed trataron de encontrar un comprador para Lehman, pero no pudieron.

Y aunque en su momento ofrecieron diferentes explicaciones, Bernanke, Paulson y Geithner hoy dicen lo mismo: no tuvieron más opción que dejar que Lehman se acogiera a la bancarrota. "Voy a sostener hasta mi lecho de muerte que no escatimamos esfuerzos para salvar a Lehman, pero no fuimos capaces de hacerlo porque carecíamos de la autoridad legal", ha dicho Bernanke.

Paulson, por su parte, señala que si los reguladores del gobierno hubiesen tenido en 2008 las facultades que el Congreso les confirió en 2010, hubieran asumido el control de Lehman. "Hubiera sido desordenado, pero mejor", señala.

Paulson le dijo al Congreso que el programa, conocido como Programa de Alivio de Activos en Problemas, TARP por sus siglas en inglés, sería usado para comprar "activos tóxicos", o sea hipotecas que jamás serán pagadas en su totalidad, que estaban en las carteras de los bancos. En la práctica, sin embargo, el gobierno usó los fondos para adquirir acciones en dichas entidades financieras y, de esta manera, reforzar su capital. "La severidad y la naturaleza en constante expansión de la crisis significó que a menudo tuvimos que hacer todo sobre la marcha", reconoce Paulson (septiembre 2013). "Obtuvimos TARP para hacer algo que no funcionó", señaló, "pero hizo otra cosa en forma brillante".

Las condiciones siguen generando polémica. El gobierno, por ejemplo, permitió que los bancos rescatados siguieran repartiendo dividendos; el salvavidas lanzado a Citigroup Inc. y Bank of America, las condiciones impuestas sobre la remuneración de los ejecutivos de la banca (que han sido criticadas por ser demasiado laxas y demasiado estrictas) y el vínculo (o más bien la ausencia de vínculo) entre recibir fondos estatales y otorgar préstamos han sido temas controvertidos.

El rescate de la banca y las automotrices General Motors y Ford, que tuvieron que pasar por procesos de bancarrota, dejaron un sabor amargo. Como señaló un informe del panel a cargo de la implementación del programa TARP, la operación causó la impresión de que "cualquier compañía estadounidense puede recibir fondos públicos, siempre y cuando su colapso genere las suficientes pérdidas de empleos o daño económico".

¿Qué se ha hecho en cinco años para evitar que los bancos vuelvan a tener como rehenes a economías enteras cuando se encuentran con dificultades?

Demasiado grandes para cargar con ellos

Ha habido mucha reforma y rehabilitación, aunque está muy lejos de ser suficiente.

Lo primero que se nota es que lo que ha impulsado las reformas es el deseo de desinfectar el sistema existente, no el de imponer un cambio estructural fundamental en él.

Bancos individuales vendieron bienes deficitarios o periféricos, se libraron de algunos de los activos más tóxicos y adoptaron un enfoque más prudente respecto a los préstamos (y en el proceso de reparación, contuvieron el suministro de nuevos créditos, frenando así la recuperación de muchas economías).

Pero muchos bancos siguen siendo enormes. No han sido forzosamente divididos o desmantelados; siguen siendo "demasiado grandes para quebrar", como se dice en la jerga.

Si uno de los grandes estuviera nuevamente en una situación desesperada, los contribuyentes serían los que tendrían que rescatarlo otra vez, por temor a los estragos a la economía que su bancarrota podría provocar.

En Reino Unido, por ejemplo, los balances individuales de Barclays, HSBC y RBS siguen siendo más grandes que la producción económica anual del país, lo que plantea el legítimo temor de que son "demasiado grandes como para salvar" (en vez de "demasiado grandes para quebrar"), para un sector público británico sobrecargado.

Riesgos no ponderados

El otro aspecto importante es que las reglas internacionales, llamadas los Acuerdos de Basilea, establecidas para asegurar que los bancos tienen suficiente capital para absorber pérdidas sin comerse los ahorros de los depositantes, fueron modificadas pero no desechadas.

El problema es que parte de lo que salió terriblemente mal en los años del boom antes de 2007/8 es que los bancos explotaron cínicamente estas reglas -especialmente las ponderaciones por riesgo atadas a distintas categorías de préstamos- para poder guardar tan poco capital como fue posible.

El efecto de este juego con los Acuerdos de Basilea es que los bancos parecían tener más que suficiente capital para hacer frente a cualquier accidente que se les atravesara por su camino, cuando en realidad tenían apenas un ápice de la protección necesaria para sus depositantes.

Hay quienes argumentan que después de Lehman, los Acuerdos de Basilea deberían haberse descartado y sustituido con normas mucho más simples que pudieran ser eficazmente controladas y supervisadas por los entes reguladores y accionistas. Eso no ocurrió.

"Too big, or not too big"… that is the question

California: el "leading case" de la bancarrota de un Estado Federal. Todo un símbolo: el "Governator" que "Terminator" con el mayor estado de EEUU, equivalente a la octava economía más grande del mundo. ¡Ahí es nada!…

edu.red

Arnold Schwarzenegger, gobernador de California

California tiene un déficit presupuestario de más de US$ 19.000 millones (15/5/10)

"Los legisladores del California aprobaron un plan presupuestario de consenso promovido por el nuevo gobernador, Arnold Schwarzenegger, para hacer frente a la crisis fiscal del estado más rico de Estados Unidos"… California aprueba plan presupuestario (BBCMundo – 12/12/03)

Luego de semanas de intensas negociaciones, el actor convertido en político republicano logró un acuerdo con la oposición demócrata -que controla la legislatura californiana- para intentar solucionar el problema presupuestario estatal.

El pacto contempla emitir bonos públicos por US$ 15.000 millones e imponer un límite a los gastos del estado. También establece la creación de un fondo de reserva y prohíbe requerir préstamos en el futuro para costear gastos operativos.

Con esas medidas se espera aliviar el déficit presupuestario de casi US$ 20.000 millones que California enfrentará el año entrante (2004).

El déficit californiano aumentó debido a un marcado descenso en la actividad económica durante los dos últimos años (2001-2002) y una crisis energética que generó gastos inesperados.

Según fuentes de prensa, Schwarzenegger accedió a moderar su posición inicial sobre la imposición de un límite a los gastos gubernamentales de cada año. En cambio, los demócratas se comprometieron firmemente con el gobernador a cooperar en el establecimiento de un fondo de reserva y en otorgarle autoridad para convocar a la legislatura cuando surja una crisis fiscal.

"El gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, ordenó el despido de unos 22.000 trabajadores estatales y el recorte de sus salarios a otros 200.000"… Schwarzenegger anuncia despidos (BBCMundo – 31/7/08)

El anuncio del gobernador del mayor estado de EEUU se debe al monumental déficit presupuestario de esa región que asciende a los US$ 15.000 millones. A esto se une el hecho de que los legisladores del estado no pudieron llegar a un acuerdo para aprobar un plan de gastos para el actual año fiscal.

Schwarzenegger pidió disculpas a los trabajadores estatales al firmar una orden ejecutiva que deja sin trabajo a miles de empleados contratados a medio tiempo o que tienen posiciones temporales. El otro grupo afectado de 200.000 ahora ganará sueldo mínimo. El gobernador aseguró que no tenía otra opción.

"Estoy ejerciendo mi autoridad ejecutiva para evitar una crisis a gran escala para que nuestro estado siga adelante", dijo el gobernador. "Esta no es una decisión que tomo a la ligera", agregó.

La corresponsal de la BBC en Los Ángeles, Rajesh Mirchandani, señala que el déficit presupuestario ha dejado a California en una situación en la que el gobierno estatal no puede pagar contratistas, muchos servicios que ofrece y, lo más importante, carente de planes para revertir los números rojos.

Según Schwarzenegger, con estas medidas California ahorrará US$ 100 millones al mes y está diseñada para poner presión sobre los congresistas estatales que aún no se ponen de acuerdo para resolver la crisis en el presupuesto.

Unos 30 estados del país enfrentan la misma situación, alimentada por la caída de las ganancias en el marco de una economía en problemas. Sin embargo, California es de lejos el que más problemas tiene en sus arcas.

"California"s Governor Arnold Schwarzenegger has ordered 22,000 state workers to be laid off and 200,000 to have their wages slashed as the state faces a budget deficit of more than US$ 15 billion"… California cash crisis (BBCMundo – 4/8/08)

From Los Angeles, Rajesh Mirchandani reports:

Governor Arnold Schwarzenegger apologised to state workers as he signed the order that will leave more than 20,000 jobless and ten times that number with lower wages. The move will save $ 100 million a month. Yet California faces a budget deficit of $ 15 billion.

Arnold Schwarzenegger:

"Our state faces a looming cash crisis. This situation leaves me with no easy choices, choices, only choices with consequences, consequences that will have a direct impact on California families. And so I have a responsibility to make sure that our state has enough money to pay its bills".

The main problem is that some six weeks after California"s new fiscal year began, state legislators have failed to agree a budget, which means California, with one of the largest economies in the world, has no way to pay for contractors, for many of the services it provides and, crucially, no plans for how to make up that huge budget shortfall. The Governor"s move is designed to put pressure on politicians to resolve the crisis.

In fact some 30 American states face budget deficits, caused by rising costs and falling revenues in a slumping economy. But California"s is by far the largest.

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